Capítulo cuarenta y dos "Plaga"
Apreté los puños, sintiendo el temblor en mis manos. Monroe me miraba con esa sonrisa fría, como si ya hubiera ganado. Como si mi bebé fuera suyo, como si mi destino estuviera escrito por ella.
—¿Qué quieres de mí? —espeté, intentando mantener la voz firme.
Monroe inclinó la cabeza con aparente curiosidad.
—No es de ti de quien quiero algo, Alli —respondió con calma—. Es de lo que llevas dentro.
Mi estómago se revolvió. Apreté los dientes y miré la pantalla, donde la pequeña figura latía con vida, completamente ajena al peligro en el que estábamos.
—No permitiré que le hagas daño —gruñí, mis colmillos amenazando con salir.
Monroe suspiró y se giró hacia el técnico.
—¿Está todo bien? ¿Sin anomalías?
El hombre asintió.
—Todo parece normal. El crecimiento es adecuado para el tiempo de gestación.
—Bien. —Monroe se cruzó de brazos y me miró de nuevo—. Tu hijo es especial, Alli. Un alfa antes de nacer. Eso lo hace valioso. Y yo necesito todo el poder posible para acabar con la plaga de hombres lobo.
—¿Plaga? —me reí sin humor—. ¿Quieres acabar con los hombres lobo usando a uno? ¿Escuchas lo enfermo que suena eso?
Monroe inclinó la cabeza con una sonrisa maliciosa.
—No lo verás ahora, pero en el futuro lo entenderás.
Me estremecí, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. No me gustaba el tono con el que lo había dicho.
—Llévala de vuelta a su celda —ordenó, y el hombre me agarró del brazo antes de que pudiera reaccionar.
—¡No puedes hacer esto! —grité, luchando contra su agarre, pero el otro hombre ya tenía el stick eléctrico en la mano, listo para usarlo si me resistía demasiado.
Monroe se detuvo en la puerta y me miró una última vez antes de salir.
—Oh, claro que puedo. Y lo haré.
Me retorcí en el agarre del hombre que me llevaba de vuelta, pero era fuerte y sabía cómo sujetarme. Apreté los dientes mientras me empujaba por el pasillo hasta la celda.
Cuando la puerta se cerró detrás de mí con un sonido metálico, me desplomé contra la pared, con la respiración agitada. Mis manos fueron instintivamente a mi vientre, todavía cubierto con el gel frío del ultrasonido.
Mi bebé estaba ahí. Su corazón latía.
Lágrimas se acumularon en mis ojos mientras intentaba procesar todo. Había venido aquí para deshacerme de este embarazo, pensando que era un error, un problema demasiado grande para manejar a mi edad. Pero ahora... ahora sabía que haría cualquier cosa para protegerlo.
Me limpié las lágrimas con la manga y me obligué a pensar con claridad.
Tenía que salir de aquí.
Me puse de pie y caminé por la celda, observando cada detalle. No había ventanas, solo esa única puerta. La cama era apenas un colchón delgado en el suelo, y la única luz venía del viejo foco en el techo.
No iba a ser fácil.
Me acerqué a la puerta y la empujé con todas mis fuerzas, usando mi fuerza lobuna. Apenas se movió.
—Maldita sea —susurré, frustrada.
Si quería salir de aquí, necesitaba un plan. Y rápido.
Me dejé caer en el delgado colchón, apoyando mi espalda contra la pared. Llevé una mano a mi vientre plano y bajé la mirada. La idea de que una vida creciera dentro de mí aún era difícil de asimilar. Antes de venir aquí, había pensado que no estaba lista para ser madre, que esto cambiaría mi vida para siempre de una manera en la que no estaba preparada.
Pero ahora, sabiendo que Monroe quería a mi bebé por su poder, todo había cambiado. No era solo una decisión sobre mi futuro; era sobre su vida. Y no iba a dejar que nadie lo lastimara.
Cerré los ojos y traté de concentrarme, de calmar mi respiración. No podía permitir que el miedo me consumiera. Tenía que salir de aquí.
El eco de los latidos del ultrasonido aún resonaba en mi mente. Esos pequeños y fuertes latidos que me habían hecho sentir algo que nunca antes había sentido: un instinto inquebrantable de protegerlo.
—No voy a dejar que te hagan daño —susurré.
Me obligué a levantar la cabeza y mirar a mi alrededor. Necesitaba encontrar una forma de escapar. No importaba cuánto tiempo me tomara, encontraría la manera.
El mismo tipo de antes no tardó en regresar con una bandeja de comida.
—Come —dijo, dejando la bandeja en el suelo frente a mí.
Yo no me moví ni un poco de mi lugar en el colchón. Solo lo miré con desconfianza, sin decir nada. No iba a bajar la guardia, no cuando sabía lo que querían de mí y de mi bebé.
El hombre chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.
—No tenemos todo el día, niña. Come de una vez.
—No tengo hambre —respondí con frialdad.
—No es una opción —gruñó—. No querrás que te alimentemos a la fuerza.
Apreté los puños sobre mis rodillas. Sabía que si me debilitaba, sería más difícil escapar, pero la idea de aceptar algo que ellos me daban me repugnaba.
El tipo suspiró con fastidio y se acercó, pero antes de que pudiera hacer nada, la puerta se abrió de golpe y Monroe entró.
—Déjala —ordenó con su tono seco y autoritario.
El hombre se detuvo y retrocedió.
Monroe me estudió con una sonrisa ladina.
—No querrás dejar de comer. No solo es tu vida la que está en juego ahora.
Ignoré el nudo en mi estómago y la miré con desafío.
—No pienso hacer nada de lo que me digas.
Monroe soltó una risa baja.
—Ya veremos cuánto te dura esa actitud.
Monroe se acercó con calma, su sonrisa fría nunca desapareció.
—Sabes, Allison, no tengo prisa. Puedo esperar a que te des cuenta de la realidad.
—¿Qué realidad? —espeté, mirándola con furia.
—Que no tienes salida —susurró, inclinándose un poco hacia mí—. Que tarde o temprano, harás lo que te diga.
Apreté los dientes y desvié la mirada, negándome a darle la satisfacción de ver mi miedo.
—No voy a ser parte de tu retorcido plan.
—No necesitas serlo —respondió encogiéndose de hombros—. Solo necesitas vivir lo suficiente para que tu bebé nazca.
Mis manos temblaron sobre mi vientre.
Monroe sonrió aún más.
—Y entonces, ese poder que llevas dentro será mío.
La furia me invadió de golpe y me puse de pie en un segundo.
—¡No tocarás a mi bebé!
Intenté lanzarme contra ella, pero en un abrir y cerrar de ojos, sentí el impacto de una descarga eléctrica recorriendo mi cuerpo. Un grito ahogado escapó de mis labios cuando caí de rodillas al suelo.
—Por eso te necesitamos con vida —susurró Monroe, agachándose frente a mí—. Pero no te equivoques, puedo hacer que cada día de tu cautiverio sea un infierno si sigues desafiándome.
Mi cuerpo aún temblaba por la descarga, pero la miré con odio.
—Prefiero morir antes que dejar que me arrebates a mi hijo.
Monroe sonrió con crueldad y se puso de pie.
—Eso es lo que dicen al principio. Pero todos terminan cediendo.
Con esas palabras, se giró y salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio insoportable y una angustia que me asfixiaba.
Pov Madison:
Estuvimos unos cuantos días tratando de encontrar a Alli. Su rastro de olor se perdía en un punto del bosque, como si se la hubiese tragado la tierra. No sabíamos dónde estaba, si estaba bien, si había logrado interrumpir su embarazo o si aún... No, no podía pensar en eso.
Habíamos reunido a la manada: Malia, Liam, Derek, Lydia, Stiles, Eli. Incluso Chris Argent y sus hombres nos estaban ayudando, pero nadie tenía pistas concretas.
La desesperación crecía con cada día que pasaba sin respuestas. Stiles había lanzado un comunicado en el buró del FBI y una alerta Amber, además de pedirle a su padre, el sheriff de Beacon Hills, que hiciera lo mismo a nivel local.
Scott estaba igual de preocupado que yo, aunque intentaba no demostrarlo. Pero lo conocía demasiado bien. Veía la tensión en su mandíbula, el cansancio en sus ojos, la manera en la que apretaba los puños cada vez que mencionábamos la posibilidad de que Alli estuviera en peligro. Sabía que lo único que quería era tener a su hija entre sus brazos otra vez y no dejarla sola nunca más.
Y aunque nadie lo decía en voz alta, todos lo sospechábamos: Alli no se había ido por su cuenta. Había sido secuestrada. Y Monroe tenía todo que ver en esto.
Una tarde, mientras la manada estaba reunida en casa tratando de analizar cualquier posible pista, el sonido de algo deslizándose por debajo de la puerta nos puso en alerta.
Scott se acercó rápidamente y tomó lo que parecía un sobre. Lo abrió con rapidez, sus ojos recorrieron el contenido y, de pronto, su expresión cambió. Vi su mandíbula tensarse antes de tirar las fotos al suelo y salir corriendo hacia afuera.
Mi corazón latía con fuerza.
Me acerqué lentamente y recogí las fotos.
Allí estaba ella.
Alli.
Atada a una silla, con las muñecas marcadas por las ataduras. En otra imagen, estaba acostada en lo que parecía una camilla, con cables conectados a su cuerpo. En la última, sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar.
Un sollozo se escapó de mis labios antes de poder detenerlo.
Tyler apareció a mi lado y me abrazó con fuerza.
—Tranquila, mamá. La vamos a encontrar —murmuró, viendo las fotos en mis manos con el ceño fruncido.
Intenté respirar, pero el miedo me oprimía el pecho.
Entonces noté algo más.
En el reverso de una de las fotos, había una nota escrita con una letra pulcra y precisa.
"Su bebé es la clave. Su poder lo cambiará todo. Pronto será mío. Y ustedes ya estarán muertos."
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Miré a Tyler con los ojos llenos de pánico.
—Monroe no solo la quiere a ella... —susurré.
Él entendió al instante.
—Quiere al bebé.
Y si Monroe lograba lo que quería, no solo perderíamos a Alli. Perderíamos mucho más.
Eli se acercó con el rostro tenso, recogió una de las fotos del suelo y leyó la nota. Su expresión se oscureció de inmediato.
—Esto es mi culpa... —susurró, su voz cargada de culpa—. Si no hubiéramos discutido aquel día...
Derek se acercó a él, poniendo una mano en su hombro con firmeza.
—No es tu culpa, hijo. Tarde o temprano, ella la iba a encontrar.
Pero Eli negó con la cabeza, mordiéndose el labio con frustración.
—No lo entiendes. Discutimos porque... fue mi idea que ella fuera a interrumpir el embarazo —confesó, bajando la mirada—. Yo le dije que lo hiciera. No quise acompañarla, la dejé sola. Si hubiera estado con ella, no habría terminado ahí.
Un silencio tenso se apoderó de la habitación.
—¡Hijo de perra! —rugió Scott de repente, entrando justo en ese momento.
Su mirada era de puro enojo, su cuerpo entero irradiaba furia. Dio un paso adelante, listo para lanzarse sobre Eli, pero Derek se interpuso de inmediato, bloqueándolo con un brazo en el pecho.
—¡Scott, tienes que calmarte! —ordenó Derek con firmeza.
Scott respiraba agitadamente, sus ojos brillaban con el fulgor rojo de un Alfa enfurecido.
—¿Cómo pudiste hacerle eso? —gruñó, tratando de esquivar a Derek—. ¡Era tu novia! ¡Era tu responsabilidad apoyarla, protegerla, no empujarla a tomar una decisión que no quería!
Eli apretó los puños, pero no respondió. Su culpa lo consumía.
Derek lo miró de reojo y luego volvió su atención a Scott.
—Esto no nos ayudará a encontrar a Alli. Tienes derecho a estar enojado, pero ahora mismo necesitamos concentrarnos en recuperarla.
Scott respiró hondo, cerrando los ojos un segundo, intentando controlarse.
—Voy a traerla de vuelta —dijo con la voz cargada de determinación—. Y si Monroe le ha puesto un dedo encima... la destruiré.
Nadie dudó de sus palabras.
pov Allison:
No sabía qué hora era ni qué día, había perdido completamente la noción del tiempo. Cuando abrí los ojos, me encontré tirada en el incómodo colchón de mi celda. Intenté incorporarme, pero una pesadez extrema me arrastró de vuelta hacia abajo. Sentía como si una fuerza invisible drenara toda mi energía.
La puerta se abrió de golpe, y el tipo que siempre se encargaba de mí apareció con su expresión burlona de siempre.
—¿Qué pasa? —soltó con sorna—. ¿Te sientes débil?
Rió con satisfacción, disfrutando de mi sufrimiento.
—¿Qué me hiciste? —gruñí, aunque mi voz sonó más débil de lo que quería.
—Nada —respondió con indiferencia—. Es este lugar.
Lo miré con confusión mientras él apoyaba un hombro contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos.
—Está hecho con serbal —explicó—. Esa madera te drena, te debilita... te hace dócil, perra.
Apreté los dientes con frustración, sintiendo la impotencia recorrerme el cuerpo.
—¿Solo viniste a eso? ¿A burlarte? —pregunté con enojo.
El tipo esbozó una sonrisa ladina y sacó una bolsa de papel, que lanzó al suelo justo frente a mí.
—Come —ordenó antes de darse media vuelta y salir, cerrando la puerta tras de sí.
Miré la bolsa con recelo, pero cuando el hambre y el instinto protector por mi bebé pesaron más, la abrí. Dentro había una hamburguesa y una botella de agua. No tenía muchas ganas, pero sabía que debía comer, aunque solo fuera por el bebé.
Mientras comía en silencio, unas voces desde afuera captaron mi atención.
—No puedo esperar tanto tiempo —gruñó Monroe—. McCall, su perra y toda la manada de monstruos nos están buscando. No hay tiempo que perder.
Mi corazón se aceleró. ¿Scott y mi mamá me estaban buscando?
—¿Y qué quieres que haga? —respondió otra voz masculina—. Solo tiene cuatro meses de embarazo en términos lobunos. Le falta mes y días para dar a luz. ¿No puedes esperar eso?
Contuve la respiración.
—¿Qué no oyes lo que digo? —Monroe sonaba impaciente—. ¡Están detrás de mí!
Hubo un silencio tenso antes de que la otra voz hablara de nuevo.
—Si la idea que tienes es lo que pienso... terminarás por matar a la niña. No va a soportarlo.
Mi estómago se encogió.
—Ella no me interesa —replicó Monroe con frialdad—. Quiero al monstruo en su vientre.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
—Te daré lo que quieras —dijo el hombre después de unos segundos—. Solo... cumple con tu promesa.
Mi respiración se volvió errática. No sabía quién era ese hombre, pero estaba claro que Monroe tenía un trato con él.
Y que yo no era más que un medio para un fin.
Miré mi vientre y noté que ya no estaba plano. Ahora tenía una leve curvatura, apenas perceptible, pero suficiente para hacerme consciente de lo que crecía dentro de mí. Lentamente, llevé una mano hasta allí, acariciando la piel tensa con dedos temblorosos.
Y entonces lo sentí.
Un leve aleteo dentro de mí, como si un pececito nadara en mi interior.
Mi respiración se cortó por un segundo y una ola de emoción me recorrió el cuerpo. No era solo una idea abstracta o un concepto aterrador. Era real. Estaba vivo.
Era mi bebé.
Las lágrimas ardieron en mis ojos antes de poder evitarlo. No sabía cuánto tiempo más podría resistir en este lugar, pero en ese momento, sentí que no estaba sola.
Apreté la mano contra mi vientre, como si de alguna forma pudiera proteger a mi bebé de todo lo que nos rodeaba. Sentí una mezcla de miedo y determinación crecer en mi pecho. No podía dejar que Monroe se saliera con la suya. No podía dejar que le hiciera daño.
Las voces afuera seguían discutiendo, pero yo apenas las escuchaba. Mi mente estaba enfocada en una sola cosa: tenía que salir de aquí.
Me forcé a calmar mi respiración, analizando cada detalle de la celda. La puerta, las paredes, el techo. ¿Había algo que pudiera usar a mi favor? Intenté levantarme, pero la debilidad seguía ahí, pesando sobre mi cuerpo como si cada uno de mis músculos estuviera en contra de la idea de moverme.
El serbal.
Era lo que me estaba drenando. Pero si había aprendido algo de mi padre, mi madre y toda la manada, era que nunca debía rendirme.
Cerré los ojos y me concentré en mi respiración. Tal vez no tenía mi fuerza al máximo, pero aún tenía mi instinto, mi inteligencia y, lo más importante, mi motivo para seguir luchando.
No iba a quedarme aquí esperando a que Monroe hiciera lo que quisiera.
Iba a encontrar una forma de escapar.
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