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Posesión total

Atención, este capítulo no es acto para menores de 18 años, moralistas y religiosos. Si bien se trata solo de ficción, lo que leerán a continuación puede causar molestias a los lectores sensibles. Este capítulo contiene leves descripciones de relaciones sexuales, insinuaciones de abusos físicos y verbal, palabras obscenas. No me hago responsables de las ofensas que esta lectura pueda causarles.

Para mis fieles lectores, disfruten de la lectura, los amodoro puerkoses. 😉😉

  †  †  †  †  †




Ginta no podía creer lo que veía; un chico rico que paseaba tranquilamente en su zona.

Permaneció un rato siguiéndolo con la mirada: Cabellos negros, piel clara y costosas ropas de color negro.

Caminaba distraído, sin prisas, como si estuviera deslizándose entre los estantes de Walmart.

—¡Hey, Hakkaku, mira a ese tipo!

El aludido se levantó las gafas de sol y siguió durante un rato el paso tranquilo del misterioso chico.

—¡¿Quién carajo es ese?! —exclamó. Su pregunta no iba dirigida a nadie en particular.

—Te diré quién carajo es —respondió el primero —. Alguien que quiere darnos su billetera —añadió.

Ambos se acercaron al chico balanceando los hombros.

—¡Oye, cara pálida! —llamó Hakkaku, en tono amenazante.

El joven se detuvo. Los dos quedaron impactados por su mirada con una fijeza dorada en forma de reptil.

El tipo debía estar superdrogado como para que sus ojos estuvieran en ese estado –fue lo que pensó Ginta, dando un paso adelante.–

—Nos preguntábamos… si te sobraría algún dólar, amigo—dijo, extendiendo la mano para agarrar el hombro del desconocido.

El desconocido golpeó su esternón con la palma abierta como para empujarlo y Ginta tuvo la impresión de que una bola de demolición había caído sobre él.

A pesar de sus músculos flacos, pero resistentes, fue lanzado hacia atrás y terminó en el suelo a varios metros de distancia. Desde allí, vio al desconocido agarrar a su compañero por los faldones de su chaqueta y tirarlo como si fuera un trapo viejo.

—No es posible —murmuró, e instintivamente agarró, entre las numerosas cadenas que llevaba alrededor del cuello, la que tenía un colgante en forma de cruz.

El desconocido que estaba de espaldas, se giró y lo atravesó con una mirada que le heló la sangre, luego se volvió como si el episodio nunca hubiera ocurrido y continuó su indolente caminar.

Al otro lado de la calle había una tienda que prometía tatuajes y piercings extremos. El extraño chico se dirigió hacia allí.

             

                                    †

La señora Taisho caminaba frente a la puerta del estudio del padre Naraku.

Tenía un rosario en las manos y de vez en cuando lo pasaba entre los dedos murmurando oraciones, cuando finalmente apareció el sacerdote.

—Perdona la tardanza.

La mujer corrió a tomar su mano y exclamó en tono sentido:

—¡Debe ayudarme, padre!

El sacerdote le sonrió alentadoramente.

—¿En qué puedo ayudarte, hija mía?

—Se trata de Inuyasha.

El religioso frunció el ceño.

—Hace tiempo que no lo veo en la iglesia. ¿Está enfermo?

—¡Ah, padre, si supiera!

—¿Qué pasa? ¿Ha caído en malas compañías?

En respuesta, la señora Taisho sacó su teléfono, revisó la carpeta de fotos y le mostró una al sacerdote; se trataba de la imagen de la habitación de Inuyasha, con las paredes completamente cubiertas de caracteres rojos.

—Él hizo esto —aclaró la mujer entre lágrimas—. También arrojó el crucifijo por la ventana, se tiñó el pelo de plateado y se tatuó una imagen satánica en el pecho.

El sacerdote revisó las imágenes y amplió una.

—Esto es arameo —observó asombrado, recordando la imagen de un joven simpático, mucho más apasionado por los deportes que por estudiar—¿Cómo sabe Inuyasha arameo?

—Él nunca lo supo —respondió la madre. También predice eventos futuros y sabe cosas sobre nuestra familia que nadie le ha dicho nunca.

El padre Naraku se pasó una mano por la frente y le devolvió el teléfono celular a la señora.

—¿Lo ha visto un médico?

—¡¿Qué sabe un médico sobre la posesión?! —exclamó la señora Taisho, obviamente alterada.

El sacerdote dejó escapar un suspiro. En tono tranquilo, respondió:

—Probablemente, solo se trate de una etapa rebelde, iré a hablar con él.

—¡Padre, debe exorcizarlo!

El sacerdote suspiró de nuevo y, ocultando su irritación, tomó las manos de la mujer para tranquilizarla.

—Iré a verlo hoy, ¿de acuerdo?

                                  †

Cuando el padre Naraku llegó a la casa del señor y la señora Taisho, los dos cónyuges estaban reunidos en la cocina. El hijo menor y los sirvientes habían sido retirados cuidadosamente.

—Está en su habitación —dijo Toga simplemente.

Del techo se escuchaban golpes, crujidos, gemidos y fragmentos de frases en lenguas antiguas. De vez en cuando, las lámparas se balanceaban.

—¿Qué está haciendo? —preguntó el sacerdote.

—No sabemos. Cuando está en su habitación, siempre se escuchan ruidos. Pero cuando subimos a su cuarto para ver lo que sucede, todo permanece en silencio.

El sacerdote dejó el maletín que había traído consigo y dijo:

—Iré a ver.

—¡Tenga cuidado, padre, a veces reacciona de manera violenta! —le recomendó la señora Taisho.

El sacerdote subió las escaleras y llegó al pasillo. Las luces oscilaron, le pareció escuchar voces susurrando algo.

Agarró el crucifijo alrededor de su cuello y se acercó a la puerta. Llamó a la puerta y preguntó: —Inuyasha, ¿puedo entrar?

La puerta se abrió lentamente. La habitación estaba en penumbra, la única luz provenía de una lámpara cubierta con un pañuelo rojo.

El joven estaba en la cama, boca arriba. La sábana lo cubría parcialmente, tapando apenas su suave y desnudo cuerpo.

—¿Inuyasha?

El chico se levantó con un movimiento sinuoso. Se echó hacia atrás el cabello plateado revelando una mirada ardiente y codiciosa que atravesó al religioso como una espada, al mismo tiempo que una sensación de escalofríos lo rodeaba como un abrazo ardiente.

En ese momento, Inuyasha gozaba de una belleza que no le pertenecía, como si fuera otra persona. Y en el centro de su pecho tenía un tatuaje de un pentagrama invertido.

—No —respondió el chico, en un susurro ronco.

El sacerdote secó el sudor que había comenzado a descender por su frente, como un torrente desbocado.

No había nada del pequeño Inuyasha en esa criatura sensual y diabólica.

—Entonces, dime quién eres.

La mirada de Inuyasha se volvió aún más profunda, hambrienta.

—Mi nombre es…

No reveló su nombre, pero se levantó de la cama y comenzó a acercarse al sacerdote, quien inmediatamente agarró la cruz y la sostuvo en alto frente a él.

El chico se detuvo, un brillo perverso pasó por sus ojos anormalmente brillantes.

>>¿Quieres jugar? —susurró.

—¡Marchaos! —le ordenó el sacerdote —. ¡Vuelve al infierno del que viniste!

Pero el chico sonrió.

—No es divertido estar allí, ¿sabes? —respondió lánguidamente, por ahora quiero divertirme.

Con un gesto repentino, el chico agarró el crucifijo, se lo arrancó del cuello del sacerdote y lo arrojó.

El objeto rebotó en el suelo, y el padre Naraku se apresuró a recuperarlo.

Inuyasha hizo un pequeño movimiento con su mano, y empujado por una fuerza invisible, el collar se deslizó hacia un rincón oscuro.

>>Arrodíllate —sugirió entonces—. ¿No es así como invocas la ayuda de tu dios?

Sin responder, el sacerdote se puso a cuatro patas y empezó a tantear el suelo, buscando el crucifijo. Mientras hacía esto, oyó chirriar los resortes de la cama, el piso comenzó a temblar.

Cuando levantó la vista, Inuyasha estaba a su lado.

La luz escarlata acariciaba su cuerpo desnudo, esculpiéndolo con vibrantes juegos de sombras. Su sexo erecto tocó la mejilla del religioso, y este, que entretanto había recuperado el crucifijo, retrocedió apresuradamente, sosteniendo la cruz delante de él como si fuera un arma.

—¡Vade Retro! —jadeó.

Una voz que no era la suya salió de los labios de Inuyasha:

—Sin embargo, te gustaba en el seminario.

El padre Naraku tragó secamente.

—¡¿Sesh…?! ¡No puedes ser tú!

El chico dio un paso adelante, le dedicó una sonrisa de complicidad y respondió:

—¿Por qué no debería ser yo? Me ahorqué por tu culpa, ¿recuerdas? Cuando el padre Onigumo nos descubrió, dijiste que fui yo quien te sedujo y él me echó del seminario.

—¡No! —jadeó el sacerdote— ¡No eres… no puedes…! ¡Eres Satanás, no debo escucharte!

—¿Quieres que te diga como te gustaba que te cogiera? Así estarás seguro de que realmente soy yo. ¿Recuerdas aquella vez en el confesionario? Metiste toda mi verga en tu boca, oh, también me hiciste meterte un puño por tu a…

—¡¡Suficiente!!

La cruz rozó la piel de Inuyasha, haciéndolo retroceder abruptamente.

—¡Duele! —gimió, pero ahora la voz era la de un niño aterrorizado—. Me duele, padre. ¡Me duele mucho! ¡Ya no quiero hacer esto, no me gusta este juego! —estalló en sollozos.

El sacerdote retrocedió de nuevo, la mano que sostenía el crucifijo temblaba.

—¿Recuerdas lo que pasó después? —susurró el joven, agachándose frente a él. Se lamió los labios—. ¿Recuerdas lo que le hiciste a ese niño?

—N-no, yo…

Inuyasha adoptó una expresión de angustia teatral.

—El pobre Shippo fue encontrado muerto en el estanque del parque. Un accidente, decían todos. Solo un trágico accidente. Después de todo, el agua había lavado la sangre y no solo eso. —le guiñó un ojo—. Felicidades, cuando llegues al infierno te extenderán la alfombra roja.

—¡¡Suficiente!! —gritó el sacerdote por segunda vez y luego, comenzó a recitar:

“Exorcizamus te et omnis spiritus immundus, omnis satanica potestas, omnis infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio diabólica et secta, in nomine et virtute Domini nostri Iesu.…”


De nuevo un movimiento de mano hizo volar la cruz. El padre Naraku se detuvo e intentó retroceder más, pero su espalda ya estaba contra la pared.

>>Vade retro, Satanás —dijo, pero su voz ya era menos enérgica.

Agachándose ante él, Inuyasha simplemente ladeó la cabeza hacia un lado.

—Ya es suficiente, ¿no crees? —susurró en voz baja. Se acercó aún más, separó los labios.

El sacerdote sintió que se le inflamaba el bajo vientre. No podía apartar la vista de aquella boca húmeda y sensual, en la que vislumbraba una lengua que prometía placeres indescriptibles. Se inclinó para besarla, pero el chico se apartó con un movimiento elegante, luego se levantó y se dirigió hacia la cama.

—Este cuerpo es virgen —susurró, volviéndose para mirarlo por encima del hombro—. ¿Lo quieres? —lo incitó, pasándose las manos por la cintura. Bajó hasta las nalgas y las separó ligeramente, dejando entrever un círculo liso y rosado como el interior de una concha.

El sacerdote jadeaba como si hubiera estado corriendo. El pecado, esa cosa asquerosa que lo visitaba de vez en cuando, había regresado. Su falo estaba tan turgente que le dolía, ansiaba satisfacción con la violencia de una bestia hambrienta.

Tragó rumorosamente, su boca llena de saliva le hizo toser dos veces. Su corazón latía con fuerza en su pecho.

Intentó por todos los medios pensar en Dios, pero lo único que podía visualizar era su virilidad hundiéndose lentamente en ese canal intacto. Imaginó los gemidos del chico desflorado y su falo palpitó como si lo hubiera atravesado una descarga eléctrica.

Como si le hubiese leído la mente, el joven preguntó:

—¿Estás esperando la ayuda de tu Señor? —soltó una breve carcajada—. No movió un dedo para evitar masacre de inocentes, mucho menos lo hará por un sacerdote miserable, uno que al recuerdo del sufrimiento de sus jóvenes víctimas se excita de tal manera. Mmm… Tendrás que resolverlo por tu cuenta.

—¡N-no! —jadeó el hombre, el sudor ahora goteaba libremente por su rostro—. Él ve todo, está en todas partes. Solamente tengo que tener fe.

“Aunque camine en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu verga me dan seguridad.”

El chico sonrió.

—Escúchame, piensa en tu verga, no en la del creador. Piensa en lo duro que estás, enrojecido, con las venas hinchadas a punto de estallar y el glande ya brillante de secreciones. Piensa en lo lindo que sería que yo te la chupara.

—¡Suficiente! —estalló el sacerdote, pero ahora parecía más una súplica que una orden:

“Abi ergo, satana: abi in nomine patris et filii et spiritus sancti”

—Acabo de empezar —fue la respuesta de la criatura. Se levantó de la cama en la que estaba, con pasos lentos llegó hasta el aturdido sacerdote y le ofreció una mano.

El Padre Naraku lo miró fijamente y lo único que vio, a pesar de la presencia confirmada del Demonio, fue un espléndido joven desnudo ofreciéndose a él. Así fue como tomó la mano a su propia perdición.

El cuello almidonado voló por la habitación, Inuyasha abrió la camisa del sacerdote un botón a la vez, haciéndolo estremecerse con cada toque. Finalmente, apartó los dos bordes del manto y susurró:

—Estás bien hecho, padre —luego, venciendo las últimas reluctancias del sacerdote, añadió: —. Veamos qué tan interesante te has vuelto con los años.

Le desabrochó los pantalones. El pene salió disparado como una navaja a presión. El chico se inclinó frente al eje hinchado y se lo llevó a la boca, provocando un gemido del hombre que sonó como una agonía. Lo deslizó por su garganta mientras el otro le agarraba el pelo frenéticamente.

El sacerdote jadeó, siguiendo con la mirada la cabeza plateada que subía y bajaba, y las suaves mejillas que se hundían con cada movimiento. Empujó sus caderas como para penetrar más profundamente e Inuyasha dejó escapar un gemido.

El sacerdote, sin embargo, ansiaba otra clase de satisfacción; agarró a Inuyasha por los hombros, lo apartó de él y lo arrojó boca abajo sobre la cama. Un momento después, separó sus muslos y enterró su rostro en la abertura que había excitado su imaginación desde que lo había vislumbrado. Lamió con avidez la estrecha cavidad, la penetró con la lengua y la cubrió de saliva. Aunque no demasiado, porque la idea de una dolorosa desfloración le excitaba.

—Sess… —murmuró.

—Tómame—gimió el chico, abriendo aún más las piernas —. Hazme disfrutarlo.

El hombre agarró su erección y la guio hacia el cuerpo del joven, quien la recibió con un largo gemido, arqueándose y estremeciéndose. Unos cuantos empujones y el falo lo penetró por completo, el chico dejó escapar un segundo largo gemido. Entonces, el padre le rodeó el cuello, apretando con fuerza con el brazo y comenzó a moverse dentro de él, saboreando el agarre caliente de ese canal que por primera vez estaba siendo poseído por otro hombre.

El ser lo dejó hacerlo por un tiempo, pero cuando las embestidas aumentaron en frecuencia, en un instante lo apartó y lo empujó sobre su espalda. El sacerdote dejó escapar un gemido de decepción mientras, empapada de jugos viscosos, su erección hinchada destacaba ansiosa de atención.

La criatura se empaló en esa virilidad turgente, puso sus manos sobre el pecho del sacerdote y comenzó a moverse. Al rato, el religioso también empezó a mover las caderas para acompañarlo.

—Di que eres mío —susurró el demonio, sus ojos relucían más brillantes que nunca en la penumbra.

—¡Sí! —jadeó el padre Naraku, ahora cerca de alcanzar el orgasmo.

—Dilo. ¡Tienes que decir mi nombre!

El sacerdote vaciló por un momento. Algo en un rincón de su mente enloquecida por el placer gritaba en voz alta que no lo hiciera. Le gritaba que proclamar que pertenecía a ese demonio mientras se lo follaba, no era la mejor de las ideas.

El cuerpo de Inuyasha contrajo sus músculos internos, enviando una punzada de placer al sacerdote que lo dejó sin aliento.

>>Di que eres mío, di mi nombre —repitió.

Jadeando, el hombre lo miró fijamente con una mirada nublada por la voluptuosidad de la lujuria.

—Soy tuyo, Sesshomaru —murmuró.

—¡Repítelo!

—¡Soy tuyo, Sesshomaru!

—¡Una vez más!

—¡¡Soy tuyo, Sesshomaru!!

El demonio se inclinó sobre él y capturó su boca en un beso voraz. El sacerdote lo abrazó y con un último y poderoso empujón se vació en su cuerpo. Tuvo la impresión de que un velo rojo le nublaba la visión y que una voz le susurraba algo al oído.

                                   †

El señor y la señora Taisho intercambiaron miradas. Después de todo tipo de gemidos, gritos, choques y chirridos, la casa fue envuelta en un silencio inquietante.

Ambos subieron las escaleras, recorrieron el pasillo y llamaron a la puerta.

La puerta se abrió, la luz del día entraba por la ventana y las paredes volvían a estar limpias. Tumbado en la cama, vestido con su pijama rojo y parcialmente cubierto por la sábana, Inuyasha se encontraba inmerso en un sueño apacible y reparador. Ya no tenía el pentáculo en su pecho y su cabello milagrosamente había vuelto a ser negro.

El sacerdote, que estaba de pie junto a la cama, tenía la camisa medio abierta, por fuera. Ya no tenía la cruz al cuello; estaba desaliñado y pálido, y sus ojos ojerosos desprendían un brillo siniestro que los señores
Taishos pensaron que nunca antes habían notado.

—¿Todo salió bien, padre? —la señora se atrevió a preguntar.

El hombre asintió complacido.
—Decididamente.

Su voz también era extraña, baja y ronca. La mujer pensó que era así por el esfuerzo de realizar los exorcismos.

—¿Inuyasha, estará bien?

—Como si nada hubiese pasado.

La mujer le tomó la mano y la apretó entre la suya.

—¡Oh gracias! —exclamó, mientras lágrimas de alegría rodaban por sus mejillas—. ¡Gracias, Dios lo bendiga, padre!

Ante esas palabras, el sacerdote retiró la mano con un movimiento brusco, tanto que la señora lo miró perpleja por un momento.

—Tengo que irme, anunció, caminando hacia las escaleras.

Los cónyuges intercambiaron una mirada.

—Por supuesto, no le quitaremos más tiempo —dijo el marido. Evidentemente, los trabajos del exorcismo habían sido más pesados de lo esperado.

El sacerdote bajó al vestíbulo, se dirigió a la puerta y salió. De pie en la puerta, el señor y la señora Taisho lo saludaron con la mano.

—Gracias de nuevo. ¡Nos vemos en la iglesia, padre Naraku! —dijo la mujer.

El sacerdote ni siquiera se dio vuelta, mas se detuvo, a unos pocos pasos de la pareja y con un guiño maligno respondió:

—Mi nombre es Sesshomaru.








Glosario.

Lo último que escuchó Naraku:

«Que así sea»

1

«Te exorcizamos a ti y a todo espíritu inmundo, a todo poder satánico, a todo adversario infernal, a toda legión, a toda asamblea y secta diabólica, en el nombre y poder de nuestro Señor Jesús...»

2

Salmo 23, modificado 🙈

3

Vade retro, Sátanas.

Bueno, es obvio que le ordena retroceder.

4

«Marchaos, pues, Satanás:
marchaos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»

¡Y ahora, un poema! 🤩

Ponte detrás de mí. Incluso cuando, encorvado,
agachado contra el viento, el cochero
es arrebatado de su carro por el pelo,
así lo será el tiempo; y como el coche vacío,
arrojado al exterior por corceles eternos,
también lo será el mundo entero:
al igual que el carro de polvo en el aire,
el mundo será buscado y jamás se lo encontrará.
Ponte detrás de mí, Satanás. Desplegadas,
tus peligrosas alas pueden batir y romper
como la fuerza de los hombres que ansían alabarte.
Deja estos pies débiles para recorrer senderos estrechos.
Y tú, aún en el ancho camino resguardado de la vid,
puedes esperar que se vacíe la copa de la ira
durante ciertos años, durante ciertos meses y días.

Retro Me, Sathana. Dante Gabriele Rossetti.

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