Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epílogo: ''Margot del Carmen Bermúdez Gutiérrez, oficialmente renovada''

¡Hola! Este, bueno, me parece que me desaparecí de manera muy abrupta ¿No les parece? eso no fue muy cortés de mi parte.

«¿Y qué más?»

Tuve una conversación una profunda conmigo misma. Ya saben, con mi voz interior.

«Que trabajo que fue ese.»

Porque mientras más lo pensaba, más cuenta que me daba que dejar las cosas así no era la mejor solución. Por más que fuese la más sencilla.

«Tan solo nos tomó unos cuantos días y un par de tragos.»

La cuestión es esta, no creí que valiese la pena continuar con la historia después de que Manuel se fue, porque sentí que no tenía sentido. De alguna forma, llegué a pensar que el punto de relatarles todo esto era meramente para tener testigos de la que considero una historia de amor inconclusa.

Pero estaba equivocada. Esta historia, como la vemos en todos los aspectos no se trataba solamente de Manuel y el cuánto lo quería...o en cuanto lo quiero. Es decir, en parte era eso. Porque mi amor por él es parte de lo que soy, sin embargo, no es todo lo que soy.

Esta historia, ese año, más allá de cualquier otra cosa se trataba de renovarme a mí, Margot Bermúdez. Aprender a valorarme como nunca antes lo hice.

Entonces, supongo, me debo no solo a mí misma sino a ustedes también terminar lo que comencé, y al final del mismo, ver que tan lejos he llegado.

Hubo un punto de quiebre cuando se fue. Tal vez porque esta vez era distinto, Manuel hizo por mí lo que yo nunca en la vida me atreví a hacer. Me liberó de lo que siento por él. Pero no es cómo piensan, no es que dejara de quererle.

En los últimos trece años, nunca había imaginado una vida sin él. Siempre estuvimos ahí, juntos, pero perdidos en nosotros mismos. Él entendió que para cambiar debía cortar de raíz, cerrar puertas y no mirar atrás. Yo aprendí que antes de amar a alguien, debía amarme a mí misma primero.

Cosa, que hasta ese punto no había conseguido. Y esa, es la razón por la que nunca pude decirle que lo amaba en voz alta. Lo entiendo ahora. No se trataba de que no amase o que no creyese en su amor por mí. La respuesta era tan simple, estaba a la vista, pero no había podido verla, era porque no estaba lista.

No solo con él, sino con cualquiera. Porque no puedes forzar el aprender a quererte en base a cuanto te quiera otra persona, o en base a lo que los demás piensen de ti. Es algo que tienes que construir vos, por vos y para vos, para nadie más.

No necesitas encontrar pareja para no quedarte sola. O someterse a tolerar situaciones que no deben ser toleradas por miedo a lo mismo.

Una vez que entendí eso, mi vida cambió para siempre. Y no es que sea un proceso fácil, el de aceptarse y de quererse, hay veces en donde me puedo ver retroceder. Pero, la cuestión está en nunca rendirse.

Porque ahora que él no está, puedo finalmente verme con los ojos con los que me veía. Entiendo lo que valgo, entiendo que soy especial.

Y nada de eso hubiese pasado de no haberme atrevido a intentar algo diferente, a salir de la que consideraba era mi zona de confort.

Ahora, con mi corazón sano, siento que puedo hacer cualquier cosa. Porque he sanado ¡En verdad sané!

Acá les va, entonces, lo que pasó el resto de ese año.

También, no hay otra mejor manera de contarlo que en presente. Porque eh, es lo que estoy viviendo en este momento. Porque escribo esto, sentada en un tren, dando un salto de fe.

Y si esto tiene que terminar ¿Qué mejor manera que cometiendo una locura? ¿Verdad?

«Si Maggie, sí.»

Peroooo... ¡Volvamos al modo historia! Que así es más divertido de contar.

2 de marzo del 2024. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 364 de 365.

Pienso en cómo las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Si alguien le hubiera dicho a la Maggie de un día como hoy hace un año que esta sería su vida, probablemente se hubiera reído en su cara. Cuando me viene a la mente aquella persona, la que solía ser, parece como si fuera de otra vida. Como si este último año, estos últimos doce meses, hubieran marcado la ruptura entre lo que fui y lo que soy.

No es que pretenda decir que ahora soy una especie de ser humano perfecto, porque eso, seamos completamente honestos, no puede estar más alejado de la realidad.

En el último mes y medio, he encontrado consuelo y propósito en mi trabajo en el refugio por las tardes. Además, me inscribí en un concurso para participar activamente en el periódico de la facultad. Si todo va bien y gano, podré tener mi propia columna y escribir un par de artículos a la semana. Es una oportunidad perfecta para hacer oír mi voz.

Lo extraño, no voy a negarlo. Sin embargo, es algo a lo que trato de no darle mucho pensamiento.

Ahora estoy en casa de mi mejor amiga. El clima sigue siendo bastante pesado, aunque ya el verano está llegando a su fin (finalmente). Con un par de ventiladores encendidos, estoy sentada en el living con lo que es para mí, sin lugar a dudas, lo mejor de este año: el regalo más hermoso, mi tocaya, Margot Junior, en mis brazos.

Qué rápido pasa el tiempo, porque mientras se queda dormida en mis brazos, me cuesta creer que ya tiene tres meses. Parece haber sido ayer cuando, en la oscuridad de la tormenta (literalmente hablando), la ayudé a llegar al mundo.

¡Ja! En realidad, esa fui yo, ¿cierto? Si me lo preguntan, es como si lo hubiera visto en una película.

«Tu vida es una película, Maggie.»

Cierto.

—¿Y? ¿Qué planes tenés para mañana? —sentada frente a mí, Patricia da un sorbo a su mate.

Llevo casi catorce años viviendo en Argentina, y les juro que esta es la única cosa que jamás entiendo.

«¿Tomar mate?»

¡No, me encanta el mate!

«¿Entonces?»

Tomar mate en verano. Es como que, boludo, por favor... de solo ver el agua caliente me quiero morir. ¿Por qué mejor no hacerse un tereré con jugo de naranja y hielo? ¡Uh! Ahora me antojé.

«Maggie, te hicieron una pregunta.»

¿Ah, qué? ¡Cierto!

Mañana. Intento mucho no pensarlo. No lo sé, se siente casi como algo definitivo. El fin del que ha sido, para mí, el año mejor vivido de toda mi vida.

Patricia me extiende el mate, pero lo rechazo.

—No lo sé —respondo, mientras mi mirada se dirige a mi sobrina, ahora dormida —. En verdad, que una peli y unos pochoclos no suena como mal plan.

Patricia asiente, mientras me observa. Sé en lo que está pensando. Sin embargo, ninguna de las dos toca el tema. Al menos no todavía.

En eso, Francisco entra en la habitación. Acaba de llegar del trabajo. Desde que Margot nació (aww, sigo sin poder creer que la hayan llamado así, en realidad, no lo creo hasta que me mostraron el DNI) ha estado tomando los turnos diurnos en el restaurante para poder estar más tiempo con ellas por las noches.

Se acerca hacia mi amiga y deposita un tierno beso en sus labios. Suspiro mientras los miro, porque esas miradas que se dan entre ellos delatan mucho más que el beso en sí. Sonrío. Solo es cuestión de tiempo que lo reconozcan en voz alta. Y por lo que veo, tal vez no falte mucho para eso.

Francisco me sonríe y luego se va hasta la cocina.

—¿Piensas que en algún momento aclararán las cosas entre ustedes? —pregunto, Patricia me mira y en sus ojos hay un pequeño brillo.

—Supongo que tengo miedo —responde, sin verme a los ojos —miedo a lo que podría pasar.

—¿Y por miedo vas a dejar escapar la oportunidad...? —me detengo a media pregunta.

Patricia me mira, confundida.

Es que lo siento. Ese algo que todavía no puedo liberarme. No es algo que me domine por completo, pero está ahí, latente.

Un vacío.

«Un vacío que tiene nombre y apellido.»

Y de repente entiendo que no tengo necesidad de sentirlo, no si puedo hacer algo al respecto.

«¿Qué quieres decir?»

Me levanto y camino con cuidado hacia donde está Patricia, dejando a su hija dormida en sus brazos.

La abrazo: —Tengo que irme.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta, mientras me mira enarcando una ceja.

—Creo que haré un pequeño viaje... —suspiro —a Mar del Plata.

«¡Eso! ¡Salto de fe!»

Patricia esboza una pequeña sonrisa, una que refleja un tanto de picardía.

—¿Qué? —pregunto, confundida.

Niega con la cabeza.

—Nada —responde —ve a decirle al hombre del que has estado enamorada media vida que lo amas, Maggie.

Siento como si se me encogiera el corazón, una pizca de miedo que me detuvo la última vez.

—¿Y si no sale bien? —me sorprendo preguntando.

—Seguirás siendo vos, la fantástica Maggie.

«Todo irá bien, Maggie.»

Pase lo que pase.

3 de marzo del 2024. Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Día 365 de 365.

Último día del año, de los doce meses que me había prometido.

Y bueno, también mi cumpleaños. No puedo creer que tenga veintisiete años, pero esa es una historia para otro monólogo.

«¡Te ves bien, Maggie, dale, que los treinta son los nuevos veinte!»

Alguien que me diga por qué en mi sano juicio pensé que esto era una buena idea.

«¡No te achantes ahora!»

Llego a la cafetería. Son alrededor de las tres de la tarde, y en la base me dijeron que está en su día libre. Tras preguntar un poco, me comentaron que puedo encontrarlo aquí.

El lugar es más grande de lo que pensé que sería cuando me hablaron de la ''pequeña cafetería donde se reúnen a merendar''. Con altos ventanales de vidrio y las paredes decoradas de diferentes colores, el sitio parece sacado de alguna película de los cincuenta. Está a reventar de gente. Tanto que tengo que hacer fila afuera para poder acceder.

Me siento aliviada cuando finalmente lo hago, aunque la sensación solo dura un par de minutos. Miro alrededor buscándolo mientras uno de los meseros me indica mi mesa, pero por más que intento, no logro encontrarlo entre la multitud.

Hay una tarima al final, al lado de la barra donde se prepara el café. Varias personas se suben, uniéndose a lo que parece ser un karaoke improvisado.

Sopeso mis opciones mientras me pido un jugo de naranja. No he comido nada en todo el día, pero estoy tan nerviosa que probablemente vomitaría si lo intentara.

Otra vez mi mirada escudriña la multitud. Nada, no hay señales de él.

Quizás ni siquiera está aquí. Mierda.

¿Y si no quiere verme? Siempre cabe esa posibilidad, y yo, que me endeudé hasta la médula comprando el pasaje en tren.

«Recuerda, Maggie, esto es un salto de fe. Y sin importar lo que pase, no cambia quién eres.»

Bueno... ¿Qué puedo hacer para encontrarlo?

«Podrías hacer un gran gesto de amor.»

¿Un gesto de amor?

«Sí, Maggie, como esos de las películas románticas.»

«Ese en el que la protagonista busca a su enamorado en la multitud. Algo que le haga ver que en realidad estás hablando en serio.»

Miro hacia la tarima. Una pareja acaba de terminar una canción, una de las nuevas de Pablo Alborán.

De repente, se me ocurre exactamente lo que debo hacer.

No lo pienso (porque si lo hago, probablemente no lo haré) y corro hacia la tarima, arrebatándole el micrófono al organizador. El chico me mira sorprendido, así que intento explicarle en pocas palabras cuáles son mis intenciones.

Él asiente, sonriendo, parece incluso divertido: —No puedo decirle que no al amor. Buena suerte.

Le sonrío, nerviosa y agradecida.

¿He mencionado que siempre he odiado ser el centro de atención?

Siento que podría vomitar. Me duele la cabeza y estoy un poco mareada. Pero tengo que hacer esto.

—Hola —saludo, un pitido fuerte en el micrófono hace que todos (incluyéndome a mí) cubramos nuestros oídos con las manos —Lo siento —me disculpo—, mi nombre es Maggie, y estoy buscando a alguien.

Un silencio total llena la cafetería, interrumpido solo por algunos murmullos. Supongo que es cierto lo que dicen, a la gente siempre le gusta un buen chisme.

Respiro hondo, intentando que el aire llegue correctamente a mis pulmones. No logro encontrar más palabras.

Quiero llorar.

Y de repente, como si fuera una comedia romántica, lo veo.

Todo lo que puedo escuchar son los latidos de mi corazón, que late descontroladamente en mi pecho, como si quisiera salir disparado. Mi cuerpo tiembla entero y mis ojos se llenan de lágrimas cuando se encuentran con el azul de los suyos.

Va en su uniforme militar, camina hacia mí con cierta elegancia, como si el tiempo no hubiera pasado.

Como si la discusión que tuvimos en el andén no hubiera sido más que un sueño.

Pero cuando está a unos pasos, se detiene, cruza los brazos, expectante.

Parece que también quiere ver hasta dónde puedo llegar con todo esto.

Presiono el micrófono con fuerza, me sudan las manos.

Esto sería más sencillo estando borracha.

«No cada vez que seas brutalmente honesta tienes que estar borracha.»

Lo sé.

«Puedes hacerlo, Maggie, vence el miedo. Hay cosas por las que vale la pena luchar.»

Y una de esas cosas son mis sentimientos por él.

—¡Hola! —digo con valentía, todas las miradas están sobre mí —. Eh, bueno, perdón por interrumpir su tarde.

—¡Ya está, no des tantas vueltas! —grita alguien desde el público. Trago con fuerza.

Respiro hondo para contener las lágrimas, mi atención está completamente en él, como si estuviéramos solos en la habitación.

¿Cómo puede estar tan tranquilo?

La maldita sea.

«Recuerda lo que te trajo aquí en primer lugar, Maggie. Y todo lo demás será sencillo.»

Lo que me trajo aquí en primer lugar. La respuesta es tan clara que puedo ver a través de ella: amor.

Amor, verdadero amor.

—Resulta que no estaba lista —digo con firmeza, intentando no tartamudear—. No tenía que ver con que no pudiera creerte o que no te hubiera perdonado —mi mirada no abandona la suya—, eso lo hice desde el primer día. Tenía mucho miedo. Es más fácil esconderse detrás de una excusa que admitir que hay cosas en las que tienes que trabajar dentro de ti mismo. Y sé que vos, en esto, me entendés.

Flashes de los últimos trece años y medio a su lado pasan por mi mente. Mi mejor amigo, mi amante, mi confidente, mi compañero en las mayores aventuras de mi vida. Mi lugar seguro.

—Manuel —mi voz empieza a quebrarse, pero carraspeo—. Ya no tengo miedo.

Su expresión cambia, un torbellino de emociones se refleja en su rostro. Sus ojos se le cristalizan.

«¡Vamos, Maggie, vamos!»

—Creo que desde los diecinueve te he llamado ''mi nada antes y mi nada después'' y me resigné a eso —la adolescente dentro de mí llora, recordando—. Como en un bucle, siempre volvía a ti pero nunca había nada más allá de eso. Ahora entiendo, que es porque siempre volvía siendo la misma.

«¡Díselo!»

—Te amo —suelto de golpe, como si mi corazón lo hubiera pateado fuera de mi pecho—. Te he amado todos los días desde que tenía trece años, entonces... —sonrío, ruborizada— podría decir que más de la mitad de mi vida ¿no es cierto? Y mi corazón no parece querer parar en ningún momento cercano —dejo escapar un suspiro, la adrenalina me recorre entera—. Lo intenté, créeme... pero es imposible. Estoy enamorada de vos, Manuel, no voy a negarlo más.

¿Lo dije? Ay, Dios. Lo hice.

«Sí, yo tampoco puedo creerlo.»

—Te amo porque sos gentil, porque recordás cada detalle, como mi fascinación por unos caramelos morados. Te amo, por cómo me abrazas cuando duermes junto a mí y porque me cubres cuando tengo frío. Te amo por tus locas ideas, te amo por tu testadurez. Te amo por tu risa y también por tu sarcasmo. Te amo por tu cabello largo hecho mierda, así como también por tu cabello corto y prolijo. Te amo por como te ves con uniforme de mesero, igual que te amo en uniforme militar.

La adolescente dentro de mí grita y da vueltas en una especie de desfile. Nunca pensé que, al decirlo, me sentiría tan libre.

—Te amo por tus hermosos ojos azules y ese brillo que ahora tienen cuando me miran. Te amo por todas las cosas que has hecho bien Manuel, así como también por todas aquellas que has hecho mal. Te amo porque sos mi mejor amigo, la persona que mejor me conoce en el mundo. Verás, entendí que no necesito que alguien venga y me rescate, que yo soy suficiente para ser feliz. —continúo—. Que todos somos nuestros propios antes, nuestros intermedios. Pero resulta ser que todo tiene más color cuando estás a mi alrededor, haces de toda aventura algo más divertido. Entonces, Manuel, te pregunto ¿Quisieras juntar tu antes y tu intermedio con el mío e ir en busca de ese después? Ojo, te advierto, puede que nos lleve toda una vida.

Manuel se mantiene quieto, no ha movido ni un músculo. Me mira fijamente, Dios mío, cómo amo esos ojos azules.

La gente a nuestro alrededor pasa sus miradas de él hacia mí y viceversa, esperando.

Pasando los minutos, me siento avergonzada. Bueno, sabía que esta era una posibilidad.

Pero nunca imaginé que sería frente a tanta gente.

«Fuiste muy valiente, Maggie.»

Devuelvo el micrófono al organizador del karaoke y me vuelvo para bajar del escenario.

De la nada una mano toma mi brazo y me detiene.

Su mano.

—Margot del Carmen, ¿a dónde pensás que vas?

Me giro, y mi mirada encuentra ese hermoso brillo en sus ojos, ese mismo brillo que ahora tiene cada vez que me mira.

Me sonríe.

«¡Che, golpe bajo, usó la carta del segundo nombre!»

—A pasar mi pena en soledad, Manuel Eustacio —respondo, complacida de que su segundo nombre sea peor que el mío.

Se ríe y colocando ambas manos en mi cintura, me atrae hacia él. Nuestras narices se rozan, sus ojos miran mis labios.

— ¿Podés repetir lo que dijiste? —susurra con una boba sonrisa.

«La boba sonrisa de un hombre enamorado»

—¿Voy a ir a llorar mis penas en soledad? —repito en modo de pregunta, aunque sé que no se refiere a eso.

Niega con la cabeza, divertido:

—Un poco antes de eso.

Levanto ambos brazos y rodeo su cuello con los mismos:

— ¿La parte en la que dije que te amo? Porque sí, te amo, Eustacio.

—Pues mirá qué conveniente —responde con ternura—. Resulta que yo también te amo, Mags. Y me gustaría mucho buscar ese ''después'' a tu lado.

—Pues, qué cosa... —comento mientras mi voz tiembla ligeramente—. Supongo que tendremos que hacer algo al respecto.

Asiente.

—Empezando por esto —y antes de que pueda reaccionar, sus labios encuentran los míos.

Al principio, su beso es tímido, tal vez porque ambos necesitamos la confirmación de que esto no es un sueño, que es real. La sensación es parecida a un torbellino: todas las emociones reprimidas los últimos meses salen disparadas sin ningún tipo de control. Me dejo llevar completamente, sintiendo cómo una descarga de esa familiar electricidad nos recorre.

Ahora, nuestros labios se mueven en sincronía, con seguridad. Un par de lágrimas se me escapan por el amor tan intenso que siento. Ya no hay más muros, no hay más secretos, no hay más miedo. Simplemente somos Manuel y yo en el lugar donde pertenecemos, en donde más sentimos. Sus brazos me aprietan con mas fuerza, mientras profundiza el beso.

Cuando finalmente nos separamos, estoy sin aliento, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Sus ojos brillantes encuentran los míos y sé que siente lo mismo yo: finalmente.

La gente alrededor aplaude, como en el final de cualquier película romántica.

—Oh, y feliz cumpleaños —comenta Manuel con una sonrisa traviesa, aún cerca de mis labios.

—Espero que tengas un buen regalo —bromeo, y separándome un poco más, entrelazo mis dedos con los suyos.

—¿Qué tal suenan unos caramelos morados?

Sí, este chico sabe exactamente cómo conquistarme.

Así que...

Para poder estar juntos, tuve que aprender lo que aprendí: amarme y encontrarme más allá de todo eso, y él hizo lo mismo.

Porque al hacerlo, finalmente pudimos amarnos como siempre debimos, bien.

Y esta es mi historia de amor, en todos y cada uno de los sentidos.

«¡Aww! ¡Amo los finales felices!»

¿Y quién dijo que era el final? Esto recién comienza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro