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Opresión





—¡Inú! ¡Inuyasha Taisho, Baja inmediatamente! ¡Tu padre y tu hermano ya están desayunando!

El joven se dio vuelta en la cama. La noche anterior debió haber consumido demasiado alcohol y porros, porque no se sentía nada bien. Había estado teniendo pesadillas locas toda la noche.

—¡Dame un minuto, mamá! —farfulló.

—Si no te das prisa, llegaremos tarde a la iglesia.

Las náuseas aumentaron. Inuyasha saltó de la cama y corrió al baño, donde apenas tuvo tiempo de tirarse de cara al inodoro.

Desde las escaleras, la señora Taisho seguía llamándolo.

—No estoy bien mamá, lo siento.

Escuchó a su madre subir las escaleras.
Tiró de la cadena, se miró en el espejo: tenía la cara pálida y ojeras bajo los ojos. Un sudor enfermizo le pegaba el pelo negro a la frente.

—¡Qué diablos!… —gimió, ante la vista de su aspecto demacrado.

—¡Inuyash, habla correctamente! —lo regañó su madre, apareciendo detrás de él.

—Sí, lo siento, es que no me siento tan bien.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Me duele el estómago.

—Está bien, puedes quedarte y descansar. Saludaremos al padre Naraku de tu parte.

Inuyasha volvió a caer en la cama, pero no pudo pegar ojo, porque tan pronto como se quedó dormido, las pesadillas comenzaron de nuevo.

Se levantó cerca del mediodía y bajó a la cocina con la sensación de tener un vertedero de desechos tóxicos en el estómago. Su hermano junto con sus amigos se peleaban como siempre en la sala entre gritos y risas. Lo toleró por un tiempo, pero los gritos eran como agujas calientes en su cerebro. Se llevó las manos a la cabeza y soltó:

—¡Ya cállense, hijos de perra!

—¡Inuyasha! ¿¡Qué son esos vocabularios!?—lo reprendió su madre.

—¡No molestes, zorra!

Sonido de platos rotos:

A Izayoi se le había caído el cuenco que tenía en la mano.

—¡Toga!—llamó la mujer enojada.

Su padre bajó el periódico y lo miró con severidad.

—¿Qué te pasa, jovencito? ¿Es esa la forma de hablarle a tu madre?

—¡No empieces tú también, viejo asqueroso! —fue la brusca respuesta de Inuyasha, luego regresó a su habitación y cerró la puerta con un ruido sordo.

Se arrojó sobre la cama jadeando, se volvió boca arriba y se quitó las sábanas en un ataque de impaciencia. El crucifijo colgado en la pared de enfrente cayó ante sus ojos. Verlo y sentir una nueva oleada de náuseas fue lo mismo.

Furioso, se levantó, lo arrancó de la pared y luego lo arrojó por la ventana. El malestar parecía disminuir.

Escuchó un golpe en la puerta, antes de que esta se abriera lentamente y su padre apareciera en el umbral.

—Hijo, ¿puedo saber qué te pasa? —le preguntó.

—No me siento bien, papá. Solo quiero estar en paz —respondió, dándole la espalda a su progenitor.

—¿Bebiste anoche?

—Un poco.

—¿A caso te drogas?

—¿Por qué mejor no te callas?

Toga lo agarró por el hombro y lo obligó a darse la vuelta.

—¡No te atrevas a hablarme así! —le gritó, alzando la mano para abofetearlo.

Todo sucedió muy rápidamente. Inuyasha vio algo como un velo rojo nublar su visión, luego se encontró parado en el umbral jadeando y con su mano derecha apretada en un puño, mientras su padre estaba al pie de las escaleras con un ojo morado.

Se miró los nudillos raspados.

—¡Yo… lo siento!…—, tartamudeó—. Lo siento, no sé qué me pasó…

Desde abajo su madre y su hermano lo miraban sin palabras.

>>Lo siento —repitió, luego se encerró en la habitación.

Regresó al baño, se lavó la cara con agua fría, nuevamente sostuvo su cabeza entre sus manos sintiendo como si estuviera a punto de explotar. El espejo le devolvió una imagen que le costó reconocer:

Un rostro pálido y aturdido, con ojos entre rojos y dorados, una sonrisa lunática en sus labios. Aquella imagen duró unos pocos segundos, devolviéndole el aspecto igualmente tántrico que había visto en la mañana.

Pensó en la noche anterior: tal vez la historia de la Ouija después de los porros y el whisky había sido una mala idea.

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