Obsesión
La señora Taisho entró como un tren a la habitación de su hijo, se dirigió a la ventana y la abrió de par en par, provocando un gemido de resentimiento por parte del chico, que se tapó la cabeza con las mantas.
—¡Suficiente, Inuyasha! —dijo la mujer con severidad—. Llevas una semana encerrada aquí haciendo quién sabe qué. Es hora de salir y empezar a vivir con normalidad de nuevo. El padre Naraku nos espera en la Iglesia.
—Que se joda.
—Si vuelves a hablar de esa manera, hablaré con tu padre al respecto.
Inuyasha no respondió. Se sentó en la cama y se pasó las manos por el pelo. Miró a su alrededor como si de repente se hubiera despertado en un lugar desconocido.
>>¿Me escuchaste?
Inuyasha se volvió hacia ella.
—Tengo que vestirme — le dijo, poniéndose de pie.
Estaba desnudo, su sexo erecto obligó a la mujer a dar un paso atrás.
Con guiño maligno, Inuyasha la miró y le dijo:
—Sí, quédate aquí y mírame. Te gusta mirar chicos bonitos desnudos, ¿no? —cerró los ojos e inhaló, como si estuviera olfateando el aire, luego la volvió a mirar fijamente—. ¿Te estás mojando? ¿No es eso lo que hacías en la escuela también, Izayoi la ramera? Incluso entonces te gustaba mirar y masturbarte en secreto…
La señora Taisho se tapó la boca con la mano y retrocedió horrorizada, jadeando en busca de aire.
—I-Inu…¿Qué estás diciendo? —fue lo único que logró decir.
Inuyasha se acercó a ella y comenzó a masturbarse.
—¿Te gusta mi polla, madre? ¿Quieres tener mi pene grande y grueso dentro de ese enorme culo que tienes?
La mujer comenzó a temblar asustada, quería escapar de aquel horror, pero una fuerza mayor la retenía quieta, mientras su hijo se masturbaba casi encima de ella. Y cuanto más movía su mano arriba y abajo, más alto se escuchaban las risas siniestras que de repente habían inundado la habitación, también más intensas se hacían las voces lascivas que le susurraban dejarse llevar.
Lo peor de todo, era que su cuerpo estaba reaccionando, sentía como si manos invisibles la tocaran por todas partes, las imágenes de hechos inmorales cometidos en su Juventud, cuando en medio dos compañeros de clase saboreó por primera vez el pecado de la carne.
Ya casi cegada por la lujuria, en su mente, la señora Taisho clamó a Dios y a la virgen María que la ayudaran, era una pecadora, sabía que algún día tendría que rendir cuenta al altísimo, porque si realmente si hubiese arrepentido de sus pecados, no hubiese caído ante la tentación de la serpiente.
No obstante, gracias aquel ruego silencioso, Inuyasha la miraba furioso desde el rincón al lado opuesto de la habitación, donde se encontraba agachado, como si hubiese estado allí desde el principio y todo lo sucedido hubiese sido una ilusión.
La mujer cerró la puerta con un ruido sordo y bajó corriendo las escaleras, como si huyera de un incendio.
— ¡Toga! ¡Toga! El marido abandonó el periódico.
—¿Qué pasa, cariño?
—Él… ¡Tienes que hacer algo! ¡Ese no es mi mi hijo. ¡¡Ese... ese es el mismísimo diablo!!¡ El demonio está dentro de nuestro hijo!
—¡Pero en nombre de Dios!, ¡¿Podrías explicarme qué está pasando?!
Jadeando y sollozando, la mujer le describió lo sucedido, omitiendo algunos detalles sobre su vida de adolescente entre otras cosas.
—¡Ese pequeño bastardo! —espetó Yoga, luego de que su esposa le contara lo sucedido —¡¿Cree que puede comportarse con nosotros como lo hacen las personas con las que se relaciona?!
Subió las escaleras, fue a la puerta del dormitorio de Inuyasha y la abrió.
>>¡Escuche, jovencito!... —comenzó a decir en tono de autoridad paternal. No pudo continuar; el chico vestido completamente de negro, lo empujó con tanta fuerza que lo tiró al suelo, luego salió al pasillo y bajó las escaleras.
Un momento después, la asombrada pareja escuchó la puerta de la entrada cerrarse tan fuerte que el perro del vecino comenzó a ladrar.
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