Capítulo 37. La que se fue para volver
Dedicado a todos aquellos que realmente les guste mucho el personaje de Uma
y que no esperaban que yo la escribiera alguna vez.
Canción del capítulo
Ya te superé - Pablo Flores Torres. Feat. Hitomi Flor
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Tenía el cabello a medio tono morado, pero el relajo de abajo se había detenido cuando volvió a mirar. Después pasó a Uma. Sobre su pecho, la concha marina resplandecía de un color que Mal no supo descifrar. Se preguntó si brillaba del modo que lo haría estando bajo el océano. Fuera cual fuese la verdad, estaba paralizando a todos en el barranco.
Una carcajada surcó el aire.
—Así está mucho mejor —alargando las palabras, seguido de una risa bastante expresiva—. Ese par de locas me irritan.
Mal ni siquiera se atrevió a inspeccionar su cabello; ya libre del encantamiento al que la sometía Uma instantes atrás, no tuvo mayor problema en dirigirle una mirada agria.
—Veo que te siguen gustando las entradas dramáticas —le reclamó.
Mal retrocedió un poco para entrelazar sus dedos con los de Ben, quien seguía con cara de dolor, lo cual probablemente se debía esta vez al estado de su cabello. O eso esperaba.
—Me gusta recibir cómo se debe a los hipócritas —contestó con una sonrisa—. Recordarte primero nuestra bonita historia me pareció buena opción.
—Buen truco mental —le concedió Malcy—. Tu especialidad, supongo.
Uma pintó incredulidad en su cara ante el cumplido.
—A decir verdad, no fue complicado ponerte esos recuerdos en primera fila. Al parecer, la Isla está muy fresca en tu mente —repuso, ávidamente intrigada—. No sé cómo: no leo mentes, más bien manipulo. Pero es curioso.
Mal dio una miradita rápida adónde estaban Mim y los demás, concentrándose en la bruja mayor y el objeto robado de su antiquísimo rival en la mano.
Jay y Ben la imitaron y echaron un vistazo. Por el apretón de este último y el asentimiento de su amigo más atrás, parecieron entender lo que Mal se proponía.
Jay se abalanzó hacia adelante, ejecutando su mejor sonrisa de pendenciero.
—Eh, Uma, tanto tiempo. Al fin te vengaste de Mal, ¿eh? Y tu cabello no está nada feo. ¿Sin rencores?
Ella levantó una ceja y se rió, aunque era de coraje, superando por mucho la mueca agria que Mal le dedicó.
—Mal hizo más que echar a perder mi cabello.
—Sí, claro, también cortaba las cabezas de tus muñecas y blablablá.
La chica se dirigió a Mal.
—¿Qué? ¿Dejaste a los otros dos en la Fortaleza? —preguntó—. No sería raro viniendo de ti dejar a las personas atrás.
Mal intentó mantener la compostura, aunque era difícil cuando no sentía tan alejada la verdad de lo dicho por Uma.
—¿Qué quieres, Uma? Supongo que ni con esa vena competitiva tan tuya podrás mantener mucho tiempo tu hechizo —subrayó—. Y sí, ya lo dijo Jay, te vengaste. Felicidades.
Pero Uma no sonrió. O Mal le había quitado la satisfacción al no hacer tanto alboroto o la venganza a una travesura infantil (un poco maliciosa, eso sí) no le causó la gracia que soñó. Optaba un pillín más por una mezcla de ambas.
La hija de Úrsula se encogió de hombros y cogió con una mano la concha de su madre.
—Mi madre estaba tan contenta con zambullirse de nuevo en el océano que me hizo un pequeño regalito —sonrió osadamente—. Ya sabrás que siendo hijas de quienes somos esto no ocurre seguido.
—Eso es algo que no sucede con frecuencia en la Isla de los Perdidos, no solamente con nosotras —Mal no supo ni de dónde salió esa respuesta, pero le sentó peor que el baño de viscosidad que le había preparado la brujita del mar.
La susodicha juntó las cejas como si hubiera esperado cualquier respuesta, menos esa.
—Pensé que habías hecho todo por dejar atrás la Isla de los Perdidos.
—Ya basta —la confrontó Ben.
Uma se puso a observarlo, y Mal comprendió que no con más aprecio que a ella. Eso la agarró desprevenida. Lo apretó con más fuerza.
—Les tengo un trato —dijo simplemente.
—Un trato —repitió Mal escéptica.
—Eso mismo, Mal, aunque no lo creas. Puedo cumplir mi palabra.
—Sí, seguramente. Como tu madre. El problema con ella es que siempre hace lo más sucio por no verse obligada a cumplirla.
—No creas ni por un momento que voy a rogar que confíen en mí —puntualizó—. Después de todo, yo no soy su único problema ahora mismo —y desvió la vista a la barranca.
Mal la siguió y se percató que Uma realmente debía estar interesada en tal trato porque ese hechizo no duraría mucho más de unos minutos y la situación le alertaba que al romperse, las cosas se pondrían sí o sí feas para ellos. Cruzó miradas con su esposo y vio que como a ella, también le picaba mucho la curiosidad enterarse de lo que movía a Uma.
—Bien —accedió Mal.
Uma empezó a caminar hacia ellos.
—Voy a dejarlos ir.
Los tres enmudecieron y observaron cuidadosamente a la chica.
—Tiene que merecer entonces una condición bastante buena para ti —aventuró Jay.
Una gran mueca de picardía adornó la mirada de Uma. Lucía feliz. Mal sintió que se le pinchó el estómago. Sabía que venía lo malo, pero aun así trató de no mostrarse intimidada.
Ni Ben ni ella agregaron algo, así que Uma siguió avanzando hasta detenerse justo frente a ellos. Y lanzó la bomba.
—Quiero que dejen escapar a toda la Isla de los Perdidos.
—¿Qué? —exclamaron Ben y Mal al unísono.
—Es el trato —respondió con altanería—. Supongo que muy sencillo para ustedes.
Mal rió con furia.
—Supones terriblemente. Tus amigos-compinches o lo que sean, se encargaron de mancharme ante mi reino.
—Y no es posible lo que nos pides. No podemos sencillamente bajar la cúpula y ya. Es la peor decisión que mi esposa y yo podríamos tomar como reyes.
—La peor decisión ya la tomaron otros reyes al encerrarnos en esa isla —expuso Uma con rencor. Les dio la espalda y replicó—. Mal viene de ese montón de basura, pero con ella no pasa nada porque la amas, ¿no?
Ben se quedó perplejo.
—La amo porque su corazón es el más precioso. Ella demostró merecer más. Así como Jay, Evie...
—Y Carlos —completó Uma por él, blanqueando los ojos—. Sí, parece que hasta ahí quedó la demostración.
Uma se dio media vuelta y se acercó tanto al borde que por un segundo Mal habría jurado que se aventaría, pero en su lugar se viró hacia ellos y les señaló su concha. Seguía resplandeciendo, pero considerablemente menos que cuando le vertió a Mal la sustancia pegajosa.
—¿Por qué quieres esto? —preguntó Mal.
Uma alzó una ceja y cruzó los brazos.
—Quiero que se haga lo que tú debiste hacer desde el inicio.
—Hay algo más —aseguró Ben.
—Eso no les importa —se encaminó de nuevo hacia ellos y frunció los labios—. El barranco está a nada de empezar a moverse, así que les sugiero que decidan pronto. Si deciden mal, no haré nada para detener a esas maniáticas —Sonrió—. Hasta les voy a echar una mano.
De dos cosas Mal podía mantenerse segura: la primera era que Uma estaría encantada de pelear contra ellos, pero cierta cosa la detenía, algo incluso más poderoso que su odio por ellos.
—La diversión de esas brujas no es tu ambiente, sé que no lo es, lo he visto. ¿Por qué regresaste? —razonó Ben.
—Hum. Así que por eso sobreviviste en la Isla. Y aquí. Pones atención. Eres listo.
Mal refunfuñó.
—Claro que lo es.
—Relájate, Mal. Aunque quisiera (que por supuesto que no es así), tu Ben es todo tuyo. Marlene lo intentó y no le fue nada bien.
—No me cuesta creerlo —replicó fluidamente, con orgullo, sin ponerlo en tela de juicio. Ben atendió a la confianza de su esposa con emotividad—. Mi esposo tiene razón, ¿por qué estás aquí?
—Reconozco tu fuerza. Tarde o temprano despertarías y sabía que apenas te enteraras de nuestro escondite, vendrías.
—¿Nos esperabas? —concluyó Jay.
—Por las almejas. ¡Hasta antier había todo un grupo de villanos adentro! ¿Cómo Hadie pudo hacer sus cosas de antihéroe sin que lo descubrieran? Mandar un mensaje a esa red, ir a hablar con los duendes... Sin que lo supiera, yo lo ayudé a crear distracciones. Los villanos no le tomaron importancia a Hadie, pero agh, el que su apegada melliza se quedara..., algo no olía bien.
—¿Querías que Mal y yo estuviéramos... juntos?
—Para formularles mi propuesta.
Se fijaron concienzudamente en ella. No había diversión en sus ojos ni sonrisa amenazadora en sus labios. Había algo que la brujita del mar no les estaba contando.
—¿Qué pasa con la Isla de los Perdidos? —insistió Ben.
—Es mi hogar.
Jay frunció el ceño.
—Pero ya estás afuera, ¿por qué te importa tanto si los demás salen o no?
Uma rechinó los dientes.
—El trato —los apresuró—, ¿sí o no?
Mal parpadeó y alzó la vista hacia Ben. Él asintió. Respiró hondo y soltó su mano.
—En ese caso, veamos quién gana —comentó con suficiencia.
Uma se le quedó viendo, muy decepcionada primero. Después dio tal risotada, que era como si acabara de descubrir a la Mal que esperaba.
—Estás pérdida, Mal. Evítate la humillación.
—Hasta dónde sé, la humillada nunca fui yo, —y sonrió como pudo— Calamarita.
La sonrisa de la chica de cabello turquesa se hizo mordaz y furiosa como el trueno de mil relámpagos con toda la intención de freírla. Mal le pasó por un lado. Estaba decidida a descifrarla.
—Yo jamás, pero jamás dejaría caer esa cúpula. ¿Por qué crees que querría dejar salir a más personas como tú, eh? —continuó lo más convincente posible, sintiendo que en realidad quería vomitar. De repente agradecía no estar tan cerca de Ben.
—Más personas como yo —repitió Uma en un tono demasiado peligroso, tanto como el agua que repentinamente se balanceaba en sus manos—. ¿Como tu nueva amiga, la hija de Hades?
Debía de tener una reacción que valía la melodía de las conchas para la chica, dado que esta no permitió que escapara la oportunidad de regocijarse.
Luego trató de adoptar nuevamente una expresión neutral.
—Haizea es una buena chica. Por mí puede salir de esa montaña de chatarra cuando todo esto acabe.
—Haizea —Uma arrugó la nariz como si su simple mención le resultase fastidiosa—. A veces creo que ni ella misma sabe en cuál bando está.
—Ah —dijo Mal—. ¿Y tú? Seguramente estás segura de en cuál estás.
Uma flaqueó un poco. El modo en que amenazaba a Mal con el torbellino de agua vaciló.
Mal esbozó una atrevida sonrisa, dada la circunstancia en que se hallaba.
Uma hizo lo contrario.
—Evidentemente, del que me sacó de esa montaña de chatarra —concentró su mirada tanto en ella como en Ben—. Y me temo que no fue ninguno de ustedes dos.
Y sin más, la brujita del mar se fue del todo contra ellos.
Mal estaba tirada en el suelo por el torbellino que Uma le había lanzado, tosiendo y tratando de reincorporarse a varios metros de donde estaba. Jay volteó hacia todos lados buscando a Ben. Entornó bien los ojos y se dio cuenta que como estaba tomando la mano de Mal, también había sido despedido (aunque él un poco más lejos que ella). Sin embargo, a Jay no le había hecho nada.
Miró la enorme roca en la que se escondían y descubrió que la espada de Mal seguía tirada ahí. Contra una bruja iba a ser una simple baratija como las que robaba para la Tienda de Cachivaches de su padre, pero ¡bah! Se había defendido con menos en la Isla de los Perdidos ¿qué no?
La hija de Úrsula le daba la espalda, yendo con una cara indescifrable hacia Mal, quien no parecía estar todavía en sus cinco sentidos. Estaba completamente mojada, titiritando y con el cabello destrozado. Eso pudo haber sido una imagen puramente horrorosa, pero la cara que trazó al encontrarse a Uma delante de ella pudo haber obligado a retroceder a cualquiera. Jay sonrió y se apresuró a ir a lado de Ben.
El rey estaba tan hecho polvo como su reina, pero al no verla a su lado casi se paró de un salto.
—Hey, hey, espera, hombre enamorado. Mal ya se está encargando —le advirtió Jay—. Y eso debió doler. ¿Estás bien?
Ben tardó un segundo en asentir. Luego observó a la distancia la batalla de miradas mordaces entre Mal y Uma y se volvió hacia Jay.
—Mal debe bajar por la varita. Nosotros nos encargaremos de Uma.
—¿Cómo haremos eso sin que nos convierta en pobres criaturas de mar?
Se vio un atisbo de sonrisa en la cara de Ben.
—Por favor, Jay. No es Úrsula.
Jay se encogió de hombros. La pequeña sonrisa del rey se congeló; Jay siguió la dirección de sus ojos. La luz en la concha de Uma estaba a casi nada de apagarse. Después de eso...
—Conoces a Uma desde la Isla —le comentó Ben—. Tiene que haber algún modo de entretenerla.
Jay pensó, alcanzando la única baratija que tenía para enfrentarla. Un segundo. Examinó más detenidamente las espadas.
—Uma es una pirata... o algo así. El punto es que después de enemistarse con Mal, reunió a su propia pandilla. Ella la llamaba su tripulación. Creo que está muy metida en ese rollo aún —y le ofreció la espada de Mal—. ¿Podrás hacerlo?
Ben la asió con firmeza.
—Ya lo dijiste: estoy enamorado. Además —se puso serio—, Uma tiene un interés sobre la Isla. No sé si... —se detuvo y le dio unas palmadas a Jay—. Vamos.
—Estaba dispuesta a dejarlos ir, Mal y ustedes solamente tenían que hacer lo que es justo —le decía Uma.
Mal estaba plantada firme delante de la hija de Úrsula.
—¿Y quién te ha dicho que necesitamos que nos dejes ir?
Y sonrió con rebeldía. Ambas se pusieron en posición de batalla, cuando a tiempo Ben se interpuso entre las dos, poniéndose como si protegiera a Mal.
—¡Espera!
La hija de Úrsula retrocedió.
—Esto se pone más divertido —dijo—. Pero tu Mal ya me dejó muy clara la respuesta. Se acabó.
—No he dicho nada sobre tu trato —replicó él y enarboló la espada para que Uma la viera.
La chica lo escrutó más de un instante sin dar crédito. Al final sonrió como si le estuvieran dando en las narices el triunfo. Recogió una piedra del suelo y tras deletrear algo se transformó en una reluciente espada.
—Supongo que puedo desahogarme un poco más —y empezó a atacar furiosamente a Ben con la espada.
Jay apartó a Mal casi a rastras, porque no dejaba de observar con una mezcla de perplejidad y fascinación lo que sucedía. Cuando salió del estupor, tenía una cara de evidente embobamiento hacia Ben, pero afirmó con una seña a Jay y se puso en marcha. El hijo de Jafar no tenía idea de cómo iba a hacer Mal para llegar abajo, pero sabía que si alguien podía hacerlo, era ella.
Mientras tanto, la pelea de espadas entre Uma y Ben se estaba poniendo muy intensa. Ben ya tenía varios rasgones superficiales en los brazos, pero movía la espada con una destreza impresionante y hasta había logrado hacerle algo más que un rasguño a Uma. Tenía que reconocer que era un gran espadachín, pero la pirata lo dejaría molido si continuaba haciéndolo solo. Y como todo solamente puede empeorar en esos casos, Uma empezó a desenfocar su atención del rey. Seguramente se empezaba a percatar que Mal no estaba por ningún lado y empujó con tal fuerza al rey con un movimiento de espada que por poco lo tira al piso.
—¿Dónde está? —gritó.
—¿Sonaría muy cursi si te digo que en mi corazón? —le vaciló Ben con una sonrisa, a lo que Uma gruñó y comenzó a buscarla con la mirada.
Al deducir lo que Mal se proponía, Uma no tardó en atar cabos. Bajó la vista a su concha. Todavía le quedaba luz, pero por la curva maliciosa que se dibujó en sus labios, Jay entendió que entre los pensamientos de la chica no se encontraba dejarlos ir y menos sin armarles un buen alboroto. Dicho de otro modo, quería echarles encima desde ya a los villanos.
—¡No! —exclamó Ben en un intento desesperado por detenerla mientras saltaba frente a ella con la espada.
Uma lo recibió, pero ya no a tajos de espada. Lo esquivó para sostener su concha.
Jay se abalanzó rápidamente hacia ella.
—¡Así que una pirata se echa para atrás en un duelo de espadas! —la burló—. No quisiera oír lo que diría tu tripulación.
—Ni lo intentes —le advirtió, virando la caracola.
—¿Qué cosa?
—Conozco tus trucos, Jay. Pero un ladronzuelo como tú no tiene los suficientes contra mí.
—Auch —Hizo una mueca; la verdad ni siquiera se le había pasado por la cabeza robársela.
Uma dirigía la espada sobre él. Jay apenas se alcanzó a agachar, pero el siguiente ataque no lo dio él. Ben había interpuesto su espada. La cara de la hija de Úrsula estaba ahora sí a punto de explotar.
Rechinó los dientes y chocó con fuerza su espada sobre la de Ben.
—¿Enojada, Calamarita? —le picó Jay, aunque pensándolo no era tan buena idea enfurecerla más. Pero bueno, el punto era mantenerla alejada de Mal, ¿no?
Pero ella rió divertida, pero solo como máscara. Después hizo una cara de lo más seria y sin perder contacto visual con ellos aventó su falsa espada a la tierra.
—Upps. Me parece que esto ya terminó y pronto —levantando una ceja y cubriendo un momento la reliquia de su madre— esto igual.
Entonces se echó a correr al límite del borde. Jay intentó seguirla, pero inesperadamente reparó en un ruido en su cabeza muy extraño. Sabía que tenía que ignorarlo porque suscitaba algo más importante en juego, pero... no podía. Simplemente así. Era como un canto que se estuviera produciendo desde el fondo de algo. Era tan bello y tan... peligroso. Como el océano.
Hizo entrecejo. ¿El océano? ¡El océano! Uma. ¡Uma iba hacia Mal!
A lado de Jay, Ben lucía como si acabara de salir de un trance, y Uma ahora estaba del otro lado de la quebrada, justo en frente. Sin embargo, no se fijaba en ellos, tenía los ojos puestos en una melena que definitivamente ya no era morada abriéndose paso entre los villanos paralizados directo a la bruja regordeta Mim.
—¡Está por llegar! —exclamó Jay.
El brazo de Mal empezó estirarse a unos palmos. Aun desde la distancia, su semblante emanaba la más fuerte determinación. Estaba por llegar...
Cuando unas ramas surgieron de la tierra y se comenzaron a enredar alrededor de las piernas de Mal, indudablemente nacidas la mente de la pequeña bruja de melena turquesa. Uma poseía una mirada amedrentadora y su caracola...
Mal alzó la vista y trató de quitarse las ramas, pero daban la apariencia de ser demasiado resistentes. Soltó un grito de furia y luego:
—Te ordeno, te mando, ¡varita a mi mano!
No funcionó. Ben acariciaba con nerviosismo su alianza.
—¡Te ordeno! ¡Te mando! ¡Varita a mi mano!
La varita destelló y Mal se inclinó lo más que pudo.
No obstante, en ese momento hubo algo más que destelló por última vez. Madam Mim sí se movió y juntó con ella todos en el barranco.
—Uma, ¡¿pero qué sucede aquí?! —gritó alguien de muy aguda voz.
—Capturé a los reyes... y a su molesto amigo hijo de Jafar —contestó Uma, tal como si no hubiera ocurrido nada—. Estaban espiándonos.
—También me agradas, Calamarita —bufó Jay, irritado.
—Amor, ¿te hiciste daño? —Ben tomó la mano de Mal.
Pese a estar rodeados de algunos de los peores malvados de la historia, Mal se dijo para sí que si algo se iba a poner feo, Ben tenía que saberlo. Lo acercó a ella y le dio exactamente el beso que se moría por darle en aquel momento en la Cabaña de la Bruja. Ben rodeó con los brazos su cintura y la despegó un poco del suelo, y respondió ese te amo y más. Claro que sé por qué estamos juntos, mi amor, quería decirle con los labios. Deslizó la palma por el corazón de Ben y se apartó.
Contempló los ojos que tanto amaba y estaban rebosantes de felicidad.
Jay los observaba con la boca abierta cuando se volvieron.
—Bueno, ¿qué decías, Uma? —replicó Mal.
Uma estaba sin habla, como los demás. Obviamente querían verlos temblando de miedo.
—¡Esto no tiene sentido! ¡Yo misma mandé a mi nieta a dejarlos a su suerte en la fortaleza! ¿Qué hiciste, Maddy?
—¡Eso hice! —se defendió Mad Maddy y se centró en Mal—. Te tendrías que estar pudriendo ahí.
—Deja eso, Maddy —la apartó Uma a empujones—. Mal ya saldará sus cuentas con todos nosotros. Por dar la espalda a quienes la necesitaron —Pero también se dirigió a Ben—. ¿No es así, Madam Mim?
—¡Sí! —exclamó la bruja, de nuevo alegre—. Vamos a deshacernos de ellos... ¡con un poco de fuego!
—Sin duda le daremos un mejor toque a ese precioso cabello, ¿verdad, reina Mal? —se mofó Mad Maddy.
Ben apretó los dientes y dio un paso adelante, pero Mal lo mantuvo junto a ella.
—¡Ahí está el prisionero! ¡Escapó de su celda! —señaló tontamente alguien entre la multitud. Uma blanqueó los ojos, pero Madam Mim dio realmente la impresión de apenas notarlo.
—Es cierto —Madam se giró hacia los secuaces—. ¿Quién lo dejó salir? ¿quién?
—Ash, ¿eso qué importa ahora? —ilustró Uma.
Mad Maddy se sobresaltó.
—Importa porque teníamos el final perfecto para esta traidora y sus otros traidores amigos cuando la Isla se...
—No te adelantes, querida. Ella tiene razón, —inició Mim con dulzura, pero su expresión se tornó completamente repulsiva de un segundo a otro— ¡por qué no pasar directamente a la diversión! —y agitó la varita con cara de verdadera maniática.
Los tres permanecieron quietos. Madam Mim hizo una rabieta.
Mal sonrió y sus pupilas adquirieron un leve matiz verde intenso. No se volverían a arrodillar ante esas.
—¿Eso lo haría una tonta y patética, Maddy? —la provocó Mal.
—¿Cómo te atreves...? —se enojó la nieta, pero la abuela la detuvo y acortó la distancia entre ella y los tres.
—¿A quién de ustedes voy a destruir primero? Lo único que quiero es que sufran lo más posible —dijo todo eso manteniendo una sonrisa.
Ben rodeó amorosamente a Mal con el brazo para susurrarle al oído. Enseguida llamaron la atención de su amigo de cabellera larga. Jay tragó saliva. Al regresar su vista a Madam Mim, ella los seguía viendo a la expectativa.
—¿Maléfica está en Sleeptown? —preguntó Mal.
—¡Maléfica! ¡Ella no está aquí ahora, muchachita, sino reencontrándose con su montaña! ¡Yo soy la poderosa! ¿Quieres que te eche una maldición? ¡Y esta vez no te librarás de ella nunca! ¡Lo prometo!
—Es una gran oferta, madam —comentó Ben con sarcasmo.
—¡Lo mejor para mis enemigos! Y no creas que no recuerdo que me clavaste una espada. ¿Quieres que así sea cómo acabe contigo?
—¡Al grano, vieja! —se quejó Uma.
Esta se volvió hacia Uma.
—Ay, ya voy, ya voy —Por fin miró a Jay—. ¿Y tú, hijo de Jafar?
—Ah, ya sabe, lo que me haga sufrir más. ¿Mal, tú qué dices?
Mal apretó la mandíbula y se puso una mano detrás de la espalda.
—Yo digo que los secuaces están de más aquí.
—¡Esa no es una respuesta, muchachita! —dijo histérica.
Pero Uma se levantó del tronco con una rapidez...
—¡Es una trampa!
Pero Mal ya había hecho de las suyas. Todos los secuaces e Izma fueron expulsados hacia la entrada en forma de calavera, para posteriormente ser cerrada de portazo.
Madam Mim rió a carcajadas.
—Esos secuaces no harán la diferencia en su destrucción.
—¿Y qué dice de esto?
La reina quitó la mano de detrás suyo y mostró una vara reluciente y platinada, la cual hizo apuntar de inmediato a la bruja mayor. La varita de Merlín.
—Pero ¿qué? Pero si... —Madam Mim buscó inútilmente en sus manos con gracioso desconcierto.
Satisfecho, Jay hizo una reverencia.
—Aún tengo mi toque, ¿eh?
Madam Mim bufó.
—¡Esto es ridículo, abuela! No podemos dejar que esta nos trate así —indicó Maddy—. ¡Hay que encerrarlos ya a los tres!
—O podemos hacer algo mejor, querida —dijo Mim con voz cantarina e infantil—. A Maléfica le encantará recibir a su hija y a su yerno. Seguramente será un encuentro interesante.
Mal apretó los puños.
—Si me vuelve a llamar hija de ese monstruo...
—¿Ahora ya no te gusta considerarte así? —le preguntó Maddy con saña.
—¿Mal? —le habló Ben, quien debió sentir como la mano de ella temblaba en la suya.
Los ojos de Mal resplandecieron, levantó la varita contra Madam Mim y atacó. Se soltó de Ben y atacó más fuerte. Mim retrocedió, sorprendida, pero Mal no la dejó tomar la delantera y volvió a la carga. Uno tras otro. De pronto, ya tenía en el suelo a la vieja. Maddy quiso entrometerse, pero cuando iba a atacar, Mal la sacó volando muy lejos.
Uma no se acercó; la miraba con el ceño fruncido, la miraba muy extraño. Pero su problema no era con ella, de modo que la ignoró y siguió en lo suyo.
Le haría pagar por lo que les hizo a sus amigos. Por hacerlos arrodillarse. Por intentar humillarlos frente a toda la Isla de los Perdidos. Su ojos se comenzaron a humedecer. Por hacerlos sentir miserables. Apretó los labios y en su cabeza, la imagen de una figura sombría con cuernos hizo de su alma un incendio. Por separarla de su corazón. Por decirle débil toda su vida. Por nunca haberle importado. Por...
—No.
Entornó los ojos y estos perdieron todo su brillo.
Ben estaba frente a ella. Luego mudó la mirada a Madam Mim, que parecía casi inmóvil sobre el suelo. Dejó caer la varita como si le resultante repugnante el sostenerla siquiera, pero su esposo no la dejó y se la volvió a poner en la mano.
—Pero...
—Eres buena, solo estabas enojada.
Mal cerró los ojos con fuerza y una de las pequeñas lagrimas que había acumulado segundos atrás resbaló por su mejilla.
—Ni siquiera pensaba en nuestro reino cuando...
—Lo sé. Pero ya te he dicho lo que pienso sobre ti y esas brujas. ¿Lo recuerdas?
Mal sonrió. Desafortunadamente, con la misma rapidez con que la sonrisa sacudió su corazón, el momento se quebró. A escasa distancia se oyó un grito de trueno llamando a Mal. Era Madam Mim, aparentemente derrotada. Pero no iba a durar mucho, así que Mal se apresuró mientras la tuviera aturdida. Sin embargo..., se lo cuestionó.
—¿Qué pasa, Mal? ¡Envíala pronto a la Isla! —escuchó decir a Jay.
Mal suspiró y después devolvió a Madam Mim a su exilio.
Mal sentía aún los latidos súper acelerados chocando frenéticamente bajo su pecho. Subió la mirada y recorrió el lugar en busca de las otras brujas. Se suponía que el hechizo era para las tres.
Uma ya no estaba, mas no le entraba en la cabeza que hubiera sido tan sencillo.
—Tres menos —rompió Jay el silencio.
—Algo está mal —expresó Ben por ella; tocó su palma y la instó a caminar para inspeccionar bien el que había sido el hogar secreto de los villanos.
—Sí que lo está —cantó... Mad Maddy detrás de ellos.
Se volvieron y en ese primer segundo nada más la vieron a ella, a la chica; cabello celeste rebelde y expresión inquietante. Al otro..., un dragón como de veinte metros.
El dragón Maddy no dejaba de escupirles fuego y aunque hasta ahora habían logrado esquivar las llamas en su mayoría con escudos que Mal formó a partir del mismo metal de la calavera, la chica había causado una destrucción terrible en rededor con pedazos de tierra tirados como meteoritos por medio barranco, los cuales también Mal había tenido que apartar del camino, pero en ocasiones decidía usar para pegarle al dragón. (En una de esas había dado justo entre los ojos, algo que les resultó sumamente gracioso a los tres). Incluso Ben había soltado una buena carcajada; eso hizo que Mal se perdiera un momento en él y la misma roca que había aventado a Maddy casi le cayera encima de no ser porque Jay le pegó tremendo brinco casi tronándole en el oído.
—No podemos seguir así —declaró Ben mientras se escondían en un recoveco, esperando que Mad Maddy se creyera el cebo que Mal lanzó en la otra punta. Había utilizado una ilusión barata como la que esta usó suciamente en su contra antes—. Hermosa, en vez de que te ayudemos, solo nos cuidas.
—Oigan, la idea de las rocas la tuvieron ustedes. Cuando vuelva a la normalidad, tendrá muchos moretones —dijo Mal con su mejor sonrisa pícara, coqueteándole dulcemente a Ben y tomándole la mano, siendo consciente de que en realidad él tenía un punto, pero no del todo.
Jay se cruzó de brazos,
—Miren quién está aquí: Mal, la que deja que le echen la mano —dijo con respeto—. Pero Ben tiene razón, sin una Excalibur o...
—Eso es, una debilidad. ¿Se han dado cuenta de que el dragón Maddy no habla? —barajó Ben.
—Está ocupada tratando de freírnos —masculló Jay.
—No, Madam Mim habla —dijo Mal en cambio—, aún en su forma de dragón. Y sabemos lo mucho que a Maddy le gusta insultarnos. En especial a mí. Y ella sigue mucho a su abuela. Esto significa que no tiene del todo dominada su transformación —sonrió—. Así será más sencillo hacerla rendirse ante un hechizo para...
—... devolverla a su forma original y repulsiva —completó Jay.
—Sí. —contestó Mal, pensando que esta vez su imaginación no bastaría para hacerlo. Creía haber visto un hechizo parecido en su cuaderno...
Ben fruncía el ceño.
Mal llamó su atención.
—Uma estaba cerca de nosotros cuando mandaste a Mim a la Isla. Si Maddy estando más lejos que ella vio tus intenciones y consiguió repeler el hechizo...
Nadie podía asegurar que la habían visto esfumarse. Ninguno prestó atención.
Mal rechistó, en el mismo momento en el que tuvo una sensación rara y el feroz llamado de una bestia gravemente enojada le hizo saber que el jueguito de las ilusiones había acabado.
Sacó el libro de hechizos de su chaqueta y empezó a hojearlo, pero lo que encontró no le agradó.
—¿Una poción? —trató de adivinar Jay.
Mal resopló.
—Peor, está hecho para criaturas más pequeñas, aunque... creo que puedo modificarlo.
—¿Pero...? —intuyó Ben.
Toda la tierra tembló y los escombros se sacudieron.
—Tengo que subirme a su lomo. El hechizo depende de que me escuche y no despegue nunca su atención de mí. Es como convencerla a ella misma de volver a su forma humana.
—¿No será más fácil que te conviertas tú en dragón? —soltó Jay, riendo.
Mal rodó los ojos, intentando acallar la punzada en su estómago. Afortunadamente, Ben retomó el tema.
—Si nos congregamos en un solo lugar, su distracción será menor. Tenemos que subir los tres —concluyó Ben. Mal asintió.
—¿Estás segura de que esto es buena idea? —En resumen, Jay lucía más emocionado por subir en un dragón que a una escoba voladora. (Bueno, era un palo cualquiera, pero había que trabajar con lo que tenían).
—Te has trepado y deslizado por tejados la mitad de tu vida, ¿y esto te da vértigo? —ofreció Mal.
—Oye, yo confío en mi agilidad, ¿de acuerdo? Esto...
—Es cosa de la brujita más lista y hermosa —terció el enamorado, dándole un besito a su esposa en la mejilla—. Estaremos bien.
Sin más, Mal hizo levitar el palo con ellos montados. El palo no dejaba de temblar en un inicio, pero pronto pudo hallarle... justo cuando el dragón Maddy dio un manotazo tan cerca de ellos que le hizo perder momentáneamente el control.
Todo empeoró y el fuego amenazó con cubrirlos. Jay y Ben lo contrarrestaron con los escudos; entretanto, ella en lugar de rodear, decidió mejor subir lo más arriba que pudiera. Al elevarse, fue que se percató de otra cosa: ¡Mad Maddy no podía volar! Se obligó a ahogar la risa, pues el solo hecho de pensar en un dragón que no volaba era sencillamente ridículo. Tal idea la entusiasmó lo suficiente para creer que el plan en serio funcionaría.
Maddy se esforzó por hacerles llegar las llamas hasta donde estaban, mas ni eso conseguía. Mal se preguntó si la brujita del mar había lidiado con algo así pero con su hipnosis, el que no contara con la suficiente habilidad para aplazarlo a su antojo aún. No obstante, sabía que era poderosa; tal vez más que Maddy.
—Bueno, no puedo arriesgarme a bajarnos sin un buen plan, porque o nos mata de un manotazo o nos atrapa entre sus garras.
—Podríamos cegarla en lo que saltamos a su lomo. Como hizo Evie con tu... Maléfica —se corrigió Jay, nervioso.
—Buena idea —comentó Mal en un intento de sonrisa—. No volteen hacia abajo. Hasta que se oiga una gran sacudida debajo, nos acercaré lo más que pueda al lomo, saltan y yo intentaré amortiguar su caída si algo sale mal.
—Intentar. Qué reconfortante —dijo Jay—. Después de esto, juro ir sí o sí a tomar un café al Bar Bazofias. Me hará más duro para la siguiente misión suicida.
Ben y Mal soltaron una pequeña risa.
—A la tres. Una, dos —Puso la varita acostada en el aire e hizo de ella salir un resplandor tan potente que rogó por haberla dirigido a la dirección correcta antes de voltearse.
Mal descendió y entonces se guardó la vara en la bota. Se dejó caer para agarrar el palo como un tubo y sin gastar tiempo saltó. Ben que seguía de ella se apresuró a hacer lo mismo, mientras Mal se esforzaba por mantener el control del palo. Su esposo cayó más abajo que ella, pero empezó a trepar enseguida. Al llegar el turno de su amigo de gran cabellera, Maddy estaba moviéndose menos atolondrada. Jay cayó demasiado perfectamente para creerlo. ¿Quién diría que lo de los tejados lo habían preparado toda su vida para ese momento? Algo le dijo a Mal que Jay debía estar pensando lo mismo.
Ese instante de victoria se empañó al dragón Maddy percatarse que invadían su lomo y, como era obvio, pronto tuvo la idea de agitarse para quitárselos de encima.
—Acerquémonos más a su cabeza, ahí tendrás más oportunidad de deletrearla, amor.
Los tres trepaban, pero varias veces se resbalaban y se veían obligados a repetirlo. Jay fue el primero en arribar justo encima de una ala. Ben y ella se quedaban atrás porque ninguno quería dejar al otro. No le cabía en la cabeza que estuvieran portándose tan románticos en medio de eso... pero suponía que ya no había de otra.
Entonces llegaron y Mal alargó el brazo para sacar la varita de su bota, pero el movimiento brusco del dragón hizo que se le fuera de las manos.
Mal se maldijo e intentó con la vista encontrar dónde pudo haber caído. Con suerte podía atraerla cómo hizo levitar el palo o...
—¿No te gustan las varitas? —bromeó Ben con ella, mostrándole la vara.
—Tal vez mi objeto mágico es otro y aún no lo sabemos —le flirteó Mal.
Jay carraspeó y miró desde dónde estaba, abrazándose al ala.
—No es por apurarte, ¿pero podrías empezar ya? Es un poco difícil sostenerse de un dragón furioso, ¿sabes? O... de un dragón y ya.
Para ese punto, el dragón Maddy estaba incontrolable, pero cuando Mal dejó fluir suavemente las palabras de su boca, palabras salpicadas de magia, notó cómo el movimiento iba disminuyendo...
Hasta que Mad Maddy volvió a ser humana.
Se encargaron de aterrizar sanos y salvos antes de que ocurriera la transformación. Ben, Jay y Mal se sacudieron un poco la ropa y luego Mal tomó la delantera para acercarse a Maddy, quien continuaba de rodillas. Parecía que convertirse en dragón (posiblemente por primera vez) la dejó exhausta.
Maddy levantó la vista, altiva hacia ellos.
—Me muero por saber qué harás conmigo, Mal. ¿La Isla, tal vez? ¿O acaso piensas hacerle honor a tu nombre? —rió y la miró con toda esa ansia de lastimarla—. Hace rato no te costó tanto.
—Lo único a lo que tengo que hacerle honor ahora es a mi corona —después desvió la mirada a Ben— y a mi corazón. Ya no espero que lo entiendas.
Mal aferró la varita. Mad Maddy hizo el amago de echarse para atrás, pero a leguas se notaba que no podía ni consigo misma. No sabía si el no sentir pena por ella era algo malo. No obstante, hubo algo en Maddy en el último momento que la obligó a detenerse. No en su cara, en sus propios recuerdos. Se fijó en su cabello. Había evitado verlo y ahora que lo hacía sentía unas inmensas e infantiles ganas de llorar.
—Lo siento —dijo a Maddy—, no debí haber arruinado tu cabello ni haberme comportado como la peor amiga que pudiste tener.
Con todos esos moretones que tenía, a Mal se le complicó decidir cuál era bien a bien su reacción. Al primer segundo de que abrió la boca, lo supo.
—¿De qué se trata esto? —escupió Maddy.
—Tal vez para ti nada. Para mí es demasiado —y sonrió. Maddy la observó... y al segundo ya no estaba.
—Sin brujas —celebró Jay.
Mal sacudió la cabeza con una expresión aterrada.
—Yo no lo hice.
—¡Yo lo hice! —gritó desde arriba alguien. En el cielo.
Manteniendo el equilibrio de pie en una escoba flotante, estaba... estaba Madam Mim.
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