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Capítulo 8. Mal Igna


Capítulo dedicado a @Angel-Hechizada ♡

2 años atrás

Ahí estaba ella: la chica que únicamente tenía a Benjamín Florián. ¿Por qué lo amaría tanto? ¿Podría amarlo más? Sería una locura... Una locura sin procedentes. Hojeaba en su libro de hechizos ¡Sí! Ese viejo y mágico gran libro. Poción para cambiar el color de ojos, «no hace falta». Para convertirse en un cuervo, «no gracias». Continuó leyendo más y más, hasta que se encontró con el mejor de todos: poción para el amor.

Sin duda, una de sus mejores elecciones, sino que la mejor.

Se sentó sobre sí misma, procesando todo su plan para ese día. Esperen... ella nunca tenía plan. Pero sí había algo que tenía que hacer (o bueno, pasar) era la muy agradable experiencia de ver a su madre convertida en lagartija y no en la temible Reina de las Tinieblas. La Hada del terro, tal cual podía recordarla.

—Piensa en que una pizca de amor crece en ella cada vez que te ve —Le decía el Hada Madrina. Su típica frase para ella en cada visita—. Tú sabes que a ti todavía te cuesta... Sigue siendo tu madre.

Volvió a su libro puesta en la portada, para después nomás cerrarlo y aventarlo por su lado izquierdo. Cayó a la cama echándose para atrás. Su cabeza impactó contra la almohada, tan suave y sedosa como casi todo en Auradon. Volcó hacia su derecha, en dirección a la puerta. En cualquier momento llegaría...

—¡Ben! —exclamó feliz.

Salió de la cama a toda prisa. Cuando supo quién era la persona del otro lado de la puerta, no dudó ni por un segundo en correr hacia él. En un segundo momento sus labios se toparon con los de su novio. Su estómago sintió en repentino cosquilleo. Posó sus manos sobre los hombros de Ben, lo que causó que la atrajera más hacia él.

Cuando sus labios dejaron los de Ben, él acercó la boca a su oído.

—¿Te he mencionado últimamente que te amo? —Le susurró con una voz seductora, que la hizo temblar enseguida.

—Podrías hacerlo más seguido, amor —Ben esbozó un pequeña risita ante el comentario. Sus ojos color miel la miraron fijamente, como una de esas tantas veces en que un gesto puede decir más que las palabras. En verdad no podría imaginarse la vida sin aquella chica parada frente él—. ¿Nos vamos?

—Nos vamos —contestó.

Instantáneamente buscó la mano de Mal. Ella hizo lo mismo, hasta llegar al punto de que quedasen atrapadas por el otro. Les gustaba sentir su calor aferrado a ellos. Lo más posible. ¿Qué quería decir con lo de los novios no sirven de nada? ¿Qué pensaba con lo del amor no existe? Esa sensación encontrada en los más profundo de su pecho le decía lo contrario. No era ridículo sentir tanta atracción hacia alguien. Solo era amor y nada más.

Minutos después, ya iban llegando a ese lugar. Había un árbol gigante con unas hojas húmedas aprendidas a él. El cielo era perfecto sobre ellos, estaba más azul que en días posteriores. Los rayos del sol los encandilaba con tanta facilidad. De igual forma no le pusieron mínima atención, era una tarde perfecta en una cita perfecta.

Mal se desprendió del agarre de Ben, dando pequeños pasos hacia delante, admirando en una mirada aquella paz. Esa que no quería dejar nunca. Y sabía que no lo haría. Cuando menos lo esperaba, dejó escapar de sus pulmones un leve grito cuando alguien desde atrás rodeó con sus dos brazos su cintura. La tenía acorralada totalmente. Esa persona era Ben. Una de sus tantas debilidades por él, era tener la suavidad de sus manos en su cuerpo. El rey descansó la cabeza en el hombro de ella, acortando aún más la poca distancia que los alejaba.

Por el rabillo del ojo, notó como Ben la miraba insistentemente. Otra gran debilidad sobre ella.

—Quiero que nunca olvides lo que siento. Y siento muchas cosas por ti para describirlo con palabras —reconoció por lo bajo.

—Entonces no lo describas con palabras —insinuó coquetamente. Se volteó hacia él, sin dejar de sentir su piel entre sus dedos. Su vista se posó en los labios de Ben. Tenía que reconocer que más que verlos quería sentirlos. Su pecho comenzó a latir más de lo que podría sonrojarse en ese instante—. ¡Qué lento eres, Benjamín!

Estaba a punto de objetar, cuando fue callado con la boca de Mal. Ella sabía que lo tomó por sorpresa, pero he de admitir que tener magia es bueno, usarla es bueno, pero no hay más magia en ella que cuando está así con él, y que ahora podría decir con total seguridad «¡sí! El es el amor de mi vida». Nació para llegar a su vida.

El calor de sus labios se aprendieron a los de ella con total dulzura. Cuando el sabor de su labios ya no era suficiente, ambos profundizaron el beso con más pasión, causando que se fueran hacia atrás, en pasos lentos y precisos. Pero no se despegaban, Ben de pronto buscó con sus dedos la profundidad del cabello de su chica, haciendo que ella se le pusiera la piel chinita. Las fronteras de su limitada respiración iba atravesando las barreras, entonces Mal se obligó a separarse un segundo para tomar aire. Abrieron los ojos en momentos, para luego volver a cerrarlos.

Se unieron otra vez. Sin embargo, Mal se tropezó con una piedra. Ya en el pasto, la chica pelimorada quedó encima de Ben. Cruzaron sus miradas con los ojos muy abiertos de la sorpresa.

Yaciendo en el pasto rieron.

—Sabes que deberíamos volver con los chicos, ¿verdad? —indagó—. Ben, no podemos estar aquí por siempre —recalcó apagando poco a poco su carcajada.

—Pero si volvemos no podré hacer las cosas que quiero hacer —dijo sin despegar sus ojos de los labios de Mal. Ella sintió que sus mejillas se encendieron y aunque no podía verlas, sabía qué tal cual le pasaba—. ¡Te amo!

—Mmm... apuesto a que no puedes gritarlo.

—¿Gritarlo? —preguntó confundido. Ella asintió de inmediato.

Entonces se paró rápidamente. Si eso era un reto, no quería saber que no lo era. Mal estupefacta, recostada sobre el húmedo pasto, entornó sus ojos, siguiendo el camino por el que Ben pasaba. Cuando se detuvo le echó una última mirada a Mal, que justamente se iba reincorporando.

—¡Estoy muy enamorado de Mal Igna! ¡Te amo Mal! ¡Te amoooooo! —gritó con todas sus fuerzas, sin tomar aliento en ningún momento. Los chicos y chicas que estaban quizás lo que parecía tantearse unos 40 o 50 metros, se retornaron hacia él, pero igual continuaba ascendiendo el volumen en su voz—. ¡Te amooo Mal!

Confesó eso último ya con sus ojos de aquellos jóvenes a su amada que lo miraba sonriente y casi encerrada por sus palabras. Suspiró quizá cinco o seis veces antes de poder hablar.

—Eres un novato amor. Déjame mostrarte cómo se hace —dijo petulante—. ¡Me encanta ser la novia de Benjamín Florián! ¡Amo con todo mi ser a Benjamín Floriaán! ¡Lo amooooooooooo!

Cuando terminó, su cabello morado largo se ondeaba con el viento que se posó en ella casi con tanta fuerza como la de ella en su grito. Incluso el color de sus ojos se veía distinto por el sol.

—Listo. Vamos, príncipe —ordenó adorablemente. Pero un segundo posterior, sintió una mano en su brazo la jaló para posteriormente toparse con un beso corto por parte de Ben.

—Ahora sí podemos irnos.

—Mal, solo quiero decirte que estarás bien. No tienes que preocuparte.

—Lo sé, pero no lleva ningún avance en dos años, amor —Le recordó triste—. Mi madre nunca cambiará.

Su boca se abrió para después erguirla hacia abajo, dejando una mueca triste. Todos las veces que habían ido a ver a en madre terminaba peleando con ella, pero Mal también tenía su carácter y de alguna forma tenía que hacerla entender. Sin embargo, nada parecía funcionar. Nada.

Ben suspendió su caminata y le impidió el paso a Mal cuando se acomodó delante de ella. Sus dedos recorrieron sus pómulos, acariciándolos con ternura y delicadeza (algo que le encantaba hacer). Entonces pareció calmarse ante la acción.

—¿Me acompañarías, Benybu? No quiero entrar sola.

—Claro. Un honor complacer al amor de mi vida.

Entraron a aquel sitio sombrío y oscuro que le daba un toque aterrador a aquella prisión. El lugar donde estaba quedaba casi por la puerta de entrada, por lo tanto, no tuvieron que caminar demasiado. Mal encogió los hombros antes de prepararse para adentrarse al cuarto. Su novio le mandó una expresión inquisitiva, como diciéndole que: «mientras más pronto mejor». Suspirando entró con él de la mano, aferrada.

Su madre aún convertida en lagartija, ya se encontraba mucho más pequeña que hacia tres meses, que fue la más reciente vez que había ido a visitarla. Maléfica con los ojos tan pequeños, casi imperceptibles divisó a la que inmediatamente reconoció como su hija, «la traidora»—como aún seguía pensando en ella—. Mal se acercó a la cúpula que rodeaba a su madre en ese pequeño soporte.

—Hola madre, ¿cómo has estado? —preguntó formando su mejor sonrisa.

—Bueno forma de entablar una conversación damita de la corte. Deberías largarte —recomendó en un tono crispado.

—Nada más quiero ayudarte, pero no me dejas —mencionó—. Si quieres salir de aquí tienes que aceptar mi ayuda.

—¿Y cómo lo harás? ¿Me llevarás a hacer bondad? ¿Traerás a tus amiguitos para que juntos pasemos un momento ameno? Oh ¡ya sé! ¿Quieres que empiece por escuchar lo sorprendente que es el amor... Junto a este principito? —interrogó con recelo.

Está bien... Está bien, ya no podía soportarlo más. Esta vez ya no. Una pequeña lágrima iba saliendo por debajo de sus ojos, pero antes de arrastrase, se llevó la mano al lugar donde estaba por descender y la apartó con furia. Probablemente no sería lo peor que le haya dicho. Probablemente a pesar de no verla en forma humana y admirar la cara endurecida y con vacío de Maléfica, ya tenía suficiente.

—¡Estoy harta, madre! ¡Harta! Entiende de una vez que desaparecerás si no pones de tu parte. Pensé que eras fuerte. Veo que no es así.

Cuando se liberó de todo lo que sentía, contuvo entre sus ojos las lágrimas que no quería que salieran a la superficie. Se levantó del piso, donde se había puesto en cuclillas tiempo atrás para verla mejor. Ben la esperó con prudencia en la esquina de la habitación, pero ella no se resistió, no le interesó que su madre los pudiera ver. Necesitaba aquella fuerzas que Ben le proporcionaba con tanto amor. Llego hasta él con el semblante mohíno y lo abrazó.

—¿Sabes qué, Mal? —la llamó su madre. Por instinto movió su cabeza en dirección a ella—. Me arrepiento de haberte permitido venir a Auradon. Me arrepiento de haberte dado ese libro de hechizos y también me arrepiento de haber tenido a una hija como tú. ¡Tan débil y estupida como su padre!—escupió cruelmente.

El rey de Auradon le pidió a Mal que se fueran, mas ella lo ignoró. Salió de sus brazos y se acercó con una ferocidad acumulada en su pecho que no se imaginó que podría sentir. Se encontró a ella misma con unas ganas interminables de romper aquella cúpula, usar su magia para convertirla en humana y así como recordaba que eran los ojos malvados de Maléfica, soltarle todo. No obstante, eso era imposible, por lo que se conformó con poder hablarle de cerca.

—¡Yo no soy débil como él! Soy muy fuerte, más de lo que imaginas. De todos modos no entenderías nada porque tú jamás has tenido amor y no creo que lo tengas nunca —replicó—. De una vez te digo que no hay tiempo para arrepentirse de nada. ¡Si no me querías, mejor no me hubieras tenido jamás!

Ver a su novia así no era precisamente su cosa favorita. Odiaba ver que sufría, por eso a Ben no se le pasó por la cabeza quedarse con los brazos cruzados escuchando la horrible situación frente a él.

—Abrid la puerta —decretó a los guardias, quienes acataron pronto sus órdenes.

Mal ya ni siquiera recordaba que Ben estaba ahí. Más que dolerle a ella lo que había dicho, comprendía que no era lo mejor del mundo escuchar al amor de tu vida decir que hubiera sido mejor no nacer. Se arrepintió por haber revelado cuán dolorosas cosas. Ya estando en el umbral de la puerta bien reforzada, oyó a Maléfica hablándole.

—¡Esa maldad sigue en ti Mal! Y siempre será así solo por ser mi hija. ¡Siempre!

Se cerró el calabozo. Salieron sin mirar atrás.

—Perdóname, Ben, ¿sí? Fue por el enojo —explicó.

Una vez fuera del calabozo Mal había decidido romper el silencio. Ben callado solo podría significar que estaba perdido en un torbellino de pensamientos que ella nunca lograba descifrar.

La tomó por las dos manos y se las acomodó por alrededor de su cuello, mientras las manos de Mal quedaron justo en su cintura. Eso le hizo saber a la pelimorada que todo mejoraba.

—Quiero que te quede muy claro que eres muy valiosa, mi amor. Para Evie eres su mejor amiga, para Jay y Carlos quizás su hermana y su madre al mismo tiempo —Le sacó una sonrisa ante eso, era muy exigente con los chicos—. Eres muy buena amiga para Lonnie, Jane, Freddie. Y para mí... Para mí eres parte de mi alma. Eres mi reina. Nunca me arrepentiré de haberme enamorado de ti. ¿Queda claro, bonita?

—Así de claro como mi amor por ti —respondió emotiva.

Ben le estampó un beso en la mejilla, pero ella se movió para que el impacto no lo recibiera su mejilla sino sus labios. Si era una tortura tener esa cercanía y conexión tan impredecible con alguien, no quería dejar de torturarse jamás. Ben deshizo la espalda de Mal con una caricia provocativa, que ella le devolvió cuando sus manos hicieron juegos en su nuca.

Ben se separó primero que Mal. Ella aún con los ojos cerrados, suspiro y ya cuando abrió los ojos, le dijo:

—Debería darte un diploma, Ben.

—¿Qué hice tan bien, amor? —preguntó.

—Por ser el mejor profesor del mundo. Quiero decirte que me merezco un diez amándote. Me enseñaste muy bien.

—No podía quedarle mal al amor de mi vida —resolvió—. Quiero pensar que estarás a mi lado cada segundo del resto de mi vida.

—Así será —aseguró un poco temerosa. ¿Por qué temerosa? Ben la abrazó de nuevo con una sonrisa dibujada en el rostro. Los ojos de su novia repentinamente se pusieron de un verde incandescente, sin proponerse hacerlo—. Lo prometo.

Esa nube de recuerdo lo depositó en el tiempo real. Sonrió por cada extremidad de su boca. Mal volvería a él. Era tanto amor para dejarlo ir entre sus manos. Al poner atención a su alrededor, se percató de en dónde se encontraban.

Muy triste, pero esa Isla le iba a devolver el alma al cuerpo.

—Señores y señorita, les doy la bienvenida a mi antiguo hogar. Bienvenidos a la gran Isla de los Perdidos —mencionó Jay indicando por arriba del hombro de Ben.

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