Capítulo 25: Un casco dorado
Hatria pidió permiso para entrar en la habitación y Maquia se lo autorizó. Clio ya se había metido en cama y tapado con la manta. Le había dicho a su amada que le dolían los pies y que tenía frío, pero lo cierto era que no quería que ni Hatria ni especialmente Jantias descubriesen su embarazo. Pretendía esperar a que se fuesen a Atenas antes de recuperar mínimamente su normalidad y dar la noticia. De lo contrario, los planes de Maquia correrían un riesgo que no se podían permitir.
—Maquia, pérdoname —se disculpó Jantias—. Estaba entrenando y...
—No importa —lo interrumpió.
A Jantias le sorprendió ver a Maquia de buen humor. Se había pasado toda la semana enfadada y ausente, pero en aquel momento no quedaba ni rastro de ello. Al ver a Clio sentada en la cama, comprendió lo que ocurría. Él no las había visto juntas desde las competiciones en el ágora. No se le había pasado por la cabeza que quizás hubiesen discutido porque ellas nunca se peleaban. Dedujo que hubiese pasado entre ellas lo que hubiese pasado, ya estaban en paz.
—Tengo un regalo para tí.
Maquia se hizo a un lado para permitir a Jantias ver su obsequio. Sobre la cama, junto a los pies de Clio, se encontraba un casco dorado con la cresta de crines teñida de púrpura. Debajo, había un linotórax también púrpura, una exómide blanca, un pteruges de cuero y unas grebas de bronce.
—No puedo aceptarlo —se apresuró a decir—. Esto es demasiado, debe haberte costado una fortuna.
—Aún hay más.
Maquia señaló con la cabeza la pared, donde estaban apoyados un escudo y un xifos con adornos dorados como los del casco. Después acarició el linotórax.
—Me dijeron que es muy popular entre los atenienses, pero si lo prefieres, puedo conseguirte una coraza de hierro o cuero. Personalmente, te recomendaría que usases esto. Es ligero y más cómodo. De hecho, debería conseguirme uno para mí.
Clio sonrió. Le hacía mucha gracia la cara de sorpresa e incredulidad que tenían tanto Jantias como Hatria. Ella misma había alucinado cuando Maquia le enseñó aquel casco tan maravilloso. El púrpura era un color caro y difícil de conseguir, pero había valido la pena traerlo desde Citera: las crines del casco llamaban la atención.
—Pruébatelo —ordenó.
—Maquia, no puedo acep...
—Pruébatelo —ordenó una vez más, interrumpiéndolo.
—¿Aquí? ¿Ahora? —Se sonrojó un poco.
—¿Te da vergüenza? —Rio—. Después de todo lo que hemos vivido juntos... Claro que quiero que te lo pruebes ahora, conmigo aquí delante.
Maquia se sentó en la cama y Hatria la imitó sin pedir permiso con la mirada fija en el soldado. Estar siendo observado fijamente por las tres mujeres le provocó a Jantias una tímida risa nerviosa. Finalmente obedeció. Total, dos de ellas ya lo habían visto desnudo. Se quitó lentamente el quitón que llevaba puesto y lo sustituyó por la exómide de soldado. Le pareció ver a Hatria relamerse los labios, y eso le hizo sonrojarse todavía más.
—No sabes lo que me divierte tu timidez —dijo Maquia—. A veces es verdaderamente molesta, pero estos momentos lo compensan todo.
Jantias la miró a los ojos con cierto enfado antes de continuar con el linotórax, el pteruges y demás piezas. En cuanto estuvo listo, Maquia se levantó de donde estaba sentada y colocó sobre su cabeza el casco cuidadosamente.
—¿Qué tal estoy? —preguntó.
—Imponente —dijo Maquia.
—Poderoso —añadió Clio.
—Atractivo.
Jantias agradeció que el casco ocultase sus mejillas, que cada vez estaban más ruborizadas. Lo cierto es que se sentía representado con aquellos tres adjetivos. En aquel momento, así vestido, se sentía capaz de dominar el mundo. Comprendió que aquella era justamente la intención de Maquia al regalarle esa indumentaria: envalentonarlo.
—Ya verás, con esto todos te obedecerán.
Jantias se quitó el casco y lo posó de nuevo sobre la cama. Se pasó la mano entre el pelo para desapelmazarlo. A pesar de ser de noche, la luz de las antorchas permitió que la figura de Jantias se reflejase en el casco dorado. El soldado, que todavía tenía mentalidad de esclavo, era incapaz de reconocerse, y sin embargo, le gustaba lo que veía.
—Esto es lo que quiero a partir de ahora —dijo Maquia—, un guerrero, no un esclavo.
—Haré lo que pueda.
—Harás más que eso —lo corrigió—. Ahora puedes retirarte a tus aposentos. Debes descansar. Mañana nos espera un grupo de esclavos vagos incapaces de remar al unísono. Pero tranquilo, tengo otra idea para solucionar ese problema.
—Muchas gracias, Maquia.
Jantias se inclinó levemente en señal de respeto, recogió sus pertenencias y se marchó del dormitorio de las guerreras. Hatria lo siguió.
—Espera, te acompaño.
Hatria tenía una habitación reservada para ella en el palacio tan solo a dos puertas de la que Maquia le había entregado a Jantias, por eso se sorprendió cuando él cambió de dirección.
—¿A dónde vas?
Jantias se golpeó la frente al darse cuenta de que inconscientemente se había dirigido hacia el apartado de los esclavos.
—La costumbre.
Hatria sonrió. No importaba que Jantias llevase una armadura que muy pocos hombres se pudiesen permitir. Todavía se sentía un esclavo en su interior, y aunque eso tendría que cambiar, le costaba adaptarse al cambio y a todas las libertades y privilegios que conllevaba.
—Tendrás que reacostumbrarte.
—Lo sé. Pero tras toda una vida siendo un esclavo es... extraño. —Empezaron a andar de nuevo—. Nací esclavo y pensé que moriría siendo un esclavo. Me había hecho a la idea. Sabía cual era mi lugar y el papel que interpretaba en la sociedad. Ahora estoy un poco perdido.
—Pero te gusta la libertad, ¿no?
—Eso creo.
La confusión de Jantias era tan evidente que se podía percibir en su rostro. Hatria recordó una historia que le había contado su madre muchos años atrás sobre un mercenario que encontró una cría de lobo. El mercenario lo recogió, le dio un hombre y lo domesticó hasta el punto de que el animal obedecía sus órdenes. Tras un tiempo, se dio cuenta de que no era bueno para él ni para los aldeanos que se quedase en el pueblo y lo liberó en el bosque. Desgraciadamente, el lobo no fue capaz de acostumbrarse a la libertad y regresaba cada poco tiempo a su amo. Por muchas veces que él lo devolviese al bosque, el animal siempre volvía. Nadie entendía su comportamiento. Quizás no fuese capaz de cazar por su cuenta o puede que no supiese relacionarse con otros miembros de su especie. Hatria veía en Jantias al lobo de la historia, aunque deseaba con todas sus fuerzas que tuviese un final más feliz.
Entonces vieron a Aria en el patio del palacio. Acababa de salir de la habitación de Mirrina. Ella también se detuvo a observarlos un momento, pero enseguida echó a correr lejos de allí con lágrimas en los ojos.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Hatria.
—Tuve que decirle que me iba y no se lo ha tomado muy bien. Se ha enfadado y no quiere hablar conmigo.
—Te quiere mucho. —Le acarició el brazo—. Eres como un hermano para ella.
Jantias no contestó. Él también la quería, pero no quería mostrarse débil ante Hatria. La niña había conquistado su corazón y echaría mucho de menos ser su pedagogo cuando estuviese en Atenas. Le dolió discutir con ella aquella mañana, especialmente cuando Aria empezó a llorar rogándole que se quedase en Anemos.
Siguieron caminando y finalmente llegaron al dormitorio de Jantias, pero por alguna razón, él sintió que era muy pronto para despedirse de Hatria. Supuso que ella sentía lo mismo porque se detuvo junto a su puerta.
—Estás muy guapa esta noche, Hatria.
La guerrera se sonrojó. No estaba acostumbrada a que le hiciesen cumplidos y mucho menos a que estos viniesen de Jantias, con lo tímido que era.
—Gracias, pero creo que hoy quien destaca eres tú.
—¿Lo dices por esto? —Se señaló la ropa—. Estoy deseando quitármelo.
—Yo podría ayudarte con eso si quieres...
Hatria logró que Jantias se sonrojase mucho más de lo que ya lo estaba con su proposición. Dio un paso hacia él, arrinconándolo contra la pared y le acarició las mejillas con sus manos, barajando la opción de besarlo. Notaba su respiración acelerada sobre sus dedos y sus ojos clavados en sus labios, pero por alguna razón, no se atrevía a besarlo. Jantias pensó que ella estaba jugando a resistirse, como la primera vez que se acostaron, y se agachó para satisfacer sus deseos. Soltó el casco que llevaba en las manos, la rodeó con sus brazos y la besó. Hatria seguía sin ver el motivo de su repentino desinterés hasta que abrió los ojos y se desilusionó al ver el cabello castaño rizo de Jantias y no el negro lacio de Myron. Se dio cuenta de que estaba pensando en otro y no en Jantias.
—¿Ocurre algo? —preguntó Jantias al verla distraída.
—Es difícil de explicar.
—¿Quieres que lo dejemos?
—No, se me pasará.
—Menos mal —Rio Jantias—, no estaba seguro de ser capaz de parar.
Esta vez fue Hatria quien lo besó para demostrarle que quería seguir adelante. No iba a dejar que la imagen de Myron le estropease su momento de diversión. Abrió la puerta del dormitorio de Jantias y tiró por él hacia el interior.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro