XI
Agitó la cara, como si estuviera medio dormido y quisiese despejarse. Miró a su alrededor, la camarera lo observada con las cejas arqueadas, como si hubiese formulado una pregunta y esperara respuesta.
-Señor- La voz femenina rompió el particular templo de cristal que Kirk había construido al adentrarse en sus pensamientos- ¿Quiere un café?- Repitió por la impaciencia de su tono, aunque solo la había escuchado esta vez.
-Emm- Vaciló un instante, se restregó los nudillos de la mano izquierda con la derecha sintió que no le salía una sola palabra, un nudo se había aferrado a sus cuerdas vocales y no tenían intención de dejarlas libres.
Su mirada se posó en la puerta tras escuchar el leve timbre colocado sobre ella, un hombre joven y fuerte acababa de entrar por la pequeña puerta de cristal amarillento, recorrió la cafetería con la mirada, la única mesa que ocupaba la parte izquierda de la cafetería, los siete u ocho taburetes colocados en la barra, donde en cada uno una persona tomaba un almuerzo no demasiado saludable. Al final del profundo pero rápido reconocimiento el hombre fijó la mirada en su dirección, se palpó la cintura, buscando un objeto, para asegurarse que no lo había perdido y comenzó a aproximarse hacia él. Sus pisadas retumbaban igual que un martillo golpeando clavos contra una pared de hormigón armado. A medio camino esbozó una leve y amenazadora media sonrisa, metió la mano bajo la camiseta azul sin estampados de flores amarillas, que recordaba al pomposo bolso de las ancianas que pasean con sus mini perritos guardados en él, desenfundando un enorme revólver magnum del 45.
Un intenso sudor frío recorrió su frente tan rápido como las corrientes bravas del Mississippi, su vista se emborronó un instante por las grandes gotas. Dios mío, pensó, esto no puede estar pasando, no tan rápido, ni así.
Las palabras corre pasaron por su cabeza igual que una estrella fugaz, las entendió y daba la orden de que así fuera. Pero sus piernas no querían obedecerla, se les había antojado volverse rebeldes justo en ese preciso instante. Casi estaba paralizado, lo único que era capaz de hacer era parpadear. Parpadeaba rápidamente, como si por mucho parpadear ese hombre tan real fuera a desaparecer igual que cuando te pican los ojos y parpadeas para aliviarlos.
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