Capítulo 1: La Vecina
Mina siempre había vivido en un vecindario tranquilo, uno de esos lugares donde todos se conocían y las casas estaban muy cerca unas de otras. Ella vivía en una casa de dos pisos, pequeña pero acogedora, con un jardín modesto y ventanas que siempre dejaban entrar la luz del sol. A lo largo de los años, había aprendido a disfrutar de la paz y la rutina de su hogar, sin buscar grandes emociones, hasta que un día, alguien peculiar se mudó a la casa de al lado.
La vecina, una chica de su misma edad, vivía en una casa similar en tamaño, pero con algo que la hacía destacar. Su casa también era de dos pisos, pero tenía un jardín más grande, decorado con flores de colores y dos perritos que siempre corrían alrededor, saltando de un lado a otro con una energía interminable. A menudo, Mina la veía desde su ventana, observando cómo la chica cuidaba a sus perros o cómo simplemente se relajaba en su jardín, envuelta en su propio mundo.
Había algo en su vecina que siempre la había fascinado, algo que la hacía diferente a las demás personas del vecindario. Era difícil de explicar, pero su presencia siempre se sentía como si perteneciera a otro lugar, algo fuera de lo común. A veces la veía salir de su casa, con audífonos puestos, caminando hacia algún lugar sin preocuparse por nada más. Parecía que estaba completamente absorta en su música, como si todo lo demás no existiera. Mina se encontraba mirándola en silencio, preguntándose en qué mundo tan lejano viviría.
La vecina siempre vestía de manera peculiar, algo que nunca había dejado de sorprender a Mina. A veces llevaba atuendos amplios, camisas grandes y pantalones holgados que le daban una apariencia relajada, como si no le importara lo que los demás pensaran. Otras veces, sin embargo, optaba por faldas cortas que dejaban al descubierto sus piernas delgadas, dándole un aire completamente diferente, casi audaz. Mina no podía evitar notar cómo lograba llevar ambos estilos con una confianza natural, como si nada le fuera ajeno.
A pesar de las veces que la había visto, Mina nunca se había atrevido a hablarle. Siempre observaba desde la distancia, sintiendo esa mezcla de curiosidad y fascinación por alguien que parecía vivir con una ligereza que ella no podía comprender. No entendía bien qué era lo que sentía por su vecina, pero sabía que había algo en ella que le atraía profundamente. Quizás era su forma de moverse por el mundo, o tal vez era la forma en que todo a su alrededor parecía brillar un poco más cuando ella estaba cerca. Sin embargo, siempre la veía desde la ventana, manteniendo esa distancia que nunca se atrevió a cruzar.
Un día, mientras se asomaba por la ventana, vio a la vecina salir de su casa, como siempre, con los audífonos puestos. Se detuvo un momento en su jardín, mirando al horizonte con una expresión tranquila, como si estuviera perdida en sus pensamientos. Los perritos de la vecina corrieron alrededor de ella, ladrando emocionados, pero la chica parecía completamente ajena a su energía, como si estuviera en su propio mundo, solo con la música como compañía.
Mina observaba cada uno de sus movimientos, fascinada por la forma en que se movía. Todo en ella parecía ser diferente: su actitud despreocupada, su forma de caminar con confianza, su estilo único. Mina nunca había conocido a alguien como ella. En muchas ocasiones se había imaginado cómo sería hablar con ella, cómo sería estar cerca de ella, pero en el fondo siempre se sentía intimidada por su presencia. Algo en su vecina la hacía sentir pequeña, como si siempre estuviera a un paso de la perfección.
Mientras la vecina desaparecía en la esquina de la calle, Mina se quedó mirando por la ventana durante unos minutos más. Sentía esa misma sensación que siempre la invadía al verla, esa mezcla de admiración y confusión. No sabía por qué, pero algo le decía que su vida no sería la misma si alguna vez lograba acercarse a ella, romper esa distancia que había mantenido durante tanto tiempo.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, bañando el vecindario con su luz dorada, Mina volvió al interior de su habitación, pero no pudo evitar mirar una vez más hacia la casa de su vecina. Aquel día, como tantos otros, la chica había salido sin rumbo fijo, como si el mundo estuviera a sus pies, mientras Mina permanecía atrapada en la quietud de su propia vida. Pero algo en su pecho le decía que todo podría cambiar en algún momento.
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