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Capítulo 10: El combate previo

- ¡Ánimo! ¡Tú puedes con él! - chilló Clio.

- ¡Demuéstrale lo que vales! - gritó Azov.

- ¡Eres la hija de Ares, no puedes perder! - animó Carpa.

El combate entre Jantias y Maquia estaba muy reñido. El público estaba dividido: los esclavos animaban a Jantias, y las mujeres a Maquia.

Habían pasado seis meses desde el asesinato de Barbra, y a pesar de tener todo preparado para defender la isla, los habitantes empezaban a dudar de que ese ataque se fuera a producir. En aquel tiempo, Maquia había logrado convertir a Jantias en un guerrero casi tan bueno como ella. A medida que avanzaba su entrenamiento, descubrió que no se había equivocado y que Jantias llevaba el combate en la sangre. Sí, era una persona pasiva y sin ambición, pero había talento en él.

Los esclavos dieron un saltito cuando Maquia le hizo un corte pequeño a Jantias en el brazo. Les habían permitido asistir y ahora estaban sentados en el suelo, a la sombra del muro que Maquia había ordenado ampliar. Pero no sólo habían saltado los esclavos: Aria también estaba animando a su pedagogo. Ella, sin embargo, estaba sentada con las mujeres.

- ¡Vamos, Jantias, tú puedes! - lo animó.

Las niñas que habían pasado a ser aprendices de Maquia ese año no entendían por qué ella animaba a un esclavo.

- Aria, sabes que Maquia no puede ser derrotada. - le dijo Delia, que estaba sentada a su lado.

- Ya, pero es que me da pena. - se rio.

A su lado también estaba Hatria. Ella apoyaba a Jantias en secreto, aunque animaba en alta voz a Maquia. Le había cogido cariño, a pesar de apenas haber vuelto a hablar con él desde la fiesta. A veces lo saludaba con la mano cuando lo veía en el campo o llevando a Aria a la didaskaleia, pero no se había vuelto a acercar a él. Al fin y al cabo, era un esclavo.

El combate terminó con victoria para Maquia, que era lo esperado, pero todos tuvieron que admitir que Jantias se había convertido en un gran guerrero, mejor incluso que Carpa o Clio.

Maquia lo felicitó con una palmada suave en la espalda.

- No ha estado nada mal. Por fin empiezo a divertirme.

- Gracias, mi señora. - le respondió Jantias.

Aria corrió hacia el esclavo.

- ¿Estás bien? - preguntó mirando el corte.

- Sí, no es nada.

La niña sonrió.

Entonces alguien le dio una palmada tan fuerte en el cuello que casi lo tira al suelo.

- Te falta equilibrio. - se burló Azov.

- Eres un bruto, bárbaro. - contestó Jantias.

Rastus sonrió desde lejos: no le gustaban las aglomeraciones.

***

- ¿Crees que si nos atacan Maquia te dejará luchar? - preguntó Aria.

- No lo sé, pero deja de dar brincos. Ya sabes que la última vez que nos vio, Mirrina me echó la bronca por no obligarte a caminar como una "señorita".

- Pero Maquia siempre me dice que no debo dejar que los demás me digan qué hacer. - se rio.

- Pero a mí me da más miedo Mirrina que Maquia, así que compórtate, por favor.

Aria se empezó a reír al escuchar que le daba más miedo una mujer mayor y gruñona que la hija de un dios.

- Te lo digo en serio. - insistió Jantias, divertido - Parece que le va a salir humo por la boca cuando está de mal humor. Por cierto, ¿siguen enfadadas?

- ¿Maquia y Mirrina? No creo. Desde el día que llegó Aksios, Mirrina le restriega que tenía razón una y otra vez, pero aparte de eso, creo que todo ha vuelto a su cauce. En el fondo se quieren mucho.

Aria, haciendo caso omiso a Jantias, saltó sobre una rama, partiéndola. Después subió a una roca para bajarla de un salto.

- Gracias por apoyarme esta mañana. - dijo Jantias tímidamente.

- De nada, pero no era la única que lo hacía. - sonrió sugerente.

- ¿Eh?

- Hatria también te estaba mirando. - canturreó.

- ¿Y? Todos me miraban.

- Pero no de esa manera. - se rio como un ratoncito.

- ¿Hatria?

- Sí, te lo juro. Puede que tú no te dieras cuenta, porque estabas ocupado, pero yo lo vi. - hizo una pausa - ¿A tí te gusta?

- ¿A qué viene esto ahora, Aria? - se sentía intimidado.

- Tiene un cuerpo bonito. Si algún día Maquia te libera, podrías casarte con ella.

- Aria, ¿no puedes ser un poco más como las niñas de tu edad? Ya sabes, dejar de buscarme pareja y esas cosas. - se rio.

- Me preocupo por tí. El otro día Medea estaba hablando de "las necesidades de los hombres". Y me parece que estás muy necesitado.

- Aria, me caes mal, ¿lo sabes? - bromeó.

Jantias sabía que aquella carencia de inocencia infantil en Aria se debía en gran parte a vivir rodeada de mujeres que no tenían ningún cuidado al hablar de cualquier tema delante de cualquiera.

- ¿Te gustan sus pechos? - preguntó la niña.

- Mira, ahí tienes la escuela. Ve y déjame en paz. - se despidió riendo el esclavo.

Cuando volvió, Azov, Aristos, Rastus y Aksios le estaban esperando para que les ayudase en el campo. Ellos ya habían recogido una buena cantidad de olivas, pero todavía quedaban muchas en los árboles. Mirrina y Aegea los vigilaban desde la lejanía, sentadas a la sombra de una encina.

- Estos árboles... - se empezó a quejar Aristos - Los han plantado demasiado juntos.

- Calla y recoge. - contestó Rastus - Quiero acabar cuanto antes.

- Pues yo no. Prefiero esto a otras tareas. - dijo Aksios.

Todos lo miraron. Era lo primero que decía Aksios desde que lo habían mandado con los esclavos. Solían escucharlo llorar, gruñir, jadear con el esfuerzo... Pero hablar nunca.

- Anda, pero si tienes lengua. - se rio Rastus.

- Pensábamos que Maquia te la había cortado. - bromeó Azov con aquel acento duro que tenía.

Aksios se sonrojo.

Estuvieron un rato recogiendo olivas en silencio hasta que Aristos volvió a hablar.

- ¿Va en serio lo del ataque? Es que no tiene pinta de que vayan a aparecer.

- Sí, lo juro por Ares. - contestó el esclavo.

- Ares protege a Maquia, no te equivoques. - lo corrigió Rastus.

- Me parece que no habéis visto nunca a un espartano. - dijo Aksios levantando un cesto - Ellos son la muerte.

- Me parece que nunca has visto a Maquia en batalla. - dijo Aristos - Lo de esta mañana sólo fue un poco de diversión.

- Los sármatas sí que... - Azov vio algo a lo lejos y dejó de hablar - Mirad.

Él era el que mejor vista tenía, pero los demás también vieron unos barcos a lo lejos. La altura del palacio les proporcionaba una ventaja visual. Eran muchos y se acercaban a gran velocidad.

- ¡Nos atacan! - gritó Jantias.

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