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Capitulo 1

Annalise Harrison estaba en su habitación. La oscuridad dominaba el lugar, y en el fondo, el televisor reproducía el final de Los Originales. Ella lo miraba con ojos vacíos, tocando con suavidad su labio partido.

Ese día, su padre había regresado más estresado de lo habitual. No soportaba su presencia, así que decidió golpearla para recordarle "su lugar". Su madre, lejos de intervenir, solo se reía con una sonrisa cruel mientras presenciaba la escena. Su hermana menor, como siempre, hacía caso omiso, ignorando por completo lo que ocurría.

Annalise no entendía. ¿Qué había hecho mal? ¿En qué momento les faltó el respeto? ¿Por qué no la amaron como amaban a su hermana? Las preguntas la atormentaban. Veintisiete años de sufrimiento, sin amigos y atrapada en un trabajo horrible, con un jefe que la acosaba y una compañera que descargaba su frustración en ella.

Todo en su vida era un completo desastre. Comparaba su soledad con la vida de los Mikaelson: ellos tenían enemigos que deseaban verlos muertos, pero al menos se tenían los unos a los otros. Al terminar el episodio de Los Originales, Annalise se levantó y tomó las pastillas que había comprado esa misma mañana. La decisión estaba tomada: ya no quería seguir sufriendo. Quizás algunos la considerarían cobarde, pero para ella, el dolor era insoportable.


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Cuando volvió a abrir los ojos, Annalise se sorprendió. Todo a su alrededor parecía enorme, como si el mundo se hubiera duplicado en tamaño. Intentó mover su cuerpo, pero entró en pánico al notar que no podía moverse como antes. Sus extremidades eran pequeñas y débiles, y al intentar emitir un sonido, solo logró un leve balbuceo. Estaba a punto de llorar cuando un gigante apareció frente a ella.

El hombre, con ojos fieros pero una expresión de ternura inesperada, la miró y sonrió cálidamente.

—Mi niña, ya has despertado —dijo, levantándola con cuidado en sus brazos. Su voz resonaba grave y poderosa—. Vamos a ver a tu hermana.

Annalise estaba en shock absoluto. La habían levantado como si fuera una muñeca, y la estaban tratando... como a un bebé. Un maldito bebé, pensó, aterrorizada. ¿Qué clase de broma cósmica era esta? ¿Qué deidad aburrida había decidido que sería divertido convertirla en un recién nacido? Todo parecía tan surrealista que por un instante pensó que debía seguir soñando.

La habitación a la que entraron estaba impregnada de una atmósfera cálida y anticuada, decorada con detalles que parecían sacados de un mundo vikingo. Una mujer de cabello rubio, joven y hermosa pero visiblemente cansada, descansaba en una cama. Tenía los ojos llenos de amor, pero también de una tristeza que Annalise no podía ignorar.

¿Qué demonios te pasó, mujer? pensó Annalise, mirando a la figura con lástima. Pero el pensamiento fue interrumpido por un fuerte llanto. Supuso que provenía de la hermana que el gigante había mencionado.

—Mikael, debemos ponerles nombres a las niñas —dijo la mujer rubia con voz débil. La forma en que habló, cargada de desesperanza y arrepentimiento, hizo que el corazón de Annalise latiera con fuerza.

Espera un maldito minuto... Annalise sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. ¿Dijo Mikael?

El gigante asintió, y su voz se llenó de un orgullo feroz. —Esther, ya lo he decidido. Tengo los nombres perfectos para mis hijas.

De repente, los detalles encajaron como las piezas de un rompecabezas maldito. Él era Mikael, y la mujer, Esther. Los padres de los Mikaelson. Estoy metida en The Vampire Diaries... o peor, Los Originales. Y no solo eso, soy parte de esta familia disfuncional.

Mikael colocó a Annalise junto a la otra bebé, que lloraba desconsoladamente. Pero el llanto cesó al instante, como si las dos niñas compartieran un vínculo especial que las calmaba. Mikael observó con admiración a la recién nacida que seguía llorando.

—Ella será Freya —anunció, levantando con delicadeza a la bebé que había estado llorando, para luego dejarla en la cama. Luego alzó a Annalise, que no podía procesar la magnitud de lo que estaba pasando—. Y esta pequeña será Freydis, mis primogénitas.

¿Por qué? pensó Annalise, aún más asustada. ¿Por qué estoy en este mundo desde el principio de todo? Y para colmo... soy una Mikaelson. Una Mikaelson, de todos los condenados linajes posibles.


Freydis.

Estoy jodida. Las memorias de lo que había sido su vida antes, su miserable existencia, se mezclaron con la nueva realidad que la rodeaba. Hasta hace poco, había tomado pastillas para morir... ¿y ahora? ¿Ahora soy un bebé con el destino más complicado posible?

Mikael se retiró de la habitación, probablemente para entrenar, dejando a Esther con las dos niñas. La mirada de Esther se suavizó, y lágrimas amargas comenzaron a caer de sus ojos mientras abrazaba a Freya, pidiéndole perdón en voz baja. Luego miró a Annalise —o mejor dicho, Freydis— y dejó un beso suave en su frente, como si quisiera dejarle un último rastro de amor antes de que todo se desmoronara.

No hay que ser un genio para entenderlo, pensó Annalise. Freya está condenada por haber nacido primero, y yo... No pudo evitar sentir una oleada de tristeza y simpatía por su gemela. Lo siento, hermana. Tal vez no nos volvamos a ver en mil años. Tal vez todo se complique aún más. Pero por ahora, estoy aquí.

Annalise sabía que su momento de actuar estaba lejos. Mientras tanto, decidió observar y aprender. Mikael tendrá que ser eliminado, pero no hasta que Hope nazca. No hasta que pueda protegerla... y cambiar este destino maldito.

Con un leve suspiro —o el equivalente a un suspiro de bebé—, decidió que por ahora, disfrutaría de la inocencia de la infancia, al menos hasta que llegara el día en que pudiera tomar las riendas de su nuevo destino.






Corregido ✅
Creo que habrán algunos cambios, no estoy segura aún, Pero veremos cómo seguimos con la historia, quiero terminar esta para concentrarme en las otras historias

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