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06

Otro porque puedo y porque quiero

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Jeongyeon POV.

—¿Señora?

—¿Sí?

—¿Está todo bien?

—Está bien, Jihyo. No podría estar mejor.

Noté por mi versión periférica que ella me miraba con duda, pero no hice mención en darme vuelta y mirarla para intentar mostrar que yo estaba hablando enserio.

Primero, porque mi cabeza dolía demasiado para que yo intentara hacer algo más allá de hablar y respirar.

Segundo, porque simplemente no me importaba más el hecho de que Jihyo me creyera o no.

Tercero, porque yo no estaba diciendo la verdad.

—Se ve cansada.

También me le hubiera pedido que me llamara por mi nombre. Cuanto más pasaba el tiempo, pero me irritaba la insistencia de Jihyo de ser formal conmigo.

Pero hasta eso exigía de mí una fuerza de voluntad que yo no tenía.

—Estoy cansada. Cansada y con dolor de cabeza. ¿Alguien más quiere hablar conmigo hoy?

—No, señora.

—Bien. Entones puedes cerrar la puerta al salir.

Jihyo permaneció en silencio por algún tiempo. No abrí los ojos para comprobar el por qué.

—Está bien. Aquí están las notas de las reuniones de hoy. Usted va a tomar las decisiones.

—Gracias.

—Y aquí están los tres contratos.

Sentí los papeles siendo arrojados delante de mí, encima de mi mesa. Sin embargo, permanecí inmóvil, haciendo movimientos lentos y circulares con los dedos en las sienes para intentar aliviar la presión que sentía en la cabeza.

—Jeongyeon.

Abrí los ojos, mirándola.

—¡Habla conmigo! ¡Estoy aquí!

Seguí mirándola mientras analizaba silenciosamente mis opciones.

Quería conversar con ella.

Al final, ella era mi mejor amiga.

Mi única amiga.

Quería contarle todo lo que estaba pasando conmigo, todas mis dudas y mi pánico.

Quería pedirle un consejo, porque ella siempre tenía algo inteligente para decirme, y si fuera necesario, escuchar callada una bronca de aquellas que sólo Jihyo sabía dar.

Quería abrirme con ella. Quería dividir el peso que cargaba en la espalda con otra persona.

Quería una luz al final del túnel.

Cualquier cosa.

—Voy a recordarlo, Jihyo.

Ella continuó mirándome con preocupación, y traté de sostener su mirada, aunque mi dolor de cabeza estaba cegándome.

Cuando finalmente sacó sus manos que servían de apoyo en la mesa, suspiró, y dando media vuelta, salió de la oficina.

Cierro los ojos otra vez y bajé la cabeza a los brazos, ahora cruzados en la mesa sobre esos papeles de las reuniones a las que yo había asistido hoy. Podía decir que asistir a reuniones sería una tarea imposible, dada mi actual condición, pero era realmente increíble como lo conseguía.

En los últimos días, entrené a mi cerebro para aceptar problemas y asuntos relacionados con los negocios, así que me podía concentrar en eso cuando me empeñaba en hacerlo, casi todo el tiempo.

Casi.

Porque había momentos, hasta cuando me esforzaba para mirar, que la dispersión venía y yo me encontraba pensando cosas al azar.

En realidad, hasta deseaba que fueran pensamientos al azar en general, y no pensamientos al azar relacionados con una persona.

A ella. Siempre ella.

Ella estaba transformando mi vida en un verdadero infierno. Estaba planteando dudas absurdas y pensamientos impertinentes en mi cabeza. Estaba conquistando un territorio de importancia alrededor de mi vida que no tenía menor derecho de conquistar.

Por causa de ella, mis noches eran mal dormidas.

Y cuando conseguía dormir, mis sueños la traían de vuelta par atormentarme.

Por causa de ella, Jihyo me rondaba y me preguntaba siempre lo que había mal conmigo.

Algo muy mal.

La conocía hace menos de un mes, y ya no podía dejar de pensar en ella. Cualquier detalle, cualquier inutilidad que decidiera atravesar mi camino a lo largo del día, me la recordaba.

Analizaba prácticamente a todas las mujeres que veía y automáticamente las comparaba con ella.

Ella.

Porque ella estaba moviéndose demasiado en mi cabeza, y eso no era normal.

No debería tener ese grado de importancia en mi vida. No debería estar en una posición tan privilegiada en mi lista personal de prioridades.

No debía pensar tanto en ella, y cuanto más me daba cuenta de eso, menos yo conseguía sacarla de mis pensamientos.

Cuanto más yo sabía que debía olvidarla, más difícil era no recordarla.

Más difícil era no quererla cerca.

Yo la quería cerca.

Todos los días. A toda hora. En cualquier momento que fuera.

Y eso también me estaba matando.

Primero, porque no debía quererla.

Segundo, porque no podía tenerla cerca cuando quisiera.

No era mía. No era de nadie.

Ella era una chica de compañía, y eso era todo lo que realmente importaba.

Y era lo que dolía.

Dolía, porque ella era especial.

Era importante. La hice importante sin darme cuenta, y ahora pagaba el precio.

El precio de ser ingenua, de ser dependiente.

El precio de ser demasiado cobarde para asumir todo eso.

Asumir lo que me negaba a creer, pero ya lo sabía.

Lo que no negaría hasta estar cerca de la muerte.

Hasta no aguantar más.

—¡Lo siento!

Levanté la cabeza lentamente, tratando de hacer frente al dolor presente que hacía mi frente pensando algunas toneladas.

—¡Lo siento, señora! Pensé que no había nadie más en el edificio.

Una mujer de mediana edad llevando una aspiradora un poco más grande que ella intentaba desenrollar sus pies de los hilos del aparato y salir de la oficina, dejándome sola otra vez.

—¿Qué hora es?

—Pasando de las 23h, señora. Lo siento, no lo sabía...

—Está bien. — Comencé, un poco tonta. — Ya había tenido que haber pasado mucho tiempo.

La mujer no pareció tranquilizarse, todavía mirándome con culpa.

—Voy a dejarla trabajar. Sólo por el amor de Dios no conecte esa cosa mientras yo esté aquí.

Al decir eso, junté sin cuidado los papeles tirados sobre mi mesa y los guardé en uno de los cajones, cerrándolo a continuación.

Me levanté, probando mi equilibrio despacio, entonces me apresuré a dejar la oficina libre para la mujer y su aspirador ruidoso.

Fui lo suficiente irresponsable para conducir hasta casa en las condiciones en las que me encontraba, y agradecí a mi ángel de la guarda por protegerme durante el recorrido.

Al llegar, tomé un baño caliente y demorado, trazando el plano que venía diseñando desde hacía algún tiempo.

El plan era simple, pero requeriría de mí una fuerza que no tenía.

Sin embargo, llevaría mis decisiones hasta el límite. El límite de mí misma.

Mantendría la distancia con ella. No la vería por algún tiempo, hasta que mi cabeza volviera un poco a la normalidad.

Hasta que volviera a sentirme segura para estar con ella otra vez, hasta que encontrara de nuevo conmigo misma.

Hasta que volviera a conocerme y entenderme, yo mantendría la distancia de ella.

Porque siempre que ella estaba demasiado cerca, tendría que olvidar cosas importantes sobre mi propia personalidad, y sobre lo correcto y lo incorrecto.

Entonces no la vería hoy. No la vería esta semana.

Yo sabía que eso podría hacerme un mal mayor que toda la confusión de la que huía, pero tenía que intentar volver a ser lo que era. Porque cerca de ella era otra persona.

Me alejaría.

Una distancia que podría considerarse segura.

Yo estaría segura. Yo estaría bien.

Pero, primer, necesitaba convencerme de eso.

***

Mis últimas noches no podrían ser clasificadas como buenas. Conseguí dormir algo como dos, o máximo tres horas por noche. Aunque el cansancio estaba siempre presente, mi cabeza simplemente no podía relajarse, y entonces pasaba el resto de las horas pensando.

Pensando en todo lo que no debería pensar.

Por eso, no era de sorprender que hoy, lunes, casi todos los empleados me miraran como si fuera un zombi ambulante mientras pasaba por los pasillos, hasta llegar a mi oficina.

Entré y encontré a Jihyo con una cara que debía ser usada cuando uno de sus hijos hacía algo malo.

Ignorando su mirada fusilante, fui a sentarme a la mesa, ya arreglando algunos papeles.

—¿Cuántas reuniones tengo hoy?

—Ninguna.

La miré interrogativa.

—¿Cómo que ninguna?

—No vas a trabajar en ese estado.

Estaba muy cansada para discutir, sobre todo a la hora de la mañana. Por eso, intenté mantener una voz tranquila y cordial.

—No me mandas.

—Pues sí. No te mando. Tal vez sea lo que necesitas, que alguien te mande.

—Seguro. ¿Ya terminaste? ¿Puedes darme los horarios de las reuniones ahora?

—No voy a darte ningún horario. He cancelado todas las reuniones. Imaginé que estarías de esa manera hoy cuando te vi el viernes.

—¿Y con la orden de quien cancelaste las reuniones?

—Con la orden de nadie, señora. Y si hice mal, despídeme.

La miré con rabia, algo que pensé no poder sentir en las condiciones en las que me encontraba.

Ella estaba siendo extremadamente arrogante para una secretaria, pero el problema era que Jihyo sabía que podía hacer eso, porque después de todo no la despediría.

Además, mi rabia reciente me dominaba porque ella había sacado de mí la única cosa que conseguía mantenerme ocupada y por lo tanto, libre de pensamientos indeseables.

—¿Y puedes decirme qué esperas haga en esta mierda de día sin tener algo para ocuparme?

—Ve a casa y duerme. Estás horrible.

Excelente. Era todo lo que necesitaba.

Podía explicarle que mi apariencia horrible se daba justamente por el hecho de que no podía dormir, y que si yo lo consiguiera, no tenía que haber cancelado las benditas reuniones.

—¿Por qué a la gente le encanta meterse en nuestras vidas?

—No seas estúpida. Sólo nos metemos en las vidas de quienes queremos.

—¡No pedí consejo! ¿Por qué no me dejas en paz?

—Porque si te dejara en paz, Jeongyeon, te perderás otra vez.

Odiaba cuando tenía la razón, y eso sucedía con bastante frecuencia.

—Por favor... Por favor, ve a casa.

—¿Y qué voy a hacer en casa?

Repetí, tratando de mantener mi voz baja.

—Si no puedes dormir, trata de encontrar un poco de paz en algo.

Paz. Es exactamente lo que necesitaba, pero no podía conseguirlo.

Y lo peor de todo era que tenía una idea de lo que podía traerme un poco de esa paz, pero por alguna ironía del destino, era exactamente la cosa de la que huía.

—Está bien, me voy. Pero tienes prohibido hacerlo otra vez, ¿entiendes? Quiero mis reuniones de vuelta mañana, y no estoy bromeando.

Empleé un tono de voz más serio para que entendiera que realmente necesitaba volver a la normalidad al día siguiente.

Jihyo asintió con un suspiro.

Me levanté y me preparé para irme.

—¿Me prometes que te cuidaras?

La miré por un momento, decidiendo si realmente podría prometerle eso.

—Voy a intentarlo.

No le di tiempo para que hablara otra vez e inmediatamente salí de la oficina.

Eran casi las 20h ahora, y estaba perpleja como aquel día había sido tan improductivo y degradante.

Jihyo me las pagaría por eso.

Intenté ocupar mi tiempo con tantas cosas como me fuera posible, pero nada funcionó. Busqué en mis archivos culinarios la receta más difícil y me preparé para el desafío.

Recordé que antiguamente esa era una forma de distracción óptima, pero debía imaginarme que "antiguamente" no encajaba nada en mi "últimamente."

Tomé con cuidado un libro de mi biblioteca no muy grande, prestando atención para no escoger nada relacionado con el drama, o el romance, o cualquier cosa que me recuerde cosas que yo quería dejar de lado, pero olvidé que ninguna lectura me servía cuando no estaba en paz conmigo misma.

Busqué dibujos divertidos en la televisión, intenté hacer cambios en los muebles de mi habitación, empecé a arreglar el armario, pero nada fue suficiente.

Todavía pensaba en ella.

Todavía la extrañaba, y por algún motivo idiota, cuanto más intentaba olvidarla, más la recordaba.

Dicho esto, como yo estaba hace casi una semana tratando de arrancarla a fuerza de mi cabeza, era obvio que ahora estaba en un estado tan deplorable de auto-flagelación que ni siquiera podía pensar bien.

Con una excusa para mí misma –lo que no disminuyó mi culpa –me vestí de cualquier manera y tomé la actitud más desesperada e imbécil que podía tomar.

Me insistí a mí misma que lo que iba a hacer no era demasiado.

No pagaría por su compañía.

Todo lo que quería era verla, decir un hola.

Era ridículo, pero yo estaba segura de que en el momento en que la viera y simplemente cambiara media docena de palabras con ella, me sentiría mucho mejor.

Era sólo lo que quería.

Era muy poco para sacrificarme.

Pero aún así, me sacrificaría. Yo era una débil, y nunca dudé de eso, pero era repugnante saber que mi debilidad no me permitía seguir con un plan tan ni pensado.

De cualquier forma, esa era la hora de elegir entre mi orgullo y el dolor que atravesaba y rasgaba mi pecho de un lado a otro, el dolor que disminuiría si la viera.

Yo ya no podía manejar ese dolor.

Cuando atravesé la puerta delantera de The Hills, sentí mis nervios a flor de piel.

No era normal todo ese nerviosismo, pero no quise pensar en eso, así que sólo continué caminando un poco apresurada hacia el lugar más oscuro del lugar.

Me senté en la mesa vacía más alejada, mientras miraba alrededor para ver si alguien me había notado.

—¡Vaya, estábamos preocupadas por ti!

Me sorprendí y vi a Hanna a mi lado. ¿Cuándo llegó aquí?

—Ah, hola.

—Hola. Entonces, ¿Dónde estuviste?

—Ocupada.

Mi atención ahora estaba orientada al salón, más precisamente en la búsqueda de una cierta chica que trabajaba en aquel lugar.

—Nos extrañaba que tenía tiempo que no venias a ver a Shasha.

La miré sin entender lo que quería decir con aquello.

—¿Qué?

—Bueno, ella parece ser tú favorita, ¿verdad? Todas nos quedamos sorprendidas por qué estuvieras tanto tiempo lejos de ella. Es decir, sólo quién parecía no darle mucha importancia a eso era ella.

La miré sin saber que decir.

Por un lado, me aliviaba porque, si Nayeon no le había dado importancia a mi desaparición repentina, eso podría significar que no se había molestado conmigo.

Por otra parte, ¿Por qué no le había dado importancia? ¿No había dicho que me quería cerca? ¿No le interesaba mi presencia?

¿No me extrañaba tanto como yo a ella?

—Bueno, parece que todavía estas decidiendo a quién vas a elegir hoy, entonces voy a dejarte en paz. Ah, estoy libre.

Diciendo esto, guiño para mí y salió caminando de la forma vulgar que me recordaba era ella.

Volví mi atención al lugar otra vez.

Me sentía segura estando en un lugar particularmente oscuro y escondido, pero era cuestión de tiempo para que Hanna le contara a las otras chicas que finalmente había aparecido, y mi escondite sería descubierto.

Pero eso, me permití aprovechar al máximo el tiempo que tenía conmigo misma.

¿Debería buscarla? ¿Está ella allí?

Tal vez ya estaba acompañada en el piso de arriba, y el pensamiento hizo que el dolor me golpeara como un puñetazo.

Quería verla. Quería que estuviera sola y bien. Quería que ningún hijo de puta la lastimara, y otra vez sentí un dolor angustiante al constatar que si ella estaba herida, yo sería la culpable.

Comencé a buscarla con más urgencia mientras intentaba ver entre el numeroso grupo de personas en el lugar.

Alguien me ofreció un whisky, pero como noté que la voz no era de la persona que buscaba, negué la oferta sin prestar mucha atención.

Dos chicas intentaron seducirme para que pagara por su compañía, pero nunca antes tuve menos ganas como en ese momento –lo que era extraño, ya que yo llevaba tiempo razonable sin sexo – entonces me negué.

El problema era que toda mi atención –toda ella –estaba orientada en la misión de encontrar a Nayeon y hablar con ella.

Lo que yo diría exactamente, todavía no lo sabía, pero a la hora algo se me vendría a la cabeza, ni que fuera una disculpa.

Ni que fuera una confesión de la nostalgia angustiante que sentía por ella.

Entonces la vi.

En un rincón distante de la sala, ella parecía no pertenecer a aquel lugar, así como el día en que nos conocimos.

Tal vez fuera mi impresión, pero algo en su apariencia me decía que estaba cansada o triste.

De cualquier forma, no pude dejar de admirar su obvia belleza, y me pregunté otra vez como no había percibido eso en el momento en que fuimos presentadas.

Tal vez sólo estaba muy animada por verla, pero incluso con ropas casuales, completamente diferente a todas las demás mujeres, ella era más bonita de lo que recordaba.

Ignoré la punta de rabia que recorrió mi cuerpo al imaginar el motivo de las ropas largas, que mostraban pocas partes de su cuerpo, y continué mirándola como si acabara de encontrar un diamante.

Ahora ella estaba allí, tan cerca, incluso sin saber de mi presencia, un alivio repentino me tomó completamente, y me di cuenta de que ese momento había sido, hasta ahora, el mejor momento de mi semana.

¿Pero sería suficiente sólo admirarla de lejos?

Mi cuerpo empezaba a responder esa pregunta, levantándose sin que me diera cuenta, pero se detuvo inmediatamente cuando vio a un hombre acercándose a ella y hablando con una sonrisa en la cara, algo en su oído.

Es verdad.

Ella era una chica de compañía.

Su presencia realmente me hacía olvidar ciertos detalles.

Me senté de nuevo, con más odio de lo que creía ser posible sentir por un extraño, pero toda esa rabia irracional fue bloqueada por un interés mórbido en la reacción de Nayeon.

Ella no había reaccionado como yo pensaba.

La conocía lo suficientemente bien para esperar ver en ella una sonrisa falsa y una aceptación contraria, pero en vez de eso, vi a una chica ahora con tanto miedo que apenas podía moverse.

¿Por qué estaba de esa manera?

¿Por qué miraba a los lados con tanta desesperación, como si quisiera protegerse en alguien?

Y por qué aquel hombre la agarraba por el brazo, impidiéndole irse.

Me levanté otra vez, ahora más rápido, pero me mantuve en el lugar. Algo dentro de mí, locura o instinto, gritaba y me hacía recuperar un recuerdo olvidado.

Un recuerdo que hice cuestión de olvidar.

Un recuerdo que me aterrorizaba, pero que al mismo tiempo despertaba en mí un instinto asesino.

—¿Has decidido aparecer por qué?

Era Samantha. Y por lo poco que pude darle atención, vi que estaba enojada.

Y por lo que parecía, era conmigo.

Tal vez yo pudiera entender el motivo, pero antes tenía que cerciorarme de una cosa.

—Samantha, ¿Quién es ese hombre?

Pude ver por mi visión periférica que ella todavía mantenía una postura ofensiva hacia mí, pero tomada por la curiosidad, se giró hacia la dirección que señalaba.

Me giré para mirarla y vi en ella la reacción que temía.

Nunca había visto a Samantha en pánico, pero podía decir que aquella era exactamente la expresión que encontraría en ella.

Y yo sabía el motivo de eso.

Ella conocía a ese hombre.

Aquel hijo de puta.

Y yo sabía quién era.

Incluso sin haberlo visto nunca, sólo sabía ver la desesperación de Nayeon.

No reaccionaria así a un cliente cualquiera.

Escuché la voz débil de Samantha mientras ella se movía hacia adelante, en la dirección en la que ambas mirábamos, pero ella no sería más rápida que yo.

Muchos volúmenes pasaban por mí rápidamente, pero yo no prestaba atención a ninguno de ellos mientras caminaba hasta la pareja que observaba.

No le presté atención a nadie, y si no fuera por los golpes que me he dado con los cuerpos del otro, se podría decir que en el momento eran sólo tres personas allí:

Nayeon, él y yo.

Dos de ellas saldrían vivas.

El tiempo necesario para atravesar la sala fue rápido, y por una fracción de segundos, a dos metros de distancia entre nosotras, pude ver sus ojos encontrarse con los míos.

Pero yo no estaba razonando.

Con todo el odio y gracias a mis clases de Muay Thai, lo empujé lejos de su cuello, donde él parecía estar divirtiéndose, y un segundo después estábamos los dos en el suelo, yo encima de él, golpeándole cada centímetro de la cara.

—¡HIJO DE PUTA!

Todo pareció pasar en cámara lenta, así que pude aprovechar cada puño que aquel desgraciado se llevaba.

Él intentaba reaccionar, y tal vez fuera más fuerte que yo, pero en ese momento, ni los músculos de Mike Tyson podrían parar mi odio burbujeante y explosivo.

Lo odiaba. Quería matarlo lentamente, y no era fuerza de expresión.

Nunca en la vida deseé tanto ver a alguien muerto, golpeado, estropeado, así que no paré ningún segundo ni siquiera de golpearlo con toda mi voluntad.

Los golpes eran dados con tanta fuerza que en cierto punto, mis manos empezaron a doler, pero el dolor fue ignorado.

Me di cuenta de que ahora, el rostro debajo de mí estaba bañado de sangre, pero ignoré eso también.

Todo lo que importaba era la muerte de aquel desgraciado.

La muerte por mis manos.

Por primera vez desde que escuché a Samantha pronunciar el nombre del sujeto, noté que había más personas en el lugar. Muchas más, podía sentir muchos brazos jalándome, tratando de alejarme del hombre ahora inconsciente en el suelo, mientras yo intentaba soltarme de la jaula humana a mí alrededor y continuar mi deliciosa venganza.

—¡Detente! ¡Detente, chica!

—¡DÉJAME!

—¡Vas a matarlo!

—¡Es lo que estoy haciendo! ¡DÉJAME!

Ahora me peleaba en más brazos que me impedían seguir golpeándolo con las manos.

Entonces decidí patearlo, también con mucha fuerza, pero los hombres alrededor fueron rápidos y me alejaron completamente de él.

—¡SUÉLTENME, MALDICIÓN!

—¡No!

Estaba exhausta, enojada e inconformada.

El odio que existía dentro de mí, en lugar de desvanecerse sólo se volvía más grande y más explosivo.

—¡Jeongyeon, cálmate! ¡Por favor!

Miré, todavía aturdida alrededor y la vi allí, parada, un poco jadeante y cortada, sin saber mucho a dónde ir.

La presencia de Nayeon tenía aquel poder sobrenatural sobre mí hasta cuando ella misma no sabía que hacer.

Aquel poder que simplemente surgió de la nada y sin que yo dejara, me hizo extremadamente vulnerable.

Estaba definitivamente exhausta.

Exhausta de todo aquello, de toda aquella confusión de cosas que explotaban dentro de mí, mientras intentaba poner orden en mi propia vida.

Estaba cansada de fingir que no estaba perdida, que no estaba desesperada, y que no estaba completamente enamorada de una chica de compañía.

Estaba cansada, con rabia, con miedo de todo lo que vería a continuación, y estalló sin tener idea de lo que estaba hablando.

El odio dentro de mí hizo que simplemente escupiera todo el rencor y la cobardía, todo el orgullo y toda la mierda de culpa que me perseguía durante todo aquel tiempo en que yo la conocía.

En que conocía a la persona que volvió mi vida al revés.

—¡DÉJAME EN PAZ! ¡ERES SÓLO UNA PUTA, Y NO PERMITO QUE SEAS MÁS QUE ESO! ¡NO PUEDO PERMITIRTE CUALQUIER MIERDA SOBRE MÍ!

Mis gritos fueron seguidos de silencio. Un silencio mórbido.

Todo lo que podía oír era la música del ambiente que aún tocaba bajo al fondo y mi respiración jadeante por los gritos y la lucha.

Todo lo que podía ver era ella, delante, mirando dentro de mis ojos, mientras todo lo que dije aún resonaba en las paredes y entraba, palabra por palabra, en su cabeza. Lo haría y lo sabía. Sabía también que si me diera tiempo a mí misma, me arrepentiría mortalmente de cada palabra dicha, y simplemente imploraría por su perdón. Pero ya estaba hecho, todo ya se había dicho.

Entonces, sin pensar en nada más, rompí el vínculo entre nuestras miradas por última vez, dirigiéndome hacia la salida y no mirando otra vez hacia ella.

Salí. Había terminado todo lo que tenía que ser terminado. No volvería a verla. Desaparecería, me internaría en un hospicio si fuera necesario. Pero yo mantendría distancia de ella. Necesitaba mantener distancia de ella.

Para mi propio bien.


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Si en algún momento algo dejo de tener sentido, díganme, porque como que en algunas partes se me copio mal  en este capítulo y ya revise pero puede que se me esté pasando algo

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