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XII

La camarera que le atendía acababa de dejar caer la jarra redonda y aplanada repleta de café con la que le ofrecía uno a Kirk. Se llevó las manos a la cara mientras gritaba, intentando que los sonidos no escaparan de su boca, para no llamar la atención.

Kirk ya casi había logrado ponerse en pie, el instinto básico de supervivencia tomó el control de su cuerpo aterrorizado y tembloroso.

Su primer instinto fue el de buscar una salida, al verse completamente acorralado recordó la pistola que llevaba guardada en su cinturón- La pistola se la acabada de comprar a un antiguo contacto que llevaba una pequeña red de tráfico de armas de origen soviético, que tras la guerra fría y la caída del bloque comunista Rusia tenía tantas armas que podrían reconstruir el transiberiano con ellas.

Ya la había desenfundado con su trémula mano. Los ojos se le habían vuelto a emborronar, esta vez por las grandes lágrimas que brotaban de sus claros, como el cielo, ojos azules.

- Por favor dios, por favor, haz desaparecer a ese tipo y te juro que me entregaré ahora mismo, pagaré por mis pecados, pero no dejes que me mate- Rezaba en su cerebro mientras esperaba a que el hombre llegara a su altura para intentar apuntar. Cosa que resultaría inútil dada su inexperiencia con armas y su tembloroso pulso. -Pero dios es cruel, esta es su forma de llevarme al buen camino, de purificar mis manos y mi alma. Mierda Kirk, no puede hacerte eso, no aquí, ni ahora. Debería darte la oportunidad de redimirte con tu mujer y tu hija- Eso parecía coherente, dios, aparte de cruel tenía fama de benevolente, tal vez esto solo era una broma pesada de el de arriba, un aviso.

Un hombre de pelo canoso se levantó, ágilmente para la edad que tenía, en la mesa que estaba inmediatamente delante de la suya, a unos escasos dos metros. En un instante pudo ver el imponente metal negro de la 9mm en la arrugada mano del anciano. Que sorprendentemente no temblaba lo más mínimo-No como la mía- Pensó Kirk al darse cuenta del detalle.

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