Capítulo #27: ''Cuando todo iba bien, antes de irse a la...'' (Final)
29 de diciembre del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 301 de 365.
No sé si se habrán dado cuenta hasta ahora. Pero soy buena para recordar cosas.
«¿En serio? ¡Ni cuenta se habían dado!»
Siento algo de sarcasmo por ahí, así que decidiré ignorarlo.
«Jaja»
El asunto es que, cuando algo me sucede, tiendo a conectar la situación actual con algún evento del pasado. Por ejemplo, recuerdo tener diez años, recién haber salido del colegio y tener todo el cabello pintado de rosa. ¿La razón? Había ido al baño a la hora del recreo y me encontré en medio de una pelea de pintura, completamente accidental. La profesora no lo vio así. Enojada, llamó a todos nuestros padres y, como castigo, me suspendió por dos días.
«Solo a vos, Maggie.»
¡Y yo ni siquiera había podido hacer pis!
Cuando íbamos en el auto, lloraba en silencio mientras mi papá conducía. No había pronunciado palabra alguna desde que habíamos salido del colegio. Y no lo hizo sino hasta que llegamos a casa, cuando, todavía dentro del auto, se volteó hacia mí y, para mi sorpresa, había una sonrisa en su rostro.
—Ey, Maggie, está todo bien, no tienes por qué llorar —me habló con voz calma.
Sorbí los mocos y lo vi sin comprender.
—¿No estás... enojado?
Negó con la cabeza.
—Sé que no tuviste nada que ver, te conozco...
Mi llanto se hizo todavía más fuerte: —¡Mi cabello es rosa, papá!
—Y me parece que se te ve genial.
Paré el llanto: —¿En serio?
Asintió.
—Muchas veces en la vida, Maggie, te encontrarás con situaciones que parecerán injustas o crueles, pero recuerda, eres tú la única que tiene poder sobre cuánto dejas que una situación te afecte —se acercó un poco más a mí y acarició mi cabello, llenándose toda la mano de rosa—. Toma lo malo y dale un giro, conviértelo en algo bueno, que valga la pena.
—No entiendo —había respondido. Sin embargo, de alguna manera, sus palabras habían logrado tranquilizarme.
—Algún día lo entenderás, estoy seguro de eso —me sonrió y, por un momento, la situación ya no se sentía tan mala—. Te amo, Maggie, nada nunca cambiará eso.
—Yo también te amo, papá —le sonreí de vuelta, y si mal no recuerdo, esa misma tarde, junto a mamá y mi cabello rosa (que duró un par de semanas), me había llevado a tomar un helado.
Toma lo malo y dale un giro. Haz que valga la pena. Una de las mejores lecciones de vida que Alberto Bermúdez me dejó.
Y por eso ahora, mientras estoy tirada en el piso del refugio de animales, cubierta completamente por un balde de agua sucia con jabón, además de tener pelo de perro en lugares en donde nunca me imaginé tener, no podría ser más feliz.
—Lo lamento tanto —se disculpa Martina, la chica que se ha encargado de entrenarme mientras estira una mano para ayudarme a levantarme —. Bingo puede ser un tanto... entusiasta.
Sonrío mientras tomo su mano y me levanto. El aludido, el perro de raza mestiza color blanco con manchas marrones y negras, mueve la cola en mi dirección, como disculpándose.
«¡Cosita linda!»
—No pasa nada —respondo mientras niego con la cabeza, restándole importancia al asunto —. Creo que Bingo y yo seremos muy buenos amigos.
La chica, de pelo teñido de verde, piel clara y petiza asiente, mientras acaricia el cabello del animal.
—Puedo prestarte otra remera —dice ella señalando mi ropa mojada, luego frunce el ceño —. Te debo el pantalón, no me quedan más.
—No te preocupes, se seca rápido —sonrío de vuelta, y luego la sigo hasta los vestidores para cambiarme.
—Entonces, nos vemos la semana que viene —dice mientras me despide en la puerta —¿Al mediodía te parece bien?
Asiento.
—Perfecto.
— ¡Listo Maggie! —responde con entusiasmo —. Un placer que te unas al equipo.
—El placer es mío.
Ha sido increíble. Ha pasado mucho tiempo desde que me sentí tan realizada laboralmente hablando.
Renunciar a mi trabajo anterior fue una buena decisión, un verdadero salto de fe. Al principio, mi jefe pensó que estaba bromeando. Me tomó casi media hora convencerlo de que hablaba en serio.
Patricia estaba muy feliz por mí. Inclusive me había hecho un cartel con globos que decía ''Felicidades por renunciar a tu trabajo tóxico''. Pasamos horas riéndonos el día anterior pensando en los dos años que trabajamos juntas, y el montón de cosas que compartimos.
Fue una especie de sensación agridulce, no les voy a mentir. Porque a pesar de que era un trabajo que me agotaba en niveles extraordinarios tanto física como mentalmente fue también el lugar en donde conocí a mi mejor amiga, en donde aprendí a dejar ciertos miedos de lado, y me había esforzado a pleno.
Cosas, recuerdos, que siempre llevaré con cariño. Pero está bien saber cuándo ya has tenido suficiente, cuando es necesario darle vuelta a la página y probar algo nuevo. Lo entiendo ahora.
El cambio da muchísimo miedo, pero, es necesario. Y puede traerte cosas muy lindas en el proceso.
Patricia también decidió que no regresará después de su licencia por maternidad. He estado considerando opciones para después de que Margot cumpla seis meses. Además, se le ve muy contenta, adaptándose muy bien a su nuevo rol como madre.
Y por otro lado, estoy enamorada de mi hermosa sobrina. Quien ya con un mes de vida parece estar creciendo muy rápido.
Cruzo la calle y crece el nerviosismo cuando veo la base militar frente a mí. Grande, imponente y con un montón de zonas verdes es un hermoso lugar. Distribuido en varios edificios uno al lado del otro, pienso en cuál estará Manuel en este momento.
Suspiro ¿habrá algún momento en el día en donde este pibe no se cuele en mis pensamientos?
«Después de trece años, uno diría que ya estarías acostumbrada.»
Lo estoy, pero no quita que quiera darme un regaño mental cada vez que lo hago.
«Ay el amor, el amor. Quienes leen esto seguro que se quieren ir en vómito con tu cursilería.»
Y bueno, yo...
Mi mente queda en blanco cuando un grupo de jóvenes trotan del otro lado de la vereda. De entre veinte y treinta años, vestidos con ropa deportiva de color oscuro, parecen recién haber salido del entrenamiento.
El corazón se acelera cuando mi mirada se cruza con la de un familiar par de ojos azules. Sonríe al verme, y se despide de sus compañeros.
Un chico también se separa del grupo y comienza a trotar a su lado. Tiene unos veinticinco años, cabello rubio y ojos marrón claro.
—Hola... —saluda al llegar a mi lado y me da un beso en la mejilla.
—Hola... —respondo, sintiendo el nerviosismo típico que acompaña nuestros encuentros.
Me pierdo en esos ojos, Dios mío, cuanto lo amo.
Un carraspeo nos hace salir del trance en el que nos encontramos. El chico al lado de Manuel lo observa, una sonrisa pícara se refleja en su rostro.
Puedo estarlo imaginando, pero me parece verlo a Manuel sonrojarse. Como el aludido parece no querer expulsar alguna palabra, el chico se voltea hacia mí y estira su mano para estrechar la mía.
—Vos debes ser la famosa Mags ¿cierto? He escuchado hablar mucho sobre vos —se ríe —. Soy Fabrizzio, Manuel y yo estamos juntos en el entrenamiento. Un placer poder conocerte al fin.
«La famosa Mags.»
Me resulta extraño escuchar a alguien llamarme "Mags."
¿Realmente le ha hablado de mí?
«Y no boluda, de seguro que hay más de una Mags en la vida de Manuel.»
Todo es posible.
Es el pibe del que Manuel me ha hablado las últimas semanas, su compañero que cocina, el de las recetas raras pero exquisitas.
Carraspeo un poco para poder salir de mi ensoñamiento y estrechando la mano de le sonrío: — Espero, fuesen cosas buenas las que escuchaste.
Fabrizzio voltea a verlo a mi amigo, compartiendo una mirada cargada de complicidad, intercambiando un secreto que desconozco, luego dice: —Las mejores.
Mi corazón late más rápido cuando Manuel, tratando de disimular, le dice:
—Entonces... ¿nos vemos mañana? —el chico suelta una carcajada y asiente.
—Si, nos vemos mañana —se saludan con la mano y luego se voltea hacia mí: —. Un placer, Maggie.
—Lo mismo digo.
Se aleja corriendo y se reincorpora a su grupo, que ya está a una cuadra adelante.
Nos quedamos en silencio, observando cómo se alejan.
—Parece un buen pibe —me sorprendo comentando, Manuel voltea a verme y asiente.
—Ha sido un gran apoyo para mí en los últimos meses, especialmente cuando estuvimos en el Sur —responde en un tono de como quien tiene alguien en una muy alta estima, con la mirada perdida, posiblemente recordando.
Mi corazón se encoge al darme cuenta de que quizás no he sido la única que ha crecido este año. El Manuel que recuerdo nunca había hablado de alguien con tanta admiración.
«Tal vez se está permitiendo conocer a la gente, más allá de lo superficial.»
Me alegra ver que haya hecho amigos. Buenos amigos.
— ¿Y? —pregunta con emoción, cambiando el tema — ¿Qué tal te fue?
Sonrío, sabiendo inmediatamente a qué se refiere.
—¡Tengo laburo!
En un impulso de emoción se acerca y me abraza. Está sudado y pegajoso, en cualquier otra circunstancia o persona probablemente me hubiese separado. Pero se trata de él, y resulta ser que soy una fanática de su cercanía.
—Me contenta mucho —susurra en mi oído antes de separarse.
—Todo gracias a vos.
Niega con la cabeza mientras sonríe.
—Es por ser vos, Mags. Eres maravillosa y basta que entres a una habitación para que todos se den cuenta.
Siento cómo el rubor sube a mis mejillas, el calor palpable en mis cachetes. Bajo la mirada, visiblemente nerviosa.
—Vamos —dice al cabo de un minuto, extendiendo su mano—. Te acompaño a casa.
Tomo su mano y entrelazo nuestros dedos. Una cálida corriente se acumula en mi pecho.
«Amor, Maggie. Eso es amor.»
31 de diciembre de 2023.Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Día 303 de 365.
Faltan tres horas para el año nuevo.
Un calor de mierda, si me permiten la mala palabra. A pesar de que ya se ha escondido el sol, la sensación térmica sigue superando los treinta grados, y nosotros, en casa de mi madre que no le gusta encender los aires acondicionados mientras cocina, nos estamos ahogando.
El sonido familiar de las gaitas y el olor a comida recién hecha llenan el ambiente. Risas se escuchan a mi alrededor mientras mi madre y Candela intentan (sin mucho éxito) colocarle la crema a la torta, la cual, debido al calor, continúa derritiéndose.
Rodrigo y Fabián están sentados en los sillones en el living, por lo que adivino, hablando sobre el partido de la selección que se celebrará la semana entrante en el River Plate.
Mis hermanastros, que no son muy expertos en cocina, se dedican a poner la mesa. Y yo estoy parada en la entrada, con la puerta abierta, buscándole con la mirada. Salió hace un par de minutos por algún ruido que escuchó el techo y me pidió que le esperara.
Justo cuando estoy empezando a preocuparme, ahí aparece, vestido de militar (puesto que tiene que ir a trabajar en algunas horas) sonriendo mientras me señala un bombillo quemado en la mano, supongo, ese habrá sido el ruido, alguna sobrecarga hizo que se quemara.
Cierro la puerta en lo que entra, mi mirada nunca deja la suya. No hemos hablado desde Navidad, o desde el beso que compartimos, pero sabemos que es un tema latente, algo que por más que queramos no logramos sacar del ambiente. Pero, nuevamente, no parece el día adecuado para lidiar con ello.
«Nunca lo es.»
¡Shh!
Dos horas y algo más después. Estamos muy cerca de la medianoche, acabamos de cenar. Me levanto de la mesa y ayudo a mi mamá a recoger los platos, en la cocina, los encuentro conversando.
Andrea y Manuel. Una conversación normal, mientras ella bebe una copa de vino y él, toma jugo de naranja.
No sé por qué todavía a estas alturas del partido me afecta. Es decir, sé que no debería hacerlo. Han pasado varios años. Ay, supongo que ese recuerdo sigue todavía latente en mi conciencia.
Andrea, mi hermanastra, es una gran y hermosa mujer. En muchos sentidos. No solamente es una de las mejores jugadoras de fútbol que Buenos Aires haya conocido en mucho tiempo; en la actualidad, con veintiocho años me recuerda mucho a Candela, la mamá de Manuel. Con cabello largo y negro, delgada, y unos muy llamativos ojos azules.
Tenemos (en general) una muy buena relación, por más que no nos veamos mucho.
Seguro se preguntarán ¿Por qué traigo el tema a colación? Pues, la cuestión es esta. El día de la boda de mi mamá y de Fabián, los había encontrado besándose en la entrada del salón, en donde fue la ceremonia.
Y para aquel entonces, ninguno de los sucesos de este año habían, bueno, pasado. Por lo que, había sido otro recordatorio de cómo Manuel nunca podría quererme de la misma manera en que yo le quiero. Después me enteré que fue solo eso, un beso, y que yo simplemente había tenido la mala suerte de haberles encontrado en el momento en que pasó, cuando, borrachos, se dejaron llevar por el momento.
Nunca más han vuelto a hablar eso entre ellos, es más, si las cuentas no me fallan esta es la primera vez que se ven en dos años, considerando que el año pasado para las fiestas Andrea fue a pasarlas en casa de sus abuelos maternos.
Entonces, volviendo a lo que nos interesa. No debería molestarme. Después de todo, no fue ni la primera ni la última vez que descubrí a Manuel besándose con alguna chica. Quizás me incomoda más porque se trata de mi hermanastra. Los celos son normales cuando estás enamorado, supongo, y este tipo de situaciones suceden.
Es solo que esto, saca a relucir inseguridades que ya no recordaba tener. Que no me gusta tener.
Estar parada en la puerta de la cocina con los platos en la mano, con expresión angustiada como si los hubiese descubierto en un momento íntimo, está completamente fuera de lugar. Y más aún, cuando al verme, el rostro de quien siempre ha sido mi mejor amigo (eso, y solamente eso) refleja mucha preocupación.
«Eso es porque también tienes los ojos llorosos Margot.»
La puta madre.
Dejo los platos en el mesón al lado de la bacha. Limpio rápidamente mis ojos, cuando lo siento acercarse a mi espalda.
— ¿Todo bien Mags? —susurra en mi oído mientras coloca una mano en mi cintura.
Mi corazón late con fuerza, como siempre que lo tengo cerca. Pero esta vez, Andrea está presenciando todo.
Camino un poco hacia mi derecha, separándome de él con la mayor tranquilidad que puedo encontrar. Asiento con la cabeza, intentado forzar la que debe ser la más hipócrita de las sonrisas.
—Todo bien —respondo finalmente, aunque por la expresión en el rostro de Manuel, no me ha creído en lo más mínimo.
Andrea nos observa, no se ha movido de su posición.
— ¿Y....hace mucho que lo hicieron oficial? —pregunta de golpe, mi corazón se detiene.
— ¿Oficial? —pregunto, fingiendo no comprender.
—Sí, oficial... —aclara mi hermanastra mientras sonríe y dejando su copa de vino sobre la mesada aplaude dos veces, emocionada — Me alegra mucho que finalmente decidieran dar el paso, hace años que no hacemos otra cosa que notar lo locos que están el uno por el otro.
Se me erizan los pelos de la piel ¿Es lo que todos siempre han creído?
Suspiro. De todas formas no importa, Manuel y yo no estamos saliendo.
«¿Segura de eso?»
Amigos, somos solamente amigos.
«¿Y la culpa de quién es eso?»
Eso no es justo.
—Somos amigos nada más —aclaro, tal vez con más brusquedad que la que pretendo —lo que siempre hemos sido.
Me fuerzo a no voltear a verle a Manuel, que sigue parado a mi lado.
—Eso —suelta de repente, su tono se siente pesado haciendo que mi vista se dirija involuntariamente en su dirección. Pero él no me ve a mi, con expresión seria, su vista está clavada en mi hermanastra —solo somos amigos.
Duele. Pero... ¿por qué si es justamente lo que acabo de decir?
«Porque lo amas y él te ama, y no terminas de darte...o darse ustedes una oportunidad.»
—Si ustedes lo dicen —responde Andrea, mientras se encoge de hombros —supongo que tendrá que ser cierto.
— ¿Qué tanto hablan? —pregunta Fabián mientras en la cocina, visiblemente alegre — ¡Vamos, se van a perder el conteo, ya casi es hora!
Todos salen de la cocina, dirigiéndose al living. Menos yo, que rebobino los últimos minutos en mi cabeza.
¿Qué mierda pasa conmigo?
«Tal vez así debería llamar al libro.»
Están todos reunidos en el salón, abrazándose y comenzando a bailar con el conteo. Faltan treinta segundos.
Parada frente a la puerta de la cocina, no puedo hacer más que observar la escena.
Quince segundos.
¿Por qué siento tanto miedo?
Busco su mirada y encuentro que ya me está observando. Esos ojos azules que durante trece años han sido la razón de mis más grandes delirios, mi más grande amor.
Diez segundos.
En la casa empiezan a contar en voz alta.
— ¡Cinco!
Él camina hacia mí y, por alguna razón, no soy capaz de moverme.
— ¡Dos!
Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho cuando rodea sus brazos en mi cintura y me atrae hacia él.
—Uno... ¡Feliz año nuevo!
A mi alrededor todos se abrazan y celebran, pero lo único que puedo sentir es el palpitar de mi propio corazón que inunda todos mis sentidos. Su cálido aliento cerca de mi boca me impiden pensar con claridad. Sus ojos me miran suplicante, como si quisiera pedirme permiso o disculparse por lo que está por hacer a continuación.
No puedo decirle que no. Es más, no logro decir nada en absoluto.
Sus labios se unen a los míos como si fuera mi canción favorita, repletos de una dulzura que solo busca derretirme el alma. Manuel me busca con delicadeza, como si temiera romper esta burbuja que hemos creado. Y yo, me pierdo en él.
Paso mis manos alrededor de su cuello y lo atraigo más cerca, haciéndolo sonreír mientras nuestros labios se tocan.
Unos segundos más tarde se separa apenas unos centímetros. Nuestros labios están todavía muy cerca, nuestras narices se rozan y el corazón explota en mi pecho. Como si no pudiese existir nada más, solo él y yo en este momento, para siempre.
Aunque suene cursi.
—Te amo... —susurra.
Dios mío.
—Yo... —mis palabras se pierden en el brillo de su mirada, ese que se ha convertido en mi favorito.
Pero no llego a decir más nada, puesto que un comentario hecho al aire me hace salir del trance en el que me encuentro.
— ¿Así que solo amigos no? —volteo. La sala está en silencio y las miradas de todos están sobre nosotros. No puedo descifrar esas miradas, excepto las de nuestras madres, que parecen estar más que contentas, maravilladas.
«Manuel ya no te esconde, Maggie. Ahora eres todo lo que quiere que vean».
Es entonces cuando caigo en cuenta de la realidad de lo que hemos hecho.
Me separo de Manuel con brusquedad. Me mira con confusión.
«Maggie, no entres en pánico. Puedes...»
La ansiedad crece en cada parte de mi cuerpo. Una cosa es cuando esto, lo que sea que sea, se mantenía entre los dos. Y otra, muy diferente, es que se convierta en algo público, especialmente si ese público son nuestras familias.
Quiero hablar, pero no puedo. La visión se me nubla y siento que me voy a desmayar.
«Inhala y exhala, Maggie. Inhala y exhala».
Un ataque de pánico.
Manuel intenta tocarme, pero vuelvo a apartarme.
—Margot... —empieza a decir mi mamá, pero niego con la cabeza.
—Tengo que... —sopeso todas mis opciones, mi voz baja, casi inaudible —...ir al baño.
Y antes de darle la oportunidad a alguien para reaccionar, corro lo más rápido que mis piernas me lo permiten hasta el baño del segundo piso, donde me encierro por un par de horas.
1ero de enero del 2024. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Día 304 de 365.
Son las tres de la madrugada.
Sigo cuestionándome cómo me dejé convencer para hacer esto.
Cuando salí del baño, la mayoría ya se había ido a dormir, y Manuel se había marchado a trabajar.
La culpabilidad me inunda, porque sé que no reaccioné de la mejor manera.
«¿Qué te da esa impresión?»
Por eso, cuando me encontré a mi hermanastra sentada en el sillón de living, esperándome, me había sorprendido.
No había mencionado nada del beso ni de lo que había sucedido después, pero, de alguna forma había logrado hacerme maquillar un poco y con la excusa de que 'necesitaba relajarme' me arrastró hasta un boliche.
Si, un boliche. Un primero de enero a la madrugada. Se pueden imaginar cómo es el ambiente.
Mucha gente baila a mi alrededor, o vomita, o grita, o hacen todo al mismo tiempo. Me siento extraña, pero en lo que empezamos a beber empiezo a sentir como relajo de a poco. Como he dicho varias veces en el pasado, no soy mucho de beber. Han sido las veces contadas en mi vida en donde me he emborrachado. Una, o dos como mucho.
O tres, si contamos la noche de hoy.
Estoy en mi cuarta birra cuando Andrea empieza a hablar conmigo.
Me volteo en su dirección, ella, tal vez igual de borracha que yo, me mira con una expresión que ni sobria hubiese podido descifrar.
—Es un buen pibe —comenta, recostándose en el sillón donde estamos sentadas. Yo hago lo mismo, a unos centímetros de distancia.
— ¿Quién? —pregunto mientras me concentro en las luces del techo.
¡Pero que lindo arcoíris che!
¡Ja! ¿Se imaginan si hubiese una olla con oro al final?
«Ya la perdimos.»
—Manuel —dice al cabo de unos segundos —. Está muy enamorado de vos.
—Eso dice él —respondo casi en automático.
Me sorprendo al darme cuenta de que todavía hay duda en mí. Duda sobre si sus sentimientos son verdaderos, o si van a durar.
— ¿Qué te impide estar con él? —pregunta mientras da otro trago a su birra. Me sorprende la seriedad con la que me habla.
Si hay algo que caracteriza a Andrea, no es precisamente su capacidad de tomarse las situaciones con seriedad. Supongo que es el tipo de personas que piensa que, si no te lo tomas tan seriamente, no puede afectarte.
Solo recuerdo haber mantenido una conversación seria con ella antes.
Fue una noche, también tarde, creo que poco después de la boda de nuestros padres. Ella había hablado de su madre, la cual también falleció cuando ella era bastante joven, en un accidente automovilístico y yo hablé de mi papá, cuya historia, bueno, ya la conocen.
En esa conversación me confesó que tomar las cosas con poca seriedad era su manera de evitar que las cosas le afectaran tanto. Si no lo tomaba enserio, entonces no podía dolerle. Dolerle como le dolió perder a su madre.
La música suena muy fuerte así que tengo que elevar un poco más la voz para que pueda escucharme:
—Creo que parece demasiado bueno para ser verdad.
¿Eso ha salido de mí? Supongo que es cierto, cuando estás borracho eres más sincero.
Se acomoda un poco de manera de poder verme bien, hago lo mismo.
— ¿Lo amás?
«Desde los trece años, más o menos.»
—Lo hago, lo amo —respondo con tal sinceridad, como si hubiese salido del alma. Y me doy cuenta de que es la primera vez que se lo admito a alguien en mucho tiempo.
—... ¿Por qué no te das entonces una oportunidad?
«Bienvenida al club de los que no entendemos, en verdad, ya somos unos cuantos.»
No respondo. En vez de eso me levanto, Andrea me mira confundida. Le tiendo la mano para ayudarle a levantarse, ella me la da.
Una vez de pie, tambaleándome un poco por lo mareada que estoy, digo:
—Vamos a bailar.
—Magg...
— ¡Vamos! —la jalo y ella no insiste en más.
Bailamos por horas, no pregunten ahora cuántas exactamente. Dejo de contar después de la séptima birra.
—Es un hijo de... —suelto de repente, al darme cuenta de que estamos en un taxi.
Andrea voltea a verme. Parece más borracha que yo.
— ¿Qué? —responde, recostando la cabeza en la ventana.
—Es un pelotudo... ¿Por qué después de tantos años decide de repente que me ama? ¿Qué derecho tiene? Justo cuando decido que no quiero más de esta mierda.
—Todos los hombres son iguales, che. —dice ella, mirándome fijamente— Y lo peor es que no creen haber hecho nada mal.
—¡Exacto! ¡Ah, me desespera...! —miro por la ventana— ¡Mirá, un McDonald's!
Andrea se incorpora, sus ojos se iluminan.
Voltea hacia el conductor. No puedo evitar sonreír al escucharla decir:
—Che, señor... si le convidamos una hamburguesa, ¿hace una parada acá?
Veinte minutos más tarde, en el taxi, devorándonos las hamburguesas, empiezo a reconsiderar todo.
—Debería ir y decírselo —susurro, más para mí misma, pero Andrea me escucha.
— ¿Decirle qué? —dice entre bocados de una papa frita.
—Que es un pelotudo, tiene que enterarse.
Andrea aplaude emocionada. Reviso la hora en mi teléfono, ya pasan de las ocho de la mañana.
—Me parece una excelente idea.
—Lo es... además, siento que es lo correcto, ni mi voz interior parece tener dudas.
«¡Igual de borracha! ¡Vamos a decirle unas cuantas verdades al ojiazul!»
Convencemos al conductor nuevamente, y en quince minutos estamos frente al edificio de Manuel.
«¡Vamoooooos!»
Andrea a mi lado me da una palmadita en la espalda como muestra de apoyo mientras toco el portero eléctrico. Mientras espero una respuesta, observo mis pies; necesito cortarme las uñas.
Che, ¿y mis zapatillas?
— ¿Hola? —se me acelera el corazón al escuchar su voz por el portero.
—Sos un boludo —respondo, orgullosa de mí misma.
—¿Margot?
«¡Sin zapatillas pero con toda la onda!»
—¡Y Andrea! —grita mi hermanastra a mi lado; ambas estallamos en risas.
Escucho lo que parece ser una maldición de su parte antes de contestar:
—No se muevan de ahí, bajo en un segundo.
Vistiendo solo un par de shorts y el torso al aire, nos abre la puerta, indicándonos que entremos con un gesto de la mano.
Mi hermanastra le hace caso, pero yo me quedo plantada en el suelo, mirándolo fijo.
—Mags...
—No voy a entrar —digo cruzándome de brazos.
— ¿Y por qué no? —pregunta con un suspiro, su semblante serio mostrando que intenta tener paciencia.
— ¡Porque vengo a enfrentarte y hablar por todas las mujeres! —respondo alzando la voz—. Sos un boludo, y yo como mujer, no me voy a dejar encantar por tus artimañas masculinas.
«Eso salió bárbaro.»
Andrea aplaude desde dentro del edificio:
—¡Eso, hermana!
Manuel levanta una ceja, divertido.
—Y... y... —mi lengua se enreda, las palabras salen con un tono gracioso, casi como si estuviera cantando—. Ahora que lo dije, me voy.
Al girarme, tropiezo con mi propio pie y mi cuerpo se desploma en una especie de caída libre. Mientras me imagino con otro yeso en los próximos meses, siento de repente el agarre firme de Manuel en mi cintura. Me detiene en seco, evitando que caiga.
—Vamos, señora revolucionaria —dice, levantándome en brazos—. Subí un rato para que se te pase la borrachera, y luego te dejo ir a casa. Lo prometo.
Como siempre que estoy en pedo, las cosas pasan como flashes borrosos en mi cabeza. Lo siguiente que recuerdo es a Manuel dándole algo de su ropa a Andrea para que se cambiara en el baño del pasillo. Mi hermanastra cumplió al toque y después se desplomó en el sillón.
Yo estoy parada al lado de su cama, mientras Manuel intenta ayudarme a bajar el cierre de mi vestido. Subirlo fue complicado, pero bajarlo se convierte en todo un desafío. Jadeo al sentir sus manos tibias en mi espalda. Finalmente, lo consigue y se aleja de mí. Me quedo solo en bombacha frente a él.
Escucho su suspiro mientras su mirada me recorre entera. Para luego detenerse en mis ojos, por lo que parecen segundos eternos. Y yo siento que pierdo el aliento.
Pero luego lo rompe, y metiéndose dentro del baño dentro de su cuarto vuelve con una toalla para mí.
—Con una ducha te vas a sentir mejor, dale —me dice.
Lo sigo hasta el baño, donde me ayuda a abrir la ducha y temperar el agua. Cuando está por salir, lo agarro del brazo para detenerlo.
Ay, Manuel, me muero por vos... ¿Por qué no puedo simplemente decírtelo?
«¿Te acordás que veníamos a mandarlo a la mierda?»
¡Ah, sí! ¿Y por qué era eso? No logro recordarlo.
«Los hombres siempre creyendo tener la razón... y... ahora que lo pienso, tampoco lo recuerdo.»
¿Viste?
Me acerco a él despacito y empiezo a acariciar su torso desnudo. Una corriente eléctrica me recorre.
—Quiero que me beses —le pido mientras subo lentamente la mano de su torso a su mejilla, acariciándola también —...por favor.
Manuel maldice por lo bajo mientras retira mi mano.
—Mags, estás re en pedo.
— ¿Y...? Dicen que los borrachos son más honestos —respondo mientras acerco mi boca a la suya, besándolo. Manuel gime sobre mis labios, atrayéndome todo lo que puede hacia él, su erección, palpitante, contra mi intimidad.
No podría decir que tengo la experiencia más grande del mundo. Quiero decir, si no fuera por lo que sucedió este año y la aventura fugaz que compartí con Santiago, podría decir que no sabía lo que es que alguien te desee sexualmente hablando. Que puedas verlo en sus ojos, en sus acciones.
Sé que Santiago me deseaba sexualmente y tuvimos noches geniales, increíbles para decirlo de alguna forma. Sin embargo, esas noches tan locas y llenas de deseo no se comparan en nada a cuando Manuel me toca. Cuando me toca de cualquier forma, incluso si no es algo sexual.
Siento que salgo de mi cuerpo cuando roza mi mejilla con sus dedos, o que me explota el alma cuando me abraza.
Como si subiera en un cohete y saliera disparada hacia alguna parte de la galaxia, y todo lo que puedo ver son estas formas, parecidas a las estrellas.
También aprendo la diferencia del deseo simple al desear a alguien cuando también lo amas. Porque no es lo mismo desear a alguien, y mandarte con fuerzas a intentar satisfacer un capricho carnal, a hacer el amor con alguien de quien estás perdidamente enamorado. Hay mucha más intimidad en eso, más exposición, más entrega, como estar desnudo en más de un sentido.
—No... —susurra mientras se separa lentamente de mí, sus brazos abandonan mi cintura —No, no así.
Una parte de mí se siente sucia, rechazada. Me alejo, un poco tímida.
Parece que lo nota, porque se acerca de nuevo y me sostiene de la cadera.
— ¿Ya no me querés? —la pregunta sale sin poder detenerla.
«Bastante hipócrita de alguien que corrió (literalmente) al baño cuando él le declaró su amor en público.»
Durante unos treinta segundos, el único sonido en el baño es el agua cayendo.
— ¿Quererte? No, no te quiero.
Mis ojos se llenan de lágrimas y quiero alejarme de él, pero no me lo permite. Al contrario, me sostiene con más firmeza.
—Yo no te quiero Mags, te amo. Te amo con toda mi alma —aclara, dejando escapar un suspiro, sus ojos brillan mientras me mira —, sos mi mejor amiga, mi persona favorita en el mundo. Amo todo de vos: desde tu risa hasta tu humor de mierda cuando te levantás por las mañanas. Todo lo que quiero es estar cerca de vos, tocarte, besarte, abrazarte... —La desesperación en su voz me quema entera. Una de sus manos pasa de mi cintura a mi mejilla, acariciándola —. Te amo tanto como te respeto, por eso sé que te vas a arrepentir de esto cuando estés sobria. No quiero que te arrepientas de besarme o... de algo más.
Che, ¿alguien que llame una ambulancia? Estoy segura de que ahora sí me quedé sin corazón, por favor.
—No me voy a arrepentir.
—Decímelo cuando estés sobria —me sonríe y me besa mi frente, quedándose así por un par de segundos —. Ahora, bañate y después vamos a dormir.
Suelta su agarre y se aleja hacia la habitación, dejándome sola, con una especie de presión en el pecho.
Ojalá las cosas fueran más sencillas.
El verano se está haciendo particularmente largo para mí este año, a pesar de que solo ha pasado un mes. Ni siquiera tiene que ver tanto con el calor (que re jode) sino con la cantidad de horas de sol intenso que tenemos en el día. Por ejemplo, son alrededor de las siete y treinta de la tarde y afuera parece que estamos en pleno mediodía. Sé que me quejo mucho, pero siempre fui más de las noches y del invierno.
Me estoy vistiendo porque he quedado con Andrés para ir de vuelta a su casa, a intentar hablar con su pelirroja. Cosa que hemos intentado ya esta semana, y bueno, no resultó del todo bien. Pero esa es una historia para otro día.
Un par de golpes en la puerta me hacen sobresaltar. ¿Quién mierda está en la puerta?
«Por favor Maggie, te lo pedimos todos, no vuelvas con el trauma de los asesinos seriales.»
Mejor prevenir que lamentar.
Camino despacio hasta la puerta cuando vuelven a sonar otro par de golpes. El miedo me invade.
— ¿Quién... —lo que sale de mí es un hilo de voz, por lo que carraspeo para aclarar un poco mi voz — ...es?
Sí, eso último sale mucho mejor.
«Seguro...»
—Maggie, soy yo, Santiago.
¡Ah, menos mal! Solo es Santiago.
Espera... ¿Qué?
¿Qué está haciendo aquí? La última vez que nos vimos fue en noviembre (cuando terminamos), acordamos darnos un tiempo. Aunque le envié mensajes después, no obtuve respuesta y dejé de insistir.
— ¿Santiago? —respondo con una pregunta.
—Sí, yo —vuelve a asegurarme — ¿Puedo pasar? —pregunta — por favor.
Se me encoge el corazón. Sin importar que, en realidad le tengo cariño.
Abro la puerta y lo dejo pasar.
Pueden pasar días, meses, años, lo que quieran. Pero la imagen de este hombre en short y sudoroso le hace cosas a mi cuerpo. No me culpen, soy humana.
Tiene una mochila en la espalda.
Cierro la puerta tras él, sintiendo la incomodidad aflorar en el ambiente.
Entonces... ¿Cómo manejamos esta situación?
«Tómalo con calma, normal, casual.»
— ¿Y vos de dónde saliste? —pregunto de golpe.
«Sí, eso seguro fue completamente casual.»
—De detrás de la puerta, me acabas de dejar pasar —responde con ironía. Coloco una mano en mi cara.
—Me refiero a cómo subiste —aclaro.
Suelta una carcajada, probablemente disfrutando de mi incomodidad.
—El encargado tiene la puerta de abajo abierta y me dejó subir.
Ay Dios, el señor Otamendi.
—De acuerdo...—suspiro y me acerco hasta el sillón en donde me siento, él imita mi acción y se sienta a mi lado.
Pasamos un par de minutos en silencio, la tensión puede sentirse en el ambiente.
— ¿Qué te trae por estos lados? —pregunto finalmente, viéndolo a los ojos.
—Necesito pedirte un favor.
Arqueo una ceja.
— ¿Qué tipo de favor?
—Tengo algo así como una cita...—empieza a decir, me separo un poco de él para poder verle fijo a la cara, ha captado mi atención —y necesito darme una ducha.
Sí, ya lo he notado todo sudado. Pero... ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Tengo problemas con el agua dentro del gimnasio, por lo que los baños no están habilitados —habla, probablemente adivinando mis pensamientos —mi casa está muy lejos y mi cita es por acá cerca en media hora, y vos estás a tres cuadras del gimnasio, y bueno, pensé que...bueno, vos...
Lo detengo colocando una mano en su hombro, me mira temeroso.
Suspiro, sopesando mis opciones por un par de minutos.
Finalmente, asiento. Puede ser que esté loca, pero si le he dicho que podemos ser amigos. Y este es el tipo de cosas que los amigos hacen ¿No?
«Por este tipo de decisiones es que te pasan las cosas Margot...»
Me abraza con fuerza: —Gracias Maggie.
—Sí, sí —respondo mientras me separo de él —... soy genial y todo eso.
Me levanto del sillón y voy a buscarle una toalla.
—Che, ¿y entonces? —me pregunta. Viste solo una toalla, el sudor se desprende por todo su cuerpo.
Me re olvidé de decirle dónde está el champú nuevo, así que tuvo que salir del baño semi desnudo.
«¿Realmente tenía? Pudo preguntarte perfectamente desde adentro del baño...»
¡Shh! No puedo pensar en eso ahora.
—Está en el segundo cajón del mueble —respondo con calma. Él asiente y se dirige al baño, cerrando la puerta tras él.
En eso se escuchan tres golpes en la puerta.
¿Pero... qué mierda? ¿Otra vez?
Ahora sí tiene que ser el asesino serial.
He visto demasiadas películas de terror como para imaginarme cualquier cosa.
«Maggie, vos estás traumatizada por naturaleza, lo sabemos.»
— ¿Hola? —pregunto en un tono bajo y miedoso.
—Maggie, soy yo, Andrés.
¡Andrés! La puta madre, me olvidé totalmente de él y nuestra salida.
«¿Y qué te hizo olvidar? ¿El cuerpazo sudado de Santiago?»
¡Córtala!
«Re argentinizada la piba»
Abro la puerta.
— ¿Cómo subiste? —pregunto mientras beso su mejilla. Andrés sonríe, hoy lleva puesto un gorrito azul con círculos amarillos, se ve muy tierno.
—La puerta de abajo estaba abierta, el encargado está arreglando algo de las cerraduras.
—Ah, bueno —digo, nerviosa—. Escuchá, sé que te dije que íbamos a salir, pero pasaron algunas cosas.
— ¿Cosas? —en eso se oye el agua de la ducha, Andrés levanta una ceja.
—Santiago —explico, con las mejillas como dos tomates.
—Pensé que habían cortado.
—Lo hicimos —respondo casi de inmediato, y él está a punto de comentar algo, pero no le dejo —. Y antes de que digas algo, no pasó nada, solo apareció todo sudado y me pidió si podía pegarse una ducha antes de irse a una cita que tiene.
Mi Brisko amigo me echa la mirada que todos ustedes me darían, del tipo "vos no te la creés ni en pedo". Sin embargo, lo que pregunta es:
— ¿Segura?
—Claro que...
Y en eso, otros tres golpes en la puerta.
¿Y ahora? A la tercera va la vencida, tiene que ser el asesino serial.
«Caso perdido, caso perdido.»
Me doy cuenta de que la puerta no quedó bien cerrada porque, con otros tres golpes, se abre y me encuentro con mi mejor amigo.
«Éramos pocos y parió la abuela.»
«¡Ah! ¿Y es que todavía le decimos así ''amigo''?»
Lo somos.
«Unos con beneficios...»
¡Cállate!
—Manu..—digo en un susurro, se me corta la voz.
—Abajo está abierto, y el señor Otamendi me dejó subir —responde con calma mientras entra en el departamento, su mirada se cruza con la del chico de rulos —Andrés —saluda con un asentimiento de cabeza.
—Manuel —responde este de la misma forma.
El señor Otamendi y yo vamos a tener una importante conversación después de todo esto.
— ¿Qué haces acá? —pregunto, y mi tono suena un poco más duro de lo que pretendo.
—Pasaba a ver si estabas libre, para ver si querías ver una peli o algo... hace banda que no hacemos eso, pero... es miércoles y pensé...
Me llora el corazón. Miércoles de películas.
Mi mente vaga a la conversación que tuvimos la semana pasada (justo después de mi borrachera) en donde nos prometimos mantener las cosas lo más casual posible, a ver a dónde nos lleva.
«¡Ja! ¡Casual dice la piba! ¿Tengo que recordarte la noche de año nuevo?»
—Yo...tenía planes.
—Eso veo.
Y en eso el sonido de la ducha se detiene.
La puta madre, me olvidé de Santiago.
«Por mera curiosidad Margot... ¿por qué siempre te olvidas de alguno de los sexys chicos de tu vida?»
Manuel me ve, extrañado. Mientras tanto Andrés se sienta en el sillón, cruzando las piernas.
«A la que se le junta el ganado.»
—Esto va a estar interesante —es todo lo que dice.
Lo mato. Acá sufriendo y él esperando el show.
Y yo ni me burlo de su pelirroja.
Hoy, al menos.
«Lo que es igual no es trampa.»
Por favor Dios, por lo menos que salga vestido. Te lo ruego.
«Me parece Maggie, que la suerte no está a tu favor hoy.»
Y lamentablemente no lo está.
Porque en lo que se abre la puerta del baño y un Santiago completamente mojado, tan solo cubierto por una toalla en su cadera aparece en el living, me quiero matar. Literalmente hablando.
Trágame tierra.
«¿Cómo es que era el plan que antes tenías de ir a vivir a ese pequeño pueblo en China? Yo que vos, iría comprando el boleto.»
La puta madre. Estas cosas me pasan solo a mí.
«También te las buscas.»
La cara de Manuel es un poema. Miles de emociones se reflejan en su cara y, por más que lo intenta disimular, veo la tristeza en sus ojos azules.
Miro a Andrés, esperando alguna ayuda. Pero él solo encoge los hombros y me hace una seña como diciendo: ''vos te lo buscaste''.
Mi corazón late despacio mientras Santiago se acerca a mí y, notando la presencia de Manuel y Andrés en el living, me abraza por la cintura.
Pero... ¿Qué mierda le pasa a este pibe?
Me separo rápidamente, mientras que en la lejanía escucho cómo Santiago lo saluda a Andrés, a quien ya conoció en una previa ocasión cuando salíamos.
Luego, se acerca a Manuel.
«Ave María purísima.»
Le tiende la mano y dice: —Un gusto, Santiago, un amigo de Maggie.
Veo cómo Manuel aprieta los puños, parece que quiere contar hasta mil. Finalmente, estira la mano y la estrecha con Santiago.
—Manuel —se presenta, luego mirándome añade —un antiguo amigo de Margot.
—Manu...—lo llamo e intento acercarme, pero él se aleja, caminando hacia la puerta.
—Veo que estás ocupada, mi culpa, vine sin avisar.
—Escúchame, por favor... —pero no me da tiempo a decir nada más, porque diciendo algo como "después nos vemos" corre hacia la puerta y la cierra de un golpe detrás de él.
Se me llenan los ojos de lágrimas al ver la puerta cerrada frente a mí. No era mi intención.
—Medio dramático el pibe ¿no? —escucho que dice Santiago a mis espaldas.
Mi cuello se tensa.
—Santiago, pibe, hácenos un favor —le responde Andrés a Santiago —. Anda a ponerte un pantalón.
25 de enero del 2024. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 328 de 365.
Les juro que esperé que escribiera. Pero pasan días y no lo hace, tampoco responde ninguno de los mensajes que le escribí.
Ni las llamadas.
Ni el portero eléctrico las tres veces que fui hasta su casa.
Ni apareció las cuatro veces que lo esperé fuera de la base cuando salí del trabajo.
Es como si la tierra se lo hubiera tragado.
Andrés me pide que no me preocupe, igual que Patricia cuando fui en una especie de ataque de pánico a su casa. Y mi mamá, y Fabián. Todos dijeron algo sobre darle tiempo. ¿Tiempo? ¿No es eso lo que más nos hemos dado este año?
Entiendo que pueda estar molesto por la situación. Aunque, sería bastante hipócrita de su parte considerando que no somos nada. Pero tampoco me ha dado la oportunidad de explicar, de darle mi versión de la historia. Simplemente se dio la media vuelta y desapareció.
Por lo que esta mañana fui hasta la casa de sus padres y prácticamente rogué que me dieran el paradero de su hijo.
Y no sé si fue mi insistencia, o que realmente debía de verme muy patética, pero pidiéndome que me sentara me han contado todo lo que sé.
Manuel ha aceptado un trabajo en una base que está en Mar del Plata, y parte hoy por lo que al menos serán veinte meses.
Siento muchas ganas de llorar.
¿Por qué está haciendo esto? ¿En realidad va simplemente a irse de esta manera?
«Eso depende de ti.»
¿Qué?
«Al final Maggie, si hay alguien que no se decide, sos vos. Así que ve, toma un salto de fe.»
Un salto de fe.
Es poco más del mediodía. Y el tren parte a la una y media de la tarde. Gasto todo el dinero que tengo (puesto que, eh...es fin de mes) en un remis hacia la terminal de trenes en Retiro.
Parece el final de alguna especie de telenovela: dramático y lleno de desesperación. Cuando, cincuenta minutos después, pongo un pie en la entrada de la estación de trenes de Retiro, todo pasa en cámara lenta, como si lo estuviera observando fuera de mi cuerpo. El eco del sonido de los colectivos llegando al metrobús, las voces repetitivas de los vendedores ambulantes y el inconfundible olor a chipa recién hecho llenan el ambiente. El remisero pide su paga y de alguna forma me veo dándole seis billetes de mil pesos. Estoy paralizada frente a la alta puerta y no puedo moverme; los pies anclados al piso. Entonces, un hombre con un par de valijas pasa a mi lado, golpéandome el brazo, y es cuando reacciono. Corro al interior con toda la fuerza que mis piernas me permiten. Leo los nombres de los trenes por partir en cada uno de los andenes, y casi al final, en la puerta del andén número 8, doy con lo que será su tren.
Me detengo, intentando que el aire vuelva a entrar con normalidad a los pulmones. ¿Por qué no he aprendido hasta ahora que soy todo menos atlética? El sudor corre por mi frente, siento el palpitar de mis pies dentro de mis zapatos, mientras lo busco con la mirada.
Al verlo, es como si se me derrumbara el mundo; está sentado en una de las sillas de espera. Vestido con su uniforme y con una mochila descansando junto a él, tiene la vista clavada en sus pantalones.
El murmullo de las conversaciones a mi alrededor apenas llega a mis oídos, ya que mi mente está consumida por la mezcla de miedo y rabia. Manuel está a punto de irse de nuevo, como siempre lo hace cuando las cosas se complican. Esta vez, sin embargo, la intensidad de su huida duele más que nunca.
Todavía no se ha dado cuenta de mi presencia, podría darme la vuelta e irme. Podría... eventualmente dejar de quererlo, ¿no es cierto?
Pero... ¿Es realmente lo que quiero? A pesar de las dudas, ya estoy aquí y no puedo darme el lujo de retroceder ahora.
En un impulso de valentía carraspeo con fuerza, atrayendo su atención hacia mí. Sus ojos parecen expandirse por la sorpresa.
— ¿En serio ibas a irte así, sin más?—pregunto con cierta indignación y tristeza.
Manuel deja escapar un suspiro resignado y mientras se levanta de la silla sus ojos no abandonan los míos. Su cuerpo queda muy cerca de el mío. Hay una lucha interna en su mirada; nunca lo admitirá, pero estoy segura de que lamenta de que me haya enterado a tiempo.
Doy un paso lejos de él, no pienso con claridad cuando lo tengo cerca. Una de sus manos se levanta en mi dirección; porque en su misma lucha interna, me quiere.
—Pensé que sería más sencillo de esta manera —responde con voz temblorosa, al cabo de unos segundos.
«Hombres siempre hombres.»
—¿Para quién? ¿Para mi o para vos?—cuestiono, sin disimular mi enojo.
—Para los dos Mags...—susurra —el otro día en tu casa me lo confirmó.
—¿Hablas del día en que te fuiste sin que pudiese darte ningún tipo de explicación? —pregunto con deje cansando — ¿Y dónde te busqué por días intentando explicarte?
Asiente, pero no dice más nada.
—Santiago y yo no somos nada Manuel —aseguro y luego trago fuerte —es decir, lo fuimos, pero ya no más.
—No necesito que me lo expliqués —responde y hay un deje de molestia en su voz. Cierra los ojos por un par de segundos, como si estuviese cargado también de impotencia.
—Pero, es que no te puedo creer que estemos teniendo esta conversación —exclamo colocando ambas manos en mi cabeza; me alegro otro par de pasos. Como si metafóricamente, con cada palabra estamos más lejos el uno del otro.
—¿Y por qué no? —pregunta —. Este es el tipo de charlas que tendríamos que haber tenido hace rato, Mags, pero siempre las dejábamos para después, y mirá adónde nos trajo eso.
—¿Me estás diciendo que estabas celoso? —pregunto de repente, acercándome un poco más a él —porque eso no tendría sentido.
Refunfuña algo por lo bajo, entre lo que pude entender un: ''recordá que la amas, recordá que la amas''.
—¡Obvio que estaba celoso, Mags! —responde elevando un poco la voz, sin llegar a gritar—. ¿Qué más tengo que hacer para que me creas? ¿Para que entiendas que estoy re enganchado con vos? ¿Para que entiendas que te amo?
—Pero...
— ¿Sabés por qué tuve que irme de tu casa? —me interrumpe.
Los nervios me invaden. Quiero salir corriendo.
—¿Por qué hacia un día más lindo afuera?
«Sos pelotuda.»
Respira hondo varias veces, supongo intentando no enviarme a la mierda.
¡Perdón, cuando me pongo nerviosa hago bromas!
—Porque lo vi abrazarte por la cintura y tuve ganas de matarlo —se detiene y por un momento se le quiebra la voz, pero continua —. Luego me di cuenta de que no tengo ningún tipo de derecho, porque no somos nada y jamás lo he sido y eso, es solo culpa mía.
—Manuel...
—Tuve tantos años, Mags, tantas oportunidades para mejorar, pero decidí comportarme como un pelotudo y solo lastimarte. Así que sí, estoy celoso, pero entiendo que no tengo derecho a estarlo.
—No sos el mismo que eras antes.
—Eso no cambia todo lo que hice, y lo más triste de todo es que me sigo enojando con vos porque no podés confiar en mis palabras —grita un poco, más hacia él mismo que hacia mí—. ¡Miráme! Recién lo hice de vuelta. En realidad, ¿cómo puedo culparte? Si fui yo el que nunca hizo las cosas bien, ¿por qué tendría que privarte de alguien que sí las haga? Quiero que seas feliz, y sigo siendo un egoísta de mierda por querer cosas que capaz ya no tienen cabida en tu vida.
Primero, no sabía que Manuel usara palabras como ''cabida''.
«Vos y tus pensamientos random.»
—No es que no te crea —suelto de golpe.
— ¿Qué?
—Bueno, tal vez al principio si era así, no te creía. Ahora, ya no es por el no creerte, es más una cuestión de si considero si es o no suficiente.
—Mags...
—Déjame terminar —suspiro —. Entiendo que no necesito un hombre que me complemente, yo puedo hacer todo eso por mí misma, porque aprendí a quererme y a respetarme.
Silencio, ninguno de los dos dice nada por algunos segundos.
—Pero luego estás vos...—continuo, mirando al piso— .Y no sé qué tengo que hacer con lo que siento cada vez que te tengo cerca, cada vez que te pienso.
—Me parece que si lo sabés.
— ¿Por qué todos parecen creer saber qué es lo que quiero este último año? ¡Como si me leyeran el pensamiento! ¡Pues no, no lo saben! Dejen de querer darme todas las respuestas, hay algunas que tengo que encontrar por mi cuenta.
—No es que te lea el pensamiento Mags, es que la respuesta es tan clara como el agua.
— ¿Qué?
—Si estar conmigo fuese lo que sentís que es correcto, no tendrías que cuestionártelo tanto. Si de verdad esto, nosotros —nos señala a los dos— es lo que quisieras para vos en este momento, podrías decirme con libertad que me amás, pero no podés.
—Yo...tengo miedo Manuel —respondo con la voz rota, sin pensarlo, ya estoy llorando —. Temo que esta nueva versión tuya no dure, y no sé si mi corazón soportará que vuelvas a romperlo.
Hay una mezcla de emociones, un sabor agridulce en mi boca. Porque no quiero sentirme de esta manera, no quiero lastimarlo con mis palabras. Pero es como me siento, y al expresarlo en voz alta me libero de alguna manera.
—Ey...—se acerca a mí y tomando con cuidado mi rostro entre sus manos, seca las lágrimas que derramo—. Eso no está mal mi amor, tenés derecho a sentir lo que sentís. Pero, en el no aceptarlo, nos estamos haciendo mucho daño.
«Habla con cierta razón.»
—Sos un cobarde —susurro.
—¿Perdón?
—¿Así de fácil vas a rendirte? ¡Estás haciendo lo de siempre! ¡Tomar el camino fácil! —exclamo ahora más alto, alejándome de él.
«¿Él está tomando el camino fácil o lo estás tomando vos Margot?»
—¿Y esto te parece que es fácil para mí? —pregunta, sus ojos cristalizados.
—¡Pues pareciera! —grito de vuelta.
«Entonces dile que lo amas, que no sabes cómo lo harán funcionar, pero quieres que se quede y que encuentren juntos la manera.»
—Estoy tratando de liberarte, Mags, ¿es que no lo ves? —mis manos tiemblan ¿Liberarme? —. Te amo tanto que sé que la única manera para que descubrás qué es lo que realmente querés, es que yo no esté en tu vida.
''El tren con destino a Mar del Plata partirá en cinco minutos, por el andén ocho"
—Tengo que irme.
—No lo hagas —prácticamente ruego, pero el niega con la cabeza —. Si te vas ahora no quiero volver a saber más nada de vos en la vida ¿Me escuchaste? se acabó, dejas de existir para mí.
Las palabras salen antes de que pueda detenerlas. No las he sentido, simplemente habla por mí la rabia.
Hay dolor en sus ojos. Por un par de minutos no dice nada.
—Sos la persona más increíble que conozco, Mags. Realmente espero que encuentres lo que buscas, porque te lo merecés.
—Manuel...
Se acerca a mí sin previo aviso y une sus labios a los míos. Me sorprendo, pero pronto me veo sumergida en esa esa familiar calidez, sus manos en mi cintura me atraen hacia él. Me busca con su desesperación, su lengua jugando con la mía como si no pudiese saciarse, como si no quisiese soltarme. Mi corazón late con fuerza mientras correspondo al beso, envuelta en la mezcla de emociones que siempre despierta en mí. En segundos, el beso termina tan abruptamente como había comenzado.
«Bésame de nuevo, por favor. No te vayas.»
—Te amo Margot del Carmen Bermúdez Gutiérrez —susurra a centímetros de mis labios, su cara está mojada, también está llorando —te amo siempre, sin importar qué.
Y hasta este momento mi segundo nombre había logrado permanecer en secreto. Venezolanos y sus costumbres de ponerles a sus hijas como segundos nombres advocaciones de la Virgen.
Antes de que pueda responder, y con sus ojos azules mirándome con tristeza, me suelta y dándose la media vuelta corre hasta el andén.
Un vacío enorme se acumula en mi pecho, como siempre que él no está.
Y ahora supongo, es un vacío al que tendré que acostumbrarme.
Así que, este es el final.
«¿De qué mierda hablas? No puedes dejarlo así.»
A veces las cosas no salen como quisiésemos que lo hiciesen, no es la manera en la que funciona la vida real.
«Todavía tienes la oportunidad de cambiarlo.»
Tal vez es así como tenía que ser.
Tal vez...en verdad, nunca habrá un después. O este es nuestro después, ser la nada que siempre fuimos.
«Margot...»
No se preocupen, creo que ya tengo mi respuesta.
Ya está. Punto y final.
¿Verdad?
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