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La biblioteca era el universo del conocimiento para la azabache. Desde hace horas que estaba sentada en el sillón, mientras devoraba libro tras libro.
Sus gustos abarcaban distintas áreas, incluyendo cuentos infantiles hasta temas universitarios. Pero sus favoritos eran los cuentos para niños; era la forma en la que podría librarse de la realidad.
Luego de haber saciado su hambre por el saber, se dirigió a la cocina en busca de un bocadillo. Iba bajando las escaleras, pero paró, cuando vio a una mujer de apariencia angelical.
Unos cabellos rojizos largos hasta la cinturas, y unos ojos grisáceos grandes; más el hermoso físico que poseía. Era como estar presenciando a una diosa, una mujer que te robaría múltiples suspiros.
Decidió guardar silencio ya que no deseaba interrumpir. Por lo que permaneció en su sitio, ocultándose detrás de la pared.
Como aún era una niña, resultaba normal que tuviera cierta curiosidad por saber lo que ocurría a su alrededor; así que una que otra vez, se asomaba para ver la situación.
Y lo que notó fue a una Yuuki molesta quien maldecía en silencio, por alguna razón. De igual forma, la mujer hermosa expresaba fastidio en su rostro. Al parecer ninguna se soportaba.
—¿Entonces cuándo regresa Shu? —insistió por tercera vez la mujer joven.
—Como ya te lo dije, no lo sé —recalcó la última palabra —Él no suele tener horarios, solo llega y se va.
—Bueno en visto de que eres incapaz de cumplir con tú función, iré yo misma a la empresa.
—Espero que esta vez la reconozcan, y no la echen como la última vez —comentó burlesca Yuuki, no existía nada mejor que ver a esa mujer avergonzada.
Ante tales palabras, la contraria gruño por lo bajo. Tal vez antes no era tan conocida como ahora, pero esta vez era alguien importante; y próximamente subiría de rango al crear lazos con el albino.
[...]
A decir verdad se había sentido incómoda con la situación anterior, aquella mujer podría tener aspecto de ángel pero era un verdadero demonio.
Las palabras que usó la mujer de tercera edad para describirla, no era un lenguaje al que estaría dispuesta a repetir. La razón principal era porque sería vista de mala manera, al ser una niña de corta edad.
Al parecer el ojicarmin esta vez llegaría antes de lo previsto, por lo que la servidumbre comenzaba los preparativos para la comida. En cuanto a la ojiverde, ésta esperaba poder hablar sobre su comportamiento el día de la fiesta.
No deseaba tener remordimientos ya que no podría con más.
...
El ambiente no era para nada incómodo, más sin embargo ella lo sentía así. Además si agregamos que estaba sentado en frente suyo; eso hacía que se le dificultara poder hablar.
Tenía sus ojos puestos en el plato, no podía si quiera verle la cara; tanto eran sus nervios que ya comenzaba a sudar frío. Se sentía entre la espada y la pared.
Por otra parte el albino se percató de la extraña actitud de la nena. Era cierto que casi no estaba presente en casa, pero sabía que algo no anda bien con la pelinegra.
—¿Pasó algo malo? —interrogó el ojicarmin, centrando su mirada en la infante.
—Quiero pensar que no, aunque ni siquiera sé si algo está mal.
La forma en que lo había dicho fue suficiente, para despertar por completo el lado protector del albino. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie y caminó hasta el asiento de Tn; para después agacharse a una altura en la que pudieran verse sin necesidad de inclinar mucho la mirada.
—¿Estás así por lo que sucedió en la fiesta? —su duda fue resulta con un asentimiento de cabeza, y una mirada que se empeñaba a cualquier costo no verlo.
—Nada de lo que haya pasado fue tu culpa, si hay alguien a quien culpar es a mí.
La facilidad con la que mencionó esas palabras, sorprendió a la nena. Cuando ella cargaba con culpas, se sentía de la peor forma posible.
Se sentía como una hormiga a la cual pisotiaban una y otra vez, pero él, él admitía la culpa y sus errores con una facilidad increíble.
Eso quería decir dos cosas; era lo bastante torpe como para admitir su culpa en público, o, era un hombre que no le temía a las acusaciones de las personas.
—Eso me tranquiliza, gracias por preocuparte. —soltó la ojiverde, emitiendo alivies.
—No me agradezcas. ¿Tienes tiempo libre? —preguntó el apellidado Kurenai.
—Sí.
—De acuerdo, te llevaré a conocer un buen amigo. Además es bastante bueno socializando, por lo que podrá darte unos consejos.
Eso último no sabía cómo tomarlo, ¿Debería sentirse afortunada por aquella oportunidad? , O, ¿Sentirse ofendida?
De cualquier manera, siempre le tomaba mucho aprecio a sus regalos. Después de todo fue el primero en darle su primer obsequio.
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