20
13 de junio
Mandy Spencer se encontraba mirando la televisión cuando el apagón hizo su entrada triunfal. La pantalla quedó negra y la chica supo lo que tenía que hacer. Era lo que había estado practicando durante bastante tiempo. Miró la hora en su reloj de muñeca: las cuatro y media. Era la hora perfecta porque sus padres estarían haciendo la siesta en su habitación. De pronto, una idea le golpeó la mente: las muñecas de porcelana aparecieron en su mente y supo que les daría un buen uso. Subió la escalinata de puntillas y se dirigió a su habitación. Movió la estantería donde tenía los libros y sacó una bolsa que contenía unos guantes. De su cajón sacó el gorro malva que le había regalado su madre semanas atrás. Ya solo faltaba una cosa: se fue a la habitación de invitados donde, un día por la noche, descubrió el cuchillo que su madre había utilizado para matar a su tío. Aun no sabía por qué no lo habían tirado. ¿Era para asegurarse que nunca se encontraría? Nunca lo sabría. Se lo guardó detrás de la camiseta. Había llegado la hora de ejecutar su plan.
Ya estaba preparada para entrar en la habitación del matrimonio. Estos dormían profundamente, ajenos a lo que estaba a punto de sucederles. El primero en despertarse fue su padre, cuando oyó que la puerta se abría lentamente para dejar pasar a su hija. Se enderezó, aun adormecido y le preguntó con la mirada si pasaba algo. Un resquicio de miedo asomó a sus ojos cuando vio cómo su hija sonreía fríamente y cerraba la puerta con el pasador.
-¿Puedes despertar a mamá?-preguntó Mandy, aun con la sonrisa en la cara- Tengo que hablar con vosotros.
El señor Spencer despertó a su mujer. Mandy les pidió que se sentaran en la cama, porque quería resolver algunas dudas que tenía.
-La cosa irá así: os haré preguntas y, si no contestáis, esas horrorosas muñecas de porcelana impactaran en vuestra cara. Estoy bastante enfadada, así que tenéis que portaros bien. ¿Entendido?- los padres de Mandy asintieron con la cabeza, demasiado asustados para hacer otra cosa.
-Empecemos ¿En qué momento decidisteis arrebatarme parte de mi familia?
Ellos se la quedaron mirando, como si no entendieran nada.
-Cariño...- empezó a decir su madre- no sé a qué te refieres.
-Respuesta incorrecta- dijo su hija.
Sin que tuvieran tiempo de reaccionar, les golpeó con dos muñecas. Aunque eran pequeñas, los dejó unos instantes desorientados y, cuando recobraron el sentido, vieron a Mandy recorriendo la habitación, y susurrando para sí misma. Sus miradas se cruzaron y se enviaron un mensaje: tendrían que ir con cuidado.
- ¿Es que sois tan cortos que no me entendéis? ¿Os tengo que hablar como si fuerais unos chiquillos? ¡Contestad a la maldita pregunta de una vez por todas!
-Verás, hija,- comenzó su padre. Supo que tenía que hablarle con pies de plomo porque ese comportamiento lo había visto en su difunto hermano y eso, le asustaba mucho- supongo que te refieres a tío Charlie y a Bryan. Bien, tío Charlie era...
-Tu estúpido tío era un maldito chalado que se había pasado toda la vida haciendo daño a tu padre y que te quiso secuestrar cuando eras pequeña y...- su madre no pudo acabar porque otra muñeca salió volando y le impactó en el labio. Se pasó la mano por la boca y vio sangre. Sabía que no lo había hecho por insultar a su tío, solo se estaba divirtiendo a su costa.
-Escúchame atentamente mamá: no hables así de mi tío. Si no recuerdo mal, él os decía que vosotros erais los secuestradores, no él, porque no me dejabais salir de casa. Puede que con él todo hubiera sido distinto, ¡pero no!, intentasteis que no me volviera loca pero, ¡mirad por dónde! Estoy tan o más loca que tío Charlie. Además, ¿la mentira del hotel?, tuvisteis suerte que me asustara tanto por lo que me habíais contado porque si no, ya hubiera visto que no podía ser creíble. ¿Qué hicisteis con su cadáver?
-Lo escondimos en el viejo Mustang. Alguien nos ayudó. Teníamos miedo que se denunciara su desaparición y...- continuó su padre, haciendo un gesto a Sylvia para que callara. Tampoco podían escapar porque con su hija inestable, no podían saber qué haría-
Estuvo escondido en el vehículo hasta que empezamos a oír el hedor. Luego la persona que nos había ayudado, se llevó el cadáver lejos de aquí. Después tu madre y yo lavamos el coche para asegurarnos de borrar cualquier prueba.
-Así que vosotros lo matasteis y tía Karen os ayudó a deshaceros de él- remarcó la hija. Cómo si no supiera quién los había ayudado-. Muy bien, ¡veis como no es tan difícil! Siguiente pregunta: ¿por qué matasteis a Bryan?
-Mientras crecía, vimos que se volvía más agresivo- continuó ahora su madre- y no lo podíamos controlar. A veces, venía tío Charlie y veíamos que se parecían bastante en lo relacionado a comportamientos extraños y teníamos miedo que fuera como él.
Un día, descubrimos que tu hermano te intentó ahogar en la bañera. Solo tenías un año. Yo te llevé hasta tu habitación y papá se quedó con él. Tenía nueve años pero sabía que le teníamos miedo. Se encaró con tu padre. Entré y él me dio una patada muy fuerte en la rodilla. Tu padre se enfadó y le golpeó. Se dio un golpe en la bañera y murió. Dijimos a nuestros amigos que estaba jugando en la bañera, se había metido algún juguete en la boca y se habría ahogado.
-Me mentisteis. Sois igual de monstruos que los que matasteis. Creíais que me protegíais pero en realidad lo hacíais por vuestro bien. Si sabíais que tío Charlie estaba tan loco, ¿por qué no lo encerrasteis?
-¿Que por qué no lo encerramos?- gritó Sylvia, enfurecida- ¿sabes qué hubieran dicho nuestros amigos? Seríamos motivo de burla.
-¿Por eso toda la sangre derramada? ¿Para evitar rumores y cuchicheos? Sois patéticos- por una vez, Mandy no podía decir nada. No se lo podía creer. Todo había sido para aparentar que eran una familia fantástica pero en realidad todo había sido una farsa.
-Muy bien, pues- empezó Mandy. Sentía la furia corriendo por sus venas, queriendo salir al exterior.
Una rabia que ni ella sabía, explotó dentro de su ser y le llevó a coger todas las muñecas de porcelana y estampárselas por la cara mientras gritaban. Los dejó inconscientes y con el rostro cubierto de sangre. Pero no tenía suficiente. Los llevó al comedor, cogió el cuchillo que tenía escondido y se desahogó con ellos. Sus padres no pudieron detenerla. Cuando la rabia se apaciguó, vio a su alrededor que habían salpicaduras de sangre por todas partes. En aquel momento, el perro decidió entrar en casa y Mandy decidió dar a aquel escenario, un toque más dramático. Cogió al perro y le rajó el cuello.
Fue hacia la habitación de sus padres y abrió el cajón donde su madre guardaba las joyas. Las cogió y las puso con cuidado en un libro que tenía bien guardado en su habitación. Lo abrió y las depositó en el espacio vació que había hecho tiempo atrás. También cogió un sello de cera que su padre guardaba, una reliquia familiar que iba pasando de generación tras generación. Siempre le había gustado, sobre todo por el murciélago que había.
Luego, revisó todo lo que había hecho por si había algún detalle que la inculpara. Como no vio nada, ya más tranquila, se sentó en el sofá y vio a su familia en el suelo hasta que, sin darse cuenta, la noche llegó. Después, se quitó la ropa ensangrentada y el gorro y los quemó.
Lavó las tijeras y se puso a dormir un rato. Se despertó. Tenía sed pero quería estar deshidratada para parecer una víctima más. Al ser domingo, no tenía que preocuparse por el bufete de su padre. Estuvo todo el día corriendo por la casa, vigilando no pisar charcos de sangre. Si tenía que fingir que la habían atacado, tenía que hacerse golpes para simularlo. Hacia la tarde se detuvo sobre el primer piso, mirando cómo las escaleras bajaban. Tenía hambre y sed pero ahora tocaba la peor parte. Corrió bajando rápidamente los escalones, trastabilló y cayó al suelo. Luego, cogió el cuchillo que llevaba la sangre de su familia y se lo clavó en el estómago, suficiente para que fuera grave pero, no mortal. Con una mueca de dolor se levantó y fue hacia su habitación, donde tenía su diario, detrás de unos libros. Se fue hacia las páginas de en medio y dejó el cuchillo allí, porque sabía que, después de que la encontraran, aun le quedaba una persona a la que asesinar. Pensó en tía Karen, que había estudiado para enfermera y otra idea se le pasó por su mente. No había sido tan cruel como sus padres y quizá no utilizaría el cuchillo con ella.
Después de asegurarse que todo estaba bien, se estiró enfrente de las escaleras, cerca de la puerta de entrada. Mareada por la herida, cerró los ojos y se durmió.
Sabía que el lunes la encontrarían y que, con un poco de suerte, su tía se haría cargo de ella. Sabía que era una amante de los gatitos y se imaginó a gatitos en su jardín, muertos y lo que eso causaría en su tía. Además, la policía estaría demasiado ocupada resolviendo el asesinato de sus padres para revolver sus cosas. Cuando le dieran permiso, haría que su tía la llevara hasta allí. De ese modo, utilizaría las joyas, además de los ahorros, para tener más dinero y una perfecta arma por si acaso.
Aunque estaba durmiendo, ya se encontraba planeando otra muerte.
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