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Capítulo 1

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que el Hombre quisiera contar su Historia en papel, antes de que incluso aprendiera a curtir las pieles de los animales que cazaban para cubrirse con ellas, antes de que aprendieran a establecerse en comunidades nómadas. Antes de todo esto, existía en la Tierra unos seres que, a diferencia de los humanos, eran inmortales. Sus vidas perdurarían hasta el fin de los tiempos. Su Creador los llamó ángeles. Mas pronto se cansaría de ellos, pues al ser inmortales poco entretenimiento tenían. Así que creó al Hombre y le situó en un lugar privilegiado en su corazón. Desde un principio supo que los ángeles y los humanos no podían coexistir, por lo que se subió al Cielo acompañado de sus ángeles y regaló la Tierra al Hombre.

Todos los ángeles amaron más a su Padre por el regalo de ocupar ese lugar junto a Él. Todos menos uno, su favorito: el Lucero del Alba; más conocido como Lucifer.
Muerto de celos hacia esos seres caducos, Lucifer intentó bajarlos del pedestal en el que su Padre les había subido y creó una daga que tuviese el poder de matar a un ser inmortal. Para ello, hizo algo que a ningún otro ángel se le hubiese ocurrido jamás: se arrancó una pluma de sus blancas, hermosas y esponjosas alas y, con una magia oscura tan antigua como la Tierra misma, creó una daga capaz de segar una vida inmortal y se la entregó a un hombre. Un hombre débil de espíritu que sentía celos hacia su hermano de la misma forma que el ángel los sentía hacia los humanos. Su nombre era Caín, quien utilizó el oscuro y maléfico regalo para acabar con su hermano Abel.

Cuando Dios descubrió todo, castigó a Lucifer como un padre castiga a un hijo que ha cometido una grave falta, y le mandó al Reino de los Infiernos a que gobernara sobre las almas de los malvados.

Después volvió a la Tierra a recuperar la daga, mas ya era tarde, la daga había desaparecido de la faz de la Tierra y nunca más se supo de ella. Con el fin de que el Hombre no llegase a saber nada de semejante arma, se hicieron ciertos cambios en la historia. Sin embargo, unos pocos conocen su existencia; unos quieren recuperarla y otros destruirla pues es un arma muy poderosa que no debería caer en manos equivocadas...

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Dimensión Oscura.

Samael llevaba en brazos al pequeño Tommy Salvatore cuando Sage se le cruzó a mitad de camino y le paró.

-¿Qué has hecho, padre?

-Lo que tendría que haber hecho hace tiempo.

-¿Es cierto que has matado a Elena?

-Si Damon hubiese cumplido con lo que tenía que hacer, ahora no tendría que enterrar a su mujer.

-¿En verdad te crees que así conseguirás doblegarle? Entonces es que no le conoces nada en absoluto, padre.

-Por su rebeldía ha perdido a su mujer y me he llevado a su híbrido. Lo hará, aunque sea sólo para recuperar a su hijo.

-Lo único que has conseguido con esto, es que se revele más aún. Conseguirá la forma de llegar hasta el niño y te lo quitará, puede que incluso de tus manos muertas.

-¿Matarme? ¿A mí? El tiempo que has pasado con los humanos te ha perjudicado la mente, hijo.

-Sabes tan bien como yo que hay ciertas armas que podrían destruir a un ángel.

-Y tú no serás capaz de traicionar a tu padre de semejante manera, ¿verdad?

-Aunque quisiera ya sabes que no podría. Perdí su vista en el siglo XV.

-Y así seguirá siendo. Y, ahora, tráeme una esclava humana lactante para que cuide y críe al niño.


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Fell's Church.

Damon estaba tumbado junto a Elena, quien permanecía fría e inerte en su lado de la cama. Estaba en la misma postura en la que él la había dejado. Oía cómo su madre y hermano hablaban entre sí, murmurando que quizás había perdido la razón. Él sabía que no era así, que Elena estaba muerta, sí. Pero la noche anterior, mientras hacían el amor, compartieron sangre, y él tenía la esperanza de que hubiese sido suficiente para traerla de vuelta.

Estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó cuándo el corazón de Elena había vuelto a latir, por lo que, cuando Elena se despertó soltando un leve quejido, le asustó lo bastante como para que llegase a botar en la cama.

-Princesa -le dijo cuando do se hubo recuperado-, bienvenida, cara mia.

Elena le miró a los ojos y, tras tocarse el cuello y abrir los ojos como platos, se echó a sus brazos, Damon la recibió encantado en ellos.

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