XVIII
-¿Hoy papá estará en casa?- Preguntó la niña mientras se quitaba el abrigo en la entrada de su casa.
El rostro de su madre palideció, su rostro estaba blanco como la leche, frío igual que la nieve del polo sur, más aun de lo que la joven había percibido horas antes en el parque. La pregunta de la pequeña le ponía en un aprieto. No encontraba las palabras para contárselo.
¿Cómo podía decírselo? Contarle a una niña que adora a su padre más que a nada en el mundo que no volverá a casa nunca más, que no sentirá de nuevo sus brazos abrazándola ni su barba pinchando sus suaves, y rojizas, mejillas.
-Verás cariño... Es... Es complicado... ¿Sabes?- No encontraba la forma de plantearlo para no herir a su hija, o por lo menos, no más de lo que lo haría la noticia en sí.
Esbozó una sonrisa forzada en el silencio, que se le hizo eterno, mientras intentaba ganar tiempo para pensar.
- Papá hoy no va a venir-Arqueó las cejas esperando ver la reacción de su hija, que nunca le gustaba oír que su queridísimo padre no iría a arroparla y contarle su cuento de la princesa "Jeyminieves", una que su padre se había inventado, sustituyendo a blancanieves por la pequeña.
-¿Por qué?- Esta vez su voz tenia tono inquisitivo- ¿Por qué no va a venir a arroparme?
-Porque papá y yo... Ya no estamos a gusto viviendo juntos y decidimos vivir en diferentes casas un tiempo- La mentira le corroía en las entrañas, sentía que acababa de beber una botella de lejía, le dolía mentir de tal manera a su hija, y a ella misma, que prefería eso a la verdad.
- ¿Me odiará por ocultárselo?, claro que me odiará- Empalideció más todavía.
Los ojos de Jeimy se llenaron de lágrimas, su labio inferior comenzó a temblar y estalló en sollozos. Su rostro rompía el corazón a su madre, la cara triste, los ojos tristes. El pelo pegándose a su humedecido rostro por las pequeñas lágrimas que lo recorrían.
-¿Ya no me queréis?- Preguntó asustada, abriendo los ojos como platos. Dejando ver la luz verde que brillaba en ellos.
- Claro que si te queremos cariño, el problema es entra papá y yo, a ti te queremos más que a nada en el mundo. Sintió una arcada subirle por la garganta, la reprimió pero el sabor amargo de la bilis le inundaba la boca y la laringe.
La niña se enjugó las lágrimas con la manga del jersey de lana rosa de Hello Kitty que tanto le gustaba. Sus ojos verdes se habían enrojecido ligeramente, y su rostro todavía transmitía tristeza, daban ganas de cogerla y estrujarla en un fuerte abrazo, como muchas veces quería hacerlo Kate. Parecía un gato abandonado y mojado, su rostro era precioso, casi podía ser un ángel, con los ojos verdes acuosos y el cabello rubio castaño.
-Del color de la paja y suavidad de la seda- Solía decir Kate. Afirmación más que acertada. Sobre todo cuando estaba recién levantada, que hasta parecía paja directamente, tras una fuerte tormenta y el rumiar de las vacas.
-¿Podemos escuchar esa canción triste que tanto me gusta?- Preguntó la niña cogiendo a su madre de la mano.
-Claro pequeña, pero... ¿A cuál te refieres?
-Ven, te diré en que disco está- Dirigió a su madre hacia el salón, con paso firme, como si de repente sus papeles estuvieran invertidos y a la joven le tocara ser la madre por una vez. Estaba al final del pasillo, que a cuatro metros de la puerta de entrada giraba a la izquierda. Dejando ver el dibujo que Jeimy quiso hacerle a su padre en un lugar donde pudiera verlo siempre que volviera a casa, la pared paralela a la entrada debió de parecerle el sitio perfecto, aunque a su madre no se lo pareció, el dibujo seguía ahí, decorando la pared color pastel del mismo modo que las pinturas rupestres decoraban las pareces de las cuevas.
-¡Mira es de ese!- Afirmó con una emoción triste, pero satisfecha como si hubiera encontrado un tesoro enorme tesoro en medio de una gran isla desierta.
Había señalada un álbum con la portada negra, si lo girabas sobre la luz podía verse una serpiente gris enrollada y letras, grises también, que decían: METALLICA, la primera raya de la M y la última de la A se alargaban poco más que las acabando con forma de gancho en la M y de gancho invertido en la A.
Esa canción le gustaba desde que tenía memoria, recordaba escucharla muy a menudo, tumbada en el regazo de su padre mientras él le acariciaba el pelo con delicadeza. Le gustaba sobretodo escucharla cuando se sentía triste, o tenía ganas de llorar y, ahora, era una de esas veces. Una vaga ilusión inundó su pequeña cabeza.
-¡Tal vez escuchando la canción haga volver a casa a papa y que él y mama se vuelvan a querer!- En su mente inocente cualquier cosa era posible.
Su madre insertó el disco en el reproductor, buscó la canción y miró a su hija, ella contemplaba la sala con la mirada perdida, mirándolo todo sin fijarse en nada, con expresión pensativa, buscando algo que la animase.
Su madre esbozó una leve sonrisa, intentando controlar la situación que ya daba por perdida, y salió rumbo a la cocina. La canción sonaba y escuchaba a su hija canturrear con la voz apagada, triste y melancólica, como la de las niñas a la que le acaban de decir que su mascota ha muerto.
-Y nada más importa... Nada más importa...- Al escuchar las palabras de los labios de su hija, Kate se echó a llorar, cubriéndose el rostro con la esperanza de que su hija no se enterase de su repentina caída también en la tristeza y melancolía, intentado agarrar los llantos que escapaban entre sus apretados labios.
Lloraba por su hija, por ella misma, por su marido y por la mentira que minutos atrás había contado a su hija. Ojalá nos hubiéramos separado, pensó Kate de nuevo, sería menos duro, sabría que volvería a verlo, podría arreglarse....
No pudo reprimir un grito de ira mezclada con miedo y tristeza, volvió a taparse la boca, con la esperanza de que el grito todavía no hubiese salido, pero no fue así, su hija se asomó tras el marco de la puerta de la cocina, como un gato que intenta acercarse pasando desapercibido, observando cómo su madre lloraba. Por su mirada, los ojos llorosos, a punto de inundarse en lágrimas, Kate adivinó que a la mínima palabra la joven estallaría también en llantos. Podría ser lo que le ayudara a sentirse mejor, compartir el llanto y el dolor con su hija y no guardárselo todo para ella, en su interior que ya no podría aguantar mucho más.
Tuvo la vaga impresión de que la niña sospechaba que a su padre le había pasado algo, que todo lo que le había contado al llegar a casa era una simple mentira, un mal intento inventado al vuelo para evitarle un sufrimiento más grande del que ella podría aguantar a los ojos maternales de Kate
-Es una locura pero... ¿Y si era verdad?- Concibió Kate mientras su hija se le acercaba lentamente.
-¿Qué pasa mamá?- Su voz dulce y cálida, más que una chimenea en medio de la nieve, y su tono sereno a pesar de estar casi llorando, la hacían sentirse segura junto a su hija.
- ¿Le ha pasado algo a papá?- Repitió de nuevo, exigiendo una respuesta inmediata.
Su madre la miró, abrió la boca dispuesta a contárselo pero se interrumpió, miro a sus ojos inocentes, llenos de sueños y esperanzas y supo que debía hacerlo, le contaría la verdad.
-Si...- Sintió un nudo que le subía del estómago a la garganta, tuvo que humedecérsela - Han... Han disparado a papá.
El rostro de su hija se apagó. Una gran losa de acero puro y pura roca aplastó la razón de su ser, la luz que allanaba el camino de sus dulces sueños se desvaneció bajo la cruel venganza del océano imperecedero, al igual que las luces del Titanic acabaron por apagarse en la última bocanada de vida que sus integrantes pudieron arrancar esa fría noche de invierno. Sus grandes ojos se cristalizaron, el seco golpe los partió igual que la fina capa de hielo que resguarda de la helada corriente a los pescadores en el hielo. Unas rápidas gotas rozaron sus ahora pálidas mejillas, arrancando un pedazo de su alma que nunca podría volver a recomponerse, dejando un vacío que ocuparía un lugar durante toda su vida en toda la extensión de materia de su cuerpo sin fuerzas. El cuerpo que acababa de perder la razón de proseguir su trayectoria.
-Él...- Prosiguió Kate, intentando contener las lágrimas, alguna de las dos tenía que ser la fuerte y ahora, le tocaba a ella- Él ha muerto pequeña... Ha muerto...- Pudo ver que la luz de su mirada se había desvanecido, la luz que la había acompañado desde que nació.
Kate se asustó, su mirada ya no era la misma y probablemente, no volvería a serlo. Al menos, en mucho tiempo no lo sería, y eso le partía el corazón.
Kate la abrazó, la joven intentó zafarse pataleando y gritando, en parte estaba furiosa porque su madre le había mentido y por otra sentía furia hacia quien hubiera matado a su padre. Tras unos minutos desistió en su intento de huir y devolvió el abrazo a su madre, lo más fuerte que sus delgados brazos le permitían hacerlo. Buscando, tal vez, respuestas en su madre, una mirada que dijera: No pasa nada, yo nunca te dejaré. Aunque probablemente también fuera mentira, algún día le dejaría, tarde o temprano. Y se quedaría sola.
-Y ahora, ¿Qué?- Esa pregunta recorrió la cabeza de Kate unos segundos, inundándola en sus más tristes recuerdos- Y ahora, ¿Qué?... ¿Qué?... ¡Mama! ¿Ahora qué?- Su hija estaba increíblemente asustada, la apretaba cada vez más y más fuerte. Sintió su corazón latir tan fuerte como una soldadura se agarra al frío metal.
Las dos estaban abrazándose en la cocina, intentando consolarse la una a la otra, intentando disipar el dolor que ahora las recorría a las dos, tras enterarse de la muerte de su padre, a pesar de que Kate ya había pasado varias horas llorando tras enterarse de la noticia, mientras su hija todavía estaba en la escuela, le quedaban todavía más llantos por sepultar en los recíprocos consuelos que compartía con su hija.
-Señora, lo lamento... Ha habido un altercado en la cafetería Pequeña Colombia, un hombre armado ha disparado a un policía que intentó enfrentarse a él, una de las balas perdidas alcanzó a su marido...- Hubo un horroroso silencio- Ha fallecido en el acto, lo siento de veras- La voz del policía era seca y distante, Kate imaginó que ya estaría acostumbrado a dar esa clase de noticias, pareció no afectarle lo más mínimo, probablemente no sería así, las muertes, aunque fueran ajenas, siempre afectaban a quien debía informar a la familia, pero en un trabajo como ese, debía reprimir sus sentimientos que ya sería difícil que aflorasen en él.
Él ha muerto pequeña... Ha muerto...- Resonaban en la cabeza de Jeimy, como un remolino de viento que atrapa las hojas caídas, impidiendo que esas palabras la abandonasen- Le han disparado... Ha muerto pequeña... Ha muerto...
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