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Capítulo treinta y cuatro "Dejar de intentar"

Pov Scott:

La prueba temblaba en mis manos, una más. Otro intento fallido. Ya no sabía si era más fuerte la frustración o el dolor que sentía cada vez que veía ese único resultado. Habíamos intentado todo: visitas médicas, tratamientos, recomendaciones de amigos y conocidos, incluso consejos que rozaban lo absurdo. Pero siempre el mismo final.

Maddy estaba rota, y yo no sabía cómo repararla. La veía desmoronarse un poco más cada día, y ese pensamiento me hacía pedazos a mí también. Miré por encima de mi hombro; la puerta del baño estaba entreabierta, ofreciéndome una vista clara de nuestra habitación. Ella estaba allí, en nuestra cama, con la mirada fija en un punto indeterminado más allá de la ventana. Su mano descansaba sobre su vientre, acariciándolo como si intentara consolarse. Pero ese vientre estaba vacío.

Tragué el nudo en mi garganta y bajé la mirada a la prueba en mis manos. No podía decirle. No quería ver cómo esa pequeña chispa de esperanza que aún albergaba se apagaba de nuevo. Guardé la prueba en el bolsillo de mi pantalón y salí del baño con cuidado. Apenas avancé unos pasos hacia la puerta, su voz me detuvo.

–¿A dónde vas? –preguntó, sin apartar la vista de la ventana. Su tono era suave, pero la ansiedad se asomaba en cada palabra–. ¿Y la prueba?

Quise mirarla, pero no pude. Sabía que si lo hacía, me descubriría.

–Am... la prueba... creo que olvidaste hacértela –mentí, con la voz más firme que pude reunir.

No esperé su respuesta. Me apresuré a salir de la habitación, bajando las escaleras como si algo me persiguiera. Una vez en la cocina, lancé un rápido vistazo a mi alrededor, buscando algo que me ayudara a deshacerme de esa prueba que pesaba demasiado en mis manos. Allí y Tyler, mis mellizos, estaban preparando el desayuno juntos, como solían hacerlo. La imagen debería haberme reconfortado, pero en ese momento solo me recordaba lo mucho que quería darle un hermanito o hermanita a ellos.

–¡Allí! –la llamé. Mi hija se giró hacia mí con una ceja arqueada. Sin decir más, lancé la prueba hacia ella. Ella la atrapó en el aire con reflejos rápidos y, sin dudarlo, la tiró al basurero.

–Papá, esto no puede seguir así –dijo mientras cerraba la tapa del cubo–. No es sano para ustedes.

Suspiré y apoyé las manos en la encimera. Mi hija tenía razón, lo sabía. Pero eso no hacía más fácil tomar decisiones.

–¿Crees que no lo sé? –respondí, mirando el suelo–. Pero no quiero que tu mamá se sienta peor. Ella está tan rota...

–¿Y qué hay de ti? –intervino Tyler desde el otro lado de la cocina, dejando de lado el sartén con los huevos que estaba cocinando–. Sabemos que tú tampoco estás bien con todo esto.

–Los hemos oído, papá –continuó Allí, dando un paso hacia mí–. Sabemos que lloras por las noches. Tyler te vio la otra noche afuera en el patio.

Me quedé en silencio. Mis hijos habían visto más de lo que yo creía. No sabía qué responder. Solo sentí que el peso de su preocupación se sumaba al mío.

–Estoy bien –mentí otra vez, pero mi voz sonó tan vacía que ni siquiera yo lo creí.

Allí suspiró y puso una mano en mi hombro.

–No lo estás –dijo con firmeza–. Papá, tienes que hablar con mamá. Esto está afectándolos a los dos, y no podemos ayudarlos si no se ayudan primero entre ustedes.

Sus palabras resonaron en mi mente mucho después de que termináramos nuestra conversación. Esa noche, mientras Maddy dormía, me senté solo en el patio. Miré las estrellas, buscando respuestas en el silencio de la noche, mientras el eco de las palabras de mis hijos me recordaba que, aunque trataba de ser fuerte para mi esposa, había una parte de mí que también necesitaba sanar.

—¿Cómo? ¿Cómo le digo que debemos parar de intentarlo? —inquirí mirando a mis hijos, esperando que, de alguna manera, pudieran darme una respuesta que yo mismo no lograba encontrar.

Allí me observó con los brazos cruzados, un gesto que me recordaba tanto a su madre que me dolió aún más. Finalmente, suspiró y habló:

—No lo entiendo, papá. ¿Por qué quieren tanto un bebé? Nos tienen a nosotros.

Quise sonreír ante su lógica simple, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Miré a Tyler, que también parecía esperar una respuesta. Me recargué en la encimera y traté de explicarles algo que yo mismo apenas entendía.

—Recuerden que su mamá murió cuando ustedes dos eran bebés. Ella se perdió de todo su crecimiento. Nunca los vio dar sus primeros pasos, nunca escuchó sus primeras palabras. Creo que tiene que ver con eso. Siente que algo le falta.

El silencio en la cocina se hizo más pesado. Allí bajó la mirada y Tyler, siempre más directo, soltó lo que pensaba sin rodeos.

—Pues, no lo sé, papá. Si eso es lo que siente, tráele un perrito de la veterinaria, porque... ya sabes, lo del bebé... no va a pasar.

Me quedé mirándolo, sorprendido tanto por su franqueza como por la falta de filtro. No pude evitar soltar una risa amarga.

—¿Un perrito? —repetí, casi incrédulo.

—Sí, un perrito —dijo Tyler, encogiéndose de hombros—. No estoy tratando de ser insensible, pero mira la realidad. No está funcionando, papá. No puedes seguir destrozándote por algo que no va a pasar.

Allí, aunque más empática, asintió en silencio, como si estuviera de acuerdo con su hermano, aunque no se atreviera a decirlo en voz alta.

—¿Y si hablas con ella sobre esto? —sugirió finalmente.

—¿Hablar con ella? —repetí, con un deje de amargura en la voz—. ¿Y qué le digo? ¿Que no tiene sentido seguir soñando con algo que probablemente nunca suceda? ¿Que tiene que soltarlo y resignarse?

—No, papá —intervino Allí con calma—. Solo dile lo que sientes. Que no estás bien y que esto también te afecta. Tal vez no puedan tener un bebé, pero pueden encontrar una manera de sanar juntos.

Sus palabras resonaron profundamente en mí. Quizás tenía razón. Quizás la única forma de ayudar a Maddy era dejar de esconderme detrás de excusas y mentiras. Pero, ¿cómo enfrentarme a ella con eso? ¿Cómo mirarla a los ojos y decirle que nuestra lucha estaba acabando con los dos?

El silencio en la cocina volvió, pesado y lleno de emociones no dichas. Allí y Tyler esperaban, con paciencia, que tomara una decisión. Y aunque no dije nada, algo dentro de mí sabía que no podía seguir evitando esta conversación con Maddy. Era hora de enfrentarla. Y enfrentarme a mí mismo.

—Vamos, papá, estás viejo para tener un bebé —bromeó Tyler con una sonrisa traviesa, intentando aligerar el ambiente.

Lo miré con una ceja levantada, pero no pude evitar soltar una risa corta. Esa era su forma de lidiar con todo: humor sarcástico y directo.

—¿Viejo? —pregunté, fingiendo indignación—. Todavía puedo con ustedes dos, ¿no?

—Sí, pero apenas, y eso que nosotros somos autosuficientes —respondió mientras se apoyaba en la encimera con los brazos cruzados—. Un bebé sería como volver a empezar desde cero. ¿De verdad estás preparado para eso?

—Eso es lo que he estado preguntándome todos estos meses —admití, sintiendo que cada palabra pesaba como una piedra—. Pero no se trata solo de mí. Es por tu mamá. Ella... necesita algo más.

—Papá, lo que mamá necesita no es un bebé. Te necesita a ti —dijo Allí con suavidad, poniéndose de pie para acercarse. Su mirada era seria, como si hubiera envejecido de golpe en esos segundos—. Te necesita fuerte, honesto y a su lado. No escondiéndole cosas o tratando de hacer todo solo.

—Además, papá, seamos realistas —interrumpió Tyler con una sonrisa burlona—. Tú con un bebé te verías como abuelo en lugar de papá.

—¡Tyler! —reprendió Allí, dándole un golpe ligero en el brazo.

—¿Qué? Es la verdad. Míralo, con esas canas que empiezan a salirle. ¿No les dicen “los años de lobo” o algo así? —respondió Tyler, riéndose mientras esquivaba otro golpe de su hermana.

No pude evitar reírme entre dientes. A pesar de la situación, mis hijos siempre encontraban la manera de hacerme sonreír.

—Está bien, está bien —dije, levantando las manos en señal de rendición—. Tal vez tengan razón. Tal vez sí estoy viejo para esto.

—Entonces deja de complicarte la vida —concluyó Tyler, retomando su postura seria por un momento—. Habla con mamá. Tal vez lo que necesitan no es un bebé, sino recordar por qué comenzaron a intentarlo en primer lugar.

Me quedé en silencio, mirando a mis hijos. A pesar de su juventud, tenían una claridad que yo había perdido en todo este proceso. Sus palabras se quedaron conmigo mientras reflexionaba sobre lo que debía hacer. Tal vez era hora de dejar de correr y enfrentar lo que realmente importaba.

Por Madison:

Bajé las escaleras despacio, sintiendo el peso de mis pensamientos en cada paso. Mis pies descalzos hacían un leve ruido contra la madera, pero nadie parecía notarlo. Al llegar al último peldaño, me detuve un momento, escuchando las voces provenientes de la cocina.

Los mellizos estaban hablando con Scott. Sus voces eran claras, aunque su tono era distinto al habitual. Allí sonaba tranquila, con ese toque de seriedad que siempre me impresionaba en ella. Tyler, en cambio, tenía su tono usual de sarcasmo, como si estuviera tratando de encontrar humor en algo que claramente no lo tenía.

Me acerqué a la puerta de la cocina con cuidado, asomándome justo lo suficiente para verlos. Scott estaba apoyado en la encimera, con los hombros caídos y una expresión cansada que me partió el alma. Allí estaba frente a él, mirándolo con ese aire protector que había heredado de él, mientras Tyler se movía por la cocina con una mezcla de despreocupación y seriedad.

—Vamos, papá, estás viejo para tener un bebé —dijo Tyler de repente, con una sonrisa burlona.

Vi cómo Scott alzaba una ceja, fingiendo indignación.

—¿Viejo? —repitió, su tono era un intento de broma, pero el cansancio en su voz era evidente—. Todavía puedo con ustedes dos, ¿no?

—Sí, pero apenas —replicó Tyler, soltando una risa corta—. Un bebé sería como volver a empezar desde cero.

Me quedé en el marco de la puerta, incapaz de entrar o de apartarme. Sus palabras me golpearon como una ráfaga de aire frío. Sabía que esto no era fácil para Scott, pero escucharlo decirlo en voz alta lo hacía mucho más real.

—Papá, lo que mamá necesita no es un bebé. Te necesita a ti —dijo Allí, dando un paso hacia él.

Sus palabras me atravesaron como una flecha. Quise entrar y decirles que estaban equivocados, que esto no era solo una obsesión mía, que yo también los necesitaba a ellos, a Scott, más que a nada en el mundo. Pero algo me detuvo.

—Además, papá, seamos realistas —intervino Tyler de nuevo, con su típica falta de filtro—. Tú con un bebé te verías como abuelo en lugar de papá.

Scott soltó una risa breve, pero vi en su rostro la lucha interna que estaba librando. No quería decepcionarme, y eso lo estaba destrozando. Quise entrar, poner mi mano en su hombro, decirle que no tenía que cargar con todo esto solo. Pero en lugar de hacerlo, me quedé allí, con la mano sobre el marco de la puerta, escuchando mientras mis hijos intentaban ayudarlo.

—Habla con mamá —dijo Tyler finalmente, y esta vez no había sarcasmo en su voz—. Tal vez lo que necesitan no es un bebé, sino recordar por qué comenzaron a intentarlo en primer lugar.

Sus palabras resonaron en mí, tanto como en Scott, lo sabía. Me apoyé contra la pared, dejando que las lágrimas rodaran por mis mejillas en silencio. Había querido tanto este bebé, había puesto tantas esperanzas en ello, que no me había dado cuenta de lo mucho que estaba perdiendo en el proceso.

Scott levantó la vista en ese momento, como si pudiera sentir que estaba allí, pero antes de que pudiera verme, me aparté. Subí las escaleras con cuidado, tratando de ordenar mis pensamientos. Tal vez mis hijos tenían razón. Tal vez lo que necesitábamos no era un bebé. Tal vez lo que necesitábamos era encontrarnos de nuevo el uno al otro.

Subí las escaleras lentamente, cada peldaño era un esfuerzo mientras las palabras de los mellizos se repetían en mi cabeza. "Te necesita a ti." No podía negar que tenían razón. Scott había estado cargando con este peso tanto como yo, pero nunca lo había admitido. No quería verlo sufrir, pero tampoco podía ignorar lo evidente: nos estábamos rompiendo.

De vuelta en nuestra habitación, me detuve frente a la ventana, mirando hacia afuera sin realmente observar nada. Mi reflejo en el vidrio mostraba un rostro cansado, con los ojos enrojecidos por las lágrimas que había intentado contener. Puse una mano sobre mi vientre vacío, como si esperara sentir algo que sabía que no estaba allí.

Habíamos intentado tanto. Exámenes, tratamientos, doctores. Cada prueba negativa era como una daga más, hundiéndose en un sueño que, por más que lo deseáramos, parecía inalcanzable. Y ahora Scott estaba al borde de colapsar, aunque intentaba ocultarlo por mi bien. Lo conocía lo suficiente para saberlo, pero ¿cómo detener esto sin sentir que estaba rindiéndome?

El ruido de las escaleras me sacó de mis pensamientos. Scott apareció en la puerta, sus ojos buscándome con una mezcla de preocupación y cansancio.

—Maddy... —comenzó, pero su voz se quebró antes de poder continuar.

Lo miré, notando cómo evitaba sostener mi mirada por mucho tiempo. Era como si tuviera miedo de lo que pudiera encontrar en mis ojos.

—Lo escuché todo —dije antes de que pudiera decir algo más, mi voz más firme de lo que esperaba.

Scott se quedó inmóvil, claramente sorprendido. Su expresión pasó de la confusión al arrepentimiento en un instante.

—Maddy, yo...

—No necesitas explicarte —lo interrumpí, acercándome lentamente hacia él. Puse una mano sobre su pecho, sintiendo su corazón latir rápido bajo mis dedos—. No quiero que sigas cargando esto solo.

Él cerró los ojos, exhalando un suspiro profundo, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.

—No quería lastimarte —susurró—. Solo... no podía soportar verte tan destrozada.

—Y yo no podía soportar verte a ti —respondí, mi voz quebrándose mientras las lágrimas comenzaban a brotar de nuevo—. Scott, hemos perdido tanto tratando de lograr esto. Pero lo que más miedo me da no es no tener un bebé... es perderte a ti.

Sus brazos me envolvieron de inmediato, fuertes y protectores como siempre, como si ese gesto pudiera arreglar todo. Y por un momento, me sentí segura, como si el peso del mundo fuera un poco más liviano al compartirlo con él.

—No vamos a perdernos, Maddy —dijo, su voz firme pero llena de emoción—. No importa lo que pase, siempre voy a estar contigo.

Nos quedamos así, abrazados en el centro de nuestra habitación, mientras el sol comenzaba a asomarse por la ventana. Por primera vez en meses, sentí que había un camino hacia adelante, incluso si era diferente al que habíamos imaginado.

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