Capítulo 26. Con sol, todos felices... y hermoso
Dedicado a @rosadita51, una de mis lectoras
desde hace años y que sigue aquí 🙌😜. Gracias.
Mal todavía seguía sobre el colchón, leyendo repetidamente la nota de Ben. Quiero despertar cada mañana contigo, teniéndote en mis brazos, como hoy.
Ella misma sabía que ya estaba mirando demasiado la nota, pero maldita sea, había llegado a ese punto en que tenía que reconocer que estaba feliz de ser parte de esa supuesta debilidad a la que su madre cariñosamente asociaba con el amor. Era dichosa de llamarse débil centenares de veces, no le importaba. Realmente quería estar con él. No había ni un ápice de duda, ella sería capaz de empezar a creer en los cuentos de hadas si le concedían el deseo de que eso se hiciera realidad.
—Dime Mal, ¿qué se siente estar tan embobada por un chico? —Evie le habló y ella salió de lo que sea que haya sido el paraíso al que sus sentimientos la llevaron.
—¿Qué se siente guardarle un secreto a la propia hija de Maléfica, y, aparte, diseñar el mejor vestido del mundo —Y lo señaló—. Es perfecto, amiga, gracias.
Le dio un gigantesco abrazo. Evie debió haberse desvelado mucho para tenérselo a tiempo, no podía no estar agradecida con ella.
—Jane y Lon vinieron a decirme algo —abordó Mal, mientras se distanciaba del abrazo. Dejó la nota dentro de su libro de hechizos, justamente en el apartado que decía «POCIÓN DE AMOR». Las palabras de Ben las atesoraría por siempre en ella.
—¿Sobre qué, M?
—Me lo dijeron antes de enterarme de mi boda oculta, por eso no les había entendido mucho. Ahora lo sé. Merlín y las hadas buenas estarán aquí para revelar la ubicación del Refugio de los Perdidos. Lo harán cuando termine el Día de los felices, que es mi boda —El resplandor inundó su mirada con la mención de las últimas palabras.
—¡Buenísima noticia! —Evie puso las manos sobre las caderas y rió—. Pero usted, señorita, para ese momento estará disfrutando de su mágica noche de bodas —A Mal se le pusieron los pómulos rosas tan solo de pensar en eso.
—Supongo que te concedo la razón. Aunque no seré ingenua, no espero que sea fácil devolverlos a la Isla de los Perdidos. Hay una razón por la cual son temibles. Los peores. Varios de ellos unos genios de la maldad —Suspiró, haciendo una mueca—. No seré ingenua y ellos no son tontos: sin sus poderes, tienen que protegerse a toda costa. Apuesto por una cúpula.
—¿No crees que la Varita Mágica sea suficiente para penetrarla?
—No importa lo que yo crea ahora. Mañana mismo lo averiguaremos —respondió—. Al parecer nuestra primera misión como reyes será detener el posible levantamiento de los exiliados.
—Pero siempre que quieran podemos ayudarlos —expresó Evie.
Mal se lo agradeció.
—Yo abro —se adelantó Mal al escuchar golpes a la puerta. Tuvo la sensación de que era Ben, pero su ilusión fue machacada tan pronto vio que un chico con una mascota en brazos entró como Carlos por su casa—. Oye, puedes pasar, que no te mortifique.
—Gracias. Eres muy amable, futura reina —replicó el muchacho, haciendo al tiempo una reverencia.
Mal cerró la puerta, rodando los ojos.
Carlos vio a la Princesa Azul y sus esfuerzos por retener sus carcajadas. Luego a Mal y la gran sonrisa que se le apreciaba en todo el rostro.
—¿Soy yo o interrumpí una conversación de chicas? —Las vio alternativamente a las dos. Como ninguna de las dos respondió, intentó con algo más—. Miren, si es sobre Ben y Doug... Sobre esas confesiones íntimas de amigas, —Carlos señaló con el pulgar la puerta— lo mejor es que me vaya.
—Alto ahí —ordenó Mal—. Carlos, ¿a qué venías?
Carlos se giró sobre sus talones y metió las manos en los bolsillos de su chaleco. Encogió los hombros.
—Pronto sabremos dónde está ella. Mi madre. Dónde están los peores villanos de la historia. Y sobre todo, mi mamá —confesó, avergonzándose hasta los codos.
A Mal y a Evie se les enterneció el corazón. Por supuesto, ellas estarían igual si tuvieran que enfrentarse nuevamente a sus padres, si es que se diera el caso. Pero Carlos siempre había sido al que más le había costado y ni siquiera lo hizo en persona. De todos modos él había creído que sí y eso valía a encararla, ¿no?
—Estaremos juntos en todo. Lo que sea que nos espere, lo afrontaremos —dijo Mal y, con Evie, rodearon a Carlos por la espalda.
Pero el abrazo estaba incompleto.
Faltaba Ben. Y Jay.
—Ojalá nunca le hubiéramos pedido ir con Audrey. Estaría con nosotros —comentó Mal—. Ese cabeza hueca...
—Total cabeza hueca —resaltó Evie.
—Da igual, ¿quién lo necesita? —subrayó Carlos. Seguido se fijó la hora en su reloj—. Ahora, si no me equivoco, tengo una amiga que está por casarse y no se está arreglando.
—Es cierto —aceptó Mal. Su boda con Ben sería en dos horas. ¿Quería casarse con él o no?—. ¡Claro que sí! Es muy cierto, E —Mal agarró su vestido con emoción y cariño. Sus ojos se iluminaron con felicidad—. ¿Carlos?
—Ya me voy, no tienen que echarme —dijo.
Ya en el umbral, miró a Mal con ternura.
—Mal, sé que no soy el tipo de chico que suele ponerse sensible, pero... —Se mordió la mandíbula—. Ay, Mal, deseo que seas muy feliz. Ese chico castaño y tú se lo han merecido desde que se conocen —apuntó. Por un momento, deseó que Jay estuviera felicitándola también—. Ven.
La abrazó y Mal sonrió.
—Gracias —dijo honestamente.
Después, Pecas se fue.
—¡Muy bien! —exclamó Evie en un estruendoso aplauso—. Pongamos manos a la obra. —apoyó Evie. Mal caminó súper encantada hacia su amiga. Se dejó caer en la silla que estaba en frente del tocador. Evie se acercó a ella, juntando su cara, como abrazándola. Tocaba su cabello cariñosamente—. Lady Mal se convertirá en Reina Mal, déjamelo a mí.
Ben estaba en su escritorio revisando algunos papeles, firmando cosas y demás. Su padre había estado hablando con él, dándole consejos para su matrimonio. A Ben siempre le había gustado escuchar a su papá y sus sugerencias, solo que a veces podía sentirse... presionado. También confundido, justo como había pasado cuando se estaba preparando para ser rey. Le había costado darse cuenta que solamente tenía que ser el mismo a la hora de gobernar.
De pronto, su celular sonó. Lo sostuvo entre sus manos y lo contestó.
—Hola —saludó Ben, contento.
La voz de una señora asomaba del otro lado del celular.
—Es perfecto que esté cerca de la escuela —respondió. Pausó un momento y continuó—. Es justo la indicada para una pareja de recién casados. Quiero irme a vivir allí con mi mujer hoy mismo —Giró sobre su silla hacia el ventanal—. Esta noche la casa debe estar espléndida. Quiero consentirla. Y de ser posible, debe haber muchas fresas.
Se recargó en la silla y siguió escuchando atentamente a la señora.
—Deseo que cuando mi reina entre, sepa lo mucho que la amo —Siguió escuchando—. Sí, gracias —Luego colgó el teléfono—. Será la mejor noche de nuestra vida, Mal —musitó para sí mismo, con una sonrisa de oreja a oreja.
En el momento entró su madre, Bella. Con una gran sonrisa se sentó en una de las dos sillas que había frente al escritorio y tomó a su hijo por las dos manos.
—¿Cómo te sientes, Ben? —preguntó.
—Feliz, mamá. He esperado este día por mucho tiempo —contestó—. Ella regresó, madre y ahora sé que me ama.
—Lo hace —coincidió Bella, apreciando con aire maternal la emoción de su hijo—. ¿Y sabes qué, Ben? Amo a esa chica ahora más que nunca. Te devolvió tu sonrisa y esa es una gran característica de una buena reina.
Ben se imaginó su vida con Mal. Quizá no sería perfecta. De todos modos ¿que vida era perfecta? ¿Y qué pareja era perfecta? Pero sería justo lo que ellos quisieran y estaba dispuesto a hacer feliz a Mal durante el resto de su vida. Su madre siempre le había dicho que el amor se encuentra en el interior de cada persona y al instante de que salió de que aquel lago y vio los ojos de Mal, supo que lo encontró.
—He vivido muchas cosas con Mal todos estos años —mencionó—. Y ahora que sea su esposo, no dejaré de amarla por nada ni por nadie.
—No espero menos de ti, Ben.
Bella se dirigió a su hijo haciendo el ademán de darle un abrazo.
—Gracias, mamá —dijo Ben agradecido. Se levantó de la silla y recibió la muestra de cariño de su madre—. Te prometo que la cuidaré siempre.
—Sí, cuídala, porque no queremos que mi nuera se vuelva a ir —Bella se separó un tantito y miró a los ojos inteligentes de Ben—. No quiero otra vez un hijo amargado.
—No lo tendrás, madre —aseguró, riendo—. Tu nuera no volverá a irse.
—Bueno, entonces solo hazla feliz —Bella le acomodó el sacó a su hijo. Él asintió—. Ahora te dejo, tienes una boda a la cual acudir y una gran chica a la cual desposar.
Ben sonrió y cuando su madre ya se había ido, se retiró a su alcoba.
Mal estaba en pie arriba de una pequeña plataforma, donde Evie estaba terminando de hacerle los ajustes del vestido. Estaban en la habitación de esta última, ya que creyó más pertinente embellecerla en su cuarto, puesto que ahí tenía todas las cosas necesarias para hacerlo. Mal no había pisado el cuarto de su amiga hasta ese momento, pues de hecho, un año atrás solía compartir habitación con ella, sin embargo, la hija de la Reina Malvada pidió al Hada Madrina meses atrás que le diera un nuevo dormitorio, pues no le agradaba estar en un lugar que le trajera tanta nostalgia.
Había torres y torres de telas de todos los colores, con un montón de joyas y vestidos que la misma Evie había diseñado. En su mesa de trabajo había montones de hojas, una tras otra en perfecto orden. Toda la pasión de Evie estaba depositada en cada uno de sus diseños.
Evie retrocedió.
Sus manos automáticamente se trasladaron a su boca.
—Te juro que si Ben no se paraliza cuando te vea, es porque está ciego —A Evie se le salían pequeñas lágrimas de emoción.
—¿Y me veo muy princesa? —preguntó Mal.
—Un poco. Palabra de mejor amiga —Levantó su mano en señal de promesa.
—Si lo parezco no importa. A mí solo me interesa ser la princesa de Ben —dijo Mal.
—¿Sabes qué me parece? Tú y Ben definitivamente deben casarse —comentó a Mal y le levantó el brazo—. Si no la confidente Evie ya no tendrá más excusas para cubrirlos en sus escapadas románticas.
—Por eso eres la mejor amiga —cantó Mal jovialmente.
Evie la dejó bajar de la plataforma.
Posteriormente la condujo al espejo. Puso sus manos sobre los hombros de su amiga.
—Casi estás lista —dijo y repentinamente se puso seria—. M, ¿cómo te fue con tu madre? O más bien la pregunta es cómo estás tú.
Mal suspiró. No le agradaba recordar lo de hacía unas horas.
—No fue agradable, eso te lo aseguro —dio a observar. Evie comprendió que Mal no deseaba hablar más del tema, así que lo dejó.
—Bien, ahora solo tengo que acomodarte el velo —concretó, con un alegre aplauso y con una pizca de exaltación—. Voy por él.
Su emoción se dejó ver cuando salió disparada a la caja que reposaba en su tocador. Abrió la caja y sacó cuidadosamente el velo. Lo alisó y se le enseño a Mal. Ésta le hizo una cara de aprobación. Evie empezó a caminar a la plataforma de nuevo, pero el sonido de un teléfono la hizo devolverse. Lo tomó y miró en la pantalla de quién se trataba.
—Es Ben —informó.
Mal de pronto se puso muy intranquila y caminó de un lado a otro.
—No contestes —le ordenó a Evie, quien hizo una mueca de confusión, sosteniendo el celular que sonaba.
Mal inhaló y exhaló hondo, pero nada funcionaba, parecía que estuviera...
—Nerviosa —dijo la Princesa Azul con una risilla, sin dejar de apreciar como Mal seguía de un lado para otro viendo amenazantemente el teléfono—. ¿Es posible que Mal esté nerviosa?
—Yo no estoy nerviosa —declaró muy firme. Pero su cara y sus movimientos corporales la delataban.
Mientras, el celular seguía sonando. Del otro lado, con Ben, se mandó a buzón. Él se quitó el aparato del oído. Le pareció raro que no hayan contestado. Se estaba saliendo de bañar, así que tenía una toalla envuelta de cadera para abajo. Dejó su reloj de oro en la cama y decidió marcar de nuevo. En el cuarto de Evie, Mal se mordía una uña, lo cual provocó que recibiera un regaño de su amiga. Ante esto continuó con el proceso de caminar como loca.
—¿Cómo puedes estar nerviosa de hablar con el chico con el que has dormido por una semana en la misma cama? —Sonrió burlonamente—. Y para el colmo, con el que te vas a casar en menos de una hora. Amiga, te juro que no lo comprendo.
—No sé por qué estoy así —confesó—. Por favor, no contestes.
Sin embargo, Evie ya lo había hecho.
—Tarde —recitó en canto, mirando a su amiga con sorna—. ¡Hola, Ben! —empezó con un tono de voz que a Mal le pareció bastante exagerado.
Evie lo puso en altavoz.
—Hola, Evie. Oye ¿por qué tardaste tanto en contestar?
—Ah, problemitas de nerviosismo —respondió muy sueltamente. Mal le dio un golpecito en el hombro. Evie reaccionó y corrigió—: Digo, problemitas de recepción.
—Claro —dijo Ben sin tomarle mucha relevancia—. Evie, ¿y mi princesa? ¿Dónde está? ¿Puedes pasármela?
Mal le hizo una señal de negación a su amiga.
—¿Tu princesa? Bueno, ella justo en este momento... —Mal se acercó con rapidez a ella y intentó arrebatarle el teléfono.
Ben escuchó varios ruidos y se apartó un poco el celular del oído y frunció el entrecejo. Luego se lo volvió a poner.
—Invéntale que estoy en otra parte —pidió una vez más.
—Mal, tranquila, una VK nunca se pone nerviosa —replicó.
La hija de Maléfica negó con la cabeza y siguió tratando de quitarle el celular.
—Solo dile que no estoy y...
—¿Amor? —la llamó Ben. Mal se medio paralizó al escucharlo dirigirse a ella—. ¿Eres tú, bonita?
—Creo que tu amor te habla —ironizó a Mal—. Iré con Doug, necesito ver cosas de la boda con él, así que ahí los...
—No, Evie. Doug viene para el castillo, así que no lo encontrarás en su habitación —le hizo saber Ben.
—Entonces iré con las chicas. Ahora regreso —concluyó y salió corriendo con el ondeó de su coleta de cabello de lado a lado.
Azotó la puerta al salir.
—¿Princesa, estás ahí? —preguntó al notar el gran silencio que reinaba. No hubo respuesta—. Sé que estás nerviosa, ¿pero sabes? Yo también. ¿Cómo no estarlo, si este es el paso más importante de mi vida? —El corazón de Mal no paraba de latir como si estuviera cabalgando sobre sí mismo y de nuevo hubo silencio por parte de ella—. ¿Y te digo otra cosa? Yo te amo.
Repentinamente se pudo tranquilizar. ¿Cómo es que ella se había puesto tan nerviosa?
—Yo te amo más —habló al fin.
—Vaya, por fin mi bella chica contestó —Mal se ruborizó—. Dime, ¿qué tal te pareció la sorpresa? ¿Digna de que me perdones?
—Te lo digo luego de que me des el sí.
Ben en su alcoba descolgó su traje del armario y lo dejó con cuidado en la cama.
—Eso te lo aseguro —dijo con mucha confianza. Mal se sentó en la cama, pero recordó que Evie la regañaría por arrugar el vestido, así que rápidamente se paró—. Mi vida, ¿ya encontraste el anillo de bestia?
No sonó a reclamo, pero a Mal no le gustaba no tener su anillo. Era como si no tuviera una parte fundamental de ella.
—No, pero lo encontraré —dijo con determinación.
—Y sino, como un buen esposo te ayudaré a tenerlo de vuelta —le prometió. Y aunque Mal no veía a Ben, tenía la certeza de que sonreía—. Muero por ver cómo luces en el vestido que la mejor diseñadora te hizo.
—La mejor —convino Mal.
—¿Tienes idea de lo que deseo hacer con ese vestido en nuestro noche de bodas? —le preguntó sensualmente.
—No puedo empezar a imaginar que pueda ser —respondió traviesamente—. Dime, cielo.
—Bueno, primero te lo quitaré, luego lo que haya debajo de ese vestido, hasta que quedes totalmente desnuda —explicó, mordiéndose el labio. De verdad la imaginaba—. Y dudo mucho que quieras que te dé más detalles.
—No, esos me los darás en la noche, príncipe —Ella sonrió. Ben sostenía el teléfono entre su hombro y su oreja, mientras se encargaba de desabotonar la camisa.
En la habitación de Ben alguien tocó la puerta.
—Dame un momento, hermosa —le pidió.
Después se fue a fijar quién era.
Se dio cuenta que solamente eran Chad y Doug. Abrió la puerta y los dejó entrar. Lo saludaron con un apretón de manos y se adentraron a la alcoba. Doug estaba vestido con un traje negro con una corbata aqua con el mismo color en su camisa. Y por esta vez no llevaba gafas, sino lentes de contacto. Por otro lado, Chad llevaba un pantalón y chaleco azul rey, con una camisa blanca de raya, sin corbata.
Ya habiendo pasado, Ben volvió a cerrar la puerta y le hizo una seña a sus amigos para pedirles un momento.
Se dio media vuelta.
—Acaban de llegar Doug y Chad —avisó—. Te espero en el altar —Giró sobre su cuello hacia sus amigos. Ellos estaban distraídos observando las fotografías que Ben tenía sobre todos sus amigos y con Mal–. Y te prometo que esta noche te amaré como nunca antes —dijo por lo bajo.
—¿Es una promesa, Florián?
—Es una promesa, Igna —confirmó.
Ambos suspiraron.
Ben estaba por colgar la llamada, cuando justo a tiempo entró Evie a su propia habitación como una bala. Gritaba para impedirle a Mal que terminara la llamada. Quería hablar con Ben y necesitaba hacerle una muy importante pregunta. Mal le devolvió el celular.
—Ben, —inició— te tengo una pregunta sumamente esencial—Mal arqueó las cejas, pero escuchó atentamente—. ¿Crees que la corbata combina con el saco?
Ben y Mal dieron carcajadas. Cada uno por su lado.
—Claro que sí, Evs —Y después colgó.
La Princesa Azul suspiró demasiado aliviada. Un segundo después de dio cuenta que su BF la miraba de manera extraña.
—¿Qué? Imagínate qué sería de mi carrera de diseñadora si algo no combina.
Se encogió de hombros. Mal sonrió y su amiga se acercó a ella, alistando el velo en sus manos y levantando una ceja.
—Ahora sí vamos a darte el toque final.
Ben se acomodaba el chaleco y se ponía la corbata, mientras Chad y Doug no dejaban de hacerle preguntas y cuestionarlo sobre su vida amorosa con Mal. Aunque le encantaba hablar sobre ella, estaba muy ocupado pensándola como para distraerse respondiendo las preguntas de sus amigos. Se dirigió al espejo grande tamaño persona que tenía a un lado de su cómoda, para intentar arreglarse la corbata.
—¿Crees que Mal prefiera los castillos o las casas? —le preguntaron. Volteó rápidamente a ver quién había sido.
—No lo sé, supongo que las casas.
Ni siquiera él estaba seguro, de lo que sí tenía certeza era que Mal a pesar de ser hija de Maléfica no le interesaban las cosas superficiales. Con Evie era distinto, porque ella era una chica cálida y que siempre había tenido el sueño de vivir en uno. Pero no era ambiciosa y menos si con su trabajo de diseñadora se lo podía comprar sin necesidad de tener un príncipe a su lado, porque bueno, su principe era Doug, así como la princesa de Ben era Mal.
Ben se percató de que no le había salido el nudo elegante a su corbata. ¿Cómo era posible haber perdido la práctica en una semana?
—¿Y dónde vivirán? —preguntó Doug.
—Es una sorpresa para Mal —dijo—. Sé que le encantará.
Sonrió imaginándose la bella sonrisa que se tejería sobre los labios preciosos de su Princesa Traviesa. No había duda, quería ver eso pronto.
—¿Eso quiere decir que ya compraste una casa?
—Sí, Chad, es lo que estuve haciendo desde que regresé —Ben por fin pudo hacerse la corbata, así que se puso el saco—. Quiero mimarla aunque a ella le parezca demasiado.
Chad desde la cama jugaba a aventar a la pared una pelota pequeña. Doug por su parte, revisaba su celular para asegurarse que no hubiera llamadas perdidas de su prometida.
Cuando terminó de ponerse el saco, ya estaba listo.
Su traje era color negro, muy elegantísimo, con un emblema de bestia en el cinturón. El pelo castaño lo tenía perfectamente acomodado sobre sus ojos. Su corbata era color gris con negra y de una tela bastante gruesa. Él creía que Evie en serio le había puesto empeño al traje. Le hubiera gustado que fuera color azul, pero probar otro color tal vez no era tan malo para esta ocasión en especial.
—¿Qué ella escoja? Me suena a que alguien está d-o-m-i-n-a-d-o aquí —burló el príncipee engreído.
—Dominado o como gusten llamarle, ella me tiene loco —Suspiró—. Mal es mi princesa, ya pronto mi reina, quiero mimarla como mi mujer que es.
—Recuerden darme una bofetada si llego a sonar tan cursi cuando me case con Lonnie —masculló Chad, riendo.
—No te preocupes, Chad —vaticinó el hijo de Tontin—, nadie puede sonar más cursi que Ben.
El muchacho de pelo castaño los rodeó por la espalda a ambos.
—Bueno, ¿se van a seguir burlando de mi insensato amor por Mal o iremos a mi boda?
Los tres soltaron una carcajada para después salir de la alcoba e irse a la catedral.
—¿Es mi imaginación o estoy más emocionada que la novia?
Evie contempló a la bella novia que estaba parada frente a ella.
—Es tu imaginación —contestó— porque hoy es el mejor día de mi vida —La luz en su mirada destacaba su imperiosa alegría. Faltaban veinticinco minutos para que comenzara su boda. ¡Su boda! ¿Cómo no iba a estar emocionada?
El vestido de Mal era uno de los diseños más originales y reservados que Evie había creado. Era en su totalidad una mezcla de un vestido de novia tradicional y contemporáneo, con el estilo de chica malvada que a Mal siempre le había gustado mostrar. Era color blanco, pero con un fondo translúcido, casi transparente de color morado. Algo bueno era que el corset no estaba ajustado, solamente le apretaba lo suficiente. De hecho, por primera vez un vestido no le picaba un montón. Su cabello estaba suelto, con unos retoques pequeños que hacían ver su peinado elegantísimo.
Ya tenían que irse, de lo contrario, la novia no llegaría. Revisaron si la limusina que las recogería ya estaba aparcada cerca de la estatua de Bestia. No había absolutamente nada. Mal buscó a lo lejos si estaba en otro lado, pero tampoco.
Sin limusina no había novia que pudiera llegar a la catedral.
—No, ¡no! —gritó de frustración—. Evie, no me podré casar con él si no llego.
—Relájate, déjame ver qué puedo hacer —La trató de calmar. A Evie le daba un mal sabor de boca que no llegara la limusina. ¿Por qué no llegaría? Marcó un número en su celular—. Lonnie, no ha llegado la limusina. Pensé que tú te encargarías de eso.
—¿Cómo que no está? ¡Cómo crees! Si pedí estrictamente que estuvieran ahí una hora antes.
Lonnie había repasado y considerado hasta el último detalle. Que no hubiera llegado era algo extraño. Lonnie ya estaba en la catedral. Ya todos estaban ahí. La hija de Mulán vio que Ben no dejaba de caminar con mortificación. Doug, Chad y Carlos intentaban calmarlo, pero lo que le decían no parecía tranquilizarlo.
—Piensa que si no llega, te vas a liberar de su mal humor —expuso Carlos. Pero Ben no le quería poner crédito a sus oídos.
—Conmigo nunca esta de mal humor —musitó Ben, inflando y desinflando el pecho una y otra vez.
Evie pulsó el altavoz
—No es por asustar a Mal pero en cualquier momento a Ben le dará una crisis nerviosa.
—Y no solo a Ben —murmuró Evie, viendo que a Mal le volvían los nervios.
Las chicas estaban por replicar, cuando Ben apareció a lado de Lonnie y le pidió el teléfono.
—Princesa, Evie, ¿dónde rayos están? —La voz de Ben sonaba con un deje de temblor, mientras esperaba que la limusina diera su aparición en cualquier momento.
Evie y Mal se miraron sin saber qué decir.
—Estamos por llegar, no te preocupes —quiso decir con el fin de sosegarlos a los dos.
Evie acabó con la llamada. Miró a su amiga, verdaderamente alarmada. No podía disimularlo. De hecho, ambas estaban preocupadas.
—Evie, no dejaré a Ben vestido y alborotado. Tengo que llegar ahí como sea.
Ese comentario inspiró a Evie a ocurrírsele una loca idea.
—Mal, préstame tu libro de hechizos —ordenó con urgencia. Se fijó en el reloj y quedaban veinte minutos.
Afortunadamente Mal se había llevado un morral con sus cosas. Le pasó el libro.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó.
—¿Recuerdas que mi madre era una bruja? Técnicamente debería poder hacer un hechizo —Hojeó y se encontró con algo que podría ser útil, uno muy parecido al que Mal había usado un día antes—. Es mi primera vez haciendo esto, pero como tú no has probado tus poderes... Bueno, todo sea por mi mejor amiga.
—Justo quería que hablarte de eso. Lo que pasa es que...
—¡No hables! —exclamó y le puso una mano en la boca—. Lo importante es que llegues allá.
—Si, pero la verdad es que yo ya he...
—Shh —la interrumpió y volvió su vista al libro—. Lo que tienes que hacer es callarte y dejarme concentrar —le dijo a manera amable. Evie se tomó unos cuantos segundos para estudiar el hechizo. Después suspiró, preparada—. Toma mi mano.
Mal obedeció, un poco asustada. No era que no confiara en que su amiga lo lograra, pero a ella le tomó un buen rato entender cómo hacer funcionar su magia. Quería decirle que sus poderes estaban intactos, pero decidió darle la satisfacción de salvar el día. Fue entonces que la descendiente de la Reina Malvada con su bolsa bien agarrada contra el pecho y con la mano sujetando firmemente la de Mal, citó el hechizo.
—Sin duda es un día loco, pero a estas dos chicas llevarás a la catedral rápidamente.
Cerró el libro.
Una neblina azul las envolvió y después las hizo desaparecer.
En la catedral, Ben no dejaba de ver la hora en su reloj.
¿Amor, dónde estas?, pensó Ben.
Evie y Mal se desenvolvieron de un torbellino azul. Ambas cayeron frente a la multitud, quienes estallaron de emoción al ver la original entrada de la novia... y la amiga, por supuesto. Todas y cada una de las cabezas contemplaron con una expresión de ternura a la Dama de la corte. Carlos, quien estaba a lado de Ben, le tapó los ojos antes de que alcanzara a ver a Mal. Lo forzó a darse de cara a la entrada con ayuda de Chad y lo hicieron adentrarse.
—¿Qué pasa? Díganme qué sucede —interrogó Ben, que por poco tropieza con con una escalera, pero Chad lo auxilió a tiempo.
—Pasa que tu futura esposa ha llegado —dijo Chad.
—Sí ¡y qué aparición! —Carlos lo empujó hacia el altar, cuando ya hubieron llegado—. Ahora espera aquí como un buen novio.
Carlos se fue a sentar junto con Jane. Chad le dio unas palmadas de apoyo a Ben y hizo lo mismo que Carlos y se sentó con Lonnie. Ésta miraba a lo lejos a Mal y a Evie, que se sacudían los vestidos por si acaso había presencia de mugre. Evie fue la primera en reincorporarse y empezó a arreglar el cabello de Mal, pues su peinado perfecto se había desacomodado un poquito. Luego metió el libro de hechizos en su bolsa.
La Princesa Azul le ofreció un pequeño ramo a Mal.
—Me siento observada —Mal miraba de reojo cómo los cientos de gente murmuraban sobre lo hermosa que se veía. Y no pasaban desapercibida la situación de que no haya llegado en la limusina, sino por cosa de magia.
Literal.
Algo sin duda memorable.
—¿Qué querías? Eres la mujer del rey —Ambas caminaron hacia las escaleras. La gente ya se iba metiendo—. ¿Lista, señorita?
—Eso siempre —contestó y se agarró de los extremos del vestido, lista para subir las escaleras.
Esperaban a que llegara el papá de Ben, pues sería quien entregaría a Mal. Más adelante, los guardias reales aguardaban a que Mal pasara por la alfombra azul con morado para hacer sonar sus trompetas.
Mal sonrió.
Todo iba bien hasta que una persona indeseable apareció. Audrey se plantó frente a la dos amigas. Su respiración era agitada y aparentaba como si llevara desde cuadras y cuadras corriendo.
—¿Tú qué haces aquí? —reclamó Evie, que no dejaba de tomarle la mano a su amiga.
—Mal, —la nombró y ignoró la pregunta— no lo hagas.
—Debe estar bromeando —puntualizó a Evie. Dio un paso con el fin de pasar por alto a Audrey—. ¡¿Puedes apartarte?!
Audrey le impidió el paso.
—Tienes que escucharme —Cruzó miradas con Jay y luego dijo vacilante—. Sé que algo malo va a pasar si te casas.
—Eres sorprendente, Audrey. ¿No te basta con por poco separarme de Ben? Si no que ahora tratas de evitar mi boda. ¿Qué te pasa? —gruñó.
—Vamos, M —la urgió Evie. Audrey les paró el camino.
—Confía en mí, Mal —suplicó. Jay estaba un poco más adelante de las escaleras, pero no intervenía como su novia. Observaba detenidamente lo que pasaba.
Mal y Evie se quedaron perplejas ante semejante propuesta. ¿Confiar en ella después de todo? ¿Después de dañarla emocionalmente? ¿Luego de casi obligarla a separarse de sus amigos, de su familia? ¿Por alejarla de Ben? ¿Por dañar a Ben? Razones de más tenía para desconfiar de Audrey. Había que ser una maniática para confiar de nuevo.
—No lo haré —dijo rotundamente—. No de nuevo. Ya has dañado demasiado. A la persona que más amo en el mundo, a él lo dañaste, por un año. Y no solo a Ben, —dio un vistazo a Jay— a mis amigos.
Los ojos de Mal por un momento se llenaron de lágrimas.
—Yo no he hecho lo que crees. Yo... —Pero suspiró, dejando las palabras en el aire—. Tú y yo ya hace cuatro años habíamos hecho las pases en la coronación de Ben, ¿te acuerdas? —Mal no entendía a qué quería llegar la chica—. Mira, Mal, la verdad es que...
—La verdad es que nada, Audrey. ¿Por qué no la dejas en paz? Tú siempre has dicho que la mala del cuento es Mal—Y abrazó a su amiga—, pero tú eres la única villana aquí.
Audrey intentó replicarle, pero Mal tenía tantas cosas que decir. Para ese momento únicamente tenía una cosa muy importante que hacer. Y esta vez no dejaría que nadie se interpusiera entre Ben y ella.
Mal agarró a su amiga del brazo y dio un paso al frente, haciendo el amago de subir las escaleras.
Audrey retrocedió.
—Me casaré con el amor de mi vida porque lo amo —El puñado de lágrimas que invadían sus ojos fueron desapareciendo. Se las apartó con mucha fuerza, misma que usó para quitar a Audrey de su camino como siempre tuvo que haber hecho—. Ya no tengo miedo de estar con él.
Jay fue por Audrey y se la llevó.
—No te cases con Ben ahora, no lo hagas —gritó Audrey antes de desaparecer de la vista de las chicas.
Mal subió las escaleras junto con Evie. Ya al pie de ellas, dejó a Mal sola, despidiéndola con un gran abrazo. Posteriormente se dirigió hacia Doug, quien la tomó de la mano para llevarla a sus asientos en la primera fila, junto a todos sus demás amigos.
—Qué bueno que llegaron, cariño —le dijo a Evie—. Ben estaba a punto de irse corriendo a la escuela.
Evie se echó a reír nada más de pensar en Ben haciendo eso.
—Se nos complicó. Al parecer la limusina no pudo llegar —explicó a su prometido. Una cosa que no le había dicho, era que estaba segura que alguien tuvo que ver con la no llegada de la limusina. Y ya tenía a alguien en su lista de sospechas—. Oye, te iba ir a buscar a tu habitación, pero Ben me dijo que irías a verlo.
—Queríamos asegurarnos que no se arrepintiera de casarse con Mal —respondió.
—¿Arrepentirse? —Evie no pudo evitar dar una carcajada al decirlo—. Definitivamente algo que no haría Ben es justo eso —expuso. Llegaron a sus asientos—. Él la ama mucho.
Doug entrelazó su mano con la de ella. El chico observó el anillo plateado que posaba en su dedo.
—Así como yo te amo a ti —le confesó Doug.
Evie resplandeció de felicidad.
—Y yo a ti —ratificó y se dieron un beso en los labios.
En la entrada de la catedral, Adam se acercó a Mal y le hizo una reverencia. Mal le devolvió el tierno gesto.
—Estás hermosa, Mal —le dijo Adam. Ella respondió con un sutil «gracias»—. ¿Preparada, hija? —le preguntó Bestia con una sonrisa.
Mal, a lo lejos vio a Ben parado en el altar, esperándola pacientemente, y si no era simple imaginación, le sonreía. La descendiente de Maléfica luego de cuatro años por fin se casaría con Ben.
—Claro que sí. Lo estoy.
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