Capítulo treinta y seis "Nuestro pequeño milagro"
Esa noche, mientras dormíamos, me despertó un dolor punzante que recorría mi abdomen. Al principio, pensé que se trataba de una mala postura o un simple calambre. Intenté moverme para aliviarlo, pero el dolor solo se intensificó, arrancándome un jadeo que resonó en el silencio del cuarto.
Giré la cabeza hacia Scott, que dormía profundamente a mi lado, y traté de llamarlo. Mi voz, sin embargo, apenas salió como un susurro. Antes de intentarlo nuevamente, un ladrido fuerte rompió el silencio. Chance, nuestro cachorro, estaba a los pies de la cama, mirándome fijamente con sus ojos brillantes y llenos de alarma, como si supiera que algo no estaba bien.
—Chance, tranquilo... —susurré, intentando calmarlo. Pero él continuó ladrando, esta vez con más insistencia, como si buscara despertar a Scott.
El ruido surtió efecto. Scott se incorporó de golpe, parpadeando desorientado mientras se frotaba los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz ronca, todavía atrapado entre el sueño y la vigilia.
Antes de que pudiera responderle, otra ola de dolor me atravesó. Me retorcí, soltando un gemido ahogado mientras me llevaba las manos al abdomen.
—¡Maddy! —Scott se acercó rápidamente, la preocupación borrando todo rastro de somnolencia en su rostro—. ¿Qué tienes?
—No lo sé... duele mucho —susurré, apretando los dientes mientras intentaba respirar entre cada punzada.
Scott no perdió tiempo. Saltó de la cama y corrió hacia el pasillo, buscando su teléfono para llamar a emergencias. Mientras tanto, Chance se acercó a mí, olfateándome con nerviosismo, sus pequeños temblores haciéndome sentir tanto consuelo como inquietud.
El dolor no cesaba, y mi mente comenzó a llenarse de pensamientos caóticos. ¿Qué estaba pasando? ¿Sería algo grave? Instintivamente, llevé una mano a mi abdomen, y una idea fugaz, imposible, cruzó mi mente.
Scott volvió apresurado, con el teléfono en la mano. Me ayudó a sentarme con cuidado, tratando de no agravar mi dolor.
—Voy a llevarte al hospital ahora mismo. Chance, vigila la casa —ordenó rápidamente mientras me cargaba en brazos.
Apenas alcanzamos la sala cuando los mellizos, alertados por el alboroto, aparecieron en la puerta de su cuarto con los rostros pálidos.
—¿Mamá, qué ocurre? —preguntó Allí, sus pequeños ojos llenos de preocupación.
Intenté tranquilizarlos, forzando una sonrisa a pesar del dolor.
—No es nada, cariño. Estoy bien... —mentí, aunque mi voz apenas ocultaba el sufrimiento.
—Tyler, cuida de tu hermana. Volvemos pronto —ordenó Scott antes de salir con prisa.
El aire frío de la noche nos envolvió cuando Scott me colocó en el auto. Chance corrió detrás de nosotros, ladrando como si quisiera acompañarnos, hasta que Scott cerró la puerta y arrancó a toda velocidad.
—Todo va a estar bien, Ángel. Te lo prometo —dijo Scott, tomando mi mano mientras sus ojos alternaban entre la carretera y mi rostro.
Quería creerle, pero cuando sentí una repentina humedad entre mis piernas, la certeza me golpeó con fuerza.
—¡Oh, Dios! —exclamé, paralizada, mientras el líquido tibio empapaba mi ropa.
Scott giró rápidamente la cabeza hacia mí, alarmado.
—¿Qué ocurre? —preguntó con el rostro lleno de preocupación.
—Creo que... —tragué saliva, sintiendo el miedo crecer en mi pecho—. Creo que estoy en labor de parto.
El auto se tambaleó cuando Scott frenó de golpe.
—¡¿Qué?! Eso no es posible, tú...
—¡Acabo de romper aguas! —grité, interrumpiéndolo mientras otra contracción me sacudía el cuerpo.
El pánico se apoderó de su rostro, pero aún trató de mantener la calma.
—Respira, Maddy. Estamos a punto de llegar.
Pero ya no podía esperar. Sentí un impulso irrefrenable, como si mi cuerpo estuviera reclamando el control.
—¡Tengo que pujar! —dije, mi voz llena de urgencia.
—¡¿Qué?! —Scott me miró, claramente en shock—. ¡Es demasiado rápido!
—¡No puedo detenerlo! —lloré, sintiendo cómo mi cuerpo se preparaba para algo que no podía comprender del todo.
Scott apretó el volante con fuerza, pisando el acelerador mientras susurraba una y otra vez —Aguanta un poco más, amor. Por favor, aguanta.
El dolor era insoportable. Cada contracción era como si mi cuerpo se partiera en mil pedazos, un golpe tras otro que me dejaba temblando. Mi respiración se entrecortaba, mi mente iba y venía entre el presente y el vacío. Pensé que podría manejarlo, que sería como la primera vez, pero esto... esto era diferente.
Sentí cómo me sacaban del auto para meterme al hospital, mi cuerpo apenas soportaba los movimientos bruscos de la camilla mientras Scott corría a mi lado.
—Tranquila, ángel, ya casi estamos —me dijo, aunque su voz temblaba.
Llegamos a la sala de parto en cuestión de minutos. Las luces brillaban con una intensidad cruel, y las voces de las enfermeras llenaban la habitación con instrucciones rápidas. Mi corazón latía con fuerza, pero algo no estaba bien. Lo sabía.
El doctor se acercó con el rostro tenso. —Madison, el bebé está bajo estrés. Necesitamos que sigas nuestras instrucciones al pie de la letra, ¿de acuerdo?
—¿Qué está pasando? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
El médico evitó mi mirada por un instante antes de responder. —El bebé está atascado. Vamos a hacer todo lo posible, pero necesitamos que te concentres.
"Atascado." Esa palabra se clavó en mi pecho como una flecha.
—¡No puedo! —grité cuando la siguiente contracción llegó como una ola implacable, llevándose todo a su paso.
Scott tomó mi mano, sus ojos buscando los míos. —Maddy, escúchame. Estoy aquí. Lo estás haciendo increíblemente bien. Solo un poco más.
Lo miré, desesperada. Quería creerle, quería sentirme fuerte, pero mi cuerpo ya no respondía.
—¡Empuja, Madison! —ordenó el doctor, pero mi fuerza parecía haberse evaporado.
—¡No puedo! —grité de nuevo, lágrimas rodando por mi rostro.
—¡Sí puedes! —replicó Scott, apretando mi mano con firmeza. —Por nuestro hijo. Hazlo por él.
Sus palabras me dieron algo de fuerza, suficiente para intentarlo una vez más. Cerré los ojos, respiré profundamente y reuní todo lo que me quedaba. Empujé con todo mi ser, dejando escapar un grito que parecía venir desde el fondo de mi alma.
—¡Eso es, eso es! —gritó una enfermera.
Pero entonces el sonido de los monitores cambió, un pitido constante y alarmante llenó la habitación.
—¡La frecuencia cardíaca del bebé está bajando! —anunció una de las enfermeras.
—¡No! —gemí, sintiendo cómo el pánico me envolvía.
El doctor se inclinó hacia mí. —Vamos a intentar una última vez. Si no funciona, tendremos que intervenir.
—Por favor... —supliqué, aunque no sabía a quién.
—Maddy, mírame —dijo Scott, su voz temblando, pero firme. —Confía en ti misma. Confía en nosotros.
Asentí, aunque no estaba segura de poder hacerlo. Con un esfuerzo sobrehumano, empujé una última vez, sintiendo un dolor que parecía desgarrarme por dentro.
De repente, sentí un alivio momentáneo.
—¡La cabeza está fuera! —gritó una enfermera.
Pero el resto del cuerpo no seguía.
—¡Vamos a necesitar más espacio! —ordenó el doctor mientras preparaba un corte de emergencia.
La presión en mi cuerpo alcanzó un punto crítico, y mi mente comenzó a desvanecerse. Lo último que escuché fue el sonido frenético de las máquinas.
Cuando volví en mí, lo primero que noté fue el silencio. Un silencio ensordecedor que me rompió el corazón.
—¿Por qué no llora? —pregunté con un hilo de voz.
El doctor trabajaba rápidamente, y las enfermeras llevaban a mi bebé a una mesa cercana. Scott seguía a mi lado, su rostro pálido, sus labios temblando mientras murmuraba algo que no podía escuchar.
De repente, un sonido rompió el silencio. Un llanto pequeño, débil, pero lleno de vida.
Lloré. Lloré como nunca antes, las lágrimas corriendo por mi rostro mientras mi pecho se llenaba de una mezcla de alivio y amor.
El doctor me miró, una leve sonrisa en su rostro. —Está bien. Fue difícil, pero tu bebé está bien. Es una niña, felicidades.
Una enfermera se acercó con mi hija envuelta en mantas. Cuando la colocaron sobre mi pecho, sentí que todo el dolor, el miedo y la desesperación desaparecían.
—Hola, pequeña —susurré, acariciando su diminuta cabeza.
Scott se inclinó sobre nosotras, sus ojos llenos de lágrimas. —Es perfecta —dijo, su voz rota por la emoción.
Y lo era. Ella era nuestra pequeña guerrera, y valió cada segundo de lucha.
Scott se inclinó hacia mí, sus ojos aún brillantes por las lágrimas. Su voz era un susurro lleno de emoción cuando habló.
—¿Te das cuenta de que ella es un milagro? —dijo, con una sonrisa que intentaba ocultar su propio llanto. —No podíamos concebir, Maddy. Nunca pensamos que esto sería posible.
Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez mientras miraba a nuestra pequeña hija en mis brazos. Sus pequeños dedos se movían, tan delicados, tan perfectos.
—Sí... —susurré, mi voz quebrándose. —Ella es nuestro pequeño milagro.
Scott se sentó en el borde de la camilla, rodeándonos a ambas con sus brazos mientras sus labios se posaban suavemente en mi frente.
La calidez de su cercanía y el peso de sus palabras hicieron que un torrente de emociones me invadiera de nuevo. No pude contener el llanto. Las lágrimas caían libremente por mis mejillas mientras acariciaba la diminuta mejilla de nuestra hija.
—Nuestro deseo se cumplió —dije entre sollozos, con una sonrisa que reflejaba toda la gratitud que sentía en ese momento.
Scott asintió, sus ojos fijos en nuestra hija, susurrando con devoción.
—Gracias, Maddy... por no rendirte.
Nos quedamos en silencio por un momento, rodeados por la sensación de que habíamos superado lo imposible. Ella era nuestro milagro, nuestra esperanza hecha realidad. Y en ese instante, supe que no importaba lo difícil que hubiera sido, cada segundo de lucha había valido la pena.
—¡Dios mío! —exclamé, mirando a Scott y luego a las enfermeras que aún estaban en la habitación. —No sabía que estaba embarazada... no tuve los controles, nada. Tienen que revisarla. Por favor, revisen a mi bebé.
Mi voz se quebraba con cada palabra, la desesperación inundándome. Sentía que cada segundo era crucial, que había algo que no podía dejar al azar.
Una de las enfermeras, con una expresión calmada y profesional, dio un paso adelante.
—Tranquila, mamá —dijo suavemente mientras se acercaba. —Vamos a revisarla completamente. Es normal que sientas preocupación, pero ahora está aquí y la cuidaremos.
Scott colocó su mano sobre mi hombro, apretándolo ligeramente para intentar calmarme.
—Maddy, ella está bien. Llora porque es fuerte. Escucha —dijo, señalando a nuestra hija, quien ahora hacía pequeños ruidos suaves contra mi pecho. —Confía en ellas.
Las lágrimas seguían cayendo mientras entregaba a la bebé a la enfermera. Fue como si me arrancaran una parte de mí misma, pero sabía que era necesario.
La enfermera la llevó con delicadeza hacia la cuna térmica mientras el doctor comenzaba a revisarla con cuidado. Cada segundo era eterno. Scott seguía a mi lado, sosteniendo mi mano con firmeza.
—Es nuestra pequeña guerrera, Maddy —murmuró, besando mi frente. —Todo va a estar bien.
Finalmente, el doctor giró hacia nosotros con una sonrisa tranquilizadora.
—La bebé está perfecta. Sus signos vitales son normales, y aunque el parto fue complicado, parece que no hay nada de qué preocuparse. Haremos algunos controles de rutina, pero por ahora, pueden respirar tranquilos.
Mi cuerpo se relajó de golpe, como si todo el peso del mundo se disipara en ese instante. Solté un suspiro tembloroso, mirando a Scott mientras él sonreía con alivio.
—Gracias... —susurré al médico y las enfermeras, sin poder contener las lágrimas de nuevo.
Cuando me devolvieron a nuestra hija, la abracé contra mí, prometiéndome a mí misma que nunca más dejaría que algo así me tomara por sorpresa. Ahora, ella era todo lo que importaba.
Miré a mi bebé mientras la sostenía contra mi pecho, sintiendo su pequeña respiración y su calor. Sus diminutos dedos se movían con suavidad, rozando mi piel, y un nudo se formó en mi garganta. Este pequeño ser, tan frágil y perfecto, era ahora el centro de mi universo.
—A ver... —murmuré suavemente, acariciando su cabecita cubierta de finos mechones oscuros. —¿Cómo te llamaremos?
Scott, que había estado mirando a la bebé con una mezcla de fascinación y ternura, levantó la mirada hacia mí. Una sonrisa traviesa apareció en su rostro, como si ya tuviera la respuesta.
—¿Te parece Juliette? —sugirió, con un brillo en los ojos. —Y podríamos decirle Julie de cariño.
Lo miré, sorprendida por lo natural que sonaba ese nombre, como si hubiera estado esperando a que lo pronunciáramos. Bajé la vista hacia nuestra hija, quien parecía calmarse aún más en mis brazos.
—Juliette... —repetí, dejando que el nombre llenara el aire. Luego sonreí. —Es hermoso, Scott. Julie de cariño... me encanta.
Scott se inclinó hacia nosotras, colocando un beso suave en mi frente y luego en la cabecita de nuestra hija.
—Bienvenida al mundo, Juliette —murmuró con voz baja pero cargada de emoción.
Miré a nuestra pequeña mientras lágrimas llenaban mis ojos, no de tristeza ni de agotamiento, sino de pura felicidad.
—Hola, Julie... —susurré, acariciándola con ternura. —Ya eres tan amada.
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