Capítulo #14: ''Una oportunidad''
27 de agosto de 2016. Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
—Bueno Mags, te veo al final de la noche —Manuel me da un beso en la mejilla.
—De acuerdo, Manu —respondo, tratando de sonar alegre aunque sé que no me sale bien.
Esto lo hace detenerse.
—¿Estás bien? —pregunta con preocupación.
No, no estoy bien.
—Sí, estoy bien —miento de nuevo, asintiendo rápidamente—. Anda, tranquilo.
Sus ojos azules se cruzan con los míos, una mezcla de emociones me recorre.
—¿Segura?
Asiento y él sonríe.
No estoy segura de que me haya creído, pero de todas formas no insiste más.
La música está muy alta, una mezcla entre un reguetón viejo y algo actual. Me duele la cabeza. Suspiro mientras lo veo bajar las escaleras y acercarse a sus amigos. Esa sonrisa hermosa que tiene me parte el alma.
Ya debería estar acostumbrada en este punto ¿no? Es lo que hemos sido por años, somos a puertas cerradas y por fuera de ellas es como si no nos conociéramos.
Siento que como las lágrimas se acumulan en mis ojos, porque me duele, aunque pretendo todo el tiempo que no es así.
Estoy tan cansada de ser su secreto.
«¿Y por qué no se lo dices? Nunca lo sabrá si no eres honesta con él. Más importante aún, si no se lo dices, te estás mintiendo a ti misma y engañándote en esta farsa. Mereces ser honesta contigo misma y respetarte más que esto.»
Me acerco hacia la barra improvisada, un chico de alrededor de veinte años está haciendo de barman. Le hago una seña para que me pase una cerveza en lo que me siento en una silla frente a él, un minuto más tarde un vaso salido de alguna botella de Quilmes está frente a mí.
Me quedo perdida en mis pensamientos. Hay uno en particular que me hace soltar una risa irónica. Manuel ahora finalmente tiene dieciocho años y puede beber sin necesidad de ocultárselo a sus padres. Aun así, tanto él como yo sabemos que sus pedas comenzaron a los dieciséis. El hecho de que sus padres le hayan permitido tener una fiesta de esta magnitud en su casa y haberse ido de viaje por una semana ha incrementado la felicidad de mi amigo.
Amigo.
Suena raro inclusive cuando lo pienso.
Porque eso somos, amigos ¿no?
O eso es lo que él es para mí.
Otro pensamiento hace que me congele el cerebro cuando voy por la mitad de mi vaso: es lo que ha sido para mí, lo que es para mí. Pero no necesariamente es lo que soy para él.
La cuestión es esa ¿no? Todas las situaciones incómodas que me han tocado vivir al intentar interactuar con el "mundo social" de Manuel los últimos años han pasado simplemente porque yo me lo he permitido.
Soy una buena persona. Soy una buena amiga... tal vez una excelente amiga, hasta podría decir.
Soy incondicional, cuando digo que estoy siempre que necesita, es porque siempre estoy. Soy de esas que responde todas las llamadas de madrugada, que te ayuda a lavar las sábanas cubiertas de vómito después de una borrachera para que tus padres no se enteren, la que te ayuda a prepararte para una cita.
La que se ríe contigo hasta que sale el sol hablando de cualquier pendejada, la que juega al play o ve anime, la que te ayuda con tu examen de historia o de literatura. La persona con la que te quedas mirando al techo por horas, sin necesidad de hablar, solo disfrutando la compañía del otro.
No voy a decir que Manuel nunca ha estado para mí porque sería mentira, con los años ha sido un buen amigo para conmigo.
Como cuando me enseñó todas las expresiones argentinas para que no me sintiera en las nubes cuando alguien me hablaba.
Como cuando en mi cumpleaños del año anterior me había llevado a la feria del libro porque sabe cuánto amo leer.
Como cuando me abraza con fuerza en las noches donde sufro ataques de pánico y luego al levantarse me hace mi desayuno favorito.
Como cuando compra veinte bolsas de caramelos y pasa horas separando los morados en otras bolsas para luego dármelos porque sabe que son mis favoritos.
Sin embargo, también ha habido veces en donde no lo ha sido.
Como todos los años que pasamos juntos en la escuela, donde pretendía no conocerme así sus "amigos" no lo molestarían.
Como todos los cumpleaños a los que no me invita.
Como todas las veces que nuestros planes cambian porque alguien más le hace una invitación.
Como hoy, y como tantas veces en el pasado, cuando solo existo cuando nadie más puede vernos.
Qué mierda, ¿no?
Cualquiera diría que hago acá sentada, esperando como siempre que él termine de relacionarse y se digne a pasar un rato conmigo, a dedicarme algo de atención.
Hay momentos en donde tienes que preguntarte hasta qué punto lo bueno compensa lo malo, hasta qué punto puedes intentar inclinar la balanza hacia los buenos momentos y tratar de ignorar lo mucho que te lastiman los malos.
No suelo beber. Es más, repudio el sabor de muchas bebidas alcohólicas y, normalmente, si pruebo así sea un trago de alguna, me da mucho dolor en la panza. Pero, como verán, cuando hay algo que te agobia, algunas veces ayuda para desestresar un poco. Ojo, no digo que esté bien, porque no lo está. El alcohol no es la respuesta a los problemas.
Pero... tal vez, solo por hoy.
«Margot...»
Una cerveza se transforma en dos, luego tres, y después cuatro. Hasta que llega el punto en donde pierdo la cuenta.
Tal vez, ahora no estoy muy segura, también tomo un par de vasos de vodka con jugo en el proceso.
«Y si te vas a emborrachar por primera vez, que sea con todo, ¿cierto?»
Al punto en donde ya la música no me molesta.
En donde hasta el ritmo se ve bueno para echarme una bailadita.
Me levanto y trastabillo un poco, me sostengo de la silla hasta que recupero el equilibrio. La gente baila a mi alrededor y, sin pensarlo, empiezo a moverme también con el ritmo de la música.
Arriba, abajo, alguna especie de "perreo" lento.
Una energía me recorre todo el cuerpo, como algo revitalizante. Ya no me siento triste, es más, me siento como una mujer renovada.
No sé qué será, solo sé que tengo ganas de divertirme.
«Alcohol, pendeja, se llama alcohol.»
Me río en voz alta.
¡Oh, miren, hay tacos!
Me acerco dando un bailecito hasta una de las mesas que están llenas de comida; puedes rellenar tus tacos con lo que prefieres.
Ujum, qué rico.
Ah, hace calor ¿no? Saco mi teléfono de mi bolsillo, mmm... quince grados centígrados, bueno, supongo será la cerveza.
Me estoy comiendo un taco con pollo y cebolla cuando alguien se tropieza conmigo, haciendo que mi taco caiga al piso y el líquido de lo que tomaba sobre mi ropa.
¡Ah! Bueno, en realidad hasta resultó un poco refrescante, tenía calor.
—¿Sos pelotuda o qué? —me habla el chico que ha chocado conmigo —acabo de servirme ese trago.
Mis ojos se encuentran con unos marrón oscuro, su cabello peinado hacia atrás y vestido como si fuese alguno de esos de las películas de hombres de negro. Lo reconozco al instante, Antonio López, uno de los chicos del grupo de amigos de Manuel.
También, uno de los peores hijos de puta que he conocido en mi vida. Se encargó de hacerme la vida imposible en incontables oportunidades durante la secundaria, y, ahora, a casi un año de haberme graduado, los recuerdos permanecen frescos en mi mente, como si se tratara de ayer.
La Maggie de todos los días (la que seguro él recuerda) hubiese bajado la cabeza, murmurado alguna especie de disculpa y corrido hacia el primer baño que encontrara a esconderse. Pero, la Maggie de hoy, la Maggie borracha, se siente particularmente valiente.
—Fuiste vos quien chocó conmigo, idiota —respondo con dureza, haciendo que el aludido me mire fijamente, me escudriña con la mirada hasta atar cabos, reconociéndome.
—¡Ah! Pero mira quién es, si es la venezolanita... ¿Cómo era? Margarita.
—Margot.
—Lo mismo. ¿Qué mierda haces acá?
—Me invitaron.
Una carcajada para nada disimulada sale de su boca. Y si antes estaba enojada, ahora lo estoy más.
—Lo dudo mucho, mi amor —responde con ironía.
—Sea como sea, me parece que no es problema tuyo.
«¡Eso, Maggie! ¡Dale con todo!»
—¿Qué está pasando acá?
Manuel se acerca a nosotros junto con otras tres personas de su grupo de amigos.
Si es que se pueden llamar así, "amigos".
Frunce el ceño al verme. Estoy muy mareada.
—¡Manuel! —lo saluda Antonio — Tan solo estaba saludando a Margarita.
—Mar... got... —aclaro nuevamente, me pesa la lengua.
—¿Estuviste bebiendo? —pregunta Manuel, dirigiéndose a mí con cierta preocupación. Lo veo contener el impulso de acercarse.
— ¿La conocés? —pregunta de pronto otro de sus amigos, Víctor, me parece que se llama.
El ambiente está cargado de mucha tensión cuando su mirada se clava en la mía. Conozco esa mirada, también puedo ver que tiene alguna especie de debate interno. Finalmente, desvía su mirada de la mía y, respondiéndole a nadie en particular, dice:
—Es la hija de una amiga de mi madre, pero prácticamente ni nos conocemos.
No es nada que no haya escuchado antes. No es la primera vez que niega conocerme. Pero, por alguna razón, esta noche esas palabras golpean de manera diferente.
Es como una cachetada cruda. Como la caída involuntaria al piso de lo que queda de mi corazón. Mis ojos se llenan de lágrimas, porque estoy tan cansada.
¿Recuerdan cuando hablaba de la balanza y que si debía pesar más lo bueno o lo malo? Pues en este momento, el día del cumpleaños número dieciocho de Manuel, lo malo se ha llevado la victoria.
Y puede ser nuevamente por culpa del alcohol, pero, no me permito llorar. Dejo a la Maggie insegura y lastimada de lado y dejo salir al exterior una emoción que en este momento prevalece por sobre las demás, ira: —Ya está, me harté.
El que creí era mi mejor amigo me mira sorprendido.
«Pues ya somos dos, yo tampoco lo vi venir.»
Pero es más que necesario.
—Manuel —alzo la voz, me planto frente a él ignorando a las personas que nos rodean —, o dejas esta pendejada hasta acá o te juro por lo que quieras que hasta acá llego. Estoy tan harta de ser tu secreto. —Suspiro —Merezco más que todo esto.
Sus amigos comienzan a silbar, exclamaciones se escuchan en todas direcciones. Mi cuerpo tiembla por completo, pero me mantengo firme y no desvío mi mirada de la suya.
Manuel se queda en silencio.
—¿De qué habla esta pelotuda, Manuel? —pregunta Antonio colocando una mano en su hombro.
—Sí, Manuel —respondo irónicamente— ¿De qué habla esta pelotuda?
Nuevamente, silencio. Como dicen por ahí, parece que el ratón le ha comido la lengua.
—Merezco más que toda esta mierda. Así que, como yo lo veo... sos mi a...migo con todas las de la ley, cuando hay o no hay gente alrededor — «¿las luces siempre brillan tanto?» —. O no eres mi amigo para nada.
La música se detiene y la gente a nuestro alrededor ha parado de bailar y de hablar para centrarse en nuestra discusión. Sacan los teléfonos, grabándolo todo.
Por primera vez en la vida, me vale una mierda.
Esos hermosos ojos azules, no he dejado de quererlos. Lo quiero muchísimo, pero estoy tan cansada.
—Última oportunidad, Manuel. ¿Qué vas a hacer?
«Maggie tiene una loba interior, ¿quién lo diría?»
Y sí, al parecer solamente falta darle licor para hacerla salir.
—¿Por qué no nos hacés un favor a todos y te vas? —Antonio se acerca a mí y me propina un ligero empujón que, en condiciones normales, probablemente solo hubiese hecho que me tambaleara, pero estoy tan mareada que me hace caer hacia atrás y golpear mi brazo izquierdo con una de las mesas.
Un quejido de dolor se escapa de mis labios mientras llevo mi mano a la herida; un poco de sangre emana de él.
Lo siguiente que ocurrió se presenta como destellos borrosos en mi mente, pero observo cómo la expresión en el rostro de Manuel se transfigura, como aquel que es poseído por la rabia. Agarra a Antonio por la corbata que lleva y, antes de que nadie tuviese oportunidad para reaccionar, le propina un puñetazo fuerte en la cara, haciéndole caer al suelo.
—Pero... ¿Qué mierda...? —se queja Antonio desde el piso mientras se limpia la sangre que sale a borbotones de su nariz.
Todos miran a Manuel impactados, incluyéndome a mí.
—No volvás a tocarla, jamás... ¿Me entendés? —ese tono de voz, no conocía ese en él.
—Manuel...—empieza a decir el pibe.
—Quiero que te vayas, vos y todos de mi casa. A partir de hoy no somos amigos.
Antonio lo mira con incredulidad, como si todavía esperase que Manuel le dijera que todo se trata de una broma. Finalmente, suelta una risita sarcástica mientras se limpia un hilillo de sangre con la manga de su costoso traje.
—Como quieras —responde en el momento en que alguien lo ayuda a levantarse. Lanza una mirada en mi dirección—, así que supongo que es verdad lo que la gordita dice.
Los puños de Manuel se aprietan; pienso que va a volver a golpearlo, pero en vez de eso, dirige la mirada hacia todos en la habitación y habla en voz alta diciendo: —Para que quede en constancia, Margot Bermúdez y yo somos amigos, hemos sido amigos por años —su mirada se cruza con la mía—, y estoy orgulloso de serlo.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
—Ahora les pido, por favor, a todos, que se vayan de mi casa, la fiesta terminó.
Murmullos se escuchan a nuestro alrededor mientras las personas empiezan a mirarse entre ellas y finalmente (y milagrosamente si me lo preguntan) empiezan a salir de la casa.
Observo a Manuel respirar hondo un par de veces; luego corre a mi encuentro, agachándose a mi lado.
—Lo siento tanto...—acaricia mi rostro, para luego observar mi brazo con preocupación— ¿estás bien?
Las personas se ríen mientras salen; flashes de las cámaras me nublan la visión.
Asiento como puedo; tengo muchísimas náuseas. Me ayuda a levantarme con cuidado y coloca mi brazo sano alrededor de su cuello, de manera de que pueda apoyarme en él.
—Te tengo, Mags...—susurra.
Lo siguiente es igual se presenta igual de borroso. No estoy segura de cuánto tiempo pasó ni cuándo llegamos hasta el baño dentro de su habitación, pero ahí está él, con sus manos suaves, sosteniendo mi cabello mientras vomito mi alma en el inodoro.
No vuelvo a beber más.
«Sí, te creemos, claro.»
—Voy a morir...—exclamo entre arcadas.
«Y tan joven.»
—No vas a morir, al menos no hoy —y si eso debe ser reconfortante, no sirve de nada.
Empieza a dar leves caricias en mi espalda. Eso sí es más reconfortante.
—Ven, necesitas darte una ducha —su voz es tierna, cuidadosa; cualquiera pensaría que estaría enojado conmigo.
Me levanta y me lleva hasta la ducha, tempera un poco el agua, me ayuda a quitarme la ropa y a entrar.
Sus manos masajean mi cabello mientras me ayuda a lavarlo; puedo quedarme fácilmente dormida.
Suspiro; la borrachera se va yendo poco a poco.
Ahora solo queda el dolor de cabeza, uno re hijo de puta.
—Lamento haberte avergonzado frente a todos tus amigos —suelto de repente; y es cierto, tenía razón en todo lo que dije, pero nunca fue mi intención explotar de la manera en la que lo hice.
Detiene sus masajes en mi cabello, busca mi mirada:
—No tenés nada de lo que disculparte —dice, con una seriedad que me traspasa — , Mags; soy yo quien debería hacerlo —suspira—. Esas personas no son mis amigos; vos lo sos. Soy un pelotudo de mierda, y lo sabés. Lo siento tanto.
—Lo sé —respondo mientras termino de retirar el champú de mi cabello y luego me envuelvo en una toalla; la herida en mi brazo escuece — . Un pelotudo con creces, pero uno... que zafa, a veces.
Manuel me dedica una media sonrisa que se cuela en mi corazón como una especie de cosquilleo. Con otra toalla me ayuda a pasarla por mi cabello, secando el exceso de agua.
— ¿Crees que podrás perdonarme? —susurra cerca de mi oído.
—Por suerte para vos, pelotudo con creces, te quiero. Así que creo... que encontraré la forma de hacerlo.
Sus brazos me rodean tiernos, acercándome hacia su calor.
¿Hay un lugar más seguro que este?
—Yo también te quiero, Mags.
Ya en su habitación me presta una de sus remeras y me ayuda a vendar mi herida. Me recuesto en su cama agarrándome un poco la panza, que duele a horrores.
—Me duele —me quejo cual niña pequeña; lo siento entrar en la cama a mi lado, luego sus manos rodear mi cintura, acercándome hacia él. Deja suaves caricias en mi espalda.
—Ya pronto te sentirás mejor; intenta dormir un poco.
—No vuelvo a beber, lo prometo.
Una risa se le escapa mientras me abraza de vuelta: —Bueno, me parece bien.
19 de agosto de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 169 de 365.
No tengo ni idea de qué acaba de pasar. Manuel me mira con una expresión confusa.
Intenta hablar. Abre y cierra la boca varias veces, pero de ella no sale ningún tipo de sonido.
¿Qué mierda acabo de hacer? ¿En realidad acabo de decirle que estoy saliendo con alguien justo cuando me dijo que está enamorado de mí?
«Y después te preguntas si sos pelotuda, ahí tienes tu respuesta.»
El timbre suena de nuevo.
Un nerviosismo me recorre entera, mi cuerpo tiembla hasta en lugares en donde no sabía que podía temblar.
—Mags...
Sus ojos azules me miran suplicantes. Es extraño ¿no es cierto? Como puedes estar tan cerca de alguien y de alguna forma también lejos. Lo último que dije definitivamente ha creado alguna especie de barrera entre nosotros.
—Yo...—mi voz es un susurro apenas audible, me alejo unos pasos —tengo que responder el timbre.
Salgo prácticamente corriendo de la habitación, mi respiración pesa, mis ojos se llenan de lágrimas.
Necesito pensar.
O no pensar.
En este punto no sé qué es peor.
Una especie de presión oprime mi pecho, me siento tan triste de no poder creerle.
«Ajá, claro.»
¿Es qué no lo ven? Estoy perdidamente enamorada de él, lo amo con todo lo que soy y todo lo que fui, siempre ha sido así.
«Entonces... ¿Qué estás haciendo?»
Ya casi llego hasta la puerta cuando siento su mano tomar mi brazo, me volteo a encararlo:
—Mags...—acaricia mi brazo, para luego rodear con sus brazos mi cintura, mi corazón peligra con salir disparado de mi pecho — ¿Podemos ser honestos el uno con el otro? No huyamos más a lo que sentimos.
Dios, permíteme apartarme, tenerlo cerca es peligroso.
«Lo amas Margot.»
Si, lo amo.
Sus manos son cálidas, y su tacto tierno.
—No sé a qué te refieres —respondo con dureza, pero no me alejo.
«¿Por qué no darte la oportunidad de creerle?»
—Sé que siempre me has querido, intentaba ignorarlo nada más, porque no quería lidiar con lo que implicaba aceptar...—carraspea —Mags, en un principio pensé que estaba protegiendo nuestra amistad y a vos de salir herida, pero en realidad, todo ese tiempo, todos estos años, no hice más que protegerme a mí mismo de sentir, o, más bien, de sentir con libertad lo que siempre he sentido.
—De ser cierto, eso te hace solo el más grande de los pelotudos.
—Lo sé Mags, lo sé.
—Tal vez es demasiado tarde, no puedo sentirme cómo vos dices sentirte por mí —y quien sabe, tal vez si lo es —...además —añado —ya te lo he dicho, estoy saliendo con alguien.
El tiempo me ha enseñado a ser más sensata que todo esto.
«O tal vez te han enseñado a tenerle miedo a encontrar lo que siempre has querido.»
El timbre suena con insistencia, puedo hacerme una idea de quién está abajo.
Hay tristeza en su mirada.
«Estás mintiendo.»
Estoy protegiendo mi corazón.
«¿Rompiendo el de ambos?»
Las palabras de mi mamá dan vueltas en mi cabeza ¿por qué no ser honesta con él como lo hice aquella vez hace tantos años? ¿Por qué no hacer esto por mí?
Porque tengo mucho miedo.
Supongo que después de tantos años de vivir de cierta manera tener el valor para dejar viejos hábitos es difícil.
—Lo entiendo —el dolor en su voz no me pasa desapercibido —no he venido hasta acá para hacer tu vida algo complicado Mags, vine porque siento, porque sé, que vos y yo somos algo por lo que vale la pena pelear.
—La cosa es Manu...que nos conocemos bien, me conoces tan bien como yo te conozco, por eso sé, que por mucho que quiera creerte, hay una parte de mí que no puede evitar dudar.
Me separo de él y me acerco hasta la puerta, contesto el intercomunicador: —¿Hola?
—Maggie, soy yo Pat ¿Puedo subir? —volteo a verlo y suspiro.
—Sube —presiono el botón para abrir la puerta desde arriba, y luego digo encararlo: —Tienes que irte Manuel, no puedo lidiar con esto ahora.
—Necesitamos hablar —responde con voz calma, Manuel nunca fue bueno para tomar una negativa, pero me sorprende la madurez con la que parece estarlo tomando— sé que a lo mejor ahora no es el mejor momento Mags, pero no voy a rendirme —suspira —por primera vez en mi vida estoy completamente seguro de lo que quiero, de lo que necesito... ¿Crees que puedas darme una oportunidad para demostrártelo?
Mi corazón late violentamente contra mi pecho, un cardiólogo probablemente diría que esto es algo parecido a tener un ataque, quiero huir, pero al verle, ver esos hermosos ojos azules que he amado toda la vida, sé que hay una parte de mí que no se ha dado por vencida con él.
Sin embargo, no todo es tan sencillo.
Asiento.
—La tienes, pero, me parece que antes de cualquier otra cosa, necesitas redimirte como mi amigo.
Una expresión de alivio recorre todo su rostro, sus músculos se relajaron ¿tanto miedo tenía a que fuese a negarme a darle una oportunidad?
Pero, ojo, darle una oportunidad implicaba salvar o reconstruir nuestra amistad, no nada más que eso.
«Si Maggie, dale, te creemos.»
Pero...
«Vos llévalo un paso a la vez, ya veremos qué tal termina.»
—Es un inicio, haré cualquier cosa para lograr que me creas —se acerca a mí y acaricia mi rostro —. Voy a hacer las cosas bien, lo prometo.
Muero de ganas de besarlo.
—Eso significa que veo una oportunidad de poder salvar nuestra amistad Manuel, no implica nada más.
Suspira y hay un cierto brillo divertido en su mirada.
—Todo a tu ritmo Mags, sin presiones, llevaremos las cosas un día a la vez.
En eso tocan a la puerta, Patricia.
—Deberías ir a buscar tus cosas —asiente, tal vez un poco decepcionado, pero se voltea y va hasta la habitación.
Respiro hondo y al abrir la puerta una Patricia en pijama aparece tras ella.
—Vine tan pronto como leí tu mensaje —entra rápidamente en el departamento, su pelo está alborotado, y la camisa le queda un poco corta así que por ahí se asoma Margot Junior — ¿Estás bien? ¿Dónde está?
«Que no va a llamarla así.»
Déjame soñar.
Sonrío.
«Que buena amiga.»
—Estoy bien Pat, no tenías que venir tan de golpe —me acerco y la abrazo —pero gracias, te quiero muchísimo.
—Y yo a vos —responde devolviéndome el abrazo.
Acabamos de separarnos cuando un Manuel vestido nuevamente con su uniforme militar entra en el living. Dios mío ¿Cómo puede verse tan bien en uniforme? Nos sonríe a ambas mientras se coloca su mochila en la espalda.
—Hola Pat —Manuel saluda a mi amiga —. Te ves bárbara.
Patricia ríe y se acerca para darle un abrazo, él cual Manuel corresponde. Puede ser que Manuel no es la persona favorita de mi mejor amiga en cuanto implica su relación conmigo, pero en general (más allá de eso) siempre se han llevado bien.
—Gracias Manuel, ambos sabemos que eso no es cierto, pero aprecio el halago —suspira —es bueno verte.
—También es bueno verte.
Patricia suspira y se aleja para dedicarme una mirada de ''¿Por qué mierda está usando uniforme militar?'' a lo que yo respondo con una de ''ahora te cuento''
Manuel centra su mirada en mí, y ahí está, ese brillo, ese que nunca antes había podido percibir, pero ahora veo cada vez que me mira.
«Te ama Maggie.»
Por favor, no hablemos de eso ahora.
Se acerca y acaricia levemente mi brazo:
— ¿Puedo llamarte o escribirte?
Asiento.
—Si, si puedes.
Sonríe.
—Nos vemos pronto Mags —se inclina para dar un beso en mi frente.
No logro que salgan palabras de mi boca, así que vuelvo a asentir.
En lo que sale, cierro la puerta, y me encuentro de frente con la mirada confundida de mi amiga.
—¿Qué está pasando Maggie? —pregunta.
—Me dijo que me ama —respondo en un susurro, y sin saber por qué y como si las hubiese estado rato conteniendo las lágrimas comienzan a salir una tras la otra, hasta el punto en donde lloro a mares, Patricia me abraza y estamos así un largo rato.
Esa misma tarde estamos sentadas en el sillón conversando. Le conté todo lo que Manuel me dijo.
—¿Le creés? —pregunta de repente.
Y no, bueno...creo, ¡ah! No sé.
—No lo sé —respondo con ganas de llorar de nuevo — . Mi corazón quiere hacerlo, en realidad todo de mí, mis entrañas, mi alma, pero mi mente dice que no debo arriesgarme.
Patricia se queda en silencio.
¿Dónde está el ''No seas boluda, no te merece''?
Una idea loca se forma en mi mente.
—Para Pat... ¿Vos le crees?
—No es que haga necesario mucho —responde pensativa.
— ¿Qué quieres decir?
—Maggie, hasta un extraterrestre podría darse cuenta que el pibe tiene años enamorado de ti, pero es un boludo, y estaba en una posición diferente.
Estoy confundida. No logro entender por qué si ella creía que él...
—Nunca me dijiste lo que pensabas, no me dijiste que pensabas que Manuel me quería.
—Porque él no lo merecía, no te merecía Maggie, el habértelo dicho no cambiaba nada.
«En verdad que tu vida es una telenovela Margot.»
— ¿Y ahora? ¿Por qué me lo dices ahora?
—Porque me parece que podrías dejarlo intentarlo, que lo sufra un poco, que pelee realmente por ganarse tu corazón de manera limpia, real, sin hacerte sufrir.
En mi vida pensé escucharla decir a Patricia esas palabras.
«Para mi esta piba sabe cosas.»
—¿Piensas que cambió?
Suspira.
—Pienso que realmente lo está intentando.
—¿Y si al final sufro?
—No podemos dejar de vivir por miedo a sufrir; nadie dice que tenés que estar con él o que tengás que creerle... pero, como tu amiga mi trabajo es decirte lo que pienso.
—Pero...—me interrumpe.
—Es el pibe del que has estado enamorada media vida Maggie; te debes a vos misma explorar un poco eso. Quien sabe, a lo mejor hasta lo besás y termina siendo una mierda.
—¡Pat!
— ¿Qué? Es cierto, pero es algo que tienes que quemar, no hay nada peor que preguntarse qué hubiese pasado, además —continua —Manuel siempre fue tu... —se detiene buscando las palabras adecuadas —...''nada antes y nada después''...¿pero que pasa si este año sirve de quiebre? ¿Qué pasa si después de todo si existe un ''después'' Maggie?
«Tiene razón.»
—Y sin importar que pase amiga, siempre estaré acá, no estás sola.
Me congelo.
¿Y si hay un después?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro