Capítulo 15: Arktos
- No son más que un par de costillas rotas y moratones: se pondrá bien. - dijo Aegea tras examinar a Azov - Llamadme cuando despierte.
Aegea ya se estaba levantando cuando Azov abrió los ojos. Delia emitió un gritito agudo y después se abalanzó sobre el esclavo para abrazarlo.
- ¿Qué tal te encuentras? - le preguntó Jantias.
- Argh. - se quejó el bárbaro cuando trató de sentarse.
- Intenta no moverte. - dijo Aegea - No dejéis que los espartanos lo obliguen a trabajar. - añadió dirigiéndose al resto de esclavos - Escondedlo si hace falta, necesita reposar.
La curandera se marchó y Rastus cerró la puerta.
- ¿Qué pasó? - preguntó Aristos.
Azov aflojó con suavidad el agarre de Delia y la miró a los ojos.
- ¿Tú estás bien? - preguntó, ignorando a Aristos.
La muchacha asintió.
- ¿Te hicieron daño?
- La tenían enjaulada. Hatria y yo la liberamos. - dijo Jantias.
Azov suspiró.
- ¿Cuántos eran? - insistió Aristos.
- Diez, pero sólo tuve que pelear contra seis.
- "Sólo" - se rio Sartus - Y hasta una brisa podría acabar conmigo...
- En algún momento, mientras me golpeaban, me debieron dar por muerto, porque me dejaron en paz. No veía bien por la sangre que cubría mis ojos, pero los distinguí llevándose a Delia. Después de eso no recuerdo nada más.
- "Arktos". - Aristos le dio una palmada suave en la espalda - No hay quien pueda contigo, sármata.
- Me encontrasteis tirado sobre la arena, me parece que si que han podido conmigo. - se sonrojó un poco.
Entonces un espartano golpeó la puerta para que salieran y se pusieran a trabajar.
- Descansa, "Arktos". - se despidió Jantias con una sonrisa.
Azov asintió, se ocultó entre la paja y acercó a Delia a su pecho.
***
- Perdón.
Jantias se disculpó por su retraso. Sabía que Clio le había ordenado ir, pero los últimos encargos espartanos lo habían retrasado, y ellos no tenían mucha paciencia...
- No importa. - respondió - Es más que nada por tener compañía.
Ella ya se había metido en la bañera. Era de noche, y las velas apenas bastaban para iluminar la habitación.
- La echo de menos, ¿sabes?
Jantias estaba de espaldas, como siempre, pero asintió de todas formas.
- ¿Dónde está ahora? - preguntó.
Él había perdido el miedo a hablar con ella. Antes, temía que por ser esclavo al hablar le castigasen, pero en Anemos se les solía escuchar independientemente de no ser ciudadanos. Al fin y al cabo, las mujeres tampoco eran consideradas ciudadanos en el resto de las polis.
- Con su marido. - suspiró - Trae vino.
Jantias asintió, se marchó y regresó con un cuenco de vino. Sin mirar pero con sumo cuidado, se lo entregó a Clio.
- ¿Quieres? - preguntó.
Jantias se puso tenso: era la primera vez que le ofrecían vino.
- Sí.
Tomó el cuenco de nuevo y bebió un sorbo. Le supo a gloria.
- Está bueno, ¿verdad? - rio Clio al ver la sonrisa de satisfacción del esclavo - Ten, bebe más.
El esclavo obedeció encantado.
- Trae más.
Empezaron a beber más y más. Jantias se atrevió a sentarse al lado de la bañera, pero ni se le pasó por la cabeza mirar el cuerpo desnudo de la guerrera. Lo estaban pasando muy bien riendo, bebiendo y hasta cantando.
- Ay, Dioniso. ¿Por qué se adora a los otros dioses teniéndote a tí?
- Sh, no digas eso. - se rio Jantias - Aún se van a enfadar más...
- ¡Les declaro la guerra! ¡Me tienen harta! - se rio sin medir sus palabras - ¡A partir de ahora sólo honraré a Dioniso!
Jantias se dio cuenta de que las velas se habían apagado.
- ¿Cuánto tiempo llevamos aquí? - preguntó.
- ¿Eso importa?
Jantias exhaló y cerró los ojos un poco para descansar.
- Ven. - ordenó - Métete conmigo.
Él se levantó muy asustado. No veía nada, pero aún así sentía que no era buena idea aceptar.
- Es una orden, obedece.
Poco a poco se quitó la ropa. Después, deslizó su mano por el borde de la bañera y se sumergió lentamente.
- Está helada... - se quejó.
- Llevamos mucho tiempo aquí, tú mismo lo has dicho, ¿qué esperabas?
Ella terminó el vino que le quedaba y miró hacia el techo.
- Pobre Maquia... No dejo de pensar en lo mal que lo estará pasando. - suspiró - Me has alegrado la noche, ¿sabes?
- ¿Yo o el vino?
- Los dos.
Jantias sonrió, principalmente por la borrachera.
- ¿Siempre has estado con ella?
- Desde niña. - respondió Clio - La quiero como a nada en este mundo.
- ¿Y nunca has... ya sabes... con un hombre?
- ¡Qué valor tiene el esclavo! - se rio - Pero no, la respuesta es que no. Sí que es cierto que a veces no puedo evitar miraros, pero soy muy feliz con ella.
- ¿"Miraros"?
- La espalda de Azov me vuelve loca, y tus glúteos tampoco están nada mal.
Jantias rio en silencio.
- ¿Queda vino? - preguntó él.
- No.
Se frotó la cara con el agua. Estaba fría, pero le servía para despejarse. Entonces el esclavo sintió la respiración cálida de Clio sobre su hombro. Él giró la cabeza, pero seguía sin ver nada. Ella le acarició los labios con su dedo índice y Jantias se apartó asustado. Sin embargo, después se atrevió a besarla.
En aquel momento, las palabras de Maquia resonaron en la cabeza de Clio: "Las mujeres serán su mayor vicio, lo he visto, y una de ellas cambiará drásticamente su vida.". No pudo evitar pensar en la posibilidad de que ella fuese la que diese un vuelco a la vida del esclavo.
Entonces fue ella la que lo apartó.
- ¿Qué ocurre? - preguntó él.
- Yo sólo pertenezco a Maquia, le debo fidelidad.
- Maquia no está aquí, nunca se enterará. - dijo Jantias mientras se atrevía a acariciar el costado de la mujer.
- Oh, que Hera me perdone.
Y se sentó sobre el esclavo dispuesta a satisfacer su lujuria.
***
Jantias apenas fue capaz de llegar al apartado de los esclavos. Le costaba guiarse en la oscuridad. Caminó con cuidado entre los cuerpos durmientes, buscando un lugar donde reposar.
- ¡¿Quién eres?!
- Tranquilo, Azov, soy yo. - susurró Jantias al reconocer la voz y el acento del sármata.
El bárbaro se relajó y Jantias fue junto a él.
- ¿Dónde estabas? - preguntó Azov.
- No importa.
Jantias se sonrojó en la oscuridad, recordando los pechos duros de Clio, el agua fría y el placer que sintió al llegar al clímax.
- ¿No duermes?
- Me molestan las heridas. - respondió.
- ¿Y Delia?
- Hatria la vino a buscar. Me prometió que la protegería, y la verdad es que seguro que lo hace mejor que yo. Apenas puedo moverme... - suspiró.
- Estará bien, Hatria se encargará de ella.
Jantias vio la luz de la luna, que se colaba por una pequeña fisura en la madera, reflejarse en los ojos del bárbaro.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Sí.
- ¿Quieres a Delia?
Azov se tomó su tiempo para contestar.
- No.
Jantias no lo creyó. Los había visto juntos, sabía cómo la miraba.
- ¿Por qué?
- Ya sabes... está... loca...
- ¿Y eso te importa?
Jantias no lo pudo percibir, pero sus preguntas estaban incomodando mucho a Azov.
- Déjame en paz, Jantias.
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