24
Jeongyeon POV.
Cuando llegamos al hospital, me encontré con la difícil tarea de parecer normal. Yo me había prometido acatar el pedido de Nayeon, repetido exhaustivamente durante todos los 15 minutos de viaje (que, en condiciones normales, deberían hacerse en media hora)
"No hagas un escándalo."
"Se normal."
"Nerviosismo es una cosa, el pánico es otra."
—Buenas noches. Mi mujer entró en trabajo de parto y necesita ser atendida. –Comencé, tratando de tragar el grito para las tres mujeres de la recepción. Como me imaginé que no me tomaría en serio, me apresuré a añadir: — El obstetra le mandó que viniera lo más rápido posible.
Una de las mujeres, tal vez notando la fuera que yo hacía para no explotar (o tal vez notando que Nayeon estaba en trabajo de parto) se apresuró a conseguir una silla de ruedas en algún rincón allí cerca de la recepción. La ayudé a sentarse con cuidado, y una nueva ola de contracciones la alcanzó. Y cada vez que su rostro se contorsionaba, tenía ganas de golpear a alguien a mi lado por no hacer nada para que su dolor pasara.
—Usted tiene que rellenar algunos datos de ese formulario... —Una de ellas comenzó, claramente no entendiendo la situación.
—¡Yo relleno lo que quieras, pero coloca a mi mujer en un cuarto primero!
—¿Son la pareja del Dr. Lewis? –Otra mujer preguntó.
—Lo somos.
—Ya está esperando. Voy a llevarlas hasta allí.
Todo lo que tuvimos que hacer fue caminar por un largo pasillo –Nayeon en la silla de ruedas, yo (con un formulario en las manos) y la recepcionista caminando -entrar en un ascensor y llegar a una sala verde-bebé claro. Y aún siendo todo lo que tuvimos que hacer, todo parecía que tardaba más de lo que tenía que tardar.
Nayeon no dejó escapar ningún sonido. Ella parecía querer mantener sus dolores en silencio, aunque sus contracciones fueron más constantes y aparentemente más fuerte cada minuto. Sin saber qué hacer para ayudarla, y asegurándose de que nada de lo que intentaba surtiría efecto, sólo me quedé a su lado todo el tiempo, repitiendo cosas como "todo va a salir bien" y "ya estamos llegando."
Yo estaba angustiada. Angustiada porque no podía hacer que su dolor pasara. Y porque mi hija quería salir de ella a la fuerza. Y era claro que yo sabía que eso sucedería algún día, pero verla de esa forma sólo hacía todo un poco más desesperante.
—¡Buenas noches! –El Dr. Lewis dijo cuando entró en la sala pre—parto. Había otras dos mujeres dentro, pareciendo ser sus auxiliares de parto, que le ayudaron con la tarea de levantar a Nayeon de la silla y sentarla en una cama alta.
—¡Doctor, ella tiene mucho dolor! –Me apresuré a hablar, no recordando en devolver el "buenas noches" dado. – No se le puede dar ningún medicamento...
—Jeongyeon, ella está en trabajo de parto. No hay mucho que se pueda hacer. La única cosa que va a hacer que el dolor pase es el nacimiento del bebé.
Su rostro se contorsionó otra vez, y otra vez me contorsioné, por instinto.
—Eh, ¿ya ha llenado el formulario?
Me di cuenta de que estaba hablando conmigo.
—¿Qué? No...
—Gran hora para hacer eso. Vuelve aquí en unos quince minutos, ¿ok?
—¿Qué? –Exclamé, sorprendida. – ¡No! No voy a dejarla sola...
—Jeongyeon, tenemos que seguir algunos procedimientos aquí. –Él se volvió hacia mí, hablando con una autoridad de médico y, al mismo tiempo, de padre. – Tengo que hacerle algunos exámenes, y no tienes que quedarte pegada a su esposa todo el tiempo. No te preocupes, estarás presente en el parto. Pero no necesitas estar presente en la tricotomía.
—Pero...
—Sólo vamos a cambiar su ropa y comprobar si todo está bien. No tienes por qué preocuparte, ¿ok? Vaya a llenar el formulario, llame a quien tenga que llamar y tome un calmante antes de que yo mismo le inyecte uno a la fuerza.
Respiré profundamente tratando de controlarme. En el breve período de tregua entre una contracción y otra.
—Amor... —Comencé, acercándome a ella y sintiendo una enorme voluntad de disculparme: Aunque no fuera por voluntad propia, tuve que salir. Antes de que me sacaran allí a patadas.
—Ve. –Ella habló en un tono de voz bajo, y yo sabía que Nayeon no estaba siendo grosera, sino sólo evitando hablar demasiado y dejar escapar algún gemido de dolor.
Me acerqué a su cara y la besé apasionadamente, empleando intensidad suficiente para que entendiera que yo volvería y que estaba odiando tener que dejarla en aquel momento.
—Estaré de vuelta en quince minutos. –Hablé contra su cara, mirándola a los ojos. – Voy a volver. Y cuando vuelva, no voy a salir de tu lado.
Ella asintió con la cabeza de forma sencilla.
Me obligué a dar media vuelta y caminar fuera de la sala, yo salí.
Y entonces todo empezó a desmoronarse.
***
Después de responder a todas esas malditas preguntas en el formulario y esperar pacientemente por los quince minutos estipulados por el Dr. Lewis, volví al pasillo que daría a la sala de pre—parto y, para mi sorpresa, fui impedida de proseguir hasta la puerta.
—¿Sra. Yoo? –El hombre habló, parando delante de mí pareciendo no querer moverse.
—¿Sí?
—El Dr. Lewis me pidió mantenerla durante algún tiempo aquí.
Seguí mirando al hombre desconocido, tratando de entender el motivo de eso.
—¿Por qué? –Pregunté secamente.
—Todavía no ha terminado de hacer los exámenes necesarios en su esposa.
El muchacho parecía algún tipo de enfermero o auxiliar. Y, quizá coincidentemente –aunque yo creyera lo opuesto –él tenía casi el doble de mi tamaño. Tal vez el Dr. Lewis me conociera lo suficiente para saber que yo intentaría entrar en esa habitación si un gorila no me lo estuviera impidiendo.
—Dijo "quince minutos". –Hablé todavía fríamente, empezando a caminar hacia la puerta.
—Pero aún no ha terminado. –El hombre repitió, colocándose delante de la manera más educada que conseguía.
"Se normal" La voz de Nayeon resonó por mi cabeza "se normal"
Respiré profundamente una vez. Y después otra. Y otra enseguida.
—¿Por qué aún no ha terminado? ¿Qué pasa?
—A veces, los exámenes tienen...
—¡Pero él dijo "quince minutos"! –Yo sabía que eso ya no era un argumento, pero aún así me aferraba a él.
—Señora necesita calmarse...
Eso definitivamente no era lo correcto para decirle a alguien que necesitaba calmarse.
—¡No voy a calmarme hasta conseguir ver a mi mujer y asegurarme de que está bien! –Hablé en una voz baja y forzada, intentando por todo en el mundo acatar el pedido de Nayeon y no hacer ningún escándalo.
—Tiene que calmarse si no quiere poner a su esposa nerviosa también. Ella necesita su calma, necesita su fuerza. –Por primera vez, lo que ese hombre decía estaba teniendo algún sentido. Pero eso indicaba que no estaba bien.
No estaba bien.
—¿Qué está pasando? –Repetí, ahora sin hacer mención de correr a la puerta y tirarla abajo.
Él suspiró.
—No tiene suficiente dilatación. Y las contracciones son cada vez más frecuentes.
—¿Y qué significa? –Le pregunté con una voz ya aguda.
—Eso no significa nada... —Él comenzó, dando un énfasis raro en la palabra "eso", pero cuando iba a pedirle que me dijera pronto todo lo que sabía que él me escondía, fui interrumpida por una voz conocida.
—¿Qué está pasando? –Mi madre habló de la otra esquina del pasillo, caminando apresuradamente a mi encuentro. Mi padre venía justo detrás de ella.
—Ella no tiene suficiente dilatación, sea lo que eso signifique... —Comencé, y mi madre ahora miró al enfermero, o auxiliar, o lo que fuera.
—Sólo esperar hasta que tenga, ¿no? –Preguntó, con la poca experiencia que tenía en ese asunto. – ¿Cuál es el problema en eso?
El hombre la miró, pareciendo escoger las palabras correctas.
—Hubo una complicación. El Dr. Lewis está tratando de ver si es posible realizar el parto normal pronto. El feto está recibiendo oxigeno insuficiente...
—¿¡Qué!? –Hablé, ahora completamente en pánico.
En ese preciso momento, la puerta que yo quería derribar hace unos minutos se abrió y una camilla pasó por ella, con cuatro personas alrededor. Acostada en ella, estaba mi esposa.
—¿¡Qué está pasando!? –Grité al médico, ya lo seguía mientras él empujaba la camilla hacia otra habitación más al fondo del pasillo. Nayeon estaba, para variar, con su expresión de dolor, y corrí para sostener su mano o quedarme al lado de ella de alguna forma. Pero una vez que la camilla entró en una de las puertas, por segunda vez, me impidieron acompañarla. Esta vez, por el Dr. Lewis, que se colocó delante de mí antes de que los dos pudiéramos entrar.
—Está sucediendo una cosa que llamamos sufrimiento fetal. –Él comenzó sin ninguna preparación, bastante serio y frío, y sólo de escuchar aquella expresión sentí mi estómago hundirse. – Eso no quiere decir que su hija esté sufriendo o sintiendo dolor. El hecho es que el cordón umbilical está siendo presionado y el oxígeno que está llegando al feto no está siendo suficiente. Vamos a tener que hacer una cesárea. ¿Autoriza la operación?
Me quedé estática, manteniéndome de pie sólo Dios sabía cómo. Él parecía con prisa, y eso hizo que no tuviera tiempo de pensar ni siquiera en lo que acababa de oír.
—¿No hay otra manera...? –Comencé completamente aturdida, pero fui interrumpida por la voz grave del médico otra vez.
—No, no la hay. Tenemos que hacer pronto que su hija sobreviva.
Sobrevivir. Mi hija ni siquiera había nacido, y ya estábamos hablando de su supervivencia.
—Obviamente... Obviamente autorizo... Hagan todo lo posible...
Mi voz salió sofocada, casi demasiada baja para ser escuchada. Yo estaba incrédula, incapaz de aceptar que eso se hubiera convertido en una pesadilla de aquella magnitud. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, y mi cabeza, todavía trabajando de forma lenta, no podía seguir. Mi pecho empezó a doler, un dolor abstracto pero muy real. El miedo a perder a mi hija sin siquiera haberla visto una sola vez me estaba corroyendo, matándome. Y, sumado a eso, mi impotencia ante aquella situación era abrumadora.
No podía hacer nada –absolutamente nada –para ayudar.
—¿Todavía quieres entrar? ¿Quieres estar presente en el parto? –La voz del médico sonó otra vez, sacándome de mi pozo de tristeza y desesperación.
—Es ob... ¡Obvio!
—Entonces, a partir de ahora, recompónganse. Su esposa no puede estar más nerviosa. Necesita estar tranquila al lado de ella, necesita tranquilizarla. No sabe lo que está pasando.
Respiré profundamente, deseando tener más tiempo para prepararme. No podía hacer nada para ayudar en el problema de hecho, pero si lo único que me quedaba consistía en quedarse a su lado y apoyarla en ese momento, aunque ella no supiera de todo lo que estaba pasando, era exactamente lo que yo haría.
Ni aunque yo misma no confiara en mi autocontrol o en mi capacidad de lidiar con esa pesadilla.
—¿Puedes hacerlo? –Él me preguntó, ya abriendo nuevamente la puerta detrás de él. Mirándome mucho más segura de lo que realmente era, contesté de inmediato:
—Sí.
—Ok. –Él puntuó, sosteniendo mi hombro de una manera firma. – Va a salir todo bien.
No dije nada, rezando silenciosamente para que esas palabras fueran una seguridad, y no sólo optimismo. Me di cuenta por primera vez en mucho tiempo de que mis padres todavía estaban allí, detrás de mí, y por más que yo quisiera ser consolada por ellos, no quería parecer débil. No en ese momento.
—Vamos a quedarnos aquí. – Mi padre dijo. – Va a salir todo bien.
Asentí con la cabeza firmemente, ignorando el dolor en la garganta por el llanto atrapado y disfrazado. Sin decir nada más –porque yo sabía que si me quedaba para oír más palabras dulces de mi madre, acabaría desmoronándome –entré en la puerta por la que el Dr. Lewis ya había pasado.
Me di cuenta entonces de que lo que creía ser una sala era, de hecho, otro corredor. Un pasillo menos largo y más fino, con sólo dos puertas a la derecha y una a la izquierda. Cuando estaba lista para darme como perdida allí, el hombre que antes me había impedido ver a Nayeon salió de una de las puertas a la derecha y me entregó ropas verdes, dobladas y limpias.
—Mira eso. Cámbiate en esa habitación. Cuando esté lista, entre en la sala de parto. –Él puntuó, sin preocuparse de darme mayores explicaciones. Al segundo siguiente, el hombre tiró del paño verde que le cubrí la barbilla y tapó el área de la boca y de la nariz, entrando en la sala a la izquierda enseguida y dejándome sola allí.
Un poco apresurada –porque no había tiempo para razonar –corrí a la puerta que él había apuntado y me cambié dentro de un baño muy claro y un poco apretado. Al vestirme todo el conjunto, me di cuenta de que estaba exactamente como aquel hombre ahora: Camisa y pantalones verdes, un gorro y un cubreboca. Estaba vestida como algún cirujano, con el uniforme propio para entrar en la sala de parto.
Dejé mi ropa allí, incapaz de pensar. Todo parecía ocurrir muy rápido, y no había ningún sentimiento en mí más allá de un miedo abrumador. Pero no importaba el tamaño de mi miedo o lo frágil que estaba, todo tendría que ser dejado de lado para dar lugar a un coraje que yo no poseía.
El coraje y la seguridad que Nayeon necesitaba de mí, de que todo estaba bien.
Había seis o siete personas en la sala cuando entré. Ella estaba acostada en una cama alta, un foco de luz muy fuerte y grande justo encima de su vientre. Alrededor de ella, el obstetra –que sería el responsable de la cesárea –una mujer a su lado, más otra cerca de una bandeja llena de pequeños objetos metálicos y cortantes, un hombre que parecía chequear su presión y otras personas que no me di trabajo de analizar.
La sala era clara y espaciosa, pero la ausencia de casualidad y de voces despreocupadas me hacía sofocar.
—Hola, amor... —Hablé cerca de su cara, haciéndola girar hacia mí y verme allí. Ella sonrió en respuesta, soltando una leve ráfaga de aire, como si estuviera más tranquila por verme allí. Pero no dijo nada. Ella parecía somnolienta, y me imaginaba que tenía algo que ver con la anestesia.
—¿Todo bien? –Oí la voz del Dr. Lewis sonar sofocada por debajo de la máscara, y al mirarlo, noté que la pregunta no había sido dirigida a mí, sino a una de las personas allí.
—Todo bien. –El hombre del otro lado de la cabeza de Nayeon respondió.
Y entonces, la gente allí empezó a comunicarse entre sí, pasando y repasando objetos mientras cortaban con cuidado la piel de su barriga. Sostuve una de sus manos con firmeza, agonizada por tener la impresión de que ella sentía dolor. Pero no se quejaba. Todo lo que hacía era permanecer callada y neutra, mirando al vació en el techo de la sala.
No quería ver lo que hacían con la piel de su barriga. No porque la pasaría mal de alguna forma, sino porque, sinceramente, todo lo que quería ver saliendo de allí era a mi hija: Bien, sana y llorando alto. Estaba más concentrada en su semblante completamente neutro, porque aunque era normal, no podía convencerme de que todo estaba bien.
Ella parecía demasiado tranquila.
—¿Está todo bien? –Hablé muy bajo, cerca de su oído. Ella sólo sonrió y parpadeó, muy lentamente, asintiendo vagamente con la cabeza.
Los médicos se movían allí y allá. El hombre al lado de ella seguía monitoreando las señales vitales. El tiempo parecía no pasar, tal vez porque tuviéramos prisa en retirar a mi hija de dentro de su vientre.
—Va a salir todo bien. Ya va a terminar. –Hablé aleatoriamente, sosteniendo su mano con fuerza mientras intentaba emplear un tono de casualidad en la voz. Ella parpadeó dos veces más. – Y todavía tenemos que elegir un nombre para ella, ¿sabes?
—Puedes escoger. –Ella respondió bajo.
—No, vamos a escoger juntas.
Ella dio una sonrisa tranquila. Parecía cansada de mantener los ojos abiertos, ella los cerró y se quedó de esa manera durante algún tiempo. El apretón que su mano hacia en mi aflojó un poco.
—Mis padres está ahí afuera. –Solté de repente, justo con el fin de mantenerla distraída. – Llegaron por lo que sabían...
—Tengo que cortar ahora. –Oí al médico decir, pareciendo más lejos de lo que realmente estaba. La mujer cercana a la bandeja con los objetos se movió con un poco de prisa, y las tres otras personas empezaron a agitarse por allí.
Respiré profundamente, tratando de no reflejar la preocupación. La habitación estaba demasiado caliente para mí. Llevé mi mano libre a la frente de Nayeon y jugué con algunos mechones que estaban allí, pegados con su sudor también. No veía nada de lo que ocurría en la cirugía, porque había una sábana estratégicamente colocada entre nosotras y los médicos que cuidaban la operación. Era un poco angustiante suponer lo que estaba sucediendo sólo por las reacciones que eran verbalizadas.
—Vamos. –Oí al Dr. Lewis decir otra vez, y su voz tenía un tono de urgencia. No era prisa, sino algo más, en un tono bastante bajo. Tal vez a propósito. – Está sangrando mucho...
Respiré profundamente otra vez. Mi corazón no estaba bien. No estaba bien. Quería que eso terminara pronto, pero cada segundo parecía arrastrarse por horas. Nayeon había abierto los ojos nuevamente, pero ellos parpadeaban tan despacio que, a cada parpadeo, parecían no tener fuerzas para abrirse otra vez.
La energía del otro lado del paño comenzó a aumentar. No sabía lo que estaba pasando, pero no parecía estar todo como debería estar.
Sin pensar bien, tiré la máscara hacia abajo y liberé mi boca para poder hablar en un tono bajo al pie de su oído.
—¿Recuerdas el día de tu cumpleaños? ¿Qué te llevé a aquel lugar y pasamos la tarde entera allí? –Comencé, sin saber exactamente el porqué de estar diciendo y recordando eso. – Creo que fue uno de los mejores días de mi vida.
Ella sonrió en cámara lenta, pero de forma verdadera. Sus dedos se aflojaron un poco más alrededor de los míos. Ella no respondió nada, cerrando otra vez los ojos y manteniéndolos cerrados por un buen rato hasta abrirlos otra vez, mirándome con dulzura, con amor. Me miraba como si quisiera mirarme, y nada más.
—¡Ahora! –El médico habló, lo suficientemente alto para que las dos escucháramos. Pero Nayeon continuó soñolienta, completamente dopada.
Le recomendé hablar sin rodeos, sin pensar que tal vez fuera mejor quedarse callada. Quería decir algo, aunque fuera para no prestar atención a lo que estaba pasando. Aunque fuera para distraer a Nayeon de todo aquello. E, inesperadamente, todo lo que decía acababa sonando como confesiones, como verdades guardadas que necesitaban ser reveladas en aquel momento. Por alguna razón.
—¿Y recuerdas cuando te felicité? Dios sabe lo mucho que quería tenerte en ese momento, pero tuve que sostenerme a...
Me interrumpió un llanto. Un lloro bajo, agudo, desgarrador. El sonido por el que esperaba oír. Mi hija había nacido, y ahora lloraba a plenos pulmones, ejercitándolos con oxígeno, alto, frenéticamente. Y por una fracción de segundos me sentía débil. Por una fracción de segundos me sentí feliz, completa. Sentí que tenía todo lo que necesitaba en aquella fracción de segundos: Mi mujer y mi hija allí, conmigo. Todo estaba bien.
Pero sólo por una fracción de segundos. Porque después de todo, todo empezó a ocurrir demasiado rápido.
—¡Rápido!
—Su presión.
—¡Vamos rápido!
—¡No lo estoy consiguiendo! ¡No lo estoy consiguiendo!
El llanto seguía alto y estridente. Parecía un llanto normal.
—No puedo estropearlo... ¡Está sangrando mucho!
—Su presión está cayendo. –El hombre del otro lado habló, y entonces me di cuenta de que "ella" de quien estaban hablando no se trataba de mi hija.
Se trataba de Nayeon.
—¡Ahora! ¡Vamos ahora!
Agarré su mano por instinto, con toda la fuerza que tenía, sin preocuparme de si la lastimaba. Sus dedos no se cerraron en los míos como yo esperaba: No había fuerza allí. Ella se estaba apagando.
—Amor... —Hablé, ahora completamente desesperada. Miré su rostro y constaté que, sorprendentemente, sus ojos estaban abiertos, mirándome como si sólo pudieran hacerlo. Todavía mantenía una sonrisa débil en los labios, una sonrisa casi apagada, pero genuina. Nayeon parecía somnolienta, pero al mismo tiempo cansada. Su respiración estaba demasiado acelerada...
—Señora, tenemos que hacer un procedimiento... —Una voz apresurada comenzó a mi lado, y las manos de quién sabe dónde me empezaron a empujar con cuidado. – Señora se tiene que ir. Por favor...
No estaba oyendo bien. Mis ojos todavía estaban en los suyos, implorando para que lo que fuera mal desapareciera. Apreté otra vez su mano, tratando de hacer que ella reaccionara, pero era inútil. Todo lo que recibía de ella era aquella mirada complaciente y esa sonrisa sencilla, casi muerta.
"Te amo", sus labios eran capaces de moverse en silencio, como si el sonido para que la confesión fuera demasiado difícil. La sonrisa todavía estaba allí, casi muerta, pero aún allí. Ella parpadeó una vez más, y esperé para que sus ojos se abrieran de nuevo. Pero ellos permanecieron cerrados.
Y de repente, aquel "te amo" pareció sonar como una despedida.
—¡Ahora, señora! –Oí la voz a mi lado, pero aún así, tan lejos. Mis manos fueron rudamente arrancadas de su mano, y después de algún tiempo que yo no sabría precisar –porque el pánico ya me había sacado la noción de realidad –me encontré repentinamente en el pasillo del exterior de la sala de parto.
Alguien me había sacado de allí.
¿Qué estaba ocurriendo?
—Qué... Qué... —Balbuceé, tratando de parar de temblar, mientras recuperaba la fuerza y los pensamientos.
—Su hija está bien, señora...
Mis ojos entraron en foco nuevamente, y noté que el hombre con quien yo hablaba era el mismo hombre que antes no me había dejado entrar en la sala de pre—parto. Inconscientemente, yo ya estaba relacionando la cara de aquel maldito enfermero a algo malo.
—Mi hija está bien... —Repetí, tratando de digerir esa verdad. Ella estaba bien. Pero ni siquiera había sido capaz de verla, porque había sido expulsada de la sala de partos. – Mi esposa...
—Su mujer estaba sangrando mucho. Nosotros...
—¿Qué sucedió? –Pregunté, aún completamente desconcertada.
—Ella tuvo una hemorragia. Su presión cayó. Teníamos que actuar rápido...
—¿Sí? –Pregunté, queriendo saber exactamente cuál era la dimensión del problema.
Él suspiró, y el maldito suspiró tardó tanto que yo estaba a punto de sostenerlo por el cuello y presarlo contra una pared para que él me dijera lo que yo quería saber.
—Su corazón puede parar. Tenemos que controlar la hemorragia antes de que sea tarde...
Su corazón puede parar.
Su corazón puede dejar de...
Comencé a caer en el abismo. Silenciosamente.
—Su corazón... El corazón...
—Ella perdió mucha sangre. Tenemos que intentar...
No estaba oyendo. Mis oídos estaban tomados por un zumbido extraño e incómodo. Mi boca estaba increíblemente seca, mis manos temblaban. Mi garganta parecía cerrarse poco a poco, como si la ola de pánico que me alcanzaba no diera esos signos de tregua: Era aquello. Un nerviosismo creciente, paredes cerradas a mí alrededor y nada que pudiera ser hecho para empujarlas de vuelta.
—Necesito volver... —Conseguí hablar mientras no miraba a ningún lugar en particular. Me desentendí de las manos del hombre y caminé de nuevo a la puerta, completamente perdida, completamente en shock, casi no notando que él mismo formaba un obstáculo bastante difícil de ser pasado. El hombre era muy fuerte, y podía manejar fácilmente conmigo en ese estado.
—Señora...
—Tengo que volver... —Seguí, ignorando la fuerza contraria a mis pasos. Es posible que ni siquiera me estuviera moviendo, pero mi decisión ciega y mi voluntad de ir era suficiente.
—No puede volver.
—Muévete... —Mi voz empezó a adquirir un nuevo tono. El tono de la impaciencia, cubriendo incluso mi propia desesperación.
—No puedo. No voy a soltarla. La atraparía...
—¡Tengo que volver! –Expliqué, y la sangre caliente pareció volver a correr en mis venas, sacándome del estado casi letárgico en que el pánico me había puesto. – ¡LE PROMETI QUE ESTARIA AHORA! ¡YO SE LO PROMETI A ELLA! ¡TENGO QUE ESTAR A SU LADO! ¡LE DIJE QUE ESTARIA!
—¡Señora, sólo va a estorbar dentro! –El hombre respondió, no en el mismo tono, sino obligándose a hablar más alto y con mayor autoridad. – ¡Necesitamos salvarla! ¡Deje que los médicos trabajen!
Intenté apartar sus manos otra vez, pero por más desesperada que estuviera, no sería suficiente para pasar por el hombre. "¡No entiende, no entiende!" repetía, rezando para que él súbitamente entendiera sin que yo necesitara explicar. Sin que yo necesitara decirlo, y recordar, que ya la había decepcionado una vez. Que ya había fallado a mi palabra antes, y que no cumplí la promesa de estar a su lado y la había hecho sufrir en el pasado.
Necesitaba estar a su lado. Porque le debía mucho más de lo normal. Y porque dije que estaría allí. Y no lo estaba.
Aquel hombre no entendía la dimensión de mi desesperación.
—¡Si usted no se controla, tendrá que esperar en el pasillo de afuera!
Sacudí sus manos lejos otra vez y di media vuelta, yendo al otro lado del pasillo. No podía hacer nada para volver, pero si esa era la distancia más corta que yo tendría de mi mujer, lo aceptaría.
Me senté en el suelo, al lado de la puerta de la habitación donde mis ropas originales todavía estaban, recostada en la pared y, sin saber qué hacer, bajando la cabeza. Tal vez de esa forma, encogida en un rincón, fuera más fácil lidiar con el dolor y el pánico. Tal vez podría al menos respirar.
No me la quites.
No era religiosa, pero sabía que su vida pertenecía a algo más grande. Y fuera lo que fuera ese "algo", yo imploraría que él me permitiera que ella se quedara conmigo. Porque no podía perderla. No estaba lista para empezar a pensar en ello. Nuestras vidas se habían entrelazado hace muy poco tiempo, y perderla no era justo.
No era justo.
Por favor, no me la quites.
Oí pasos apresurados entrando por la puerta que daba al corredor externo y me giré. Eran dos médicos más, vestidos exactamente como el Dr. Lewis, y sin siquiera reparar mi presencia allí, en el suelo, o del hombre a mi lado, de pie, siguieron corriendo hacia dentro de la sala de parto.
El silencio dio algunas toneladas extras al aire en aquel ambiente. La tonalidad verde—bebé me dolía. El olor de productos farmacéuticos mezclados con aire acondicionado provocaba una sensación de horrible. Era como esperar a la muerte. Era como esperar para siempre.
No me la quites.
Mis labios se movieron esta vez. Las palabras tomaban forma a medida que mi desesperación aumentaba. No podía perderla. No podía siquiera pensar en esa posibilidad. Era demasiado importante. Era necesaria. ¿Cómo infiernos yo viviría sin ella, amándola de esa manera enferma? ¿Cómo infiernos tomaría cuenta de nuestra hija sola? No tenía esa competencia, no tenía esa seguridad.
La necesitaba en todos los sentidos. La necesitaba como madre, como amante, como amiga. Era necesario que ella saliera de aquella sala viva. Bien. Saludable.
Por favor, por favor...
Más pasos apresurados entraron por el mismo puerto, siguiendo el mismo camino de los pasos anteriores. Esta vez, no me giré. Seguí con la cabeza baja, mis manos detrás del cuello tirando con violencia los mechones allí. Todos aquellos profesionales estaban corriendo contra el tiempo para salvar a Nayeon. Todos ellos sabían de la urgencia. O parte de ella.
Dos lágrimas escurrían simultáneamente por mi cara, una de cada ojo. No me importó. Sabía que eran raros los momentos que me dejaba de esa forma, pero si el simple miedo no era suficiente para hacerme llorar, el pánico lo era. Una desesperación tan abrumadora y dominante que temía no conseguir volver a la superficie de mi propia fe, temí no poder respirar otra vez.
—Por favor... — tartamudeé.— por todo lo sagrado. No me la quites...
Cerré los ojos y me dejé ser tragada por el miedo, pero sin dejar de repetir esas mismas palabras, en voz baja, casi como una oración.
No me la quites... No puedo perderla...
Eso era repetido como mantra. Mis labios ya trabajaban automáticamente, escupiendo lentamente mi desesperación. Mis oraciones. No sabía si había alguien cerca de mí. No sabía cuánto tiempo había pasado. No sabía si estaba frío o caliente. En cierto punto, no sabía siquiera dónde estaba. Pero sabía que no dejaría de pedir y pedir que Nayeon estuviera bien hasta que alguien me informara que ya no era necesario. De una forma u otra.
Por favor...Por favor...
No me la quites.
La necesito.
—Jeongyeon...
Antes incluso de conseguir asociar aquella voz a la figura del Dr. Lewis, yo ya estaba de pie, pero no sin dificultades. Temblaba tanto que mis rodillas parecían a punto de ceder, haciéndome caer de nuevo en el suelo. Me apoyé en la pared detrás de mí con la intención de permanecer de pie, tratando de no desesperarme mientras lo miraba.
—Ella va a estar bien, ¿no? –Pregunté de manera automática, desesperada por una confirmación. Era obvio que estaba bien. No había otra opción. Y si la respuesta fuera diferente de eso, todo no pasaría de una broma de muy mal gusto. – Ustedes lo consiguieron... ¿Verdad...?
Él suspiró audiblemente y depositó una de las manos en mi hombro, y aquello se arrastró por una eternidad. Su expresión era neutra: ni siquiera podía conjeturar sobre su respuesta. Pero no importaba. Todavía estaba demasiado ocupada, rezando silenciosamente. Sólo tenía que confirmar lo que tenía que oír. Necesitaba confirmar.
—Nosotros lo conseguimos. –Finalmente habló. – Ella va a estar bien.
El peso abrumador que comprimía mis pulmones se disolvió en un chasquido, casi doloroso, y entonces sentí que podía respirar otra vez. Más que eso, el alivio que sentí fue tan grande que, posiblemente, me desequilibré. Al sentir los brazos del Dr. Lewis se afirmaron en los míos, hice la primera y única cosa que me pareció correcta, por más que suene hasta un poco patético.
—¡Gracias! –Hablé, abrazándolo con desesperación, como si acabara de salvar mi propia vida. – ¡Muchas, muchas gracias!
—No hay de qué... —Le oí decir, y quise contestarle que había mucho, MUCHO por lo que agradecer. Pero él no entendía. Y yo no quería explicarlo.
—¿Cómo está ella?
—Sedada. –Él respondió de manera simple. – Ella perdió mucha sangre, tuvimos que correr. Es lo que llamamos shock hipovolémico. Su corazón no estaba distribuyendo suficiente grande para los otros órganos, pero nosotros conseguimos controlar la hemorragia. Está todo bien ahora.
Está todo bien ahora.
—Tengo que verla. –Hablé repentinamente, librándome de los brazos del médico y ya caminando, un poco tambaleante, por el pasillo.
—Nayeon está sedada. –Él repitió sosteniendo mi hombre e impidiéndome proseguir.
—No importa. Tengo que...
—Hay muchos médicos allí dentro terminando el procedimiento. –Él insistió. – No puede ir...
Lo miré de manera seria, aún estando un poco aturdida. Por supuesto que no entendía todo lo que estaba sintiendo, pero por lo menos una cosa tenía que entender:
—Necesito verla.
Él suspiró, dejando mi hombro enseguida.
—Ok, Jeongyeon. –Él finalizo derrotado. – Sólo espera un poco más. Cámbiate de ropa y esperé allá afuera. Cuando ella ya esté en una habitación, te aviso. ¿Está bien?
"Bien" no estaba. Pero era mejor que quedarme sin verla.
Por eso, sacando fuerzas únicamente de mi voluntad en estar al lado de ella otra vez, hice como él pidió, volviendo a ponerme mi ropa de antes, secando mis lágrimas y saliendo del pasillo donde, para mi sorpresa (porque yo había olvidado al resto del mundo), mis padres todavía me esperaban.
—¡Gracias a Dios! –Mi madre exclamó cuando me vio, corriendo hacia mí y abrazándome. Sentí un nudo apretando mi garganta, pero lo ignoré. A causa de aquella conexión extraña que teníamos, ella sabía que algo muy malo había ocurrido, pero también sabía que ahora todo estaba bien. — ¿Qué pasó?
Intenté explicar todo lo que el Dr. Lewis y el enfermero me habían dicho, haciendo fuerza para recordar los detalles, pero al mismo tiempo olvidarlo. Porque quería olvidar el pánico que me apodero los últimos minutos. De la desesperación, de la sensación de sofocación, del miedo y de la tristeza aplastante. Casi había perdido a Nayeon, pero lo había pasado. Quería dejar ese recuerdo allí.
Y quería verla. Desesperadamente. Quiero estar cerca de ella otra vez. Tocarla otra vez. Estar segura de que estaba bien, que estaba tranquila, que no estaba sintiendo dolor o sufrimiento. Necesitaba verla. Necesitaba estar con ella.
Y pacientemente, esperé. En el hospital, le informé a mis padres que pasaría aquella noche en el hospital, porque sabía que Nayeon tendría que quedarse. Al reconocer dieciocho llamas no atendidas de Dahyun en mi celular, les pedí que le dieran las noticias a ella y a Christopher, porque obviamente no estaba en condiciones de hacerlo yo misma. Me hicieron compañía durante todo el tiempo de espera, y me alegré de eso: Yo estaba extrañamente sensible. El peligro ya había pasado, pero todavía me sentía frágil, con cierto temor.
Me despedí de mis padres de cualquier manera cuando fui advertida de que ya podía subir. Quería íntimamente saber dar más valor a la atención que tenían por mí, pero en aquel momento me era imposible. De todos modos, ellos entendían, y yo lo sabía.
—Ella está durmiendo. Sólo va a despertar mañana. No va a poder hablar con ella todavía... —El Dr. Lewis comenzó, caminando conmigo por el pasillo.
—No importa. –Respondí prontamente. Era obvio que quería hablar con ella, pero poder estar a su lado ya era suficiente.
—Es aquí. –Dijo, parando al frente de una de las puertas del pasillo. – Para su confort, la trajimos a una habitación mejor, más amplia. Esto no estaba en nuestros planes, por lo que tendrá que resolver algunos asuntos pendientes...
—Está bien. Lo hago mañana. –Respondí automáticamente. No me importaba cuánto más tendría que pagar, no me importa nada. Nada era lo suficiente importante en ese momento. Tal vez me comprometía a pagar el triple de cualquier diferencia en dinero para que simplemente me dejara en paz.
—Está bien.
—¿Cómo está mi hija? –Pregunté, antes de dejarlo ir.
—Dormida, probablemente. Pero ella está bien, no se preocupe. Parece una niña bastante sana. Mañana ustedes dos la verán.
Suspiré, feliz con la sensación leve del oxígeno en mis pulmones. Podía parecer algo banal, pero respirar, hace poco tiempo, no era una tarea tan fácil.
—Ok... Gracias.
—Espero que puedas dormir. Sé que el día no fue fácil. Por supuesto, las sillas de hospitales no son muy cómodas, pero...
—No hay problema. Mientras me quede con ella, todo está bien.
Sonrió, y su sonrisa leve me hizo sentir mejor. Él estaba tranquilo, porque no había más que preocuparse. Y si no hubiera más con qué preocuparse, yo estaría tranquila también.
—Buenas noches, Jeongyeon.
—Buenas noches... Y gracias por todo...
Se alejó con un simple gesto de manos, pero no esperé perderlo de vista para girar la manija y entrar en la habitación en que mi mujer estaba.
Como se había dicho, estaba durmiendo. La cama era amplia y parecía cómoda, hasta donde me era posible ver. Nayeon parecía tranquila, en un sueño tranquilo. Sus latidos y su respiración estaban siendo monitoreados por aparatos casi silenciosos detrás de la cama, y eso hizo que parecía más frágil que nunca.
Ella tenía tubos finos en la nariz y en el dorso de las manos, y yo sabía que era mejor no tocarla. Sin embargo, una enorme voluntad de abrazarla me alcanzó como un golpe, pero me contuve. Todo lo que hice entonces fue observarla en sus mínimos detalles, de sus párpados inmersos a la intensidad de su respiración. Ella estaba bien. Ella estaría bien, y eso era suficiente.
Toqué con cuidado en su brazo izquierdo, con la única intención de sentirla. Sentir que ella estaba allí. Que no la había perdido. Que ella despertaría por la mañana y abriría aquellos ojos que tanto amaba.
Y de repente me di cuenta de que estaba llorando otra vez.
***
—¿Señora?
Fui retomando la conciencia poco a poco, un poco desconcertada. O tal vez estaba soñando. La voz era femenina, bastante paciente. Pero desconocida, hasta donde yo recordaba.
—¿Señora? –La voz insistió, con un ligero golpe en el hombro. La sensación era buena, pero venía de algún otro lugar. De mi cabeza, tal vez. Como si mi cabello estuviera siendo removido delicadamente.
—¿No puede quedarse ahí?
Esa voz era diferente de la anterior. Era más débil, más bonita, un poco más ronca. Y era conocida.
Abrí los ojos inmediatamente con el sonido, aún completamente perdida. Mi visión estaba turbia. Parpadeé algunas veces, insistentemente, y eso ayudo. La sensación buena nunca continuaba.
—Hmppff...
No sabía bien dónde estaba mirando, pero sabía que el lugar estaba claro. Hice una fuerza casi sobrehumana para girar la cabeza, echando la cara en las sábanas y casi sofocándome sin querer. Tenía un ligero olor a farmacia.
Parpadeé varias veces y encontré a Nayeon mirándome con una sonrisa simple. El recuerdo de todo lo que viví en lo que probablemente fueron las últimas horas vinieron rápidamente, y yo levanté la cabeza de una vez.
Había cambiado la silla de acompañante, aparentemente cómoda, por una silla cualquiera, que dejaba mi cabeza a la altura de la cama. Después de unas horas de insomnio, casi al amanecer, finalmente me había dormido allí, curvada a su lado, a la altura de su vientre.
Sus dedos jugaban con los mechones de mi cabello. Ella todavía estaba recibiendo suero, pero los tubos finos que antes estaban debajo de su nariz habían sido removidos. No parecía enferma: Sólo frágil.
—Buen día. –Nayeon habló, y su voz salió baja en medio de una sonrisa.
Aquel era, sin la menor sombra de dudas, el mejor "buen día" que yo había recibido en toda mi vida.
Tomé su mano de mis cabellos y la atraje a mi boca, besando su palma con cuidado, demasiado feliz para hacer cualquier otra cosa por un largo tiempo.
—¿Está todo bien? –Preguntó de repente, y la simple mención de responder "sí" ya trajo un nudo a mi garganta, imposibilitando hablar. Como salida, sólo sacudí la cabeza positivamente, tocando con mis propios dedos cada pequeño pedazo de la piel de su brazo que conseguía alcanzar.
—Por favor, por favor, nunca más me asustes de esa manera... —Comencé con una voz estrangulada.
—Lo siento mucho...
El tono de su voz mostraba que realmente sentía. Pero no debía: La culpa no era de ella. Y yo no quería que ella se sintiera culpable, o triste, o cualquier cosa que desechara mucho de una buena sensación.
—Lo siento por no estar a tu lado todo el tiempo... Volví a hablar. – Lo intenté...
—No hay problema...
—Pero me expulsaron... Traté de volver... —Seguí explicándome de la mejor manera que podía, pero a ella pareció no importarle.
—No hay problema. –Ella repitió, trayendo su mano hacia mi cara y tocándome con ligereza. Cerré los ojos y casi me perdí en su toque.
—¿Cómo estás? –Le pregunté un poco extasiada por ese simple acto.
—Estoy bien. Un poco débil, pero bien.
Suspiré, trayendo su palma otra vez contra mi boca y dejándola allí. Yo ya sabía que, si era posible, pasaría a tratarla con más celos que antes. Tal vez eso me volviera un poco insoportable, pero era inevitable: Pasar por la posibilidad de perderla había movido demasiado.
—¿El corte de la operación está doliendo?
—Un poco. Pero aguanto.
—¿Quieres algún analgésico? –Una voz preguntó en algún rincón, y sólo entonces me di cuenta de que no estábamos solas. Me acordé entonces de que era la misma voz que había intentado despertarme hace unos minutos: Una enfermera muy pequeña y joven, parada al pie de la cama.
—Bueno, tal vez no sea una mala idea. –Nayeon puntuó, haciendo una mueca para ella.
—Señora... —La mujer empezó otra vez. – ¿Puede darnos algunos minutos?
No quería salir. Era irritante la manía que esas personas tenían de mandarme a irme todo el tiempo. ¿Por qué infiernos nunca podía estar cerca de ella?
—¿Por qué? –Pregunté, ya medio seco.
—Vamos a ayudar a su esposa con el baño y vestirse...
—Puedo ayudar también.
—Pero son cuatro enfermeras de todo, no hay necesidad...
—Está bien, no tengo a ningún lugar para ir.
—Jeong... —Nayeon comenzó con la misma voz débil, y yo bufé contrariada.
—¿En cuánto tiempo puedo volver? ¿Me va a dejar entrar esta vez? –Pregunté sin preocuparme si estaba siendo grosera.
—Vuelva en media hora, señora. –La enfermera respondió, sin ablandarse. – Podrá entrar, no se preocupe.
—"No se preocupe"... —Murmure burlona mientras me levantaba y me daba cuenda de un dolor agudo en la espalda por quedarme algunas horas curvada en la misma posición.
—Tal vez también desees algún analgésico. –Nayeon habló, riéndose de la mueca de dolor que yo sabía estaba haciendo.
—No, está bien. Voy a resolver algunos pendientes con el hospital y vuelvo en treinta minutos. – Hablé puntualmente, mirando seriamente a la pequeña que todavía nos veía.
—Ok, no voy a ninguna parte. –Ella se rió otra vez, dejando claro que aquello era un intento de chiste. Y aunque fuera una broma sobre su estado de salud, lo que la hacía bastante sin gracia, me reí. Porque verla bien era maravilloso.
Besé su frente, sosteniéndome al máximo para no tomarla en un abrazo efusivo y salí.
***
Pasé a la farmacia al lado del hospital, compré pasta y cepillo de dientes para que al menos me sintiera más limpia. Después de lavarme la cara rápidamente en el baño, corrí hasta el coche en el estacionamiento y tomé la enorme bolsa olvidada con ropa para Nayeon y para nuestra hija, tratando de resolver todo lo que tenía que ser resuelto con recepción en ese tiempo.
—¿Cómo está ella? –Mi madre preguntó mientras me acompañaba por el pasillo, hacia su cuarto. Ella había llegado en ese mismo momento, llevando un ramo enorme de flores.
—Bueno, pero creo que esta con dolor...
—Las cesáreas son dolorosas.
—Sólo espero que le den un remedio para que haga efecto...
—¿Y mi nieta? –Ella sonrió como una niña feliz.
—Todavía no la he visto... —Dije, ya me sentía pésima madre. ¡Todavía no había visto a mi hija, que había nacido la noche anterior! Por supuesto, las circunstancias ayudaron a hacerlo más difícil, pero aún así...
—Cuando la traigan a la habitación... —Mi madre comenzó mientras yo abría la puerta, pero dejó de hablar al segundo siguiente. O eso, o mis oídos simplemente bloquearon su voz.
El Dr. Lewis estaba allí, de pie al lado de la cama, con otra enfermera. Nayeon estaba recostada en la cabecera, sosteniendo lo que parecía ser una manchita de ropa y mirándola con amor. Y yo sabía el porqué: Aquella "manchita" era nuestra hija.
—Pensé que estabas aquí... —Oí una voz hablar en un tono bajo, pero lo ignoré. Probablemente permanecía al doctor, ya que la voz era muy ronca para ser de la mujer desconocida, y él era la única presencia masculina allí.
Caminé lentamente hacia el lado de Nayeon y vi a un bebé minúsculo y hambriento mamando uno de los senos hinchados por la producción de leche. Ella mantenía los grandes ojos azul—grisáceos abiertos todo el tiempo, mirando un punto cualquiera delante de ella como si estuviera hipnotizada con el momento. Sus mejillas eran redondas y rosadas, y su boca era muy roja.
Ella era increíblemente hermosa.
Nayeon desvió sus ojos por uno o dos segundos, sólo para mirarme y sonreír. Lo noté por mi visión periférica, porque yo misma no podía quitar los ojos de ella. Ella aspiraba con tanto empeño que casi me pregunté si Nayeon no estaba sintiendo dolor. Una de sus manos estaba descansando en su seno, completamente ajena a todo a su alrededor.
Creo que me quedé en esa posición durante mucho, mucho tiempo, mirándola completamente tonta. Sentí mi boca reseca, y me di cuenta de que tal vez fuera mejor cerrarla. Nadie habló nada durante todo ese tiempo, y si habló, mi cerebro se empeñó en no registrarlo. Cuando pareció satisfecha, su pequeña boca comenzó a ralentizar los movimientos de succión y sus ojos empezaron a parpadear como si estuvieran pesados.
Nayeon llevó una mano a su cabeza y pasó con cuidado los dedos allí. Esto pareció llamar su atención, que inmediatamente encontró los ojos de su madre observándola.
—¿Tienes sueño? –Preguntó en una voz muy baja, hablando directamente con la pequeña cosita minúscula, como si sus tímpanos fueran muy sensibles al sonido.
La pequeña se quedó mirándola inmóvil, como si el sonido de aquella voz fuera muy, muy importante. Y eso hizo mi corazón derretir hasta la última gota.
—Creo que tienes sueño. –Ella habló otra vez, no consiguiendo contener la amplia sonrisa en el rostro.
Era probable que yo estuviera saltando en el mismo lugar como un idiota. Yo era una mujer madura, pero la visión de mi esposa y de mi hija recién nacida intercambiando sonrisas y miradas me estaba poniendo de un modo loco.
—¿Y sabes quién es esa? –Ella continuó, inclinando un poco los brazos y dejando a nuestra hija frente a mí. Sus ojos encontraron los míos, pero no parecía interesarse en mí. – Esa es la mujer que, no importa cuántos novios tengas, ella siempre te va a amar más.
Sonreí con eso, pensando en la palabra "novios" y ya trazando planes de cómo asesinar anónimamente a todos ellos.
—Hola... —Hablé medio sin forma, haciendo esfuerzo para no romperme, e incluso bajo, el sonido de mi voz pareció transformada. Su desinterés se transformó en una expresión de curiosidad y total atención, como si en aquel momento me hubiera reconocido.
Ella cambió tan completamente que era como si nos conociéramos una vida entera, y aunque era tonto pensar eso, casi podía oír sus pensamientos diciendo "¡Ah, pero esa es mi otra mamá!"
—¡Ah, entonces sabes quién es! –Nayeon habló otra vez, y oí una risa animada detrás de mí. Probablemente mi madre. – ¿Quieres ir a su cuello?
Ella continuó mirándome como si yo fuera alguien muy importante.
—¿Puedo? –Pregunté de repente, mirando de Nayeon al médico, un poco incierto de cómo proseguir.
—Hasta donde yo sé, ella es tu hija. –Ella respondió, burlona. – Por supuesto que puedes.
La mirada de curiosidad e interés no desaparecía del pequeño rostro, y yo estaba empezando a estar realmente hipnotizada con aquello.
—Pero... Ella es frágil...
—Estoy segura de que no vas a tirarla al suelo.
¡Era obvio que no haría eso! Era más fácil encender mis propios ojos que dejar que mi hija cayera. Pero, ¿si se siente incómoda en mi regazo?
Sin esperar que me preparara, Nayeon me ofreció cuidadosamente a nuestra hija, que parecía estar divirtiéndose con mi total falta de experiencia. La acepté un poco descoordinada al principio, pero luego la acomodé en mis brazos dejándola cómoda allí. Ella era tan increíblemente pequeña que podía sostenerla con una sola mano.
Me le quedé mirando hipnotizada, pensando en cómo alguien tan pequeño podía haber casi hecho un estrago tan grande la noche anterior. Pero no había como no amarla: El hecho de que Nayeon casi me dejara no era culpa de ella. Fue una eventualidad, una cosa que no era culpa de nadie realmente. Y ahora, teniendo las dos allí conmigo, sin la impresión de que quedándome con una tendría que perder a la otra, prácticamente nada podría acabar con aquella felicidad.
—Creo que ella prefiere tus brazos...
Ella continuó moviéndose en cámara lenta, ahora finalmente cansada de mirarme y contorsionando su expresión en un mini—bostezo, cerrando los ojitos con fuerza y abriendo completamente la boca en una "o" tan minúscula y hermosa que me hizo sentir una voluntad casi inhumada de agarrarla hasta casi asfixiarla.
Y luego, cinco segundos después, ella durmió.
—Dios mío... —Oí la voz de mi madre a mi lado, casi susurrando. – Ella es tan linda...
—Es verdad. –La voz del doctor dijo.
—Ella es perfecta... —Nayeon habló.
—Creo que va a parecerse a ti... —Respondí, pero no la miré. Mis ojos estaban fijos en nuestra hija. Simplemente no podía dejar de admirarla.
El sonido de una carcajada burlona me trajo de vuelta a la realidad, y cuando miré a mi alrededor, todos se reían abiertamente.
—¿Qué pasó? –Pregunté confusa.
—¡Jeongyeon, ella es tu cara!
—¡No! –Respondí. – ¡Claro que no!
—Querida... —Mi madre comenzó cariñosamente. – Ella es igual a ti.
—¡Es sólo un recién nacido! ¡Tiene cara de... Recién nacido!
—No, hija. Es una copia tuya. Parece que te estoy viendo recién nacida.
—Estás equivocada... —Insistí. No quería que se pareciera a mí.
—No los estamos. –El Dr. Lewis habló, entonces entendí que todos en aquella habitación estaban contra mí.
—Sus ojos... ¿De qué color van a ser? –Pregunté, queriendo aferrarme a la esperanza de que mi hija tendría algo de Nayeon. Principalmente los ojos.
—No podemos definir todavía. –El médico se dispuso a responder. – Todos los bebés nacen con los ojos azules—grisáceos. El color sólo se define después de algunos meses.
—Jeong... —Sentí una mano firme en mi hombro y me di cuenta de que mi padre había surgido de algún lugar, mirando ahora la pequeña cosita que cargaba en los brazos. – ¡Es una copia tuya!
Bufé, mirando hacia abajo otra vez y viendo a mi hija jugar inconscientemente con la pequeña lengua, trayéndola hacia fuera algunas veces, como si estuviera constantemente haciendo muecas. No pude dejar de sonreír con eso.
Recosté la punta del índice en su mano y ella enrolló sus dedos gorditos allí, casi no consiguiendo cerrarlos. Conté cinco de ellos y comprobé si los otros cinco estaban del otro lado también. Palpé suavemente sus pies, sintiendo diez dedos en total. Dos orejas, dos bracitos, dos piernitas y nada entre ellas.
—Ella es perfecta...
Podría quedarme con ella en los brazos para siempre, pero mis padres también querían tomarla. Decidí ceder a mi hija por unos minutos, un poco contrariada por posiblemente molestar su sueño. Afortunadamente, no se despertó. Tomé foto de ellos para enviárselas a Dahyun (que a esa altura ya me había llamado más de cincuenta veces) y conversé con el médico una vez más sobre la salud de mi hija y de mi mujer.
Me puse un poco triste al anunciar que era hora de llevarla de vuelta al cuarto de bebés. Mis padres aprovecharon para irse también, pero mi madre prometió volver todos los días para visitar a Nayeon, lo que la dejó genuinamente feliz. Cuando todos nos dejaron a solas en la habitación, pude aprovechar el momento para disfrutar de su compañía y sólo de ella.
—Tenemos que decidir una cosa... —Comencé, aún en la misma posición en la que había pasado las últimas horas: Acostada en aquella cama de hospital, agarrada a ella lo máximo que su frágil estado poscesaria no permitía.
—¿Qué? –Preguntó, casi, casi dormida otra vez.
—Su nombre.
Nayeon suspiró, colocándose un poco en la cama y volviendo la cara hacia mí, pareciendo repentinamente despierta.
—He estado pensando en ello... —Comenzó, sonrojándose un poco, y yo trataba de animarla a continuar.
—¿Y...?
—Y... Me gustaría darle un nombre que me gusta un montón... Un nombre que siempre soñé si tuviera la oportunidad de tener una hija, y ahora que tengo esta oportunidad gracias a ti...
—¿Cómo quedamos entonces? —Le pregunté muy bien al oído.
—Chaeyoung. –Ella soltó inmediatamente, limpiando una lágrima. — Ella se llamará Chaeyoung.
Me quedé en silencio por un tiempo, probando la sonoridad de la palabra. Era un nombre hermoso, tenía su encanto. Y me había gustado mucho.
—Chaeyoung. —Repito, y el simple sonido del nombre en mi voz me podría hacer un poco más feliz, me hacía sonreír involuntariamente. — Es perfecto.
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