Estar con esa persona especial es como entrar en un mundo donde el tiempo funciona de manera diferente. Al principio, cada minuto se siente como si se alargara, estirándose para que puedas disfrutar cada detalle: la forma en que sonríe, el sonido de su risa, la calidez de su mirada. Es como si el mundo exterior se desvaneciera, dejando solo un espacio donde existes tú, él, y el tiempo, que parece haberse detenido.

Pero en algún punto, sin darte cuenta, el tiempo comienza a moverse más rápido. Lo que antes era un instante que podías saborear, ahora se convierte en una hora que pasa en un suspiro. Es como una hoja en otoño, que al principio parece aferrarse al árbol, suspendida en el aire, casi inmóvil. La brisa la acaricia suavemente, la balancea de un lado a otro, y tú la miras, pensando que se quedará ahí para siempre.

Y de repente, la hoja se suelta. Empieza a caer lentamente, girando y danzando en el viento. La ves moverse, girar, y aunque quieres alargar ese momento, sabes que no puedes detenerla. Así es el tiempo cuando estás con esa persona: al principio, parece que tienes todo el tiempo del mundo, pero antes de que te des cuenta, ha pasado volando. Las horas que pasaste juntos, esas que pensaste que durarían una eternidad, ahora son recuerdos que se van desvaneciendo, como la hoja que finalmente toca el suelo.

Es una sensación extraña, una mezcla de alegría y melancolía. Te sientes feliz por haber tenido esos momentos, por haber compartido risas, conversaciones y silencios. Pero también te invade una tristeza sutil, porque sabes que esos momentos no volverán. Han pasado demasiado rápido, y ahora solo te queda el recuerdo de cómo fue.

Dedicación especial a mi novio, que me ha traído los mejores recuerdos de la vida