Capítulo 45 | Final | Los soñadores nacidos en rincones distintos
Su mente voló de nuevo hasta la imagen de la chica de pelo morado.
Y Justo entonces, tuvo un momento de inspiración.
Algo iba a cambiar los destinos tanto de Auradon como de la Isla de los Perdidos. Ya era ahora. Había tomado una decisión.
—¡Señor! ¿Adónde va? —gritó Lumiere (...)
—¡A buscar a mis padres! (...) —dijo Ben—. ¡He tenido una idea genial!
Extracto sacado de La Isla de los Perdidos de Melissa de la Cruz.
Canciones del capítulo
You are in love | Taylor Swift
A Million Dreams | Del Soundtrack de The Greatest Showman
La Canción de Mal y Ben - Mi Verdadero Amor | Pablo Flores Torres feat. Hitomi Flor
Perfect | Camila Cabello & Nicholas Galitzine
Beautiful | Bazzi. Feat. Camila Cabello
Break This Down | Descendientes 3
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El barco de Uma regresó tres días después. Para entonces, la Isla de los Perdidos los recibiría como antaño no hizo y aunque seguía flotando en el Mar de la Serenidad, lo suficientemente apartados del mundo, la nube gigante y tormentosa que los acompañaba día con día se disipaba ante los ojos de las cinco personas que lo comenzaron.
Y eso era solo el principio.
Nunca era un largo tiempo, no confiable de que se hiciera realidad, pero esta vez Mal, satisfecha y guardándose su arma mágica, se sorprendió creyendo firmemente en que esos sombríos nubarrones creados por el recelo nunca volverían a posarse en ese espacio sobre el mar.
—Definitivamente se ve mejor. Siempre dije que demasiada sombra era horrible —comentó Jay, como si él mismo lo hubiera hecho.
Los VK's contemplaban el cielo despejado encima de su antiguo hogar. Desde la costa, no podían avistar lo que fueron las Catacumbas Infinitas de la Perdición, pero tenían la imagen tatuada en la cabeza. Era una pequeña zona de la Isla que explotó y rastros no dejó nada, llevándose varias casas y construcciones en el proceso.
Era como si alrededor de los cuatro estallaran sus hazañas y sus anécdotas. Lo malo y lo bueno. Allí siempre sería su primer hogar y ya no anhelaban olvidarlo.
Carlos y Evie asintieron, emocionados. Mal contuvo la risa.
—Bueno, eso quiere decir que ahora tienes que abofetear a esa mala estrella por cada día que pasaste debajo de esa nube.
Jay rió con los ojos negros destellando una simpática añoranza, recordando una ocasión, cuando aún vivía en la Isla en la que Mal le preguntó si alguna vez se imaginó lo que era Auradon y él le respondió que con sol y todos felices era horroroso y que daba las gracias a su mala estrella por cada día que no pasaba ahí.
—Me lo merecía —aceptó, riendo en modo cómplice con Mal un poco más.
—No importa. Todos nos equivocamos con lo que esperábamos encontrar —respondió Mal, para enseguida suspirar por el hombre que la enseñó a amar—. ¿Qué dice mi amado esposo?
—Esto —y la llevó con él más adelante, mero en la línea en la que empezaba el mar—. ¿Ves eso, hermosa? Es una realidad que por fin aceptamos y juntos afrontaremos.
—No es un cuento de hadas, pero estaremos bien.
—Uma estuvo de acuerdo, así que... empiezo a creer que lo es. Quiero decir, cuando se lo dijimos creí absolutamente que nos retaría —bromeó el castaño.
Mal le pegó juguetona en el pecho, pero Ben fue muy veloz. Mantuvo la mano de la reina ahí. Su forma de escrutarla de repente era más fascinante de lo normal.
—No era a mí a la única que odiaba —Mal musitó distraídamente solo para contener el impulso que arrojaba apasionadamente su corazón.
—Mal.
Había tanto deseo en la forma en que decía su nombre.
—Ben.
—Sé que todavía hay prófugos, varios de los cuales tendrán que seguir pagando. Situaciones difíciles que tienen que tratarse poco a poco con los isleños que nos aceptaron; muchas personas aún temerosas por conocer lo que hay más allá de esa sombra... —decía, acariciando los dedos de su reina.
—Dime —Mal dejó salir la palabra con pasión, deseando ansiosamente tenerlo sin una mínima posibilidad de espacio entre ellos.
—Pero creo que es este el momento, antes de ver tantos rostros y decirles cuál es el nuevo panorama...
—¿Tienes algo para mí? —lo interrumpió, alzando una ceja, esperando fervientemente ver esa reacción, que a continuación su todo le concedió al reír con esa risa suave y preciosa que la hipnotizó cuando lo conoció (aunque prefiriera en aquel tiempo dejar de usar sus cazadoras de cuero por una semana a admitirlo).
—No puedo ocultarte nada —respondió alegremente.
Ben puso una mano encima de la de Mal que reposaba en su pecho. Al retirar la mano, Mal vio una joya pequeña y dorada con el relieve de una forma bien tallada en el centro: el anillo de Bestia.
—Volvió a su lugar, amor de mi vida.
—Lo encontraste —con la boca hecha un círculo de la sorpresa—. ¿Dónde?
Ben frunció la boca un segundo, pensativo, pero al final recompuso su brillo y repuso:
—Puede que haya practicando algunos trucos que le vi a Jay para robar... en los túneles, con una tal exprincesa de DunBroch poco antes de que se abriera el techo —Ben abrió más lo ojos y Mal se sintió como si estuviera siendo criticada como una obra de arte. A voz de romántico, prosiguió—, porque a quien se lo vi no tenía nada que ver con unos ojos esmeralda que aún me da escalofríos pensar en lo mucho que encuentro en ellos y un cabello que me recuerda por qué me atrae tanto la persona con la que quiero estar toda mi vida.
Mal se mordió brevemente el labio, para luego atisbar al horizonte la Isla de los Perdidos. Se le quedó mirando mucho.
—¿Qué está maquinando esa cabecita?
—Solo pensaba en lo genial que se ve desde aquí que esa oscuridad ya no ensombrezca la Isla.
Ben le puso los brazos desde detrás y pasó las manos por su estómago. Le besó la sien.
—Pensaba lo mismo.
—¡Están llegando! —exclamó Evie con entusiasmo.
Mal y Ben se dieron la vuelta. En el transcurrir de minutos, un raudal de gente variopinta arribaba a la costa. Enanos, las hadas del País de Nunca Jamás, reyes, reinas, príncipes, princesas, el Genio, hijos de héroes del pasado, como Lonnie, Chad, Artie —el hijo del Rey Arturo—, Jane, Jordan, entre otros. Cada una de las caras revelaba expectativa, pero más que nada curiosidad y como no podían esperarlo de otra forma, en algunos, el temor.
Todos los reverenciaban cortésmente, mientras los reyes inclinaban la cabeza entre sonrisas. Enseguida se oyeron sonidos bulliciosos provenientes del mar.
Haciéndose sonar, iba con destino a esa singular reunión un barco impresionante, no en tamaño, sino en diseño, ya que la ilustración de un pulpo con un parche en donde se suponía estaba uno de los ojos, asomaba en la cubierta. Al pulpo lo acompañaban otros dibujos que con travesura a Mal se le habían ocurrido agregarle cuando Uma se había ausentado, aunque realmente rayaran en lo sentimental, pues había ilustrado las aventuras más emocionantes que los hijos de los villanos vivieron en sus décadas exiliados, incluyendo las que ella misma tuvo con Uma de niñas. No era que ya fueran amigas, ni cerca, pero casi pudo ver a la pirata sonreír al ver el gesto, pues ambas entendían lo que significaba.
La hija de Maléfica blanqueó los ojos.
—¿No te advirtió que lo haría? —le comentó Ben con evidente entretenimiento.
—Muy dramática.
Pero aun así, Mal no encontró motivo para no sonreír también. Siempre había dicho que seguir reglas absurdas era un aburrimiento y era eso lo que más admiraba de los chicos de la Isla. Se podía pensar que había malicia en sus acciones, pero ahora viéndolo en retrospectiva, no era más que «o quiebras un par de cosas o eres un hazmerreír», de lo cual la mayoría intentaba inclinarse ante lo primero por supervivencia y reputación. Ahora comprendía que podía tratarse naturalmente de una rebeldía que se había apropiado de sus personalidades, y se alegraba.
Se trataba de aquello que contemplaban. Rugidos de euforia y felicidad. Uma iba al volante, con más tintes de capitana que nunca. Su cabello verdoso y suelto estaba ahora dividido en delgadas trenzas, del cual posaba un increíblemente grande e imponente sombrero. Había un pequeño resplandor en su semblante que incluso los reyes alcanzan a ver sin que ella se bajase, pero también demasiado discreta, como si una parte de ella no creyera del todo que aquello sucedía.
Uma ancló el barco a tierra firme de tal forma que su tripulación quedara a la vista de la gente reunida en la costa.
La reina Mal obtuvo la atención de los presentes.
—Les agradecemos enormemente su presencia. Hoy marcará un hecho significativo en la historia de nuestra país y deseamos que para cada uno de ustedes, nuestro pueblo, termine siendo igual de importante —Mal se detuvo. Se viró hacia su rey, que le guiñó el ojo. La mayor parte de la multitud presenció el detalle—. Han rondado múltiples rumores esta semana luego de lo acontecido posterior a la huida en masa de los habitantes de la Isla de los Perdidos, refiriéndome específicamente a la gente a la que se le condenó y que inspiró la idea de esta cárcel marítima. No obstante, no tenemos la intención de centrarnos en ellos, porque es hora de que otras personas sean los protagonistas de la conversación.
La última selección de palabras que Mal eligió fuera recibidas con un implacable silencio. Los isleños, tanto en tierra como en barco, solo lograron esbozar una sonrisa poco jovial ante tal realidad. Continuó. Se suponía que Mal iba a decir un montón de palabrería, un discurso gigante sobre la historia de la Isla. Pero ni de chiste.
—Freddie. —pronunció el nombre. Esta, un poco aturdida, se inclinó, pero al intercambiar gestos con su antigua compañera, la complicidad creció inevitablemente en la chica y se unió al grupo de los hijos de villanos del otro lado.
Ben, Jay, Evie y Carlos no eran la excepción.
Cada chico, chica e incluso niños bajaban. Un puñado como Haizea y Uma se paraban con la cabeza en alto, pero el resto, o no sabían adónde dirigir los ojos o parecían muy falsamente interesados en el agua.
—Está conversación da inicio asegurándoles que la cúpula no será devuelta la Isla de los Perdidos ni a ningún otro lado con razón de castigo —declaró Ben, mirando a los ojos y proyectándose con tal seguridad que no hubo duda de que todo oído lo oyó.
Claro que no pasó por alto quienes palidecieron y hasta buscaban sin éxito decir algo, pero a los reyes no se les bajó la moral. No para todos sería una transición que asimilar rápidamente. Tendrían que ser pacientes.
—Después de que Maléfica, mi madre —recalcó—, muriera, el rey Ben y yo venimos aquí. Resulta que es más sencillo estar en duelo por una madre con esa naturaleza tan oscura en un lugar en el que con seguridad comprenden. No creo que alguna vez me haya dado el tiempo de conocer a isleños como hasta ahora. Los dos —tocando la palma de Ben. Mal sonrió hermosamente—. Se los presentaremos.
Primero pasó un muchacho delgado y con sonrisa tímida que hacía parte de los genios del Palacio del Dragón; así lo presentó Carlos. Su nombre era Yin. Luego los Gastones, con su actitud tan engreída pero torpe hicieron reír a más de uno. Enseguida Jay presentó a todos los Antihéroes, quienes se mostraron con un semblante más orgulloso —y con razón—. Los aurodianos se congregaban sin darse cuenta, más hacia los descendientes al relatarles cómo y por qué se formó desde años atrás, siendo quizá los primeros en seguir su ejemplo después de Freddie, a quien obviamente sí conocían. Y en lo relativo, se sorprendieron bastante al ver cómo los isleños recién llegados reaccionaron entre risas estridentes cuando la nombraron. Podría deberse a dos cosas: uno, ya veían a Freddie como parte natural de Auradon o bien, les desconcertó la familiaridad con la que seguían recibiendo a Freddie, pese a que ella había tomado el lugar que bien cualquiera de ellos pudo tomar.
Tal vez una mezcla de ambas.
Por su parte, Haizea, muy a regañadientes se notaba por haber llegado en el barco de Uma (y viceversa con el sentimiento), también tuvo su breve protagonismo.
—Haizea Hades nos ayudó mientras estuvimos en la Isla. Mi primera vez estando en la Isla —especificó Ben—. Y sin ella, mi esposa no hubiera podido regresar a la aldea. Se lo debo.
—¡Hey! —exclamó Jay—. Tu esposa y tus encantadores amigos.
Todos rieron ante el comentario.
En cuanto a Haizea, esta emitió una bocanada de forzado desinterés, pero el rey pudo darse cuenta que estaba encantada. Nadie lo mencionó, pero Haizea devolvió el talismán al Inframundo, donde debería estar más seguro que en Auradon.
Presentaron a más chicos. Cada quien informó quiénes eran sus padres como un desafío. Los reyes y los VK's sintieron un revoloteo cálido en su ser al entrever que para este punto a pocos les importaba.
Uma se presentó solita, mas ya no había tanto que hacer entonces. Por una semana completa la Capitana Uma fue imprescindible para diversos viajes entre Auradon a la Isla de los Perdidos. Los reyes estaban seguros que lo seguiría siendo por mucho tiempo.
En medio de aquella acogida, los líderes le hicieron un gesto secreto a Haizea, quien fue capaz de captarlo a la primera y se dirigió nuevamente a bordo del barco.
—Pueblo de Auradon, de ellos se trata la proclama por la que estamos aquí, pero también de ustedes. Juzgar sin más razones que la pura genética no es lo mejor que podamos hacer. Han visto ejemplos verdaderamente bondadosos, dignos de contarse de este lado —Ben llevó a cabo una suave pero notoria seña hacia la Isla—, pero lo hay opuestos de nuestro lado. Una fue Marlene de Dunbroch, ahora encerrada en una prisión correcta. La otra es Audrey, la hija de Sleeptown.
Cada cabeza se volvió hacia el barco, del cual bajó Audrey. Sus ojos no miraban al suelo mientras caminaba, pero tampoco metía a los demás completamente en su campo de visión. Solamente lo hizo ante Mal y Ben para hacer una reverencia.
La gente comenzó a murmurar. Algunos murmullos eran demasiado claros de lo agresivos. El ambiente a camaradería se congeló. En la Isla, en general se sabían de memoria lo que Audrey hizo después de la exposición a manos de Uma dentro de la aldea. En Auradon, no. Dicha aversión era normal, sin embargo. En cualquier lugar lo era. Por ejemplo, Uma que conocía la historia completa con Audrey en las Catacumbas tenía sus reservas.
Mal agarró la muñeca de Audrey. Habló, como dirigiéndose a ella, pero también a los demás.
—En ocasiones algunas personas llegan más lejos con el mal, pero lo importante es que quieran retroceder y enmendar. Tú tuviste la decisión y ganó tu deseo de hacer el bien. Al tirar esa espada, los tres juntos pudimos salvar la Isla.
Audrey la miró de lleno.
Audrey no se portó valientemente, estaba confundida por un mundo idealista que ella no terminaba de dejar en el pasado. Tal vez por eso ella misma no conectaba completamente con su arrepentimiento. Pero por lo menos estaba haciendo la lucha. Era más de lo que se podía decir de chicos como Ginny o Anthony, con su visión equivocada de su exmundo. (Los cuales seguían sin dar señal, pero la pareja estaba confiada en que tarde o temprano aparecerían).
Si antes Ben se refirió a la chica como la hija de Sleeptown, era porque como parte de su penalización, se le hubo despojado de su título de princesa provisionalmente. O para siempre. Que no fuera el segundo estaba sujeto al comportamiento de Audrey. Esto implicaba que no contaba con los derechos de un miembro de la nobleza o no era digna de un trato real, ni la primera en sucesión al trono de Sleeptown. En resumen, era una aurodiana común.
No obstante, Ben y Mal le concedieron el perdón oficial de la Corona. Se tomaron unos días para platicarlo y posteriormente volvieron a sacar a la susodicha de su celda y la dejaron en libertad explicándole el asunto de la privación de su título y una sanción que le equivalía a su castigo; uno del que ellos no podían estar más orgullosos.
—No te costará tanto intentarlo otra vez —intervino Ben amablemente—. ¿Sabes por qué? —El rey sonrió, cabeceando hacia los isleños—. Lo hacen juntos.
Audrey sonrió.
Los reyes se centraron en su pueblo. El brillo en su cara era soberbio. El sol estaba bajando y de pronto el panorama se veía demasiado bonito para ser real. Jay, Carlos y Evie cambiaron su expresión. Casi parecía que se preparaban para vivir un hecho precioso en la historia.
—La Reina Mal y yo declaramos a partir de hoy a la Isla de los Perdidos parte oficial de los Estados Unidos de Auradon. Ya no más el lado opuesto de Auradon, nuestros vecinos.
Vecinos.
Esas siete letras recorrieron la costa con la fuerza de un estallido. Los aurodianos dieron por hecho que proclamarían la partida inmediata de los isleños de la manchita en las aguas del Mar de la Serenidad. El motivo es que no era una opción que acabara como una simple mancha. No tenía que acabar como un mal recuerdo. Lo haría como algo mejor.
—Las escuelas dedicadas al estudio del mal serán demolidas, el cuidado miserable hasta ahora impuesto, levantado y la gente ignorada, escuchada. Por ello, —el matiz a emoción, Mal no podía disimularlo y Ben se alegró de que no lo hiciera—, el rey y yo hemos decidido que cada fin de semana iremos a tomar el asunto personalmente, esperando que paso a paso, ambos mundos se junten en uno solo.
No hubo ninguna manifestación de nada.
Eso cambió rápidamente. En segundos se convirtió en toda una escena. La gente de la Isla se mezclaba con la de Auradon. (¡Estaban dispuestos a intentarlo!). Mal y Ben se observaron largamente y rieron en un susurro solo dirigido al otro.
Mal cerró la mano en la cadera de Ben y él la sostuvo por la nuca y se fundieron en un explosivo beso. Los soñadores nacidos en rincones distintos, que cambiaron un reino, el cual revoloteaba su alrededor sonoro. Más sonoro que nunca.
Más real.
El mundo se conocía y ellos se amaban.
—Te dije que ella es la indicada —le echó en cara Bella a Bestia.
—Tenías razón, querida —aceptó Bestia con humildad.
A Bestia y a Bella nada más los había visto una vez antes y apenas lo suficiente después de la batalla, puesto que habían estado por todas partes, por todo Auradon. La Isla de los Perdidos, en especial, reparando en los daños.
Mal y Ben permanecían así, cerca. Ella le hizo una leve señal a él, pero obstinado, Ben se esforzaba por vivir en sus ojos el mayor tiempo posible.
Ese era su lugar seguro y el que más le gustaba.
Pero Ben era Ben. Se volteó despacio, para confrontarlos.
—Papá, mamá —expuso Ben; no de la forma simple y orgullosa en que lo había dicho durante toda su vida, sino para recordarse que esas eran las personas cariñosas y buenas que lo criaron.
—Esto es... —Bestia intentaba hallar una palabra, aunque probablemente eran tantas que le daba pesar escoger la que menos representara lo que acababa de presenciar. Un Auradon que no volvería a ser el mismo, que su hijo causó al anunciar lo que le pasaba por la mente y no callarse. Solo le faltaba una mitad para alcanzarlo.
Ben no parpadeó mientras esperaba.
Bestia reparó en su hijo, aguantando y cómo su esposa lo ayudaba a respirar entretanto.
Ella era esa mitad.
—Es una elección valiente. La que solo un rey verdadero haría... o un príncipe.
—En verdad fue una gran idea, Ben —celebró Bella y el castaño notó el preciso segundo en que su madre le dirigió una cariñosa mirada a Mal.
—Fue cruel, ¿lo saben? —era consciente de que lo sabían, pero necesitaba sacarlo—. El amor de mi vida está aquí por eso y eso me quiebra cuando lo pienso... Los resucitaron ¿por qué exactamente? ¿No creen que fue repugnante revivirlos para que sufrieran? ¡Ya no protegían Auradon, sino su orgullo! Los dejaron casi muriéndose de hambre o conformándose con restos podridos. A chicos inocentes. Niños inocentes. Como si solo la maldad se tuviera que codear con la maldad, pero resulta que también había bondad y mucha. Y más de una década tuvo que pasar... —Ben envolvió a Mal. Ya no los miró. Él temblaba de la frustración, mientras el silencio rebotaba como espiral entre los cuatro.
—Está bien, cariño —lo tranquilizó Bella.
De ser otro tiempo, Mal se sentiría fuera de lugar, pero no lo hacía para nada. Estaba justamente donde debía estar, ayudando a Ben a gritarlo antes de que se hiciera inmenso para contenerlo.
Bella y Bestia estaban destrozados. Lo dicho por su heredero fue tan duro. Les dolía, pero irónicamente lo orgullosos que estaban de su hijo, EL REY, el esposo enamorado, el grandiosamente humano, ganaba a cualquier devastación.
Mal cogió a Ben de la mano y terminó con el espacio entre él y sus padres.
—Soy el Rey Ben y mi reina, Mal, viene de la Isla de los Perdidos.
—Y creemos que ambos son maravillosos —dijo Bestia.
Y los cuatro se abrazaron. Un abrazo honesto.
—Gracias —les musitaron sus padres a Mal y a él.
Ben compuso una sonrisa. En consecuencia, Mal también. Habían cometido un gran error, pero nadie es perfecto. Ni siquiera los protagonistas de los cuentos de hadas.
Más tarde, llegaron los VK's.
—¡Hey! —exclamó Evie.
—Si tienen una aventura más para nosotros... —la siguió Jay.
—No olviden que sus amigos VK's siempre estarán aquí —terminó Carlos.
—Los adoro, chicos —les dijo la última de los VK's.
Los tres extendieron el brazo. Ni Mal ni Ben dudaron y unieron sus corazones a los de ellos.
En el puente, ellos estaban en cualquier lado.
El alboroto de dos aparentes tipos de gente que era inconcebible estuvieran juntas, estaban juntas.
La reina recorría con el rey el puente, admirando el futuro.
Quienes realmente pertenecían a la tripulación de Uma se batían por turno a duelo con Lonnie. Lo que podría parecer raro es que todos lo hacían con entusiasmo, tomándola como lo que era: una rival a la altura.
—¡Esta chica es increíble! —declaró uno de los piratas—. ¿Estás segura que no remplazarías a Uma?
Lonnie sencillamente rió.
Uma también se atrevió a reírse, pero ella creyó que no se oyó nada porque ahogó su propia risa. Para su mala suerte, sus piratas lo notaron y le empezaron a echar bulla.
—¡Vamos, capitana! Nadie la reemplazaría aunque crearan otras cincuenta Isla de los Perdidos. ¿No es verdad, Honorable Segunda Oportunidad?
Los aludidos aullaron alegre y sonoramente en respuesta, pues los aludidos se trataban de nada menos que el nombre que recibió oficialmente el barco de la hija de Úrsula, por ende, su gente a bordo; bautizado de ese modo por los reyes.
—¡Eh! ¡El rey y la reina! —exclamó el mismo pirata de antes.
—¿Qué dicen, se unen a la cruel derrota a manos de Lonnie La Cazadora de Espadas? —exageró una pirata llamada Lie.
—La Cazadora de Espadas nos ha dado bastantes palizas por una vida —respondió Ben.
—¿Será que su Majestad no quiere por eso o porque ocupa su mano para sostener la de su Majestad Morada? —le echó burla de la buena el mismo que antes lo hizo con la chica de pelo verdoso. Probablemente era el más hablador. El rey se sonrojó un poquito (a decir verdad, también Mal), aunque ambos recibieron con gusto las palmadas de la gente de Uma.
Ya era algo común para ellos aquella interacción. Era refrescante.
—Y eso que aún no han visto cómo nos besamos —cantó Mal, para apreciar sus caras a continuación: atemorizadas.
—Solo salen en pandilla —comentó Ben bajito, sonriéndole cómplice. Su Mal hizo cara de sorpresa. Claro que recordó.
—Yo lo he visto —anotó la portadora de la Concha Marina—. Créanme, muchachos, tendremos que evitar el palacio real cada vez que pasemos por Auradon o en vez de regresar con recursos, lo haremos con corazones.
La Honorable Segunda Oportunidad era un acuerdo entre los reyes y Uma. Este haría todo tipo de cosas en favor de los isleños. Recoger los recursos para entregar en la Isla y favorecer la adaptación de la misma gente de la Isla llevándolos a conocer los reinos y trayéndolos nuevamente hasta que fuera pausible el instalarse en Auradon.
—Es una lástima, porque no se desharán en la Isla de nosotros —afirmó Mal con vigor.
—Es una lástima —Uma lo dijo, pero sonreía, Mal advirtió, como en la ilusión que presenció: verdaderamente.
Dejaron a los piratas.
—...ni loco lo visitaré yo. Está hecho fuego..., literalmente. Además, la siguiente semana el nuevo Palacio del Dragón abre sus puertas y quiero averiguar qué es esa materia de Historia de la Grecia Antigua. ¡Ah! Allí está mi amigo Ben. Él te lo dirá.
Hadie y Haizea discutían sobre quién visitaría a su padre y Mal y Ben llegaban justamente para querer salir huyendo.
Hades era prisionero... pero del empleo que más odiaba: encargarse del Inframundo. No había recuperado su divinidad como rey, pero había trabajo que podía hacer sin alterar el orden natural de las cosas. (Y pensándolo, uno de los reinos del mundo no puede quedarse tanto tiempo sin su dios). Y es que ni siquiera como dios podía desafiar la leyes de los dioses por ser altamente delicadas. Yen Sid tenía la hipótesis de que si el dios encontraba las Llamas del Fuego Averno, su talismán, este sufriría un conflicto por haber sido usado tanto tiempo por Haizea, un caso similar al de Jafar con Jay. Haizea tendría que dárselo voluntariamente para que el poder fuese suyo.
Enviados por los reyes el mismo día de la ruptura de la barrera, los Antihéroes lograron ubicar a varios grupos de personas que huyeron por el puente, a los que sometieron y llevaron con uno de los dos únicos poderes que Haizea pudo controlar del talismán, a reinos con la seguridad para mantenerlos en lo que los reyes volvían. Por supuesto, a los pocos isleños de zonas marginadas entre el gentío los juntaron con los del barco de Uma en cuanto hubo la oportunidad.
Los villanos que no estuvieron metidos en el complot hablarían con la Corona pronto.
—¿Qué tal, Hadie? ¿Cómo vas con tu tu música? —le preguntó con sincero interés el rey.
—Uf, mucho mejor ahora que mi guitarra tiene más de dos cuerdas. Imagínate lo que me oíste tocar en tu mazmorra en el Refugio de los Perdidos, pero afinado.
Ben le dio palmadas amistosas.
—Bueno, podrías tocarle un poco de rock a Hades para suavizarlo, cuando vayan los dos a verlo.
—¡¿Los dos?! —explotó Haizea ante el comentario de Ben.
—Puede que esté enojado ahora mismo, pero está ansioso por verlos ser grandes, aunque no sea como semidioses guerreros abriendo portales siniestros o algo así —Mal lo dijo estando raramente segura de que así sería.
—¡Bien!... ¿Pero cómo sabes que no quiero ser una semidiosa guerrera?
Mal hizo puf con la boca.
—¿Por eso te la pasas haciendo refunfuñar a Uma?
Haizea le puso una mano sobre el hombro a la chica de púrpura.
—Mal, tú ocúpate de liderar al país y yo de mi odio por Uma.
Mal no pudo evitar sonreír suspicaz con todos los dientes, porque no podía creer lo que se le acababa de pasar por la cabeza.
Haizea se fue con Hadie y entonces parecieron concentrarse nuevamente en el alborozo.
—Creo que esto en serio puede funcionar —dijo Ben, encantado.
—Ya funciona, Florián —dijo Mal seductoramente, atrayéndolo hacia sí. Ella fue rodeándolo más y más hasta prácticamente sentir cómo su rey la sostenía y la besaba.
—¡Chad, hey! —Jay le pasó un brazo por los hombros al chico—. ¿Te unes?
—¿Qué...? Oh, no, no —exclamó al entender a que Jay le señalaba a los piratas jugando con Lonnie a las espadas.
—¿Por qué no?
Jay se apartó, molesto.
—Pues... seguramente las reglas no son las mismas en... en la Isla.
—¡Tonterías! —Ben se involucró, dándole un golpecito—. Me batí con ellos apenas ayer y este es el secreto: no hay reglas.
—No hay reglas —repitió Chad—. Suena tentador, pero ¡qué mala suerte! no tengo espada —hizo cara de lamentación en un tono que carecía de ella.
—¿Tienes ese espejo que siempre cargas? —le preguntó Mal.
Chad lo sacó. Mal se lo arrebató y al contacto con su mano se deformó entre energía esmeralda hasta tomar la forma plana y filosa de una espada.
El príncipe se quedó tieso mientras Mal se la ofrecía.
—¡Hay un nuevo oponente! —gritó Jay, empujando con todo el entusiasmo al de rulos rubios a la boca del lobo.
Entre risas, Jay, Ben y Mal chocaron los cinco.
—Jay.
Los tres voltearon.
—Audrey.
La chica castaña poseía un semblante nervioso a medida que cruzaba olas de gente.
—¿Podemos hablar?
Jay se fijó en sus mejores amigos y ellos le dieron una sonrisilla de ánimo. No se lo había cuestionado antes, pero Ben y Mal eran más cercanos a él. Su postura era relajada, tal cual no necesitaran otra cosa en la tierra más que estar pegados el uno con el otro. En donde sea, no era importante, pero estar. Y él era capaz de notarlo y demostrar que lo notaba, y ellos lo agradecían.
Por eso eran más cercanos.
—Seguiremos andando por el festejo. Tu idea es estupenda, Jay; Ben y yo no tenemos que revisarla —le aseguró su amiga de aventuras desde siempre.
—Gracias. ¿Eh, chicos?
—¿Sí? —respondieron al unísono.
—Que estén juntos desde el inicio me gustó. Lo que hacíamos con Carlos eran bobearías.
—Ahora tengo la certeza —anotó Mal contentísima.
—¿Qué... idea? —fue lo que preguntó Audrey para romper el hielo una vez que la pareja se detenía junto a un grupo de adolescentes aldeanos que se inflaban de la emoción por los polvos mágicos que te llevan volando al Valle de la Hadas.
—Cuando llegué a Auradon, me enseñaron que no todo es picar palomitas echadas a perder y colgarse de estructuras. Ser deportista me hacía feliz. Me hace. Y soy bueno en ello —explicó. Seguido, divisó a los isleños desperdigados—. Quiero que los de la Isla encuentren su lugar en este nuevo mundo. Que sepan que puede ser buenos en algo. Algo por lo cual continuar y entusiasmarse.
Jay canalizó su atención en Audrey. Ella seguía sus palabras.
—Eso... es bueno. Realmente lo es —repuso Audrey con admiración.
—Gracias.
Y punto.
—Yo...
—¡Sé de tu sanción! —hablaron al mismo tiempo. Jay se arrepintió por no dejarla terminar.
Audrey asintió con calma.
—Hay quienes opinan que fueron suaves. Muchos otros, muy duros. Honestamente, si fuera el reinado de Bestia, me habrían perdonado sin consecuencias. Creo que no sería justo.
Jay estaba de acuerdo.
—Tu maldición... todavía la...
—Yo elegí —resolvió sin darle más vueltas.
Fue el turno de Jay para admirarla.
—¿Así que vives en la Isla, eh?
—Sí y es... es increíble lo que me he negado a ver. Hago cosas por aquí y por allá en los días en que Mal y Ben no pueden estar completamente. Creo que aún me cuesta... ¡pero hey! —exclamó—, afortunadamente tengo el sarcasmo de Haizea casi todo el día del lado derecho y la jovialidad de Hadie del izquierdo.
—Unos hermanos muy curiosos.
—Sí.
—Una razón más para que Haizea y Uma estén en guerra —Jay estaba segurísimo que solamente lo pensó. Y no. Se vio obligado a proseguir—. El que tú estés en su casa... es obvio que Haizea se ofreció a recibirte por molestar a Uma.
Sin embargo, Audrey no parecía afligida, sino intrigada.
—¿Por qué se caen tan mal?
—No lo sé. Siendo honesto, nunca conocí muy bien a ninguna de las dos antes de esto. Mal es la que con mayor probabilidad podría saberlo.
Jum. ¿Mal se lo diría si se lo preguntaba? Ya estaba intrigado.
—Las lenguas reales me han dicho que la morada de los Hades es muy acogedora —quiso seguirle el juego Jay.
—Tiene su encanto.
—¿Aunque no sea todo rosa? —Jay la observó con más fuerza.
—Aunque no sea todo rosa —aceptó Audrey.
Esta se aclaró la garganta y la ansiedad volvió a la carga abruptamente.
—Lo que te hice pasar... Fui una cobarde, Jay... y egoísta. Lo lamento. No debí permitir que el miedo a ser relegada me impidiera hablar.
—También yo me equivoqué —Audrey se apagó un poco—. Pero me agrada haber conocido este nuevo lado de ti, a pesar de que no resultó bien.
—No tendrías que haber estado peleado con tus amigos. Eres un chico leal. Romper eso fue terrible. Quizá por eso me fue tan sencillo recargarme en ti —gimoteó, pero al instante levantó la cabeza y lo miró enteramente a los ojos—. Ya no quiero hacerme la víctima.
—¿Les has pedido perdón a ellos?
La capa de cuero violeta de Mal y el saco azul de Ben fue lo que apareció entre la masa oscura y la gente en torno a la corona algunos metros más allá.
—No. No creo... —rechistó y se mordió un labio.
—¿Qué cosa?
Ella se rindió.
—No creo merecerlo. Con el tiempo... tal vez.
Jay sonrió y dio pasos decididos hacia la ya no tan rosada.
Besó uno de sus pómulos.
—No se trata de belleza. Te aseguro que aun con tu aspecto, eres mucho mejor ahora. Pero admitámoslo, no nos queremos de esa forma. ¿Quisieras ser mi amiga?
—Por supuesto —exclamó animada—. ¿Y tú aceptas mi perdón?
—No hay problema.
❦
En alguna parte de la Isla de los Perdidos, Evie trepaba en una enredadera de ramas.
—No voltees —le advirtió E.
—¿Y si te caes?
—Me atrapas —contestó Evie con una sonrisa, tratando de encontrar de dónde sostenerse para terminar de ascender el muro.
—¿Y si caes del otro lado? —preguntó—. ¡No podré entrar a ayudarte!
—Solo en ese caso, tu deber como mi Doug es irrumpir en el festejo dramáticamente.
—¿En serio?
Evie rió con un timbre similar al de los pájaros.
—No.
Entonces arrojó sus tacones y saltó al otro lado. Aterrizar fue simple, recibir esa sensación no tanto. Diez años, casi sola entre esos muros. Pero no sola, esas cuatro letras ya no resaltaban ninguno de sus pensamientos.
Asintió para sí, como si se estuviera envalentonando para avanzar por una tabla floja en lugar de ir a abrirle la puerta a su prometido.
—Y te presento, ¡el Castillo-al-otro-lado!
—Wow, es sorprendente y húmedo. Y tan apartado. Wow —exageró Doug y Evie le pasó un brazo por los hombros para acercarlo a ella y propinarle un besito en la comisura del labio.
La princesa de azul rió.
—¿Estuviste pensando cómo describirlo la última media hora?
—¿Crees que funcionó? ¿Me hice el sorprendido?
—Fue una actuación más creíble que la verdadera —le concedió E, refiriéndose a esa noche en que buscaban como locos a Mal y a Ben (y... mmm, prefería omitir los detalles por códigos de confidencialidad) y con Jane y Carlos fueron a dormir ahí.
Evie se acostó brevemente en el costado de Doug, con el fresco de la noche meciéndose en su rostro.
Avistaron el castillo y esta vez (no como la anterior), la presencia de su madre parecía retumbar en cada pared. Pero eso no sugería nada malo. El terreno era muy grande, con arquitectura cuadrada en vez de torres, que disminuía el toque de fantasía. Un toque que a Evie en el fondo le hizo aceptar que era una princesa en un mundo para exiliados. Contaba con tres pisos y alas casi por donde pisaras. De niña, ese era el entretenimiento favorito de Evie: decorar las habitaciones e imaginar que en cada cuarto, entraba a un mundo distinto donde podía ser una princesa distinta. Resultaba que la realidad tenía mejores posibilidades. ¿Por qué ser tantas versiones cuando una sola, la Evie modista, era la feliz?
—Oye —le susurró Doug suavemente, sacándola de una ensoñación en la que finalmente compaginaba su pasado con su presente.
—No sabía que necesitaba afrontarlo, hasta que Ben y Mal me lo mostraron. A mamá, a mi pasado, pues no es si no parte fundamental de mí. En realidad, todos lo ocupábamos. Tener presente que venimos de aquí y eso no es vergonzoso.
—Ni un poco —le aseguró Doug.
Evie se despegó de él y él le sonrió, casi tímido, porque le vertía en su mirada todos los sentimientos que como flechas mágicas le pasaban cuando recordaba que resultó más afortunada de lo que soñó.
Le gustaba esa tranquilidad que le hacía sentir Doug. Esa paz. Alguien que quería que alcanzara su máximo potencial y le ayudaba a hacerlo.
—Todo este tiempo anhele tener un castillo...
—Y ahora podemos cumplirlo, juntos. Te has esforzado mucho.
—Es cierto —Evie se abalanzó hacia la entrada. Estiró la mano para que Doug la asiera y así, juntos, atravesaron la entrada.
Encendió las luces. Lo primero que Doug captó fue que una máquina de coser descansaba en el centro y un montón de hojas de papel con diseños cubrían como tapices las paredes. Eran docenas. El resto de la imponente construcción estaba totalmente vacía, sin mueble ni cuadros. Evie hizo danzar los dedos sobre la máquina de coser.
—Es cierto que podríamos comprar un castillo, pero ya no necesito uno.
Doug la repasaba, confundido.
—¿A qué te refieres?
—Desde que tengo memoria quise tener un castillo porque creí que toda princesa lo tenía. Por años luché por hacer crecer 4Hearts. Seguía queriendo conseguirlo y varias fueron las ocasiones en que me pregunté por qué, si ya había encontrado mi felicidad: a ti y a mi pasión. Ya no tenía la necesidad de demostrar que soy una princesa con una vida perfecta, aspecto que el castillo parecía simbolizar. Mi vida había superado la perfección no haciéndolo. Y la semana pasada encontré esa respuesta, en ese espejo.
—Tu mamá —entendió Doug.
—Mi mamá. Era nuestro sueño en común y yo deseaba cumplirlo por las dos; mi forma de sentirla cerca, me parece, porque temía volver a verla. Y a mi pasado, en el que mi sueños estaban en una jaula.
—Las jaulas no pueden detener a quien desea salir.
—¿Eso quién lo dice? —indagó con suspicacia.
—Puede que haya sido Sabio. En toda ocasión sa-bía qué decir —hizo el mal chiste y como esperaba, ella no se rió, pero sí acarició su cara con la de él.
—Lo dijiste tú. Estuviste genial, Dogui —se pausó—. Desde que estudiamos Química.
—Tuvimos química, ¿eh?
Esta vez con todo el propósito de resaltar las arrugas de su sonrisa. Evie lo besó. Entretanto, a ciegas recorrió la máquina de coser y se subió a la mesa y simplemente continuó besándolo.
—Tus zapatos. —murmuró él cuando Evie suspiraba.
Al abrir los ojos, Doug se encontraba arrodillado poniéndole uno de sus tacones.
No pudo enjaular la carcajada limpia que liberó ante tal imagen.
—Ya viene nuestra boda —Doug realizó un mueca—. Sería catastrófico que te enfermaras.
Le sonrió y volvió a besarla.
—¿Qué planeas confeccionar aquí? —preguntó Doug.
Evie se concentró, mirando en panorámica lo que con anterioridad fue el Castillo-al-otro-lado y que a partir de ya iba aislar su significado.
—Oportunidades. A cualquier soñador.
—¡No! ¿Chico? ¡Chico! —Jane entraba al bosque, discerniendo en la oscuridad una pequeña forma peluda—. Carlos nunca me volverá a hablar si lo pierdo.
Su... eh... ¿amigo? Mmm... Carlos, le dio a cuidar a su perro un rato antes en la celebración y se distrajo apenas nada con un mix musical entre las canciones melódicas de los tiempos más tradicionales de Auradon con una música muy estridente del tal Hadie, que resultaba, de hecho, interesante, cuando de pronto, Chico corría a todas garras por el puente de camino al bosque.
Ladridos. Se frenó. Más ladridos. Siguió adelante, en dirección a los sonidos, pero al mismo tiempo ya no fue necesario. Un montón de chispas de un azul bajito irradiaban en la copa de un árbol. Bolitas de luz tan intensas que no tocaban las hojas, sino que estaban suspendidas por encimita.
Chico estaba sentado adorablemente ante el tronco y Carlos acuclillado a su lado, con las mejillas plenamente ruborizadas.
—Está bonito, ¿no? —nervioso—. Mal ya casi domina ese truco de romper la ley de la gravedad con los objetos y... —se aclaró la garganta—. Ben, él... en un árbol me apoyó por primera vez a acallar un miedo. A Chico. —Recordó ese pedazo de su vida con gran cariño. Ahora habló despacio—. Se me ocurrió...
Los ojos grises azulados de Jane se conmocionaron de encanto.
Así fue como Carlos asimiló que de verdad estaba pasando, lo que provocó que su cerebro se desconcentrara y desviara a otra parte (lo cual no era muy frecuente).
—Ya sé lo que dirás, Mal ni siquiera está aquí para sostener el hechizo. Mal me estaba explicando el inconveniente, cuando Uma murmuró, malhumorada «¿Por qué no agregas un límite de tiempo, hum?» y Mal contestó: «Pensé que no eras romántica y no te considerabas nuestra amiga», desafiante y Uma le replicó: «Pasas tanto tiempo con tu Ben dándose arrumacos por aquí que algo me dice que estaré aventando flores de una canasta la siguiente semana». Luego Ben repuso: «Acepta que Carlos es el que mejor te cae de los cinco» y Uma se encogió de hombros. «Tengo una deuda con él. Pero... sí». Entonces...
—Carlos. —La lancinante mirada de Jane paralizó su balbuceo. Se veía entusiasmada—. Carlos.
Era un tintineo. Su voz. Eso le recordó como golpazo a Carlos por qué estaba ahí. Solo con ella (y Chico).
Tomó la iniciativa y comenzó a acortar su camino hacia ella.
—¿Querrías subir al árbol conmigo?
Jane asintió, incapaz de hablar de los nervios. Con una falda globo, a esta no se le complicó arribar.
—Es precioso.
—¿Te gusta? —preguntó Carlos inquieto. Era bastante obvio que no acostumbraba a tener ese clase de momentos, si es que era el tipo de momento que a Jane le causaba esa tonta maña de acomodarse el pelo detrás de la oreja continuamente, pensó ella.
—Carlos, me gusta.
Las pecas de Carlos fueron más acaparadoras para la vista de Jane después de su respuesta, puesto que estas dieron la apariencia de definir con mayor claridad quién era este muchacho de cabello bicolor: uno amable, gracioso, gentil, loco por los inventos hasta el punto que podías comentar que te fascinaría conocer qué le pasa por la cabeza a Chico y él esa misma noche se pondría a revisar las probabilidades de que un aparato pueda cubrir esa cuestión. Pero sobre todo, era tan adorable que sus comentarios nerviosos no la incomodaban, más bien la haría pasarla bien por horas.
—He sido muy lento, ¿verdad?
—No esperaba que fueras Ben —respondió ella—. Al fin y al cabo, no soy ninguna Mal.
—No. —determinó Carlos, riendo—. Eso es bueno, porque Mal es como mi hermana y tú... tú eres...
—¿Qué soy, Carlos de Vil? —Con hermoso desconcierto, él reparó en los dedos de Jane buscando conectarse con los suyos.
El decidido frote de las espadas como un rumor ocasional, la imagen por el rabillo del ojo de la multitud variopinta congregándose, separándose y volviendo al mismo sitio, dejó de estar en el segundo e incluso en el tercer plano de su contexto. En ese pedazo de día en específico, todo su contexto era ella.
Quien aprendía de sus errores. Quien perdió el rumbo un segundo, pero al percatarse, lo hizo mejor. Jane, que se valoraba más y dejó de ser una persona con los hombros caídos en un rincón y se convirtió en la estrella más brillante en el campo del hijo de Cruella de Vil.
—La chica que decididamente me gusta muchísimo.
—¿Así que ya no soy una amiga? —dijo en voz baja, pero clara y abrumadoramente emocionada.
Su instinto era negar, pero se corrigió y conectó con decisión con el tacto de ella.
Jane estaba roja ante ese nuevo gesto entre ellos y Carlos el doble. En el fondo quería no moverse ni un milímetro para no arrugar la sensación.
Pero lo haría.
—¿Quieres ser mi novia, Jane? —con todo y miedos, pero por fin.
—¡Sí! —un sí podía ser evocado de la forma más común posible, pero ella lo expresó con la vehemencia con la que los truenos determinan su presencia en la tormenta.
❦❦
El camino los saludó. En las calles, había unas personas todavía merodeando por la aldea. La chica de cabello morado y el chico de cabello castaño se los devolvieron. (A decir verdad, el saludo de estos fue más solemne. Afortunadamente, a Mal ya no le abrumaba.).
Momentáneamente se quedaron absortos: unos niños estaban sentados afuera de su casa contemplando casi hipnotizados las estrellas. Maravillados. Los reyes se sentían así.
Mal agarró las dos manos de Ben y empezó a dar pasitos hacia atrás, sin dejar de sonreírle. De repente, era él quien estaba hipnotizado.
—¿Adónde quieres ir? —le preguntó. Era una pregunta tan simple, pero su esposo tardó más de cinco segundos en procesarla, ocupado en ella, en lo increíblemente hermosa que era.
—A la Bifurcación de la Desgracia, o nos encaminamos al Camino de las Calamidades y vemos si el Rincón de la Muerte sigue abierto. Se come bien ahí, ¿no crees?
Mal soltó una carcajada que endulzó enteramente los oídos de Ben, mientras le echaba los brazos sobre los hombros.
—Ya veo que mi rey conoce muy bien la Isla —con su comentario se iluminó más su sonrisa.
Pero no le sorprendía. Ben y ella había pasado mucho tiempo en la Isla de los Perdidos en la última semana, supervisando que se estuviera reparando el daño que alcanzó a causar los arrebatos de las Catacumbas, para construir algo guiado por la valentía.
Inclusive, se dejaron de enviar sobras con los duendes.
Aún tenían grabado en la memoria la cara de su pueblo al probar por primera vez una fruta. Al ver un sillón sin agujeros o tener entre sus manos una ropa tan bonita que apenas eran capaces de creer que podían conservarla.
—Puedo ser tu guía, mi reina. He escuchado de un tal Portón de los Infiernos. ¿Tú no?
El Portón de los Infiernos era la casa de Haizea y su padre. Pero en la que por ahora seguían viviendo la muchacha y su mellizo.
—No, es una pésima idea —y alargó las palabras con intencional seducción—. Recuerda que ahí no podemos hacer tanto ruido... ni romper nada.
—No vamos a romper nada —le susurró—. Mal Igna y Benjamín Florián juntos lo único que podrían hacer es alinear el destino.
Después entraron en un especie de trance, solo mirándose los labios..., cuando oyeron una vocecita hablándoles. Se trataba de un niño de no más de ocho años.
—M-majestad, se le ha caído esto —le informó a Mal, devolviéndole lo que parecía una pluma con la parte superior irradiando un verde esmeralda imposible de no notar.
—¡Gracias! —respondió ella, para enseguida intercambiar un gesto cómplice con su rey.
El niño sonrió, nervioso y volvió corriendo al encuentro de otros niños. Se olvidó de hacer una reverencia. Ay, adoraba a los isleños por eso. Mal no despegó la vista, aun cuando había doblado la calle.
—Ya no se ven tristes —gorjeó a la espalda de su amada, quien todavía no se volteaba.
—No, ya no.
—Pero ahora tú te ves triste.
Mal ya había volteado.
—Estaba teniendo pensamientos hermosos, en realidad y bruscamente... mi madre interfirió en ellos —no lo dijo con enojo, más bien con una especie de aceptación.
—Está bien. Es reciente, amor.
—No lo suficiente. La verdad es que... estaba acostumbrada a vivir con el dolor de su inexistente maternidad. Ese dolor... casi se ha ido —Mal lucía plácidamente liberada.
A Ben le llamó la atención el casi.
—Yo sé que no fue la madre que siempre tuviste la esperanza de tener, pero es aquella persona que estuvo contigo por 16 años —Mal comenzaba a recordar únicamente lo que valía la pena con su madre. Se acurrucó en su esposo tiernamente—. Y sé también que una parte de ti ha sufrido años por ella, pero ahora aquí en mi hombro puedes acabar con ese sufrimiento para siempre.
—¿Cómo sabías desde antes que he hecho eso? —le preguntó.
—Eres la mujer de mis sueños, literalmente. Tenía que conocerte verdaderamente porque me interesaba pasar toda mi vida contigo. Me interesa —Y la miró con fuerza—. Supe conocerte desde el primer momento. En nuestra primera cita te dije que no eras una villana, tus hermosos ojos me lo dijeron, lo único que debía hacer era observarlos. También tus labios me atraían, sin embargo, sabía que si un día quería besarte, ocupaba conocerte.
De sus ojos se colaron lágrimas. Las lagrimas que la terminarían de liberarla de las cadenas de su madre. Y lo lograría porque tenía a la persona perfecta acompañándola.
Duraron minutos así. Si era con Ben, no tenía problema en que pasara media vida. Mal levantó la cabeza lentamente del hueco en el pecho de Ben al sentirse lista.
Ni siquiera se sentía sin ganas de nada. Lo opuesto: tenía el espíritu para todo.
—¿Quieres divertirte como lo hace tu querida esposa Mal Igna?
—Todo lo que grite tu corazón que hagamos me encanta, incluso cuando no signifique que vayas a besarme.
Mal le tomó la mano en la que posaba su anillo de casado. Con su nombre.
—Ya subiste una montaña —Mal pestañeó coquetamente—, sé que podrás subir unos tejados conmigo.
—Unos tejados, ¿eh? Podría hacerlo con los ojos cerrados esta noche.
—Ah, dime qué tiene de especial esta noche.
Ben reía. Oh, todas las tardes podría hacer del rey de su reina y en las noches danzar con su esposa todas las ocurrencias fuera de la regla que le arrojara su cabecita.
Era sencillo ser su rey, pues como reina, Mal tenía más acercamiento con su gente que otras reinas que hubiera conocido. Era vivaz y amable, pero con un carácter que imponía tan solo con verla. A los isleños no se les hacía difícil acomodarse a ella, o a él. Puesto que así se ganaron su respeto, demostrándoles que estaban al alcance.
—¡A los tejados! —aulló Ben a todo lo que le daba la voz y la llevó de la mano cruzando entre casas.
Mal lo seguía, tan excepcionalmente hechizada de amor.
—Aquí nunca me he subido —le dijo Mal.
—Mi reina ya lo declaró, vamos —Mal, emocionada, empezó a trepar. Ya estando arriba, fue testigo de ese gesto. Ben le arrugó la nariz y ella se quedó quieta, rogándole a su corazón que guardara esa imagen con todo detalle.
Ben arribó al borde. De cuclillas, Mal le sonrió, sintiendo que era esa la primera vez.
—¿Qué pasa, amor?
—Soy tu esposa.
—Sí, mi esposa eres tú, Mal Igna —le contestó él como si le estuviera diciendo «Sí, te amo con todo mi ser, Mal Igna».
—¡Hey! ¿¡Qué hacen allá arriba, revoltosos!? —levantaba la voz un señor, seguramente el que vivía en la casa.
La oscuridad debía ser tal para que no los reconociera. Mal retuvo la mirada de Ben en ella para que no volteara. Se deshizo de sus coronas con un movimiento de dedos.
Ben adivinó:
—¿Un situación normal en la vida isleña de mi princesa?
—Sí —su sonrisa matizaba su voz.
La cara de Ben estaba llena de vida. Era esta su canción correcta.
—¿Pues qué estamos esperando?
—Solo a que deje de suspirar por mi hombre —respondió Mal.
Pero seguía suspirando y bien sospechaba que su corazón colapsaría en terremotos el resto de la noche.
Mal y Ben se lanzaron a la aventura. Corrían, mientras de fondo el señor farfullaba amenazas a diestra y siniestra. Mal soltaba plasmas de energía que los seguían al paso cuando la distancia entre casas era demasiada. Atosigados de carcajadas saltaban de techo en techo. Ben podía jurar que si lograba distinguir bien era porque el cabello de Mal irradiaba. Súbitamente, ya no era nada más uno, al pisar otras casas, más cantidad de personas salían a quejarse.
Pero se divertían. El aire resultaba más fresco y agradable.
—¡Amor, creo que ya los perdimos! —le avisó a Mal.
Se detuvieron.
Los gritos se habían esfumado. Con las mejillas ardiendo de adrenalina, se miraron el uno al otro.
—Ben —dijo Mal apenas con aire.
—¿Puedes oír esa melodía? —le preguntó él, también casi sin aire, pero con un aspecto de tanta felicidad.
Mal intentó concentrarse, pero solamente oía un tamborileo extraño que no sabía de dónde provenía exactamente, pero que que era casi imposible que Ben reparara en él, porque vibraba en ella.
—Te enseñaré.
Mal dejó que la guiara, aturdida todavía.
Bajaron del negocio y Mal se dio cuenta que habían parado en una de las zonas que estaban siendo reformadas. Era el Camino de las Calamidades, zona de puros negocios, perfecta por no haber presencia de ajetreo a estas horas.
—¿Deberíamos cambiarle los nombres a las calles? —comentó Ben con curiosidad.
Ya que eran un matrimonio adaptándose, era muy frecuente que en los últimos días no pararan de preguntarse cosas. Mal entendía por qué le preguntaba esto específicamente, aparte de por ser la persona con la que reinaba. La historia que reconocía de la Isla había ido sugiriendo sus nombres y ella conocía su origen.
—Lo que vaya pasando lo dirá.
Ben la rodeó por detrás, su brazo hasta alcanzar su lado derecho.
En dos parpadeos, el castaño la levantó en brazos, pero continuó caminando.
—¿Adónde me llevas?
—Eres curiosa.
—Es mi noche de bodas, después de todo —respondió astutamente.
—Entonces es una noche perfecta para caer enamorado —opinó.
—Es una suerte que ya esté enamorada, así me ahorro la caída.
El castaño dejó de caminar y levantó una ceja. Se devolvieron miradas pícaras por mucho tiempo, como si estas no pudieran evitar cruzarse.
—Bueno, no es el caso de todos.
—¿Qué?
Pero tan repentinamente, que la chica morada no vio venir sus intenciones, Ben la subió en los bordes de una fuente.
La parte baja de la capa y parte de su vestido que arrastraba en el suelo, se ensució con algo que probablemente se trataba de tierra que estaba en la fuente. Se sentía tan contenta que ni le interesó. Ben la hizo inclinarse hacia él cuando quiso acercarla a sus labios.
¿Te he mencionado que estoy enamorado de ti?
¿Te he mencionado que no lo puedo evitar?
Y solo se me ocurre decir que sueño contigo cada día,
pero déjame gritarlo fuerte, si es que está bien.
Le cantaba a Mal mientras presionaban sus caras lo más cerca que les era posible.
—Está muy bien —aseguró con un roce excelente en las mejillas.
Nunca pensé que le podría suceder a alguien como yo,
pero mira lo que me hiciste,
me tienes de rodillas.
Vamos, dame una señal. No quiero estar un minuto más sin ti,
porque si tu corazón no siente lo mismo, no sé lo que sería de mí.
Mal no pudo resistirse; se unió con Ben a cantar sin dejar de acariciar sus narices.
Nuestro amor es tan ridículo. ¡Tan ridículo!
Y yo daría mi reino por solo un beso. ¡Vamos ahora!
Los reyes unieron sus labios. Mal cuidadosamente bajó sus labios a los de él, ya que era ella la que le ganaba en altura por estar arriba de la fuente. El castaño la sujetaba para que no se cayera. Los gemidos que salían de la boca de ambos eran pura pasión contenida. Si Mal tuviera que elegir su canción favorita, definitivamente sería esa. Ben la aterrizó en el piso, sin cambiar la forma en que se besaban.
—Pasaremos un buen tiempo por aquí —manifestó Ben. Mal asintió, frotándose todavía contra él.
—Tendremos que buscarnos un lugar.
—Sí.
—O quizá... el Castillo de las Gangas sea buena opción —se miraron—. Hay una tienda de sombreros y disfraces abajo, pero los dueños se fueron y... podríamos tumbar. Iniciar algo propio.
La mitad del Castillo Bestial había quedado reducido a ruinas. No tenía ni que esforzarse para recordar a detalle la reacción de Ben al revisar los daños. La tristeza lo invadió unos minutos; la nostalgia lo aturdió. Y luego, toda toda abrazó a Mal y ella supo lo que tenía que decirle. Era su oportunidad de construir algo para ellos, así como lo intentaban para los demás. Algo similar ocurría en este caso.
—¿Estás segura?
Mal lo rodeó por el cuello.
—Elegimos lo que queremos ser, ¿verdad? Elijamos lo que ese lugar significará ahora.
Ben pronunció sus manos sobre la cintura de su reina.
—¿Eso quiere decir que haremos el amor frente al mural original antes de que lo pintes de nuevo?
Ella rió.
—Exactamente. ¿Amor?
—Dime, princesa.
—¿Por qué dijiste que no es el caso de todos ahorrarnos la caída?
Ahora fue el turno de su esposo de reír, tal cual hubiese estado esperando ansioso a que le preguntara. Agarró una de las manos que su esposa tenía en sus hombros y con garbo, le dio media vuelta.
—Mira bien.
Mal se fijó en las casas, varias de las cuales estaban siendo reconstruidas. Eran de las peores en la aldea. Más allá los negocios que pasaron de largo y cada cual se fue relacionando en su cabeza y encajó. La zanja. La fuente.
En la Isla de los Perdidos no había fuentes. Nunca. Pero ahí estaba una. Era una fuente no terminada, que contaba nada más con la base. Pese a eso, bien visible y brillante, posaba una placa que rezaba: «LA PRUEBA DE QUE EXISTE MI CHICA DE CABELLO MORADO».
—Tuve un sueño —inició Ben—. Lo consideraba una pesadilla al empezar, porque había personas abandonadas. Me resbalé mientras presenciaba esa nueva óptica de la que nadie se atrevía hablar —La bajó al suelo, pero la estrechó entre sus brazos suavemente—. Entonces se transformó en sueño. Me hizo ver la luz fuera de la zanja la imagen misma de ese panorama. Como si me hubieses abierto los ojos. Ahora lo sé. Ese fue el verdadero hechizo. Cautivarme aun sin conocer tu nombre, complementar lo que en el fondo pensaba aun sin oír tu voz —Mal atendía cada palabra como si la última significara tanto como la anterior.
—No quiero un reino ideal —decretó Mal.
—Un reino con libertad y corazón y un corazón no siempre tiene que ser perfecto —aportó Ben con fervor y supo que era verdaderamente significativo esos segundos hablando con su reina. Allí, en donde érase una vez estuvo la zanja, decidían su reinado.
—No —convino Mal, acariciando su pecho, hiperventilando con las sensaciones al límite del cielo.
—Dime que me amas —le pidió Ben.
—Te amo. —y brotó con naturalidad. Si bien hizo más que feliz a Ben, a Mal no le bastaba con decirlo. No, lo rugiría—. ¡TE AMOOOOOOOOOO!
Se lo había dicho ya muchas veces. Por años. Pero mientras su rugido se deshacía en las partículas vigilantes del universo, a toda consciencia contó con la seguridad de que merecía que su amor fuese correspondido.
Enseguida se pusieron a bailar alrededor de la fuente, llevándose entre sí al apasionado ritmo de sus cuerpos. Giraban con gracia, eufóricos con su baile. Merecía cada suspiro anhelante que ella provocaba en Ben, haber sido salvada de una cueva, esas pausas que su rey adopta para observarla con orgullo y más amor que la vez anterior luego de que ella hace algo particularmente bonito por su pueblo. Cuidaría el corazón del hombre más bueno que conocía y esa realidad no la hacía sentir indigna. Venía de la Isla de los Perdidos, ¿y qué? Intentó dedicar su vida al mal, sí y, sin embargo, allí estaba, acabando de hacer una proclama que cambiaría la vida de muchas personas para mejor (estaba dispuesta a luchar por ello) con alguien que le gustaba que fuera ella. Y vaya, ella estaba loca por todas las razones por las que antes no entendía por qué siempre la eligió.
¡Por todas las chamarras de cuero, sí que lo amaba!
No era indigna. No. Eso nunca más.
Ella paró la danza. Ben lució sorprendido ante la abrupta acción.
—Vamos ahora —mirándolo poderosamente.
Ben prácticamente se derritió ahí mismo. O ardió. Con Mal podía suceder al mismo tiempo.
El aturdimiento fue derribado de golpe.
—¿Adónde? —solo necesitó preguntar a qué lugar, no a qué irían. Lo dijo como si súbitamente fuese lo más fundamental del mundo saberlo. Lo dijo como alguien que acababa de reencontrar un tesoro que tuvo que resignarse a perder de vista por un tiempo y estuviese dispuesto a dar hasta el último de sus respiros por tenerlo ya.
Mal también lo reencontraba.
—A nuestro nuevo hogar —respondió, bajando lo párpados sin demorarse para encontrar su mano—. En lo que llegamos, ¿hablamos de cómo será?
Ben acarició su mano, sintiéndose pleno y efectivamente hablaron de su nuevo hogar en lo que caminaban, guardando una sensación compartida con Mal de anhelar estar allí en el siguiente paso.
❦
Desató la capa de Mal primero: ella alzaba una ceja, expectante, traviesa.
Pero al sentir los dedos de Ben descubriendo su espalda, los nervios se reflejaron como un espectáculo en sus facciones. Su piel tenía memoria y Ben se encargaría de hacerla resurgir como si nunca se hubiera ausentado. Presionó un poco con ambas manos sobre la espalda semidesnuda de su esposa y la besó. Mal jadeó, devolviéndoselo con una entrega que explotó un sentido de Ben que ella y nadie más sería capaz de despertarle.
El vestido colgaba. Era la unión de sus cuerpos, el enredo de sus brazos y las terribles, pero fantásticas, románticas pero emotivas ganas de que eso no se quedara en un fugaz y borroso instante, lo que mantenía al límite a la pobre prenda. Eso no los hacía contenerse, hacía que las caricias que Ben insertaba en el interior del vestido, fueran gloriosas y poderosas y oh, solo esperaran con más desesperación desatar el sentimiento.
El sostén de Mal era sin tirantes; al desabrocharlo de atrás, se volvieron más palpables los acelerados brincos de su pecho, pero al bajar sus bragas...
Sin verla, la sintió desabrochando los últimos botones de su camisa y ascender sus manos por adentro. Ahora fue su turno de rogar que los dedos de Mal nunca pero nunca abandonaran su piel. Eran tan ligeros los trazos, al mismo tiempo que profundos e inquietos. Iban por donde lo alcanzaban, por donde se le daba la gana y lo hacían tan desconcertantemente bien. Mal, con la que se limitó a darse la mano por dos años y nada más, tan solo dos después tenía la sensación que llevaran años tocándose con tanta intimidad.
¿Había afirmado antes que lo explotó desde el beso? Estaba equivocado. Debía haber un verbo más ruidoso, pues a medida que la distancia con el colchón se empequeñecía, pasó por una serie de ruidos ensordecedores que lo elevaban.
Y eso que las caricias no era la mejor parte. El beso, sí. Mal podía jurar que si Ben no la besaba y ella no lo besaba por lo menos una vez al día, el mundo perecería. Igualmente moriría si no podía captar su alma tan bondadosa a través de los verdes tirando a miel. En ambos, sus labios encontraron una pausa y sus ojos el principio.
—Quiero mirarte a los ojos.
—Quiero mirarte a los ojos —correspondió Mal, dichosa.
Ella sabía lo que sucedería cuando se separara de él.
Al apartarse, el vestido de Mal se deslizó suavemente por su cuerpo en picada al suelo.
La figura de Mal desnuda deslumbraba bajo el brillo de la luna.
Mal lo atrajo hacia el reflector de su noche y terminó de desvestirlo; allí, estaban preparándose para tomar la esencia del otro. Quedaba un espacio moderado, uno que claramente Ben no permitiría que continuase existiendo. Mal, con alto humor, se tomó el movimiento grácil con que la hizo saltar hacia él como uno de vals.
Rió de alegría y se echó sobre su esposo para entregársela en un largo beso, pese a que el rubor le cubría todo el rostro debido a que sin delicadezas, tenía contacto con la desnudez de Ben. Pero él trataba sin tregua aquello como si fuese un vals. La puso de espalda a él. Su toque se volvió lento pero íntimamente explorador, quería que ella viera cómo la tocaba dando la impresión de que le enseñaba pasos de baile, cuando en realidad le enseñaba cuánto la amaba. Bueno, así de elegante podía resultar hacer el amor con alguien educado para ser rey. Como sea, le encantaba. Le encantaba Ben, por ende, todos los pequeños grandes detalles que formaban parte de él.
Mal regresó a tenerlo frente a frente. Lo empujó a la cama con toda la decisión y se le subió encima, buscando acoplarse a sus piernas, estómago, abdomen y brazos. Ni siquiera tuvo que esforzarse, reconocía cómo cabían en el otro con la misma seguridad con que el astro de arriba reconoce que la oscuridad es su eterna compañera.
No obstante, lo que lo sacó del mundo corriente se trató de su expresión. Juguetona (importante, porque le hacía saber que era la mujer que amaba), pero aparte, comodidad total, deseo absoluto y sus sentimientos expuestos, sin barreras y sin nada.
Solo él.
La volteó y los hilos de la noche se precipitaron sobre ellos.
Ben se fue deslizando sobre su piel, apropiándose de cada lugar hasta toparse con su vientre. Su esposa rasgaba las sábanas, pero cuando él acarició su parte íntima, agarró tanta sábana como pudo y se descargó, ferviente y complacida.
Mal sentía el cuerpo de Ben literalmente en el de ella y le resultaba tan natural. Su esposo acercó sus ojos a los de ella. Mal podía ver el matiz de sus ojos verdes aclarándose casi dorados en los bordes. Preciosos. Pero era el modo enloquecedor en que la miraba, como si todo rastro de sentimiento apasionado y dulce que asomaba en ellos le perteneciera exclusivamente a ella.
Entonces, mientras se perdía en ellos, él se hundió. Se estremeció de la punta de los pies a la cabeza por un punzante dolor que al mismo tiempo le hizo gritarse para sí misma lo viva que estaba, pero luego... luego una sensación de lo más maravillosa. Un estallido que la hizo incorporarse y descansar las palmas en el abdomen de su esposo. Él aprovechó y le acarició la espalda, abrazándola. Chocaron sus frentes. Mal soltaba el aliento, entrecortado, una y otra vez, mirándose entre momentos con él, con una explosión contenida que sabía que de sacarla afuera, excitaría a Ben a niveles desproporcionados. Estaba ansiosa por probarlo.
Pero en aquel instante era pura dulzura. Ben comenzaba a empujar.
—Te amo —le musitó como juramento, contemplándola. Contemplándola—. Te amo, Mal.
La sonrisa que fue formando Mal, Ben la vio con lentitud. Estaba atrapado.
Mal siguió en esa misma posición, porque dragones... qué bien se sentía. Ben se hundía cada vez más rápido y ella ya no podía ni respirar de tantísimo placer. Y mientras entraba, los sonidos jadeantes de Ben envolvían sus oídos. Sus cuerpos se estremecían con cada estocada y sus corazones saltaban con un bam fuerte que amenazaba con romper el colchón.
El calor subía sobre su piel y no la quemaba. La llenaba. Encendía sus sentimientos más ocultos, que solo Ben podía conocer. Era tanto sudor y Mal a eso le llamaba el paraíso, debido a que al Ben besar su nariz, llegaron a lo alto, donde físicamente se atraían más de lo usual y se acumulaba en un santiamén todo aquel amor.
Él era querer puro y pasión intensa al unísono mientras salía de ella y la giraba sobre él. Con él, Mal se sentía a salvo, se sentía tan fuerte, tan ella.
Un tiempo de quietud.
Mal sonrió, enamorada, disfrutando amar tanto a alguien.
Ben sonrió, enamorado, agradeciendo amar a una mujer con verdadero carácter.
Ben se sentó a horcajadas. Mal se despegó de su piel levemente para alcanzar su boca, mientras con la mano extendida contaba el pulso frenético de su amado. El beso fue tomando más fuerza y pronto Mal se hallaba recorriendo el cuerpo de Ben sin pena. Besándolo y tocando más, sumiéndolo en el gozo.
Ella abandonó el aliento de él para calmar su propio pulso. Su hombre la observaba con sus orbes verdes ardiendo en deseo.
Ben se enderezó cuidadosamente, para quedar a la altura de Mal. (Bueno, ella siempre sería más chiquita que él, pero el punto iba por ahí). La pegó nuevamente a él y la chica estaba tan cómoda con eso como con tener una lata de spray en la mano. Reposó su cabecita entre las almohadas; Mal lo esperaba con la mirada iluminada.
El rey estaba fundido con su reina. Con la esencia del otro impregnada. Al Ben deslizar los dedos entre los cabellos morados de su esposa, Mal al sentir ese ritmo maravilloso que producía el corazón de Ben.
Y siguieron haciendo el amor.
La luna alcanzó su máximo resplandor, pero él no concebía apartar sus ojos de ella, su amada respiraba con gran paz. Si bien, durmió tranquilamente cuando el sueño lo jaló. Pocas horas más tarde, despertó. El mundo allá afuera adquiría maravillosas tonalidades, pero Ben, hasta que sus párpados pesaran, le prolongaba su tiempo a Mal. Estaban acomodados de costado, frente a frente, con él rodeándola por la espalda y soplándole a los labios sus suspiros.
Fue hasta que logró la consciencia del pronto destrono de la luna, que ladeó la cabeza.
Ben se levantó para ir a la ventana con la cautela de no despertar a su esposa. Para su mala (o buena) suerte, apenas al tocar el marco, ella habló:
—¿No me invitarás? —le preguntó. Ben no pudo evitar mirarla pícaramente. Era bastante apreciable que en ellos y en la habitación en general, había rastro de la noche anterior. Mal había chamuscado unos muebles y tirado marcos con energía que desataba de la emoción.
Con todo, era ella quien más daba señales. Mal estaba verdaderamente despampanante. (Ejem, y no lo decía solamente porque aun con la sábana cubriéndola parcialmente, sus atributos eran muy vistosos). Lo decía porque la mujer de la que se enamoró sí estaba en esa cama, no interesándole corroborar si amaneció despeinada o no, o si tenía que fingir un comportamiento refinado. Su chica de cabello púrpura lo repasaba como si desde ya se imaginara el inesperado y travieso día que estaba determinada a hacer suceder para los dos.
Mal enarcó una ceja con el propósito de apresurar su respuesta.
—Siempre, amor —le contestó y fue velozmente hacia ella para...
—¡No, espera! —exclamó, pero ya la tenía con nada más que la sábana encima—. Dame tiempo para taparme bien, por lo menos.
—De las dos formas te ves hermosa.
—Para ti, seguro —comentó, ahogando un bostezo con el dorso de la mano. Enseguida le dirigió una mueca de irritación—. Entonces... ¿saliste de mis brazos por ir asomarte a una ventana?
—Es sobre lo que acontecerá más allá de la ventana.
Volteó brevemente hacia allí.
—Tendrá que ser muy bueno para que te perdone.
Ben la acostó nuevamente en el colchón, vastamente incrédulo para creer que a esas horas de la madrugada, ya tenía todas las ganas de salir a vivir.
—¿De qué me acusa mi esposa?
—Sabes que no me gusta nada levantarme tan temprano —se quejó adorablemente—. Me pongo gruñona.
Él le replicó por lo bajo:
—Me sigues gustando cuando gruñes.
Mal aflojó las cejas y toqueteó el pecho descubierto de su amado.
—Y a mí cuando te portas principesco —confesó—. ¿Estuviste practicando para cantarme ayer?
—Fue espontáneo.
Sin embargo, él hacía gestos de satisfacción ante la escena de Mal toqueteándolo.
Por ende, específicamente Ben hallaba entre las sábanas los lugares que más placer le daban a Mal. Oh, definitivamente ya no estaba gruñona. Probablemente no lo estuvo de verdad, pero cuando reparó en que era plena madrugada, sintió fastidio y ni Ben se salvaba de padecerlo si la apartaban de la almohada.
—¿Por qué... te gusto... aunque gruña? —soltó, claramente seducida aun cuando técnicamente fue ella la que inició.
Ben ahora la observó detenidamente, no como si no tuviera una respuesta; la tenía y debía ser algo que le llegaba profundamente para esforzarse en cómo se lo decía.
—Pasé gran parte de mi vida escuchando que yo era perfecto y yo supuse que era la
imagen que debía dar por ser el heredero. Me reprimía cuando algo me enojaba o desagradaba —explicó—. Cuando te veo gruñir, veo a una persona real y recuerdo que está bien sentir enojo o que sencillamente una cosa me disguste. Porque aunque gruñas, te sigo queriendo como a nadie, Mal.
Mal se quedó quieta; debía admitir que no esperaba esa explicación.
—Estuve muy molesto con mis padres y lo viste normal. Me dejaste sentir ese enojo. Antes lo hubiera encapsulado, pero inevitablemente sería peor.
—Es que tenía sentido, guapo. De todos, tú eres quien tenía derecho a sentirse herido —Mal acarició el rostro de Ben—. Y te quiero más por dejarlo fluir.
Y lentamente se unieron en una compleja celebración de boca contra boca. Se revolvían con un avance casi tierno para estar entrelazados. Al distanciarse, Ben tenía un aspecto salvaje, tal cual necesitara más que otra cosa, ir a explorar con ella lo desconocido en el mundo real.
—Gracias por sacarme de esa idealización, esa perfección absurda —seriamente.
—Solo te di un empujón. Pero sé a qué te refieres. En el fondo sabíamos que había más. Tú eres mi más.
Mal se mordió los labios con anhelo y amagó posarlos nuevamente en los de él. En su lugar, se incorporó para tomar impulso y voltearlo. Ben rió divertido. Podría decirse que por la maniobra y también debido a que realizarla la costó a su pequeña gruñona gran parte de la sábana.
—Lo estás disfrutando, ¿no?
—No lo niego —aceptó dócilmente.
Y a cambio, consiguió sonrojarla severamente.
—Así que la ventana, ¿eh?
Enseguida se bajó de arriba de Ben, lo jaló del brazo hacia ella y caminaron a la ventana.
La verdad era que Mal era la única que se asomaba. El rey estaba pendiente de otra cosa. De eso... justo allí... Su reina no tardó en sonreír al modo Mal. En ocasiones, Ben creía que su chica había creado un tipo de sonrisa, una mezcla entre traviesa y dulce. Ella no podría concebir cuántas veces se ha distraído repitiéndola en su mente.
—Mi amor, ¡he tenido una gran idea!
Ben alzó las cejas, casi nostálgico. O mucho.
—Así empiezan las mejores aventuras.
Veinte minutos más tarde, Ben le ayudó a ponerse una chaqueta larguísima hecha de terciopelo atrás y cuero de delante en colores armoniosos, rica en detalles de oro puro y decorados ingeniosos que a Mal siempre le fascinó de su estilo cotidiano, con la adición de un dobladillo que dejaba caer una pequeña cola que asimilaba la de un vestido, lo que ofrecía el fascinante panorama de ponerse deliciosamente seguido sus pantalones. Repetidamente se cuestionaba de dónde Evie sacaba esas locas pero agudas ideas.
Ben le había aclarado que no le importaba su armario real, mientras tuviera cuero. Supo que con eso quiso decir alma. Mal estuvo muy de acuerdo. Y hoy también portaba alma, pese a que su atuendo era un poco ostentoso.
No era necesario ponerse su chaqueta real, de hecho; la cosa era que quería. Debía ser la ilusión, ya que técnicamente era el día uno en que su proclama se efectuaba abiertamente.
Estaba frente al espejo, admirándose y su amor detrás de ella. No solo lucía como una reina sin necesidad de portar su corona, realmente se sentía como una.
Un beso hizo vibrar las partes más sensibles de su cuerpo. Ben descansaba los labios en su cuello y los deslizaba peligrosamente lento por su hombro derecho, conforme le corría la chaqueta.
—¿Quieres que volvamos a la cama? —bromeó.
—Lo siento, me excita terriblemente ver a mi Mal Igna con toda las letras viéndose en ese espejo, ahora sí segura de que quién es... está más que bien.
Y él estaba luciendo tan formal y guapo como el día en que lo conoció... con la diferencia de los guantes sin dedillos que vestía en las manos.
—Oyeeee, eso no parece muy real —exclamó, poniendo sus palmas sobre las en cuero de él.
—Es diferente y me gusta muchísimo —dijo y Mal captó que no hablaba expresamente de los guantes.
Y así, el guante azul y el guante púrpura se unieron para encaminarse a la parte más alta del Castillo de las Gangas, el techo, uno de los únicos lugares que Mal se prohibió marcar jamás, porque, por tonto e infantil que fuera, en el pasado no se sentía digna de posicionarse a más altura que su madre, más que su balcón. Por lo tanto, era la primera vez que estaba ahí, al igual que su esposo, Ben.
La brisa había mermado desde el inicio de la madrugada. Imperaba un frío bastante soportable, pero no era que lo pudieran juzgar muy bien dado el frenesí romántico del que venían.
¿Y el cielo? Rebelándose por abandonar las tinieblas en esa porción de tierra, piedra y agua.
En el horizonte, podían avistar aún la destrucción de los días que algunas personas en las redes empezaron a nombrar como «La lucha por las oportunidades» o «La guerra de los rencorosos». Ben y Mal preferían el primero, puesto que el segundo realmente nunca fue la esencia de lo que ocurría. De lo que importó al final.
(Inclusive, Carlos en tono de broma sugirió «Las horas de los valientes». Y era verdad, muchos tipos de valentía se necesitaron).
Sí, todavía varias propiedades aleatorias o zonas pequeñas evidenciaban la ira de las Catacumbas Infinitas, algunas en mayor o apenas perceptible cantidad, pero se trabajaba en ello. Por la antigua cara peluda de su padre, pensó Ben, sí que lo hacían.
—Mientras dormías, pensaba en ese niño, el de ayer —comentó Ben.
Mal no se sorprendió.
—Yo también me quedé pensando en él después —afirmó nerviosa. Puso la mirada delante, pero de reojo, contaba con que él le prestaba atención—. Se veía que se divertía. Jugaban como niños normales —Echó a un lado los nervios, ya nada de reojo. Retomó el tema—. Entonces, ¿mientras dormía?
—Sí —se paró a escoger sus palabras—. Pensaba en si deberíamos esperar a que... el reino esté más estable, más unido, para... Creo que los niños lo apreciarían. Esperar para...
—Deberíamos esperar —dijo Mal.
Ya habían tenido esta conversación. Cuando el estadista hizo una actualización completa de los pobladores de la Isla y luego les explicó qué niños fueron abandonados por sus padres (cuando estaba la barrera). La tuvieron al revisar el mapa del lugar y señalar los puntos necesarios para teorizar que tardarían al menos varios meses de mucho trabajo en ver clara su proclama. Y la tuvieron ayer, mientras Mal derramaba las últimas lágrimas que le dedicaría a Maléfica.
—Ben, sé que tú estabas emocionado de que yo... quedara embarazada.
—Me dejé llevar por lo que pasábamos. Era tan hermoso que podía vislumbrar todo. Pero justo ahora, vivamos esto.
—Vivámoslo, Florián —y le despeinó el cabello. Ben rodó los ojos para seguirle la corriente. Mal acarició su nuca. Lo dijo con intensidad—: Quiero ser una buena madre.
—Muy bien —replicó Ben con total normalidad.
—No soy buena con los niños. Les quitaba los dulces.
—Y le quitas a un adulto las fresas, pero eso no quiere decir que no me ames.
Mal hizo brotar una exhalación que en realidad era una carcajada.
—¿Y qué fue eso del cabello?
—¿Esto? —y revolvió otra vez el pelo castaño. Mal se movió unos espacios para escapar.
Ben estiró la mano a tiempo. Ella obviamente estaba jugando.
—Lo del niño me recuerda otra cosa...
Mal lo llamó y la pluma de anoche con el pico verde acudió hasta allí y creció a la altura de su antebrazo. Era su propio báculo, con la ex Piedra Descendiente como núcleo. Un arma del bien y que estrenó la tarde anterior al evaporar la nube gigante.
—¿Te he dicho que cuando era niño me cautivaba el tema de la magia?
—No, ¿de verdad?
—Los libros —explicó y su tono se avivó. Mal ya lo tenía presente. Gran parte de su infancia fue leer. Mal no diría que le pesara leer, pues claro que lo hacía y más ahora como la reina, pero prefería escuchar a Ben contando las historias. Lo hacía tan ameno que al concluir, solía sentirse tan acalorada como si ella misma hubiera pasado esas aventuras y por todas la fresas que amaba esa sensación. Aparte, la hechizaba la voz de Ben—. Hay un sinfín de ellos afirmando qué es la magia y qué no es. Dicen que es mala o buena. Yo creo que depende de la persona.
—Y te casaste con una hechicera.
Con breve pasmo, ella reparó en que se pronunció con ese título vigorosamente, como un hecho.
Era un hecho.
—Ve esto —E hizo que dirigiera su atención al báculo.
Enrolló la mano alrededor del Báculo Moradezo y en su cabellera, al tocarlo, sitios aleatorios se tiñieron de esmeralda.
Ben la miró de arriba abajo.
—La hechicera Mal —anunció deslumbrado—. Te queda.
—Hay algo que quiero hacer antes de que amanezca y no tengo la intención de asustar a nadie... y aquí tú conmigo es... fantástico.
—No me moveré. Hazlo, Mal.
La pelimorada viró el brazo de forma que quedara expuesta su marca de nacimiento (que tenía más el aspecto de un tatuaje); en ella, prevalecían sus dragones. Moraba una conciliación en su sonrisa... entonces se cubrió de un manto púrpura que flotó sin prisas en el aire hasta surgir entre la masa violácea del cielo las alas extendidas de un dragón.
Mal voló sobre el techo del Castillo de las Gangas, a un metro de Ben. Ya la había visto en una ocasión convertirse en la magnífica criatura, pero fue un rato muy estresante, así que se tomó el tiempo esta vez para admirarla. Su esposa era un dragón imponente, mas no brutal en el sentido de que diera miedo. Mal aleteaba como si la sensación de volar fuera lo importante, un disfrute que no le pasó inadvertido.
—Auradon estará bien mientras tú seas su reina. Yo estaré bien en tanto mi compañera de vida seas tú, Mal.
Y Mal salió disparada arriba. Dio una vuelta completa a la Isla, que llevó a Ben algunos minutos de espera, porque cuando vio la mancha hecha dragón inminentemente cerca, ella rugió lo más fuerte que pudo. Rugió tan alto como su corazón se aceleraba viendo a Ben sonriéndole, y a un ápice de llegar a él, rompió la transformación en sus brazos.
Sus piernas rodeaban la cadera del rey.
—Esa fue una caída con mucho estilo.
Mal suspiró ampliamente por él y no le importó en absoluto que Ben lo notara. Él nunca intentó disimularlo.
Ben se fijó en el techo, en el que ciertos puntos brillantes con formas puntiagudas iban yéndose.
—¿Qué piensas de las estrellas? —le preguntó a Mal de improviso.
—¿Quieres que diga que son bellas?
—No. Tú eres bella. Yo quiero saber si te hacen sentir algo.
Mal lo reflexionó y puso su corazón en ello.
—Al verlas, pienso en cuánto quisiera que no estuvieran tan lejos. Es la parte que me encanta de ser dragón. No es el fuego. Es volar. Puede ser tonto, pero es la libertad. La ferocidad es algo extra.
—¿Mal?
—¿Sí?
—¿Crees que los hayas asustado cuando rugiste?
Mal lo abrazó. Sin pensar.
—Ya hablando en serio, no es tonto —meciéndose un poco con ella—. ¿Y no dijiste que no te gustan los abrazos?
—Cierto —concedió—. No se los doy a cualquiera y no seguido. Pero descubrí que tengo un alma que me complementa. Amo tanto su tacto que la Mal de 15 años se burlaría de mí en la cara.
—¿La Mal que me soñó? —preguntó, pero él ya sabía la respuesta.
—La Mal que aborrecía que fueras irresistiblemente atractivo.
—¡Ah! ¿Eso opinaste entonces?
La pelimorada se carcajeó.
—Veo muy bien, Benjamín, incluso antes. ¿Y te digo qué más veo?
—Por supuesto.
Mal echó la cabeza atrás para divisar el cielo; Ben la imitó, asegurándose de sostenerla.
—Veo el final de un ciclo.
❦❦
Llevaban sentados en el borde del techo un largo rato, esperando apoyados en el otro la subida del sol en todo su esplendor.
—¿Qué no te gustaba cuando eras niño?
Ben tuvo que tomarse un momento para procesar el tipo de pregunta.
Su chica normalmente no indagaba en el pasado antes de conocerse. Muy poco, si acaso. Tal vez le resultaba extraño no haberse conocido de siempre. (Ben tenía esa sensación continuamente y más en días como esos. Simplemente no concebía despertar sin la idea de que existía una tal Mal en su vida). O bien, se contentaba con lo que Ben le contaba de su infancia para no propiciar que él le preguntara cosas porque en el fondo estaba enemistada con su pasado.
Pero eso había acabado.
—No me entusiasmaba ser el centro de atención. Disfrutaba la quietud —decidió responder.
—Ah, ¿con qué era cierto?
Ben sonrió.
—Desde luego que era inevitable. Era el heredero.
—¿Y ahora?
—Estoy aquí —con toda la simpleza, seguro de que ella lo entendería. Y lo hacía.
—Tienes todo el estilo VK, mi amor —afirmó Mal, refiriéndose a lo de recién que arribaron a la Isla de los Perdidos anoche.
—Wow, es un gran honor viniendo de Mal, la mera mera.
Ben se puso serio. Deslizó su mano por la cabellera de Mal.
—Pero —Mal recibió de buen gusto su gesto—, contigo, el mundo se abrió más. Me gusta esto.
—¿Te refieres a los grafitis?
—¿Qué sería de mi vida sin grafitis? —Ben llevó a cabo un ademán exagerado. Alzó la cabeza, inspirado—. Hasta se me acaba de ocurrir...
Mal se preparó para oír qué...
y su castaño la dejó en suspenso.
—Ben...
Pero el rey se puso cómodo. En ese techo, era consciente de un mundo que precisaba mucha ayuda, pero en este concreto segundo y miles más después, solo le interesaba estar con su esposa en todo el sentido. Mirarla, tocarla, acariciarla, escucharla, platicar con ella. Pensarla sin interrupciones. Ayer había sido un importante para su reinado, pero hoy era enteramente para ellos.
—Está bien, tenemos todo el día. Es nuestro.
—Pero como soy Mal, tardaré por mucho una hora en convencerte de que me lo reveles —le advirtió, a lo que Ben se dobló para contener la risa. Ascendió a la vista de ambos sus manos enguantadas.
—Perfecto. Me desilusionaría que no fuera así.
—Soy competitiva —La reina también se puso cómoda y dejó caer su mano con la de Ben en su regazo. Era curioso, no fue hasta que su castaño las levantó que se cuestionó desde cuándo ese gesto se volvió pura y hermosa inercia, que ya no ocupaba atreverse a agarrársela como en un principio.
No lo sabía, pero sí que podría acostarse en las piernas de su amor y estar confiada en que no la dejaría desplomarse. La llevaría de vuelta a su habitación, la de los dos y ella seguiría siendo feliz al abrir los ojos, porque estaría acurrucada con él.
—¿Crees que Carlos y Jane por fin sean novios?
—No tengo duda —resolvió Mal—. Hmmm... y ya no vimos a Evie en el puente.
—Ni a Doug —agregó Ben.
—Bueno, nos fuimos a la mitad de la noche. Iban y venían.
—Tienes razón. Fue una noche... feliz
Mal pestañeó. Otra vez esa palabra.
Ben la tuvo que sacudir ligeramente para que reaccionara.
—¿Estás bien? Te ves...
—Me preguntaste... hace tiempo... Llevábamos poco de novios.
—¿Qué te pregunté?
—En la biblioteca... eh... estudiábamos o algo así. Agh, no suelo tartamudear —se puso firme y meneó como rechazando el intento—. Solo te lo diré.
La respuesta llegaba más de tres años tarde, pero por lo menos la sentía con cada fibra de su ser. Una pregunta que evadió.
—Sí, soy feliz, Ben.
—¿Me lo puedes repetir? —rogó él, apabullado, casi sin respiración. ¿Qué puede ser más satisfactorio que el que la mujer que amas afirme semejante cosa? Tal vez que lo declare en serio. Ni siquiera podía creer que ella tuviese la necesidad de responder una pregunta que él le hubo formulado tan antiguamente como el nacimiento de su amor—. Eres feliz.
Atolondrado, ya que Mal lo besó en un movimiento inesperado.
Y no lo hacía suave. A la chica de cabello morado se le evidenciaban las ganas de besarlo, logrando un beso memorablemente pasional.
—Estamos en el borde, nos.... Te amo—expuso Ben.
—Creo que quisiste decir que nos caeremos.
El beso continuó.
—Sí, pero también te amo.
... y continuó.
Las comisuras de los labios de Mal se curvaron espléndidamente hacia arriba.
—Puedo volar.
—De dos maneras.
Mal apretaba los dedos contra la camisa blanca de Ben.
—En realidad, de tres, pero como neblina no puedo llevarte conmigo.
—Entiendo. Solo te beso —concluyó con el brillo en los ojos verdes claro.
—Gracias a mis dragones me casé con un hombre listo. A quien amo.
La besó. Y la volvió a besar. Ben murmuró entre los arrebatos: «Me convenciste». Mal tenía tanta agitación ascendiendo en su cuerpo, que demoró minutos en preguntarse de qué lo convenció.
Ben se lo dijo.
Mal ahora sí estuvo por caerse. Porque nuevamente una idea de Ben era genial.
Despegaban sus labios, cuando finalmente lo sintieron arribar. Los rayos de Sol los inundaban. Ben y Mal atendieron a las casas. Había quienes salían. Quisieron creer que los VK's por ahí también lo hacían, aunque estuvieran en Auradon, o una chica de cabellera verdosa a unas cuadras. Hasta los que no lo soñaron.
La Isla de los Perdidos presenciaba su primer día con luz y Ben y Mal lo veían.
Gracias por leer.
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