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07

Nayeon POV.

Yo era sólo una puta.

Yo era sólo una puta y lo sabía.

Lo sabía porque los clientes, muchos clientes no me dejaban olvidar ese detalle. Y según el tiempo pasaba, más yo sabía que no podía simplemente dejar de ser sólo una puta.

No podía vivir una vida normal porque mi pasado siempre me condenaría.

Siempre sería mi fantasma particular, y sería siempre motivo de vergüenza.

Sabía eso. Sabía que era sólo una puta, y nunca pensé que pudiera ser un poco más que eso.

Conocía mi lugar, sabía lo que hacía, y sabía que era sólo eso.

Nunca intenté ser más de lo que era para ningún cliente.

Desafortunadamente, era sólo lo que era.

Una puta, como tantas otras.

¿Por qué creyó que quería ser más que eso? ¿Por qué creyó que estaba tratando de seducirla o tener algún tipo de control sobre ella? ¿Por qué creyó que iba a pensar que tenía ese derecho?

¿Por qué dijo eso?

No quería, nunca quise tener control de nada.

De sentimiento alguno.

Si me fuera posible considerar cualquier utopía, sería simplemente una Jeongyeon retribuyendo los sentimientos que tenía por ella, pero ya había descartado esa posibilidad, entonces estaba satisfecha con nuestra amistad.

Con nuestra cercanía, con lo poco de su compañía, con lo poco de ella que tenía.

Cuando tenía.

¿Por qué había dicho esas palabras?

Sabía que era sólo una puta, pero oír esa afirmación de la boca de ella, con tanta rabia, tanta pena, dolió más de lo que yo podía imaginar.

Me dolió demasiado.

El hecho de verla como una cliente diferente de que las otras personas pesaba.

El hecho de admirarla y pensar en ella como una protección, una "aunque extraña" amistad, también pesaba.

Pero era el hecho de estar completamente enamorada de ella hizo que sus palabras me desgarraran.

Limitarme casi al polvo, casi a nada.

Hizo que me sintiera tan inmunda e insignificante, tan desechable.

No debería doler tanto. No debía porque sabía que aquella era exactamente la verdad, pero me dolía porque, de alguna manera –milagro tal vez –yo esperaba que me mirara con algo más allá que una prostituta.

Alguien que valiera la pena, que pudiera ser buena y hacerla reír con bromas bobas. Alguien que ella pudiera ver no como un objeto, sino como una persona.

Una persona que pudiera formar parte de su vida, de cualquier forma, y que dejara su marca.

Pero no lo había conseguido.

No había dejado ninguna marca en ella.

Ella me veía sólo como una puta, y me dolía saber eso.

Dolía porque la amaba.

Ahora, el último recuerdo que tenía de ella eran aquellas palabras gritadas, como si yo la hubiera desafiado. Aquellas palabras, que todavía se repetían en mi cabeza constantemente. Aquellas palabras que tal vez nadie más en aquel salón hubieran tomado tan enserio, principalmente por ser verdades, pero que me quemaron como fuego.

Aquel era el último recuerdo que tenía de ella.

De una Jeongyeon tanto protectora como vengativa.

Y yo quería poder responder a todas sus palabras, quería poder burlarme, quería poder probarle que estaba equivocada y que yo valía algo.

Pero ella se había vuelto una cliente más que aparecía, y después de alcanzar el objetivo, se iba sin siquiera mirar hacia atrás.

—¿Shasha?

Scarlet empujó la puerta con cuidado, dándome tiempo para fingir que estaba haciendo algo normal.

No respondí ni moví un músculo ni siquiera acostada en mi cama, mirando hacia adelante como quien ve con atención una película. La diferencia era que no había nada allí más allá de una pared blanca.

—Ah... todavía no estás arreglada.

¿Qué horas debían ser?

—Sabes cómo es Yeji. Ella me mandó para ver si estabas lista para esta noche. Ella ya te dio un descanso ayer, después... de lo que pasó.

Es verdad.

Yeji me había permitido volver a la habitación y no recibir más clientes por aquella noche. Pero eso fue suficiente, entonces me imaginaba que hoy no sería tan generosa.

—Y ya son las 19:30. Sabes que en poco tiempo el lugar empieza a llenarse...

Scarlet hablaba con quién le pide a un asmático que tomé sus medicinas.

Podía ver por el timbre de su voz que ella sentía mucho estarme recordando esas cosas. No era ella quien me estaba cobrando, era Yeji, pero era ella quien venía a traer la mala noticia.

La noticia de que debería volver a la realidad y desempeñar mi función, olvidando lo que había sucedido.

Seguí mirando la pared por algún tiempo, considerando mis opciones. Me di cuenta de que no tenía ninguna.

—Shasha... Lo siento.

—Lo sé. —Sonreí tristemente mientras intentaba aceptar los hechos.

Yo tendría que volver a la realidad hoy. Tendría que dejar de pensar en lo que había sucedido. Tendría que fingir que no estaba muriendo por dentro.

Scarlet me miró como quien quería decir muchas cosas, pero no sabía por dónde empezar, ni si debería empezar. Hablar de lo que sucedió ayer resultaría tener que mencionarla, tocar su nombre, y eso era una cosa que yo sabía que todas las chicas habían jurado no hacer más.

Por lo menos no mientras yo estuviera cerca.

—Voy a arreglarme. Te encuentro allá abajo.

Diciendo esto, conseguí levantarme de la cama y sin vida, me fui al baño.

Quince minutos después, bajé al piso donde ahora algunos clientes ya buscaban compañía. Algunos ya estaban acompañados, y otros bebían mientras aprovechaban el inicio de la noche.

No sabía qué hacer allí.

Eso parecía patético, porque yo debería estar haciendo lo mismo que siempre he hecho: quedarme en la vitrina esperando mientras alguien se decidía a alquilarme por treinta minutos.

Sin embargo, por algún motivo me sentía completamente fuera de lugar, tan desplazada como un pez fuera del agua.

Si hubiera algo en el mundo que no quería hacer, era aquello: Esperar por mi próximo cliente.

Miré alrededor y vi rostros diferentes de hombres y mujeres. Ya estaba acostumbrada a la gran rotación del lugar, pero fue observando ese detalle que empecé a pensar.

Durante toda la semana, todas las noches esperaba encontrarla recostada en el bar, mientras bebía su dosis de whisky y emanaba un aura de poder.

Todos los días esperé verla, y todos los días me decepcioné.

Mi madre solía decir que la esperanza podría matar a una persona lentamente, porque ese era el sentimiento que nos hacía vulnerables a decepciones.

Cuando teníamos esperanza, corríamos el riesgo de decepcionarnos, y había situaciones en las que la decepción era casi tan dolorosa como la muerte.

Tenía razón.

Yo había sentido la fuerza de una decepción reciente, y podría decir que pocas cosas en la vida podrían ser tan dolorosas como aquello.

Pero la esperanza era también el sentimiento que nos hacía creer, que hacía que tuviéramos fe, y ahora sentía la gravedad de no tener más esperanza.

No volvería.

Lo sabía, ella no volvería nunca más. Era una seguridad tan grande y tan abrumadora que no había cómo impugnarla.

No podría ni siquiera decepcionarme, porque no había la menor esperanza de verla otra vez.

No la vería otra vez. Noche tras noche, ella no estaría allí. De las decenas de personas que entrarían a aquel lugar, no había la menor posibilidad de que una de esas personas fuera ella.

No había esperanza.

Fui tomada por una desesperación creciente y sofocante. Intenté no perder el control, yendo directo al bar y pedí algo alcohólico, mientras hacía esfuerzos para dejar de pensar en eso.

No volvería.

No volvería. ¿Por qué se fue? Ella dijo que estaría cerca.

—¡Nayeon!

Me volví más rápido de lo que debería, lo que casi resultó un desastre.

Me apoyé en el bar y busqué la voz que me llamaba.

Era Yeji, trayendo consigo a una mujer con la postura dura e indiferente.

—Alessia quiere conocerte. Estoy segura de que ustedes se llevaran bien.

—Buenas noches, Nayeon. Tienes un hermoso nombre.

Todavía me faltaba el aire y sentía apretón en la garganta dolorosa, pero me obligue a hablar de nuevo.

—Gracias.

—¿Estás bien? No te ves muy bien.

Estaba empezando a sudar frío, temblaba lentamente y hacía una fuerza increíble para no dejar el pánico que surgía en mis venas apoderarse de mí.

Era una pésima hora para tener una crisis, aún más porque Yeji me miraba como si estuviera estropeando su cena de Navidad.

Pero no podía hacer eso. Simplemente no podía.

Con la voluntad repentina de llorar. Traté de controlar el apretón que precedía al llanto, pero no lo conseguí.

—Yo no puedo...

El torrente de lágrimas vino de una vez, y yo ahora estaba llorando delante de una cliente.

No podía ser peor.

—Querida... —Comenzó Yeji, mientras intentaba sonar calmada. — Nayeon no parece estarse sintiendo bien. Me parece mejor presentarte a otra persona. No te arrepentirás.

Diciendo eso, salió de brazos dados con ella.

Las dos se alejaron de mí poco a poco, mientras intentaba limpiar la nube de lágrimas que obstaculizaba mi visión, pero noté que Yeji miró algunas veces a mi dirección, con una cara pésima.

Sabía que escucharía un sermón por aquello, pero esa no era la hora de preocuparme por eso.

La tristeza que ahora tomaba cuenta de mí era tan intensa, tan dominante, que no conseguí calmarme siquiera con el hecho de haber acabo de perder una cliente.

Tan rápido como la idea surgió, corrí hacia las escaleras otra vez, y llegando a mi cuarto, me dejé caer pesadamente en la cama, mientras intentaba respirar correctamente.

No podía. No podía hacer eso.

No seas idiota. Siempre lo has hecho, ¿Por qué no conseguirías hacerlo ahora? No cambió nada.

Tengo que conseguirlo, porque era simplemente la única cosa que yo hacía.

Y si no pudiera hacer para lo único que servía, entonces me convertiría inmediatamente aún más desechable de lo que ya era.

¿Por qué lo hiciste conmigo, idiota? ¿Por qué me abandonaste?

Ella me mintió.

Dijo que estaría cerca, dijo que le agradaba.

Ella me mintió. Me humilló, me abandonó, me olvidó.

—Vamos a hablar de eso después.

Me sorprendió la puerta y vi a Yeji parada, mirándome con una expresión furiosa, de brazos cruzados.

—L-lo siento...

—Sabía que eso iba a suceder... Debí haber sido más firme en cuanto ustedes dos.

Ella sabía. Sabía el motivo de mi desesperación. Ella sabía que estaba enamorada de Jeongyeon.

¿Era tan obvio?

Diciendo esto, se giró y salió, cerrando la puerta con fuera detrás de sí.

Sabía que tenía razón, pero no podía

Dios... No lo conseguía.

***

Me desperté al día siguiente con golpes en la puerta de la habitación. Por las fuerzas de los golpes, sabía quién era.

—Ya voy... —Hablé, tratando de recomponerme rápidamente, mientras corría al baño y arrojaba un poco de agua en mi cara.

Me acosté un poco en la cama, doblando las sábanas amasadas de la noche que pasó, y finalmente abrí la puerta para que Yeji pudiera entrar.

—Buen día. —Dijo, muy seria.

—Buen día. —Respondí, haciendo una señal para que entrara y se sentara.

Yeji inmediatamente arrastró una de las sillas del escritorio y se sentó frente a la cama.

—Voy directo al asunto, porque sabes por qué estoy aquí.

—Sí... —Comencé, cabizbaja.

—Bien. Eres una chica elegante, y sabes porque te mantengo aquí, ¿verdad?

Afirmé con la cabeza, sin decir nada. Era claro que lo sabía.

—Entonces sabes que si comienzas a rechazar clientes, no podrás seguir aquí, ya que lo que te hace quedarte en este lugar es el dinero de tus citas.

—Lo sé...

—Además, eso traería una mala fama al establecimiento, ¿de acuerdo? No me gustaría que The Hills se quedara con fama por tener chicas que rechazan a los clientes, si es que me entiendes.

Asentí con la cabeza otra vez.

—Entonces, Shasha, creo que sabes lo que quiero decir. Sé que no estás pasando por uno de los mejores momentos de tu vida, después de lo que Jeongyeon hizo.

Dolor. Sentí un dolor fuerte en el pecho al oír su nombre otra vez. Nadie más hablaba de ella, y yo misma me estaba esforzando para no pensar en su nombre.

Oírlo así, con tanta naturalidad, trajo de vuelta el dolor que intentaba esconder de mí misma.

—Aun así. —Continuó Yeji. — Todas tenemos nuestras responsabilidades. Tengo problemas también, pero no es por eso que voy a faltar con mis obligaciones. Eres una chica responsable, así que creo justo esperar que tampoco falles con las tuyas.

Ella estaba segura, por supuesto. Pero, ¿Cómo explicarle que ya no podía hacer eso? ¿Qué motivo le daría, ya que ni siquiera lo sabía?

Podría decir cómo me sentía.

Podría decir que después de lo que sucedió, me sentía mucho más desplazada y baja que antes. Podría explicarle el pánico, la náusea que sentía al pensar que debía quedarme con algún cliente ahora. Podría decirle que todo esto empeoraba porque Jeongyeon no salía de mi cabeza, que la imagen de ella me perseguía, que la nostalgia que sentía por ella pesaba en mi pecho como plomo, que el dolor de verla partir me había dejado en un estado deplorable.

Pero ella no lo aceptaría, porque estaba segura.

—Yeji... Sólo te pido un poco de tiempo...

—Sabes que no puedo darte eso. No puedo mantenerte empleada si no puedes trabajar.

—Yo pago mis horas.

Yeji me miró con un poco de duda.

—¿Qué quieres decir?

—Pagaré mis citas. Pagaré las ocho horas, dieciséis citas por día. Sólo necesito un poco de tiempo.

Tiempo para olvidarla.

—¿Y qué ganaría con eso?

—Sabes que nunca consigo dieciséis citas en una noche. Pago por todos ellos, siempre y cuando me dejes estar aquí. Si me das un tiempo... Voy a volver a hacer lo que tengo que hacer.

Ella reflexiono por algún tiempo. Por demasiado tiempo.

Temía la posibilidad de que Yeji simplemente se negara y me pusiera contra la pared.

Si ella hiciera eso, sabía que iba a parar a la calle.

—Sé que huyes de los patrones... Pero por favor... Necesito tu ayuda.

Estaba siendo absolutamente sincera, y pude ver que entendió eso.

Yeji me miró por algún tiempo, como si estuviera analizando la situación, y por un segundo pude notar en sus ojos un poco de compasión por mi

—Sabía que no funcionaría...

Por favor, no digas su nombre otra vez. Por favor.

—No podías haberte dejado llevar.

—Lo sé... Lo siento... —Sentí mis ojos súbitamente ser invadidos por lágrimas antes de que pudiera evitarlo.

Otra vez, ella estaba segura.

No podría haber hecho eso, no podría haber aceptado simplemente el hecho de enamorarme.

¿En qué diablos estaba pensando, después de todo? ¿Realmente me imaginaba que esa historia podría tener un final feliz? ¿Qué terminaría mínimamente bien?

Yo era una prostituta, y ella era interesante, inteligente, divertida, rica y hermosa. Ella simplemente podría tener a la mujer que quisiera, a la hora que quisiera, entonces, ¿Por qué infiernos realmente creía que no iba a sufrir al final de cuentas?

Yeji suspiró.

—Espero que te quedes, Shasha. Espero que puedas olvidarla. Siempre fue sólo una cliente.

No era lo que yo solía pensar. Ella era diferente de los demás en todos los aspectos posibles.

Había sido precisamente por eso que me había enamorado tan rápido por ella, cuando pensé que jamás podría enamorarme de alguien que me viera de esa forma.

Pero en el fondo, era verdad. Siempre fue una cliente.

Una cliente que pagaba por mis servicios, y que me veía como debía verme, como yo era. No es su culpa ser tan encantadora, no era su culpa que me permitiera ceder a sus encantos.

La culpa de todo fue mía...

Yeji se levantó, yendo hacia la puerta.

—Te voy a dar un tiempo. Tú pagas tus horas y yo te dejo libre. Pero empieza a pensar en lo que vas a hacer de aquí en adelante.

Sin decir nada más, salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella, dejándome completamente sola y desolada otra vez.

Me quedé en el mismo lugar por algún tiempo, pensando en lo que yo haría. Donde aquella decisión me llevaría. Finalmente rompí el silencio del cuarto, hablando conmigo misma.

—Está bien. Ganaste tiempo para olvidarla. Ahora, trata de olvidarla. Trata de olvidarla. Por tu propio bien.

***

Debería imaginar que si una cliente era tan importante hasta el punto de que me enamorara, debería ser igualmente difícil de olvidar.

No podía olvidarla.

No importaba lo que yo hiciera, cuánto me odiara o intentase odiarla, cuanto intentaba no pensar en ella.

A medida que los días pasaban, me forzaba siempre más a aceptar que necesitaba parar de pensar en ella, pero cada día la nostalgia también aumentaba, haciendo que la tarea de olvidarla se hiciera imposible.

Era imposible olvidarla.

Imposible porque nunca había sentido eso por nadie.

Nunca había pensado en una mujer de esa forma, aunque ella era diferente, ella fue la primera. La primera en mostrarme que eso podría ser tan bueno, pero también doloroso.

Era simple. No podía dejar de pensar en ella.

Ni con la amenaza de tener que, en cualquier momento, volver a ejercer mi profesión, o sería expulsada de aquí. Ni con la rabia que sentía por ella, por haberme humillado y gritado delante de tantas personas. Ni con mis amigas dándome apoyo o con Yeji ayudándome.

Su recuerdo traía más desesperación y dolor de lo que podía aguantar, y su presencia fantasmagórica en mi rutina me estaba dejando tan exhausta que no tenía más fuerza para tratar de olvidarla. Porque cuanto más luchaba contra eso, menos lo conseguía.

Simplemente no podía dejar de pensar en ella, y siempre me acordaba de cualquier momento que hayamos pasado juntas.

Cuando eso sucedía, me mente se dejaba llevar y me sumergía profundamente en recuerdos que me traían de vuelta su olor, su toque, su mirada.

Todos los días.

Todo el maldito día.

No podía dejar de pensar en ella, y eso podría ser hasta aceptable si no estuviera en ese dilema por algunos días. Pero ahora, dos meses habían pasado, y yo estaba exhausta de luchar contra mí misma.

Estaba exhausta de soñar con ella y sentir una decepción tan grande cuando me despertaba.

Exhausta de preguntarme dónde debería estar en todo momento.

Yo estaba exhausta, desgarrada y completamente sola.

Tenía que agradecer a Yeji por sus actitudes. Me permitió pagar sólo diez citas por día, ya que era raro que cualquier chica de aquí lograra más que eso por noche. Además, se mantuvo retirando solamente el porcentaje de los beneficios que le correspondían, lo que hizo que no fuera a la quiebra inmediatamente.

Le debía todo eso, pero nada me podía sacar del estado en el que me encontraba.

Un estado deplorable de depresión profunda, donde pocas cosas además de sed, hambre y una vejiga llena me hacían levantar de la cama.

Yo ciertamente estaría muchos más kilos delgada si Selena, Samantha, Scarlet y hasta Hanna no insistieran tanto para que yo comiera más de lo que mi estómago podía aceptar.

Era obvio que casi todas las chicas estaban empezando a estar realmente preocupadas por mí.

Todos me decían que debía intentar mejorar, pero debían saber que cuando se está en depresión, lo último que se consigue es tener fuerza de voluntad para salir de ella.

Estaba siendo mucho más difícil de lo que creía que sería.

Ahora, después de tanto tiempo lejos de mi trabajo, yo simplemente no veía la posibilidad en volver a hacerlo. Las cosas habían sido mucho peores, y yo no sabía cómo arreglarlas.

Estaba perdida, y lo único que podía contar era la paciencia de Yeji.

Pero yo debía imaginar que, como todo bueno en mi vida, eso tampoco duraría para siempre.

—¿Nayeon?

—¿Sí?

Era sábado, temprano por la tarde. Estaba acostada en la cama, tratando de dormir por las últimas noches en vela que había pasado. Yeji ahora entraba a mi cuarto, con una expresión seria y ligeramente triste.

—¿Cómo estás?

Esa era una pregunta que me hacían constantemente, y con la misma frecuencia, no sabía cómo responder.

—Mejorando. —Mentí.

—Shasha... Han pasado más de dos meses atrás...

—Lo sé...

—¿Crees que puedes volver?

No podía. Sólo la imagen de mí misma con otras personas, cualquier cliente que no fuera ella, ya causaba toda aquella mezcla de sensaciones horribles dentro de mí: enojo, tristeza, desesperación, pavor.

No podía. No quería.

No podía hacer eso.

—No.

Mi voz salió firme, de una forma que no esperaba que saliera, tomándome completamente de sorpresa y lo que todo indicaba, sorprendiendo a Yeji también.

—¿No?

—No puedo, no Yeji... Lo siento...

Ella me miraba sin expresión, mientras veía lágrimas bajar por mi cara.

Las mismas lágrimas que descendieron todos aquellos días, siempre por el mismo motivo. Las lágrimas con las que ya me había acostumbrado, y que ahora eran la marca de mi estado de ánimo.

Aquellas lágrimas simbolizaban el poco de todo lo que venía sintiendo por todo aquel tiempo, pero ahora, cargaban también el dolor por lo que yo sabía que vendría a continuación.

Era cuestión de tiempo.

—Yo también pido disculpas, Shasha. Pero ya no puedo aceptarte aquí.

***

Esa era la última bolsa de ropa que colocaba en el asiento trasero del taxi.

No sabía siquiera de dónde había sacado la fuerza de voluntad para conseguir colocar todo lo que me pertenecía dentro de las bolsas y mochilas de viaje, anticipando la hora de la partida.

No tenía muchas cosas. La ropa de cama, muebles y la decoración que quedaba en mi habitación no me pertenecían, así que sólo quedaban algunas ropas, zapatos, libros y otras pertenencias menores para llevar conmigo.

En total, tenía cuatro bolsas grandes donde todo se mezclaba.

Mucho de eso ni siquiera recordaba que lo tenía.

En realidad, no necesitaba muchas de esas cosas. La gran mayoría de las prendas eran para lo que yo hacía, y en raras ocasiones les había usado.

Lencería, vestidos apretados y faldas justas, todas las piezas olvidadas en el fondo de algunos cajones, cuando, en un acto de rebeldía, decidí vestirme de manera casual y cómoda para recibir cliente en The Hills.

Aquel lugar, que ahora ya no era mi hogar.

Mi estancia allí había sido rápida, pero fue suficiente para que pudiera hacer amistades.

Extrañaría a Samantha y Scarlet sobre todo. Ellas estuvieron a mi lado en momentos importantes, y ahora no sabía cómo sería sin ellas.

Pero no me quedaba mucho más cosas que hacer, así que opté por una despedida rápida y objetiva.

En el estado en que me encontraba, más sensible de lo normal, no conseguí contener las lágrimas al hablar con cada una de las chicas que me hicieron compañía por ese corto periodo de tiempo, pero logré hacer que el drama durara poco.

—Te extrañare. —Dijo Scarlet mientras me abrazaba en la cocina.

—¿Sabes lo que pienso? —Comenzó Samantha, sonriendo esperanzada mientras hacía más fuerza para no llorar de lo que quería admitir. — Creo que estarás bien. Eres fuerte, sabes cuidarte.

Podría responder que no, no lo sabía.

Estaba demasiado perdida, demasiado triste y demasiado solitaria para saber qué hacer de mi vida, como daría cambios, cuáles serían los planes y cuál era el momento para empezar a trazarlos.

Estaba perdida, pero no quise hablar.

Esto traería una preocupación innecesaria por parte de ellas, y aunque necesitaba a alguien, no podía darles ese peso a personas que no eran responsables de mí.

—¿Cuándo sepas a dónde vas, nos avisas?

Sólo asentí con la cabeza, evitando hablar para que el llanto, ahora doloroso en mi garganta, continuase preso.

Había mentido cuando dije que no sabía a dónde ir.

Ir a lugar donde Yeji me había encontrado.

Era posible que yo encontrara algún lugar para quedarme allí, mientras intentaba dar una forma a mi vida. La vecindad no era agradable, pero los alquileres no eran caro, lo que era bueno porque no buscaba nada lujoso y estaba en contención de gastos, ya que había perdido una buena cantidad de dinero al pagar mis propias citas a Yeji.

Pero nadie necesitaba saberlo.

Queriendo apresurar las cosas, di un último abrazo a Samantha y salí por las puertas del fondo, donde el taxi ya me esperaba.

Era otra despedida. Una triste despedida, como tantas otras en mi vida. ¿Pero qué despedida no es triste?

Sin mirar atrás, entré en el coche y partí.

Pagué el valor que el taxímetro indicaba y salí, tomando mis bolsas y mochilas.

Caminé hacia dentro con un poco de dificultad, notando que aquel lugar no había cambiado en prácticamente nada.

Las paredes todavía estaban en mal estado, la pintura de un amarillo oscuro desagradable.

La mujer que me miraba desde el último peldaño, en la puerta del edificio, mantenía una expresión desagradable en la cara, casi indiferente a mí.

Al llegar al último escalón, puse las bolsas pesadas en el suelo.

—¿Sabes dónde puedo encontrar a la persona responsable...

—Soy yo. Sólo tengo dos apartamentos vacantes.

—Está bien. ¿Cuál es el más barato?

Dos minutos después, ya estaba arreglando mis maletas de una forma que daba un poco más de espacio al apartamento, que consistía en una cómoda gran sala-comedor con encimera y un cuarto de baño más pequeño.

Todo lo que decoraba el lugar era un sofá cama marrón, un mueble pequeño y gastado con una tv que dudaba funcionara y una nevera vieja.

Recordaba que no había burocracia en aquel lugar, entonces todo el acuerdo entre las partes consistía con el huésped pagando el alquiler al día para el propietario, de lo contrario sería automáticamente desalojado.

En aquel momento, era todo lo que podía tener.

Me acordé de que tenía que empezar a buscar algo que hacer, antes de que mi vida terminara de desmoronarse.

Me senté en el sofá y miré el techo por algún tiempo.

Tenía que empezar a tomar actitudes y lo sabía, pero mi fuerza de voluntad era casi tan grande como la de un tronco de madera. No quería hacer nada, no sentía ganas de nada, y deseé profundamente que pudiera vivir como una planta, alimentándome sólo de luz.

Pero la vida no era perfecta, así que necesitaba hacer algo, y rápido. Tenía que empezar a buscar un trabajo lo más rápido posible, y rezar para que consiguiera algo, cualquier cosa que pudiera mantenerme en aquel lugar.

No tenía planes a largo plazo.

No tenía planes de nada, y eso me hizo notar cómo mi vida estaba en la mierda profunda.

Simplemente no había nada que esperar, no había un objetivo. Mi único objetivo, día tras día a partir de ahora, sería seguir viva.

Siempre he creído que todas las personas vienen al mundo con un propósito. Yo encontraría el mío, tarde o temprano. Hasta entonces, lo único que tenía que hacer era seguir viviendo.

Continuar sobreviviendo.

De repente, perderme en el tiempo era más fácil.

Recordaba la última vez que había salido a buscar empleo.

Con la educación profesional inconclusa por las tragedias de mi vida, no había muchas opciones.

Las posibilidades de una mujer sin escolaridad concluida eran menores que las de los hombres, porque los hombres casi siempre tenían el comodín de un empleo de brazo.

Pero yo era una mujer. Una mujer que nunca en la vida había trabajado en algo que no exigía mi cuerpo como parte del cuerpo, entonces las cosas eran más difíciles.

O eso, o mi estado de espíritu insistía en decirme que absolutamente todo lo que yo intentara era imposible de conseguir.

***

Durante algún tiempo, busqué en cafeterías y bares vacantes para camarera.

He buscado vacantes en tiendas, comerciales o vendedores.

Los empleadores normalmente exigían un currículo o carta de recomendación para profesiones como secretarias hasta de consultorios de pequeño porte o ayudante de veterinario.

Mientras tanto, intentaba cuidar el dinero que mantenía en la cuenta bancaria.

Opté por no pagar conductas excesivas y gastar sólo con lo necesario.

Como mis condiciones exigían, no era viable buscar empleo en lugares muy lejanos, ya que eso me traería gastos más allá de los que yo podría tener, entonces mi área de búsqueda estaba restringida a aquella parte de la cuidad, donde irónicamente no había casi nada.

Seguí buscando pequeñas tareas que podrían darme algún retorno financiero, aunque fueran inestables o temporales, pero eso también parecía difícil de encontrar.

Sumado a eso, vino el cobro del primer alquiler, cosa que yo habría olvidado fácilmente si no hubiera sido rudamente recordada.

Como resumen de mis días, tenía mañanas y tardes ocupadas por intentos fracasados de buscar empleo, mientras la noche me servía un plato lleno de nada que hacer, lo que me daba demasiado tiempo para pensar en demasiadas cosas.

Pensar en cosas malas, lamentablemente por cosas pasadas, no creer en mejoras futuras.

De hecho, mi depresión estaba tomando proporciones mayores cada día, y era visible mi completa apatía por la vida. No tenía motivos para comprometerme a hacer absolutamente anda, no había personas con las que pudiera contar, no tenía ni siquiera enemigos para odiar.

Nada era realmente importante, y temía estar entrando en un estado vegetativo irreversible.

Eso era notorio especialmente porque los empleadores rechazaban cualquier propuesta.

Muchos fueron sinceros al decir que simplemente no veían en mí ganas de hacer anda, y que "ese no era el perfil buscado".

Pero aunque era comprensible, simplemente no tenía fuerzas para cambiar. En el fondo, no tenía motivos para cambiar, y aunque el motivo era "conseguir trabajo", al final de cuentas eso tampoco tenía un porqué.

El mayor de mis problemas era tener demasiado tiempo para pensar demasiado. Esto probablemente no haría muchos daños a alguien con una vida normal, pero desafortunadamente ese no era mi caso. Entonces, en momentos vacíos de mi vida, me encontraba pensando en cosas que no debía pensar.

Pensé en recuerdos, sueños imposibles o pensamientos al azar, todos acababan haciendo que saliera perjudicada, y tal vez la parte más patética de todo eso era el hecho de no tener el menor control sobre mi propia cabeza. Por eso, no eran raros los momentos en que yo sabía que no debería estar recordando ciertas cosas, pero aun así continuaba pensando en ellas. Y lo peor de todo, sentir nostalgia.

No había más como negarlo: Yo ya no hacía el menor esfuerzo para dejar de pensar en ella, y sabía cuán ridículo era porque había demasiados problemas en mi vida, cosas más urgentes por las cuales debo preocuparme. Pero el recuerdo de ella simplemente insistía en estar en mí como una fuerza superior, y yo no tenía condiciones de negarla, aunque sea en pensamiento.

Así que, mis momentos de reflexión consistían básicamente en pensar en ella, recordarla e incluso después de todo, todavía quererla. Incluso sabiendo que era imposible. Incluso sabiendo que desearla sólo me hacía más débil e infeliz cada día.

Sea una u otra la razón surgía en mí, entonces yo usaba el poco de la fe que tenía para pedir que pudiera olvidarla.

Pero no era tan fácil.

Entonces, además de una vida completamente sin sentido, yo también tenía que lidiar con el fantasma de ella asombrándome todos los días y todas las noches, dejándome peligrosamente vulnerable a un mero recuerdo.

Mis noches más recientes habían sido pasadas en vela, fruto de mis preocupaciones o de mi depresión casi crónica.

Cuando mi cuerpo se rendía al cansancio, la mayoría de las veces mi cabeza no tenía fuerzas para soñar, pero eventualmente los destellos de ella vagaban por mi mente, haciendo mis sueños un poco más placenteros. Irónicamente, eso sólo hacía que, por contraste, mi realidad fuera mucho peor.

Quería olvidarla, pero una pequeña parte un tanto masoquista quería mantener un poco de ella guardada conmigo, porque era allí donde se encontraban algunos de los momentos más simples de mi vida, y de una forma u otra, felices.

Era una pena que todo había terminado de una forma tan triste y amarga, pero aún así, no dejaba de haber sido dulce un día.

Era todo lo que había quedado. Un amargo fuerte que temblaba cada día, cada intento y cada fracaso.

Y era con ese gusto que me despertaba todas las mañanas, cuando podía dormir.

—Un nuevo día, Nayeon.

Había desarrollado la manía de hablar conmigo misma, ya que no tenía una mascota o una pelota de voleibol para hacerme compañía. Era importante mantenerme lúcida, y además, podría comprobar si mis cuerdas vocales no se estaban estropeando gradualmente por la falta de uso.

—¿Adivina lo que vas a hacer hoy?

La misma cosa que yo hacía todos los días últimamente.

—Exactamente. Hoy te irá bien, porque es tu día de suerte.

Hoy sería mi día de suerte, y con ese pensamiento en la cabeza, era una buena manera de empezar el día.

Era eso. Nada como el poder de la inducción.

Últimamente, buena parte de mis horas eran desperdiciadas debido a mi enorme falta de voluntad en levantarme. Así, mis días venían comenzando más tarde de lo que debían para una persona desempleada.

Por eso, pensé que era una buena señal aquella mañana haber sido diferente. Me desperté mejor dispuesta y más confiada de lo normal, lo que podría ser una señal de buenos cambios en mi vida.

Pero yo debería haber mantenido mi escepticismo en asuntos relacionados con las clases y las cosas de ese tipo. No por el hecho de que ahora son aproximadamente las 18h y yo no había conseguido nada.

Era lo que sucedía todos los días, así que no era señal de azar, sino una constante irritante.

El problema era en lo que estaba por venir.

—Mira, no soy el dueño de aquí, sólo soy el gerente.

—¿Pero usted no puede ayudarme?

Había pocas personas en el lugar. La cafetería era clara y alegre, lo que contrastaba fuertemente con el aire triste y feo de aquella calle oscura. El barrio era vecino al mío, y aunque era pobre, ya presentaba una apariencia considerablemente mejor. Si conseguía algo allí, sería un buen lugar porque, además de no ser lejos, era mucho más agradable.

—Dijiste que no tienes experiencia.

Era verdad, no tenía experiencia alguna, en nada. Nada más allá de lo que intentaba huir.

—Pero le prometo que me voy a comprometer.

—No necesitamos otra camarera, chica.

Estaba a punto de arrodillarme allí mismo e implorar para que pudiera tener una oportunidad. Aquella había sido, hasta ahora, mi mejor oportunidad.

—Por favor, déjame intentarlo por algún tiempo.

El hombre ahora me miraba con un poco de pena. Estaba desesperada y hablaba con toda la sinceridad del alma, entonces esperaba que él creyera en mi empeño y me pudiera ayudar de alguna manera.

—Mira, el dueño debe estar llegando ahora. Él viene siempre al final de la tarde para ver cómo fue el balance del día, entonces puedes hablar con él. No tengo mucho mucha voz y voto, pero puedes intentar convencerlo, ¿Ok?

Eso me animó. Era la primera vez que tenía una oportunidad real, así que concorde y agradecí exageradamente, mientras me sentaba en la sala al fondo donde el hombre me había llevado.

Me sentía un poco nerviosa con eso, porque sería algo como una entrevista. Podría echar todo a perder, así que intenté concentrarme y pensar en respuesta buenas a preguntas al azar, cuando mi posible empleador llegase y decidiera hacerlas.

Debo haberme quedado allí por algún tiempo, tratando de concentrarme y mantenerme tanto tranquila como optimista, y no noté cuando ya no estaba sola en la sala.

—Buenas noches. —Dijo el hombre.

—Buenas noches. —Respondí, levantándome. — Mi nombre es Nayeon.

Me di cuenta de que él me miraba de forma extraña, entonces me corrió un ligero escalofrío por toda la extensión de la espina. Sus ojos enfocados en mí, mientras una sonrisa medio pervertida jugaba en sus labios.

—Hola, Nayeon.

Él continuaba con la sonrisa extraña, mirándome como depredador. Podría incluso decir que lo conocía de algún lugar. Tal vez lo había visto antes, pero, ¿Dónde?

—Siéntese.

Obedecí, sentándome de nuevo en la silla a mi lado, y lo vi arrastrar otra silla para acercarse, imitando mi acto seguida. Me di cuenta de que estaba frente a mí, inclinándose hacia mí, mientras me analizaba de arriba abajo.

Él estaba demasiado cerca. Incómodamente cerca.

—Entonces, ¿Qué quieres aquí? Mi empleado dijo que querías hablar conmigo sobre un empleo.

—Sí... —Comencé, desviando la mirada de él y mirando ahora mis manos. — No tengo experiencia como camarera, pero puedo prometer que voy a esforzarme para hacer todo bien.

Él se inclinó más en mi dirección, y en el mismo momento en que su boca se detuvo en mi oreja, sentí una de sus manos en mi muslo izquierdo.

—Sé bien en lo que tienes experiencia, Nayeon.

Estaba en shock, mientras luchaba para asimilar sus palabras.

Me conocía. Él sabía lo que era.

—La última vez que te vi, no estabas tan delgada, pero todavía me acuerdo de ti. Fue una de las mejores noches que pasé en aquel lugar, ¿Sabes?

Él había sido mi cliente. No me acuerdo exactamente de él, no sabía su nombre, pero tenía la impresión de que lo había visto en algún lugar.

¿Y dónde más habría de ser?

—Yo... —Comencé, pero no sabía con seguridad que decir. Quería que él saliera de cerca de mí, quería que él dejara de hablar cosas en mi oído mientras iba subiendo sin ceremonias sus manos por mis piernas, pero no podía moverme. Estaba en pánico, y por más que yo quisiera, tomar una actitud era imposible.

—No... Sólo quería...

—¿Sabes lo que pienso? Creo que es un desperdicio. Eres tan buena en lo que haces...

¿Por qué tenía que recordarme? ¿Por qué tenía que reconocerme?

—No puedes desperdiciar un talento tan bueno así, querida. ¿Dónde has visto, una chica tan talentosa dejar eso de lado?

—No lo hago... Más. ¿Me vas a dar empleo?

Sentí su risa contra mi cuello, y me estremecí.

—No puedo permitir que una puta trabaje en mi cafetería, amor. Trata de entender. Pero si quieres ofrecer otros servicios...

Diciendo eso, él agarro rudamente mi mano y con fuerza, la apretó contra su erección.

Eso fue el gatillo para que mi sistema nervioso hiciera algo y me permitiera tener alguna reacción. Me levanté muy rápido, lo que me hizo caer de la silla en la que estaba sentada. Él continuó mirándome con una sonrisa pervertida, mientras me miraba otra vez de arriba abajo.

Antes de que pudiera darme cuenta, salí corriendo de la habitación, chocando con el hombre que me había atendido antes. Él notó mi estado de desesperación, pero obviamente no entendió lo que estaba pasando.

—Lo siento, espero que consigas trabajo en otr...

Ya estaba en la puerta que daba a la calle, y no paré un segundo ni siquiera para mirar atrás, mientras desviaba algunas personas despreocupadas. De repente sentí mi cara más fría, así que me di cuenta de que estaba mojada. No noté cuando las lágrimas habían comenzado a bajar, pero no importaba.

—¡Mierda! ¡Maldita mierda! ¿Por qué nada funcionaba en mi maldita vida? —Hablé para mí misma, aún caminando rápido, sin un destino correcto.

Algunas personas me miraban como si fuera algún animal de circo, y las ganas que tenía de mandarlos a la mierda a todos era grande.

Estigma. Desgracia.

Mi pasado sería siempre una desgracia en mi vida, y yo siempre tendría que huir de él.

La duda era si podía huir de él para siempre, se podría contar siempre con la suerte, o si habría que aceptar que las cosas como las que acababa de suceder podrían suceder otra vez.

No podía contener las lágrimas que caían, pero no era como si realmente estuviera tratando. Simplemente no me importaba nada de nada, porque nada no tenía ninguna importancia.

Después de mucho tiempo y probablemente una larga caminata, miré alrededor y noté que no sabía dónde estaba.

Todo bien, eso sólo era una de las cosas malas que siempre me pasaban, y yo ya me estaba acostumbrando con aquella maldita falta de suerte.

Me senté en un banco y traté de calmarme, porque no podía encontrar el camino de vuelta si no estaba razonando bien. Desafortunadamente, el intento de enfocarse sólo hizo que una rabia intensa se apoderara de mí, y junto a ella, una indignación mayor de la que venía sintiendo durante todo ese tiempo.

Estaba airada, inconforme y miserablemente infeliz.

Estaba acabada, estaba cansada de intentar ser otra persona. Cansada de fallar, de intentar y nunca conseguir nada. Cansada de no tener una oportunidad, cansada de ser humillada y disminuida.

Pero al final de cuentas, era sólo lo que era.

Una puta.

Y una puta no podría ser otra cosa más que puta.

Debería saberlo.

Me quedé de pie. Sequé las lágrimas y decidí que no importaba más. Yo sería lo que tenía que ser, porque era sólo para eso que yo servía, si era sólo eso lo que podía hacer, entonces sería de esa manera.

Sabía que ahora adoptaba una expresión dura y vacía, y si mi expresión expresaba el vació que sentía, debería estar aterradoramente neutra y sin vida.

Pero no importaba. Nada importaba.

Necesitaba algún tiempo para localizarme.

Tomé el autobús equivocado, lo que me dejó lejos de casa, pero no me quejé.

A partir de ahora, no aceptaría o dejaría de aceptar lo que pasara conmigo. Las cosas simplemente suceden, y yo sólo estaría consciente de ellas.

Entraría en piloto automático. Aquel que no me permitía tener emociones o pensar en ella.

Sería irreversible.

Llegué a casa cerca de las 20:00. Me dirigí a la ducha mecánicamente, mientras tomaba mi decisión, pensando lo menos posible sobre ella y sobre las consecuencias que ella traería.

No sabía cuánto tiempo había durado el baño. Simplemente actué sin pensar en nada, y posiblemente pocos minutos después abría mi maleta, sacando de allí la primera pieza de ropa vulgar y llamativa que viera.

Un vestido azul corto y justo. Una pieza que nunca había tenido valor de usar.

Perfecto.

Me lo puse rápidamente, busqué un par de zapatos altos que completarían el visual "puta barata."

Sin mirarme en el espejo, busqué mi kit de maquillaje, otra cosa rara vez usada por mí. Volví al baño y cepillé mi cabello, aún en piloto automático, sin mirar mi propio rostro en el espejo.

Terminada la etapa de mi peinado, escogí las sombras más oscuras y delineé mis ojos con ellas. Cuando terminé, escogí el lápiz labial más oscuro y blush vivo.

Sin saber cuál era el olor, puse el perfume por el cuerpo, entonces finalmente miré mi reflejo.

No sabía quién era ella.

Era una extraña, pero me miraba como si me conociera hace tiempo.

La mujer del espejo no era yo, pero tal vez dentro de los ojos castaños, un resquicio de lo que yo era estaba existiendo.

Tal vez. Pero ahora, no había nadie allí.

Nadie más allá de una puta.

Caminé despacio por la calle, mientras intentaba recordar el camino hacia donde iba. Antiguamente habría rezado para que nadie me viera salir de edificio o que las calles estuvieran desiertas a esas horas, pero hoy no me importaba.

Simplemente no pensaba en nada, y mientras caminaba despreocupada por la acera, mi cabeza parecía estar extrañamente vacía. Vacía de una forma que nunca había sentido, como si mi cerebro de repente hubiera parado de querer pensar y actuar de forma automática.

Por un lado, era bueno. No pensar, no me lamentaba y no sufría.

Un tiempo después, sólo Dios podría decir cuánto, finalmente llegué a la calle que yo conocía.

Aquel lugar era el lugar donde había pasado mucho tiempo trabajando antes de que Yeji me encontrara y me llevara a The Hills.

Nada había cambiado. Las calzadas todavía eran sucias, fruto del final de un día tumultuoso y lleno. Aquella vía comportaba multitudes durante el día, que corrían de un lado a otro y dejaban allí sus huellas. Las paredes eran oscuras, y todas las tiendas de tamaño pequeño ahora se encontraban cerradas con puertas de hierro.

Abierto, sólo algunos burdeles baratos y apretados, que parpadeaban una irritante luz roja.

En las puertas abiertas, se podía ver a algunas parejas sin ningún pudor o clase. La calle no era muy concurrida, pero una vez u otra surgían clientes que llegaban en sus carros y escogían a sus acompañantes, mientras las que estaban en pie aprovechaban la noche allí misma.

Esparcidas por las calzadas, a lo largo de toda la longitud de la calle, podían ser vistas mujeres y de lo más variados tipos. Algunas conversaban entre sí, mientras bebían y carcajeaban de cualquier cosa.

Otras esperaban solas, fumando un cigarrillo tras otro. Todas usaban ropas vulgares y apretadas, y algunas incluso se atrevían a las transparencias.

Este panorama sacudió un poco las estructuras de mi muro de indiferencia recién adquirida.

Recordar aquel lugar era una cosa, pero verlo de nuevo en las mismas condiciones y estar a punto de revivir todo otra vez era otra cosa.

Algo con lo que tal vez no pudiera manejar.

Me recargué en una de las paredes con falta de aire, intentando más que todo no pensar en nada.

Intenté inhalar y exhalar el aire lentamente y pausadamente, para oxigenar bien el cerebro y calmarme. Busqué en la bolsa pequeña que cargaba algún calmante, pero no había nada útil allí. Traté de ignorar a las dos mujeres que se reían de mí a poco más de tres metros mientras caminaba hacia una pilastra cercana.

Al llegar, recargué mi cuerpo allí y cerré los ojos, en un intento desesperado de no entrar en pánico.

Podía sentir las ganas de llorar tomarme poco a poco, y yo sabía que si me permitía derramar la primera lágrima, las otras serían imposibles de sostener.

Así, la única cosa que me controlaba era la fuerza hercúlea que hacía para deshacer el nudo procedente al llanto en la garganta hablando conmigo misma cosas del tipo "no seas tan ridícula" o "es mejor que te calmes."

De hecho, mi concentración era tanta que casi no noté el auto que ahora se acercaba muy lentamente.

El conductor estaba obviamente eligiendo a quién llevaría a un paseo romántico aquella noche, y de repente me encontré deseando íntimamente que él no me eligiera.

Pero yo había olvidado que Dios parecía vengarse de mí por algún motivo, entonces el vehículo obviamente se detuvo exactamente donde estaba, de modo que sólo pudiera ver el asiento libre del pasajero por la ventana abierta.

¿Cuáles eran mis otras opciones?

No tenía otras opciones. Simplemente tenía que hacer eso.

Finalmente, después de un poco más de tiempo que una mujer en mi posición llevaría, tragué en seco y respiré hondo, dando un paso adelante y apoyándome en la ventana del coche.

Para mi sorpresa, no era un hombre sino una mujer y ella no me miraba con lujuria y no traía en el rostro la expresión de diversión y abuso poder que todos los clientes que por allí pasaban solían traer.

Ella me miraba con una expresión que traía la mezcla de muchas cosas, las cuales pocas pudieron ser identificadas: Rabia. Tristeza. Confusión.

Las pocas reacciones que conseguí ver en aquellos ojos marrones.

Humillante.

Nada en el mundo podría ser más humillante que aquel momento. El momento en que finalmente me reencontraba con la mujer con la que venía soñando desde hace meses, por la que estaba ridículamente enamorada.

La mujer que me había gritado, diciendo cosas horribles delante de otras personas.

La mujer que transformó mi vida en un infierno tan rápido como un parpadeo de ojos.

La única mujer que se destacaba de los demás sin necesidad de hacer fuerza para eso, y que ahora me hacía sentir peor que nunca.

Era humillante.

La voluntad irracional que me tomó fue golpear cualquier cosa que estuviera delante de mí. Librera un poco de toda rabia y dolor que estrangulaba dentro de mí, tal vez me haría bien, pero estaba muy concentrada en aquellos ojos.

Aquellos ojos me prendían, tenían un poder extraño sobre mí. Tal vez ese poder fuera afectado por la nostalgia que sentía por ella, pero el hecho era que yo estaba parada como imbécil, mirándola sin saber qué decir, mientras ella me miraba de vuelta.

¿Por qué tenía que encontrármela en estas condiciones? ¿Por qué justo hoy? ¿Por qué justo ahora, mierda?

¿Por qué no podría haber sido hace unas horas?

Hace unos meses...

Pero yo debía haber hecho algo muy malo en otra vida, y ahora pagaba todos mis pecados. Entonces, por supuesto, me la encontraría en el momento en que yo estaría desempeñando mi humillante papel de prostituta de esquina, prácticamente transfigurada con todo ese maquillaje, corriendo el riesgo de una inminente crisis de pánico y llanto.

Ahora estaba dividida con varios pedazos de sensación. Una parte mía quería morir, porque así todo terminaría rápido y yo no tendría más que soportar ese malestar. Otra parte quería tirar de la mujer que todavía me miraba y golpearla con toda la fuerza, en todas las partes alcanzables, por haberme abandonado cuando había dicho que se quedaría a mi lado. Una tercera parte quería arrojarse a sus brazos y enrollarse como un gato en su pecho hasta que todo el dolor, el sufrimiento y el dolor desaparecieran simplemente. Una cuarta parte no quería nada, además de continuar allí.

Sería buena si dijese algo.

Sería bueno si ella dijera algo.

Pero ambas permanecemos en nuestras posiciones, hechas estatuas, y estaba segura de que acabaría con un dolor de columna insoportable.

Entonces recordé que estaba allí por un propósito.

No era justo con ella, ni conmigo, obligarnos a esa situación.

Me había escogido por algún motivo desconocido. Tal vez no me reconoció, ya que últimamente venía pareciendo mucho más un zombi que otra cosa, además de mis kilos perdidos y del maquillaje oscuro que nunca me había visto usar.

Ella estaba allí por un motivo, y ella me había escogido.

El motivo no importaba, sea porque me reconoció o porque creía que yo era una puta cualquiera. Pero esa era la verdad incontestable, ella estaba allí para elegir a su compañía de la noche.

Respiré profundamente tratando de controlar la voz, el llanto y la voluntad de vomitar, antes de romper el silencio. Es lo que ella quería, eso es lo que tendría.

—Cien dólares.

Su expresión, antes indescifrable, pasó inmediatamente a un shock tan real que casi sonreí por el efecto que la cause.

Sería una expresión tan divertida si la situación no fuera tan repugnante.

Vi que iba a responder. No sé si iba a soltar una palabrota o decir algo que me agrediera aún más, pero cualquiera que haya sido su pensamiento, jamás pudieron ser dichos.

Vi una mujer aparecer de repente en la otra ventana cercana a ella, y pude identificarla como una de las prostitutas que se reían de mí mientras yo intentaba respirar hace unos minutos.

—Hola, guapa. Parece que la negociación es complicada, ¿No? El tiempo es dinero, así que te daré más opciones. Mi compañía sólo cuesta la mitad de lo que ella te haya cobrado.

Por supuesto. La situación no era lo suficientemente mala. No bastaba vestirme de chica de compañía suburbana, o usar un perfume barato, o usar un mini vestido apretado y corto que mostraba más que mi cuerpo que el aceptable. No bastaba cobrar para tener sexo con la mujer por la cual estaba enamorada y que sólo me veía como una prostituta. No bastaba nada de eso. Ahora tendría que disputarla con otra zorra que quisiera pasar la noche con ella.

Una vez más, estaba perdida en partes que querían, cada una, cosas diferentes. Parte de mí quería entrar corriendo a aquel Porsche y apretar el acelerador, de modo que nos sacara lo más rápido posible de aquel lugar. Otra parte quería frotar la cara de aquella zorra en el asfalto. Una tercera parte quería girar e irse, dejándola con la única opción, que no era yo.

Ella se giró hacia su propia ventana, aún reticente a desviar los ojos de mí y aún con aquella expresión de shock y horror en su rostro, miró ahora a la mujer inclinada, como yo, en la ventana abierta.

—¡Tú cállate la boca!

Ella se levantó rápidamente, pareciendo extremadamente ofendida con el tono grosero de su voz, y yo sabía que iba a empezar a burlarse. Pero esta vez la interrumpió, volviéndose hacia mí con la misma expresión de rabia que había usado con aquella zorra.

—¡Y tú, entra al coche!

Quisiera haber tenido un poco más de tiempo para pensar en el asunto. ¿Debo hacerlo? ¿Apoyaría las consecuencias? ¿No terminaría más herida de lo que ya estaba?

Pero todas esas preguntas se deshicieron con el vehículo ya en movimiento, porque era obvio que yo había entrado al coche. Inmediatamente después de oírla decir esas palabras, sin parpadear. Era obvio, porque sólo tenía dos opciones: Estar lejos o estar cerca de ella.

Y no había la menor necesidad de pensar ni por un momento eso. Aunque mi orgullo debería elevar un mínimo de resistencia contra ella, era simplemente imposible la idea de negarse con ella cuando tuviera esa oportunidad.

Pero ahora, dentro de aquel coche, sintiendo el silencio incomodo pesar algunas toneladas sobre mi cabeza, sintiendo las olas de electricidad que emanaban del cuerpo de la mujer a mi lado chocar con brutalidad contra mi propio cuerpo, dejándome bastante consciente de su presencia allí, me preguntaba: ¿Qué diablos estaba haciendo?

Era una pregunta que no podía responder. Yo quería saber lo que sucedería a partir de ahora, y eso era una cosa que sólo ella podría decirme.

Y preguntarle algo, simplemente dirigirle la palabra, estaba fuera de cuestión. Todavía era muy pronto para fingir que todo estaba normal.

Ella conducía rápido. Lo sabía porque el único lugar al que podía mirar eran las calles frente a nosotras.

Ella pasó algunas señales en rojo, sobrepasó muchos coches, hacía curvas cerradas y rechinaban los neumáticos. La razón por la cual yo podía procesar toda esa información era que mi cabeza estaba tan extrañamente vacía que tenía todo aquel tiempo libre.

Los minutos fueron pasando, y el silencio un día cómodo al lado de ella se volvió tan insoportable e incómodo ahora que me estaba inclinando hacia adelante y encendiendo la radio del coche.

No saber qué hablar teniendo tanto que decir era una sensación horrible.

Presté más atención a las calles a mí alrededor, y de repente me di cuenta dónde estaba. No sabía cuánto tiempo estuvo conduciendo –medido por el silencio interminable, tal vez algunas décadas –pero ahora tenía noción de que el kilometraje del Porsche era considerablemente alto, porque eran bastantes calles a recorrer partiendo del lugar en que yo vivía hacía donde ella vivía.

La miré por el rabillo del ojo, con temor de girar la cabeza hacía ella. Me di cuenta de que ella mantenía una postura firme y digna, imponía control, como si acabara de tener nada más que un pequeño aburrimiento.

También no desvió los ojos de la calle ningún segundo, manteniéndose rígida incluso en los pocos signos que había sido obligada a parar para no causar accidentes en cruces.

La he visto por su fuerza y su seguridad, e inmediatamente me sentí más patética y ridícula por trazar esa comparación entre nostras y notar que ahora mi estado estaba cerca del pánico.

Todo bien. Ella está tranquila, también deberías estarlo.

No es como no si supiera que hacer lo que estaba a punto de hacer.

El coche entró a un lugar cerrado, y noté de repente que estaba en el garaje del edificio donde vivía. Paramos bruscamente, entonces oí el ruido suave del motor, ya muy silencioso, ser apagado y la llave siendo retirada con fuerza. Algunas fracciones de segundos después, ella salía de su coche, abrió la puerta del conductor sin ningún cuidado y lo golpeo con fuerza al salir.

Ella estaba furiosa.

Con que, no sabía.

Y tampoco debería ser mi incumbencia.

No sé lo que me llevo a hacerlo más inmediatamente, cerré la puerta con un poco menos de fuerza y apresuré el paso para alcanzarla mientras ella caminaba con firmeza por el garaje espacioso, yendo al ascensor.

Tal vez yo debía molestarme con el hecho de que no me mirara una vez ni por el hecho de que mi presencia allí era tan importante como la de una cucaracha muerta, pero mi miedo latente hacía que recibiera bien esa ausencia de atención.

Sabía que en el momento en que ella me mirara otra vez, muchas cosas podrían suceder.

Ella requería algo de mí.

Yo perdería un poco de control que me quedaba.

Nos terminaríamos agrediendo o acabaría llorando en sus brazos, como la perfecta mosca muerta patética que yo era.

Por el momento, ser ignorada era bueno. Era más fácil que tener que mirarla y tener que lidiar con exigencias.

Además, tendría que lidiar también con la tristeza que sabía que me tomaría cuando nuestras miradas se encontraran otra vez.

Sabía que no debería estar haciendo esto personal. Eso era sólo la primera compañía de mi noche, el primero de muchos que yo pasaría ahora.

Además, recordaba clara y nítidamente lo enfática que había sido al gritar en mi cara que yo era solamente una puta. Sabía eso, y permitir que aquel encuentro me trajera de vuelta tantas sensaciones era peligroso.

No sabía dónde me metía, pero aun así continué.

Cerca del viaje de coche, el tiempo necesario para que el ascensor subiera todos aquellos pisos y llegarse a la cubierta había sido bastante rápido, pero el silencio que insistía en tomar el aire entre nosotras seguía siendo muy desagradable.

Sin embargo, me convencí que sería bueno acostumbrarme a él, ya que tal vez ese silencio pudiera ser la mejor cosa de aquella noche.

Ella salió del ascensor sin vacilar, con las llaves ya en las manos.

Momentos después la puerta ya estaba abierta, mostrando un apartamento grande y aireado, en un estilo limpio y minimalista.

Los pocos muebles se mezclaban en contraste, unos blancos otros negros. Todo estaba muy limpio y minimalista.

La pared opuesta de la habitación era nada más allá de vidrio, extendido de arriba abajo, con puertas corredizas del mismo material que se abrían hacia el gran balcón.

Incluso en crisis, no pude dejar de notar que su apartamento era aquel tipo de lugar que sólo se ven en revistas.

¿Esa sería la página que yo marcaría cómo? ¿Apartamento de los sueños?

Volví a la realidad cuando la sentí mirarme, cuando terminó de cerrar la puerta y se dirigió hacia el pasillo derecho.

La seguí sin cuestionar, entrando en la puerta que ella había entrado, y pude notar que ahora estábamos en su habitación.

Así como la sala, la pared lateral traía por toda su extensión placas gruesas de vidrio. Noté que una de ellas estaba un poco abierta, constatando que eran espejadas. Tan perfectamente espejadas que yo dudaba que se viera algo dentro de aquella habitación por cualquiera que estuviera fuera.

El suelo tenía una alfombra oscura, que combinaba con el edredón negro que cubría la cama. Las paredes eran extremadamente blancas y la cabecera de la cama, marfil. La forma en que los colores contrastaban por lo visto en todos los lugares de la casa, era de una elegancia envidiable, y yo estaba segura de que estaría admirando más ese lugar si estuviera en condiciones de hacerlo.

Pero la verdad era que, en aquel momento, apenas podía mantenerme en pie.

La sentí detrás de mí mientras miraba por la pared de cristal la ciudad. Podía oír su respiración más pesada de lo normal, y constaté que ella tampoco debía estar muy bien.

Excelente. Era bueno saber que yo no era la única persona angustiada en aquel lugar.

Me pregunté que debía hacer.

No había olvidado cómo actuar en situaciones así, pero ese caso era una excepción porque no era una cliente normal. Era ella, y yo simplemente no sabía cómo proceder. Si estuviera en una cita con un cliente cualquiera, sabía que ya hubiera tomado la iniciativa acercamiento y seducción, porque gran parte de los clientes pagaban también para sentir la sensación de no tener que correr atrás. ¿Era obvio que quien tenía que conseguir cualquier cosa sería yo, pero como?

No estaba bien.

Además, no estaba muy segura de lo que quería.

Era difícil, pero tenía que hacerlo. Tenía que desempeñar mi papel, porque en primer lugar, por eso ella me eligió. No era suficiente recordar el pasado. No era bueno verla como más que una cliente. No era necesario que hiciera eso personal, porque sólo aumentaría mi sufrimiento después de que todo pasara.

Pero era imposible no sentir eso.

Podría fingir para ella, pero no para mí. Para ella sería una compañía, para mí sería un poco más que eso.

Fue sólo cuando se giró, evitando deliberadamente mi mirada, que me di cuenta de que había dado algunos pasos a su dirección. Su movimiento me hizo parar inmediatamente, así que no sabía qué hacer.

Su expresión era dura y fría. Era la misma expresión que recordaba haber visto la última vez, hace meses. Una expresión cargada de rabia, rencor y casi imperceptiblemente, un poco de confusión. Pero yo tenía experiencia con esa expresión, entonces sabía que esperar.

Sabía que nada bueno podría venir de allí.

Ella respiró profundamente, mientras visiblemente intentaba no explotar, finalmente rompió el silencio.

—Toma un baño. Quítate esa ropa vulgar y ese perfume de puta barata. Lávate la cara para que no sienta asco de hablar contigo.

Cierto. Era incluso un poco de lo que esperaba, al final de cuentas.

Pero cuando oyes todas las palabras que el dolor verdadero te alcanza, entonces incluso esperando eso, sus palabras me alcanzaron como un látigo otra vez.

Exactamente como la última vez.

Podría mandarla a la mierda y salir de allí inmediatamente. Podría negarme a recibir órdenes de ella, o ignorarla y exigirle una explicación por todo ese tiempo que estuvo ausente. Pero estaba tan herida, dominada por un agotamiento mental tan grande, tan intenso que acepté.

Me moví hacia la puerta a mi izquierda, usando el resto de mi fuerza de voluntad para mantenerme en pie. Al entrar, cerré la puerta inmediatamente me quité la ropa y los zapatos que usaba. Los segundos después, estaba debajo de una ducha de agua tibia, que me mojaba mientras mi cabeza finalmente optaba por dejar de pensar. Ahora la euforia en reencontrarla se había ido, todo lo que quedaba era el vacío al constatar que la Jeongyeon de ahora era una mujer que hacía cuestión de olvidar que un día me conoció y que parecía importarle.

El llanto vino demasiado rápido para que yo pudiera contenerlo, entonces las lágrimas se mezclaban con el agua que escurría por mi cara. Dejé que salieran, como si fueran un poco de la tristeza que sentía dentro de mí. Cierro los ojos y sentí la fuerza del agua golpearme en mi piel, como si pudiera dejarme más fuerte y más viva. Alcancé el jabón y froté con todas las fuerzas las partes de mi cuerpo. Sentía un dolor casi físico en el pecho, y luché contra el llanto para que no alcanzara niveles más grandes que me hicieran sollozar.

Tomé la toalla blanca al lado de la ducha y sin pensar si podría hacerlo o si sería adecuado, tomé el abrigo blanco colgado detrás de la puerta y el vestido.

La pieza de ropa estaba enorme en mí, cubriendo todas las partes necesarias. La bata tenía su olor, y sentí una rabia profunda de mí misma por permitirme disfrutar de ese perfume.

Me miro en el espejo y constato mi estado actual.

No era bueno.

Había manchas de maquillaje oscuro borroso por el baño que ahora bajaban por los pómulos de mi cara, dándome una apariencia gótica-suicida.

Mi nariz y ojos estaban increíblemente rojos y marcados por la reciente crisis del llanto, y mi cabello estaba desarreglado.

Limpié todo el maquillaje borroso y peiné mi cabello con los dedos.

Tomé la ropa que usaba y la colgué donde antes estaba la bata. No sabía si el perfumé aún estaba en mi piel como antes, pero no me importó.

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