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46

—¿¡Suspendido por un mes?! —Abro la boca con incredulidad mientras me levanto con un brinco de la silla—. ¡Eso es injusto!

Scaloni me observa desde abajo, aún sentado detrás del escritorio en donde estábamos hablando y se cruza de brazos sobre la madera sin quitarme la vista de encima.

—También han revocado todos tus contratos con las marcas que tenías proyectos y para las sesiones grupales pidieron que estuvieras fuera.

Tallo mi rostro con desesperación. ¿Por qué tienen que ser tan extremos?

—Esto es excesivo Scaloni —bajo el tono de mi voz y vuelvo a tomar asiento frente a él.

—Ellos no lo creen así, aunque te dieron una alternativa —levanto los ojos hacia el techo y respiro profundamente para dejarlo continuar—: tus contratos se mantendrán como antes y podrás retomar todos los proyectos en cuanto desmientas todo y digas que esa relación ha sido una simple broma, un mal entendido gracias a todos los rumores...

—No —sentencio sin siquiera preocuparme por escuchar el resto de sus "condiciones", pero la sonrisa de Scaloni me desconcierta—. No te ves molesto.

—Es obvio que no, cualquiera que te conozca siquiera un poco sería capaz de saber que ni en un millón de años aceptarías ese estúpido trato.

Levanto las cejas al entender lo que dice y me relajo mucho más sobre mi asiento.

—¿Entonces qué pasará ahora?

—Mauricio ya se está encargando de todo y eso será lo último que haga, a petición tuya por supuesto.

Asiento con gesto distraído, pero agradezco en silencio todo lo que Scaloni ha hecho por mí.

—Ni siquiera tengo palabras... Voy a ser más cuidadoso y no nos meteré en más problemas —susurro y por fin le sostengo la mirada, pero una sonrisa ladina y burlona me hace bufar con diversión—, bueno... lo intentaré.

Scaloni se levanta por fin y yo hago lo mismo, pero sus brazos rodeando mi torso son lo que me deja completamente petrificado.

—Sé feliz Lionel, el camino no es fácil ni lleno de flores, pero los resultados de tus esfuerzos serán los que valgan la pena. Nadie puede arrebatarte eso, porque si estás en paz contigo, hallarás la manera de salir adelante.

Mis brazos lo sujetan fuertemente mientras sus palabras penetran en mi cerebro, alojándose en lo más profundo. Para cuando al fin nos separamos sus ojos aguados y enrojecidos me muestran un lado que desconocía por completo de él.

—Gracias —susurro, todavía en shock por lo que acaba de pasar.

—Ahora dime, ¿qué piensas hacer en este mes libre? ¿Piensas dar entrevistas?

—¿A dónde mierda crees que vas? —escucho a Javier gritar a mis espaldas, pero no me detengo mientras echo de reversa el auto y salgo hacia la calle principal.

La sangre todavía hierve en mis venas, la cabeza me punza a causa del enojo contenido y al mismo tiempo, las lágrimas amenazan con resbalar por mis mejillas.

Hace demasiado calor para ser mediados de diciembre, aunque quizá se deba al suéter grueso y de cuello alto que llevo, junto al pants amplio y grueso, sin contar el cubrebocas y gorra negra que hace juego con el resto del conjunto. Seguro me veo muy extraño y mi burda estrategia de "atuendo discreto" llama aún más la atención, pero ya es demasiado tarde para arrepentirme.

Giro en una calle donde hay un enorme letrero que pone "estacionamiento las 24hrs", metro al lugar y me alegro al ver que no hay nadie, al menos no demasiado cerca y mi auto no es el único de lujo aparcado ahí, así que no llama la atención.

Salgo caminando de ahí sin dirigirle la mirada a nadie mientras apretujo mis rizos dentro de la gorra y respiro algo entrecortado por lo que me cubre nariz y boca. No estoy muy cómodo, pero es tarde para arrepentirse, empecé mi berrinche y no pienso retractarme.

Nadie me mira mientras camino sobre la acera, al menos no de forma alarmante, así que puedo seguir mi paso hasta la banca de un solitario parque, en donde me siento sin mucho ánimo.

"¿Qué se supone que hacemos aquí? Deberíamos estar..."

"Chst, déjame tranquilo un momento por favor."

"¿Qué? Por la luna, eres un humano demas..."

"¡Dije silencio! ¿No te das cuenta?"

Mi lobo se queda estático, rara vez le hablo de una forma tan agresiva como lo acabo de hacer. Recuesto la cabeza sobre el respaldo de la banca y observo la copa de los árboles mecerse con el viento, la luz blanca atravesar las nubes grises y a los pájaros volar apresurados para volver hasta sus nidos antes de que la lluvia comience. El aire se siente fresco y huele a que pronto estará diluviando por aquí, pero no puede importarme menos.

Respiro profundo una vez más y dejo que mi cuerpo se deslice en la banca, mis ojos se cierran de a poco, aunque en realidad no tengo sueño, solo me siento lo suficientemente tranquilo para hacerlo.

"¿Ahora lo notas?"

"Lo siento, pero sigo creyendo que eres un humano demasiado raro."

Ruedo los ojos detrás de mis párpados.

"Presta atención, lobo tonto. ¿No lo sientes?"

Puedo ver a mi lobo sentarse sobre sus cuartos traseros y olfatear el aire, mueve las orejas al percibir el sonido de las ardillas corretear y el de los pájaros cuando pasan volando sobre nosotros, el pelaje se le eriza, pero no es de alarma, es porque al fin lo ha notado.

"Es igual que... es como..."

"Sí, como cuando éramos cachorros, dan ganas de correr entre los árboles, ¿no crees?" Suspiro y me enderezo de nuevo solo para recargar los codos sobre mis rodillas, a lo lejos hay una pareja cuidando de su pequeño, que se acerca con un pedazo de pan a una ardilla confianzuda.

Algo se remueve en mi interior cuando me pregunto si algún día yo también podré tener algo así y las ganas de llorar regresan a mí, pero las ignoro.

"¿No te sientes mejor así? Quiero decir... Me siento bastante tranquilo, claro que estoy enojado con Javier, ¿cómo no hacerlo? Pero permitirme salir sin la preocupación de si va a llamar, de revisar los mensajes cada cinco minutos, creo que lo necesitaba."

"Pero si llama o responde los mensajes ni siquiera te vas a enterar porque ahora ya no tienes celular."

"No lo ha hecho en días, ¿qué te hace pensar que lo hará hoy?"

Mi lobo se encoge en su lugar, pero no responde nada. Yo vuelvo a cerrar los ojos y recostarme sobre el respaldo. No sé cuánto tiempo paso así, aunque tampoco me importa, hasta que las gotas de lluvia, antes dispersas y ocasionales, se convierten en algo más constante que me empapa la cara con agua helada.

Al levantarme siento el cuello bastante tenso y dolorido, pero ni siquiera eso mengua mi buen ánimo. Camino sin demasiada prisa hasta el estacionamiento, la luz del sol se ha ido por completo a pesar de no ser ni las seis de la tarde y la lluvia convierte las calles en ríos.

Meto mi mano en el bolsillo del pantalón para llamar a un taxi, pero al sentirlo vacío me acuerdo que ya no tengo teléfono. Me carcajeo yo solo mientras entro a mi auto.

—Lo siento bebé, te acabo de lavar y ahora te vas a ensuciar de nuevo.

Es incómodo sentarse con la ropa empapada, pero lo que en realidad me preocupa es arruinar la tapicería.

Todavía no tengo ganas de volver a la casa ni el humor para enfrentarme a Javier, así que tras verificar que me queda poca gasolina y buscar algo cerca, salgo hacia allá, al ver el mapa con mayor detalle me doy cuenta de que la clínica del doctor Mendoza queda bastante cerca, así que con el tanque lleno, un par de cervezas y comida chatarra en el otro asiento, voy hacia allá.

Al llegar me doy cuenta de que ni siquiera sé si trabajó ese día, tampoco si tendría pacientes o algo más que hacer, pero ya estoy aquí, así que me encojo de hombros y bajo ya sin apresurarme a llegar a la puerta, pues es imposible que mi ropa se moje más.

Toco el timbre sin demasiada esperanza, no se supone que la puerta deba estar cerrada, no se escucha nada del otro lado y el techito sobre mi cabeza, lo único que hace es lanzarme más agua justo sobre la espalda. Un rayo ilumina el cielo y el trueno que le sigue resuena por la calle, cimbrando los cristales de mi alrededor.

Me encojo de hombros al sentirme algo incómodo y expuesto por estar debajo de árboles y además, empapado, así que me dispongo a subir de vuelta a mi auto cuando la puerta es abierta de golpe.

—¡Por la madre luna Guillermo! ¿Cuánto llevas ahí? —El doctor Mendoza hace ademán de salir a la lluvia, pero yo me acerco más rápido para impedir que se moje.

—No demasiado, estaba cerca y quise pasar a saludar —muestro la bolsa de plástico en la que guardé todo lo que compré y sonrío, intentando ocultar el castañeo de mis dientes—. Aunque si soy inoportuno puedo irme de inmediato.

—Para nada hombre, pasa.

Él se hace a un lado y me deja ir primero por el pasillo. Acomoda una jerga en la rendija que queda entre el suelo y la puerta, ya está empapada, pero cumple con su función, porque no hay nada más que esté mojado.

—Detalles que debemos ir arreglando, no sabía que se podía meter el agua —levanto la vista de sus movimientos y me siento descubierto por él.

—Lo siento, ya te mojé todo el piso y además tengo los zapatos llenos de lodo.

—No pasa nada, sígueme.

Me lleva por detrás de la recepción, por una puerta que yo nunca había cruzado, ahí hay un pasillo estrecho con escaleras bien iluminadas que él sube sin decir nada más.

Al llegar arriba hay otra puerta, esta vez no es de aluminio, sino de madera y cuando la abre, el asombro ni siquiera me deja cruzar el umbral.

—¿Todo bien?

Asiento distraídamente al sentir lo cálido del lugar y dejar que mis ojos se acostumbren a la luz amarillenta. No es demasiado grande, hasta donde puedo ver hay una cocina con una parrilla eléctrica, unos cuantos vasos, platos y cubiertos, todos sobre una mesita de madera; también está el comedor, con otra mesa de madera igual de pequeña, pero con un florero de plástico en el centro y dos sillas de madera. La sala tiene apenas un sofá gris de una plaza y un puff del mismo color frente a una pantalla plana de 60 pulgadas.

—¿No piensas pasar? No te preocupes por el agua, eso se limpia, pero odiaría que te enfermaras por mi culpa.

—¿Vives arriba de la clínica? —es lo único que puedo responder, sigo asombrado.

—¿Por qué la sorpresa? —Mendoza cierra la puerta detrás de mí y me indica que lo siga por la casa—. Compré el edificio completo, así que sí, mi clínica está abajo y yo vivo aquí. Aún hay mucho qué arreglar porque no estaba hecho para ser una casa, pero hago lo que puedo.

—Es muy linda, felicidades de nuevo por haber logrado esto —susurro mientras entro al baño, ya que él sostiene la puerta para mí.

—Dáme eso —extiende la mano para que le de mis cosas, lo cual hago, ya ni siquiera recordaba que las traía—. Dáte un baño con agua caliente y deja la ropa en ese cesto, cuando salgas, ve a la habitación al fondo del pasillo, ahí vas a encontrar algo de ropa seca.

Ni siquiera me deja responderle algo cuando el chasquido de la puerta al cerrarse llena el silencio.

Me desvisto con la mandíbula apretada para no dejar que mis dientes choquen entre sí por el frío y uso mi pantalón para limpiar el suelo, aunque lo único que hago es esparcir aún más el lodo. Pongo todo en el cesto como él me dijo y entro a la regadera para dejar que el agua me resbale por la espalda. No estoy seguro de si ya tiene la temperatura adecuada, pero mi cuerpo está tan frío, que incluso así, el agua que sale de la regadera se siente caliente.

Pronto dejo de tiritar y el pequeño baño se llena de vapor conforme pasa el tiempo. Mendoza tiene todo bastante bien arreglado en aquél lugar, por lo que no hay necesidad de preocuparme por pedirle una toalla.

Al abrir la puerta giro la cabeza en todas direcciones, pero el doctor parece no estar por ningún lado, así que camino rápidamente hasta donde me indicó. Es su habitación, eso es seguro, solo hay una cama matrimonial, un mueble sencillo de madera con lociones y otra pequeña mesita con una tele ligeramente más pequeña que la de la sala. Sobre la cama ya estaba la ropa, un conjunto abrigador de pants y sudadera, con una playera blanca de algodón, también hay un paquete nuevo de ropa interior y otro de calcetines.

Para cuando termino de cambiarme ya me siento completamente repuesto y calientito. Al salir de la habitación camino hacia la sala con paso inseguro, es extraño moverme con demasiada confianza por una casa que no es la mía, al llegar ahí me topo con aquél hombre dándome la espalda, parece que prepara algo en la parrilla eléctrica, así que me aclaro la garganta para anunciar mi llegada.

—Yo... muchas gracias —termino de acortar la distancia entre él y yo—. Me siento mucho mejor ahora.

—Me alegro mucho, me preocupaba que pudieras enfermarte —él remueve algo en una pequeña olla sin mirarme aún—, ¿ya comiste? Seguro que no, así que hice algo de caldo para que entres en calor.

—No era necesario Doctor, yo...

—Oh por favor, llámame Antonio, no es necesario tanta formalidad —él se mueve rápidamente para servir dos platos humeantes y llevarlos hasta la mesa de la sala.

Ya está todo ahí, listo para que nos sentemos a comer, así que eso hacemos. El calor se extiende desde mi estómago hasta la punta de mis dedos con la primer cucharada.

—Perdón por haber llegado así de repente, me quedé sin teléfono y no tenía forma de avisar que venía —comento cuando siento que el silencio se hace demasiado pesado.

—No pasa nada, acabas de hacerme ver que necesito un timbre —ambos nos reímos mientras seguimos comiendo—. Puedes tomar el teléfono si lo necesitas, por si quieres avisarle a alguien que estás aquí.

—No es necesario, gracias.

El silencio vuelve a hacer acto de presencia en la habitación, por lo que el suspiro que sale de mis labios es bastante audible.

—¿Ocurre algo? Sé que no somos del todo amigos, pero si necesitas hablar de algo, puedo escucharte sin problema —Antonio interrumpe el caótico y para nada agradable hilo de mis pensamientos, provocando que me ahogue con el caldo.

—No te preocupes, solo son problemas estúpidos —respondo una vez que recupero el aire.

—No creo que sean tontos si te ponen así —dice en voz baja, comiendo lentamente y como si quisiera pasar desapercibido en realidad.

Lo observo por un momento y me doy cuenta de lo jóven que luce sin su uniforme, quizá hasta unos diez años menor que yo.

—Como sea, no es algo de lo que quiera hablar ahora mismo —termino la última cucharada de caldo y me levanto de la mesa para lavar mi plato, pero él me detiene.

—Cuando yo acabe lavo todo, no te preocupes, ven a sentarte en la sala.

Antonio se levanta de un brinco y comienza a recoger la mesa, así que le ayudo con eso, al terminar, ambos nos sentamos, yo en el puff y él en el sofá.

—¿Qué te gustaría hacer? Tengo todas las plataformas de películas, también videojuegos o si te gusta la tele abierta, igual podemos ver algo ahí —sugiere extendiéndome el control remoto.

Yo lo tomo y al mismo tiempo saco una cerveza de la bolsa, la cual le paso y él recibe con gusto, agarro una para mí y comienzo a buscar algo sin demasiada importancia para poder pasar el rato.

—No puedo creer que pasa de medianoche, no sentí que fuese tanto tiempo —me levanto del puff y la columna me cruje como si de una ramita seca se tratara, pero no me sorprende, haber estado sentado más de 4 horas seguidas no puede dejar otro resultado.

Él imita mis movimientos, pero a diferencia de mí, su cuerpo no emite un solo ruido.

—Lo que es la juventud... —murmuro.

Él me mira confundido, pero lo capta luego de un momento y suelta una carcajada.

—¿Seguro que te vas? Puedes quedarte, tengo una colchoneta para dormir en la sala —dice sin mirarme mientras recoge todas las latas aplastadas y las mete en la misma bolsa donde venían.

—No te preocupes hombre, traigo el auto, solo... ¿Podrías regalarme una bolsa de plástico? Necesito llevarme la ropa que traía.

Él asiente y camina rápidamente hasta la cocina, de donde no me sorprende que saque una bolsa llena con más bolsas, rebusca un poco hasta dar con una de buen tamaño y me la entrega.

—Muchas gracias por recibirme, ya sabes, si necesitas contactarme, te dí el número de Javier.

—Claro, espero que recuperes pronto tu celular, cuídate mucho y vuelve cuando quieras.

El camino de vuelta a casa lo hago lo más lento que puedo, me siento como cuando era adolescente y tomaba las calles más largas con tal de pasar tanto tiempo fuera como pudiera.

Para cuando al fin me estaciono, todas las luces están apagadas, excepto la de la calle, así que entro a casa con sumo cuidado, apenas tocando el suelo con las calcetas prestadas.

Casi me resbalo a causa de lo lisos que están los azulejos y mi mano aprieta con fuerza mis zapatos empapados, que me tuve que poner sin calcetas al menos para manejar y así no volver a mojarme los pies.

Estoy por llegar a las escaleras, ni siquiera Monie había advertido mi presencia, cuando la luz ilumina todo el pasillo y en lo alto, la figura de la imponente alfa me espera. Sus brazos cruzados y bien apretados, el ceño fruncido y ese casi imperceptible tic en el ojo me provoca escalofrío por la columna.

Una vez más me siento como un adolescente, pero uno metido en muchísimos problemas.

—Francisco —me llamó por mi primer nombre, ahora sí estoy muerto—, ¿se puede saber en dónde estabas y por qué vuelves a esta hora?

Subo las escaleras en contra de mis instintos. Mi lobo se hace lo más pequeño que puede y chilla en cuanto nos acercamos lo suficiente a la mujer. Ahora estamos a solo dos escalones de distancia, puedo verla perfectamente a los ojos, pero aún así, me sigo sintiendo diminuto.

—Estaba en casa de un amigo, no vi que se había hecho tan tarde —mi tono de voz es tranquilo, contrario a lo asustado que estoy.

—¿Y acaso no pudiste avisarme? Me tienes en ascuas, hombre, ¿qué necesidad tengo yo de estarte esperando despierta?

—Quizá si Javier no hubiese ahogado mi celular, podría haber avisado —mascullo—, yo no le dije que se quedara despierta, ya no tengo veinte años.

Su ceño fruncido pasa a uno de falsa sorpresa y es en ese momento en el que sé que la he terminado de cagar.

—Ah mira, ahora resulta que eres la única persona en todo el país con celular, ya entiendo. Y estúpida yo por preocuparme por ti, ¿verdad?

—N-no, no quise...

—¿Entonces qué quisiste decir, Francisco?

Suspiro, derrotado, y termino de subir los escalones. Una vez más mis instintos de supervivencia me dicen que corra en sentido opuesto, pero años de experiencia me hacen saber que no es lo mejor.

La rodeo con los brazos, sus hombros tensos se tensan aún más mientras se remueve para tratar de zafarse, pero no la dejo.

—Lo siento, no volverá a pasar, gracias por preocuparse por mí.

Eso termina de convencerla, así que deja de forcejear y me rodea con sus brazos también.

—Ve a dormir, hijo, mañana hablamos de lo que pasó hoy.

Asiento y me pierdo en la oscuridad al entrar en mi habitación.

La luz del mediodía me golpea directo en la cara cuando alguien abre las cortinas de golpe.

—¡¿Se puede saber dónde mierda te metiste anoche?! —Javier grita a menos de un metro de mí.

—¿Qué carajo haces? —apenas si se escucha mi voz, no tengo fuerza para hablar más fuerte.

—¿De quién carajo es esa ropa, Guillermo? ¡Huele a alfa! ¡¿Es en serio?! ¿¡Tú haciendo estas estupideces!? ¡No lo creo, voy a matarte!

No tengo tiempo ni de decir "hola" cuando el sonido de la puerta al azotarse me sobresalta.

Giro sobre la cama hasta quedar bocarriba, mientras observo el techo la realidad me golpea y lo que Javier dijo cobra sentido. Me pongo de pie rápidamente, lo que hace que me maree un poco, pero sin que me importe demasiado.

Salgo corriendo del cuarto para tratar de alcanzarlo, él ya está en la cocina, hablando con Raúl. Para cuando ambos notan mi presencia, sus miradas se posan en mí de forma pesada; Javier tiene el ceño fruncido y Raúl luce más incrédulo que nada.

—Javier, no saques conclusiones apresuradas...

—¿Ahora vas a decirme que todo es un malentendido y nada es lo que parece?

Asiento y él rueda los ojos, sé que no me cree.

—Es la verdad Javier, tienes que creerme...

—Ni siquiera debería desconfiar de ti, Guillermo, pero por la forma en la que te fuiste ayer, ese actuar tan infantil... ahora mismo no sé si podrías ser tan hijo de puta como para fallar de esa forma.

—¡Hice lo que hice porque de lo contrario, te habría partido la cara ahí mismo! —me es imposible no levantar la voz, ni siquiera el estar en la cocina de la señora Balcazar me detiene.

—¡¿Ah sí?! ¿Ahora es mi culpa tu actitud de adolescente?

Javier se acerca amenazante hasta mí, pero yo no retrocedo ni un paso. Nuestras miradas se cruzan mientras respiramos muy agitados, sé que esto podría acabar muy mal, pero no es algo que me importe demasiado ahora mismo.

—Atrévete a decir que yo fui el infantil una vez más y voy a partirte la cara —susurro.

Javier sonríe de lado y ambos sabemos lo que sigue.

Dos de sus dedos me golpean la frente cuando me empuja la cabeza con fuerza y retrocede un paso.

—Eres como un puto lobato llorón, berrinchudo, impulsivo y rebelde— comienza a caminar a mi alrededor y yo solo aprieto los puños, mientras contengo el aliento —, sales corriendo y te desapareces, preocupas a mi madre y luego regresas oliendo a otro alfa.

Eso me hace gruñir por lo bajo, a modo de advertencia.

Él lo nota y su sonrisa se hace más amplia.

—Eres como un alfita cualquiera...

Mi lobo gruñe y enseña los dientes mientras toma posesión de mi cuerpo, ahora no hay marcha atrás.

Mi puño golpea de lleno la mandíbula de mi mejor amigo, haciendo que dé un par de pasos tambaleantes hacia un lado, pero alcanza a sostenerse del fregadero, por lo que se recupera de inmediato, solo para arremeter contra mí de una buena tacleada.

Mi cabeza choca contra el refrigerador mientras su puño se estampa contra mi pómulo, pero yo ya lo tengo agarrado de la playera y sin importarme el dolor en la cara, lo tiro de espaldas solo para ponerme sobre él y darle otro buen puñetazo.

Hemos peleado muchas veces, pero esta vez se siente diferente, él ha tocado una fibra sensible y no pienso dejarlo pasar.

Rodamos sobre el piso mientras cada uno trata de golpear al otro y justo cuando me tiene contra el suelo y mi labio sangra, su puño se dirige a mi nariz, pero una fuerza externa lo arrebata de encima mío.

¿Me pueden explicar qué carajo están haciendo? ¡Y en mi cocina!

Me levanto de un brinco y observo a Javier siendo sostenido por su madre. También le sangra el labio, su mandíbula se ve roja y tiene la ropa jalada y desacomodada, igual que yo.

¿Qué se creen para pelear así en mi casa?

La voz de mando, sumada al tono molesto de quien considero mi madre adoptiva, me hace encogerme en mi lugar. Javier parece poner más resistencia, pero tampoco se le ve tan molesto como antes.

El silencio inunda el lugar, nadie se atreve a decir nada y yo ni siquiera quiero levantar la vista del suelo, pero lo hago, solo para encontrarme con la mirada reprobatoria de Raúl, quien nos mira alternadamente a Javier y a mí.

—Bien, como ninguno de los dos contesta, ambos van a limpiar este desorden juntos y se irán al supermercado juntos a comprar todo lo que rompieron y regaron, más les vale reconciliarse en ese momento o verán que jamás se es demasiado grandecito como para evitar un buen castigo.

La señora Balcazar suelta a su hijo sin mucha delicadeza, pero él no se mueve de su lugar, ambos sabemos que no debemos hacerlo.

¿Entendido?

Javier y yo nos miramos por un instante y la rabia vuelve a surgir de nuestro interior, lo sé porque yo la siento subirme por la garganta hasta formar un gruñido gutural que él imita.

"Estamos muertos".

—Ah... miren nada más, incluso conmigo aquí enfrente se atreven a seguir peleando. Bien, ahora deberán curarse esas heridas uno al otro. Raúl —mi amigo, que había estado siendo un silencioso y casi fantasmal espectador, se sobresalta antes de poder responder un tembloroso "¿sí?" —, vas a vigilarlos y si vuelven a gruñirse o siquiera se atreven a verse feo, me hablas de nuevo.

Javier y yo levantamos la vista por fin, pero esta vez toda nuestra ira va dirigida al alfa que palidece de golpe mientras observa a su suegra salir de la cocina sin mayor problema.

Sus labios se mueven al tratar de balbucear alguna excusa, pero es tarde, Javier y yo ya no lo estamos viendo, dejando para después ese tema.

—Voy a traer la escoba y el recogedor, recoge los trastes que no se rompieron mientras tanto —ordena Javier antes de salir de la cocina.

Bufo, pero no hay nada que pueda hacer, él ya se fue y me toca hacer lo que dijo.

Raúl se hace a un lado con prisa, pero Javier ni siquiera lo voltea a ver y yo sonrío de lado.

La peor parte es comprar todo lo que rompimos, porque los trastes de la señora eran casi reliquias, por lo que es difícil encontrarlos, así que tras una muy tensa plática, javier y yo llegamos a la conclusión de que reponer los trastes no es la mejor opción, sino cambiar toda la vajilla, de lo contrario, el llevar trastes diferentes a los existentes nos haría acreedores de otro regaño.

Las especias que se regaron por el suelo eran irrescatables, así que una ida al mercado, bajo el silencio más incómodo y tenso que ha habido entre nosotros nunca, nos tomó más de una hora en coche.

—¿Eso es todo? —Pregunta Javier tras cerrar la cajuela.

—Eso creo —respondo en el mismo tono seco e impersonal.

Ambos nos quedamos en silencio un par de segundos antes de subirnos a la camioneta del señor Hernández. Es una suzuki XL7 color cobre, pero al menos llama menos la atención que mi auto y le caben más cosas. Me quedo sentado sin hacer nada y con las manos en el volante por un momento, a mi lado Javier se pone el cinturón de seguridad, pero no se gira a verme de ninguna manera.

Suspiro sonoramente y arranco el auto, pero giro en otra esquina, en dirección contraria a la casa, lo que hace que esta vez, Javier sí me voltee a ver.

—Era a la derecha, Guillermo.

—Uhum —murmuro y él se encoge de hombros, dispuesto a seguir viendo por la ventana sin decir nada.

Cuando al fin llego a donde quería ir, él ni siquiera se gira a verme, por lo que me bajo, compro al menos unas diez cervezas y regreso al auto. Destapo una, le doy un trago y luego destapo la otra, que le tiendo a Javier sin verlo.

Luego de unos segundos de verme como si fuera un desconocido, él la toma.

—¿Acaso prefieres dormir en el ministerio público que en casa? Eres más idiota de lo que creí...

Me termino mi cerveza de un solo trago, aplasto la lata y la meto en la misma bolsa en donde venía.

—¿En serio piensas que me acosté con otro alfa solo por venganza? —suelto sin darle más vueltas.

Javier se atraganta con su cerveza y se queda sin responder hasta que se la termina. Yo arranco el auto y comienzo a manejar de vuelta a su casa.

El silencio sigue siendo pesado mientras él estira la mano para tomar otra cerveza, abrirla y darle un largo trago.

—No en realidad, por eso me sorprendió encontrar ropa con otro aroma en tu cuarto.

—Ni siquiera me dejaste explicártelo.

—No quería escuchar excusas.

—¡No iba a darte excusas! Iba a decirte la verdad.

Más silencio...

—¿Y bien? —dice, aplastando su tercera lata.

—Fui infantil al salir corriendo así, lo admito —él hace un sonido que me molesta un poco, pero trato de ignorarlo y continuar—, pero no fue un berrinche, necesitaba despejarme, lo que hiciste con mi teléfono fue solo la gota que colmó el vaso. Lo que está haciendo Lionel me tiene molesto y triste, así que ese día me fui a un parque a tratar de respirar sin llorar.

Tomo aire y trago saliva para deshacer el nudo que se forma en mi garganta antes de continuar.

—Empezó a llover y yo aún no quería regresar a casa, así que conduje hasta el consultorio de Antonio... el doctor Mendoza y me quedé ahí hasta que terminamos las cervezas y las películas que habíamos puesto. Ese día llovió mucho, yo llegué empapado a su casa y él me prestó esa ropa, su casa y me dejó bañarme, esa es toda la historia.

Termino hablando demasiado rápido y no es por otra cosa, sino porque el nudo ha vuelto y las lágrimas no me dejan hablar con normalidad.

—No importa cómo estén las cosas entre nosotros, no me atrevería a fallarle a Lionel de esa forma ni mucho menos a mí, no soy esa clase de persona —murmuro con la poca voz que me queda.

Hemos llegado a la casa, así que apago la camioneta, pero nadie hace el intento de bajar. Tomo una cerveza y bebo casi la mitad de un solo trago, esperando a lo que Javier tenga que decirme.

—Lo siento —susurra después de un momento —, no debí decirte que eras como los demás alfas ni suponer lo peor, debí esperar a que me contaras la verdad. Entiendo un poco el cómo te puedes estar sintiendo, así que entiendo tu forma de actuar, pero no estás solo Pancho, tienes una familia que bien o mal va a estar contigo aún si no quieres.

—Lo sé...

—Voy a reponerte el teléfono...

Suelto un bufido divertido por lo bajo y me termino mi cerveza. Javier hace lo mismo, tira ambas latas y abre dos más.

—Maldita sea... mi madre siempre se sale con la suya.

Me rio por lo bajo y asiento.

—Es una gran alfa y madre —digo con nostalgia y cariño.

—Lo es... y te ama demasiado.

Una vez más, nos quedamos en silencio, pero ya no es incómodo. Las dos latas son aplastadas al mismo tiempo, pero ya no hacemos el intento de abrir otra.

—¿Qué vamos a hacer con el metiche de tu novio? —pregunto en voz baja.

Ya no hay enojo en nuestras voces, así que por ahora, estamos a salvo de la señora Balcazar.

—Ni me lo menciones, solo acordarme hace que se me suba la bilis.

—Tú puedes hacer algo muy fácil, pero yo también quiero venganza.

Javier suelta una carcajada y asiente.

—Ya lo pensaremos, por ahora hay que terminar de acomodar todo en la cocina y tirar los demás trastes, pero sin que mi madre se de cuenta o...

Ambos nos vemos a los ojos y sabemos que se nos ha ocurrido la misma idea. Una sonrisa ladina y traviesa aparecen en nuestros labios al estar de acuerdo sin siquiera haberlo hablado. 

◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇▪︎◇

Le dije que nos veríamos pronto.

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