A menudo me he sentido como un rompecabezas con piezas que no encajan, buscando mi lugar en un mundo que parece tener todo ordenado. Una vez leí que los ángeles lloran, y en esos momentos de duda, me consuela la idea de que incluso los seres celestiales sienten la misma tristeza por no encontrar su lugar. Quizás, al final, todos estamos buscando ese rincón donde finalmente encajemos, aunque a veces parezca que estamos destinados a quedarnos fuera.

A veces, la sensación de no encajar puede ser tan abrumadora que parece que estamos destinados a vivir en los márgenes de la existencia. Nos preguntamos si hay un propósito en nuestra incomodidad, si esa búsqueda interminable de un lugar al que pertenecer tiene algún sentido. En esos momentos, es útil recordar que el hecho de no encajar no es una debilidad, sino una característica de la condición humana. Al igual que los ángeles, que, a pesar de su divinidad, enfrentan su propia forma de angustia, nosotros también enfrentamos desafíos que nos hacen cuestionar nuestro valor y nuestro destino.

Es posible que en nuestra lucha por encontrar un lugar, estemos descubriendo más sobre nosotros mismos de lo que jamás imaginamos. Cada pieza que no encaja, cada rechazo y cada momento de soledad pueden ser pasos hacia un entendimiento más profundo y auténtico de quiénes somos y dónde realmente pertenecemos. Quizás no se trata solo de encontrar un lugar en el mundo, sino de encontrar la paz en la aceptación de nuestra propia singularidad.