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Capítulo 5. El rey aún embelesado por su dama


Caminaba a toda prisa. Sus pies se corrían por el pasillo como si no hubiera fuerza humana que lo detuviera. De pronto no había entendido hasta ese momento que jamás se había sentido tan impotente al no saber la razón por la que su amada novia se fue.

En su mente se vieron inscritas tantas preguntas: ¿Por qué se fue? ¿Cómo cambio tan rápido su vida? ¿En serio me amó? ¿Qué tan cruel se puede ser para abandonarme sin mirar atrás? Él trataba de responderlas, de comprender un poco, al mismo tiempo que pasaba desapercibido los gritos de sus amigos a sus espaldas. Quería detenerse; girarse a escucharlos, pero su cuerpo parecía estar en contra de sus órdenes. Subió las escaleras a toda prisa, mientras que de vez en cuando le prestaba atención al «¡Detente, Ben! Empeorarás las cosas». No pudo evitar sacar una risa falsa ante eso, las cosas no estaban bien desde aquel día. ¿Qué tanto más podría empeorar?

—¡Ben! —gritó Evie poniéndose por delante suyo a toda prisa. Se frenó de golpe—. No remuevas el pasado. ¿No entiendes que ella no volverá aunque sepas qué pasó?

—¡¿Qué no entiendes, Evie?! Todo este tiempo sin ella se ha vuelto una eternidad —Su corazón se endureció del dolor, sintió que algo punzante le arremetía—. Tú no lo sabes, pero no tienes idea lo que te causa que en un segundo te enteres que la mujer que tienes atravesada en el corazón se vaya. Y lo peor es que hasta el último momento parecía que de verdad me amaba.

Evie lo miraba con conmoción, sin tener las palabras correctas, o más bien sin tener unas palabras para combatir su argumento. Jay y Carlos que se habían quedado callados, se acercaron.

—Ben, te entendemos. Pero esto puede esperar para cuando amanezca —sugirió Jay.

Los ojos cristalizados de Ben se rodaron un momento. Quizá Jay tenia razón, pero tenía miedo que ya que tenía una pista, se le esfumara.

—Esperen un momento, chicos, ¿por qué Audrey sabría algo? -indagó Carlos—. Ella menos que nadie ayudaría a Mal a escapar. No tiene sentido.

Carlos dio en el clavo. Audrey y Mal no eran enemigas, pero jamás se hablaban. Solo en las reuniones, fiestas, o actividades de la Academia. Además, ¿por qué confiaría en ella antes que en Evie que se suponía que era su mejor amiga?

—Si —asintió—. Pero eso lo averiguaremos ahora mismo.

Evie le suplicó con la mirada que desistiera, pero la ignoró. Todos lo siguieron hasta arribar a la puerta de Audrey. Ben no lo pensó más. Pero al casi golpear, sus puños quedaron a escasa distancia de la puerta. El Hada Madrina irrumpió en el pasillo con un semblante furioso y con ellos su típica sonrisa de anuncio dental no parecía poder regresar a su rostro.

—Chicos, no pueden estar aquí —dijo severamente—. Ben, tú siendo el rey tienes que dar el ejemplo. Tú más que nadie sabes las reglas de la Academia.

—Lo siento, Hada Madrina, pero ahora no puedo... No puedo detenerme. Tengo que...

—Tienen que regresar todos ustedes a su habitación —dijo el Hada Madrina posando sus ojos uno en uno.

Los chicos asintieron rápidamente, pero Ben no estaba convencido. Sabía que si había esperado ya demasiados meses, ¿por qué no esperar unas horas más? Quizá el mundo no quería que él supiera sobre Mal. Es que si por lo menos supiera de una sola razón, tal vez todo sería diferente y sólo quizás... No viviría sin vivir.

Ella podría parecer tan lejana y a la vez tan cercana. Como si a pesar del dolor, jamás se hubiera marchado. Mal aún seguía en su corazón. A pesar de vaciar su vida, a pesar de abandonarlo cuando... cuando... Bueno, ya no importaba. Mal después de todo nunca fue el amor de su vida.

Por fin, Ben se giró y con un leve movimiento de cabeza consintió hacia el Hada Madrina. Salió caminando a toda prisa, pero no corriendo. Midió sus propios pasos y se dio cuenta que eran muy fuertes. El camino a casa sería muy largo.

Evie se levantó más temprano que de costumbre. Ese día sería mejor que el anterior, eso al menos quería lograr. Como toda princesa sin título, quería verse radiante e intentar vivir otra día con la esperanza de que llegaría el momento en que todo volviera a ser como en el pasado. Que todos por fin guardaran en un cofre la imagen de Mal y que se quedara para no salir de nuevo.

Miraba su reflejo a través del espejo. Uno grande, que estaba puesto en su tocador. Por los alrededores de su cuarto estaba pintado con colores azules con negro. En su mayoría por cada extremo de su habitación tenía algún vestido que estaba confeccionado. Era algo así como la modista de la Preparatoria Auradon. Siempre sin falta alguna tenía un pedido en la semana. De hecho en PrinceRoyal había publicado sus últimos diseños, que como es costumbre, ganan la envidia de todas las chicas de Auradon.

Tomó su rubor y se lo empezó a aplicar en el rostro. Cuando terminó, sus dedos empezaron a escoger entre un pinta labios rosa y rojo. Después de darle un vistazo a su atuendo, consideró que le quedaba mejor el rojo. Por el rabillo del ojo, alcanzó a divisar a lo lejos algo rectangular y pequeño por el umbral de la puerta. Inmediatamente le entró la curiosidad y con las cejas alzadas se aproximó al sitio.

¡Otra vez no!, se dijo luego de percatarse que por décima vez era esa tarjeta. ¿Qué hacia ahí? Quizá luego de tantas veces, ya no era solo una casualidad. Ya tenía que ser algo más, ya no trató de convencerse que eran tarjetas que estaban distribuyendo por la Academia, como lo pensaba hacia unas horas.

Se agachó para tomarla. Justo cuando la tenía entre sus manos, alguien tocó su puerta. La abrió enseguida. Era Jay.

—Sí, pasa —bufó sarcásticamente Evie señalando hacia adentro, cuando éste ya había pasado.

—Qué humor, Evie, pensé que el compromiso te quitaría ese humor que te cargas —dijo Jay, mientras Evie cerraba la puerta.

No hizo caso al comentario de Jay, no podía sacarse de la cabeza esa tarjeta. Pero era un pedazo de papel, ¿por qué preocuparse por algo así? ¿Por algo tan insignificante? El hijo de Jafar se sentó en el sillón muy despreocupado y pronto se dio cuenta del semblante tan pensativo que tenía su amiga.

—Jay, ¿tú crees que sea normal que una tarjeta te persiga? —preguntó sin darse un respiro, a la vez que su pecho intentaba descifrar el por qué de sus nervios. Él no pareció entender, así que prosiguió-. Mira esto.

—¿Una tarjeta con el número 16?

—¡Sí! Pero me la llevo encontrando desde ayer. Cuando la tiro, horas después me vuelve a aparecer —explicó Evie.

Jay de inmediato se fijó en sus pensamientos. Recordó que él también había encontrado una tarjeta igual. Pero las tarjetas de Auradon normalmente eran más llamativas y con el símbolo de una bestia en la parte superior, y esa no era así. Ni estaba cerca siquiera.

—No creo que tenga nada raro. No es tampoco que sea algún mensaje que nos estén dando del más allá —exageró Jay, haciendo raros ademanes con sus manos—. ¿No me digas que crees...?

—No sé qué pensar, Jay, pero son las mismas.

Sí que eran idénticas. Cuando Mal les daba un mensaje muy secreto a los chicos siempre era con una tarjeta y llevaba en el centro el número de la habitación donde se iban a reunir. Era como un código entre los Descendientes. De hecho, una vez que Mal quería hacerle una fiesta sorpresa por su cumpleaños a Ben, juntó a los chicos con estas tarjetas. Nunca fallaban. Pero algo más que tenía como símbolo era la figura de Maléfica en el encabezado.

—No es posible, Evie. ¡Vamos! No pensarás que en serio vengan de Mal —Evie estaba dubitativa—. Ella se fue, por Dios, Evie. Si se quisiera comunicar ¿no crees que ya lo hubiera hecho desde hace mucho tiempo?

—Sí —comentó más calmada, pero aún amenazada por esos pensamientos—. Creo que tienes razón.

Un rato después alguien tocó la puerta. Así que Evie se paró a ver de quién se trataba. Por un momento extraño tuvo la sensación de que la que estaba tocando era Mal. ¿Qué le estaba pasando? Ya hasta paranoica me estoy volviendo, pensó.

Para su sorpresa, se dejó ver a Carlos de Vil. Enseguida dejó salir un suspiro de alivio.

—Jamás te había visto tan alegre de verme —mencionó Carlos mientras se adentraba. Enseguida vio a Chico corriendo hacia él y se lo acomodó en el pecho.

—Carlos, ¿sabes si Ben ya habló con Audrey?

—No, no he hablado con ella —contestó Ben adelantándose a su amigo pecoso.

La chica peliazul notó por el semblante de Ben que no había dormido. Tenía bolsas en los ojos y estaba medio encorvado, quizá por el cansancio, pensó Evie. Pero lo conocía, no por nada Ben ponía en juego sus asuntos de rey por desvelarse. Seguro que esto al igual que todo lo malo qué pasaba con Ben era nuevamente Mal.

—Chicos, lo siento pero tengo que hablar... Tengo que decirles —confesó a los Descendientes—. En estos meses no lo había considerado, pero ¿qué tal si Mal en realidad no me abandonó?

—A ver, Ben, cálmate —Lo animó Evie. Ben se sentó a un lado de Jay, quien se enderezó para escucharlo mejor.

—Sé que es absurdo que lo diga después de que no se despidió. ¡Ni siquiera de ti, Evie! —dijo volteando hacia ella, quien sombrío la mirada.

Una vez más se transportaron al pasado.

Ese beso aún lo tenía en al mente. Fue tan intenso y distinto..., pero ¿por qué distinto? Fue un beso como cualquiera que se hayan dado antes; no tenía nada de innovador. Bueno, cualquier beso de su Princesa Traviesa —como con tanto cariño apodaba a Mal—, era realmente estupendo. Pero esa última sensación no se despegaría de él, quería ir a verla.

Necesitaba verla.

Dejó a un lado todos sus papeles, pero no sin antes acomodarlos en una carpeta. Desde hacia horas que había visto a Mal, había estado revisando asuntos de rey. Quería terminarlos antes de... Antes de hacer lo que tenía planeado con Mal para la noche. Era una sorpresa, así que aún no le había dicho.

—Seguro le encantará —se dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Luego vio que Evie junto a Lonnie y Jane venían muy alteradas casi corriendo, como si vinieran de un maratón.

—Chicas, chicas, ¿qué pasa? Parece que Chico las está persiguiendo —bromeó Ben mientras las susodichas tomaban un poco de aliento antes de responderle.

—Ben, no estamos para bromas —mencionó Lonnie—. Esto no es bueno.

Ben borró su sonrisa galante e intentado buscar respuesta en alguna, se centró en Evie. Aventó por detrás de él una objeto que tiempo atrás tenía en las manos. Y la peliazul con un ademán poco alegre contuvo el nudo que le apretaba la garganta.

Sabía que no iba a poder explicarle... ¿Cómo hacerlo? Igual se enteraría pronto, así que decidió mostrárselo.

—Y-yo —Con total tristeza dejó caer una lágrima, que Ben al notar le desconcertó. La voz se apagaba a medida que entendía lo que estaba a punto de develar—. Ben... -Viró su palma y con total delicadeza, Evie le colocó el anillo de Bestia que Mal usaba cada día.

Se lo había quitado. No comprendía. Estaba al tanto de que algo no muy bueno había pasado, pero estaba seguro que por la sensación de escalofríos y conmoción que le pasó por el pecho, quizá esa escena marcaría su vida, y no de una forma necesariamente gratificante.

—Chicas, ¿ya encontraron a...? -En cuanto vio que estaban con Ben, Jay prefirió no terminar la pregunta. Pero Ben sabía qué había pasado. Tal vez ese momento le estaba comenzado a apuñalar el corazón.

—¿Dónde está Mal? Chicos, díganme que esto es una broma. Carlos, Jay... ustedes siempre se la pasan haciendo bromas, esta no es, no es... la excepción, ¿verdad? —Su sonrisa era falsa, pero ansiaba que estuvieran mintiéndole solamente.

Los chicos y chicas se miraron entre sí. Entrecerraron los ojos, una broma hubiera sido mejor que la verdad. La verdad lo mataría. Escondieron la vista del rey de Auradon. Él no siguió con el interrogatorio, lo único más bueno que podría hacer era salir a buscarla.

En la desesperación, el anillo se le cayó al pasto.

—Creo que será mejor ir a buscarlo. No encontrará nada —enfatizó la Princesa Azul por arriba de su hombro.

Se agachó con el fin de tomar el objeto dorado y reluciente con el símbolo de una bestia. Torció la mandíbula y entre susurros dijo:«¿Qué hiciste, Mal?». Se miró en el reflejo del anillo y posteriormente se fue detrás de Ben.

Un año había pasado, ¡un año! Y la presencia de Mal en su mente no se había ido, y no se iría jamás hasta que supieran qué pasó con exactitud ese día. Todos quisieran regresar al pasado y sino por lo menos teclear en el teléfono: borrar el pasado y seguir con sus vidas.

—Ahora regreso —avisó Ben decidido, atravesando la puerta.

—Irá con Audrey, ¿no es cierto? —comentó Jay.

—Vendería a Chico si no es así —reiteró Carlos. Chico ladró—. No es verdad, Chico, tranquilo —corrigió mientras lo acariciaba.

—¿Qué secretos le escondes a Mal? —reclamó enojado.

Audrey que estaba platicando con sus amigas porristas, se sorprendió al percatarse del tono de voz del muchacho. Con un gesto les pidió un momento a las chicas.

—¿De qué estás hablando?

—¡Por favor! Ya no mientas. Sé que sabes por qué Mal se fue. Yo te vi. ¡Dime la verdad, Audrey!

—¿Quieres qué te diga la verdad? —indagó Audrey cruzándose de brazos. Ben asintió con la ceja alzada de la furia—. La verdad es que sigues atrapado en esa chica malagradecida que te despreció. ¡Entiende de una vez por todas que nunca te quiso! Siempre fue mala. ¡Mala como su madre! Y esa es lo que debes entender. Ella solo se burló de ti. Fuiste el único que no quiso verlo.

—¡No me salgas con eso, Audrey! Tú sabes sobre ella. Y me lo dirás ahora mismo —sentenció.

La chica rodó los ojos y con una risa malévola y estúpida se dio la media vuelta. Con los ojos llenos de enojo, regresó hacia Ben.

—¿Sabes qué? Yo a comparación de Mal sí te quise de verdad. Éramos la pareja perfecta antes de... ¡Antes de ella! —se quejó—. Y si te soy sincera, fue una completa tonta al irse.

¿Audrey tenía razón? Era la única que le había hablado tan honestamente sobre lo que pensaba por la ida de Mal. Se sentía mal, pero hablar con la hija de la Bella Durmiente de alguna forma le abrió la mente.

Ben vio a Carlos, Evie y Jay acercarse a ellos.

Hijos de villanos —musitó Audrey entre dientes y se fue.

—¿Te dijo algo sobre...?

—No -Ben ladeó la cabeza—. En un rato los veo.

Se alejó, dejando a los chicos viendo hacia el rumbo por el que Audrey se iba.

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