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Capítulo 17: Las garras de la leona

- Pater, ¿qué es lo que te ha traído hasta Anemos? - preguntó Ierós.

Estaba claro que al joven príncipe no le había hecho mucha gracia que su padre se presentase en la isla sin avisar. En aquel momento, los esclavos estaban desembarcando sus pertenencias y preparando el alojamiento para el diarca y sus soldados. Ellos se habían sentado a hablar tranquilamente en el patio. Empezaba a oscurecer, pero era una noche calurosa, ideal para un paseo. Maquia los acompañaba en silencio.

- Me preocupaba que algo no estuviese yendo bien... A estas alturas, esperaba tener ya un nieto tuyo, o al menos, uno en camino.

- ¿Qué insinúas? - gruñó su hijo, un tanto molesto.

- Nada, nada... Veo que has logrado amansarla. 

Tras decir eso, le dio un cachete en la nalga a Maquia. Ella se puso furiosa, pero se contuvo. Ya habría tiempo para la venganza.

- ¡Hasta has logrado que se vista y comporte como una mujer! - rio.

- Por supuesto. No sé qué esperabas, Pater. Le he cortado las garras a la leona. Ahora no es más que una gata. Le he enseñado a obedecer a su hombre.

El diarca rio con fuerza y le acarició la nalga a Maquia. Ella apretó el puño instintivamente, pero de nuevo, se obligó a contener su ira un poco más. 

- Venga, volvamos al interior. Espero que la cena ya esté a punto. Me muero de hambre.

- Enseguida la servirán, Pater. Daremos una gran cena para todos los espartanos. Celebraremos así tu llegada.

Padre e hijo charlaban y reían tan animadamente que ni se dieron cuenta de que la semidiosa se había quedado atrás. Maquia esperó de pie a que Mirrina llegase. Sabía que ella los habría estado espiando para asegurarse de que no le hiciesen nada malo a su hija. La anciana no tardó ni cinco minutos en salir de su escondite.

- ¿Qué tal ha ido? - preguntó.

- Mirrina, avisa a las mujeres. Que se preparen para esta noche. 

Los ojos de Mirrina brillaron con fuerza, esperanzados.

- ¿Estás segura de...?

- Ha llegado el momento. No los soporto más. Hemos recuperado fuerzas y es hora de atacar. Dile a Aegea que prepare veneno para matar a cinco hombres y a Hatria que se vista de sirvienta. Ella dará la señal al resto de guerreras para entrar en el comedor y atacar. Me aseguraré de que hayan bebido bastante. 

- Oh, Maquia...

Mirrina la abrazó, contenta de que por fin se fuesen a vengar.

- Esta noche seremos libres.

***

Mirrina corrió a comunicar las órdenes que Maquia le había dado. La reacción siempre era la misma: una sonrisa orgullosa. Cuando se lo dijo a Clio, la joven apenas pudo contener las lágrimas. Las mujeres se apresuraron a preparar todo y Mirrina le pidió a Hatria que avisase a Aegea de paso que iba a buscar a Delia para esconderla en un lugar mejor.

- No me lo creo... - susurró Aegea.

- Pues créetelo. 

- ¿Y el veneno? - preguntó sorprendida - Ese no es el estilo de Maquia.

- Solo es una distracción. Créeme, no utilizaría un simple veneno para acabar con Ierós. A ese cabrón hijo de puta le espera algo mucho peor.

Hatria zarandeó suavemente a Delia para despertarla. Delia se asustó mucho y empezó a gritar palabras ininteligibles.

- ¡Shhh! - le tapó la boca - Tienes que venir conmigo.

Entonces Myron, que estaba descansando en la sala de al lado, se levantó y entró en la habitación en la que estaban las tres mujeres.

- ¿Qué ocurre? - preguntó, alertado por los gritos de Delia.

- Nada, la tuvimos que despertar para darle su medicación y no se la quería tomar. - contestó Aegea rápidamente con el tono neutro que su voz solía tener.

- ¿Puedo ayudaros en algo? - insistió.

- No, ya se la ha tragado. Ahora Hatria se la llevará a que le dé un poco el aire para tranquilizarla.

Myron se colocó bien el brazo que tenía roto. Miró de nuevo a Hatria con la misma admiración que lo había hecho esa mañana. La guerrera esquivó su mirada. No le caía mal el espartano, pero sabía que esa noche todo cambiaría, y que lo más probable era que el soldado no viese la luz del día. Sin embargo, sus ojos tiernos le hicieron sentir una punzada de compasión, un sentimiento que pocas veces experimentaba.

- ¿No vas a cenar con tus amigos? - sugirió Aegea, fingiendo indiferencia.

- No. - la cortó Hatria, sorprendiéndose a sí misma al proteger al espartano - Es mejor que descanse. 

- Me siento bien gracias a los cuidados de Aegea. No creo que haya ningún problema. - dijo Myron.

- Hazme caso y quédate aquí. - insistió Hatria - No seas estúpido. Eso estará lleno de borrachos a los que poco les importará tu brazo roto. 

- ¿Te preocupas por mí? - rio Myron, un poco sonrojado.

- No. Solo es que no quiero que eches a perder todo el trabajo que Aegea ha hecho por tí. Tiene mejores cosas que hacer que atender a un imbécil, ¿sabes?

Myron rio:

- Está bien, si tanto te preocupa me quedaré aquí. 

Las tres mujeres salieron de la zona donde trataban a los enfermos y heridos y encerraron a Delia en una de las habitaciones del palacio. 

- ¿Por qué proteges al espartano? - le preguntó Aegea a Hatria.

- Date prisa. - esquivó la pregunta - No queda mucho para la cena.

***

El diarca ya había bebido mucho. Ierós, en cambio, apenas había probado el vino. Maquia no sabía cuando tiempo podría aguantar a los espartanos jaleando, a su marido acariciándole la entrepierna (indicando que al terminar la cena volvería a intentar dejarla embarazada) y a su suegro acariciándole la rodilla por debajo del mantel. No veía el momento de que los envenenados empezasen a caer como moscas. Dirigió su vista a Mirrina, que estaba sujetando una jarra con vino vestida como una sirvienta, y ella le devolvió la mirada con un leve asentimiento. Al otro lado de la habitación, se encontraba Hatria en la misma situación, aunque ella parecía tener mucho más éxito entre los soldados que la anciana.

- ¡Eh, tú, preciosa! - le gritaban - ¡Ven y siéntate en mis rodillas!

Hatria permanecía impasible, y aunque Mirrina le hacía gestos con la cabeza para que le hiciera caso a los espartanos, Maquia estaba muy satisfecha con el comportamiento de la guerrera. Que se pusiese juguetona con los soldados podría levantar las sospechas de aquellos que conocían a las mujeres de la isla y sabían que eran demasiado orgullosas como para dejar que las toqueteasen unos soldados bebidos. De hecho, Hatria le dio una idea a Maquia.

- ¿No crees que ya han bebido bastante? - le susurró a Ierós.

- ¡¿Bastante?! - gritó el rey, que la había escuchado - ¡Otra ronda para mis hombres! - se puso en pie - ¡Bien merecido se lo tienen!

Los soldados celebraron las palabras del diarca y las sirvientas se apresuraron a obedecer y servirles más vino. Maquia no pudo reprimir una pequeña sonrisa al verlos beber sin saber lo que les esperaba esa noche.

- ¡Bebed, bebed! - gritó el hombre.

- Acabarán con las provisiones. - Maquia fingió enfado.

- Mis hombres tendrán toda la bebida que deseen. - sentenció Ierós.

Maquia agachó la cabeza y sonrió de nuevo. Todo estaba saliendo a pedir de boca. 

- Al acabar la cena iremos a la cama y no te dejaré marchar hasta que esté seguro de haberte dejado preñada. ¿Me has escuchado? - murmuró.

- Soy tu mujer, - respondió Maquia, fingiendo una inocencia y devoción por su marido que ambos sabían que no sentía - haré lo que me ordenes.

- Te romperé el coño.

<< Si tú supieras... Ya veremos quién rompe qué a quién...>>, pensó Maquia. En ese momento, el diarca se apartó de la mesa.

- ¿A dónde vas, Pater? - preguntó el príncipe.

- Necesito echar una meada.

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