Escena especial: ''Desastrosamente perfecto''
24 de mayo del 2025. Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Todos vamos a morir.
«Maggie, pero...»
Y tan jóvenes.
«Pero y si...»
Yo sabía que esto era una mala idea.
«Maggie, estás en pánico.»
¿Y cómo mierda querés que esté?
«Y agresiva...»
Mala, mala, mala idea.
«¿Tu boda?»
Debimos hacer la de Andrés.
«¿Casarte en las Vegas con un completo desconocido y después negarle el divorcio?»
Bueno, pero siguen juntos; eso es lo que importa.
«Me perdí la parte en la que Manuel te dejó»
Después de ver este quilombo ¿vos no saldrías corriendo?
«Pues si, pero por extraño que suene, Manuel parece quererte»
Puta madre.
Me dejo caer al suelo de rodillas. El vestido antes blanco, se tiñe de rojo y verde junto a la comida esparcida. La música, que solía ser angelical, se distorsiona ante el ruido de los cortes eléctricos de los que antes eran los parlantes. La lluvia, que no debería atravesar un espacio cerrado, se adentra por algún agujero de la que se supone sería la tienda de la recepción. El sonido del mar, turbulento, me recuerda lo que nada previó: una puta tormenta en la mitad de un día soleado.
Doble puta madre.
La lluvia ya no golpea con tanta fuerza, ahora se esparce como brillantina sobre las cabezas de todos, y la muy hija de.. parece estarse riendo.
Podría haber tenido una boda en la ciudad, Fabián me lo ofreció.
Dijo que la pagaría y sería su regalo para nosotros. Pero no, la piba siempre había soñado con una boda a las orillas del mar.
Tenía que casarme en el mar ¿no es cierto?
«En tu defensa no es precisamente tu culpa que el huracán...»
Parece de telenovela.
«Como siempre lo ha sido tu vida, Margot.»
En eso tienes un punto.
Escucho una voz a mis espaldas. Sé de quién se trata y tampoco es que tenga muchos ánimos de conversar con ella tampoco. Es decir, ustedes digan ¿cuántas personas se acuestan con su ex y padre de su hija el día de la boda de su mejor amiga y luego terminan teniendo una discusión gigantesca al lado del sacerdote que la oficiaría? A tal punto de cansarlo y hacerlo renunciar.
¡A un sacerdote!
Triple puta madre.
Pero bueno, resulta ser que en algún punto Andrés se ordenó en línea. Curioso ¿no? y dijo que él nos casaría.
Pero luego comenzó a llover.
— Maggie...
Tal vez si hubiese perseguido mi sueño de ir tras alguno de los Morat, no tendría que pasar por esto.
— Maggie.
«¿Si recuerdas que lo amás al ojiazul uniformado, cierto?»
¡Y es su culpa! ¡Él me pidió matrimonio y...!
— ¡Margot!
— ¡Uno no puede ni hundirse en su propia depresión en paz! —exclamo en voz alta. Las personas, que se encuentran a mi alrededor tratando de recuperar lo que pueden del pollo frito cubierto con arena del suelo (además de lluvia) voltean a verme. Mis ojos están rojos, cansados de llorar cual Magdalena por los últimos veinte minutos.
Suspiro, extendiendo una mano en el aire, disculpándome. Andrés quién está junto con su pelirroja en un intento de evitar que el mantel dentro de la tienda vuele por los aires, voltea a verme. Niego con la cabeza, como indicándole que no es necesario que venga.
Finalmente, la siento caer a mi lado. Uno de sus brazos mojados, rodean mi hombro, atrayéndome hacia ella. Estoy enojada, es cierto. Pero en estos momentos los brazos de mi mejor amiga sirven como el consuelo que necesito para la que ha terminado siendo una boda de pesadilla.
En la que por cierto, todavía no he podido casarme.
Y el novio también está fuera del panorama. Si consideramos que cuando Fabián le había hecho una seña, había desaparecido junto con mis hermanastros y Francisco (ya que este último, entendió que no era prudente quedarse a conversar después de la escena que había montado con Patricia) sin dejar rastro.
— Lo siento, Maggie — se disculpa, mientras deja leve caricias en mi espalda. Su voz está tal vez más rota que la preparación para mi boda. Me incorporo un poco para verla, sus rulos desordenados se mezclan con sus ojos enrojecidos. Me parece, ambas debemos vernos terrible.
— Estás hecha mierda. —comento, en voz alta.
No tenía pensado hacerlo.
La puta madre elevada a la cuatro.
De repente, ya no me siento tan enojada. El nerviosismo mezclado con lo incómodo de la situación me hacen soltar una risa involuntaria, logrando romper el momento tenso. Patricia frunce el ceño, probablemente piensa que me he vuelto loca.
— Vos no controlás los cielos, Pat. — digo, mientras separándome un poco de ella me encojo de hombros —. Ni que fueses Zeus o algún otro dios.
— Me refiero a la escena que puse temprano. —aclara, aunque sabe que yo sé a que se refiere.
«Che, ahí te salió un trabalenguas.»
¡Y sin esfuerzo!
— Está bien — concedo. — No estuvo bien que lo hicieron; pero tengo que admitir que hasta yo hubiese muerto por ver la expresión del sacerdote mientras ambos discutían en el remis de dos puertas.
— Y el sacerdote iba en el medio —comenta, mientras se pasa una mano por la cabellera enmarañada.
Suelto una carcajada.
—De película, de seguro, como todo en mi vida. —agrego.
Y Patricia no puede mantener la expresión seria por mucho tiempo más. Todavía con la lluvia cayendo sobre nosotras, suelta una carcajada, uniéndose a mi muy improvisado ataque de risa. Volviéndonos abrazar, parecemos un par de borrachas.
— ¿Qué querés hacer? —pregunta mi mejor amiga, unos minutos después. Separándose un poco de mi, levanta su vista al cielo, que aunque nublado, parece estarse aclarando.
¿Hacer? La verdad es que no tengo ni puta idea.
Pero al menos, ya la situación no se siente tan pesada como momentos atrás. Ahora, lo que realmente quisiera saber es dónde está mi prometido.
—No lo sé —respondo con sinceridad, dejando escapar un suspiro. Dejando descansar mis rodillas un poco, me siento en posición de indio sobre la arena húmeda. Mi vestido de novia, el cuál me dio mi mamá como regalo de bodas, no es ni la sombra de lo que alguna vez fue. —. Yo solo lo quiero a Manuel, Pat. En este momento, no me importa más nada... solo estar juntos, ser su esposa.
Patricia me observa con un extraño brillo en su mirada, hasta este momento no me había dado cuenta de que tiene el teléfono en su mano izquierda. Sonríe con picardía, como si llevase algún plan entre manos.
«Y siendo amiga tuya, todo puede esperarse.»
— Pues vamos a hacer eso posible, Maggie. Te lo prometo —responde con una determinación que me encoge el corazón.
— ¿Qué quieres decir? —pregunto, con el ceño fruncido.
Pero antes de que pueda responder, el sonido de pasos acercándose hacia nosotras me hace distraer. Levantando la mirada, observo a mi madre y a Andrés acercarse, con una sonrisa igual de pícara en el rostro.
«Y es que parece un complot esto, Margot»
¿Debería tener miedo?
«Puedes. Pero sabemos que como siempre, seguirás la corriente. Así que hácelo, total ¿qué más podría pasar?»
—¿Por qué la cara larga, Brisko amiga? — pregunta el ojiverde de anteojos, dejándose caer pesadamente a mi lado. Colocando una mano sobre mi hombro, me atrae hacia él. Su traje debe estar inclusive más lleno de arena que el mío — Cualquiera pensaría que estás pensando dejar al González plantado en el altar.
— ¿Qué altar, Brisko amigo? Si todo se fue a la mierda con la tormenta. — comento, mientras que con una mano señalo el todavía desastre a nuestro alrededor. — ¿No lo ves el quilombo? No creo que pase hoy.
— Ay, y yo que pensaba que mi Brisko amiga no se rendía con facilidad. —comenta con su característica voz de locutor, pero con su mirada intercalándose entre Patricia y mi madre. — Y nosotros que veníamos a llevárnosla.
— ¿Llevarme?
— ¿Confiás en nosotros, Maggie? — pregunta Patricia, en un tono que por fuera de toda broma involucra un significado más profundo.
Como también lo es mi respuesta.
—Siempre.
De que confío, lo hago. Ahora de que eso se trate de una buena idea, no estoy tan segura.
Sin embargo, me dejo llevar.
De la mano de Andrés y el resto de mis amigos y familia, caminamos sobre la arena mojada por lo que parecen minutos interminables. Mis pies, ahora descalzos puesto que al pedo seguir usando la zapatillas, deben estar por presentar un par de ampollas.
El vestido largo, ya me ha hecho tropezar un par de veces. La última, sobre la esposa de Andrés, Amy. Sonriéndome, me ayudó a levantarme.
Era media tarde cuando todo comenzó, ya ahora el sol, que se encuentra en una batalla constante con las nubes presenta una luz muy tenue esparcida por las pocas partes despejadas del cielo y sobre la superficie del mar, generando una escena encantadora. El sonido de las olas del mar ya no es tan turbulento, al contrario, en un ritmo que parece constante me anima a seguir caminando, aún cuando no sepa a dónde me dirijo. Porque pienso en él, en el amor desbordante que siento.
Y si esto, cualquier cosa que estemos haciendo, me lleva a estar a su lado, entonces lo viviría una y otra vez, sin cuestionarlo.
El sol ya está a punto de perderse en el horizonte, cuando llegamos a una especie de restaurante junto a la playa, el que reconozco como uno de los lugares a dónde fui con Manuel la última semana, cuando viajé desde la capital para terminar de finiquitar los últimos detalles para la boda.
El mismo, de una estructura de madera sólida, está a una cuantos metros del hotel en dónde nos hospedaríamos hoy, en nuestra noche de bodas. Con luces de faroles encendidas a su alrededor, de colores diferentes cual arcoíris, no parece haber sufrido mayores daños debido a la tormenta.
Mis amigos caminan con decisión hasta la entrada. Mientras que yo, un par de pasos atrás observo la estructura con confusión, sin entender todavía el motivo de nuestra llegada. A lo lejos, proveniente del salón interno las tonadas de una música que no es otra cosa que familiar llenan mis oídos de forma melodiosa ¿eso es Morat?
«¡Ay! que ya comienzo a entender»
Justo al lado del mar, con una hermosura que podría superar cualquiera de mis sueños infantiles, hay varias mesas también de madera una al lado de la otra perfectamente acomodadas y organizadas con la utilería del local. Flores, de diferentes tipos y formas decoran el borde un pasillo central, y al final de este, un altar improvisado espera.
Me espera.
El ambiente se llena de un olor delicioso a comida recién hecha. Pizza, papas fritas y mis predilectas: las hamburguesas a la parilla.
Pero...¿Cómo?
«¿A vos qué te parece? Para mi que hay más de una persona que te quiere mucho, Maggie»
Es entonces cuando lo veo, parado a unos metros de distancia en su uniforme militar. Mi corazón martillea con fuerza contra mi pecho, y mis dedos temblorosos, se posan sobre la falda manchada del vestido de tul, mientras que con pasos presurosos se acerca a mi dirección.
Cuando está a un par de pasos se detiene, mirándome expectante. Sus ojos azules, aquellos capaces de traspasar mi alma con una sola mirada, tienen ese brillo especial, ese que tiene cada vez que me mira.
Una sonrisa que podría hacer que lo bese ahí mismo, surge en su rostro, haciéndolo todavía más perfecto.
Es más, es justo eso lo que pasa. Porque parece que su mente y la mía, trabajan en sincronía. Rompiendo la distancia que nos separa, envuelve sus brazos alrededor de mi cintura atrayéndome hacia él con una ternura y lentitud que suponen una tortura. Sus labios a centímetros de los míos, su corazón latiendo con la misma rapidez ante la mezcla de nuestras respiraciones. Y me besa.
Mi pulso aumenta al igual que la calidez del ambiente. Que a pesar de estar en pleno otoño, parece haber subido unos cuantos grados.
El desastre y la pesadez del día dejan de importar mientras mis labios se unen a la dulzura de los suyos, jugando con ellos como lo más excitante que existe, porque lo es. Unos segundos después nos separamos, jadeantes, su nariz roza con la mía y la explosión de las mariposas en mi panza juegan con que logre entender la profundidad de mi amor por él.
Si es que no lo sabe todavía.
—Hola, Mags — saluda, todavía muy cerca de mis labios. — Perdoná que tuve que ausentarme un rato, es que estábamos con algunos preparativos.
Sonriendo, coloco ambas manos alrededor de su cuello, dejando un beso rápido sobre sus labios.
—¿Qué tipo de preparativos? —pregunto, con diversión.
— De boda, mi amor. — responde este, en un tono que me derrite. — Claro está, Margot de Carmen, si todavía me aceptás.
— Ay, Manuel Eustacio —comento, con fingida molestia. — Y yo que pensaba que me habías plantado en el altar.
— ¿Yo? — pregunta, siguiéndome el juego. — Nunca, mi amor. No hay nada que quiera más en el mundo que ser tu esposo.
«¡Ay, que me muero!»
Mis ojos se llenan de lágrimas, en una mezcla de emociones que no es otra cosa que reconfortante.
— ¿Entonces....todo esto? —pregunto, recostando mi cabeza en su pecho, el roce de mi mejilla contra la arena en su uniforme es cosquilloso. Respiro hondo, impregnándome con aquel familiar aroma que me desarma.
— Con Fabián y tus hermanastros pensamos en venir al restaurante y comentarles la situación. Les tomó un par de minutos ver nuestras ropas y mi cara de desesperación para decir ayudarnos. — susurra, en mi oído. — Sé que no es exactamente todo lo que siempre habías soñado, pero pienso que...
Lo interrumpo.
— Tienes razón, no es lo que esperaba. — digo, en voz baja — Es muchísimo mejor, mi amor.
Deja escapar un suspiro cargado de alivio. No puedo verle el rostro, pero sé que está sonriendo.
Separándose un poco de mi, limpia con sus dedos mis lágrimas con suavidad. Luego, deposita un pequeño beso en mis labios.
— Bueno, creo que es hora de que vayas a cambiarte. — comenta, mientras que siguiendo su mirada hacia mi derecha las veo a mi madre, Patricia, Candela y Amy a unos pasos de nosotros, sonriéndonos.
— ¿Cambiarme?
Manuel asiente.
— Mi madre se encargó de todo. — responde, haciéndome sonreír —. Andá — me anima, cariñoso — Te espero en el altar.
Asiento. Pero al voltearme y comenzar a dirigirme hacia las chicas, toma de mi brazo, jalándome hacia él. Antes de poder preguntarle, sus labios están de vuelta sobre los míos. Me besa con una intensidad que me hace perder el aliento y el suelo, como si flotara entre las nubes en el cielo.
Un fuerte carraspeo nos hace separarnos. Al lado de las chicas, Andrés nos observa con una fingida expresión seria.
— ¡Que ahora es que hay tiempo para el romance! —exclama, ahora riéndose. — ¡Vamos, galán! — dice dirigiéndose a Manuel. — Que vos también tenés que cambiarte.
Suelto una carcajada. Los vellos en mi piel se erizan, y no tiene nada que ver con la ropa mojada. Es Manuel, y su casi imperceptible roce con mis dedos y lo que trasmite en mi, una sensación parecida a de una brasa encendida. Acercándose a mi oído, susurra: —Te amo, Mags.
— Te amo, Manu.
Entonces ambos, corremos a prepararnos.
— Estás hermosa, mi vida — dice mi madre, mientras el velo cae dulcemente sobre mi rostro. Lágrimas cubren sus ojos. — Estoy muy orgullosa de vos, y estoy segura de que tu papá también lo estaría.
— Ay, mamá. — abrazándola, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Una sensación que es tanto cálida como acogedora llena mi pecho, porque no podría sentirme más amada de lo que ya me siento.
«¡Que se nos arruina el maquillaje, che!»
— Ay, mi niña hermosa — dice Candela a mi lado, apretando mi mano con cariño, también llorando. Me separo de mi mamá, para centrarme en ella. — Siempre te he amado como una hija, y no sabes de que dicha tan grande se llena mi corazón al saber que vas a ser mi nuera. Te amo, cariño.
— Y yo a vos. — respondo, y una especie de abrazo grupal de forma, uniéndose hasta la Margot junior.
— ¿Lista? — pregunta Pat, que junto con Amy, Andrea y la junior forman parte de la lista de damas de honor. Asiento. — Vamos, entonces, que el amor de tu vida te espera.
Pasaron tantas cosas para llegar a este momento.
«Y que lo digas.»
Muchas veces me sigo sintiendo dentro de un sueño; el mejor vivido en toda mi puta vida.
«El sueño hecho realidad, Maggie. Y nadie se lo merece más que vos.»
Voy descalza.
«¿Y? suena como la Maggie que todos conocemos.»
Camino con paso tembloroso hasta el altar, con un ramo de girasoles en la mano derecha, y a mi izquierda mi brazo entrelazado con el de mi madre. De fondo, Simplemente pasan de Morat suena en su versión acústica. Las personas a mi alrededor se levantan, expresiones familiares y cargadas de felicidad por el momento que se desarrolla me llenan de forma embriagadora. Pero no es si no hasta que mi vista se centra al final del pasillo de arena, que todo lo demás deja de existir. Al lado de Andrés, quien, al final, tendrá la tarea de casarnos, Manuel me observa con lágrimas en los ojos.
Está él y solo él. Los miedos desaparecen, al igual que lo que pudo haber sido.
Porque lo que está, este momento, es lo real. Y lo único que quiero.
Dentro de nuestra fantasía, en esa donde existimos solo él y yo lo siento tomarme de la mano. Perdidos el uno en el otro, como siempre lo hemos hecho.
Mientras Andrés comienza a hablar, mis pensamientos se pierden en aquellos momentos compartidos, que no son otra cosa que los recuerdos más valiosos que tengo.
''— Sos mi mejor amiga, Mags —habló de repente, sobresaltándome un poco.
— Y tú eres el mío —respondí en voz baja, dándome cuenta de que era cierto. Manuel no era solo mi mejor amigo, sino también el único amigo real que había tenido en mi vida.''
— Yo, Manuel Eustacio Gónzalez, te tomo a vos, Margot del Carmen Bermúdez Gutiérrez... — hace una pausa, al ver mi sonrisa torcida al decir mi nombre completo, guiñándome un ojo. — como mi esposa, para amarte, respetarte, y cuidarte en la salud y en la enfermedad, todos los días por el resto de mi vida. Y aún después de ella, mi amor. —culmina, con la voz cortada.
Verlo tan vulnerable me quita la respiración. Con cuidado, con mi mano entre las suyas, coloca el anillo en mi dedo anular.
''— Hagamos un pacto —propuso en voz baja, levanté una ceja.
— ¿Qué tipo de pacto?''
—Yo — comienzo, pero carraspeo un poco pues sale en un tono aguado. — Margot del Carmen Bermúdez Gutiérrez, te tomo a vos, Manuel Eustacio Gónzalez, como mi esposo. — limpio un par de lágrimas que caen de mis ojos — Para amarte, cuidarte y respetarte... en la salud y en la enfermedad, todos... — dejo escapar un sollozo. — Mierda ¡Perdón! — me disculpo antes las risas y lágrimas de los presentes. — Te amado toda la vida, mi amor. Y voy a hacerlo hasta que mi corazón deje de latir y aún más allá de eso. Porque estás atascado conmigo eternamente.
—Suena como un buen plan, Mags — responde mi mejor amigo y hombre de mis sueños entre lágrimas. — Porque no tengo pensado dejarte ir.
''— No importa lo que pase, siempre seremos amigos —dijo con esa sonrisa compradora—. Siempre estaremos en la vida del otro —acercó su mano a la mía, con el dedo meñique en alto, esperando que cruzara el mío con el suyo —. ¿Tenemos un trato?
Sonreí, sintiendo ese extraño cosquilleo recorrer todo mi cuerpo, y, con la mirada fija en la suya, unimos nuestros meñiques, sellando nuestro acuerdo: — Trato hecho.''
—Entonces — carraspea Andrés, quien trata de disimular las lágrimas que también caen de sus ojos. — Por el poder otorgado en mí por un curso de media hora en una página del gobierno, los declaro, marido y mujer. Manuel, puedes besar a tu esposa.
«¡Vamos, carajo! ¡Que hoy se celebra!»
En un latido la distancia entre nosotros desaparece y nuestros labios se unen en sincronía.
El sonidos de aplausos y vítores nos rodea como un hermoso canto para la situación que desastrosamente no ha sido otra cosa más que perfecta.
«Y recuerden, esto es solo el inicio»
NA: ¡Holaaa! ¿Cómo están? ¡Sé que esto no se lo esperaban! ¡Yo tampoco! Decidí escribirles cómo fue la boda de la Maggie y Manuel como una celebración porque la historia resultó ganadora del primer puesto en la categoría de Chick Lit en los Premios Submarino 2024.
Y eso me tiene muy contenta.
Espero que les haya gustado volver a leerla a Maggie :)
Muchas gracias por siempre acompañarla a lo largo del camino.
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