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Nada es como antes

No necesito levantar la cabeza para saber quien es el nuevo fichaje al que tengo que ayudar a instalarse. Solo necesito escuchar ese acento escoces para que la piel se me ponga de gallina. Jamie Stuart. El hombre que me rompió el corazón hace seis meses y al que tenía la esperanza de no volver a ver en mi vida.

En mal momento le hice caso a mi mejor amiga y acepté este trabajo. Estoy segura de que la muy bicha sabía perfectamente que él estaba aquí, pero como yo bloquee su nombre de todos lados, me dirá que no me avisó porque le prohibí hablar de él.

Ahora voy hacia él todo lo despacio que puedo, ganando tiempo para mentalizarme de que no puedo pegarle un puñetazo cuando llegue junto a él, ni echarme a llorar, porque su presencia justo aquí es un recordatorio de que eligió el dinero por encima de mi.

―Señorita Brichester ―Me saluda mi nuevo jefe estrechándome la mano ―. Le presento al señor Stuart, acaba de llegar de Escocia.

No me queda más remedio que levantar la vista hasta los ojos grises de Jamie.

―Brianna, me alegro de verte de nuevo ―Su voz. Debería estar prohibido tener esa voz y ese acento.

No hace ningún intento de tocarme, cosa que agradezco.

―¿Se conocen? ―Me había olvidado de la presencia de mi jefe.

―Si ―me arreglo las solapas de mi americana, en un intento de centrarme.

Brianna, estás trabajando, olvídate de lo demás. No es más que un futbolista, como los otros veintitantos del equipo, le das la bienvenida y a otra cosa. Puedes hacerlo, eres una profesional.

―Nos conocimos cuando jugaba en el Sunderland ―Escucho que está diciendo Jamie. Mierda, puede que se me olvidara mencionar en la entrevista que mi padre es el dueño del Sunderland.

―Durante mis prácticas ―Intervengo ―. Se fue a final de temporada ―Fuerzo una sonrisa.

―¿Así que fuiste parte del equipo que lo descubrió? Ahora estoy más contento todavía de haberte contratado ―me dice mi jefe. En cualquier otro momento estaría dando saltos de alegría porque mi jefe esté impresionado por mi trabajo. Ahora solo quiero que esto acabe para no tener que ver más la cara de mi ex novio.

―Ella fue la artífice de mi fichaje.

No puede hacer eso. No tiene derecho a venir aquí y elogiarme y que me olvide de todo.

―Me alegro de que la tengas en tanta consideración y de que os conozcáis, porque la señorita Brichester va a ser la encargada de ayudarte a instalarte y a todo lo que necesites.

Miro a mi jefe con pánico. Yo no he estudiado una carrera universitaria y un máster en dirección deportiva, con matrícula de honor, para ser la niñera de un futbolista.

―¿Perdone? ―Debo de haber escuchado mal ―¿Que tengo que hacer?

―Como ya le he dicho el señor Stuart acaba de llegar desde Escocia, le hemos ayudado a buscar una casa, usted lo tiene que acompañar y ayudarle si necesita algo.

No me queda más remedio que quedarme callada. No puedo negarme a cumplir una orden directa de mi jefe. Espero que Jamie diga algo, que me salve de esto, pero eso es esperar demasiado, se queda mirándome con esa sonrisa que antes me volvía loca. Su actitud me decepciona, pero no me extraña, no se puede esperar nada de alguien como él, que no sabe lo que es la lealtad.

―Tu primero. Bri ―me dice señalando el coche negro que nos está esperando.

―Señorita Brichester para ti ―digo teniendo cuidado de que mi jefe no pueda escucharme.

Me subo al coche dedicandole a mi superior la mejor de mis sonrisas, que desaparece en cuanto la puerta del vehículo se cierra tras Jamie.

El destino, Cupido, o las grandes empresas, quien sea que inventó San Valentín se está riendo de mí. Las calles de Londres están repletas de escaparates con corazones, bombones y mensajes de amor.

Abro la ventanilla, no me importa que el frío de Febrero nos congele, no puedo respirar aquí dentro, con el largo cuerpo de Jamie tan cerca. Gruesas gotas de lluvia empiezan a caer. Londres no está siendo benévola conmigo, echo de menos Sunderland. Allí probablemente también llovería y el frío te atraviesa los huesos, pero estaría en casa, acurrucada en el sofá, viendo caer la lluvia al otro lado de la ventana. No junto a él con el agua helada empapándome la cara.

―Brianna ―finjo no escuchar mi nombre salir de sus labios.

―Señorita Brichester ―No es su voz la que me habla esta vez ― ¿Puede cerrar la ventana? Se está mojando la tapicería y luego si hay daños tengo que pagarlos yo ―dice con pena el chofer.

Cierro la ventanilla disculpándome. El pobre hombre no tiene que sufrir porque yo decidiera enamorarme de la peor persona de Gran Bretaña.

También echo de menos el trafico de mi ciudad, desde que salimos creo que hemos pasado más tiempo parados en algún atasco que moviéndonos, a este paso no vamos a llegar a la casa hasta dentro de una semana.

―¿Qué tal te va? ―pregunta Jamie, por el hecho de que estamos solos en la parte trasera del vehículo supongo que me habla a mi, pero no dignifico su estupidez con una respuesta, no voy a charlar con él como si fuéramos viejos amigos. ―Brianna, llevamos tres atascos en veinte minutos, y la casa está lejos, va a ser más ameno si charlamos.

―Haberte quedado en Edimburgo, seguro que hay menos atascos.

―Sabes perfectamente que no soy de Edimburgo ―puedo escuchar la satisfacción en su voz por haber conseguido que le conteste.

Claro que lo sé. Me llevó a Crail, su encantador puesto costero, a conocer a su abuela. Echo de menos a Mery, era una señora encantadora.

―Jugabas allí cuando te encontramos, es lo único que me importa.

―Ahora juego en el West Ham United, contigo. Otra vez.

Lo miro por primera vez desde que entramos en el coche. Una sonrisa adorna sus labios. Como si no hubiera pasado nada, como si los últimos seis meses no hubieran existido y fuéramos los mismos de antes. Pero no lo somos, esto no tiene nada que ver con aquello, he aprendido de mis errores.

―Les diré que no se acostumbren a ti, total te irás pronto.

―Quizá ellos sepan valorarme y no tenga que irme ―La sonrisa se ha borrado de los labios de Jamie.

―¿No te valoraban en el Birmingham City? Porque no has estado ni una temporada entera con ellos y los has dejado tirados en enero y en puestos de descenso.

―Perdone usted que haya decidido jugar la Champions League en vez de irme a tercera división otra vez.Usted tampoco sigue en Sunderland, señorita Brichester, quizá no somos tan diferentes.

―Tu y yo no nos parecemos en nada. Yo me he ido de mi casa por amor, tú no sabes lo que es eso.

―En eso tienes razón. Cuando creí que había encontrado a alguien que me amaba ella me demostró que el dinero era más importante que yo.

Boqueo como un magikarp. ¿Está hablando de mi? Fue él quien eligió el dinero, no yo, y quiero gritarselo a la su estúpida cara, que no me mira, se ha girado dándome la espalda, mirando por la ventanilla, y no lo soporto, no soporto estar aquí encerrada con él y que tenga el descaro de ignorarme.

Bajo la ventanilla que nos separa de los asientos delanteros.

―¿Puede parar? Necesito ir al baño.

―Pero señorita, si acabamos casi de ponernos en marcha.

―O páramos o me tiro del coche en marcha, usted verá.

Me cruzo de brazos, comportandome como la niña malcriada que no he sido nunca,

El chofer asiente, puedo ver por el espejo como me mira con fastidio, probablemente esté maldiciendo su suerte por haberle tocado hacer este viaje, pero esta vez no me apiado de él, lo que él esté sufriendo no es nada comparado con lo que me ha tocado a mi.

Salgo corriendo en cuanto nos paramos junto a la acera. Entro en la cafetería más cercana y pido un capuchino. No debería beber café en mi estado de nerviosismo, pero a quién le importa.

Entro al baño. Al verme en el espejo me sobresalto, no era consciente de las pintas que llevo. El agua que entraba por la ventanilla me ha corrido el rimel y parezco un mapache. He estado teniendo toda esa discusión con mi ex novio mientras parecía un animal salvaje y con el pelo hecho una mierda.

Seguro que así se arrepiente de haberte dejado.

Tu no quieres que se arrepienta, me recuerdo a mi misma. Lo odias. Verlo de nuevo no ha significado nada para ti y has huido de su lado porque te has enfadado, no porque sus palabras te hayan revuelto nada dentro.

Eres una profesional, los dos lo sois. Puedes hacer esto. Lo que sea que hubo entre vosotros fue intenso. Sí. Creías que era el amor de tu vida. Si. Teníais un sexo increible.

No, no. Mi cerebro se está yendo por el camino equivocado, volvamos a lo de ser profesionales y poder con esto.

Brianna, tú puedes. Demuestrales a todos que eres una gran profesional y puedes hacer algo más que llevar cafés.

Salgo del baño con la cara arreglada y mi discurso motivacional a tope, dispuesta a enfrentarme a pasar el tiempo que sea (Espero que poco) En un espacio reducido con Jamie.

La oportunidad de descubrir si mi charla conmigo misma ha funcionado de verdad llega antes de lo que esperaba. Jamie me está esperando junto a la barra con dos vasos de café para llevar en las manos.

Me tiende el mío.

―No tenías que invitarme al café ―digo intentando ser amable.

―Lo sé. Eres mucho más rica que yo ―dice con voz amarga. Me encantaría culparlo por eso, decir que es un machista que no soporta que una mujer tenga más dinero que él. Pero no puedo, eso no le importa, solo está repitiendo las palabras que utilicé en uno de nuestros últimos encuentros. En mi defensa diré que cuando pronuncié esa frase estaba enfadada y solo lo hice porque quería hacerle daño. Aunque pensándolo bien no se si eso habla bien o mal de mi.

Poco después de incorporarnos al tráfico volvemos a estar parados en una fila de coches. Parece mentira que una ciudad en la que llueve la mayor parte del tiempo se colapse de esta forma por una tromba de agua un poco más fuerte.

Reviso mis mensajes. Hemos estado callados desde que volvimos al coche, y aunque se suponía que era lo que quería, es un silencio tan tenso que me resulta incómodo.

―Tim me ha dicho que te recuerde que mañana tienes que ir a ver al fisio.

―Gracias ―contesta Jamie.

―¿Por qué tienes que ir al fisio? ―Puedo preguntar eso, ahora es futbolista de mi equipo, debo preocuparme por él, como lo haría por cualquiera.

―Por el tobillo.

―¿Te has vuelto a lesionar?

Cuando lo encontramos, seguía jugando en la segunda división escocesa, pese a su notable talento, porque había sufrido varias lesiones en el tobillo izquierdo y pocos clubes querían atreverse a ficharlo por si eso se volvía un problema crónico. El equipo médico del Sunderland nos recomendó no hacerlo. El hecho de que ahora esté fichando por un equipo que juega Champions significa que hicimos bien en no hacer caso de esas recomendaciones.

―En el último partido antes de fichar, por eso he llegado ahora de Escocia, estuve en casa recuperándome, por suerte no fue nada grave y el fichaje no se truncó.

―Me alegro ―se me escapan las palabras.

Me devuelve una sonrisa brillante. Siempre fue fácil para mi hacerlo feliz.

―¿Por qué estás aquí? ―pregunta.

Me he propuesto dejar mis sentimientos de lado y comportarme bien, por lo que intento sonreír, o al menos no parecer desagradable cuando contesto:

―Me lo ha ordenado Tim

Él me mira entrecerrando los ojos.

―Eres increible en tu trabajo, y te mataste estudiando. Y por si fuera poco tu padre es dueño de un club de Premier League. Tu deberéis ser Tim en algún sitio, no acompañar niñatos a su nueva casa.

―¿Te has llamado niñato a ti mismo?

―Yo no, yo soy super maduro, pero en general, ya sabes, no somos conocidos por ser las personas más centradas del mundo. ―Me es imposible que no se me contagie su sonrisa.

―Por ahora eres el único niñato al que he tenido que cuidar. Y a este paso también el último ya que vamos a envejecer y morir juntos en este coche.

―Al menos cumpliremos esa promesa. ―Sé que se arrepiente al instante de pronunciar esas palabras. Lo veo en la forma en que se muerde el labio de arriba, como hacía siempre que quería evitar hablar de más.

Quiero volver a encauzar esta conversación hacia lo profesional, pero con él siempre fue difícil separar ambas cosas. Desde la primera vez que lo vi en aquel campo de fútbol de Edimburgo, con esos pantaloncitos blancos por momentos me olvidé de que había ido allí a ver como jugaba y encajaba en nuestro equipo y no solo a ver como se le pegaba la camiseta azul oscura al cuerpo.

―Jamie ¿Vas a vivir en otra ciudad?

Hace rato que nos movemos de seguido y hemos dejado atrás las aglomeraciones de Londres.

―No, se supone que está a las afueras.

―Vas a tardar una eternidad en llegar al entrenamiento cada día.

El conductor da un violento giro que me manda contra el cuerpo de Jamie. Sus fuertes brazos me rodean para sujetarme y evitar que salga disparada con el frenazo. Me está mirando con esa cara que siempre ponía cuando no usaba el cinturón de seguridad, pero no dice nada. No es momento de regañarme por mis malas costumbres.

―¿Estás bien? ―pregunta por su parte.

El coche se ha parado del todo y vemos como el chofer se baja y observa algo en la parte delantera.

―Si. ¿Y tú?

Jamie asiente. Nos bajamos del coche.

―¿Qué ha pasado? ―le pregunta al conductor.

Un humo negro sale del capó del coche, no soy mecanica pero no tiene buena pinta.

―Si le soy sincero, no tengo ni idea, pero el coche no anda. Voy a llamar al seguro.

Mi mirada se encuentra con la de Jamie, esperaba que el conductor fuera como en las películas, y abriera el capó para arreglar el coche.

Vuelvo a subirme al coche. Estamos en mitad de la nada y está anocheciendo, no voy a esperar a la grúa o a quien sea en la calle, mojándome. No voy a decir que mi día no puede empeorar, porque no quiero tentar al destino, pero está alcanzando cotas de desastre altas.

Jaime asoma medio cuerpo dentro del coche y me entrega una bola de ropa seca.

―Cambiate que no te resfríes. ―lo miro alzando las cejas, pero no puedo negar que su preocupación me produce un pinchazo conocido en el estómago ―. Tranquila que no voy a mirar.

―¿Seguro? ―Hablo más bajo, con voz sugerente.

―Brianna, me dejaste ―cierra la puerta del coche, veo por la ventanilla como se queda de espaldas a mí, con las lluvia cayendo a su alrededor.

Me cambio mi jersey por su sudadera, huele a su suavizante, el que compramos juntos cuando se mudó a Sunderland. No me enamoré de él el día que lo vi en aquel campo de fútbol, creo que fue el día que lo ayudé a instalarse. Cuando le mostré la ciudad que amo, paseamos por las playas a las que mi padre me llevaba cuando era una niña. El colegio en el que conocí a mi mejor amiga y sobre todo el estadio esa atención, nadie me había escuchado de esa forma. Jamie se emocionaba conmigo por las cosas que amaba, creo que fue la forma en la que incluso sin apenas conocerme me demostraba que yo era importante. Creo que por eso me rompió el corazón que decidiera irse del club, pese a que yo le supliqué que no lo hiciera. Eligió el dinero por encima de mí. Pero sus palabras, su expresión cuando ha dicho que yo le dejé, sus ojos solo transmitían pena.

Saco la cabeza por la ventanilla. No voy a desperdiciar su gesto volviendo a salir a mojarme.

―¡Entra! ―grito por encima del estruendo de la lluvia.

Jamie corre hacia aquí y le dejo hueco para que pueda entrar.

Tiene el pelo oscuro empapado y las gotas de lluvia resbalan por su cara.

Por una vez en mi vida no pienso las cosas, estamos en un coche, en mitad de la nada. Nuestro chofer ha desaparecido y casi es San Valentín. Esto podría ser el inicio de una pelicula de miedo en la que los dos acabamos asesinados, y si me van a matar esta noche prefiero morir sabiendo que no he sido una idiota.

Le seco el pelo con mi jersey, o lo intento porque la prenda estaba mojada y creo que solo consigo despeinarlo, pero merece la pena por escuchar su risa llenando el cubículo. No era consciente de lo mucho que la había echado de menos hasta este momento. Jamie siempre ha sido callado, un hombre escocés serio, por eso saber que yo he provocado ese sonido me calienta el corazón, nunca lo escuché soltar una carcajada con otra persona que no fuera yo.

―Yo no te dejé. Fuiste tú.

―No, Brianna, yo dejé tu club, no a ti.

―Mi club es lo más importante para mi.

―Y tú lo eras para mi.

―¿En pasado? ―Recojo una de las gotas que resbala por su mejilla, me recuerda a las lágrimas que derramó aquel último día.

―Y en futuro.

Poso mis labios sobe los suyos, mi corazón da saltos de alegría.

Puede que deba replantearme mis prioridades si quiero ser feliz.

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