Capítulo cuarenta y uno "Lobo de lobos"
—Mamá... —comenzó, su voz apenas un susurro—. Estoy embarazada.
Un nudo se formó en mi garganta, y mi mundo pareció detenerse por un momento. Vi la angustia en sus ojos, la misma angustia que sentía yo. Alli no quería esto, y yo tampoco lo había deseado para ella, pero la situación estaba aquí y no podíamos retroceder.
Me acerqué a ella y la abracé con fuerza.
—Vamos a superarlo, cariño. Lo vamos a superar juntas —le dije, aunque sabía que no sería fácil.
Alli se aferró a mí, temblando ligeramente.
—No sé si soy lo suficientemente fuerte para esto, mamá —susurró, su voz llena de miedo.
—Lo eres, lo eres más de lo que piensas —respondí, acariciando su cabello—. Tienes una familia que te ama, y siempre estaremos aquí para ti, sin importar lo que pase.
Alli suspiró, pero no dijo nada más. Yo sabía que este era solo el comienzo de una serie de decisiones difíciles, pero también sabía que con amor, paciencia y apoyo, podríamos enfrentar todo lo que viniera. El futuro era incierto, pero al menos no estaríamos solas.
Alli decidió no decirle nada a su padre, y aunque yo insistí en que debería hablar con él, ella se mantenía firme en su decisión. Parecía llevar una carga muy pesada, pero se cerraba cada vez que intentaba sacar el tema. A pesar de ello, vi en su mirada que algo no estaba bien, como si estuviera atrapada en una tormenta interna. Ya no era la misma de antes, su ánimo había cambiado, estaba más apagada, más distante. A veces parecía alegre, pero era como si lo hiciera para ocultar lo que realmente sentía.
El resto de los días pasaron de forma inquietante, con su silencio pesando sobre mí. Yo trataba de ser paciente, dándole espacio, pero no podía dejar de preocuparme. Algo me decía que debía intervenir, que no podía dejarla llevar esa carga sola, pero ella se alejaba más con cada intento. Sabía que si insistía demasiado, ella se cerraría aún más.
Una tarde, mientras esperaba en el estacionamiento de la escuela para recoger a los chicos junto con Julie, noté que algo no estaba bien. Solo estaba Tyler, quien se acercó a mí rápidamente, con una expresión preocupada en el rostro.
—¿Dónde está Alli? —pregunté, alzando una ceja.
Tyler miró a ambos lados, asegurándose de que nadie estuviera cerca, y luego me miró con seriedad.
—Se fue... se fue a una clínica. No sé qué estaba pensando, pero me dijo que iba allí para... —su voz se quebró—. Para interrumpir el embarazo.
Mi corazón se detuvo en ese instante. Sentí una oleada de emociones encontradas: miedo, desesperación y un dolor profundo. No sabía qué hacer ni qué decir.
—¿Qué? —mi voz salió en un susurro, temerosa de que fuera una pesadilla—. ¿Cuándo? ¿Por qué no me lo dijo?
Tyler tragó saliva, claramente también afectado por lo que acababa de compartir.
—No lo sé, mamá... ella no me dijo mucho. Solo que necesitaba hacerlo. No sé si entendió lo que estaba pasando. Pero estaba tan... tan decaída. No la vi como antes, mamá.
Intenté tragar el nudo que se había formado en mi garganta y miré a Tyler con frustración.
—¿Sabes en qué clínica fue?
—No, pero puedo ayudar a buscarla. Tal vez podamos alcanzarla antes de que sea demasiado tarde.
—Vamos —dije, tomando a Julie en mis brazos con rapidez—. Vamos a buscarla.
Los dos subimos al auto y nos dirigimos a la clínica. Mientras conducía, mi mente no dejaba de dar vueltas, preguntándome cómo no lo había notado antes, cómo no había visto la desesperación en sus ojos. Llegamos rápidamente y, al entrar, nos dirigimos a la recepción.
—Buenas tardes, mi hija... mi hija debería estar aquí. Se llama Emily Allison McCall. ¿Puedo saber si ha llegado? —pregunté con la voz quebrada, tratando de mantener la calma.
La recepcionista nos miró con una expresión neutral y comenzó a revisar en la computadora. Un silencio incómodo se instaló en el aire mientras yo esperaba nerviosa. De repente, la mujer levantó la vista y me miró.
—Lo siento, señora, pero no tenemos ningún registro de que su hija haya llegado. Puede que haya ido a otra clínica.
El frío recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. No podía entenderlo, no podía creer que Alli estuviera sola en esto, sin decirle a nadie, sin siquiera llegar a la clínica.
—¿Está segura? —insistí, sintiendo que las lágrimas comenzaban a nublarme la vista.
La mujer asintió, aún tranquila. Sin embargo, yo sentí como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba mi hija?
—Debemos buscarla —dije, con la voz más firme que pude, mirando a Tyler que estaba igual de preocupado—. No sé si lo que estaba pensando fue lo correcto, pero no quiero que esté sola. Vamos a buscarla.
Tyler me miró con preocupación, pero asintió. Los dos salimos de la clínica rápidamente, dispuestos a buscarla por todas partes. El miedo crecía dentro de mí, pero también la determinación. No permitiría que Alli pasara por esto sola.
...
La buscamos por todos lados, pero no había rastro de Alli. Fuimos a sus lugares habituales, a la casa de Eli, a la clínica que me había mencionado Tyler, preguntamos a sus amigos, pero no logramos encontrarla. Cada minuto que pasaba me sentía más desesperada, pero lo peor de todo era que no sabía qué hacer. Estaba perdiendo el control de la situación, y esa sensación me estaba desgarrando.
Finalmente, regresamos a casa con la esperanza de que tal vez habría vuelto sin avisar, pero cuando entramos, lo único que encontramos fue a Scott. Su mirada se suavizó al ver el evidente cansancio en nuestras caras.
—¿Está todo bien, Ángel? —preguntó Scott, notando la preocupación que no podía esconder.
Suspiré profundamente y dejé escapar un suspiro cargado de ansiedad.
—Alli... Alli se fue de la escuela antes de que la recogiera y no la he encontrado —admití, intentando mantener la calma, pero la ansiedad me estaba comiendo por dentro.
Scott frunció el ceño, pensativo.
—Debe estar con Eli —opinó, confiado en su conclusión.
Tyler y yo nos miramos, intercambiando una mirada de incomodidad.
—No lo creo, ellos discutieron y no se han hablado en días —dije, la preocupación pesando en mis palabras.
Mis pensamientos comenzaron a girar alrededor de esa discusión. ¿Tendría algo que ver con el embarazo? ¿Había tomado Alli una decisión impulsiva debido a eso? La idea de que pudiera estar escondiéndose de nosotros me rompió el corazón.
Scott, con la esperanza de calmarme, sugirió:
—Quizás está con Addi.
—Quizás... —respondí, aunque algo en mi interior seguía diciendo que no era tan simple. Algo no encajaba.
Una sensación extraña se apoderó de mí. ¿Y si algo más estaba pasando? ¿Y si Alli había sido secuestrada? La idea me aterrorizaba, especialmente si Monroe estaba involucrada.
De repente, la ansiedad se convirtió en pánico.
—Tenemos que salir a buscarla —dije, sintiendo la presión de que el tiempo se nos estaba escapando—. No podemos quedarnos aquí sin saber si está a salvo. No con Monroe suelta.
Scott, intentando mantener la calma, me miró y me tomó las manos.
—Relájate, Maddy. Ella está bien —dijo, tratando de tranquilizarme, pero no podía.
—¡Está embarazada! No debe estar sola por ahí, no con Monroe suelta —exclamé, ya sin poder ocultar el miedo en mi voz.
El silencio se hizo pesado por un momento, y vi cómo la expresión de Scott cambiaba. La intensidad de lo que había dicho caló hondo en él, y su mirada se oscureció, comprendiendo de golpe la gravedad de la situación.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo que había dicho, y la sorpresa me invadió. Inmediatamente llevé mis manos a mi boca, horrorizada por haberlo mencionado de esa manera.
—¿Qué? —murmuró Scott, su rostro ahora reflejando preocupación y confusión.
Me quedé congelada, incapaz de encontrar una respuesta coherente.
—No se supone que debía decírtelo... se me escapó —respondí finalmente, con la voz quebrada.
Scott me miró fijamente, procesando la información. Su mirada pasó de la confusión a la comprensión. Sabía que la situación era aún más grave de lo que había imaginado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con suavidad, sin apartar la vista de mí, esperando una explicación.
Respiré hondo, intentando reunir las palabras que había guardado por tanto tiempo. Miré a Scott a los ojos, buscando la manera de hacerle entender lo que acababa de decir sin que sonara tan abrumador.
—Es que... —empecé, pero me detuve. Mi mente daba vueltas tratando de encontrar una forma de explicarlo. — Alli... está embarazada, Scott. Lo descubrí hace unos días, pero no supe cómo decírtelo. Estaba esperando el momento adecuado, pero ahora... no sé si alguna vez habrá un "momento adecuado".
Scott se quedó en silencio, su expresión se tornó seria y su rostro reflejó una mezcla de sorpresa, confusión y algo de temor. Pude ver cómo procesaba mis palabras, cómo las asimilaba lentamente. Sus ojos se oscurecieron un poco y su mandíbula se tensó, pero lo único que salió de su boca fue un susurro.
—¿Qué?
Sentí el peso de su asombro. Aunque sabíamos que nuestras vidas estaban llenas de sorpresas y complicaciones, esta noticia era mucho para digerir, especialmente con todo lo que ya estaba sucediendo. Sabía que este era un golpe duro para él, pero también sabía que teníamos que enfrentarlo.
—No sabía cómo manejarlo —continué—, no quería que sintieras que... que no te estaba dejando ser parte de su vida. Pero, Scott, ella... ella no sabía qué hacer. Está perdida, y con todo lo que está pasando con Monroe, siento que se está alejando de nosotros.
La angustia en mi voz era palpable, y Scott la captó al instante. Dio un paso hacia mí, sus manos alcanzaron las mías, apretándolas con fuerza.
—Madi, tranquila. Vamos a encontrarla. Y no te preocupes por lo del embarazo, la apoyaremos. No la dejaremos sola, no importa lo que haya pasado.
—¿Y si está en peligro? —pregunté, la preocupación empañando mis palabras. —¿Y si Monroe la ha encontrado?
Scott cerró los ojos por un momento, su rostro reflejando una mezcla de frustración y determinación.
—No lo sé, pero no vamos a quedarnos de brazos cruzados. La vamos a encontrar, y la vamos a proteger, ¿entiendes? —su tono de voz era firme, y yo supe que, en ese momento, nos enfrentábamos a todo lo que se nos presentara.
Me sentí aliviada al oír esas palabras, pero la ansiedad seguía presente, y mis pensamientos no dejaban de darme vueltas.
—¿Y si ha hecho algo... algo irreversible? —pregunté con un nudo en la garganta.
Scott me miró con comprensión, sin dejar de apretar mi mano.
—No sé, Madi, pero vamos a hablar con ella. Vamos a asegurarnos de que no tome decisiones de las que se arrepienta. Pero también tenemos que mantenerla a salvo, lo más importante es que esté bien.
Asentí, sabiendo que teníamos mucho por hacer, pero al menos no estábamos solos en esto. Teníamos que encontrarla, y pronto.
Pov Alli:
No estaba muy segura de lo que iba a hacer. Sentía un nudo en el estómago al pensar en lo que podría ocurrir, pero no podía seguir adelante con este embarazo. Apenas tenía dieciséis años, ¿cómo se suponía que iba a salir adelante con un bebé? No quería cometer los mismos errores que mis padres. Mi mente estaba llena de preguntas y dudas, y sentía que no tenía las respuestas correctas.
Finalmente, llegué a la clínica, la puerta me miraba como un recordatorio de lo que estaba a punto de hacer. Miré el cartel con indecisión, mi cuerpo tenso. Respiré hondo y di un paso adelante. Pero justo cuando estaba por entrar, sentí un tirón en mi brazo. Giré hacia la persona que me sujetaba y, sin pensarlo, gruñí en defensa. Pero antes de que pudiera reaccionar más, sentí un dolor punzante en el cuello. Un pinchazo, y luego, todo se desvaneció en oscuridad.
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Al abrir los ojos, todo estaba borroso al principio. El aire era pesado y frío. Mi cuerpo se sentía débil, y al intentar moverme, noté que estaba tirada en el suelo de una habitación que no reconocía. Miré a mi alrededor. No había ventanas, solo una luz tenue colgando del techo, un viejo foco que parpadeaba débilmente. Estaba atrapada, no había ninguna salida a la vista.
Con cuidado, me puse en pie, tambaleando ligeramente, sintiendo la pesadez en mi cabeza. La puerta estaba cerrada con llave. Intenté forzarla, usando mi fuerza lobuna, pero no sirvió de nada. Frustrada, grité.
—¡Déjenme salir! ¡¿Alguien?! —mi voz resonó en la habitación vacía, pero no hubo respuesta.
El silencio fue roto por el sonido de la puerta abriéndose. Di un paso atrás, mis ojos se agrandaron al ver quién estaba frente a mí. Monroe. No podía creer que fuera ella. Mi corazón dio un vuelco y la rabia empezó a burbujear dentro de mí.
—McCall —dijo con una sonrisa que no alcanzó a ser cálida. Sus ojos fríos se clavaron en mí. —Más vale que te sientas cómoda. Estarás aquí un largo tiempo.
Mis ojos se centraron en su mirada y luego en mi vientre, aún plano, pero era inevitable, sabía que en poco tiempo se notaría. Mi rabia creció.
—No sé qué pretendas hacer conmigo o con mi bebé —dije con firmeza, a pesar del miedo que sentía—. Pero no dejaré que nos hagas daño.
Monroe levantó una ceja, observándome con diversión en sus ojos oscuros.
—Eso ya lo veremos, McCall —respondió, su voz tranquila, pero llena de amenaza.
El miedo me invadió, pero intenté mantener la calma. Tenía que ser fuerte. No sabía qué quería de mí, pero no iba a dejar que se saliera con la suya.
No supe cuánto tiempo estuve ahí, en esa habitación oscura, luchando con mis pensamientos y mis emociones. El miedo y la confusión me consumían, pero algo más, algo más fuerte que la desesperación, me mantenía en pie. Sabía que tenía que hacer todo lo posible por escapar, por proteger a mi bebé. No podía quedarme quieta esperando que Monroe y sus secuaces se salieran con la suya.
De repente, la puerta se abrió y un hombre entró, agarrándome del brazo con fuerza y arrastrándome fuera de la habitación. Intenté resistirme, pero él era demasiado fuerte. Me empujó hacia otra habitación, una mucho más iluminada. Esta parecía una especie de clínica improvisada: había una camilla en el centro, con monitores y algunos aparatos que no reconocía. Mi corazón latió con fuerza mientras una sensación incómoda se apoderaba de mí.
—Acuéstate —ordenó el hombre, señalando la camilla con una actitud autoritaria.
Me quedé quieta, mirándolo con desconfianza. Mis ojos brillaban con furia y una gota de sudor recorrió mi frente.
—¿Qué pretenden hacerme? —pregunté, manteniendo la voz firme, aunque sentía que todo en mi interior se agitaba.
El hombre no respondió con palabras, sino con un gruñido impaciente.
—Vamos, obedece —dijo, acercándose con una actitud amenazante—. No me hagas subirte ahí por la fuerza.
Mi cuerpo tembló de rabia. Mostré mis colmillos y brillaron mis ojos con la intensidad de la amenaza que sentía. No iba a dejar que me humillaran de esa forma. Pero él no se detuvo. De su cinturón sacó un stick con electricidad y lo encendió. La electricidad se descargó con un chispazo que me hizo dar un brinco. Sentí que mi cuerpo se tensaba, y mis manos se cerraron en puños, lista para reaccionar.
—Quieta, perra —gruñó, apuntando el stick hacia mí—. Si intentas algo...
Era claro que no me iban a dejar escapar tan fácilmente. No tenía muchas opciones, pero algo dentro de mí sabía que, si no me sometía, la situación solo empeoraría. Respiré hondo, tratando de calmarme, y finalmente me subí a la camilla, casi a regañadientes. El hombre me miró satisfecho, pero la rabia seguía ardiendo dentro de mí.
En ese momento, Monroe entró con otro hombre a la habitación. El tipo que me había sujetado prendió el monitor y lo ajustó para lo que sabía que vendría a continuación. Mi estómago dio un vuelco cuando Monroe, con su fría mirada, me dijo con desdén:
—Levántate la remera.
Ahí fue cuando comprendí lo que querían hacerme. Querían hacerme un ultrasonido, comprobar cuán avanzado estaba el embarazo, ver si estaba embarazada realmente, y tal vez... tal vez también ver si podían sacar algo de esa información para sus propios fines.
La sensación de impotencia me aplastó. Pero no podía rendirme. Tenía que salir de allí, por mi bebé, por mí. Tenía que encontrar la manera de escapar, aunque aún no sabía cómo.
No hice caso, ni siquiera moví un músculo. Mi cuerpo se mantenía tenso, la rabia bullía en mis venas mientras observaba a Monroe y a los dos hombres que la acompañaban. No iba a ceder a sus órdenes. No lo haría. Mi bebé necesitaba protección, y no importaba lo que me hicieran, no iba a dejar que se llevaran esa oportunidad de vida.
Monroe, con su fría sonrisa, hizo un gesto hacia el hombre que me había llevado. Él se acercó rápidamente y me tomó de las manos con fuerza, obligándome a mantenerme quieta. No podía moverme ni resistirme como quería, pero mi mente estaba trabajando a mil por hora, buscando una forma de escapar.
El hombre que me sostenía me apretó las muñecas con más fuerza mientras Monroe levantaba mi remera, su toque áspero y doloroso. No podía evitar moverme, pero cada vez que lo hacía, sentía la presión del hombre sobre mí. Gruñó y me ordenó en un susurro bajo, casi amenazante.
—¡Quieta!
El frío gel que el técnico puso sobre mi vientre me hizo dar un estremecimiento. Era gel frío, pero su frialdad palpitaba como un recordatorio de todo lo que podía pasar si me dejaba llevar por el pánico. Mi cuerpo tembló levemente, pero de inmediato me forzaron a mantenerme quieta. El técnico comenzó a mover el aparato, apretando un poco más de lo que me sentía cómoda, y aunque trataba de no dejarme llevar por el dolor, el miedo me hizo respirar más fuerte.
—Necesito avanzar a su bajo vientre —dijo el técnico, y mi estómago se apretó. Esto no iba a ser bueno.
El hombre que me tenía las manos dejó de sostenerme y, sin más palabras, me ordenó que me desabrochara los pantalones. Su tono no dejó espacio para la duda. Por más que me costara, sabía que no podía resistirme demasiado, no si quería sobrevivir. Con los dientes apretados, comencé a desabrocharme el primer botón de mi pantalón, sintiendo cómo cada movimiento se tornaba más difícil. Mis manos temblaban y mis ojos brillaban de furia.
El técnico colocó el aparato sobre mi vientre una vez más, y me estremecí al sentir cómo lo empujaba, como si pudiera escanearme completamente. Miré la pantalla, pero no entendía mucho. Sentí un nudo en el estómago. ¿Qué buscaban? ¿Qué esperaban encontrar?
De repente, el técnico habló con una calma inquietante.
—Ahí está —dijo—. Señaló un punto en la pantalla—. Es pequeño, apenas tiene un mes.
Esa frase me atravesó, pero no fue el miedo lo que me paralizó, sino el sonido. Ese sonido. Ese latido. El latido de mi bebé. Se oyó claramente por encima del zumbido del monitor. Mi corazón latió con él, y en ese momento todo lo que había creído sobre lo que estaba haciendo se desmoronó. No era un error. No. Era una bendición.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. No pude evitarlo. Cada latido parecía confirmar lo que mi corazón ya sabía. No iba a dejar que esto terminara aquí. No iba a permitir que Monroe o cualquiera me arrebatara a mi hijo.
Monroe, observando mi reacción, sonrió con suficiencia. Su voz fue fría, llena de una amenaza sutil.
—¿Sabes lo que llevas dentro? —preguntó, con una mezcla de burla y admiración en su tono—. Tienes mucho poder creciendo dentro de ti. Hale y McCall, el lobo más puro, el lobo de lobos, incluso un alfa de alfas en potencia.
El peso de sus palabras me aplastó. Monroe tenía razón. Pero mi poder no era para ella. No podía serlo. Mi poder, mi fuerza, mi hijo, no los usaría para alimentar sus oscuros planes. No iba a dejar que me destruyera.
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