
Charlie
Para mí la semana se dividía en, días laborales de adulto independiente y monótono, aclaro, no es que no disfrutara de mi trabajo, al contrario, si no fuera por los señores Park quienes nunca han dudado en apoyarme desde que era un simple estudiante haciendo tareas en la barra con mil sueños en los ojos, quienes me alentaron en mis peores momentos a seguir, e inclusive, me dejaron usar el café como espacio para presentarme con los chicos, aun, cuando al inicio éramos más ruido que música. Los Park eran como mis padres y Nabi Café mi segundo hogar.
Y bueno, regresando al tema de la banda, los jueves, iban dedicados a ensayar, tres chicos metidos en un departamento con un estudio casero tratando afinar detalles para comerse al mundo, o por lo menos definiendo el set de canciones que tocaríamos y ver el bar en donde nos dejarían presentarnos porque, los viernes, eran de show, música y diversión donde lo único que puedes asegurar es, que nunca se sabe cómo terminara la noche. Alguno de los chicos ebrio contando chistes malos en el micrófono hasta que corremos a apagarlo, tener más espectadores de lo imaginado y que me tiemblen y suden las manos con las baquetas al tocar la batería, beber cerveza con sabor a zorrillo presumiendo ser "artesanal", y si se pone muy intenso, alguna fan queriendo llegar a la segunda base con el vocalista, un circo.
Pero, los sábados, los sábados eran de Beca.
¿Qué puedo decir? El sexto día de la semana para mí era una experiencia religiosa. ¿Qué si la noche anterior me desvelé? Mi cuerpo ni lo notaba, desde temprano me recorría adrenalina por las venas, mi dosis de vitamina B, porque, si Beca creía en los rituales, yo, me volví un fiel seguidor.
Preparaba minuciosamente lo qué me llevaría puesto al trabajo, alguna playera con estampado elocuente que fuera tema de conversación entre nosotros, desempolvaba mis botas, una chaqueta nueva, trataba de verme bien.
Las horas se pasaban lentas, tiempo muerto, pero, cuando el reloj dejaba torturarme y marcaba las cinco de la tarde, el corazón me latía a un ritmo acelerado como canción pop, y cada que el sensor de la puerta emitía el pitido indicando que alguien había llegado, sentía un revoloteo cual mariposas en el estómago.
Todo eso provocaba Beca.
Mi Rebeca.
Siete años ya de conocernos, el número de la suerte.
Nuestra relación...No sabría cómo definirla, para empezar, ¿tenía qué definirla? No lo creo. Confuso y extraño, pero me hace muy feliz y a ese sentimiento no hay necesidad de ponerle un título. Hay cosas perfectas tal cual y como son sin necesidad de tener un nombre.
Cuando nos conocimos nuestras vidas iban en paralelo, ambos éramos estudiantes de distintas universidades y licenciaturas, teníamos pareja, caminos distintos. Si no hubiera sido por nuestro primer y aparatoso encuentro aquí en Nabi Café, dudo que nos hubiéramos conocido en el mar de gente de la gran ciudad. ¿La perfecta coincidencia? Correcto. Tan claro como que semanas después ambos quedamos solteros, ¿lo curioso? ninguno ha salido con nadie más.
En mis veinticinco años nada me ha dado tanta seguridad como mis sentimientos respecto a Beca, esa chica tiene mi corazón en una jaula de plata, cuando estoy con ella siento que camino en un sueño.
Ella me gustaba, y mucho. ¿Qué si yo quería más?, ¿qué si la deseaba? Indiscutiblemente, pero, los humanos somos tontos, temerosos y complicados, por esa razón, siempre me quedo al margen, el punto de inflexión donde no hay cambio, las cosas siguen igual, la zona segura, y ella también lo hace.
No quiero sonar como víctima, porque no lo somos, sé que nosotros tenemos algo especial, hablamos todo el día, todos los días, por notas de voz, llamadas y video, mensajes de texto, hasta señales de humo o aprender clave morse intentaríamos si fuera necesario. De verdad, hemos aprendido a con una mirada decirnos todo.
Salimos juntos en nuestros días de descanso al parque a caminar y leer, al cine o a exposiciones de arte, museos, si bien, compartíamos gustos en común y a la vez, éramos tan distintos que nunca dejábamos de sorprendernos.
Beca, es rigurosamente puntual, todos los sábados entre las seis y seis y media, cuando sale de su trabajo en la librería, se viene directito a Nabi Café.
Juro que cuando esa mujer entra por la puerta principal pareciera que gotea oro de lo deslumbrante que es su presencia, y mi pobre corazón, da un vuelco desenfrenado cuando nuestras miradas se cruzan y las mantenemos fijas el uno del otro. Su cabello largo y castaño oscuro como el chocolate con mechones rebeldes cayéndole en el rostro sonrojado por el viento invernal, es tan mágico como una sinfonía.
Cuando se cierra la puerta detrás de Beca, ella vuelve a poner su cabello en su lugar con rapidez, me sonríe agitando su mano a modo de saludo y camina como si flotara en sus jeans holgados y su suéter tejido color vino mientras se dirige a reclamar su trono.
Siempre le aparto la misma mesa cerca del ventanal, es un plan estratégico donde ambos ganamos, ella tiene su mesa favorita disponible donde puede ver a la gente y bueno, yo, puedo observarla desde la barra en primer plano, ¿qué dije? Es un ganar-ganar.
Dejo que Beca se siente y se instale tranquila en la mesa, aunque mi ansiedad y mi cuerpo quieran salir corriendo a tomarla en brazos.
Ella acomoda su bolso en otra silla y segundos después saca lo que debe ser su actual lectura.
Sonrió para mí mismo.
Podría ser el fin del mundo y esa chica llevaría un libro con ella antes de que cualquier otra cosa, cada semana uno nuevo y aclaro, Beca no era de las lectoras que se casaba con un género o un tema, leía de todo con voracidad, de hecho, ella fue quien me volvió adicto a leer y poner anotaciones al pie de las hojas o al final, como ella decía "Esa era nuestra pequeña contribución a la humanidad".
No solo el atractivo físico de Beca me volvía loco, con su estatura media, carita redonda y menuda, tan tierna, me recordaba a esos personajes kawaii estilo anime, además, mi talón de Aquiles, todo lo que dice es inteligente, nada que ella pretenda, en verdad, es la persona más interesante y culta que conozco, Beca, podría decirme que los elefantes son de color rosa y yo le creería sin duda alguna, para mí, es como si entre sus labios tuviera la verdad del universo.
Me acerco a ella sin poderlo evitar, es una atracción magnética. Mientras camino, disfruto de los detalles, verla tamborilear los dedos en la mesa ansiosa por algo o, cuando comenzaba a jugar con sus anillos sin despegar la vista del libro que estaba leyendo, si solo supiera que alrededor de esos pequeños dedos con anillos de plata me tiene enredado y ella, tan feliz en su propio mundo sin darse cuenta
Al estar casi aun lado de ella, Beca, colocó un ticket como separador, cerró su libro y lo hizo a un lado.
—Hola, Beca—la saludé con su sonrisa de oreja a oreja—. ¿Cómo estás?, ¿Cómo estuvo el trabajo?
Era nuestro momento.
Yo quería saber hasta su lista de compras del súper.
—Hola, Charlie—me devolvió el saludo de la misma manera—, ya sabes—se encogió de hombros—sin novedades, bueno—se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja—, tuve que cubrir a Pamela dos días en la librería porque le dio un resfrió, pero, nada más.
—Pero sobreviviste—le guiñé un ojo como táctica atrevida y la vi cohibirse por un instante—. ¿Ya sabes que vas ordenar? —le pregunté aun sabiendo la respuesta de memoria.
—Lo usual—respondió con una sonrisita traviesa.
Yo le insistía en que probara algo diferente del extenso menú de Nabi, pero no. Tantos cursos de barista patrocinados por los señores Park para que Beca insistiera en un americano con leche o un capuchino. No cedía.
—Muy bien—afirmé.
Ella sabía que yo quería pelea.
— ¿Qué? —fingió sorprenderse, pero tuvo que morderse los labios para reprimir una risita—, ¿Por qué me ves así, Charlie? —cuestionó en plan actriz de cine—. Acaso, ¿Hay algún problema con mi orden?
—Chistosa—respondí entrecerrando los ojos.
Me guiñó en respuesta.
Casi me da un infarto.
El corazón me martilló.
Hora de huir.
—Voy por tu café y...un postre—dije conteniendo la respiración para, según yo, no sonrojarme.
¿Funciono? Ni puta idea.
—La casa invita—agregué.
Beca asintió encantada con la idea, las cosas dulces eran su delirio.
Con urgencia me di media vuelta y a paso veloz tratando de regular mi respiración, me metí detrás de la barra, mi lugar seguro.
Un día de estos, juro que Beca me guiña el ojo y yo me abalanzo y la beso hasta quedarme sin aliento.
Me lavé las manos y procedí a prensar el café, lo puse en la máquina y pasados unos minutos comenzó a llenar la taza con la oscura y aromática sustancia.
En estos años he aprendido que el mundo del café es un arte único, los aromas, la elección de los granos, el tueste y el molido, el lugar de cosecha, todo influye, y eso me encanta, darle personalidad y cuerpo a una bebida y así poder satisfacer las papilas gustativas de alguien...no tengo palabras para describirlo.
Así que, cada vez que preparo un café para Beca, soy el doble de exigente conmigo mismo, cuido con recelo hasta el más mínimo detalle, suelo adornar la espuma de su café con figuras espolvoreando canela o cocoa, mi elección favorita es la mariposa, ya que va acorde al nombre del lugar. Cada vez que Beca recibe su café y lo ve decorado, su mirada brilla y se emociona cual niña abriendo regalos en navidad.
En una ocasión un cliente, un señor de traje de hecho, (de ahí en adelante en mi cerebro se enciende una alarma de peligro cada que veo entrar a un hombre de traje), ordenó un americano para llevar y un latte para tomar aquí, hasta ahí todo normal, me preguntó si podía dibujar un corazón en la espuma, puse en práctica mis habilidades y una vez listo su pedido me pagó con tarjeta, tomó el americano y me pidió que llevara el otro pedido a la mesa junto al ventanal...Vaya maldita bomba nuclear que me lanzó. No señor, a la mesa junto al ventanal, no.
Claro está, que mantuve la compostura y guardé la apariencia, no por nada soy el administrador del lugar, así que me tragué la bilis, asentí cual tonto, me giré saliendo del alcance de su vista, deshice el corazón con un palito batidor, puse más espuma y tomé el primer pedazo de papel que tuve a la mano donde escribí una frase célebre y se lo llevé a mi Beca. Al leerla, soltó tal carcajada que el fantoche de traje pensó que acababa de quedar en ridículo y se fue.
Charlie, uno. Fantoche, cero.
En la guerra y en el amor dicen que todo se vale, ¿no?
De la vitrina saqué un pastel de chocolate y ron cubierto de frutos rojos, un manjar con una combinación de sabores único. Corté una porción generosa y con la orden lista, regresé a la mesa de Beca.
Primero coloqué el pastel sobre la mesa y con sumo cuidado de no estropear la figura del café, lo puse en el espacio que había entre sus manos.
Beca bajó su mirada rápidamente y comenzó a dar de palmaditas emocionada.
— ¡Pero qué cosa tan tierna, Charlie!—chilló aun eclipsada en su bebida.
—Me alegra que te gusté—admití enternecido ante su reacción.
Tenía unas ganas de pellizcarle las mejillas, pero me contuve y en su lugar le di un leve apretón en el hombro.
—En verdad, me encanta. Eres el mejor— dijo tomando su celular para hacer una foto.
Otro día donde la vida valía la pena.
— ¿No lo vas a probar?—le pregunté al verla aun entretenida en la sesión fotográfica.
—Claro que sí—sostuvo su celular en un ángulo diferente—, solo una última foto...listo.
Dejó el celular aun lado y volvió su mirada hacia mí.
—El pastel también se ve fantástico—afirmó—, gracias.
—De nada, Beca, para eso estamos—sonreí complacido.
Beca tamborileó los dedos en la mesa y acto seguido envolvió su mano en el aza y con lentitud se llevó la taza a sus pequeños y rosados labios.
Envidaba y hasta sentía celos de la taza que tocaba sus labios, ojala, fueran los míos.
—¿Pasa algo, Charlie? —preguntó Beca con curiosidad—. ¿Por qué me miras así? —sonrió y luego puso la boca en forma de "O"—, ¿Me quedó bigote de espuma? —se cubrió los labios con una mano apenada y con urgencia dejó la taza en la mesa y tomó su celular para verse en el reflejo de la pantalla.
—No, es solo que Pavlov se reiría de mí en estos momentos.
— ¿El de los perros?—frunció el ceño perdida.
Asentí y no pude evitar soltar una risa nerviosa.
—No hagas caso, Beca—le pedí pero no se vio muy convencida—. Enserio, solo molestaba.
Me pasé una mano por el cabello para disimular los nervios.
Vamos Charlie, detente y piensa lo que dices un segundo antes de abrir la boca, o se te caerá la fachada de chico relajado.
Era irónico, porque en las presentaciones de viernes por la noche, entre la multitud que podía verme cuando estaba en el escenario, yo solo buscaba encontrarme con su mirada y me preguntaba, ¿por qué no me ves como los demás lo hacen? Y ahora que me ve, me pongo a temblar cual perrito chihuahua. No es justo.
—Déjate de cosas, Charlie—se bufó y estiró su mano en mi dirección—. Libreta—me pidió cambiando de tema.
Nuestra broma interna para comernos el mundo juntos.
Del bolsillo de trasero de mi pantalón de mezclilla, saqué la libretita donde tomaba las ordenes junto con una pluma y se la entregué. Beca, comenzó a escribir su frase célebre y cuando terminó, cortó la hoja, la dobló y me la entregó. Inmediatamente la abrí, su letra, a comparación de la mía, era estética y prolija, ese tipo de caligrafía que verías cuando la gente se enviaba cartas de amor. Sonreí. En verdad, la admiraba.
— ¿Entonces?—me preguntó.
Una frase de cuatro palabras y yo me perdí en la curva de sus letras.
Repito, chicas podrán mirarme, mientras que yo, solo la miro a ella.
— ¿Tanto así te impacto?—volvió a decir en espera de una respuesta.
Deja de fantasear, Charlie.
Leí con rapidez, "Gato negro, ropa negra, debe de ser bruja"
No entendía.
¿Bromeaba conmigo?
Beca soltó una risita al ver mi reacción.
—Contexto—le dije sin más.
— ¿Cómo te lo digo sin sonar supersticiosa?—se acomodó en la silla y volvió a darle un trago a su café—, sabes que soy bastante escéptica para estas cosas, pero, me tocó ver algo de lo más extraño, ¿recuerdas que te dije que cubrí unos días a Pamela porque se enfermó?
Asentí.
Me sorprendió ver lo emocionada e interesada que estaba respecto al tema.
—Bueno, uno de esos días vino a la librería una chica de cabello rizado cargando un gato negro en su bolso, así como lo oyes, un gato negro en su bolso.
Beca, tomó el tenedor que venía con el pastel, lo picó y se llevó un bocado.
—Spooky—respondí—, aunque—me crucé de brazos—, hay mucha gente extravagante en esta ciudad, tal vez solo le gusta exhibir a su gato.
—No lo sé, Charlie, tengo mis reservas—dijo en medio de otro bocado de pastel.
—Tal vez solo te sientes atraída por ese tema.
—Puede ser—sé encogió de hombros—, pero te puedo asegurar que vi algo diferente en esa chica, hablaba de una manera muy propia y cordial, como de otra época. Además, te juro que parecía como que platicaba con el animalito—puntualizó.
Me encogí de hombros.
—Este mundo es tan extraño, Beca—admití—, pienso que todo puede ser posible.
— ¿Verdad?
Asentí.
Le echó una ojeada a la pantalla de su teléfono y abrió un poco los ojos.
—Me apresurare a terminar el postre, por cierto—lo señaló con el tenedor—, esta delicioso, la señora Park es una genio, le das un beso de mi parte cuando la veas.
—Pero, ¿ya te vas?—dije decepcionado—. Quédate más tiempo—le pedí.
—No puedo—murmuró con un pedazo de pastel en la boca—, quedé de verme con Pam en su apartamento, le prometí que la ayudaría con una corrección de un texto y ya sabes lo intensa que puede llegar a ser cuando está nerviosa.
Ay Beca, un momento te tengo y al siguiente te has ido.
—Sí, lo entiendo, no te preocupes.
—Pero—le dio un último trago a su café—, hablamos en la noche, ¿te parece?, escuché toda la playlist que me hiciste en soundcloud y quiero leerte lo que escribí de ella.
— ¿Escribiste algo sobre mi playlist?
Subidón de endorfinas aquí voy.
No se me cayó la quijada nada más porque no era posible.
—Claro—sonrió—, la hiciste para mí, Charlie. Tú eres el chico de la música y yo la chica de las letras.
Nos quedamos mirándonos unos segundos sin decir nada pero que al final, sabíamos que para nosotros era todo.
—Así que... ¿video llamada?
—Las horas que gustes—le respondí.
La dejé para que terminará con calma y me volví a seguir con los pendientes, que si bien, los chicos que ayudaban en el café podían trabajar solos, pero a mí, me gustaba estar al frente.
De nuevo, detrás de la barra, con Beca en primer plano.
Sonreí.
El resto de la semana todos los problemas desaparecen cuando veo entrar a Beca a Nabi Café, y con cada sorbo que le da a su bebida, para mí por un instante, todo se detiene y es como si el mundo entero cupiera en la taza de café entre sus adorables labios carmesí.
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¡Hola, extraño! Que gusto verte de nuevo.
Si has llegado hasta aquí, te lo agradezco infinito. Espero que hayas disfrutado leer la perspectiva de Charlie, ¿qué puedo decir? Lo amo. Es curioso porque esta segunda parte surge justo después de que llegaran a mi vida Vero y René, sí, mi cerebro trabaja de forma extraña, pero hermosa. Prometo que se vienen muchas lecturas deliciosas para ustedes.
Te recuerdo que esto es un relato, por lo cual, lo que acabas de leer es la única parte existente. En caso de que pudiera tener continuidad se los haría saber desde un inicio, de no ser así, es porque aquí concluye la historia.
Si todo sale conforme a lo planeado, nos vemos la próxima semana, tal vez...¿una nueva actualización en La bruja que jugaba con el tiempo? Lo veremos.
Mientras tanto, te invito una taza de café (de Nabi Café por supuesto y después de esto, hasta el postre) y, los leo en los comentarios, por favor escríbanme, ¡Amo saber lo que opinan y me motiva a seguir!
Si quieren contenido inedito de mis historias, te invito a encontrarnos en mis redes sociales, Tiktok, instagram, twitter: chris_hevia
Todo mi cariño, Chris.
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