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Capítulo 1 - Tres veces.


Capítulo 1

Tres veces

Está jugando con ella, la forma en que se ríe entre los dientes, cómo la mira, cómo se mueve. Es porque ahora ni siquiera la ve a los ojos. Él sabe que lo que está haciendo está mal. Y ella también. ¿Pero qué más da?, al mundo no le importa si algo está mal, va a seguir su curso siempre, porque nosotros mismos somos culpables de lo que ocurre todo el tiempo.

Cuando todo se acaba, como ahora, puede que él se levante
y se fume un cigarrillo, o puede que le pida que se vaya porque está tarde.

Hoy Valeria no tiene deseos de levantarse. En realidad, siente que va a llorar, pero no puede, porque si llora él pensará que es por él y no es así. El problema que la atormenta no tiene nada que ver con él.

Él está mirando al techo mientras respira. Valeria muere del frío. Necesita calor o necesita cubrirse.

—¿Qué te ocurre? —le pregunta. Ella no responde nada—. Valeria... ¿te lastimé?

Aunque llevasen dos meses ya con la misma rutina, Valeria algunas veces decía que le dolía para que no fuera brusco, porque a ella no le gustaba así. Ni siquiera sabía cómo le gustaba, era algo frívolo y a la vez normal, no algo en lo que podía definir un gusto. Como todo en su vida, en nada podía decidir qué quería en realidad.

—Valeria... —vuelve a llamarla por su nombre y ella lo mira. Ben se moja los labios y toca la mejilla de Valeria con sus dedos—, ¿Valeria, qué tienes hoy? —vuelve a preguntar.

—Me tengo que ir —dice y se sienta en el borde de la cama para recoger su ropa del suelo. Ella no lo quiere hacer todavía. Se queda allí sentada mirando al piso.

La Sombra desliza sus dedos vagamente por la columna de Valeria, sus huesos son tan pronunciados que por un segundo le hacen recordar lo frágil que su cuerpo luce y de cómo se suponía que debía sentirse culpable por hacer esto con ella.

Al sentir los dedos congelados de La Sombra en su espalda Valeria pensó en el frío que tenía. Terminó de levantarse y se vistió de nuevo. Él no se levantó para despedirse de ella ni ella tampoco esperaba que lo hiciera. Todo era una completa rutina, y los dos sabían cómo era más o menos.

Valeria salió de la casa de La Sombra a las once de la noche y se enfrentó a los vientos de otoño que muy pronto serían reemplazados por los de invierno. Tenía frío y hambre, y mientras caminaba perezosamente decidió fijarse en la acera por donde caminaba y no pisar las grietas que había en ella.

No siempre fue así, antes La Sombra y Valeria nunca habían tenido ningún contacto físico y cualquier conversación que hayan tenido cuando niños fue enterrada en el pasado, cuando él se convirtió en lo que es ahora, una sombra.

Como sea, todo empezó con las malas amistades, aunque Valeria no les echase la culpa a ellas totalmente; ella había sucumbido, ahora se siente atada a un lazo invisible que en realidad no existe.

Nina es la mejor amiga de Valeria desde que tiene memoria, en el barrio es conocida como una chica «rapidita», y es que todas las chicas del barrio son catalogadas así. Una noche, mientras otra de las chicas, quien Valeria juraba era por dos años menor que ella, contaba sus experiencias, Rose saltó a preguntarle a Valeria—: —¿Y tú?, ¿cómo fue tu primera vez?

—¿Qué primera vez? A Val se le nota el queso.

Algunas rieron.

—¿El queso? —curioseó confundida—, ¿qué es?

—Ellas quieren decir que no has sido ni siquiera tocada allí —le aclaró Nina—. Chicas, Val es la salvación de este barrio. —Alzó la voz y rodó los ojos.

Todas rieron de nuevo, menos Valeria.

—¿Cómo hago para quitarme el queso? —preguntó, tres semanas atrás Valeria tan solo tenía dieciséis y quería ser igual a sus vecinas para encajar, era eso o aburrirse en casa contando las cucarachas en el patio.

—Ten sexo con alguien, obvio —ordenó Rose.

—Puede ser con uno del barrio y nos cuentas cómo te fue
—dijo la otra.

Nina se acomodó el brasier y miró de reojo a Valeria, quien tenía una expresión de miedo chistosa.

—¿En serio ustedes piensan que mi Val va a tener sexo así como así? No lo hará, es demasiado inocente. —Nina hizo una mueca con los labios.

—Claro que puedo, Nina, no me subestimes —respondió volteando a ver a su amiga—, díganme ustedes opciones.

Rose sonrió con malicia mientras cruzaba miradas con Argentina. Argentina era más vieja que Valeria y la que principalmente había inculcado todas las mañas a las niñas ahí presentes. Era como su maestra, la que hacía las cosas primero y después ellas le seguían.

—Ahí está Mario, o Héctor, quizás Ramírez —decía Argenti­na mientras los señalaba. Ellos estaban sentados en el colmadón mientras ellas permanecían casi al frente sentadas en la acera, a unos cuantos metros de ellos—, mira ese de allí, Gregorio, es una bestia, te lo recomiendo, y ese que vez allí con la gorra es «La Sombra», él también podría ser.

—Le pides que quieres dejar de ser queso, ellos entenderán.
—Rose puso una cara que trataba de persuadirla, una sonrisa que hizo pensar a Valeria que eso era lo mejor.

—¿Ahora? —Tragó saliva y miró hacia donde ellos. Ellos hablaban sentados en banquitos y otros jugaban dominó.

—No, claro que no, decide a cuál quieres. Le preguntas luego, lo haces, y después no dices cómo te fue —Argentina se pa­ró de la acera—, y si no te quitas ese queso que traes entonces no podrás hablar conmigo más.

—Ni conmigo. —Se levanta Rose y la mira con desprecio.

Las otras chicas se levantaron, menos Nina.

—¡No les hagas caso, Valeria!, ellas están locas. Quédate así siempre, no estás lista aún. Quieren que te jodas como están ellas. Ve a casa. —Nina después de decir eso se levantó, y se despidió con un abrazo. Las otras chicas se alejaban hacia otra parte, probablemente la casa de Marian, y Nina corrió detrás de ellas.

Valeria se levantó de la acera y caminó al colmadón. Allí miro la cara de cada uno de ellos y simplemente no quería que ninguno la tocase. Después de quedarse tanto tiempo parada allí mirándolos, uno dijo:

—¿Y tú qué miras, flaca?

—Nada —respondió rápidamente con un titubeo en su voz.

—¿Se te perdió algo, pequeña?, ¿tienes hambre?

Todos rieron. Valeria medía uno sesenta y nueve y era más alta que dos de ellos; además, al ser alta su delgadez se pronunciaba más. Su contextura física era tan liviana como una pluma, por eso le aterraban los cuerpos de esos chicos que bebían allí. Podrían destruirla.

Casi todos se conocían desde pequeños, así que en parte bromeaban con ella cuando tenían oportunidad. Ellos lo hacían con dichos y cosas de doble sentido que aún Valeria no lograba entender del todo. Es por eso que ella sonrió a medias, porque se supone que no le debía de ofender que hicieran burla sobre ella; eran vecinos, del mismo barrio.

Uno no se rio, y ese fue La Sombra. Valeria lo conocía, pero no muy bien. Pensó que quizás debía preguntar a él o a Gregorio, y se quedó mirando a este último hasta que otro habló.

—No mires para allí, no hay nada bueno para ti —le aconsejó con una risa burlona y todos volvieron a reír.

—No le hagas caso, Valeria. —Gregorio, quien siempre había sido simpático con Valeria, le ofreció una sonrisa—. ¿Pero, necesitas algo? Está tarde y deberías estar en casa.

Valeria asintió repetida veces, estaba tarde, debía estar en ca­sa, dio media vuelta y se marchó.

La semana siguiente Valeria empezó a investigar más sobre La Sombra porque decidió tomar el consejo del chico que había dicho que Gregorio no era bueno para ella. Averiguó si La Sombra tenía novia; no tenía novia, al parecer. Y con el tiempo libre después del colegio que ahora tenía porque las muchachas del barrio la habían dejado de lado, pudo averiguar donde vivía él, pero aun así no se armaba de valor para pedírselo.

¿Por qué tenía que ser tan difícil de todas formas? Valeria solo tenía que decirles que ya lo había hecho y la dejarían juntarse con ellas de nuevo.

Así lo hizo. Y ellas se dieron cuenta. Le dijeron que cuando le quitan el queso a alguien todo el mundo se da cuenta. Eso hizo que Valeria se asustara tanto que durara más de dos meses sin una amiga en el barrio.

Entonces fue a la casa de La Sombra, con una falda azul cielo a mitad de los muslos y una blusa de tiros rosada.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al abrir la puerta.

—¿Puedes quitarme el queso por favor? —Valeria preguntó con voz tímida.

Se sentía tan sosa porque La Sombra la miró de arriba abajo, extrañado, y después le iba a cerrar la puerta en la cara. Ella puso su mano para evitar que eso pasara.

Por favor. —Su voz salió temblorosa.

—Tú no sabes de que hablas, ¿o sí?

—Claro que sé. —Abrió los ojos para que entendiera que
sí sabía.

—¿Y eres virgen?

—Sí.

—¿Esto es alguna clase de broma?

—No.

—Ah, ya entiendo todo, de esto fue que nos habló Rose y Argentina hace un mes y medio. Todos andan diciendo que tú les pediste eso a ellos. ¿Qué número soy yo? —sonsacó.

A Valeria se le llenó la cara de sangre y sus orejas ardían, ¿todos pensaban eso de ella?, ¿de verdad?

—Solo te he dicho a ti.

La Sombra la observó por unos segundos. Valeria no era nada de lo que le gustaba a él, era una niña que, sin el cabello suelto por los hombros y sin el pintalabios que llevaba puesto, parecería un chico flaco sin masa corporal.

Lo pensó con ella al frente de él, desflorar a una de las chicas del barrio, aunque sonaba mal, no lo era tanto. Y llevaba un mes sin nada de sexo en su vida por razones ajenas a su voluntad. Y si él no lo hacía, la niña, Valeria, podía ir donde cualquier otro, como Ramírez, y a él no le importaría si fuese su primera vez o no.

Respiró profundo.

—Me vale mierda que después te arrepientas o que tu madre venga a echarme quejas.

Valeria sintió miedo, y pensó en retroceder. No le gustó su tono de voz.

—Entra, niña —le insistió.

Ella entró a la casa. Adentro estaba cálido y vagamente limpio. La decoración se centraba en un pequeño mueble y una mesita, una cocina con una estufa y un gabinete encima, la nevera a un lado y unas gavetas debajo, también un pequeño comedor de cuatro sillas. Había una puerta cerrada, como si no la hubiesen abierto por mucho tiempo. La pintura era color verde manzana, tan claro que no parecía verde, más bien aqua. No había regueros, y para La Sombra vivir solo ahí estaba todo muy bien organizado, como si nadie viviera allí en realidad.

Encima de la estufa había una olla. La Sombra apagó la estufa y después miró a Valeria. Ella apartó su mirada de la de él.

Sabía que se estaba acercando a ella. Cuando La Sombra la empujó levemente por la cintura hacia su habitación, se sintió tan nerviosa que creyó iba a vomitar. No podía ser, pensaba, en realidad iba a hacer «eso» por primera vez y sin estar enamorada.

Mientras La Sombra se quitaba la correa y se desabotonaba los pantalones le pidió a Valeria que se acostara y ella así lo hizo.

Él se arrodilló en el colchón y le preguntó: —¿Quieres tener ropa?

—No lo s-sé. —Su voz temblaba y ya estaba arrepentida. ¿Cómo iba a saber cómo quería algo si nunca antes lo había hecho?

La Sombra bajó su falda con facilidad. Valeria se sintió extraña cuando su cuerpo estuvo tan cerca del de él y cuando su boca tocó la piel sensible de su cuello. Sus manos estaban tocando sus senos como si ella le hubiese dado el permiso. Por un momento lo iba a golpear. ¿Qué demonios estaba haciendo? Esto no era lo que ella quería, lo que realmente quería era la aceptación de su grupo de amigas, aunque sea por una vez.

Y si tenía que pasar por ese momento incómodo estaba bien. Eso suponía.

Cerró los ojos, sintió gritar cuando percibió esa protuberancia rozando su abdomen bajo, pero solo apretó más sus parpados. Cuando La Sombra bajó su ropa interior el aire se escapó de sus pulmones y solo apretó la sábana con sus dedos. Se sentía de piedra.

—Abre las piernas. ¿Cómo esperas que lo haga si estás más tie­sa que un peñón?

Valeria abrió los ojos y lo miró, se le veían los ojos oscuros y su cabello estaba a la vista sin la gorra. En esa época, el corte que tenía era casi bajo y su cabello era castaño oscuro. Como sea, Valeria no abrió las piernas, y La Sombra lo hizo por ella apretando a cada lado de sus muslos.

En ese momento, en el preciso momento en que ya Valeria dejaba su inocencia atrás, no podía pensar en nada excepto en el dolor punzante que sentía y en el grito desesperado que su boca había dejado escapar. Aruñó tan fuerte la espalda de La Sombra que este paró para quejarse. Con su uña, le había arrancado un pedazo de piel y eso que él ni siquiera se había movido de la manera en que quería dentro de ella, no había hecho prácticamente nada, le estaba dando tiempo para acostumbrarse a la nueva sensación.

Lo único que ella sentía era ardor.

La Sombra frunció el ceño, la observó como si con sus ojos le hiciera mil preguntas, y las uñas de ellas aún no soltaban su espalda lastimada.

—Suéltame, no me moveré.

Valeria trató de abrir los ojos para encontrarse con los de él, pero cuando lo hizo, sus ojos se estaban nublados, llorosos. Soltó su espalda y trató de relajarse, pero no podía, sentía como si tuviera un cuerpo extraño dentro de ella y le molestó la cercanía de sus cuerpos.

La Sombra se movió lento y después aceleró. Valeria volvió a agarrar su espalda aferrándose con las uñas. Era como si quisiera que él siéntese el dolor que ella experimentaba a cada pequeño movimiento.

—¿¡Valeria, coño, no era lo que tú querías!? —le preguntó exas­perado en su cara. Valeria se puso a llorar de verdad.

—No, no quiero, detente por favor. Me duele. Esto es horrible.

La Sombra ignoró su queja y se movió de nuevo. Valeria suplicó que se detuviera. Era un desastre en lágrimas y él no soportaba la culpa. Había sido un estúpido, era obvio que no iba a disfrutar con la primeriza si no le cubría la boca y continuaba, pero La Sombra no era capaz de violar a una chica del barrio, eso implicaría huir, y él no quería, le gustaba allí más que nada.

Y por eso se detuvo, y en menos de lo que Valeria pudo notar ya no estaba allí, encima de ella, robándole todo su aire y causándole dolor.

No estaba.

No supo a dónde se fue por esos segundos y no le importó.

Su mente estaba concentrada en lo adolorida que estaba y en las estúpidas lágrimas que ahogaban sus ojos. Además, se sentía sucia y mal consigo misma.

En ese tiempo Valeria no pensaba en tener sexo, ni siquiera le interesaba vivir esa experiencia todavía. Ella se consideraba a sí misma una niña... pero después de esa noche no estaba segura de si aún lo era.

Aún sentía el calor que el cuerpo de La Sombra había dejado en el de ella y había transcurrido ya casi una hora. Se levantó de allí y vio el flujo color carmesí secándose en la parte donde estaba acostada.

Valeria se vistió de nuevo con manos temblorosas y salió de la habitación de La Sombra, con la cara seca ya y tratando de que su caminar no cambiase en nada.

En el mueble, La Sombra estaba sentado en un sofá pequeño que tenía allí con su ropa ya puesta. Cuando la vio salir del cuarto la miró enojado, capaz de insultarla por ser tan estúpida, y después gritarse a sí mismo por ser el doble de estúpido, le dijo: —¿Cuándo vuelves?, no habrás pensando que me ibas a dejar por la mitad, ¿o sí? Arregla tus cosas, prepárate mentalmente, y vuelve. —Era algo que hería su orgullo varonil. ¿Cómo iba a dejar algo por mitad?

Además, había algo entre la inocencia y la morbosidad que lo hacía querer intentarlo una vez más.

—No lo volveré a hacer nunca. —Valeria estaba decidida, y La Sombra notó en su voz que estaba otra vez a punto de llorar—. Ya yo no soy virgen y no te necesito.

La Sombra se levantó del sofá y se acercó a Valeria. Ella se volteó pues no quería verlo a los ojos. Era como revivir el dolor de nuevo.

Él le agarró la muñeca para que le prestara atención, y cuando sintió lo delgada que era y que con solo su fuerza podía fracturarle ese hueso, recordó lo vulnerable que ella era en realidad.

—Vuelve.

—¿Por qué quieres que vuelva si no puedo hacer eso? —le cuestionó sujetando lo que sea que amenazaba con salir de su garganta. Era como un tipo de llanto quebrantador, pero lo sostuvo.

—¿Y por qué no puedes hacerlo?

—Porque me duele y no soy masoquista.

—No te va a doler más, Valeria. Eso solo ocurrió porque fue tu primera vez y tal vez no fui muy cuidadoso.

Dos veces. La había llamado por su nombre dos veces. Él sabía su nombre y sabía quién era ella. ¿Cómo le iba a hacer Valeria para verlo en la calle? ¿Ni siquiera había pensado en las consecuencias que pudiesen existir?

La Sombra se acercó a su rostro, el cual ella mantenía alejado de él y mirando al suelo, y le murmuró—: Después no te volveré a pedir esto, ni le contaré a nadie que te pusiste a llorar como un bebé, ni que tú me lo pediste a mí primero, ni siquiera hablaré contigo fuera de aquí.

Valeria lo miró. Dios, ¿por qué le había hecho caso a Rose y Argentina? No quería volver a hacerlo, quería huir y huir de ahí lo más pronto posible. Que la tierra la tragase y no volverse a sentirse así nunca más.

Intentó zafarse de su agarre, pero él la apretó más.

—Responde.

—Está bien, sombra —dijo en voz baja, subiendo la mirada.

—Ben, soy Ben, ese es mi nombre, Valeria.

Tres veces.



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