Marina me ayuda a arreglarme. Primero empezamos por mi maquillaje, se centra más en tapar mis ojeras y resaltar mis ojos. El cabello me lo deja al liso natural y de ropa, llevo puesto unos shorts de jean tiro algo, una camisa holgada arriba del ombligo blanca y mis preciados vans negros.

—Listo, quedaste genial —dice y de pronto se sienta en mi cama con una mueca de dolor en su rostro.

—¿Qué te pasa? —le digo preocupada mientras me siento a su lado.

—Me va a llegar Andrés —me informa con un gesto de dolor, yo la miro sin entender.

—¿Quién es Andrés? ¿Un nuevo pretendiente del que mi hermano deba preocuparse? —le pregunto.

Ella me mira divertida y un poco sonrojada.

—Andrés es el que llega cada mes y nos hace sufrir —dice y no logro entenderla.

—Se me olvida que a ti no te llega la menstruación alias Andrés; que suerte amiga, de verdad —dice y yo me encojo de hombros con diversión.

—Un dolor menos para mí, supongo. Y que mal que te haya llegado ese tal Andrés. Que loco ponerle así a algo tan asqueroso —digo con una mueca de asco y ella ríe.

—Agradece eso, porque de verdad tener la menstruación es lo más feo e incómodo que hay.

Escuchamos que tocan mi puerta y gesticulo un "pase".

Entra mi hermano.

—Te buscan abajo Violet, un hombre —dice con una mueca y yo le doy un beso en la mejilla antes de bajar.

Cuando estoy abajo veo a Ezequiel hablando con mi madre muy a gusto. Se percatan de mi presencia y alzo una ceja.

—Hola —le digo a Ezequiel y este me da un beso en la mejilla —ya estoy lista ¿nos vamos? —le pregunto y él asiente.

—Que tenga buena tarde señora Flor —besa la mejilla de mi mamá.

—Igualmente Ezequiel —dice esta con una sonrisa.

Me despido de mi mamá y me guiña un ojo, yo evito reírme. Salimos de mi casa y nos subimos a su auto. Maneja con cuidado hasta que llegamos a una cafetería que no está tan lejos de mi casa, ya había venido aquí. Parece que se da cuenta que no estoy acostumbrada a los lujos.

Me abre la puerta y le agradezco con una sonrisa, entramos y nos sentamos en una mesa cerca de la ventana. Se nos acerca una chica de unos 23 años y mira a Ezequiel de forma coqueta. La miro frunciendo el ceño.

—¿Qué desean pedir? —Ezequiel la mira y ella le sonríe coquetamente.

Me dan ganas de arrancarle los pelos. Ruedo los ojos, no puedo creer que haya chicas así.

—Yo sólo quiero un café —dice Ezequiel y me mira a mí, no le presta atención a ella —¿Tú qué quieres preciosa? —pregunta y la chica me da una mirada fulminante.

Sonrío.

—Un capuchino —respondo.

Ella escribe de mala gana y se va.

Yo me rio. Ahí tienes por ser tan lanzada.

—¿Qué te causa gracia? —pregunta Eze con una sonrisa.

—Que forma de rechazar a una chica Eze —calmo mi risa y me mira confundido —claramente esa chica te estaba coqueteando.

Él se encoge de hombros.

—No me di cuenta. Además, estoy con la chica más bella del mundo, para que prestarle atención a otra chica si la que me interesa está frente a mí —me sonrojo inmediatamente, y le sonrío tímida.

—Gracias por el cumplido. Me alegra que seas una de las personas a la que le parezco bella y no me miran como si fuera una rata de laboratorio —él se ríe.

—Al principio me impresionaste, es inexplicable como una persona puede tener los ojos violetas —dice mirándome fijo.

Me encojo de hombros.

—Tengo el síndrome de Alejandría. Es poco común encontrar personas como yo —él asiente y la misma chica llega con nuestro pedido.

—Gracias —dice Eze sin mirarla y vuelvo a sonreír por la cara de la chica —Como te dije la primera vez que te vi. Eres hermosa, más que eso. Me encanta el color de tus ojos, es como algo único e irrepetible, una belleza rara y eso me gusta —repite lo que me dijo esa noche en el antro haciéndome sonrojar.

Este hombre es muy romántico. No sé cómo no enamorarme de él.