Chan y Jeongin cumplieron cinco años juntos, años en los que su amor iba creciendo y su sexualidad se encontraba en el grado más alto del termómetro. Los treinta le habían caído de lo mejor al mayor, y es que cada año Jeongin veía a su esposo más atractivo, y él se había perdido en semejante hombre maduro.

Por otro lado, Chan babeaba por su doncel, quien (gracias a él), tenía más confianza en sí mismo, recibió un aura más resplandeciente que agregó gracias a la edad, su cuerpo se había terminado de moldear a la perfección, sus caderas más anchas y la cintura aún más estrecha, la fina mandíbula y aunque aún tenían las mejillas algo rechonchas, sus pómulos lograron resaltar.

Ambos se encontraban perdidos enamorados uno del otro y sabían que cada día lo estarían aún más.

Chan, quien antes no creía que el matrimonio tenía otra finalidad más que valor social y en ciertas ocasiones (como lo fue el suyo en un principio), arreglos monetarios y empresariales, había descubierto que podía ser posible amar a su esposo, aunque culpaba al menor, era imposible no encariñarse con ese hermoso chico.

Pero no todo es color de rosa y lo que al principio estaba lleno de atracción sexual, se había convertido también en un revoltijo de emociones con las que él no estaba acostumbrado a tratar, los celos, la necesidad de estar cerca el uno del otro, las diferencias de opinión, etc., era algo nuevo para ambos y cinco años no habían sido suficientes para conocerse del todo, como dicen: no hay cantidad de tiempo suficiente para llegar a conocer completamente a alguien.