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22 ― you and me against the world

Sirius, Invierno 1977

***

Iba a contárselo a James. Tan pronto como supiera qué decir. 

Joder, ¿cómo había sido tan fácil para Moony? Tenía que ser una de las grandes ironías de la vida que Moony, misterioso, indefinible e incomprensible, hubiera sido capaz de soportar su alma con tanta sencillez y sin esfuerzo. Pero eso era Remus por todas partes. Esa fue la suerte. Tan pronto como pensaba que ya lo conocía lo suficiente para verlo con claridad, otra parte de él se relevaba y la imagen entera cambiaba. Capa tras capa, hasta darse cuenta de que nunca conocía realmente a Remus. Era fascinante y frustrante. 

James era todo lo contrario; lo que hay es lo que ves, y Sirius lo amaba ferozmente por eso. Porque sabías donde estabas. Nunca engaño ni dejo lugar a malentendidos. Nunca habían peleado, no en siete años de amistad, y en lo que a Sirius Black se refería, eso era nada menos que milagroso. 

Habían tenido "palabras", por supuesto. No era ajeno al tono de regaño de James, o incluso, mucho peor, a su decepción. Se le vino a la mente el quinto año, aunque Sirius trataba de olvidarlo tan pronto como lo recordaba. El caso era que James Potter y Sirius Black casi siempre estaban en perfecta armonía, y había sido así desde que se conocieron en el Expreso de Hogwarts. James era su otra mitad. Su mejor mitad. 

Por eso lo que hizo Moony descolocó tanto a Sirius. Simplemente entró y puso todo patas arriba y luego desapareció antes de que pudiera recuperar el aliento. Sirius a veces se sentía como si hubiera pasado los últimos dos años tratando de averiguar cual era el camino. No es que Sirius se estuviera quejando, no es que no fuera increíble, pero sería el primero en admitir que no era bueno es este tipo de cosas. 

Remus podría ponerle fecha. Había sido tan claro para él; supo el momento en que todo había cambiado. Pero Sirius no se había dado cuenta. Obviamente debió haber habido un momento, un segundo en el que de repente se había dado cuenta. Pero nada se destacó. ¿No había pensado siempre que Moony era un poco especial? ¿No había querido siempre estar un poco más cerca? 

Sirius gimió y hundió la cabeza en la almohada a su lado. Si, definitivamente tenía que decírselo a James. 

Estar con Moony era fácil. Decírselo a otras personas no lo era. 

Se levantó de la cama. Un movimiento decisivo. Había pensado en esto lo suficiente. Se estaba volviendo demasiado complicado, mejor encontrar algo más en qué pensar. Sirius sabía por experiencia que si pasaba demasiado tiempo solo, su mente comenzaba a hablar por él. Le contaba cosas que no le gustaba oír sobre si mismo. Sobre lo que otras personas pensaban de él. Mejor interrumpirlo, dejar que alguien más lo distrajera. 

¿Dónde estaba Prongs? Quidditch. Lo que significaba que Peter estaría mirando. Sirius no podía soportar sentarse junto a él en las gradas, viendo a James divertirse y fingiendo que no estaban todos locos de celos. 

De todos modos, si la práctica terminaba significaba que Evans estaría allí. Y Sirius no era tan patético todavía, siguiendo a esos dos esperando un poco de atención. Bueno, eso realmente no le dejaba otra opción. Distraído se acercó a la mesita de noche de Remus y sacó el mapa del merodeador. 

Si, estaba Prongs moviéndose de un lado a otro a través del campo ovalado. Peter en las gradas, Marlene dando vueltas por el perímetro, probablemente aburrida, pobre chica, los ejercicios de James podían ser aburridos. Evans y McDonald parecían estar juntas, recién saliendo del terreno. Observó las banderitas con sus nombres, el progreso constante. El etiquetado había sido idea de Remus, pero los delicados pergaminos de texto habían sido idea de Sirius. Todo estaba muy bien, produciendo una espectacular hazaña de magia, pero la presentación lo era todo. Esa era la diferencia entre él y Remus, su magia. Potencia bruta frente a delicadeza espontánea. 

Regulus estaba en las mazmorras. No pudo evitar comprobarlo. Quería saber que estaba bien. No lo diría nunca en voz alta, o al menos no frente a alguien, pero le preocupaba el echo de que Regulus no haya estado durmiendo bien los últimos días. Sirius sabía que no era de su incumbencia, que tenía que cortar lazos con su hermano, que era solo otro mortífago, otro enemigo. Pero era más difícil de lo que podía manejar. 

Ahora, ¿Dónde estaba Moony...? Sirius escaneó el mapa, todos los lugares habituales: el aula de Encantamientos, la biblioteca, las cocinas... pero no, no estaba en ninguno de estos lugares. Sirius trató de no ponerse demasiado nervioso mientras buscaba más rápidamente, no en ninguno de sus escondites habituales, ¿y por qué debería estar escondido Remus? ¿Había algo mal que Sirius no sabía? ¿Había vuelto a salir de la escuela, como aquella vez que fue a enfrentarse a un hombre lobo? Oh, merlín, ¿contra qué diablos había decido enfrentarse el estúpido idiota ahora?

¡Ah! No. Allí estaba. Remus Lupin, decía la bandera, y Sirius tuvo que reírse de si mismo. Solo estaba en la maldita sala común. A solo unos meros de distancia. Sirius devolvió el mapa y se enderezó. Se miró en el espejo mientras salía de la habitación y bajaba las escaleras.

Podrían estar una o dos horas a solas, antes de la cena, siempre y cuando nadie subiera al dormitorio. Pero, por supuesto, Remus parecía querer hacer cualquier cosa menos relajarse estos días. Todo era trabajo, trabajo y trabajo.

Sirius llegó al final de las escaleras y miró alrededor, buscando a Remus. La sala común estaba casi vacía, solo un pequeño grupo de estudiantes de primer año intercambiando tarjetas de ranas de chocolate en una esquina, y los de quinto año con auriculares y la cabeza moviéndose salvajemente. Y Remus, desplomado en su sillón favorito, con la cabeza apoyada en un codo doblado y un libro enorme en su regazo. Durmiendo profundamente.

Sirius se paró junto a él, con las manos en las caderas y sonrió. Trabajo, trabajo y trabajo. Debía estar hecho polvo. Sirius cedió. Quizás Moony no necesitaba una hora para distraer a Sirius de sus pensamientos en ese momento. Tal vez solo necesitaba una larga siesta. Se alejó y se sentó en el sofá de enfrente. Cogió una copia del Diario El Profeta y empezó a hacer el crucigrama.

Se veía tan diferente dormido. Sin sus ojos agudos y atentos abiertos, el rostro de Remus se suavizó, haciéndolo parecer más joven; más frágil. Las cicatrices plateadas reflejaban la luz gris del invierno, la única señal externa de lo increíblemente fuerte que era Remus. Resiliente. Difícil. Sirius recordaba haber querido ser Remus desde el principio. Las estrellas de rock que Sirius adoptó como héroes durante esos años se habían parecido mucho más a Moony, habían pertenecido a su mundo. Remus era feroz y sereno, un poco salvaje; no aceptaba una mierda de nadie, y menos de los adultos. En Grimmauld Place, en las vacaciones, Sirius iba a pensar en su amigo mestizo y se preguntaba a menudo lo que él podría decir cuando Walburga se enfrentaba a él. No estaría asustado. Él no se rendiría.

Y entonces, no, Sirius nunca pudo estar seguro de un momento específico o de cambio repentino. Porque tal vez siempre le había parecido inevitable. Porque ¿a quién más podría pertenecer Moony? ¿Quién más sino Sirius podría desearlo tanto?

El agujero del retrato se abrió detrás de él, y una ráfaga de aire frío entró, perturbando el calor de la chimenea. Sirius suspiró, escuchando los pasos familiares de James y la risa musical del Lily. Se preparó para forzar una sonrisa y lanzó una última mirada a Remus, profundamente dormido y con las mejillas enrojecidas.

James saltó sobre el respaldo del sofá, colocando su estúpido y desgarbado yo junto al de Sirius y golpeándolo en el brazo. Sirius le devolvió el golpe.

―¿Estás bien? ¿Buena práctica? 

Remus se despertó, estirándose, bostezando y sonriendo atónito a Lily, quien le dio unas palmaditas en la cabeza, apoyándose en su silla.

―Lo siento amor, ―dijo en voz baja,  ―no quise despertarte.

―No quise quedarme dormido. ―respondió Remus, levantando el pesado libro sobre el otro brazo de la silla, luego frotándose los muslos como si le dolieran.

Miró a Sirius y le dedicó una rápida y sigilosa sonrisa. Sirius miró hacia otro lado tímidamente.

Mary y Peter habían entrado con ellos y se quedaron un poco incómodos. Marlene no estaba. Sirius se preguntó si estarían peleadas otra vez, porque la había visto muy triste últimamente, y casi no estaba presente.

―Solo estoy arrastrando mi equipo. ―dijo James, señalando su gran bolsa de lona de Quidditch, amontonada en el suelo. ―Luego iré a por un té. ¿Quieren venir?

―¿Sabes qué? ―Peter dijo, de repente, mirando su juego de ajedrez. ―Creo que me quedaré aquí.

―¿Moony? ¿Padfoot? ―James miró a sus amigos.

Remus bostezó. ―No, lo siento amigo. Demasiada lectura.

Sirius levantó su crucigrama. ―Estoy muy metido en esto, de verdad.

―Raros. ―James resopló antes de incorporarse. ―Muy bien, dame cinco minutos, Evans.

Y se dirigió hacia el dormitorio con su bolso, silbando alegremente.

Pasaron cinco minutos, y todos charlaron, antes de tomar diferentes direcciones, decir adiós con la cabeza y finalmente dejar la escena tan pacífica como la habían encontrado. Sirius y Remus no se habían movido, solo pretendían mirar su libro y crucigrama, dos amigos, felices en compañía del otro.

A solas, ambos miraros hacia arriba. Los ojos de Remus ardían tan intensamente, estaban tan llenos de cada oscuro secreto, cada momento privado. Sirius tragó, secamente, emocionado y asombrado. Remus sonrió, y la fuerza fue suficiente para dejar inconsciente a Sirius.

―¿Está bien? ―preguntó Remus suavemente.

―Si. ―Sirius susurró de vuelta.

I don't wanna go, we've been here before

Everything i go leads me back to you

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