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Epílogo #2: ''En esta y en las que siguen''

4 de marzo de 2025. Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Un año y un día después.

—¿Y qué tal el trabajo...? —Patricia se sienta a mi lado en el sillón, trae consigo dos boles llenos de pochoclos (uno salado y uno dulce) y me tiende el salado.

«Qué lindo cuando la gente te conoce.»

La verdad es que sí.

Estamos en la casa que compró en Olivos. Se mudó hace unos tres meses y vengo a verla unas tres veces por semana; muchas veces me quedo a dormir. Con todo el asunto de su separación y Manuel trabajando en Mar del Plata, hay momentos en donde llegamos a sentirnos un tanto solas, y en el caso de Pat, nostálgica. Así que ganamos mucho en la compañía de la otra. No sé qué haría sin ella, y sé que ella se siente igual con respecto a mí.

—Bien, esta semana escribí dos nuevos artículos para el periódico de la Facultad, y por la tarde sigo yendo al refugio —respondo con entusiasmo, ya estoy llegando a media carrera por lo que me han estado confiando más responsabilidades.


«Y está pensando en adoptar un perrito.»

Pensando, ahí está la palabra clave.


«¡Oh vamos Maggie!»


—Me contenta mucho, Maggie —mi amiga sonríe mientras coloca un par de pochoclos en su boca—. A veces parece otra vida el pensar en nuestro tiempo trabajando en el restaurante.

Asiento.

—Han sido un par de años movidos... ¿No es así? —comento y Patricia se ríe.

—Por ponerlo de alguna manera. —responde.

—¿Cómo lo llevas? —inquiero. No hemos tenido mucho tiempo de hablar esta semana.

—Hay días mejores que otros, supongo —responde mientras suspira; su mirada está en la televisión, aunque no le está prestando mucha atención—. Las noches en las que Maggie está con él son las más duras, esta casa se siente muy grande para mí sola.

—¿No has pensado en contárselo...? —me atrevo a preguntar, a pesar de que ya hemos tenido esta conversación antes y la respuesta siempre es la misma.

Patricia me mira y puedo verlo en su mirada, está pensando lo mismo.

—Sabes que no ganaría nada si lo hiciera, es mejor así.

Suspiro, hoy no quiero discutir. Menos con ella. Ya retomaré el tema otro día.

Asiento y ambas centramos nuestra atención de vuelta en la televisión. O al menos lo intentamos.

Mi cabeza no para de dar vueltas, y parece que la de ella tampoco, porque de repente pregunta: —¿Cómo estuvo la noche de cumpleaños?

La puta madre. Tenía la esperanza de no tener que hablar de eso, o pensar en eso.

Puesto que no he podido hacer otra cosa en todo el día: —Tuvimos una discusión. Se supone que estaría por dos días, pero hubo un cambio en su itinerario y solo pudo quedarse una noche.

—Entiendo —responde, mientras me ve fijamente. La pantalla de la televisión cambia, créditos, terminó el episodio de la serie que estamos viendo y no le hemos prestado atención: —Sabes que con su trabajo estas son cosas que puedes esperar.


«Créeme, lo sabe, por eso no hace otra cosa sino sobre pensar desde anoche.»


—Lo sé, es solo que... lo extraño. —suspiro —Este último año ha sido duro, Pat, el verle por cortos períodos de tiempo cada dos o tres semanas.

Deja el bol de pochoclos en la mesa que tenemos frente y se gira un poco en mi dirección: —Lo han estado manejando muy bien, Maggie. Queda poco tiempo. Sí, la distancia es una mierda, pero no es para siempre.

—Si es que le autorizan el cambio... te juro, no sé si voy a poder soportar tener que seguir viéndolo cada dos semanas un ratito por otros ocho meses. —carraspeo para intentar disimular el hecho de que estoy por largarme a llorar —Le hablé de la posibilidad de mudarme a Mar del Plata mientras le dan el cambio, pero como estoy a mitad del cuatrimestre no quiere interrumpir mi proceso.

Patricia levanta una ceja y me mira con cierta desaprobación. Igual que lo había hecho Manuel anoche y lo que había desencadenado la discusión.

—Sé que no te va a gustar escuchar esto, pero tiene razón.


«Está bueno que las personas en tu vida piensen parecido.»

¿Por qué siempre tiene que ser la voz de mi razón?

«Nació para esto, es tu propia versión de Pepe Grillo. Solo que bueno, sin la parte del grillo.»

—Eso también lo sé —respiro hondo, aunque ya sin poder contener las lágrimas, que con lo llorona que soy, salen solas —. El cambio lo pidió antes de que estuviésemos juntos, pero, veinte meses, Pat, es muchísimo tiempo.

—Y ya llevan un año, van más de mitad de camino —me sonríe —todo irá bien —responde, dejando caer su cabeza en mi hombro. —Nunca vi un amor tan bonito como el de ustedes, superarán esto.

—Eso espero. —respondo con miedo.

—Esperaron la vida entera para estar juntos, amiga, si pudieron amarse con locura sin decírselo mutuamente durante trece años... ¿Qué son ocho meses más ya sabiendo que están locos el uno por el otro?

5 de marzo de 2025. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Un año y dos días después.

Es de noche cuando salgo de casa de Patricia, y ya pasadas la medianoche cuando finalmente llego a la mía.

Siento una punzada en el corazón mientras la conversación con mi mejor amiga se repite en mi cabeza.

«Son solo ocho meses más, Maggie, todo irá bien.»


Lo sé, es solo que lo extraño. Y el hecho de que estemos semi peleados no ayuda.


«¿Y si lo llamas?»


Miro la hora, debe estar de guardia. Así que no tiene su teléfono con él.


«Siempre puedes enviarle un mensaje para que lo vea más tarde.»

Supongo que tienes razón.

Me siento en el sillón mientras me quito con desgano las zapatillas dejándolas caer al piso. Abro la mensajería en mi teléfono y le escribo un mensaje:

Hola, solo quería desearte buenas noches...

y también recordarte que te amo, muchísimo.

Hablamos pronto.

Unos minutos más tarde, ya en mi habitación y colocándome solo una remera grande que solía ser de mi papá (creo que alguna vez lo mencioné) con la que me gusta dormir, me dispongo a hacerlo.

Son alrededor de las cinco de la mañana cuando el sonido de una llave en la puerta me hace abrir los ojos bruscamente.

La puta madre, un asesino serial.

«Y volvemos al asunto de los asesinos.»

Pero es, ¿quién mierda puede ser a esta hora?

«¿Por qué un asesino serial tendría llave de tu departamento?»

Se han visto casos.

Quien sea que esté intentando abrir la puerta lo consigue, haciendo que se me acelere el corazón. Me siento en la cama... ¿Qué mierda hago?

«Mantente callada y llama a la policía.»

¿Cómo llamo a la policía y me mantengo callada al mismo tiempo?

«Dios, dame paciencia con esta chica.»

Me levanto de la cama con cuidado de no hacer ruido y, tomando mi teléfono, me asomo hasta el pasillo. Una sombra parece pasar hacia la cocina.

La puta madre.

Salgo de la habitación y me escondo en el baño con la luz apagada, porque la lógica me dice que si alguien viene a asesinarme, el baño es el último lugar donde buscará.

«Tiene cierto sentido.»

Mi respiración se agita mientras escucho unos pasos dirigirse hacia la habitación del otro lado del pasillo.

Voy a morir.

«Bueno, fue una buena vida.»

Tengo veintiocho años.

«Dije buena, no larga.»

De repente lo escucho. Su voz.

Mi sonido favorito en el mundo.

—¿Mags? ¿Estás en casa?

«Tal vez antes de sacar conclusiones, esta debió ser tu primera opción.»

Mi corazón late con fuerza contra mi pecho, pero ahora por una razón completamente diferente.

Me levanto del piso del baño y abro la puerta. Mis ojos se abren de par en par cuando veo a Manuel parado en la puerta de la habitación. Vestido con su uniforme militar, sus hermosos ojos azules me miran con cierta... ¿preocupación? Tiene su teléfono en la mano.


«Lo que causa la imagen de este hombre en uniforme.»


—Manuel... —mi voz tiembla— ¿Qué estás haciendo aquí?

Levanta su teléfono y me lo enseña, está abierto en el mensaje que le envié hace unas horas.

—En cuanto llegué a la base, solicité una extensión de la licencia y me la concedieron: cuarenta y ocho horas completas —responde con cautela, se acerca un par de pasos en mi dirección—. Vi tu mensaje en cuanto me bajé del tren.


«Ya venía de regreso cuando recibió el mensaje, mi vida.»


—¿Cuarenta y ocho? —inquiero mientras me acerco otro par de pasos; asiente mientras me dedica una media sonrisa.

—Mags, necesitaba verte, arreglar las cosas —hay desesperación en su voz; sin embargo, no se acerca más, me da mi espacio—. Ya es suficiente tortura tener que estar lejos de vos, como para agregarle saber que estamos distanciados y peleados. No quiero pelear contigo, mi amor.


«Me derrite el escucharlo decir "mi amor".»


Y que lo digas. Un año juntos y todavía siento como si el mundo girara con más fuerza cuando lo dice. Porque justo cuando pienso que no puedo amarlo más de lo que ya lo hago, hace algo que me hace darme cuenta de lo equivocada que estoy.

Lo amo más.

Mis ojos se llenan de lágrimas. Termino de acortar la distancia que hay entre nosotros y acaricio su brazo.

—Lo siento mucho, Manu, estaba cansada, frustrada con la distancia. Dije cosas que no sentía y...

Me interrumpe levantando una de sus manos para acariciar mi rostro, causando que deje escapar un suspiro.

—Eso no importa ahora —me asegura con dulzura—. Sé que esta no es una situación sencilla, y hay días más duros que otros —sus caricias pasan a mi cabello mientras acerca su boca a la mía; nuestras respiraciones se mezclan y el corazón se me va a reventar contra el pecho—. Pero te amo, Mags, y haré cualquier cosa para que funcione.


«¡Que viva el amor!»


—Te amo —susurro sobre sus labios—. Estoy aquí, quiero hacer que funcione —y justo en el momento en que dejo las lágrimas salir, une mis labios con los suyos.

Su beso me llena de una calidez embriagadora. Su boca se acopla a la mía tierna, juguetona.

Sus manos rodean mi cintura, atrayéndome hacia él. El sonido de algo caer al piso me hace distraerme un par de segundos, probablemente su teléfono. Sonríe sobre mis labios y me besa de nuevo.

Caminamos hasta la habitación sin dejar de besarnos. Manuel cae sobre la cama, llevándome a mí con él. Conmigo encima, continúa con una línea de besos por mi cuello, luego mis brazos y, posteriormente, otras zonas más.

Un gemido escapa de mis labios cuando su mano pasa por debajo de mi camisón y empieza a dejar caricias por mis piernas, acercándose peligrosamente a una zona que, ya mojada, lo espera con desesperación.

Nos volteamos, quedando él encima de mí y siento que puedo morir cuando con uno de sus dedos empieza a explorar mi interior. En la habitación solo pueden escucharse mis gemidos a medida que sus movimientos aumentan el ritmo.

—¡Ay, Manuel, Manuel! —digo con desesperación, esto lo hace sonreír.


«Dios mío, este hombre.»


La habitación parece llenarse de muchos colores, sube la intensidad del calor cuando finalmente alcanzo el orgasmo. Mi cuerpo tiembla entero, mientras esas descargas placenteras me recorren. Manuel se acerca, besando mis labios con ternura. 

—Cásate conmigo —pide a centímetros de mis labios, y ahí está, ese brillo en sus hermosos ojos azules, ese que tiene cada vez que me mira.


«Para emoción... ¿dijo qué?»

A mi corazón se le escapa un latido.

¿Qué?

«¡Sí, mil veces sí!»


Mis ojos escudriñan la seriedad en los suyos, buscando algún atisbo de arrepentimiento. Pero no hay nada.

—Manu... —hay confusión en mi voz, en mi mirada. Levanto una de mis manos y acaricio su cabello, deja salir un suspiro. —¿Estás seguro? Porque entiendo si se debe al calor del momento.

Me sonríe mientras niega con la cabeza.

Y Dios me ampare por lo que esa sonrisa le hace a mi existencia entera.

—Tenés razón en algo... hay muchas cosas de las que no estoy seguro —dice mientras deja ligeros besos alrededor de mi rostro, y esa característica electricidad que me trae su cercanía recorre mi cuerpo entero—. Como lo que pasará dentro de ocho meses cuando solicite la transferencia —suspira—, pero Mags, mi hermosa Mags, mi mejor amiga y la mujer de mis sueños... si hay algo de lo que estoy seguro es del amor que siento por vos. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado, porque todo es mejor cuando estoy contigo... enfrentando juntos lo que venga. Te amo, cásate conmigo.

Pellizco mi brazo.

«Che, Maggie, el hombre que has amado toda la vida acaba de pedirte matrimonio.»


Yo estoy soñando. Me quedé dormida y estoy en una de mis mejores fantasías.


«Pues, yo te veo bien despierta»

¿Me quieres decir que no estoy soñando?


«Estás despierta Maggie.»


No hay rastro alguno de duda en su expresión. Me mira esperando una respuesta y es entonces cuando entiendo que está hablando en serio. Mi corazón late desenfrenado contra mi pecho, mi respiración es agitada, pero mis ojos no abandonan los suyos.

Me muero de amor por él. Por mi mejor amigo, mi confidente, mi persona favorita en el mundo.

Y sé que él también. Manuel me ama y no hay una fibra en mí que no crea que eso sea cierto.

Pero... ¿es este el paso que tenemos que dar ahora? ¿Estamos listos para esto?

Todavía nos quedan ocho meses antes de saber si le aceptarán el cambio.

«¿Maggie?»

¿Qué?

«¿Qué es lo que quieres?»

Pasar el resto de mi vida con él.

«Entonces creo que ahí tienes tu respuesta.»

«¿Recuerdas los saltos de fe? No sabemos qué pasará, por eso tenemos que aferrarnos a lo que sí sabemos y actuar a partir de ello.»


El mundo parece detenerse por completo cuando estoy en sus brazos, como si no pudiese existir un sitio más seguro que este. Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas y, por aquello que llena mi mente, mi alma y mi corazón, asiento:

—Sí, sí y sí. — Dejo un pequeño beso en sus labios —. En esta y en cualquiera de las vidas que me toque vivir.

Una sonrisa boba aparece en sus labios y, luego, acercándose, limpia un par de lágrimas que caen por mis mejillas en una tierna caricia:

—Todo irá bien —murmura— vamos a estar bien.

«Todo irá bien.»

Y lo supe, lo sé y lo sabré siempre. Estaremos bien, porque hay algo hermoso en estar en el lugar donde perteneces, esa sensación de plenitud, donde no dejas de existir por el otro, sino que te complementas con él.

Así que, observando el par de ojos azules que he amado toda la vida, me dejo llevar por lo bien que se siente uniendo mis labios a los suyos, y un par de segundos después, el beso es correspondido.

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