Capítulo #1: ''Es un boludo''
Que tengo miedo, che.
«Pero, acordamos que....»
¿Y si la cago monumentalmente..?
«Sabés que es una opción. Pero ibamos a pensar positivo ¿te acordás?»
Si, pero...
«Además, ya te están leyendo ¿y si saludas?.»
¿Qué? ¡Ay, caray!
Pues... ¿hola?
Me llamo Margot, o Maggie para mis amigos. Supongo... que pueden llamarme Maggie. Si voy a contarles los detalles más íntimos de mi desastrosa vida, debería empezar a considerarlos como tal, ¿no? Eh, bueno, creo que ya saben más o menos de qué va la cosa.
De la que yo quisiese, fuese una hermosa historia de amor.
Dicen, que las historias deben comenzar con un buen gancho ¿no es cierto? de esos que atrapen al lector desde el momento en que lo leen. Pero, yo no sé una mierda de nada de eso.
¡Ah, perdón! A veces se me salen malas palabras cuando me pongo nerviosa.
Y normalmente estoy nerviosa.
El punto, es que todo comienza con una decisión. La mía. Cuando finalmente dejo atrás un amor de años jamás correspondido —aquel, que siempre he tenido por mi mejor amigo — y me encamino a la aventura de buscar uno de verdad.
Porque sé que tiene que haber algo más allá de él... más allá de lo que siempre me he permitido en orden de seguir teniéndolo en mi vida.
Y para eso, me di un año. 365 días.
Sí, lo sé, tal vez esté siendo un poco ambiciosa.
¡Perooo... No voy a enrollarlos tanto con los detalles! (ni yo misma entiendo la mitad de ellos) Pero si puedo pedirte que le des una oportunidad, que me des una oportunidad.
Podría llegarte a causar un par de risas. Quién quita.
«Maggie, no le des tantas vueltas, ahuyentas a los pocos interesados.»
¡Ah, sí! También la irán conociendo, esa es mi voz interior. Ya saben, la que suele decirte cuando haces algo bien o te estás mandando una cagada. La mía, en particular, suele ser peor que un grano en... ya saben dónde. Pero es lo que hay.
«Margot...»
¡Bueno, bueno! Está bien.
¿Por dónde comenzar? Supongo yo que no importa en verdad.
Así que aquí va.
Sean bienvenidos, no me hago responsable de traumas (y bastante tengo los míos). Prepárense un balde de pochoclos (en lo personal los prefiero salados, pero si quieren también dulces) porque estaremos aquí un rato.
27 de agosto 2013, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Las seis con veinte minutos de la mañana.
Maldito sea el que creó el reloj despertador.
Mil disculpes señor o señora, pero que podrían haber usado su inteligencia en un invento menos... simplemente eso, menos.
Abro los ojos y me toca lidiar con la luz del sol. La habitación ya se está llenando con ese sol hipócrita de mediados de invierno. Hace un frío de esos que te congelan hasta el alma.
«Por floja te pasan estas cosas, Margot, por no haber cerrado las ventanas anoche.»
Dato curioso sobre mí y que nadie le importa: jamás lo hago. Encima, soy re paranoica. Todo el tiempo que un asesino serial entrará por ella cualquiera de estas noches.
Sin embargo, la flojera puede más que mis ganas de vivir.
Pero...¡Hoy es viernes, gente linda! Último día de la semana.
Yo puedo con esto.
«¿A quién quieres engañar?»
La verdad es que a mí, pero no me ayudas mucho.
Como si fuese también un reloj despertador, mi madre entra por la puerta: —Vamos, mi vida, es hora de levantarse. ¡Nuevo día!
Un nuevo día una mierda.
«Nunca ha sido una persona muy madrugadora.»
—Mamá, déjame quedarme hoy, por favor... —mi voz suena ronca y pesada.
Se ríe y se sienta a mi lado en la cama, me tapo la cara con la almohada.
—Te diré que, puedes quedarte con una condición —retiro la almohada de mi rostro y me siento en la cama, eso capta mi atención.
Tengo miedo.
— ¿Y.... cuál sería?
Mi progenitora sonríe, y hay algo en esa sonrisa. Algo que me dice que se trae algo entre manos.
El corazón me late acelerado, tengo una idea de a dónde se dirigirá la conversación.
«¿No creerás que...?»
Sí, es lo más probable.
—Ve a la fiesta de esta noche donde Manu.
Nota: estudiar adivinación al graduarme del colegio.
Ahora, las palabras de mi madre no han sonado como una condición. No, no, ella me lo está pidiendo ¡Rogando, si me pongo de exagerada!
Un calor se extiende alrededor de mis mejillas. Sí, me sonrojo. Mierda.
No le conté sobre mi enamoramiento; lo descubrió solita, porque las mamás tienen un sexto sentido para estas cosas.
Dejo escapar un suspiro antes de responder: —Ya te dije ayer que no iría, así que supongo que tendré que ir a clases.
Y ahí está esa mirada. No sé si ustedes la conocen, pero yo la reconozco a la perfección. Esa mirada de madre, aquella que no te juzga pero que también es capaz de expresarte cuando cree que podrías estar haciendo algo de manera diferente.
No dice nada durante algunos segundos y cuando finalmente lo hace, puedo notar un atisbo de esperanza en su voz:
—Maggie, solo se tiene dieciséis años una vez —me susurra con ternura—. Permítete vivir experiencias ahora, es mejor equivocarse que después preguntarse qué hubiese pasado. Mientras tengas cuidado... ¿Qué es lo peor que puede pasar?
«Una vida entera de humillación, si estamos hablando de Maggie.»
Y sí, esa es mi mamá. La que me envía a fiestas y me ruega que tenga un poco de vida social.
—Que el mundo explote ¡Kaboom! —respondo mientras me encojo de hombros, intentando (sin éxito) de restarle importancia al asunto.
Acaricia mi largo pelo marrón claro todo enmarañado y luego me abraza.
—Anda, ve, bésalo —continúa ahora rompiendo el abrazo —. Ya después me cuentas si hay que comprarle un poco de pasta dental.
Suelto una carcajada.
Amo a mi mamá. Es mi persona favorita en el mundo. Desde que nos mudamos de Venezuela tres años atrás hemos sido ella y yo contra el mundo.
Me da un beso en la frente y antes de salir del cuarto se voltea a verme:
—Fuera de toda broma, sé sincera con él Maggie. Dile cómo te sientes, que no quieres ser más su secreto; si él es realmente tu amigo lo entenderá y hará lo posible por cambiar.
—¿Y si no lo hace? —hay miedo en mi voz —¿Y si deja de hablarme?
—Entonces, no lo vale, mi amor. Mereces más que pasarte la vida esperando —responde, en un tono bajo; pero antes de poder decir algo más, sale de la habitación.
«Tiene razón, Maggie.»
Me dejo caer de vuelta en la cama, pensativa.
¿Y si...? Tal vez no sería tan malo si fuese, solo esta vez.
Basta decir que el colegio no tendrá que lidiar con mi humor de mierda el día de hoy.
27 de agosto 2013, Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
La que la parió.
Y si, antes de que me digan algo es una expresión. Nada personal en contra mi abuela, que fue una mujer increíble.
¿Por qué la escuché? Debí haberme quedado en casa, haber puesto Disney Channel en la tele y todo estaría bien.
Pero no, acá estoy, a las nueve de la noche, frente a su puerta, con un vestido ceñido que apenas me llega a las rodillas, cagándome de frío porque dejé la campera en el 59.
«Te dije que te pusieras el pantalón.»
Pero, decidí hacerle caso a mi madre.
La casa de Manuel está en el barrio de Olivos, al norte de Buenos Aires. Sus padres son los fundadores de una importante firma de abogados ubicada en el centro de la capital: el Bufete Jurídico González y González, que ha tenido mucho éxito. Por eso, la casa que tengo frente a mí es sin duda la más imponente de toda la cuadra.
«Hasta del barrio me atrevería a decir»
Tiene dos pisos, enormes ventanales y al menos cinco habitaciones. El estilo es sencillo pero elegante, con techos de madera y paredes de ladrillo pastel. ¡Y el patio! Es mi parte favorita. Tanto el delantero como el trasero están súper cuidados, con césped bien cortado y flores que cambian según la estación. Ahora mismo, está lleno de clavelinas.
¿Cuándo fue la primera vez que estuve aquí?
«¡Ja! Como si no pudieses recordarlo. Si hasta sueñas con ese día.»
Aunque sea como una patada en el culo admitirlo, es cierto. Han pasado exactamente tres años, hoy. Fue en su fiesta de cumpleaños número doce, su mamá nos invitó a su madre y a mí porque era nueva en la escuela. Ese día lo vi por primera vez, y probablemente, también el día en que me enamoré de él.
Toco el timbre.
Dos segundos y nadie abre. ¿Es ya suficiente tiempo para darme la vuelta y volver a casa?
«Por lo menos date un minuto entero, Margot.»
Mi voz interior siempre llevándome la contraria.
«¿Para qué estamos si no?»
La puerta se abre y unos dulces ojos azules me observan fijamente.
—¡Maggie! —me saluda con su tono de voz suave y sonriente—. Que lindo verte, cariño... pasá, pasá, que te me congelás.
Candela González, la mamá de Manuel.
Es una de las mujeres más hermosas que he conocido. Siempre me ha tratado con mucha calidez, como si fuese su hija. Con una estatura de metro setenta (que deja en chiste mi metro con cincuenta), su cabello negro, largo y sedoso cae hasta la cintura, con una piel tan blanca como porcelana. De haber considerado alguna vez el modelaje, seguramente habría ganado numerosos premios. A pesar de estar cerca de los cincuenta, parece de treinta.
—Candela —le devuelvo la sonrisa —, sé que llego algo tarde... pero vine a la fiesta, si eso está bien.
Tengo miedo, no puedo verla a los ojos. La conozco hace años, es familia para mí. Debería ser más sencillo.
«No lo es gracias a Manuel.»
—¿Cómo no lo va a estar, Maggie? ¡Si esta es tu casa, mi vida! — termina de empujarme suavemente al interior, donde la calefacción se siente como una caricia a mi cuerpo congelado. —. Madre mía, ¿dónde has dejado la campera?
Como quisiera haberme quedado afuera.
El sonido de risas y el de olor a hamburguesas recién hechas llena el ambiente. La música —en muy alto tono, tendría que agregar — proviene del patio, donde asumo se está celebrando la fiesta. Sobre la puerta alta de este, un banner enmarcado de colores plateado y dorado con la frase "Felices 15 años, Manuel" brilla en todo su esplendor. A veces olvido que es un año más chico.
No puedo contestar.
Quiero hacerlo, lo juro.
Pero antes de poder hacerlo, mi mirada se cruza con la suya. Esos ojos azules, tan parecidos a los de su mamá, me miran con sorpresa desde la puerta del patio.
El tiempo pasa rápido. El chico frente a mí ha perdido todo rastro del nene que alguna vez fue. Sus rasgos son ahora más definidos y su pelo negro cae en suaves mechones sobre su frente. Debe rondar el metro ochenta.
—Oh, Manuel —habla Candela, entusiasta al darse cuenta de su presencia—, recién llegó Margot. ¿Por qué no la llevás a que se una a la fiesta?
—No sabía que vendría —escucho por primera vez su voz y sus palabras se sienten como una puntada en la panza.
«Idiota.»
Candela frunce el ceño, molesta con lo que acaba de escuchar.
Me apresuro a contestar antes de que ella responda:
—Al final decidí aceptar la invitación que me hiciste ayer en la escuela. Te dije que no sabía si podría venir, ¿recuerdas? por la salida con mi mamá. Pero cambié de planes y aquí estoy. ¿Está bien?
Me regaño mentalmente. ¿Por qué siempre lo protejo?
«Por idiota también, solo que una enamorada.»
Sé que me invitó por educación. Él no esperaba que viniera, ni yo tampoco. Pero aquí estoy.
La cuestión con Manuel es que no quiere que nuestra amistad sea pública. Así que vivimos una especie de telenovela, con una amistad secreta.
Sí, es una cagada, lo sé. Pero, pónganse en su zapatos; imagínense como se reirían sus amigos se si junta con la venezolana pasada de peso, que además, siempre está más sola que la calle en lunes feriado.
¿Entienden?
«No seas tan dura contigo misma.»
No pasa nada, no se preocupen. Ya en este punto sé que no es mentira, además de que ya estoy acostumbrada a la idea.
Hay reglas. Y he sabido jugar con ellas los últimos tres años.
Así que...
¡Sorpresa! Una nada buena, dada su expresión de mierda.
No digo que no lo entienda.
Sus ojos me observan con una intensidad que es capaz de derretirme. Porque hijo de puta, no importa cómo sea, siempre logra llevar mi corazón hacia un punto lejano de la galaxia. Carraspea un poco antes de hablar.
—¡Claro! —se acerca a mí y me pasa un brazo alrededor del hombro, jugando con mi poca estabilidad emocional—: Vení conmigo, Mags.
Ese tono tan familiar con el que me habla, quisiera tan solo que no fuese fingido.
Quiero irme a casa. Dar media vuelta e ir a la seguridad de mis frazadas.
Lo sigo, no sin antes dedicarle una sonrisa a Candela, que ya parece más relajada.
El patio es una explosión de hermosos colores. Como en una especie de disco o boliche —depende de la parte del mundo de donde me leas — iluminan cual reflectores una pista de baile central, donde un grupo de adolescentes se mueven al ritmo del reguetón, una de esas últimas de Daddy Yankee. Otros, parados de costados conversan entre risas y tragos, que debe ser alguna especie de limonada.
Yo no pertenezco a este ambiente ¿Qué estoy haciendo acá?
Manuel deja caer su brazo que resguardaba mi hombro, y su vista vuelve a fijarse en la mía.
¡Que alguien llame a un doctor que se me sale el corazón!
—Gracias —sé que se refiere a que lo cubrí con su madre, por lo que niego con la cabeza, restándole importancia al asunto—. De aquel lado —señala una mesa larga llena de comida y bebida— hay comida por si querés algo. Eh.. —continua —me parece... que hay de esos caramelos morados que tanto te gustan.
Quiero llorar. Manuel recuerda que me gustan esos caramelos.
«Dios mío, ilumínala, por favor.»
Asiento. Me dedica una media sonrisa y se voltea para unirse a sus amigos. Pero, entonces, hago lo más estúpido que he hecho en mi vida.
Lo tomo del brazo.
Mierda.
¿Acabo de tomarlo del brazo?
—¿Pasa algo? —pregunta, su ceño ligeramente fruncido.
«Me pasa que te quiero.»
«Me pasa que ya no quiero que me trates como un secreto.»
«Quiero ser tu amiga más allá de las puertas de tu habitación.»
Pero no puedo decirle eso, ¿verdad?
Sacudo mi cabeza, sonriendo con falsedad.
—No, solo quiero desearte un feliz cumpleaños.
Su semblante parece relajarse un poco, en sus ojos hay un deje de arrepentimiento: —Luego de la fiesta podemos hablar un rato, ¿te parece? ¿Jugamos con la consola o algo?
Dejo escapar una bocanada de aire antes de asentir. No es nada que esté por fuera de nuestra rutina.
—De acuerdo.
Y él sonríe, de esas sonrisas tan cálidas que suele darme cuando estamos a solas. Coloca una mano en mi brazo, en señal de agradecimiento.
«Díselo, Maggie.»
—Estás helada —dice de repente, más para él que para mí, volteando alrededor para asegurarse de que nadie nos esté observando. Se quita la campera que tiene puesta y me la tiende—. Ten, usa esta.
Mis manos tiemblan al tomar la campera, aunque sé que no es por el frío. Es su gesto y lo que su amabilidad genera en mi interior, el vislumbrar al verdadero Manuel, el que casi nadie conoce.
Manuel sonríe de nuevo, pero algo en su mirada me hace dudar. Esa es la cosa con él, es difícil saber con cuál versión vas a encontrarte.
—Nos vemos luego, Mags —responde, dándose la vuelta para unirse a sus amigos.
Como siempre, me quedo sola en la fiesta, apoyada en la mesa de comida con caramelos morados en la boca, sintiéndome extrañamente vacía, como siempre que tengo que interactuar en su mundo. Me aferro a la promesa que me hizo: de que algún día todo esto será diferente, en el día en que ya no tendré que ser más un secreto.
Hasta que todos se van y viene a mi encuentro.
Eso es la cuestión con Manuel. No es malo, nunca lo ha sido, tan solo es... eso, un gran boludo.
No digo nada hoy. Las palabras se quedan atrapadas en mi garganta, y sé que seguirán así durante muchos años. Porque es más fácil, porque no complica las cosas.
Porque no puedo soportar escucharlo decir que no siente lo mismo.
«Qué cobarde, Maggie, qué cobarde.»
3 de marzo de 2023, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
—Tenés que dejar de justificarlo, Maggie —el tono serio de mi mejor amiga no me pasa desapercibido. Levanto la vista del teléfono para encontrarme con sus ojos acusadores—. Te plantó, de nuevo.
—Algo debe de haber pasado... —me limito a responder, maldiciendo en voz baja, porque aquí estoy de nuevo, defendiendo lo indefendible.
Miro a mi alrededor, el departamento está todo iluminado y las ventanas abiertas para dejar entrar la casi inexistente brisa. Típico del verano.
Son las tres de la tarde, habíamos quedado al mediodía.
«¿Cuánto tiempo más vas a seguir excusándolo?»
Patricia suspira y se sienta a mi lado en el sillón:
—Es tu cumpleaños y se supone que es tu amigo, tu amigo más antiguo. ¿Dónde está ahora? —continúa con un tono más calmo—. No viene no porque tenga una emergencia, Margot. Ambas sabemos que probablemente está calentando un par de piernas en algún lado, y vos te merecés más que toda esta mierda, más que las sobras que siempre quiere darte. Si no sabe apreciar lo que tiene, eso lo hace el más grande de los boludos, por no decir otra cosa. Ahí tenés una razón por la que lo llamás tu 'nada antes y nada después'. ¿Has pensado en eso?
Mierda.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos. Intento contenerlas, pero la frustración me domina, junto a la rabia. O no, no rabia. Este sentimiento tiene otro nombre, uno al que estoy acostumbrada cuando se trata de él: decepción. Muerdo mi labio inferior, pero pronto me encuentro llorando sin poder evitarlo.
Patricia tiene razón. Sé que la tiene.
Pero saberlo y querer admitirlo en voz alta son dos cosas completamente diferentes.
«Vas a tener que empezar a hacerlo.»
«Y aceptarlo.»
"Lo siento, Mags. Se presentó algo, te lo compensaré. Feliz cumple."
El hijo de puta no ha tenido ni la decencia de llamar.
«Ya está, Maggie, basta de llorar por un chico que nunca te quiso de verdad.»
Veintiséis. Es tu cumpleaños número veintiséis.
—Tienes razón —respondo, mientras aspiro los mocos y me volteo a ver a mi amiga—. Ya está, se acabó, y esta vez lo digo en serio.
La boca de Patricia forma una "O" debido a la sorpresa.
—¿Qué querés decir? —pregunta.
—No quiero seguir siendo su 'nada antes y su nada después'. Estoy harta de ser siempre su opción intermedia —suspiro—. Quiero salir al mundo, vivir para variar, emborracharme y enamorarme de verdad. Es hora de dejar de esperar a que algún día pase algo entre nosotros.
—Me gusta cómo suena, Maggie —responde Pat con una sonrisa de alivio—. ¿Cuál es el plan?
—Necesito reformarme, cambiar, dejar de esperar y actuar. Hacer las cosas que siempre he querido hacer. No sé cómo todavía, Pat, pero voy a salir al mundo, conocer a alguien y enamorarme de verdad, sin esperar a que "suceda cuando tenga que pasar". En un año, para mi cumpleaños número veintisiete, mi vida será completamente diferente.
Pat niega con la cabeza, tal vez no tan convencida de que la idea de "un clavo saca a otro clavo" sea el mejor plan, pero lo que dice es:
—Si eso es lo que querés, lo que necesitás, te apoyaré al cien por ciento, pero... —levanta una ceja— primero necesito que hagas algo por mí.
—¿Qué cosa? —respondo, pasándome una mano por la cara; debo tener un aspecto terrible.
Levanta mi teléfono, revisa un par de datos y luego me lo tiende. En la pantalla está el contacto de Manuel y el cartel que dice "¿Está seguro de querer bloquear a este contacto?".
«Hazlo por ti, Maggie.»
Siento que se me paraliza el corazón.
La miro y ella asiente, dándome ánimos.
Lo contemplo, mi dedo sobre el botón y lo que implica: años de decepciones pero también de buenos momentos. Lo que siempre he sido pero ya ni puedo ni quiero ser.
Debe existir algo más para mí, ¿no es cierto? Algo más allá de lo que soy cuando estoy con él. Porque en este punto, ya no sé dónde empiezo y dónde termino cuando él no está.
Entonces lo hago, presiono el botón.
Contacto bloqueado.
No habrán más llamadas sin respuesta, planes cancelados o promesas rotas. No más esperar por algo que jamás llegará.
Porque no he dejado de quererlo ¡Oh no! Eso es algo que no creo que alguna vez vaya a ser posible. Hemos estado tan entrelazados durante... tanto, que siempre será parte de mí. Pero, tengo que aprender a quererme más yo.
—Ahora sí —exclama Patricia con entusiasmo, levantándose del sillón— ¡Operación Renovación Margot Bermúdez en marcha!
Patricia toma su teléfono, colocando a Morat en aleatorio. La música llena el espacio, infundiéndome una energía renovada y un sentimiento de liberación.
Me uno a ella, levantándome también.
—¡A la mierda todo! —exclamo decidida.
Nos lanzamos a bailar por todo el living, al ritmo pegajoso de "No hay más que hablar".
Día 1 de 365.
Todo irá bien.
¿Cierto?
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