Capítulo 3: La visión
—Mirrina solo se preocupa por ti, Maquia. Ya sabes que ella...
—¡Nadie le ha pedido que se preocupe! ¡Ya me sé cuidar yo solita, siempre he sabido!
Clio llevaba un rato intentando calmar a Maquia, pero ella estaba furiosa. Estaba sentada sobre un diván, pero Maquia no paraba de dar vueltas por la habitación. Pocas veces había visto a su amiga perder la calma, pero cuando ocurría, no había nadie que pudiera tranquilizarla. Bueno, sí, Mirrina lograba tranquilizarla como una madre a una hija, pero Mirrina en este caso no era la solución.
—¿Matrimonio? ¿¡Quién necesita un hombre!? ¡Cobarde, eso es lo que es!
—Maquia, intenta razonar. Ella ha vivido muchas cosas, la edad la ha vuelto prudente, pero sabes que Mirrina nunca ha sido ninguna cobarde.
—Sí, es cierto —dijo relajando el tono de su voz—. Ella siempre ha sido una luchadora. ¿Pero de verdad? ¿De verdad quiere que me case? —dijo sentándose a su lado, resoplando.
—No sería tan terrible.
Maquia sonrió:
—¿«No sería tan terrible»? Pensaba que me querías un poco más... —dijo acercándose a ella.
—¡Oh, Maquia, no seas tonta! —La apartó con la mano a la vez que se reía—. Sabes que me disgustaría, pero si fuera lo mejor para ti y para todos lo tendría que aceptar.
—Me dan igual los demás: solo son la decoración de mi vida. —Se rio.
En aquel momento, Jantias llamó a la puerta.
—Pasa —dijo Clio.
El esclavo entró y se quedó de pie, bien estirado, frente a ellas. Maquia se levantó de donde estaba y se acercó al esclavo para agarrarlo por el cuello y mirarlo fijamente a los ojos. Clio había visto mil veces como Maquia hacía aquello, pero el esclavo parecía sorprendido. Maquia era capaz de ver cosas en los ojos de la gente, cosas invisibles para los demás.
—Ya me parecía a mí. —Sonrió—. Sabía que había notado algo especial en el mercado.
El esclavo ladeó la cabeza, sin comprender.
—Vas a ser un gran guerrero, lo he visto. —Maquia le liberó el cuello—. Mañana, tras acompañar a Aria a sus clases, ven a la palestra, te estaré esperando.
Jantias asintió y se giró, listo para irse.
—Quédate —ordenó Maquia.
El esclavo se dio la vuelta.
—Ve a la bañera y comprueba que el agua esté caliente.
Jantias no sabía que hacer.
—¿Ves esa puerta de ahí? Allí está. Iremos enseguida.
El esclavo se fue de la habitación para obedecer la orden. En Atenas solo había visto baños públicos, por eso le sorprendía que tuvieran una bañera en el palacio. Aunque en el fondo, no le sorprendía tanto: la gente con dinero puede hacer lo que quiera.
Comprobó la temperatura.
—Está caliente —afirmó.
La bañera era de mármol y estaba construida sobre el suelo. Tenía un tamaño grande y parecía que la acababan de llenar. Jantias casi había temido ensuciar aquel agua cristalina al sumergir su dedo en ella. Aquella pureza y pulcritud, aquel lujo, parecía inalcanzable para él, que estaba rodeado de mugre.
Clio y Maquia entraron allí.
—Ayúdame a quitarme la ropa. Luego ayudarás a Clio y tras eso te darás la vuelta. Vigilarás y nos atenderás en caso de que te pidamos algo.
—¿Pero eso no es trabajo para una esclava? —preguntó incómodo.
—No hay esclavas en Anemos —respondió Clio rápidamente—. Solo hombres. Maquia libera a todas las esclavas que compra y las entrena.
Jantias apenas podía creer lo que acababa de escuchar. ¿A qué clase de isla había llegado? ¿Qué lugar era ese, que estaba controlado por las mujeres?
Con cuidado, le quitó el cinturón a Maquia, para luego continuar con las fíbulas y finalmente el quitón. Repitió el proceso con Clio, intentando en ambos casos mirar lo menos posible: Rastus le había advertido sobre la peligrosidad de las guerreras... Luego, tal y como Maquia había indicado, se dio la vuelta para no ver como se bañaban.
El cuerpo de Maquia era perfecto: piel clara y suave, piernas largas y bonitas, facciones hermosas, pelo largo castaño recogido en trenzas... Ni una sola horrible cicatriz, al contrario que Clio. Ella, además de ser de menor estatura, tenía una fea y larga cicatriz en el hombro izquierdo, que se había hecho en uno de los ataques a Anemos, en el que ella había luchado codo con codo con Maquia. Luego, tenía otra más pequeña en el muslo derecho, causada por el impacto de una flecha. Pese a ello, nadie diría que Clio era fea, todo lo contrario: sus cabellos rubios y su sonrisa brillante alegraban la vista a cualquiera.
Maquia sumergió su cabeza en el agua. Adoraba sentirla sobre su piel. Estaba segura de que Poseidón también la protegía y que por eso, ella era capaz de nadar durante horas sin fatigarse.
—Clio, acércate.
La chica rubia terminó de meterse en la bañera y se sentó junto a Maquia, para luego apoyar su cabeza sobre su hombro. La guerrera rodeó a Clio con su brazo y luego le dio un beso en la frente.
—Jamás dejaría que te pasara nada. Créeme, moriré intentando defender esta isla.
—Ya lo sé. —Sonrió Clio.
Le dio un beso en los labios y Maquia sonrió. Estuvieron allí un buen rato, a remojo y dándose caricias, hasta que el agua enfrió y aparecieron pequeñas arrugas en los dedos de sus manos.
—Esclavo, trae algo con lo que podamos secarlos.
Jantias obedeció y se fue para volver con lo que le habían pedido. Sin mirar, envolvió a Clio en la toalla como si le estuviera dando un abrazo pero intentando tocarla lo menos posible. Maquia en cambio fue autosuficiente.
—Ya puedes abrir los ojos. —El esclavo obedeció a Maquia de nuevo—. ¿Cómo te llamas?
—Jantias.
Maquia lanzó su mano a la entrepierna del chico, haciendo que este pegara un salto hacia atrás. Pero a Maquia ya le había dado tiempo a notar su erección.
—Y es por esto por lo que los hombres sois más débiles. —Sonrió con maldad—. Ya puedes marcharte, Jantias. —Señaló sus rodillas—. Y véndate eso. Da vergüenza verte así.
El chico se marchó de allí a toda prisa sin comprender las palabras de Maquia. Desde luego se había llevado un buen susto...
—Maquia, ¿por qué has hecho eso? —Clio no podía parar de reír—. Pobre, creo que lo has asustado. Sabes que corre el rumor de que has castrado a más de uno...
—Si lo he hecho de verdad, entonces no es un rumor. —Sonrió Maquia antes de sentarse en la cama—. Las mujeres serán su mayor vicio, lo he visto, y una de ellas cambiará drásticamente su vida.
Clio se tumbó a su lado.
—¿Qué más has visto? —preguntó tímidamente.
—Barcos —Se tumbó y cerró los ojos—. Muchos.
—¿Los dirigía él?
—Sí. Llevaba un quitón blanco, con los bordes en ricos tonos dorados. Su casco era dorado también, pero su cresta estaba formada por plumas rojas. Portaba una armadura de cuero oscuro y una espada que brillaba con el reflejo del sol. Será un gran guerrero, Clio.
—¡Entonces es una noticia maravillosa! —Sonrió.
—Sí, mientras sepa quién es su superior —insinuó Maquia—. No debe olvidársele, tenemos que dejárselo bien claro.
—Seguro que te encargarás de ello.
—Sí, mañana le prepararé una sorpresita. —Rio.
—Maquia, ¿en qué estás pensando? —Se rio Clio.
—Ya verás. Ahora intenta dormir, es tarde.
Maquia se abrazó a Clio y poco a poco se fue durmiendo.
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