Capítulo 14: La loca desaparecida
- ¿Es aquel? - preguntó Clio.
- Sí.
Maquia y Clio estaban observando de lejos al rey y al príncipe hablar. El primero se marcharía aquel mismo día porque tenía asuntos que arreglar con el otro diarca, pero el príncipe permanecería allí. Había pasado un mes y medio desde su llegada.
Él era el cuarto hijo del rey y su nombre era Ierós. Superaba los treinta años y estaba fuerte como un toro. Hasta Maquia tendría dificultades en un combate cuerpo a cuerpo con él. Todas las noches desde su llegada entraba en su habitación y la forzaba con el único propósito de engendrar un hijo, el resto del día se ignoraban mutuamente.
- ¿Te hace daño?
- Intento pensar en otra cosa. - contestó Maquia.
La semidiosa acarició el mármol de la barandilla en la que estaba apoyada.
- Te juro que en cuanto tenga una oportunidad, cuando seamos lo suficientemente fuertes como para que triunfe la liberación, lo decapitaré yo misma. A él y a su padre.
- ¿Cuando? - preguntó Clio.
- Debemos recuperar fuerzas: la isla está hecha un asco. En cuanto podamos, lo haremos. Recuperaremos lo que nos pertenece.
Clio miró al horizonte. El rey estaba embarcando.
- ¿No sé ofenderá si no vas a despedirlo?
- Créeme, se ofendería más si fuera. Hay un par de cosas que si se las dijera me quedaría bien a gusto.
Clio sonrió y la cogió disimuladamente de la mano. Tras asegurarse de que nadie miraba, Maquia la besó en los labios.
- Te quiero.
- Lo sé. - contestó Maquia.
Clio se fijó entonces en su vientre. Por el momento no parecía que el príncipe hubiera tenido mucho éxito.
- No, tranquila. - dijo Maquia, sabiendo lo que estaba pensando su amiga.
- ¿Crees que podrías ser como Hatria? - preguntó preocupada.
- ¿Infértil? No lo sé. Poco me importa. Casi lo agradecería.
Clio le acarició la mano.
- Le rezo a Artemisa todas las noches. - confesó Maquia - Creo que nos protege.
- ¿De verdad?
Clio no podía creerlo. Maquia siempre se había burlado de ella por preferir a Artemisa a Ares o a Atenea.
- De verdad. Ahora que mis dioses me han abandonado, la tuya me protege.
Clio la quiso besar de nuevo, pero Maquia se lo impidió: ahora miraba Ierós.
- ¿Qué tal está Delia?
Clio dejó de sonreír.
- Sigue igual: dice cosas sin sentido, se ríe sin motivos y de repente rompe a llorar como si fuera el fin del mundo. Empiezo a dudar que vuelva a ser algún día la misma que fue...
Maquia suspiró.
- Está anocheciendo. Tengo que volver a la habitación.
Clio asintió y aflojó la mano de Maquia para que pudiera soltarse. Después se dirigió hacia el lugar de los esclavos. Hablar de Delia le hizo querer visitarla.
Pero cuando llegó allí no había nadie.
- ¿A quién buscas? - preguntó Rastus a duras penas por culpa de la tos.
- A Delia.
- ¿Y no está ahí?
- No.
Rastus dejó en el suelo el azadón con el que estaba cargando. Echó un vistazo al interior y después se giró hacia un grupo de esclavos que regresaba de sus tareas.
- Aristos, ¿has visto a Delia? - preguntó el esclavo.
- No, no la he visto. ¿Por qué preguntas? ¿No está ahí?
- No.
- La última vez que la vi estaba durmiendo ahí dentro. - contestó Jantias a la vez que posaba un cesto en el suelo - Pero no te preocupes, seguro que Azov sabe dónde está.
Clio se sentó en la puerta a esperar, pero ni Azov ni Delia regresaban y ya había anochecido. Estaba tan nerviosa que no dejaba de dar vueltas.
Jantias salió y apoyó su mano sobre su hombro.
- Aristos y yo iremos a buscarlos. Vuelve al palacio.
- No, os ayudaré. Y voy a avisar a Hatria para que los busque también.
- No te preocupes, seguro que no andan lejos. Tú vuelve y duerme un poco. Te avisaremos cuando los encontremos.
- No podéis andar solos por ahí. Las cosas han cambiado, Jantias.
- Pues llama a Hatria, pero tú descansa.
Clio asintió no muy convencida y se marchó. Los dos esclavos salieron a buscar en cuanto Hatria apareció.
- Debería haber traído una antorcha para mí sola. - lamentó Hatria.
Aristos y Jantias llavaban una cada uno.
- Será mejor que nos dividamos. - dijo Hatria - Aristos, tú ve por allá, nosotros seguiremos por aquí.
Aristos asintió y se fue.
Llevaban un buen rato buscando, pero no encontraban nada.
- ¿Crees que habrá logrado huir? - preguntó Hatria.
- ¿Azov? No, ya lo intentó la semana pasada. Sabes que siempre espera a haber recuperado fuerzas y a tener un plan mejor. A juzgar por los latigazos que le dieron, hasta dentro de mucho no volverá a intentarlo.
Hatria miró a la cara al esclavo. Hacía mucho tiempo que no estaban así de cerca el uno del otro.
- ¿Y si han desaparecido voluntariamente?
- ¿A qué te refieres? - Jantias frunció el ceño.
- Es decir, últimamente pasan mucho tiempo juntos. Azov la lleva de la mano y la vigila mientras hace sus labores.
- ¿Crees que está enamorado? - se rio Jantias - Sólo cuida de ella, nada más.
- No sé si enamorado, pero pienso que le atrae. Ya desde antes del golpe lo creía, y ahora estoy casi convencida. Cómo se esté aprovechando de su estado juro que...
Jantias se detuvo en seco.
- Conozco a Azov. Él no haría jamás eso. Será un bárbaro, pero es una buena persona.
- Pues explícame dónde están.
Jantias se frotó la nuca.
- No lo sé... - se sentó en una roca - No se me ocurre ningún lugar donde...
Entonces recordó la pequeña playa a la que Azov lo había llevado aquel día de fiesta que ahora le parecía tan lejano. Si Hatria tenía razón, y Azov sentía algo por ella, seguro que la habría llevado hasta allí.
- Sígueme.
Fueron hasta la playa y vieron un cuerpo sobre la arena. Hatria se llevó la mano a la boca, horrorizada.
Corrieron hasta allí y lo enfocaron con la antorcha.
- Es Azov. - dijo Jantias.
Estaba bocabajo y cubierto de golpes y sangre. Clio se agachó a su lado.
- Está vivo. - susurró encantada.
Su respiración era débil, pero respiraba.
- ¡Aristos! - gritó Jantias - ¡Aristos!
Al poco llegó el otro esclavo, que se llevó las manos a la cabeza al creerlo muerto.
- Trae a alguien más y llevadlo de vuelta.
Aristos asintió y se puso a correr.
- ¡Espera, que sean dos más! - Aristos volvió a asentir y Jantias miró a Clio - Es que es muy grande.
Clio le había dado la vuelta y apoyado su cabeza sobre su regazo. Le acariciaba el pelo, aunque él estaba inconsciente.
- Está empapado... - lo compadeció - ¿Crees que Delia le ha hecho esto?
- ¿Delia? Ni de broma. Para tumbar a Azov hacen falta como mínimo cinco personas, ya sabes cómo es, y Delia era mejor curandera que guerrera. Además, ahora que se le ha ido la cabeza... No, Delia no pudo haber sido.
Aristos regresó con Presbei y Aksios. Entre los tres lo cargaron y se lo llevaron de vuelta.
Jantias y Hatria siguieron buscando a Delia, gritando su nombre por toda la isla, hasta que vieron una luz en un claro del monte.
Se acercaron poco a poco y vieron un grupo de espartanos que parecían estar de fiesta.
- Será mejor que nos alejemos. - susurró Jantias.
- No, mira.
Jantias miró hacia donde Hatria le indicó. Habían encerrado a Delia en una jaula y le estaban tirando comida podre. Ella gritaba aunque no se le entendía nada.
- ¡Soltadla!
Jantias no pudo agarrarla y Hatria salió de su escondite sin haber pensado un plan. Estaba furiosa. No soportaba ver lo que le habían hecho a su amiga.
Los espartanos se rieron al ver a una mujer amenazarles con la única compañía de un esclavo.
Hatria, que tenía la espada desenvainada, avanzó hacia ellos.
- Soltadla.
Jantias temía que la situación terminase muy mal. Él no estaba armado y eran diez contra dos. Si casi habían matado a Azov, no quería ni imaginar lo que les harían a ellos, que eran de menor complexión. Avanzó pegado a Hatria.
Uno de los soldados abrió la jaula y sacó a Delia de un empujón.
- Quédatela, ya nos hemos divertido bastante.
Hatria la abrazó. La pobre Delia tiritaba y murmuraba cosas ininteligibles.
- Largo. - dijo el soldado.
Los tres se marcharon de allí corriendo.
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