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006.

Im Bora

El aire fresco de la noche que se acercaba caía sobre mi rostro. Qué satisfactorio. El aroma de distintas platos tradicionales se olían desde lejos, ah, delicioso.

Mi madre me distrajo, haciendo que siguiera mi camino hasta el puesto que nos dejaban todos los años, en esa mesa debíamos dejar la comida, ordenar un poco y no preocuparnos de nada, siempre que el reloj marcaba la 1 de la madrugada, empezábamos a ordenar.

Todo se miraba lindo. La señora Kang siempre acordaba con mi madre hacer el puesto juntas, así que nunca he juzgado su forma de arreglar. Además, su restaurante, más conocido como Jihkaja, era famoso y junto a la comida de mi madre, eran un gran complemento.

Puse ambas manos en mi cintura, viendo el sol que se escondía y la música dando ambiente, alegrando al mundo entero de este lugar. Esto era una gran comunidad. Pero, aquí entraba mi trabajo; ir por cada puesto comiendo de todo un poco y rechazando a Taehyun hasta que fuesen las 11.

Masticaba alegre, escuchando a Hye sobre como su marido se recuperaba, Dios, esta señora alegraba mi vida.

Esta noche, era un poco diferente. A veces parecíamos pitufos, pero los colores azules eran todos de tonalidades diferentes, era agradable a la vista... bueno, no mucho por la persona con quién crucé mirada justo ahora. No sabía que estaba viéndome.

La aparté por lo sorprendida que me sentí, ¿qué le pasaba? ¿Por qué me miraba de esa manera? Giré mi cuerpo para darle la espalda a todos. Tomé aquel frasco grande que contenía la bebida y serví un poco en mi vaso.

—¿Te ocurre algo cariño? —Negué. Me sostuve en el hombro de Hye y le sonreí. Se miraba extrañada, ah, por desgracia parecía que se dio cuenta— Es ese muchacho, ¿seguiste discutiendo con él?

La pregunta era, ¿qué hacía él aquí? Ya no me miraba, pude ver su perfecto perfil. Tenía un gorro pescador de color blanco -qué ingenuo-, llevaba una de esas que llamaban cortaviento con cremallera abierta, se apreciaba su camiseta blanca por dentro. Su pantalón corto era a conjunto de color azul. No pude evitar mirarlo de pies a cabeza y concentrarme en como su cabello que dejaba ver su gorro caía por su frente hasta casi sus ojos.

—Bora.

Su tono al hablarme de preocupación llamó mi atención.

—Todo está bien Hye, no volví a hablar con ese. Lo odio mucho y no puedo soportarlo.

No puedo soportar cuándo me mira, me recuerda a cuándo nos encontramos en el vestidor.

Me fui de ahí acompañando a Hye. Estuve con ella, normalmente las ancianas con las que hablaba hacían comentarios sobre todo el mundo. Me quedé sentada, escuchando cosas que no me interesaban.

Tomé unos palillos con calamares fritos que estaban en la mesa de al lado. Saqué uno por uno y me los comí, bueno, alguno me lo comí con la salsa especial de Hye.

—¿Y ese joven tan guapo?

— Dios mío Song, podría ser perfecto para tu nieta o mejor, para tu otra hija.

—¿De qué hablas?

—¿No sabes quién es?

Metí el último calamar en mi boca. Estaba delicioso y empanizado, era mejor. Necesitaba que Hye me diera la receta de su salsa también.

—Mira su cabello, ¿no lo tenía de otro color?

—No puede ser, la primera vez que lo vi lo tenía largo.

Dejé de limpiar mi boca con la servilleta al darme cuenta de quién hablaba. Abrí los ojos en cuánto sentí la mirada de Hye sobre mí, seguro habrá descubierto quién le cortó el cabello. Empecé a toser como loca, al atorarme con mi propia saliva. Las ancianas empezaron a darme palmadas en mi espalda y haciendo que tomara algo, agua.

Qué escándalo, los que estaban cerca de nosotros nos quedaron viendo. Ahí estaba el estúpido, con una leve sonrisa en sus labios mirando la situación y con un par de chicas a su lado. Dejé de toser, sentía ardor en la garganta. Vaya vergüenza, pero no me iba a mover de aquí. Me propuse no verle, solo centrarme en lo que hablaban estas mujeres.

—Myeun, escúchame una cosa, ¿sabes quién sería perfecta para tu nieta menor?

Debía aguantar, mientras escuchaba, una conversación de personas mayores que únicamente iban de casamenteras. Eran amables, pero otras veces insoportables, menos Hye.

—El niño Taehyun es muy guapo.

—No creo que a la señora Kang le agrade la nieta de Myeun

—Mi nieta es la mejor.

Suspiré.

—Taehyun es demasiado para ella.

Se me escapó. Las ancianas me miraron. Evadí sus posibles regaños. Se enfadaron y las vi como se alejaban. No pude evitar reírme y sentí una palmada de Hye en mi hombro. Me dejó sola, con una sonrisa en el rostro, por lo menos no escucharé sus chismes, creí que serían más interesantes.

Me levanté de la silla. Quería algo de ese ponche de fresa que había en la otra mesa, mi garganta aún carraspeaba. Tiré la servilleta y fui hasta donde me esperaba el poco de ponche. Cuándo estaba a nada de cogerlo, alguien llegó arrebatando casi de mis manos el cucharón. Sentí mi cuerpo caliente, estaba a nada de darle un empujón.

—No me veas así, supongo que hay más bebidas —Levanté un ceja. Bufé exhausta, no podría seguir aquí. No era justo que se bebiera lo último, en la mesa donde estaba habían más cosas. Uh— Estuve mirándote desde que llegaste, en verdad te miras bien, algo aniñada, pero muy bonita.

Me quedé mirando su rostro simplemente. Había algo nuevo; tenía otros piercings aparte de el de su ceja, cerca de la comisura de sus labios y más en sus orejas. Se veía especial, tan arrogante, de esa manera atractiva como lo dejaba ver.

Pareciera que quisiera intimidarme, eso no me gusta mucho que digamos.

Solté aire, como si me estuviera riendo. Acomodé mi mano en la mesa, ordené mi cabello de la frente y lo miré atenta.

—¿Me estás coqueteando? —Dije.

—¿No es lo que tú llevas haciendo desde que nos conocimos?

Sonreí, era imposible charlar con él seriamente. No podía dejar de pensar en todas las veces que nos hemos visto, peleamos, nos miramos y con un par de palabras eriza mi piel, no sé qué tenía este chico, pero me atraía algo.

Suspiré y me di la vuelta. Mi estómago se revolvió cuándo pronunció mi nombre de esa manera profunda, grave, me estaba llamando, era como si el mismo diablo te llamara para pecar y cayeras sin dudar. Me di la vuelta e incliné mi cabeza, entre cerré los ojos y busqué alguna respuesta en los suyos.

—¿Quieres ir a la playa conmigo?

No pecarás y me volví una pecadora. Levanté ambas cejas y me fui de ahí, pero antes de irme escuché en lo superbajo como decía que esperaría en la salida de la plaza. Estaba loco si creía que iría.

Me dirigí hacia donde estaban todos, estaban platicando campantes. Taehyun hablando con mis primas, las señoras criticando sobre la comida y yo, sudando por las manos pensando en lo que haría. Tomé el brazo de mi madre, atrayéndola hacia mí. En secreto, le mencioné que tenía que ir a un sitio, que volvería lo más rápido posible. Vi su cabeza asentir. Entonces, mis pies se movieron solos, encontrándome con Taehyun deteniéndome.

—¿No me vas a decir a donde vas? ¿Recuerdas que día es hoy? Prometiste que iríamos ahí, jamás rompes a tu palabra cuándo se trata de mí.

—Taehyun, regresaré. Te juro que estaré aquí antes de las 12, sabes que lo haré. Tengo algo importante que hacer.

Me paré de puntillas y me acerqué a su mejilla para dejarle un beso. Tomé mi bolso que estaba al lado de el de mi madre y empecé a caminar hacia la salida.

Intriga, tentación, pecado, esta noche se volvía tan extraña desde que me miraba de aquella manera. Solo quería ver más allá de todo aquello. No había existido el día que mi cuerpo se sintiera de esta manera, descubrir que había al final del camino.

Estaba llegando a esa cartel de la entrada, estaba arrepintiéndome, algo me decía que me detuviera, pero lo miré a él y mi cuerpo involuntariamente se acercó más. Estaba arrimado a su coche, sus brazos cruzados y ya no tenía ese gorro, pude ver mejor su cabello con esas mechas azules claras.

Cuándo notó mi presencia, abrió la puerta del pasajero para que pudiera entrar. Cuándo me senté ahí, mis fosas nasales se inundaron de un olor tan exquisito que movió todo mi cuerpo, un olor tan suave y delicioso. Este coche era fenomenal, mejor que el de la madre de Taehyun, por supuesto.

Nos dirigíamos hacia algún lugar de la playa, dos desconocidos que sentían algo extravagante, no nos mirábamos, no hablamos mucho. Mencionamos cosas en el transcurso sobre la música que sonaba, sobre como las olas se escuchaban desde la carretera en donde estábamos. Un par de veces, sentí su mirada en mí y de inmediato miraba a la ventana para aguantar una sonrisa. Mi pecho se saldría, me sentía inquieta.

Después de todo ese tiempo, pude percibir como el motor del coche se detuvo, él se bajó y yo también al mismo tiempo. Aparcó el coche casi cerca de donde empezaba la arena. Habían unos grandes bloques de cemento -más o menos me llegarían al pecho-, que era una señal para que no pasaran más haya con los coches.

Caminé un poco, mirando una pequeña senda hacia aquellos bloques. Ah, lo descubrí. La entrada estaba más lejos, así que decidió venir por aquí.

Giré sobre mis talones buscándolo y ya estaba tocando los bloques como un curioso. Me miró y alzó su mano en señal de que la tomara.

—Saltemos por aquí.

Me acerqué a él con su ayuda, tomé su mano, tibia, más grande que la mía -era obvio-, se sentía bien. Noté mi pequeño tacón hundirse. Soltó mi mano e hizo una señal de que tomaría mi cintura. Puse mis manos en sus hombros, mientras que él se agachó un poco al tener sus manos más abajo de la cintura, en mi cadera, sin avisarme, me levantó sin ningún esfuerzo, sentándome en aquel bloque.

Me miró unos segundos desde ahí y pronto subió sin ningún esfuerzo. Nos dimos la vuelta con cuidado para quedar con la vista a la playa.

Él bajó primero. Puso su espalda enfrente de mí y dio un toque a mis tobillos.

—Sube —¿A qué se refería? ¿A su espalda?— Vamos.

Se acercó más a mí. Me tiré como un oso hasta su espalda y escuché un quejido combinado con una sonrisa, al igual que yo. Sus manos pasaron por debajo de mis piernas y mis manos se enrollaron en su cuello.

Pasé mi cabeza a un lado y pude tener su oreja a mi disposición, su cuello, su cabello, su cuerpo. Esta vez lo tenía más cerca que cuándo le corté el cabello, podía olerlo, sentirlo.

Caminaba sin problemas por la arena. Nos acercábamos más y el viento era tan fresco. Me bajó con cuidado en cuánto llegamos a la orilla.

Él se dio la vuelta para así verme.

—No creí que fuese tan precioso ver el mar de noche —Dijo.

—¿Nunca habías estado?

—Solía hacerlo de niño.

Quité mis zapatos y me coloqué a su lado. Nos encargamos de quedarnos ahí unos segundos, mirando como el mar creaba esas pequeñas olas que se arrastraban para estar cerca de nosotros. El silencio, el frío y la tensión inexistente nos abrazaba.

Después de tantos encuentros, en este momento me sentía tan cómoda a su lado.

—¿Te gusta ser famoso?

Nos habíamos sentado en la arena para estar más cómodos. Nadie hablaba, así que tomé un poco la iniciativa.

—Ser famoso no tiene nada en especial. Soy una persona que trabaja haciendo lo que le gusta y otros se encargan de buscar información sobre mí.

Así volvimos a estar en silencio. Me pregunto si es que estar en estos sitios lo volvía más callado. Me encargué de admirarlo detenidamente, su perfil era tan llamativo, perfecto.

Sus ojos tan grandes, se iluminaban por las estrellas y el mar.

—¿Te dolió mucho hacerte esos piercings? —Me miró al fin.

—Creo que no mucho. Si te soy sincero, las cosas de riesgo me gustan. Muchos dicen que soy masoquista por qué me gusta sentir dolor.

Reí, no podía juzgarlo. Me recosté en la arena, sabía que me iba a ensuciar, pero quería ver las estrellas mejor. A los segundos, sentí que él hizo lo mismo.

Estábamos completamente estirados, escuchando las olas del mar, mirando el cielo oscuro adornado por una media luna y miles de estrellas infinitas, difíciles de contar. Empezamos a hacer bromas de quién contaba más, pero era imposible.

Una pregunta hizo que girara mi cabeza a él, este ya estaba recostado de lado, deteniendo su cabeza con su mano, mirándome.

—¿Young? Sospeché que escuchaste todo. Me aventuré a conocerlo, pero solo hablaba de fútbol, no era interesante, es tóxico, extraño, maniático y no sé qué más podría ser.

Sus ojos estaban puestos en mí, casi no podía verlo bien porque estaba acostada, así que coloqué mi cuerpo boca abajo y sosteniéndome con mis codos.

Ahí estaba nuestra máxima tensión activa y que me volvía vulnerable por lo visto.

Su mano libre se acercó a mí para poder tocar ese escaso cabello que dejé suelto en mi frente. De un momento a otro, su cuerpo se colocó en mi misma postura, quedando justo a mi lado, tan cerca, que compartíamos el espacio personal.

—Eres muy bonita.

Susurró, como si no quisiera que nadie más escuchara. Su rostro se acercó a mi cuello, queriendo oler, ese gesto no me gustaba, extrañamente quería que él lo hiciera.

Al estar cerca de mi oreja, escuché perfectamente en el momento en que inhaló y al exhalar soltó un risilla traviesa que hizo que lo mirara.

—Las veces en que me he acercado a ti, he adorado tu perfume.

Vaya, era un sabueso.

—Creo que eres un encantador innato.

Jungkook era un hombre, un hombre bastante guapo, superficialmente, pero por primera vez quería saber como era más allá de ese rostro atractivo. Parecía alguien amable, dedicado a las pequeñas cosas que le hicieran feliz, también eran de aquellos que no se daba por vencido, no le temía al éxito.

Vi como alejó su mirada de mí, se había avergonzado por mis palabras. Relamió sus labios con una sonrisa.

—No sé qué estoy haciendo —Volvió a mí, analizaba completamente mi rostro— Tenemos varios años de diferencia. 

Al parecer aquello parecía como un problema, además, era mayor de edad. Sonreí burlándome, por qué estaba serio, interesado por el tema. Tapé mi boca con una mano, pero de inmediato él la quitó para querer verme.

>>> —Si estoy contigo, evita taparte la boca, me gusta tu sonrisa. Toda la tarde llevo admirando como sonríes, cuándo estás con los que conoces, te hace ver sincera.

Me conmovía lo que decía. No había conocido a otro chico que no fuese Taehyun que resultara ser tan atento. Desde que me alzó primero su mano para que la tomara, me pidió permiso para tocar mi cintura, todo lo que hacía me parecía aún más varonil y que atraía.

—En vez de hablar de la edad, por qué mejor no me dices que te trae a Jeju ¿ya vivías antes aquí?

—Y si, en vez de hablar de eso, ¿hablamos de que quiero besarte?

El fresco de la noche o tal vez lo que dijo hizo que me entrara escalofríos.

Eso había sido justo al punto, justo al grano, justo a lo importante o como quieran llamarlo. Directo. Relamí mis labios pícaramente pensando en lo que dijo. Era una locura, si lo reflexionaba bien, casi dos semanas atrás quería matarlo, aún quiero hacerlo, pero existe algo que me motiva a otras cosas.

Si hacía lo que mi cuerpo me pedía, todo se volvería extraño.

Me senté primero en la arena y limpié mi torso que había quedado sucio. Notó mis acciones e hizo lo mismo, pero con la diferencia de que dejó sus piernas dobladas, pero puse mis manos sobre sus rodillas.

—Estira las piernas.

Susurré y lo hizo. Sin pudor alguno, sin pedir permiso, gateé un poco y separé mis piernas, las coloqué a cada lado de las suyas.

—Te hubieras podido sentar en mi regazo aun teniendo mis piernas levantadas, con la diferencia de que estarías más cerca.

Puse mis manos en sus hombros y me acerqué a su rostro, tan lindo. Quería que tocara mi cintura, pero simplemente las tenía detrás de su espalda, ¿qué esperaba para hacer algo? ¿Había sido muy rápido? No lo creo, era experta en medir los tiempos, y ahora era el momento.

Analicé cada parte de su rostro, él también hacía lo mismo.

Mis ojos se detuvieron en sus labios, aquellos pequeños, finos, perfectos y deseosos labios con un piercing con el cual estaba dispuesta a jugar. Entonces, cuándo por fin sentí que dejó de analizarme, gracias al cielo sus manos se fueron a mi cintura, apretó y sentía como si me abrazara, queriéndome más cerca a él.

Su cabeza pasó a estar casi inclinada y yo cabizbaja. Hice que nuestras narices se rozaran, con la necesidad de besarnos. Metí mi mano en su hilera sedosa, acaricié su cabello, no podía dejar de pensar que se miraba tan atractivo así, no pude imaginarme que a quién no me agradaba lo tendría justo debajo de mí.

Cuándo literalmente nuestros labios se rozaron, abrió sus labios para hablar.

—Tu teléfono no deja de vibrar, Bora.

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Tomen agüita, no dejen de comer y traten de portarse bien. Dios les bendiga. Muak. <3

—herbst

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