VIII
Vanessa vio los ojos de James que ahora estaban rojos y unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. – James, ¿Te encuentras bien?- Puso su mano sobre el brazo derecho de James, que estaba apoyado en la mesa.
-¿Qué canción es esa?- No se atrevía a mirarle a los ojos, se sentía avergonzado.
- Nothing else matters-Respondió extrañada- ¿Qué te ocurre?
-No... Nada- Se secó las lágrimas con una de las servilletas que decía: Gracias por su visita, ¡vuelva pronto! Y un granito de café con sombrero sentado en el borde de una taza de café decoraban la mayor parte- Me ha hecho recordar el pasado, no ha sido nada.
Ella le miraba a los ojos, le daba lástima el anciano policía con el que había entablado una amistad con el paso del tiempo, él era el único que la trataba con respeto, el único que no le decía guarradas ni le metía mano al girarse. Y también el único que la escuchaba si tenía algún problema. Estaba enterada de su problema con el alcohol, y también sabía que estaba intentando dejarlo, se imaginó que ese fue el desencadenante de sus emociones, la falta de, como él decía, su buen amigo el alcohol, el único que le hacía olvidar sus problemas. El único amigo que le quedaba, lo único por lo que seguía viviendo. Le agarró la mano fuertemente demostrándole que si necesitaba apoyo, alguien con quien hablar o simplemente estar acompañado, ella le ayudaría. A pesar de conocerle sólo de la cafetería Vanessa había desarrollado una especia de amor platónico hacia el anciano. Sabía que, bajo ese manto de alcohol, amargura y tristeza, se escondía un buen hombre. Uno que desde muy joven arriesgaba su vida para salvar la de otros o para encontrar a sus asesinos y poder dar paz a las familias. Sabía que, si dejaba el alcohol sería, tal vez, la mejor persona que ella había conocido en toda su vida.
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