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Capítulo 42. Las Catacumbas declaran cobardes a Ben y a Mal


—La Reina Mal, la Princesa de Sleeptown o el Rey Ben; alguno acabará muerto. Es un hecho —le ofreció la voz incorpórea de los túneles.
Sin duda, a Maléfica la idea le parecía deliciosa. Pero notó que no le bastaba.
—¿Qué más deseas, hechicera? Ya posees tu Huevo Ojo de Dragón.
—La chica que venía con ellos. Ocupo algo de ella, pero solo podré obtenerlo si es por voluntad propia.
Tardó un segundo, pero no iba a tener consideraciones. Jamás había sido así. Muy difícilmente las tendría.
—Es un trato, hechicera.
Conversación entre Maléfica y las Catacumbas Infinitas

Canciones del capítulo
Rise | State of Mine
Fallout | UNSECRET & Neoni

La humedad era pegajosa y la oscuridad incierta por más luz que la chica proyectara, pues los túneles no cambiaban. Ya no parecían dispuestos a reconocer que sabían de su presencia. Pero lo sabían, los monarcas podían estar seguros.

Y fue hasta aquel momento que Ben advirtió que era la primera vez que Mal y él estaban solos desde la bahía. No pudo evitar sonreír de oreja a oreja ante la idea. Mal aligeró el ceño en cuanto fue arrullada con el mismo pensamiento.

—No te lo agradecí, mi amor, por esto —tocó su cabello morado.

La sonrisa de Ben desapareció por un segundo.

—Es parte de quién eres. Algo muy bello. Y tú lo amas, es suficiente para que yo lo ame.

Mal entrecerró los ojos. Lo dejó de ver un momento y volvió a prestar atención al camino, pero una sonrisa resplandeciente ya estaba inevitablemente en su cara.

—¿Qué has sentido, Mal, realizando toda esta magia?

—No he tenido ocasión de reflexionarlo, creo. Han pasado... tantas cosas.

—Sí —estuvo de acuerdo Ben con pesadez.

—No cambiaría nada. Lo que sea que nos trajo aquí, porque estamos tratando de ser los reyes que decidimos. Si no peleamos por la Isla de los Perdidos ahora... es como si no peleáramos por Auradon y más adelante ¿cómo seremos capaces de vivir con no haber protegido aquello en lo que creíamos?

—Peleamos por Auradon, Mal. Aquí inició. —con firmeza—. Aquí lo vamos a terminar. Y tampoco cambiaría nada, sobre todo si eso me llevó a oírte hablar así —La vista de su rey brincó a su corona y de nuevo a ella. Tal cual una cámara que está enfocando lentamente—. Mal, eres...

—Te tengo una respuesta, sobre mi magia —Ella se negó a permitirle terminar la oración, temía no ser digna de esa frase al salir de eso a lo que se aproximaban.

—Te escucho —la animó dulcemente.

—Tuve mucho miedo en ese bosque. Yo solo quería llegar a ver qué estaba pasando aquí... ni siquiera ganarles era mi objetivo, pero aprendí que hacer magia se trata de una reacción rápida. De hacer movimientos precisos y en otros casos, tener las palabras adecuadas para que un hechizo salga bien. Y requiere mucha voluntad. Aún estoy experimentando.

—¿Que pasa con los tratos mágicos? ¿Úrsula no tenía que hacer uno con nosotros para convertirnos en esas criaturas?

—No —Mal dijo—. Esos tratos solo se sellan cuando ambas personas desean algo. Ella elaboró un encantamiento sofisticado, pero nada más nos quería en su colección, y pudo lograrlo porque yo estaba distraída. No alcancé a contrarrestarlo. Sospecho que también tuvo que ver con su talismán. Con él, su magia era más potente que antes.

—Como lo has explicado todo, es un hecho que la hechicería es acerca de astucia además de poder.

—¿Sonó complicado?

—Sonó como algo que perfectamente puedes cubrir. Eres estupenda —expresó contento—. Dos días y mira cuánto te has conectado a tu magia.

—¿Me guardarías un secreto si te lo digo?

Ben se puso una mano en la barbilla, como jugando.

—Tal vez te costaría un beso... o uno multiplicado por cien.

El chico no lograba ver en todo su esplendor la cara de Mal por la luz a medias, pero apostaba que era preciosa.

—Eso es imposible para unos minutos, ¿lo sabes?

—¿Más imposible que 365 te amo? —replicó con desafiante coquetería.

—Si esto funciona, tendremos tiempo para probarlo —encantada con la idea.

—Lo hará.

Mal se recargó con dulzura sobre Ben.

—Estoy para ti, pequeña. Haría lo que fuera para que estés bien. Claro que te guardo tu secreto.

—Es demasiado natural la forma en que siento mi magia. Y aunque la he aceptado, hay partes de ella que me aterra tomar. Aun así, hay otra clase de magia más complicada.

—¿Cuál? —preguntó Ben.

—El amor —Mal se sintió sonrojar—. Es la razón por la cual hacemos cosas grandiosas... o las sentimos —carraspeó. Un hormigueo excesivo de calor le hizo recordarse que no era la situación para fantasear el estar a solas con Ben. Mejor dicho, era más que un hormigueo. De pronto, le urgió en demasía que las Catacumbas Infinitas se dignaran a hacer acto de presencia. Cualquier acto de presencia—. Es la más difícil de hacer frente, pero... me alegra tenerla.

Y miró su mano entrelazada a la de su esposo, cuando se topó con el tatuaje de los dragones enfrentándose en su antebrazo y sus ojos perdieron el brillo. Al levantar la cara, él también lo observaba.

Ben separaba los labios para decir algo, pero Mal deslizó en cambio:

—Estaba en el mercado con Maléfica. Tenía cinco años —empezó. Jamás lo había contado—. Yo... yo vi que a mi lado se le cayeron las manzanas a un duende y... me hinqué para ayudarle a recogerlas. Simplemente... sabía que era lo correcto, no me detuve a pensarlo.

Sus pisadas repentinamente se volvieron pesadas y las catacumbas insufriblemente silenciosas. Respiró hondo.

—No sé si volví a sentir eso con la misma fuerza hasta que vi que la mano de Evie se enrollaba alrededor del cetro Ojo del Dragón. O cuando... —lo atisbó de hito a hito— cuando te paraste frente a mí en la coronación y declaraste sin una pizca de duda que yo era buena.

Mal tragó saliva. Su mano se sentía insegura en la de su rey.

—Las miradas de todos alrededor, incrédulos, recayeron en mí y la furibunda reacción de quien según era mi mad... ella, quien me llevó a rastras al Castillo de las Gangas y me castigó. Me dijo que no iba a salir de mi cuarto hasta que entendiera lo vergonzosas de mis acciones, y hasta que me ganara mi marca de sangre, me merecería su legado —y alzó un poco el brazo—. Entonces juré no volverla a decepcionar.

Ben aterrizó una apasionada mirada sobre ella.

La reina apretó los dientes. Le correspondió su mirar directamente.

—Ahora todo lo que quiero es decirle que siento asco de ser su sangre.

—¿Sientes asco? —recalcó entre carcajadas una voz sin cuerpo en alguna parte de los túneles. Ambos giraron la cabeza hacia cualquier lado.

No la reconocían, pero parecía ser tan pesada y caótica que no tuvieron que fijarse que los túneles empezaban a cambiar para darse cuenta de quién o qué había hablado.

—Vienen a desafiarme.

—Se destruirá la Isla de los Perdidos de lo contrario y no vamos a permitirlo —impuso Ben sin vacilar, sin dejar pasar desapercibida la sensación extraña de conversar con algo puramente creado de la magia.

Las Catacumbas temblaron. Ninguno estaba seguro si para expresar su ira o jactarse de su esperanza.

—Fui creado por la cobardía de tus padres. Es justo que el lugar que acumuló tanto enojo y tristeza termine lo que ellos iniciaron.

Esas palabras golpearon como martillo en lo más hondo del corazón de Ben, y Mal sabía que eso era mucho. Se paró con firmeza, luciendo su brillantes cabellos púrpuras.

—Somos los reyes de la Isla de los Perdidos, temo que no fue la respuesta correcta.

—Que sean los reyes no cambia que es absurdo que crean que pueden desafiarme.

—Las Catacumbas Infinitas son parte de la Isla de los Perdidos —explicó el rey—. Eso lo cambia.

—¡Ustedes no tienen talismán! Los túneles únicamente pueden ser retados por los dueños o su sangre.

—No pretendemos reclamar un talismán, sino tu destrucción —y al Mal decir lo último, la agitación dentro se volvió tan increíblemente furiosa que piedras y tierra cayeron del techo como en un desbordamiento.

—¡RETARME! Ya es hora de que la Isla de los Perdidos desaparezca para siempre. Si desean mantenerla es porque son tan COBARDES como los supuestos reyes anteriores.

—Demuéstralo —ordenó Ben, dando un paso adelante, atrayendo a su reina junto a él.

Después de unos segundos, los túneles pararon de agitarse, mientras la réplica de Ben continuaba escuchándose en cada rincón.

La luz de Mal se esfumó y todo se puso penumbroso.

Pero ellos no escaparon, solo se aproximaron más al otro.

Minutos; eso transcurrió hasta que el túnel aminoró los grises y en esta ocasión se veía lo suficientemente claro para discernir. Lo primero que llamó su atención se trató de un pequeño túnel que daba hacia otro, alumbrando a una figura. Examinaron lo que les faltaba de ver del túnel y pasó como golpe ante sus ojos: el báculo de Maléfica estaba ahí.

Ben como movimiento automático se fijó en Mal. En ella palpitaba algo feroz.

Su mirada fue a parar nuevamente a la de la figura apenas divisada entre el humo que envolvía el lugar. Mal se preparó para lo que iba a ver, porque llevaba días esperándolo. Sintió que un rugido se escondía debajo de toda ella, ansioso por salir.

Pero quien se aclaró entre el humo era una muchacha con el pelo mayoritariamente rosa y gruesos mechones azul palo. Llevaba un traje también rosa de pantalones y mangas, pero en un tono más bajo sin ser brillante o colorido. Parecía exactamente el traje de una hechicera malvada, con todo y la capa voluminosa y café hecha de plumas arrastrándose por el suelo.

Les tomó más segundos de los que debieron, entender que se trataba de Audrey.

Mal frunció la cara.

—¿Es una broma?

Audrey caminó hacia ellos con cara inexpresiva, pero al pisar sin querer un charco de agua con su botín rosa, se hizo atrás un paso y miró en el agua. Sus ojos se abrieron de par en par.

Negó con la cabeza, mientras se llevaba las manos a la cara y decía con voz susurrante:

—Siempre pensé que yo era la buena.

—¿Por qué? —musitó Ben, virándose hacia las paredes—. ¡A ella nunca le ha importado este lugar!

No obstante, no ocurrió nada.

—Fue por la Espada de la Verdad —anunció Audrey, pasándole por un costado al charco.

—¿De qué hablas?

—De lo que querían saber, el motivo de que esa bruja malvada no me hiciera dormir —entrelazó las manos y murmuró—. Sé por qué me mantuvieron con ustedes —dijo—. Ella me dejó ir, ese día en el que apareció en mi celda. Pero yo escapaba pensando que había tenido suerte, que esa bruja malvada no se iba a desgastar por alguien como yo. Tal vez solo había ido a atormentarme y si me volvía a buscar, lo haría cuando estuviera con mis padres. Razón por la cual corrí a Sleeptown, con un plan. En su momento me pareció fantástico, porque vivía en un lugar de cuentos de hadas y todo apuntaba a que estaba destinada a demostrar que no merecía esa asquerosa celda. Era una princesa, yo... no podía estar ahí —no los miraba.

—Fui tan inocente al creerlo. Ella esperaba que hiciera justo lo que hice. Una motivación era la protección de mis padres, pero no eran mi plan. Entraba a mi castillo, dispuesta a conseguir lo que me propuse, cuando por primera vez entreví su presencia: la niebla no me hacía daño, pero el resto del pueblo tenía el peso del sueño. No sabía qué hacer, me sentía atrapada. Entonces... Maléfica llegó. Me exigió la ubicación de aquello que yo había ido a buscar. La bruja parecía tan segura de que lo obtendría... pero me negué. Se enojó tanto... que me resigné a que me lo sacaría a base de tortura. Pero repentinamente se desconcertó mientras observaba su cetro y cambió completamente de idea. Me maldijo y me dijo que tenía que decir la verdad de lo que te había hecho frente a todos y... en un segundo aparecí en ese puente.

—¿Qué habías ido a buscar?

Audrey sonrió sin ganas.

—Iría por la espada de mi padre y se la entregaría a alguien con fuerza para matarla.

—No lo entiendo —admitió Mal.

Al fin, Audrey los miró.

—Te la daría a ti, Mal.

—Estás loca —le reprochó Ben con tono peligroso, dirigiéndose a ella por primera vez desde los Días de los Felices. Miró a su Mal, quien bajó los párpados, como meditándolo—. ¿Mal?

Ella siguió sin decir nada por varios segundos, hasta que lo aceptó:

—Sin dudar lo hubiera hecho, si la espada tuviera la clase de poder para derrotarla.

Ben se giró hacia su amada, sorprendido.

—Amor...

—Sin embargo, la magia en esa espada que estuvo destinada a derrotar a la Señora de las Tinieblas, murió junto con ella —suspiró—, en aquella ocasión. La Espada de la Verdad en la actualidad es como cualquier otra, afilada y solo peligrosa dependiendo de en qué manos esté.

—¿Eso qué quiere decir? —preguntó la chica, aterrorizada

Mal puso los ojos sobre ella y luego en el sitio del que había salido hacia apenas unos minutos.

—¿Qué es lo que realmente estás haciendo aquí?

—Yo... no lo sé. Creo que... oí una voz. Una muy pesada. Horrible. Al oírla, sentía como si pudiera derretirme en un parpadeo —con la mirada perdida—. Me llamaba. Luego hubo oscuridad y de repente desperté con una ansiedad enorme por mirar mi reflejo, presintiendo que había vuelto a ser yo.

—Y volverás a ser tú, princesa —El báculo titiló—. ¿No quieres ser hermosa como antes?

Audrey dio un brinco.

Por el desconcierto de ver a Audrey, por un segundo habían olvidado que esa cosa estaba en el medio.

—Tú jamás debiste pisar esa Isla inmunda, con esa gente que no hace más que traiciones. Tu lugar está del otro lado, reinando —Audrey cabeceó hacia el cetro. Ya no lucía tan aterrada—. Esa siempre fue tu vida perfecta y te la arrebataron. Sabes quiénes. Tú has nacido para que se cumpla todo lo que tu corazón desee.

—Todo lo que mi corazón desee —repitió Audrey.

—¿Sabes qué es lo que mi corazón desea, bruja? —se acercó Mal al Cetro Ojo de Dragón, ignorando el ademán de su esposo queriendo detenerla—. Escupirte en la cara cuánto de odio y decirte que lo vergonzoso en mí, es tener tu sangre.

El Ojo del Dragón empezó a adquirir un color grisáceo, pero los latidos de Mal eran del mismo color.

—Me da igual si te hace feliz que esté tan enamorada y que me haya casado —proclamó—, porque lo único que quiero de ti es que obtengas de mí un destino peor que el de una lagartija; esta vez te juro que lo haré a propósito y no voy a temblar.

Una carcajada cortó el aire, una llena de espinas.

—Mi querida hija, estoy impaciente por presenciar tal ridiculez.

Mal sintió que una sensación le ardía por todo el cuerpo. No era algo cálido, era más bien una urgencia de causar sufrimiento. De ver dolor. Podía sentir cómo se calentaban sus venas y cómo se ensombrecía en rededor.

De repente, era como si Mal hubiera despertado de un sueño. Ella ni siquiera estaba en persona con la Señora de las Tinieblas, solamente le gritaba a un simple báculo. No fue a meterse a las Catacumbas por eso. Era la reina y sobre sus hombros dependía ahora algo más importante. No se atrevió a ver la reacción de Ben, pero sabía que él la atisbaba.

—¿Era Maléfica? —tartamudeó Audrey, nuevamente inquieta. Pero Mal no tuvo tiempo de responder, pues el báculo se convirtió otra vez en el centro de atención.

—Escucha bien, princesa, te quitaré tu maldición. Lo único que tienes que hacer es sostener el cetro.

—No, es la hechicera que maldijo a mi madre de bebé y casi mata a mi padre. Es una villana —contestó Audrey.

—¿No lo has notado, joven princesa? Vistes como una villana, porque todos te ven así. Los reyes te ven así. Pero si haces lo que te digo, volverás a ser la de antes. Solo hay un pequeño precio. Si eres lista, nos conviene a las dos.

—¿Cuál? —preguntó Audrey.

—Lo usarás contra la reina. Pero ponme atención, ella es inmune a mis maleficios, así que no será contra mi fanfarrona hija directamente. Empuñarás mi arma más poderosa y te devolverás a ti misma lo que ella te arrebató. ¿Sabes qué es?

—Sé qué es —contestó ella débilmente y por la renovada mirada con la que escrutó el cetro, Mal entendió que estaba seducida por la oferta.

Audrey avanzó tímidamente hacia el báculo, pero antes de que pasara cualquier cosa, Ben introdujo a Mal en el círculo de sus brazos y acometió contra la princesa.

—Te ordeno que te hagas a un lado. Puede que en algo Maléfica tenga razón, eres una villana, pero no dejarás de serlo solo porque tu apariencia sea agraciada.

La chica de melena púrpura no dejó de oír los latidos de Ben. En circunstancias normales, estaría vuelto loco con ella ahí, pero ahora mismo su corazón crujía como si se endureciera más con cada palabra que pronunciaba. La expresión indecisa de Audrey cambió radicalmente.

—Una villana, ¿eh? ¿En serio piensan eso de mí?

Y de un segundo a otro, Audrey alargó más su mirada sobre el báculo de la Emperatriz del Mal. De estar poco convencida ahora casi parecía enloquecida por tomarlo.

Mal saltó la poca distancia que la separaba del cetro y extendió la mano hacia la chica.

—No, no, espera.

—¿Esperar qué, Mal? Soy una villana. Permítanme serlo —arqueó una ceja y apretó los labios—. Es lo que soy.

—No puedes hacerlo —dijo—. Si intentas manipularlo, morirás. Tu cuerpo, pero sobre todo tu mente no lo soportará. No eres una hechicera, Audrey, ¿estás loca?

Pero la cara de Audrey no se alteró en lo más mínimo.

—Hechicera, princesa, isleña, aurodiana, reina... —desdeñó—. Ya no sé cuál es la diferencia. Ahora resulta que cualquiera puede ser lo que se le antoje. Vivir dónde quiera —resopló—. Este no es el mundo que me dijeron.

Mal sintió a Ben regresando a su lado.

—Quizá, princesa Audrey, tendrías que haberlo pensando antes de irte por la vía del mal y las fechorías.

Mal notó algo raro en el ambiente en cuanto su rey acabó de hablar. Audrey se quedó quieta como estatua, sin dejar de mirarlo. Sus ojos se habían agrandado más de lo normal, totalmente desconcertada.

Los túneles subterráneos de repente se sintieron asfixiantes, tal cual percibieran que algo allí andaba terriblemente.

La chica de cabellos morados no supo cuántos minutos pasaron, pero se le hicieron eternos hasta que al fin Audrey se recobró y dijo las siguientes palabras con una voz férrea y al mismo tiempo dolida.

—Bien.

Y en un reflejo, tanto Mal como el Cetro Ojo del Dragón de Maléfica vieron venir lo que haría, por lo cual, el arma voló hacia Audrey solito. La reina se abalanzó hacia allí, pero apenas a nada de que llegase a sus manos, el báculo se... desvaneció.

La reina y la princesa se quedaron viendo el espacio vacío, donde hacia nada posaba el arma más temible de la oscuridad.

La princesa fue la primera en moverse. Decir que se veía confundida era poco. Audrey se tambaleó, tomando entre sus manos la tela de su traje, deslizando su atención por cada rincón, como si las paredes le fueran a susurrar qué hacer.

Ben se acercó a Mal y viceversa, pero esta vez algo había cambiado. Por primera vez, ninguno supo qué decirse y tomarse de la mano súbitamente ya no lucía como el gesto más natural.

Un brillo esmeralda cautivó a Ben, porque era exactamente igual a los ojos de Mal.

Luego una farsante apareció.


—¿Así que quieren salvar la Isla? —dijo Marlene frente a ellos.

—¿Así que Maléfica exigía a su sirvienta? Qué lástima, porque debiste quedarte cómo estabas —refunfuñó Mal—. Eras más agradable como piedra.

—Vas a pagarlo.

—Yo creo que no —gruñó Ben—. Ríndete antes de que hagas el ridículo.

—¿Ni siquiera han considerado que yo soy parte del desafío que les pone los túneles subterráneos?

Mal se mofó.

—Por favor, solamente eres alguien que se mete en lo que no la llaman. Ya oíste a mi esposo, apártate.

Pero a Marlene nada le hizo mella. Los reyes ponderaron que si la Señora de las Tinieblas la envió justo ahora no era porque creyera que los intimidaría.

—No estoy aquí para enfrentarlos. Aunque muero de curiosidad de averiguar cómo se enfrentarán a ella.

Los reyes las evaluaron a las dos. Se suponía que las Catacumbas les pondrían algo a lo que debían enfrentarse para demostrar que serán buenos líderes, pero lo único que veían hasta ahora era la manifestación de Maléfica. Primero el cetro, ahora Marlene y Audrey en medio de todo el lío.

—Ya no tengo la maldición —musitó Audrey, rompiendo la tensión (o aumentándola). Miraba fijamente el mismo charco de cuando llegó.

Mal frunció el ceño y se acercó. Allí, en el charco, estaba tan bonita como siempre. Audrey levantó la cara. Tan bonita como siempre.

Ben y ella cruzaron miradas. ¿Cómo era posible?

—No por ellos, Audrey —despotricó Marlene.

Audrey volteó.

—Le rogaste a Mal que te ayudara y ella no hizo más que humillarte y dejar que la hija de Úrsula te humillara. Ambos lo hicieron. Frente a todos.

Audrey vio los reyes detenidamente. Su rostro se afiló de rencor y su vestuario rosa se oscureció.

—Sí lo hizo. Me dejó con la maldición de ese monstruo y Ben lo permitió, porque me odia —arrugó la nariz y sacudió la cabeza—. Él nunca había sido capaz de odiar.

—Hasta que te metiste con mi Mal —replicó Ben.

—¿Tu Mal? —bufó ella—. Ese nombre. Solo te falta deletrearlo.

Pero seguido de tal comentario, no se coló una carcajada. Ben arqueó las cejas, aturrullado.

—Parece que alguien quiere poner a los reyes en su lugar, ¿eh? —celebró Marlene con las manos en la cintura.

—Quiero que sientan lo que yo he sentido —declaró y su garganta tembló, como de un resentimiento acumulado—. Mi vida se ha ido por la borda por culpa suya.

Marlene chasqueó la lengua.

—Antes fuimos aliadas y lo podemos volver a ser, Audrey. Esta vez la destruiremos.

—A los dos —los taladró con los ojos—. Ambos me destruyeron.

—A los dos, princesa Audrey. Y tengo en mente el arma adecuada para ti. Te encantará.

Audrey asintió lentamente, sin dedicarle un solo vistazo a Marlene.

—Ellos te han categorizado como la malvada de la historia, pero no es así. Toda la Isla de los Perdidos ha huido, porque estos supuestos reyes lo permitieron. ¿Sabes que Mal tuvo la oportunidad de detenerlos y no lo hizo? ¿Eso en qué los convierte? Por supuesto que en reyes no. Los verdaderos líderes protegen a su pueblo de amenazas, cerrarían la Isla para siempre de ser necesario y han hecho lo contrario. Aquí tú, princesa, has sido la única que ha hecho lo correcto —una pausa—. O es blanco o es negro. Así son las cosas.

Mientras tanto, por el rabillo del ojo Ben observaba disimuladamente a Mal, que realizaba unos ademanes extraños con las manos. De ellas comenzaron a salir pequeñas plasmas verdes... que enseguida se desvanecieron. Mal lo intentó una vez más, pero no-podía-conjurar-nada. En el techo juró haber oído un sonido burlesco.

Las malditas Catacumbas Infinitas la despojaron de su magia.

Ben la puso más cerquita de él.

—... y las cosas pueden repetirse —continuó Marlene—. Exactamente la mima forma en que tu padre terminó con la hechicera malvada.

—La Espada de la Verdad —contestó Audrey.

La pareja hizo entrecejo. Audrey no se veía contenta, pero sí con un objetivo. Marlene sonrió. La princesa cerró los ojos y entonces una espada perfecta y brillante acaparó toda la atención. Mal no comprendía absolutamente nada.

—Yo fui quien te trajo hasta aquí y te tengo una propuesta. —surgió la voz de las Catacumbas.

Curiosa, Audrey aguardó.

La hoja de la espada simulaba a un espejo que reflejaba tanto el lado de Ben y Mal como el de Audrey; una parte del rostro de la muchacha era bella, pero en la otra, su belleza se desmoronaba.

—Yo no te engañaré, hija de la Bella Durmiente. Mi poder radica en poner pruebas a los que osan venir a mí para reclamar sus tesoros. Es tu turno —La chica no se movía—. Coge el arma que tan orgullosamente portó tu padre antes de ti y gánate tu tesoro: tu preciada belleza.

La chica se siguió sin mover.

El reflejo se esfumó y el rostro de Audrey con ello, volvió a su normalidad. Audrey estaba ansiosa. Le habían puesto en bandeja de oro lo que rogaba recuperar. Al menos, una de esas cosas.

—Cógela y dale un roce a la reina de Auradon con ella. Uno solo... y tu apariencia hermosa se sellará. Si fallas, la maldición dormitará en ti por la eternidad. La espada te dará habilidad.

Mal perdió la seguridad.

Marlene estaba copiosamente encantada.

—Tómala, princesa. Pelea por tu honor.

La espada estaba a centímetros de Audrey, a su alcance. Levitaba frente a su rostro en una especie de fulgor. Tardó un rato, pero después Mal vio un rasgo singular decorando la mueca de la chica. Una mancha en el alma que guía hacia el rumbo incorrecto.

—Una villana. Supongo que está dicho.

Audrey asió la espada y el brillo se acentuó todavía más en la hoja...

y atacó.

Los reyes lograron esquivarla en múltiples ocasiones, pero la princesa no se rendía.

—No tenía esto en mente cuando retamos a las Catacumbas, príncipe. Lo siento.

Se escondieron detrás de grandes trozos de tierra que habían caído por los temblores.

El rey le acarició las mejillas con las manos y le sonrió.

—Tomé una decisión y esa es luchar siempre a tu lado. Por lo que creamos que está bien.

Mal deslizó delicadamente los párpados y colocó suavemente su mano en la de Ben, que la tocaba con ternura.

El gesto la motivó a confesarlo:

—No te reconocí, cuando le hablaste con ese... rencor. Había algo diferente. Fue por unos segundos, pero jamás creí que pudiese sentirme... —tomó una pausa. Le estaba costando sacarlo como si le aplastaran la garganta con las brasas más ardientes— alejada de ti.

Él cayó en un abismo. No era literal, pero así se sintió.

—¿Te sientes alejada ahora?

Tomó la cara de Mal como confirmación.

El arrepentimiento surcó cada facción de su esposa.

¡Te amo! —lo jaló hacia ella, con fuerza. Con tanta vehemencia como pudo para recalcarlo. No se iba a permitir descomponerse en ese momento. Ni que él lo hiciera—. Es justo por eso. El hombre por el que mi corazón ruge no hace juicios apresurados. Mira, no sé si es una villana o no...

—Lo es. ¿No ves lo que está haciendo? ¡Te quiere atacar! Aun después de todo. Presume inocencia, pero es mentira.

—No quiero que por mí odies. No quiero que lleves eso dentro de ti. Por favor.

Ben tenía la intención de escucharla, en serio que sí. Le decía algo importante. Y deseaba con fervor verla tranquila, pero no podía aceptarlo: el que hubiera razones para que alguien la lastimara.

—Ella no merece oportunidades.

No merece oportunidades.

Y con esas tres simples palabras, Mal se quedó estática.

Procesando que esa frase hubiera salido de la boca de Ben.

Entonces oyó pasos. Iba a hacer algo, pero su esposo reaccionó antes que ella y la posicionó a su espalda. Entonces pasó y era como si hubiera dejado de respirar. La princesa tenía la espada contra Ben.

Sin embargo, su rey tenía de la nada también una espada en las manos, deteniendo a la Espada de la Verdad hoja contra hoja.

Estupefactos los tres, se quedaron como inmovilizados en el tiempo. El ruido lejano de las Catacumbas presentes, derrumbando tierra, se volvió una parte insignificante. Desde la distancia, notó que la princesa de DunBroch los miraba. Antes se pavoneaba, esperando con el corazón podrido cómo terminaba lo de ellos tres. En ese momento torcía la boca con impaciencia. 

Ben hizo un movimiento firme y de tajo, aventó la espada de Felipe lejos. Pero en cuanto se levantó, la Espada de la Verdad reapareció mágicamente en la mano de la chica.

La rabia en los pómulos de Audrey se interrumpió para dar lugar a la sorpresa. Ben dejó la espada en posición, con elegancia y enojo. Y determinación. El latido de Mal se estancó.

¿A qué estaban jugando las Catacumbas Infinitas de la Perdición?

—Debiste quitarme esa maldición —primero se dirigió especialmente a M. Los labios imposiblemente rojos de Audrey eran una línea—. Debieron escucharme.

Y comenzó.

Un espadazo y otro en respuesta. Ben captaba cada uno, pero Audrey también. La princesa la lanzó hacia los pies y el rey se movió. Audrey aprovechó el momento y fue hacia Mal, que claramente haría maniobras para evitarla, pero su esposo se interpuso y empujó a su contrincante, tratando a la vez de irse hacia sus muñecas y el pomo. Ella intentaba desprenderse, así que en breve hizo tremendo movimiento con los pies para hacer caer a Ben. 

Caminó hacia él, que estaba desprotegido porque la espada se encontraba algo lejos. Era obvio que el ataque no era solo para Mal.

La reina hizo el amago de ir, cuando Ben le negó con la cabeza. Audrey tenía la espada ligeramente inclinada, sin hacer nada; para cuando al fin se decidió, Ben agarró la hoja con las dos manos en un ademán ágil, recorrió los dedos hacia el pomo y la incrustó en el suelo con fuerza. La iba a inclinar para romperla; a un segundo de hacerlo, la Espada de la Verdad nuevamente regresó a Audrey y, raramente, la de Ben a él.

La situación se ponía cada vez más caótica, pero ya no dudaba que ese fuera el reto. ¿Pero qué era exactamente lo que esperaban los túneles?

Mal ya no se quedaría como tonta aguardando un espadazo, que esa desconexión con su esposo se agrandara ni que el ente mágico al que retaron se cansara y los sepultura bajo sus escombros.

Se subió a uno de los que ya habían caído y exigió:

—¡Tú, hiciste un trato con Maléfica! ¡Dime de qué se trata! ¿Tiene que ver con Audrey?

No hubo respuesta.

—¡Responde!

—La necesitaba para crear el reto que me propusieron y tuve que ofrecer algo a cambio.

—¿Es eso o va más allá?

—No tengo intenciones de contribuir a los planes maléficos de esa hechicera, si es tu pregunta, alteza.

Mal respiró aliviada, momentáneamente.

—¿Mal? —oyó a Ben y volteó lo suficiente para verlo distraerse y perder su arma. Pero el chico se recuperó y siguió defendiéndola.

—¿Y Audrey?

Suponía que no le contestarían y así fue. Cambió la pregunta.

—¿Qué me hará esa espada si me toca?

—Morirás —así de fácil, como si no significara nada.

No era que no sospechara que la haría mucho daño, pero no se había atrevido a considerar esa posibilidad.

—¿Por qué? Es... es una simple espada.

—Tu madre era un dragón cuando esa "simple" espada la atravesó. Y ella no toma superficialmente esa forma, es un verdadero dragón al hacerlo. ¿Sabes por qué la Excalibur es tan poderosa?

—Su hoja está impregnada de magia —contestó Mal, hilando y palideciendo—. La Espada de la Verdad fue bañada por sangre de dragón —no teorizó, lo afirmó.

Leyó sobre la sangre de dragón en su libro. Era tan letal como poderosa.

La Emperatriz del Mal sabía que era la única forma en que podía matarla. Sin escape. Sin que su marca la protegiera de sus maldiciones. Y no necesitaba más que un rasguño, cualquier herida mínima que le sacara sangre.

—¡Ben! ¡No dejes que te saque sangre la hoja! ¡Deja de pelear!

—¡Lo haré cuando estés a salvo! —como si fuera un canto de guerra, se opuso.

—Maldición —murmuró. Tener el papel total de espectadora de la escena inimaginable enfrente, era horroroso. Era la reina y quien peleaba por ella, el rey. ¿Entonces cuál era el motivo de que no se sintiera así en absoluto?

Para lo siguiente, ya no gritó, susurró.

—¿Por qué me contestas?

—Porque parece que has descubierto la clave para vencer y mereces este beneficio. Pero tú, reina Mal, no eres suficiente. Y mi paciencia se agota.

Ese fue el fin de la conversación.

Se bajó del escombro. Tenía que concentrarse en Audrey.

Audrey era su prueba.

Y esta blandía la espada, ya no con ira. Lo hacía como un movimiento automático, como si ya se estuviera cansando de sostener algo pesado que hubiera estado cargando sobre su ser y quisiera ceder y aceptar la oscuridad que le llamaba con fuerza.

Vistes como una villana, porque todos te ven así. Los reyes te ven así.

Puede que nos sorprendamos si nos atrevemos a mirar más de cerca.

Debieron escucharme.

Mal lo decidió. Encauzó hacia Ben, lo jaló del brazo y corrió. Él medio opuso resistencia, pero fue con ella, confundido.

Lo hizo meterse en una abertura con ella.

—Creo que no estamos haciéndolo bien.

—¿Con la Isla? —le preguntó verdaderamente aturdido el rey. Incluso decepcionado.

La reina se apresuró a negar.

—No con la Isla, mi amor —con los ojos poderosamente puestos en él.

—No —sentenció él en cuanto lo comprendió.

—No estoy justificándola, nunca lo haré, pero no empezamos bien. Esta es la reacción que Maléfica quería de ella. Por eso la liberó. Porque los tres terminaríamos llegando a este punto, donde Audrey se corrompería para ella obtener la Espada de la Verdad. Esa espada es más peligrosa de lo que imaginé.

Ben bajó la cabeza y dejó caer la palma de Mal en la de él, la mano de sus anillos. Pensaba en que pudieron estar ahí mucho antes.

—Te dañó. ¿Por qué la defiendes?

—Porque... porque he visto en ella la tristeza y la indecisión. Y por experiencia sé lo fácil que se convierte en ira. Y si nadie confía en ella... Tú confiaste en mí. Y aquí estoy, siendo tu chica de cabello morado.

Más tierra caía del techo y más crujía el suelo bajo sus pies, furioso y de algún modo, igualmente arrogante. Ben también se percató de ese detalle. Las Catacumbas no estaban felices.

El sonido fino de los tacones lo alertó y Ben se escabulló del recoveco.

¿No le iba a decir nada?

Ben y Audrey prosiguieron su batalla como si la interrupción quedara en una nimiedad. Se sintió vacía al no reconocerlo. A su amor. A su Ben.

Pero se adelantó. Ben manejaba la espada con menos certeza. Su mente no estaba del todo ahí.

Audrey gimoteó.

—¡Ella me hizo quedar mal frente a todos y no hicieron nada para detenerla! —gritó, con las mejillas ardiendo en sentimiento—. Yo no quería hacer esto.

—Tú misma te hiciste quedar mal y lo sabías. ¡No eres ninguna víctima!

—¡Ya lo sé!

Ben hacía el amago de dar otra protesta, pero la bilis se deslizó de sopetón de vuelta a su garganta. La miró pausadamente.

—Lo sabes.

Las lágrimas salían a borbotones de los ojos frustrados de la chica.

—He tratado de entender este cambio los últimos días y su discurso, pero ya me cansé... No sé cómo. Y ya nadie me quiere ni cree en mí. Lo arruiné ¿y... y cómo podría repararlo? No... no se puede. No soy fuerte, solo sirvo para cantar, deslumbrar y hacer cosas buenas y una de esas puede que ya no la tenga y la otra resulta que es una mentira que me repetí a mí misma toda mi vida. No soy buena.

El rey estaba perplejo. De la nada, el viento había cambiado su curso y el de la historia. Audrey volvía a ser la misma imagen de la chica patética en el celda. Sin embargo, Mal la consideraba patética por aparentar, pero cabía la posibilidad de que no lo hubiera percibido del todo bien. Esa chica en realidad lucía... perdida.

—¿En verdad eres una bruja sin corazón? —preguntó Mal.

—¿Qué? —se sacó de onda Audrey.

—En la celda me dijiste que no eres esa bruja sin corazón que creo —contestó. Incluso antes de que las palabras flotaran en el aire, lo determinó—. Demuéstralo.

—¿Demostrarlo? ¿Eso... eso qué significa?

Mal se puso frente a Audrey y esta vez Ben no se lo impidió.

—Apenas lo entendí —expuso Ben, que quiso urgentemente sacudirse toda esa fealdad que hasta ese momento tuvo la claridad de que había estado alojando por días—. Los buenos líderes no señalan así. No sin saber la historia completa. Yo... lo siento —susurró hacia Mal. Eso sí saldría de la boca de Benjamín Florián.

—¿Es una trampa? —preguntó Audrey con recelo.

—Es una oportunidad —contestó Mal—. Habla.

El recelo perduraba aferrado a no aceptar que ocurría, pero el enojo se disipaba como si los temblores de los túneles se hubieran ido con él. Ben tiró la espada al suelo y se quedó allí, aguardando con Mal. De pronto, Audrey lo vio claro. Esperaban juzgarla tomando en cuenta el otro lado. El otro lado, pensó ella.

—Hice todo lo que dijo Uma, quería deshacerme de Mal —inició, queriendo obligar a su voz a salir—. Estaba harta. Crecí creyendo que una persona era buena y amable como los pájaros cantores o cruel y egoísta como los cuervos negros y cada una pertenecía a su parte concreta de acuerdo al lugar donde nacía. Al contrario de ti, Mal, pero lo mismo. Maléfica te enseñó que esa división estaba bien, pero tú llegaste y al ustedes hacerse novios era como si hubieran cambiado la reglas del juego... y yo no lo soportaba. Porque mi vida me encantaba tal y como era —reconoció y en el reconocimiento había una sinceridad desconcertante.

—Todos me adoraban. Mis padres, mis amigos, el reino. Era "perfectamente buena". Cada cosa que tenía y me gustaba la fui perdiendo. Cuando me di cuenta, el que Mal estuviera a un pie del trono, me enfureció. Me rompió. Si ella tenía la corona, dejaría que más hijos de villanos vinieran y no iba a parar. Ya tenía suficiente con que paseara por los pasillos y nadie me tratara como antes, solo como una princesa más —resopló—. Sí, Mal, me presté a llevarte con Marlene, consciente de lo que te haría.

—Pero cuando vi a Marlene regodearse con esa maldad.... y la forma en que me miraste al darte cuenta que me alié con ella para tal... vileza, me acordé de la razón por la que llegué hasta ahí. Por los hijos de villanos, porque la futura reina era uno de ellos. Porque no los quería por resultarme malos y yo... —se estremeció y su cara adquirió un color enfermo— yo era la mala. La verdadera. Entonces te dije que nos fuéramos, pero te negaste. Querías detenerla a toda costa ya que te habías dado cuenta que confabulaba con los villanos. Yo te seguí insistiendo y te volteaste hacia mí, hecha un relámpago y me espetaste que me largara, que ya había hecho suficiente y lo único que tú querías era estar con Ben, más allá de cualquier título real y en eso...

—Marlene me maldijo —acabó Mal por ella—. Sé que no tendrías que ver con el escape de los villanos, pero ¿por qué no le dijiste a nadie? Pudiste haber... —dejó de hablar en seco y parpadeó—. Tampoco recordabas nada como yo, ¿verdad?

—No. El mismo día que Ben, Jay, Evie, Carlos y Doug se fueron a la Isla, yo partí a Sleeptown. Llevaba días con terribles dolores de cabeza y quería descansar antes de los Días de los felices. Pero no eran meros dolores de cabeza, era magia oscura y mis madrinas pronto lo entendieron —contó—. Ellas me liberaron, y al hacerlo, recordé mi alianza con Marlene y... ese encuentro.

—¿Y Jay? —indagó Mal, ya que tarde o temprano tenían que llegar a él.

Audrey se vio repentinamente cabizbaja.

—Estaba tan asqueada de mí misma y tuve la necesidad de confesarlo, porque creí que me haría sentir menos... pesada. Sin embargo, no podía concebir que alguien que me importaba se enterara —se tensó y su oración se articuló con la misma resistencia que la porcelana—. Menos mis papás.

»Cuando Jay se acercó, vi una oportunidad. Él podría comprenderme, me convencí —compuso una mueca de ironía—. Y en parte así fue. Él me dijo que lastimé a demasiadas personas, pero que aún podía arreglar algo si decía la verdad y mi arrepentimiento era cierto. Me advirtió que en cuanto regresaran tenía que hablar, o él lo haría. Al final cortó conmigo por ser una...

Dejó las palabras enterradas en su garganta, pero no hacían falta.

El silencio bailaba raramente entre ellos.

—Merecía esa celda.

—Sí —atajó Ben enseguida, dejando de danzar su mirar sobre su reina.

—Sin embargo, no eres una villana —afirmó Mal—. He pasado media vida entre ellos y no podría decir jamás que suelen arrepentirse.

—Pese a eso, todavía tienes la espada contigo —señaló el rey. Audrey deslizó los ojos sobre el arma.

El pecho de la princesa subía y bajaba trémulamente, ofuscada por detenerse lo más que pudiera en su reflejo en la hoja.

—Ya no seré nunca yo si la suelto.

Ben suspiró con desgana.

—Perdón por terminar contigo así, en frente de toda la escuela.

Con presteza, Audrey alzó la vista.

—No, —Mal dijo claro y fuerte—, eso fue mi culpa. Te había hechizado.

Con dulzura, Ben besó el pelo de Mal.

—Y seguí loco por ti cuando la magia se fue, porque siempre fue real. Te lo dije.

Mal sonrió y cuando su corazón se calmó un poco de tanto retumbar, miró a Audrey.

—Los dos. Los dos te pedimos perdón. ¿Podrías perdonarnos?

—Yo... —rechistó—. En realidad, yo no amaba a Ben. Creo que era más el haber dado por hecho que sería la reina.

Se encogió de hombros, apenada.

—¿Entiendes por qué quisimos sacar a los isleños? —preguntó Ben.

Genuinamente, Audrey no se sentía capaz de dar la respuesta correcta. Mal continuó por su esposo.

—Audrey, ser reina no se trata de solo saludar y verte bonita. Estoy segura que Ben piensa que soy la mujer más bonita, me lo dice constantemente, pero sé que no es por eso que me aprecia como su reina. ¿Te preocupaba que más isleños fueran a vivir a Auradon? Lo harán y tendrás que vivir con ello, pues ellos no van a pagar por los errores de sus padres.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque este es el momento en el que decides el papel que quieres tomar en esta nueva realidad que Ben y yo queremos construir, sabiendo que... la hija de una villana es la reina.

Se volvió hacia su esposo y juntos retrocedieron un poco. La decisión descansaba ahora enteramente en la chica de rosa.

Entretanto, no pudo evitar reparar en cómo Ben la contemplaba. Sintió una oleada de nervios todo el tiempo que logró no echársele encima.

La princesa de Sleeptown los atisbaba profusamente. Aparecieron arrugas de molestia en su rostro y asió con coraje la Espada de la Verdad. Ben dejó caer su brazo sobre la espalda de Mal.

Pero Audrey no se dirigía a ellos, aventó la espada a las profundidades del túnel. En cuanto se escuchó el golpe contra el piso, la maldición de Maléfica se cernió de nuevo sobre ella. La cosa era que ese golpe no simbolizó solo la renuncia de Audrey a su belleza.

Ben y Mal le hicieron una ligera inclinación de cabeza a la chica, quien devolvió el gesto con una pronunciada reverencia.

—No podría no perdonar a quienes se aman con esa pasión, mis reyes. Sí.

—¡Aquí están! —gritó alguien desde esas mismas profundidades.

—¿Ése fue Carlos?

Después surgieron tres figuras, lo cual contestó la pregunta de Ben. Los VK's corrieron a abrazarlos.

—No es que no nos alegre que hayan venido, ¿pero qué hacen aquí? Las Catacumbas están por desmoronarse. Debemos salir —avisó Ben.

—¿Las Catacumbas? —se apartó Evie—. ¿Es por eso que la Isla todavía no se hunde?

—¿En serio?

Carlos lo explicó.

—Desde afuera lucía como si los túneles dirigieran más de su energía aquí y la hubieran desenfocado de la Isla.

Mal y Ben trabaron miradas y al siguiente segundo, el rey envolvía a su reina, ambos tomando con ahínco los labios del otro. Pero al volver irremediablemente al suelo, él la aferró y  acomodó su coronilla en la de ella. Mal pensó que eso estaba muy bien, porque de todos modos no tenía pensando salir enseguida de su brazos.

—Okey. Mientras ellos se enamoran más, ¿alguien me puede explicar qué hace la Princesa Malvada ahí con esa cara? —dijo Jay.

La sonrisa de los reyes aun así, no se quebró y fueron hacia Marlene.

—Ah..., esta. Upps. Se me había olvidado por completo —sonrió Mal.

—Me da igual que hayan conseguido engatusar a esta insignificante princesa. Yo soy la más leal..

—¿De los sirvientes de Maléfica? —la ayudó Ben, en el mismo tono travieso de su esposa.

—La mano derecha de la gran Señora de las Tinieblas, la más grande hechicera. Ella vendrá por mí.

Mal sacudió la cabeza y levantó la mano a la altura de su cuello con la palma como extendida hacia Malene, quien frunció la cara. Los ojos de Mal brillaron de esmeralda y el collar se arrancó sin tacto de su pecho, cayendo delicadamente en la palma abierta de la reina de la Isla de los Perdidos y Auradon.

—Creo que yo haré mejor uso de mi propia magia, mi nueva prisionera.

Marlene gruñó y fue hacia la reina para atacarla. Pero esta alzó la palma y la chica de rizos anaranjados se paralizó.

—¿Qué hacemos con ella, mi rey? —indagó, rodeando a Marlene. Puso el puño sobre su mentón, pensando—. ¿La enviamos con sus amigos de máscaras extrañas? Oí que sus venganzas son memorables.

—No lo harías —resolvió la otra.

—Claro que lo haría y yo también —dijo Ben, escupiéndole la bilis con solo una mueca—. Lamentablemente sería demasiado que procesar para tus padres. Aun así, buscaremos algo a la talla de tus acciones.

—Mientras tanto, voy a probar un nuevo truco de magia. ¿Carlos, dónde está Haizea?

—Luego de llevarse a nuestros padres, dijo que nos esperaría en el Faro Destrozado.

—Tendremos que arrojarle basura —afirmó M. Ben besó su mano con cariño y la dejó ir a hacer sus cosas de bruja.

Mal deshizo el parálisis de Marlene para hacerla agacharse, y en lo consiguiente, hacerlo ella.

—Verás, Marly —se burló—, una reina nunca debe agacharse ante alguien como tú.

Acto seguido, la verdadera hechicera sostuvo contra la tierra su piedra verde y musitó en voz muy queda. Se formó un pequeño círculo alrededor de Marlene.

—¿Y qué? ¿Simplemente irán a atrapar a todos los villanos que permitieron que se les escaparan?

—Sí, pero esta vez no nos basáremos en el miedo —respondió el rey.

Dio la impresión de que Marlene tenía la intención de balbucear más, pero la magia del círculo la tragó y cualquier rastro de fulgor en la tierra desapareció.

—Ya era hora, ¿eh? —comentó Carlos.

—Sí, ahora todos podemos coleccionar talismanes —bromeó Jay y mostró a la vista de todos la Cobra Dorada.

Evie hizo la mismo con la Manzana Envenenada y Carlos con el Anillo de la Envidia.

Los reyes les sonrieron, orgullosos.

Eso les hizo recordar algo.

—¿Cómo se enteraron que estábamos aquí?

La respuesta fue interrumpida por un pedazo enorme de tierra que colisionó cerca de los VK's, quienes lo alcanzaron a evadir gracias a la agilidad de Jay para hacer a un lado a Evie y Carlos.

—Ustedes nos dijeron que viniéramos —reveló Evie, confundida—. Oímos la voz de Mal en nuestras cabezas.

—Vámonos —los apuró Ben, con el terror cruzándole el rostro.

Mal puso frente a ella la piedra.

—Todos toquénla —El desconcierto de los VK's y Audrey dio la impresión de paralizarlos, pues nadie se movía—. ¡Ahora!

Pero un graznido se propagó como espiral en el lugar. Era el cuervo de Maléfica que entraba volando. Mal maldijo entre dientes. No obstante, al girarse hacia sus amigos, medio techo se despedazó entre ellos, separándolos y todo se puso negro.

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