Capítulo 7. Un plan digno de estos hijos de villano para la princesa de alguien
—¿Y si esto no funciona?
Evie y Jay dejaron de guardar sus cosas en la mochila. Lo miraron como una de esas veces en que el silencio dice más que las mismas palabras. Carlos era lo suficientemente inteligente para saber que mil veces evitarían regresar a la Isla de los Perdidos por una simple razón: sus padres seguían enfadados con ellos. ¿Por qué sería? ¡Ah, sí! Porque pusieron su bondad y su corazón en una misión que tendría catastróficos finales. Sobre todo para Auradon. Y eso era lo que los villanos querían.
Unos minutos después, Evie estaba revisando un mapa exacto de la Isla de los Perdidos. Dibujaba líneas y ponía tachas en los lugares donde no podían o no debían pasar. Sí querían rescatar a Mal sin ayuda de magia, tenían que sacar adelante el plan por sus propios medios.
—Sé que este no es el momento, pero ¿no tienes que ir a hablar con alguien antes de irnos?
Evie dejó que el lápiz se deslizará por su mano hasta caer en la mesa. Cesó un instante para ponerse a pensar en aquella pregunta. Era cierto que seguía enfada con Doug, no le perdonaría fácilmente que no le hubiera dicho que sabía lo que iba hacer Mal. ¿Por qué no lo dijo? No podía confiar en él.
Su prometido había intentado comunicarse con ella. Y Evie admitía que no era solo por su engaño que se rehusaba a cruzar palabra. Cada uno de los Descendientes sabía en lo que se estaban metiendo al regresar a su antiguo hogar. El camino de vuelta no estaba asegurado. Así que...
—Yo creo que le dejaré un mensaje en la contestadora. Será suficiente
—No es que me quiera meter en su relación, pero si no lo verás en mucho tiempo ¿no sería mejor que te despidas de él? —aconsejó Jay.
Evie, entretanto, cruzó las dedos de las manos, como de esas veces en que uno trata de abstenerse a cambiar de idea. Sus ojos se agrandaron más de lo normal, pero posteriormente fue a sacar de por debajo de la mesa, un recuadro. Se los entregó a sus amigos, con una de esas expresiones de que se avecinaba un momento sentimental.
—Mal sigue siendo parte de nosotros. Es mi hermana y no sé como llegó a estas circunstancias, pero de algo estoy segura, ella jamás dejó de ser nuestra amiga —Los chicos parecieron estar recordando todo en un solo segundo. La peliazul suspiró con aire de total confianza—. Así que para que regrese necesitamos algo más que un buen atuendo y un cerebrito en el equipo—Carlos rió ante la mención—. ¿Somos malos?
Alzó la ceja. Era momento de comenzar a sacar ese lado villano. Que dejaran el camino de la maldad no significaba que dejaran de ser los hijos de los más temibles villanos jamás vistos.
—De corazón —completaron Jay y Carlos. Enseguida esbozaron una sonrisa unísona y se dieron un fuerte abrazo alentador.
—Amo mucho a Doug, pero no es el momento de pensar en mí. Ahora solo tenemos que pensar en rescatar a Mal —Añadió. Ellos asintieron sin cuchichear.
El más pequeño del equipo se fue alejando para tomar sus cosas. Los otros dos lo imitaron. Se colgaron sus mochilas sobre la espalda, y como si estuvieran en sincronía, vieron aquellas puertas, aquellas ventanas, aquellos edificios a lo lejos; los hermosos árboles y personas que jamás estarían en aquel mundo del que no habían vuelto en años. Y en el que volverían de nuevo. Extrañarían la Academia Auradon.
—Bien, creo que es hora —avisó Carlos mirando su reloj. Una manecilla más grande que la otra, indicaba las ocho de la noche, mientras que la más corta, develaba un quince.
—Repasemos el plan —recomendó Evie—. Como necesitamos la limusina para viajar a la Isla, debemos conseguir dos cosas muy importantes. Una la conseguiremos en el Museo de Historia Natural. Pero el otro...
—El otro déjamelo a mí, Evie. Lo conseguiré por ti.
Ella le agradeció con un leve alzamiento de cabeza. La otra cosa que necesitaban estaba nada más y nada menos que en la habitación de Doug. Esa noche tenía que salir tal y como la planeaban, sino no tendrían oportunidad de escaparse.
La semana que venía sería muy pesada para la Academia. Se venían muchos festejos. Lo llamaban «Los 7 Días de los felices». En cada día, los 7 reinos de Auradon se juntaban y se hacían cosas típicas de cada uno. El primer día lo comenzaría el reino de Cenicienta y su Príncipe Encantador. El segundo sería por Blanca Nieves y así sucesivamente, hasta terminar con el reino de Auradon, en donde Ben sería el representante, obviamente.
Por lo mismo, era en el momento o mejor olvidarse de pasar desprevenidos.
—Bien —Juntó las manos señalando que era hora—, asegúrate de ser el mejor ratero como nunca antes, Jay. Tienes que conseguir esa llave a como de lugar. ¿Entendido?
—¡Puf! Me ofendes, Evie. Es como robarle un dulce a un bebé —Alzó las cejas en forma de superioridad—. Del que deberías de preocuparte es de él —dijo lo último volteándose hacia su amigo pecoso.
Estaba babeando en su escritorio, dormido con Chico en los brazos, que forcejeaba tratándose de zafar de su dueño. Evie en bajo escupió algo que no se le alcanzó a oír, claramente maldecía la inoportunidad de su amigo. ¡¿En serio?! ¿Justo en ahora?, pensó E.
—Iré a despertarlo.
A punto de darle unos golpecitos, el roce de sus dedos apenas se encontró con el hombro de su amigo, cuando le tomó por sorpresa cuando un vaso lleno de agua cayó como cascada sobre el rostro de Carlos, quien inmediatamente se apartó muy sobresaltado de su asiento.
Evie le mandó un ademán poco amistoso a Jay, como de «¿en serio?»
—¿Qué? —bufó inocente—. Si comenzaremos a sacar nuestro lado villano ¿qué mejor que empezar a practicar?
—Qué bueno que pienses así amigo —dijo Carlos—, porque recuerda que el que ríe al último, ríe mejor.
—¡Hey! No sé si recuerden que tenemos, ¡ah, sí! menos de una hora para irnos de aquí. Y si no nos movemos, no tendremos oportunidad de salir. Así que dejen de jugar.
—Tranquilízate Mal dos —replicó Jay—. Vamos.
Ya en el pasillo, se detuvieron un instante, querían convencerse una última vez que lo que harían sería por una buena causa. Sí, no era correcto salirse a medio año escolar sin dar explicaciones. No obstante, ya entendían que irse sin explicaciones, así como Mal hacia un año, no precisamente era porque fuera algo malo u algo de lo que se fueran arrepentir, era para implicar a la menos gente posible en esto. Así era mejor y menos riesgoso.
—Jay, Carlos y yo te veremos en 40 minutos afuera de el Bosque Claro. Hemos hecho esto antes y saldrá bien, ¿okey?
—Está bien, Evie. Los veo en un rato —Se giró, haciendo amago de irse. Cuando por alguna razón, regresó hacia ellos—. ¿Dónde verán a Ben?
La hija de la Reina Malvada suspiró profundamente, formándose en ella uno de esos gestos de que venía una mala noticia. Probablemente omitió la parte en donde Ben no estaba implícito en el plan. Había asegurado a los chicos que lo convencería y juraría que dieron por hecho que lo había conseguido. La cruda verdad era que no consiguió más que una cara inexpresiva por parte del rey.
Ben no los acompañaría.
—Creo que tiene cosas más grandes en las cuales enfocarse. No está dispuesto a seguir con el tema de Mal —declaró—. Esta aventura solo nos pertenece e involucra a nosotros. ¿Podemos solos?
—Sí. Sí que podemos —aseguró Carlos—. Este trío se encargará de regresar a Mal de vuelta... A casa.
—¿Lo harás o no? Carlos, se activarán las alarmas. ¿Seguro que sabes lo que haces?
—Perdón, pero no sé si recuerdas que yo fui la persona que desactivó la barrera de la Isla de los Perdidos un segundo —enfatizó egocéntrico, sacudiéndose con la mano derecha el hombro, exagerando el hecho. Ella rodó los ojos —. Así que puedes sentirte tranquila.
Paso seguido, Carlos regresó a concentrarse en su trabajo. El plan era averiguar información que les sirviera para saber cómo llegar a Mal. El pecoso tenía en dónde buscar, pero no cómo buscar. La computadora que había en el museo era más vieja que Madre Ghotel durante toda su vida... Vaya que fue larga. Tenía demasiados códigos y algunas cosas que ni Carlos comprendía.
—Oye Carlos, ¿no te parece muy raro que no hubiera guardia de seguridad cuando entramos? Eso no es normal.
—Agradece que no tuvimos que noquearlo para acceder. Tuvimos suerte.
—Eso creo —respondió, aún desconcertada. ¿Por qué todo fue tan fácil? O el mundo estaba a su favor para encontrar a Mal o el guardia no había asistido de pura chiripada.
—Por las pulgas de Chico... —exclamó Carlos, viendo sorprendido algo en la pantalla. Evie se paró para ir a su lado.
—¿Qué encontraste?
—Me arroja un resultado, de una tal Cueva de los Mil Sueños o Cueva del Espejo. Es proveniente de un especie de mapa. Creo que es secreto.
—¿Te deja verlo?
—Ni siquiera está.
—¿Entonces cómo sabes que es un mapa?
—Solamente me aparece como referencia a un mapa confidencial de la Isla de los Perdidos. Probablemente ni Ben lo ha podido ver, porque no está entre sus documentos reales.
—Podría ser una trampa —maldijo Evie—. Aún así, concuerda con lo que vimos en mi espejo.
—Bien, porque hay más. Esta cueva me da como mínima referencia, adivina... —mencionó, emocionado— el Castillo-al-otro-lado.
—¡Ahí está! Vámonos —anunció Evie con una cara triunfante.
—Perfecto, porque ya quiero llegar —declaró un voz que pertenecía a ninguno de los VK's.
Desde la sombra, una figura oscura salió a la luz. Un chico con chaqueta azul y pantalón de cuero al estilo de la Isla, con una blusa amarillo oscuro y un gorro color azul que combinaba a la perfección con su vestimenta, apareció ante ellos.
Era Benjamín Florian. En vivo y en directo.
—Ben...
—Lo sé, no esperaban verme aquí. Pero si hay algo que no me perdería, es la oportunidad de tener mi vida de regreso —dijo a los chicos—. Así que iré con ustedes amigos.
Les sonrió. Evie no esperaba verlo, ese semblante que tenía hacia un rato, cuando lo visitó en el castillo había cambiado. El Ben que conoció, que vio tan feliz a lado de Mal hacia todavía un año había regresado. Algo en su mirada se encendió, esperanza, y por sobre ello algo más fuerte, amor.
Inevitablemente los dos corrieron al mismo tiempo a abrazarlo. No sabían si era por qué sería más fácil ir a la Isla de los Perdidos con la influencia del Rey de Auradon o por qué Ben iría con ellos a rescatar a aquella mujer que el tanto amó; que siguía queriendo a pesar de todo.
Cuando se apartaron, Ben volvió a hablar con un tono de voz emotivo.
—Son mis amigos y no los dejaría solos. Somos más unidos que nunca. Esta no será la excepción.
—¡Así se habla! ¿Pero tú ya sabes de...
—¿Qué Mal nunca nos abandonó y que en realidad ha estado en estado somnoliento? Sí, lo sé —Se miraron confundidos, algo que Ben notó enseguida. Continuó para explicar—. Me encontré a Audrey, me lo dijo todo.
—¿Y qué pasó con lo de la carta, Ben?
—Sobre eso... Sólo faltó escuchar a mi corazón y confiar en el amor de mi vida —suspiró riendo—. Mal es mi princesa y la mujer que jamás podré olvidar. Y tienes razón Evie, es mi turno de rescatarla.
Eso causó una gran ola de conmoción. Ben ya no solo había aprendido a sacarse ese dolor cegador del pecho, sino también a continuar viviendo ese sentimiento tan profundo y utilizarlo para recuperar todo lo que perdió.
—Carlos ¿estás llorando? —preguntó Evie al notar las lágrimas que se estaba removiendo de los ojos.
—No, solo es... es una basurita que se metió en mi ojo —respondió.
—¿En los dos? —intervino Ben.
—Sí, ya está bien. Pero cambiemos de tema —clamó—. Ben... ¿de dónde sacaste esa ropa? —Lo señaló de arriba abajo, lo que causó que el castaño también lo hiciera.
—Es un traje cortesía de Evie. Tal vez se lo estaba confeccionado a Jay, pero queda perfecto para la Isla de los Perdidos.
Era cierto, hasta ese momento apenas lo había notado, con tanta emoción Evie lo había dejado pasar. Tenía que admitir que Ben parecía todo un rebelde con ese traje. Después volvió hacia su bolso. Buscó entre todo unas cosas en especial. Al encontrarlos, los guardó en su puños. Caminó hacia Ben, para por consiguiente pedirle las manos para ponérselos, quería estar segura que su amigo no se los sacara.
—Ahora si pareces el digno hijo de un villano. Con esto podremos regresar a Auradon. Pero esta vez sin las manos vacías. Ben volveremos a estar los cinco juntos. Con Lonnie, Chad, Jane... Ella estará contigo de nuevo.
—De eso puedo estar seguro.
Media hora después, Ben, Evie y Carlos llegaron al lugar de la reunión. Por suerte Jay estaba ahí. En cuanto vio a Ben se le abrieron los ojos de la sorpresa. Ya entendía por qué habían tardado tanto. Se quitó del la puerta de conductor, donde segundos atrás estaba recargado.
—No hay tiempo para saludos Jay, tenemos que irnos —Se adelantó Ben dejando al hijo de Jafar con la palabra en la boca.
Los chicos corrieron saliendo detrás de él. Se adentraron a la limusina rápidamente. Primero pasó Evie, luego Carlos, al final Jay. Por el otro lado, Ben se subió en el asiento de conductor. No era precisamente que trajera al chofer real a media noche para llevarlos al lugar donde vivían los villanos que atormentaron por años en periodos lejanos.
Ben abrió la ventana que los aislaba de los Descendientes. Giró levemente para hablarles.
—Ben, ¿desde cuándo sabes manejar una limusina? —preguntó Carlos.
—No se manejarla —confesó, restándole importancia.
—¿¡QUÉ!? —gritaron todos al unísono.
—Era una broma. No creerán que lo único que hice fue aprender a hacer reverencias y cargar una corona todo el día, ¿no es cierto?
Ellos mostraron la expresión que revelaba que justamente eso pensaban. Ben se volteó hacia su lado derecho, posando sus ojos en el chico que estaba en el asiento de copiloto. Apenas y se había empezado a notar la presencia de aquel muchacho con lentes y ojos azul claro que en el siguiente segundo miraban fijamente a Evie, que en cuanto se percató que estaba ahí, evitó que esos ojos la atraparan. No estaba lista para hablarle.
—Perdón si me tomé la molestia de invitar a Doug. Será de mucha ayuda. Créanme.
Posteriormente le dirigió una mueca a Evie, como si le dijera: «Lo siento». Ella asintió.
—Por cierto, trajé a otro pequeño amigo —informó Ben.
—Si es Chad te juro que ahora mismo...
—¡No! Mientras menos personas vayan, será mejor. Es Chico. Carlos, pensé que lo extrañarías.
En ese momento Chico brincó la poca distancia que lo alejaba de su dueño pecoso y empezó a jugar con él. Luego Ben metió la llave por el espacio vacío donde se suponía se colocaba la llave. Lo encendió, pero antes de hacerlo andar, les dirigió una ultimas palabras a sus amigos.
—Chicos, no me importa a dónde tengamos que ir. Hace un año mi otra mitad desapareció sin dejar rastro, haré lo posible para que esté con todos nosotros. Ella es mi princesa y quiero decirle lo mucho que la amo. Así que... ¿están listos?
—Por supuesto —se aventuró a decir Jay por todos.
Después se echó a andar la limusina, rumbo a la Isla de los Perdidos.
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