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Capítulo 14. El artilugio que salvó a los exiliados


Ben sabía bien lo mucho que a Mal le encantaba grafitear, pero no podía creer que todas las zonas de la Isla de los Perdidos estuviera repleta con su arte particular y ingenioso. Muy probablemente no todo era de su autoría, pero cada vez que pasaban por un mural y luego la miraba, ella ponía una mueca entre traviesa y apenada, ya que los mensajes eran «ABAJO AURADON» o un «REPUDIA LA BONDAD DE LA BESTIA». Justamente en éste último ella dio la cara más angelical que pudo.

—Mi futuro suegro no tiene por qué saber de esto, ¿verdad?

El muchacho rió unos segundos. Luego la acercó a él para darle un beso en la frente.

—Serás mi esposa, mis padres tendrán que aceptarte con todo y tu pasado aquí.

—¿Eso incluye haber intimidado a Carlos en el instituto?

—¿Qué importa eso? Ahora lo quieres un montón. Es para ti un hermanito menor.

—Bueno, ya no tan hermanito. Sus 18 años bien tiene —dijo Mal, sonriendo. Pasó a acariciar su anillo—. No quiero imaginar cómo se pondrá cuando sepa de nuestro compromiso. Solo diré una palabra: D-R-A-M-Á-T-I-C-O.

—Y Jay. Ambos son un caso —comentó a Mal—. Supongo que pese a eso tendré que pedirles tu mano.

Mal se le quedó viendo un momento antes de echarse a reír. Simplemente ninguno se imaginaba que le dieran el visto bueno a su boda. Ben estaba consciente de que aunque no le dieran la mano de Mal, ella de todos modos iría al altar con él. Carcajeándose todavía, miraron hacia adelante. Habían arribado al Castillo-al-otro-lado, el antiguo hogar de Evie Queen. Estaba lleno de telarañas y más terrorífico de lo que Mal recordaba. Haizea los miró por primera vez desde el Palacio del Dragón y les hizo una seña para que entraran, posterior a abrirles la puerta y hacer una reverencia nada necesaria, colmada de su típico sarcasmo.

No tuvieron que esperar a que la hija de Hades les señalara el camino, Mal lo conocía bien de la última gran aventura que tuvo con sus amigos antes. Bajaron varios escalones hasta que llegaron al sótano. Ahí, a la espera de ellos, estaba un no pequeño grupo de jóvenes. Ninguno de los dos se quedó a ver si los saludaban o no, simplemente les dieron una pequeña sonrisa y caminaron directamente hacia Yen Sid. Sin embargo, la cosa no quedó ahí.

—¡El rey de Auradon está aquí!

—¿En serio es el rey Ben? —se extrañó una chica de cabello negro—. Con esa ropa su carita de buenito por poco pasa desapercibida.

—Y viene con Mal —dijo otra voz entre murmullos.

Ben no estaba seguro de si sentirse amenazado o bienvenido. Se dio cuenta que Mal se sentía igual cuando lo agarró más fuerte del brazo. Ben no imaginaba que hubiera tantas personas ahí. Había dado por hecho que Yen Sid hablaría con ellos a solas.

De pronto, aunque a Mal amaba tener a Ben con ella, extrañaba a sus amigos y más con el hecho de que no habían estado mucho tiempo juntos antes de que ellos volvieran a Auradon. Esos pensamientos se apagaron cuando llegaron con el hechicero y profesor de Ciencias Extrañas. Tenía puesta una bata de laboratorio y la característica más destacable de su personalidad: su muy profunda expresión de sabiduría.

—No les hagan caso, únicamente están sorprendidos de verlos —les dijo Yen Sid—. Y siendo honesto, yo también.

—Claro —respondió Mal—. Yen Sid, seguro ya lo conoce, pero igual lo presento. Él es Ben y es mi... —¿Cómo debía presentarlo? Trató de buscar la respuesta en su príncipe y optó por la verdad— prometido.

Prometido. Qué estupendo. Un gusto, rey Ben, ansiaba volverte a ver. Siempre supe que serías un gran monarca. Tu padre me lo dice constantemente —Fijó su vista en Mal—. Y seguramente te convertirás en una gran reina, Mal.

Un poco incómodos, le sonrieron.

—Vengan por aquí, tengo algo que mostrarles.

Ben y Mal lo siguieron. Yen Sid los guió al fondo del sótano. Abrió una puerta que los condujo a un cuarto pequeño donde se encontraba cachivaches cualesquiera con la marca de una calavera bastante singular. Pero lo que les señalaba Yen Sid era una pizarra enorme donde había recortes de las caras de varios villanos y un montón de flechas y anotaciones en diferentes colores. El titular era «EL DÍA DEL DESVANECIMIENTO DE LOS EXILIADOS».

¿Desvanecimiento? ¿Pero si...? Qué raro. ¿Eso acaso no sonaba fuera de lo habitual para estar en la Isla de los Perdidos?

Los ojos de Mal iban de leer de un nombre a otro. Y como ya se lo imaginaba, se habían ido los que más le preocupaban fuera de la Isla de los Perdidos. Cruella de Vil, Úrsula, Izma, el Doctor Facilier, la Reina Malvada, Jafar, Hades y Madam Mim.

Cool. El Dios del Inframundo, un hombre con los poderes de un genio, una bruja calamar, varios hechiceros y una loca con obsesión por las pieles de dálmatas. ¿Qué más podía pedir Auradon por si un día llegaba una bandada de villanos a tomar su venganza?

—No se fueron solo ellos. Algunos se llevaron a sus hijos consigo. Otros, en cambio, se negaron a irse —les explicó—. Pero también tenemos sospechas de qué hay otros villanos de bajo perfil que fueron.

—¿Y simplemente están ayudándole con esta investigación? —preguntó Mal, perpleja.

—Podría decirse que sí. Hay chicos muy comprometidos con esto.

—Bueno, supongo que por algo se empieza. Tener los nombres de los villanos que se fueron será de ayuda —consideró Ben positivamente.

Yen Sid empezó a negar con la cabeza. Con confusión, vieron que el profesor salió del cuarto para llamar a dos integrantes del Club Antihéroes. Los demás se quedaron trabajando sobre grandes mesas leyendo grandes libros. Un momento, ¿leyendo? ¿Desde cuándo alguien en la Isla leía? A los que mandó a llamar fue a Yzla, una muchacha alta de piel muy cetrina y pelo grisáceo, hija de Izma y a Haizea.

—Yzla, cuéntales lo que presenciaste antes de que los villanos dejaran la Isla de los Perdidos.

—Ese día en la mañana mi madre me dijo que escaparíamos, que sería nuestro turno de cobrar venganza. Obviamente no le creí. ¿Cuánto tiempo los villanos no llevan intentando irse de aquí o tratando de debilitar la cúpula? No habría modo. Por eso no le creí y me fui al Palacio del Dragón. De camino me di cuenta que la Tienda de Cachivaches de Jafar, el restaurante mugriento de Úrsula, entre otros negocios de villanos que escaparon, estaban cerrados. Al principio pensé que nada más se les había hecho tarde, pero casi de inmediato oí rumores que decían que la venganza a Auradon estaba cerca. Que al menos eso estaban gritando a voces Facilier y Cruella de Vil.

—¿Facilier? —interrumpió Mal.

—Él y Cruella de Vil estaban a la cabeza de la huida. Descubrimos que está involucrado en esto más que cualquier otro villano —contestó Haizea.

—Continúa, Yzla —le pidió Yen Sid amablemente.

La chica accedió.

—En efecto, los villanos se preparaban para irse. Pero como ya se habrán dado cuenta, no toda la Isla estaba invitada. Seleccionaron a los más malos, a los más poderosos. Y a unos que otros secuaces, supongo.

—¿Las primeras señales que dieron de que se irían fue esa misma mañana? —preguntó Ben.

—Sí —respondió Haizea, recargándose en la pizarra—. Estoy casi segura de que mi padre sabía desde antes, pero ni a mi hermano ni a mí nos dijo hasta que se había armado el alboroto. Probablemente otros villanos hicieron lo mismo con sus hijos.

—Fueron verdaderamente discretos —admitió Yzla.

—¿Quién los seleccionó? —preguntó Ben.

Yzla volteó a ver al profesor, quien movió la cabeza como asentimiento.

—Pues claro, el aliado de Facilier. Desafortunadamente desconocemos quién es. Al principio creímos que su hija Freddie que ahora está en Auradon lo había ayudado. Pero ya no estamos tan seguros.

—¿Un aliado? —preguntaron Mal y Ben al unísono con desconcierto.

—Es lo más probable —refutó la hija de Izma—. ¿De qué otra forma podrían haber desaparecido así de pronto?

Mal asintió. Pues claro que tenía todo el sentido. Con lo de las Catacumbas les habían cerrado las posibilidades a los exiliados. Si alguien podía ayudarles, era alguien de fuera. Pero Freddie no. Ella no. La llegó a tratar mucho tiempo desde que ingresó a la Preparatoria Auradon y metería las manos al fuego para decir que no sería capaz de ayudar a su padre. Era una buena chica. Se había adaptado bien a Auradon.

—Quizá no sepamos quién es, pero sí sabemos qué usó para lograr la huida. O como preferimos llamarle: el desvanecimiento —anotó Haizea.

Yen Sid les pasó un papel a Mal y a Ben. Específicamente un dibujo que en el encabezado decía «PIEDRA DESCENDIENTE». Ya habían visto esas dos palabras antes. No lo olvidarían. Había sido tan solo un día atrás. Mal y Ben las habían visto escritas en grafiti cerca de la crepería de Frollo. Al mirar a su prometido confirmó que él también lo había recordado.

—La noche del desvanecimiento llamé a los Antihéroes. Y de hecho, fue ayer cuando encontramos eso en la biblioteca secreta del Palacio del Dragón —comenzó Yen Sid—. Tenía sospechas de que Facilier había tenido que ver en esto y lo que me contaron los jóvenes me lo confirmó. Bueno, su atención en el instituto había disminuido desde hacía tiempo. Nunca lo había visto tan entusiasmado. Los Antihéroes...

La pareja estudió el dibujo que tenían en las manos y dejaron repentinamente de ponerle atención a Yen Sid. Si eso que estaba dibujado era la Piedra Descendiente, se trataba del mismo artilugio que antes habían visto en la Cueva del Espejo bajo un celda de protección.

Mal levantó la mirada y se dirigió a hablarle directamente a Yen Sid.

—Hay algo de lo que nos gustaría hablar con usted. Es sobre mi embrujo.

Haizea y Yzla fueron enviadas por Yen Sid con sus compañeros Antihéroes al comprender que en la plática no estaban ellas incluidas. Por la aguda actitud del profesor, supieron inmediatamente que él ya tenía conocimiento del año que Mal había pasado bajo un encantamiento de sueño. Sospecharon que la habladora había sido su queridísima amiga Haizea. Pues si no ¿quién más?

Tras haber salido, Yen Sid cerró la puerta y después les señaló unas sillas para que se sentaran.

—Adelante. Los escucho.

—Bueno, antes de hablarle sobre esto queremos hacerle una pregunta —dijo Mal. Miró a Ben, vacilando un poco para seguir—. ¿Usted qué sabe sobre los Sitios de la Perdición? —Bajó un ápice más la voz—. Ben me explicó la finalidad de que existan, pero...

—¿Quieres saber cómo Ben logró entrar? —se le adelantó Yen Sid.

Mal asintió.

—¿Ben te ama?

La chica se sonrojó un momento. La pregunta la tomó totalmente desprevenida. Mal giró la cabeza hacia Ben y él le correspondió con una sonrisa y una caricia en una de las manos.

—Estoy feliz de que sea así, porque no sé qué haría si su corazón no sintiera lo mismo que el mío —expresó con todo el tono de una mujer enamorada.

Soltó un suspiro. Y solo después de varios segundos notó que se había alargado demasiado el momento emotivo con Ben. Recobró la compostura.

—Jay tenía la razón. Cualquiera con intenciones puramente buenas tienen asegurada la entrada —dedujo Mal—. ¿Es así?

—Es así. Aunque, a decir verdad, dudo mucho que cualquiera pudiera despertarte.

—¿Ya oíste, princesa? Fuiste tu caballero de brillante armadura por un día —le bromeó a Mal y impulsivamente la besó en la boca.

Ella no contó con aquello.

—Mi amor, ahora no —le susurró entre besos y risitas. Él se detuvo.

Pensó que se alejaría de ella, pero en su lugar la acercó para abrazarla más. Y se dejó. ¿Por qué no?

Centrando nuevamente su atención en el tema que Ben interrumpió, había algo que no entendían si se trataba de un conjuro que detectaba las buenas intenciones. ¿Cómo la persona que hechizó a Mal consiguió meterla en la Cueva del Espejo? ¿Será que de algún modo pudo desafiar el campo de fuerza que Merlín colocó?

—Hay algo más —inició Ben, devolviéndole el dibujo a Yen Sid—. Éste artilugio tiene un parentesco impresionante con uno que vimos en la Cueva del Espejo.

—¿Están seguros?

Ambos consintieron.

Misteriosamente Yen Sid les dio la espalda, muy reflexivo. Mal y Ben se miraron.

—Mencionó que encontraron este dibujo en el Ateneo del Mal. Supongo que Facilier no fue cuidadoso.

—Lo fue, pero no lo suficiente. Si la Piedra Descendiente está aquí en la Isla de los Perdidos, sea cual sea la razón de que esté aquí, debemos encontrar la forma de sacarla y llevarla a Auradon. Este artilugio lo utilizó el aliado de Facilier para llevarse a los villanos. Creemos que los llevó pero no a la libertad inmediata.

—¿A qué se refiere? —indagó Mal.

—Hubo otros Antihéroes que aportaron algo más aparte de Yzla y Haizea —respondió el profesor—. Al parecer los villanos parloteaban acerca de un refugio. Hablaban como si tuvieran primero que protegerse de algo antes de ir a cobrar a Reino Unido una represalia por las más dos décadas que han pasado aquí.

—Protegerse de magos como Merlín y el Hada Madrina en lo que recuperaban sus talismanes —razonó Ben—. Temen que sin sus poderes no podrían defenderse y los volverían a encerrar de inmediato.

—Justamente, Majestad.

—Ben, Yen Sid. Mi título como rey ahora no está muy claro —explicó.

—Comprendo —dijo a Ben. Se volteó hacia la pizarra—. No hemos tenido la fortuna de averiguar la ubicación de ese refugio, pero seguimos trabajando en ello.

—Yen Sid, ¿ellos —Mal señaló con la vista a la gente afuera, al Club Antihéroes— son confiables? Tal vez no esté enterado, pero hubo manzanas podridas la última vez.

—Puedes estar tranquila, Mal. Algo parecido a lo que sucedió con Mad Maddy no ocurrirá nuevamente.

Mal no estaba segura, pero no agregó nada más sobre ese tema.

—Es el Refugio de los Perdidos. Así nos gusta llamarle al lugar al que llegaron los villanos. Nada más un nombre clave para referirnos a él.

Al menos por ahora tenían la ventaja. Los villanos dieron el primer paso y escaparon, pero Auradon los tenía acorralados. No conseguirían sus poderes sin Merlín o sin la varita mágica del Hada Madrina. Sabían que una o otra cosa serían difíciles de conseguir. De todos modos les intrigaba el hecho de que el arma que los sacó de la Isla de los Perdidos estuviera misteriosamente en uno de los Sitios de la Perdición. Fue ese pensamiento el que le llevó a Ben a preguntar:

—¿Qué poder exactamente cree que tenga la Piedra Descendiente?

—Como ya sabemos, el Doctor Facilier ayudó a su aliado para crearla, es por eso que tenía el diseño del artilugio, lo cual quiere decir que ese aliado anónimo no posee magia. Y si no tiene magia...

—Tenían que conseguírsela —completó Ben con la satisfacción de por fin comprenderlo.

—Fue creada para hacer de su portador un brujo —añadió Mal, parándose en seco.

Todo comenzaba a cobrar sentido. Por esa razón lo llamaban el desvanecimiento de los exiliados, porque alguien de Reino Unido los hizo desaparecer de la Isla de los Perdidos para hacerlos reaparecer en otro lugar. Y ese otro sitio era a lo que el Club de los Antihéroes llamaban el Refugio de los Perdidos. Mal se acercó a la pizarra con los brazos cruzados. Quién sabe cuánto tiempo llevaban planeando eso. Tal vez incluso años. Crear un artilugio así como la Piedra Descendiente no debió ser fácil.

—Es la teoría, al menos —dijo Yen Sid.

—Bueno, hay que comprobarla —Ben también se paró y se puso a lado de su prometida—. Esa cosa debe estar en Auradon y debe ser estudiada por profesionales. Las hadas del País de Nunca Jamás podrían ayudarnos.

—Y no destruirla por ahora es importante. Puede ser útil para dar con la ubicación de los villanos. La varita del Hada Madrina puede obligar a la Piedra Descendiente a revelar hasta el último hechizo que ha conjurado. Pero si está encerrada bajo una protección...

—Los VK's hallarán la forma de sacarla. Cuente con eso —Y Mal sonrió.

Ben tomó la mano de Mal entre la suya y juntos le explicaron en voz baja el tema con las Catacumbas y que hacía rato habían hablado con Carlos, Evie y Jay. Después los tres salieron del cuarto y se encontraron con jóvenes muy concentrados leyendo. Yen Sid les contó que unos Antihéroes —conformados por Hermie Bing, Jace, Harry y Mindy Tremaine— estaban hurgando en varios archiveros y libros que habían traído de la biblioteca del Palacio del Dragón para ver si encontraban algo que uniera más cabos sueltos que pudieran revelar al aliado de Facilier. A Haizea y Yzla, por otro lado, las había mandado a la casa de éste para investigar más acerca del mismo asunto.

Ben sugirió que ahora que sabían dónde estaba la Piedra Descendiente, se tendría que estar vigilando regularmente la entrada hasta que la llevaran de la Isla de los Perdidos. Por eso Yen Sid decidió que él iría muy seguido a visitarla, cosa que le pareció más que estupenda a Mal porque no le hacía gracia regresar pronto.

Los Antihéroes que quedaban se fueron y Mal y Ben quedaron solos con Yen Sid. Tal vez era tiempo de que regresaran a los túneles subterráneos para darles las novedades a los chicos. Quedaron en que si Yen Sid encontraba más pistas sobre el Refugio de los Perdidos o el aliado de Facilier, les haría llegar la información. Y les tranquilizó saber que Yen Sid no le diría a nadie de su grupo acerca del lugar dónde se encontraba la Piedra Descendiente.

—Mal, ¿podrías permitirme hablar en privado con tu prometido?

—Está bien—dijo Mal, dando pequeños pasos hacia atrás—. Amor, te esperaré afuera. Yen Sid, hasta luego.

—Hasta luego, valiente Mal —Ésta sonrió y subió los escalones en dirección a la salida.

Aquello le resultaba muy sospechoso a Mal. ¿De qué quería hablar Yen Sid con Ben sin que ella estuviera presente? Sin embargo, Harry y Jace musitando entre ellos la sacó de las intrigas que le jugaba su mente. No dejaban de señalarla (maleducadamente, consideró ella). Pero sea como fuese, seguían siendo parte de de la Isla. Esperaba en serio que algún día dejara de ser así. Quería ayudarlos. Todavía faltaban muchísimos descendientes de villanos por ir a la Preparatoria Auradon o a alguna escuela dentro de los límites de Reino Unido. Cuando se cumplió el año de que se hizo la proclama de Ben, él decidió que para tener un orden se eligiera otra tanda de jóvenes cada cierto tiempo.

En ocasiones, Mal le sugería algunos a Ben y él en una libreta que ni a ella le enseñaba apuntaba sus recomendaciones. Igual no toda la palabra la tenía Ben. Y por eso hacían un gran equipo. Aunque de vez en cuando también Evie, Carlos y Jay se les unían y se la pasaban hasta una tarde entera revisando las mejores elecciones.

Con total decisión, Mal se acercó a Jace y a Harry. Intentaron huir en cuanto éstos vieron sus intenciones, pero los alcanzó a sujetar por los hombros, de esa manera forzándolos a quedarse.

—Quiero saber ahora qué murmuraban de mí. Y más les vale que me digan la verdad.

—¿A qué verdad te refieres? —preguntó Jace.

—Sí, Mal. Por cierto, nunca te felicitamos por haber conseguido los talismanes. Fuiste toda una...

—¡Ya, por favor! —exclamó, exasperada—. Puede que Carlos los haya aguantado. Únicamente él sabe cuánto tiempo, pero quiero que me digan ahora de qué hablaban.

—De nada. ¿Tú hablabas de algo, Harry? —Éste negó, haciéndose el tonto—. ¿Lo ves? No sabemos nada de lo que tú crees que sabemos.

Ahora entendía a Carlos. ¿Cómo pudo ser amigo de estos idiotas tanto tiempo? Tienen un hueco inmenso en el cerebro Cuando volviera a ver a Carlos, consideraría un poco más la próxima vez que la molestara. Igual era cierto que era buenos chicos, a pesar de su idiotez indiscutible.

Estaba a punto de sacarles más información, pero al voltear hacia ellos, ya no estaban. Se habían esfumado. Intentó encontrarlos a sus lados y vio que unas figuras muy velozmente le lograron huir. Consideró en perseguirlos, pero los dejó por ahora.

Una villana no muy villana como ella siempre se sale con la suya.

Un rato después, Ben estaba fuera de los muros gruesos y deteriorados de la entrada al Castillo-al-otro-lado. En cuanto el chico la miró recargada sobre la reja que formaba parte del antiguo hogar de Evie, le sonrió.

—¿Me tardé mucho?

—Sí, mucho, ya estaba por irte a buscar.

—¿Tanto te preocupas por mí?

Mal soltó una pequeña carcajada.

—Cuando nos casemos ya habrá tiempo para eso —contestó y con el dedo le dio un toque en la nariz, mostrándole que bromeaba.

El príncipe le devolvió una mueca coqueta.

—Ansío que llegue ese día.

—Llegará —replicó Mal. Luego le dio un besito en la mejilla, al mismo tiempo que entrelazaba su mano con la de él.

Mal quería ver ya a sus amigos, así que apresuró a Ben para irse a las Catacumbas Infinitas.

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