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Lionel, más te vale que despiertes de una maldita vez o voy a ir a tu casa y te voy a sacar de las orejas —La voz de Scaloni suena amenazadora, pero ni siquiera eso logra sacarme de la bruma en la que me encuentro.

Sé que debo apresurarme, sé que debo levantarme ya, pero el cuerpo me pesa como si estuviera hecho de plomo, ni siquiera logro sentir a mi lobo, que ronca como un puto tractor.

"Bien hecho, te agotaste tanto que ahora parece que vas a morir." Lo regaño, pero no me hace caso, simplemente cambiando de posición para seguir durmiendo.

¿Me estás escuchando?

Sí, sí, ya oí, dile al chofer que pase por mí en treinta minutos y que me consiga un buen mate por favor, no tendré tiempo de prepararme nada. —Scaloni bufa al otro lado de la línea, pero no dice nada más.

Según mi cerebro, que analiza la hora a través de uno de mis ojos medio abierto, son las seis y treinta de la mañana, lo que quiere decir que llevaba solo media hora durmiendo.

Me levanto de la cama con tanta pereza que siento que podría volver a tumbarme en la alfombra y quedarme dormido de inmediato, pero me obligo a arrastrarme hasta el baño y, sin pararme a pensarlo demasiado, me meto debajo del chorro de agua fría, lo que me activa de inmediato, haciéndome soltar una maldición entre dientes, pero me obligo a permanecer debajo del chorro helado.

Los restos del semen que me dejé encima me pican ahora que soy consciente de eso, pero lo resuelvo rápidamente con agua y jabón. El timbre del apartamento suena dos veces, se detiene y vuelve a sonar, por lo que sé que es Scaloni y no tardo en escuchar la puerta ser abierta y sus pasos acercarse hasta mi habitación.

—Por la luna LIonel —masculla al entrar —, ¿eres un maldito adolescente? ¡Apesta!

—Buenos días para ti también Scaloni —saludo desde mi posición, enjuagando mi cuerpo rápidamente y cerrando la llave en cuanto acabo.

—¿Por eso estás tan cansado? ¿Qué mierda estuviste haciendo toda la noche? Sabías que tenías una entrevista por la mañana y una sesión de fotos. —Salgo del baño con una toalla en la cintura, dejando todo un rastro de agua hasta mi cama por mi cabello mojado —. ¿Pasó algo con Guillermo? No tengo por qué meterme en tu vida, pero te veías tan bien con él, que no creí que pudieras hacerle esto, aunque no huele a omega... ¿fue con un beta?

Suspiro sonoramente ante el parloteo de mi entrenador, pero lo dejo terminar mientras me busco algo de ropa cómoda.

—Scaloni, respira por favor —le digo en tono bajo, viéndolo a los ojos mientras me pongo los boxers negros, el único requisito que debo cumplir para mis actividades —, sigo con Guillermo, lo que pasó anoche fue... él está enterado ¿Bien?

—Oh... y-yo, sí, bien —responde él, viendo hacia cualquier parte de la habitación menos mis ojos —. Te traje esto.

Me extiende una bolsa de papel desde donde sale el aroma exquisito de un croissant con jamón, mientras que en la otra mano sostiene una de las materas hechas de madera que suelo dejar en la camioneta.

—Date prisa, la entrevista no puede posponerse y por lo que veo, van a tener que maquillarte esos ojos de mapache que cargas.

—Odio esa mierda —me quejo, terminando de ponerme los zapatos deportivos que hacen juego con la bermuda y la camiseta de algodón.

—Debiste pensarlo antes de desvelarte.

Ruedo los ojos, pero no respondo nada, comenzando a caminar hacia la salida luego de tomar la bolsa de papel y el mate. Scaloni me sigue de cerca, no sin antes detenerse a abrir el enorme cancel de cristal que da al balcón, me giro para observarlo con una clara duda en la cara, él solo se encoge de hombros y dice:

—Es para que se ventile el lugar.

Asiento y continúo el camino hacia la camioneta que nos espera. Ya estoy más que acostumbrado a ese tipo de cosas, los años que llevamos de conocernos nos han hecho cercanos y confiados, por lo que ni siquiera es algo que me ofenda o incomode.

En mi interior, mi lobo se despereza con un enorme bostezo, agitando el pelaje color gris y estirándose, notablemente más descansado que yo. El bostezo se me contagia, por lo que debo girar la cabeza en otra dirección para poder hacerlo a gusto.

—De verdad no has dormido nada, ¿verdad? —pregunta el entrenador sin siquiera levantar la mirada del teléfono.

—Sí, anoche mi lobo tomó completo control de todo y eso nos dejó muy agotados.

—¿Qué? ¿Tu lobo tomó control de ti? ¿Él puede hacer eso? Quiero decir tú, ustedes... ¿Son como dos personas diferentes?

—¿Qué? —es mi turno de preguntar, confundido con su respuesta —. ¿Ustedes no?

—Solía poder charlar con él, pero eso fue cuando era un lobato, ahora solo siento sus emociones, a veces escucho un poco sus pensamientos o algo así, pero no, nunca ha tomado control de mí ni es como si hubiese alguien más en mi mente. —No sé qué cara pongo en ese momento, pero Scaloni parece bastante preocupado e intrigado —. ¿Estás bien?

—¿Entonces estoy loco? —pregunto con la voz un poco distraída. Él suspira, pero niega antes de responder.

—No lo creo, dime qué ves o cómo lo ves —dice con ojos entrecerrados. Es mi turno de suspirar, dándole un último bocado al croissant y un sorbo al mate.

—Es como... —dudo, ¿cómo explicas algo que crees que todos conocen? —, como si mi cerebro estuviese compartido con el de alguien más, en este caso ese alguien es mi lobo; puedo verlo de cuerpo entero, como en tercera persona y él me ve a mí, pero yo no veo lo que él ve, solo escucho su voz, que básicamente es mi voz, pero más grave, también sé que piensa por sí solo y a veces hablo con él, pero al mismo tiempo todo eso pasa dentro de mi mente.

Mi explicación es rápida y caótica, pero creo que entendible, o eso pensaba hasta que veo a Scaloni más confundido que antes, incluso asustado.

—¿Seguro que no te drogaste anoche Lionel? —Mis párpados caen y lo observo con una expresión cansada, por lo que él se acomoda en su asiento, recuperando la compostura —. Escucha, eso no es algo que haya escuchado antes, supongo que no todos tenemos esa suerte de ver a nuestros lobos, en mi caso, solo siento lo que él siente y puedo reprimir esos impulsos un tanto salvajes que llegan a surgir, pero si algo como lo que tú dices pasara, creo que me volvería loco, puesto que pareces tener los instintos mucho más a flor de piel.

Me siento como en un sueño extraño donde nada tiene sentido, nunca me había considerado raro o tan diferente al resto, pero ahora siento que Scaloni me verá como un bicho raro por el resto de mi vida.

—Olvida todo lo que dije por favor —le pido, bebiendo el último sorbo de mate, pero lo mantengo en mis labios para tener algo más en qué pensar que no sea la mirada confundida del alfa frente a mí.

—No veo por qué, no creo que seas raro ni nada de eso si es lo que temes, solo es algo que nunca había escuchado.

Iba a responder, pero el chofer de la camioneta nos indica que hemos llegado, por lo que debo bajar rápidamente, seguido por Scaloni y un par de personas del staff.

El caos que me rodea la siguiente hora es agotador, una omega me maquilla las ojeras mientras otro me arregla el cabello, una alfa me arregla la ropa con la que debo salir a grabar la entrevista y un beta me acomoda todos los cables dentro de la camisa para fijar bien el micrófono y el auricular y evitar que se muevan.

Estoy acostumbrado, pero quizá por lo de anoche mi cuerpo se siente más sensible y mi lobo irritable, lo que me provoca apretar los dientes para impedir gruñir con molestia al sentir tantas manos sobre mi cuerpo y diversos aromas entrar por mi nariz.

—Sales en cinco minutos Lionel —dice Scaloni, aún distraído con su celular.

—Por favor dime que ya es lo último, quiero unas vacaciones.

—¿Vacaciones? Acabas de ganar la final de un mundial Lionel, ¿crees que es momento para vacaciones?

—No fui el único, pídele a alguien más que haga las entrevistas.

Scaloni rueda los ojos con hastío, negando con la cabeza, pero en vez de negarse, solo me responde:

—Haz tus deberes, hablaré con tu representante y después vemos lo de las vacaciones, pero mientras eso pasa, concentrate.

Suspiro con resignación y soy arrastrado lejos de él, hacia una zona iluminada, con un par de sofás individuales y el entrevistador que me espera sentado, junto a todas las cámaras y personal listos para empezar a grabar.

—Te estoy diciendo que después veremos eso Lionel, ya ponte los zapatos por favor —me regaña Scaloni por cuarta vez en el día, mientras el décimo atuendo deportivo es acomodado en mi cuerpo para la sesión de fotos.

Estoy agotado, no solo físicamente. Mi cabeza le da vueltas a cómo hacer para salir de vacaciones pronto y a todos los lugares a los que podría ir junto a Guillermo.

"Eso, mejor primero planeemos todo para nuestro omega y cuando al fin nos den espacio, no vamos a perder tiempo decidiendo a dónde ir."

Acepto la propuesta de mi lobo y salgo a la zona donde más cámaras y muchos pares de ojos me esperan.

Llevo todo el día sin siquiera poder revisar el celular, de hecho creo que lo dejé sobre mi cama, porque no lo he escuchado sonar ni una sola vez. Pasan de las tres pm, no he comido, no he hablado con Guillermo y siento que en cualquier momento voy a salir corriendo del set con tal de tomar un poco de aire, pero no puedo siquiera terminar de imaginar cómo escapar cuando el director de cámara me pide acomodarme para empezar a fotografiarme.

—¿Hay más? —pregunto medio dormido desde el asiento trasero de la camioneta al enterarme que aún no puedo ir a casa.

—Sí, es una marca de perfumes para betas, es lo último del día —responde el manager, igual de cansado que yo.

—Despiertenme cuando lleguemos —digo a media voz, ya más dormido que consciente.

Y así lo hacen, pero no siento que haya pasado demasiado tiempo, estoy total y absolutamente más cansado que cuando fui a dormirme, incluso si tardamos quince minutos en llegar al nuevo set de fotografía.

Aún siento al manager sacudirme del hombro, pero mis ojos se niegan a abrirse hasta que el aroma a mate, amargo y caliente, me hace levantar la cabeza.

—Eso es, ahora bébelo y vamos adentro —dice con algo de diversión en la voz, él también tiene uno en la mano y le da largos tragos mientras camina hacia la entrada del edificio.

—¿Qué hora es? —pregunto luego de quemarme la lengua y maldecir por lo bajo.

—Las seis de la tarde, en teoría la sesión va a durar dos horas, así que si todo sale bien, a las nueve ya deberías estar de regreso a casa —asiento distraídamente, intentando no pensar demasiado en eso.

—Señores, lo sentimos, pero Eri... la otra modelo va retrasada por una hora, me temo que debemos esperar —nos dice un beta de aspecto nervioso apenas atravesamos las puertas del ascensor.

Mi mánager hace gestos poco discretos para callarlo y el chico hace lo posible por corregirse, pero incluso con mi cansancio mental y lo somnoliento que estoy, alcanzo a escuchar todo.

—¿Erika va a estar aquí? ¿Por qué? —pregunto con molestia, enfrentándome a la mirada renuente de mi manager e intimidando al beta.

—No es personal Lionel, es solo una maldita sesión de fotos, igual a la que tuviste cuando se conocieron, haz tu trabajo y ya.

—Claro que haré mi trabajo, pero quiero saber por qué aceptaste que trabajara con ella cuando dije muy claramente que no quería volver a tenerla cerca.

—Escucha —suspira con hastío, sosteniéndome la mirada, pero sin que logre sentirme intimidado —, desde esa vez que salió en la entrevista el internet explotó, todos volvieron a hablar de ustedes y su relación, son una de las parejas en tendencia y ¡solo hablaron dos minutos! Ni siquiera estaban frente a frente, ¿qué se supone que haga yo contra la publicidad que eso significa?

—¡No necesito la maldita publicidad! —digo casi gritando, por lo que aprieto los dientes y respiro profundamente antes de continuar —, no necesito esa publicidad, no quiero más controversias con esa mujer ni que nos vuelvan a emparejar.

—Lionel, llevas años dentro de la empresa, sabes mejor que nadie que cualquier oportunidad hay que aprovecharla, además —el manager mira hacia todos lados antes de bajar la voz para hablar —, dijiste que quieres irte de vacaciones y ya hay gente especulando con que conseguiste una novia durante el mundial.

—Mi vida privada tiene que importarle una mierda a los demás —respondo sin bajar la voz, provocando que varios de los presentes, aquellos que escuchaban indiscretamente, se giren rápidamente para fingir que no me prestan atención.

—Eres una maldita celebridad Lionel —dice el alfa, ya mucho más molesto y alterado que antes —. Escucha, te propongo algo.

Él me observa y luego de que ambos suspiramos tratando de calmarnos, continúa hablando:

—Haz esto sin ponerlo difícil, coopera con nosotros, con la marca, en general portate bien, que se vea natural y yo me encargaré de darte esas vacaciones que tanto quieres lo más pronto posible, ¿de acuerdo?

Suspiro de nuevo, no muy convencido ni feliz con la propuesta, pero ¿realmente tengo otra opción? No lo creo, así que no me queda otra más que aceptarlo a regañadientes.

—De acuerdo, pero quiero un mes libre.

—¿¡Un mes!?

—O no hay trato —digo con firmeza antes de que pueda negarse. Él cierra la boca con fuerza, haciendo una mueca graciosa, pero asiente y se da media vuelta para alejarse de mí.

Me quedo solo por fin, pero no dura demasiado, pues un par de maquillistas llegan para llevarme a mi lugar y empezar a acomodarme el cabello, arreglar mi ropa y maquillarme.

No entiendo por qué los comerciales de perfumes deben ser en poca ropa, pero en mi estado irritable y sensible, el que me toquen demasiado me pone de malas, sobre todo cuando debo permitir que un par de omegas me manoseen el pecho para ponerme crema y delinear mis músculos para marcarlos más.

"A nuestro omega no le gustará esto."

"Es nuestro trabajo, no es como si pudiera evitarlo, él también debe hacer este tipo de cosas a veces."

Sé que tengo razón, sé que mi lobo lo sabe, pero aún así, siento que esas palabras no solo lo hacen enojar a él, sino también a esa parte de mi cerebro que parece no comprender razones. Agito la cabeza para olvidar esa sensación de molestia y escucho al camarógrafo llamarme para hacer un par de tomas previas.

—Erika vendrá en unos minutos, pero llegará casi lista, así que debemos agilizar esto, todos nos queremos ir cuanto antes —dice en tono apremiante.

Todos a mi alrededor parecen cansados y hartos, así que pongo todo de mí, la última barra de energía que me queda, ese último respiro para que todo salga bien en una sola toma y así pueda largarme cuanto antes.

Erika llega, como bien dijeron, peinada y maquillada, por lo que solo debe cambiarse, lo cual hace en tiempo récord, lista para hacer lo mismo que yo.

Fue una de las cosas que más me gustaron de ella en un inicio, su facilidad para adaptarse a su entorno, lo rápido que parecía agradarle a los demás y esa sonrisa tan natural. Solíamos trabajar mucho luego de conocernos, coincidiendo en más de una sesión, eso nos acercó demasiado, cada vez más, hasta que nuestra relación empezó sin siquiera darnos cuenta, una noche solo fuimos a cenar y la besé sin pararme a pensarlo demasiado.

La química que teníamos no era mentira, hasta que me di cuenta de que parecía ser algo natural en ella. Todos eran conscientes de nuestra relación, después de todo, no puedes engañar a tus ojos y no dejar que miren con amor a alguien que no quieres, así fue como también me di cuenta que esa hermosa modelo colombiana me había estado engañando con otro modelo francés casi frente a mis ojos, durante un año entero.

Nuestra ruptura fue casi tan paulatina como el inicio de nuestra relación, al menos para el ojo público, porque seguíamos trabajando codo a codo por los contratos anuales que habíamos firmado, pero los medios y quienes nos conocían sabían que luego de las sesiones yo me iba solo, ya no la esperaba ni la veía con amor, así que los rumores corrieron rápido y yo jamás desmentí nada, pero tampoco quise volver a verla fuera del trabajo, para posteriormente, no aceptar una sola propuesta que la incluyera.

—¡Corte! —escucho a lo lejos, mientras Erika me agarra de la nuca, con los labios pegados al cuello, en cuanto el mensaje llega a mi cerebro le aparto los brazos de mí y me alejo un par de pasos para ver al director con molestia; la escena aún no había terminado. —Lionel, ¿eso es una marca de enlace?

Un murmullo se extiende por todo el lugar y todas las miradas están sobre mí, más específicamente en mi cuello.

—No —respondo cortante, aunque realmente quisiera decir "no es de tu incumbencia".

—¡Maquillaje! —grita él.

Las omegas que me maquillaron antes llegan corriendo con todos sus productos en mano. El director revisa las tomas y anota algunas cosas antes de hablar.

—Tenemos que repetir la mitad del último video, Erika intenta no tocarle tanto el cuello o el maquillaje volverá a correrse.

Ahora todos nos miran alternadamente, sé lo que piensan, deben estar especulando sobre la supuesta omega que conseguí en Qatar o si volví a caer en los encantos de aquella omega que me mira con una sonrisa traviesa en los labios. Antes era un secreto a voces, meros rumores que solo el personal encargado del maquillaje había podido comprobar por ser quienes debían hacer desaparecer aquella marca, pero ahora es más que obvio, por lo que no me sorprendería que pronto se hiciera viral.

—Tranquilo, no me molesta tener que repetir la escena, puedes decir que sí sales conmigo si quieres —dice ella riéndose como si hubiese dicho la mejor idea del mundo.

—A mí sí que me molesta y no gracias, no necesito decir nada —respondo cortante.

Erika rueda los ojos, pero su sonrisa no desaparece.

—Quizá este sería un buen momento para que me pagues esa cena que prometiste.

Me acerco aún más a ella, provocando otro murmullo generalizado que ignoro.

—Yo no te prometí nada —susurro con molestia, aunque sé que las omegas que me retocan el maquillaje escuchan todo —. Tú me metiste en eso y salí como pude, no te debo nada.

—Vamos Lio, por los viejos tiempos, hay algo que quiero darte.

—No lo quiero.

—Ni siquiera sabes qué es.

—No me importa Erika, no quiero tener nada qué ver contigo.

—¿Sigues resentido o es por tu nueva pareja que lo dices?

—Las razones no te incumben.

—Prometo que luego de eso nunca más volveré a pedirte que salgas conmigo y trataré de no firmar contratos que te incluyan.

Mi respuesta cortante titubea por un momento, sin duda no quiero salir con ella, pero si en verdad hace lo que dice, nuestras interacciones futuras serían prácticamente nulas y, otra de las cosas que más me gustaban de ella, era que siempre cumplía lo que prometía, o casi siempre, aunque supongo que fue mi culpa no hacerla prometer que no me engañaría.

—Está bien —acepto luego de un rato.

Ella sonríe y asiente justo antes de que el director nos indique la posición en la que debemos acomodarnos para terminar la filmación.

Para cuando al fin terminamos de grabar pasa de la medianoche, estoy tan agotado que mis respuestas son solo monosílabos si es que no necesito decir nada más. Mi manager platica animadamente con el de Erika, los maquillistas se han ido y todos lucen tan cansados como yo.

—Muchas gracias a todos, vayan a descansar y después revisamos esto, ha sido un largo día —grita el director, provocando un aplauso flojo, pero significativo.

—Lionel, Erika —nos saludan ambos mánager —, estábamos platicando y en vista de que parecen haberse reconciliado, creo que podemos irnos juntos.

Estoy a punto de responder a eso cuando el gesto de súplica por parte del alfa que me acompaña me detiene.

—El chofer de Erika ya se fue, solo queda el nuestro, así que no hay muchas opciones —aclara él antes de que yo pueda decir algo.

Me encojo de hombros y comienzo a caminar, estoy demasiado harto hasta para discutir. Los tres me siguen unos pasos atrás, pero no les presto atención hasta que Erika sube en la parte de hasta atrás junto a mí, mientras que los dos alfas lo hacen en los asientos de adelante.

—¿Pero qué...?

—Jaime me comenta que Erika acaba de mudarse al mismo complejo de apartamentos en donde vives Lionel, así que nosotros vamos a irnos a nuestra casa y el chofer los llevará a ustedes después.

No sé qué cara tengo, pero seguro no es amigable. Observo a la omega de reojo, percatándose que también está viéndome, solo que a diferencia de mí, ella sonríe ligeramente.

Guardo silencio a sabiendas de lo inutil que es discutir, por lo que me siento lo más lejos que aquella camioneta me lo permite y trato de ignorar su presencia tanto como puedo, no me es difícil, pues estoy tan cansado que solo debo preocuparme en no quedarme dormido.

Llegamos al apartamento de lujo pasada la una de la mañana, mis piernas apenas si responden y en mi mente no hay espacio para otra cosa que no sea dormir, pero aún así, soy capaz de escuchar el sonido clásico de una cámara al activarse.

Escudriño la oscuridad con cautela, pero incluso si la zona está bien iluminada, no logro ver nada.

—¿No subes? —pregunta ella, deteniendo la puerta del ascensor para evitar que se cierre.

Asiento y camino un par de pasos, pero lo vuelvo a escuchar. Esta vez camino de regreso a la calle, intentando dar con alguien. Escucho risas y más clics, lo que me hace levantar la vista hacia uno de los balcones más cercanos y ahí veo una pareja de chicos que aparecen muy ebrios, tomando fotografías y riendo estruendosamente, sin siquiera percatarse de mi presencia.

—No solías ser tan paranóico, ¿qué pasó? —dice Erika acercándose a mí.

No entiendo cómo es que parece siempre estar sonriendo.

—Antes no me importaba nada de lo que pudieran decir de mí.

—¿Qué cambió?

—Ahora tengo a alguien a quien quiero proteger —respondo con sinceridad, sin importarme si eso la hiere o no.

—Ya veo... —ella suspira, su sonrisa tiembla ligeramente, pero no desaparece —, siempre has sido todo un cursi, es una de las cosas que más me gustan de ti.

—Erika, estoy demasiado cansado, así que nos vemos otro día —digo volviendo hasta el ascensor.

Ella me sigue de cerca y sube a mi lado.

—Si no te importa, me gustaría ir a desayunar contigo, no conozco el vecindario. —Suspiro en respuesta, reuniendo toda la paciencia que soy capaz, pero antes de poder responder, ella se adelanta —. Es un desayuno Lionel, ya sabes lo que dicen, desayunas con la gente con la que ni siquiera quieres estar. Solo un café en un buen lugar por aquí cerca y ya, no tengo idea de dónde puedo comer bien por aquí.

—Más vale que esta sea la última vez que me lo pides Erika, porque no dudaré en cambiarme de casa si es necesario —respondo cortante.

Ella rueda los ojos, pero asiente, siempre manteniendo esa sonrisita que ahora me pone de los nervios, pero antes me encantaba.

El timbre suena a lo lejos, ¿o es la alarma de incendios? Nah, es la campana que anuncia la hora de la comida en la escuela. La escuela... hace años que no voy a la escuela...

Abro los ojos de golpe, casi quedándome ciego por la cantidad de luz que entra por la ventana de cortinas descorridas.

—¿Qué mierda? ¿En dónde estoy? ¿Qué hora es? ¿Qué hago aquí? ¿Quién es?

Miro a mi alrededor alarmado y tenso, olfateando el aire para intentar descubrir algo. El sueño me ha abandonado por completo, pero aún me siento desorientado, eso hasta que alguien vuelve a tocar lo que ahora sé, sí es el timbre de mi puerta.

"Mi puerta... estoy en mi apartamento, okey... ¿qué pasó anoche?" pienso mientras me levanto de la cama y me quejo en voz alta por el extenso crujir de mis huesos. Pretendo caminar hacia la puerta que ahora también recibe varios golpes, pero mis rodillas tiemblan y el trasero me duele como si...

—Oh mierda... —giro en mi lugar para darle un vistazo a toda la habitación y entonces los recuerdos de la noche y madrugada me llenan la cabeza casi de forma dolorosa.

—¡Guillermo más te vale abrir la maldita puerta o voy a tirarla! —grita Javier al otro lado, volviendo a aporrear la puerta.

—¡Ya voy! —respondo tratando de correr por todos lados para recoger el gran desastre que dejé.

La ropa sucia y manchada, el almohadón con el arnés todavía atado en él, la sábana manchada, los pantalones de chándal y todos los trastes sucios, sin duda debí haberlos recogido ayer.

Aviento todo dentro del armario, excepción de los trastes, los cuales me llevo al fregadero en donde el plato, donde comí el pollo frito, se hace añicos por la fuerza con la que lo tiro.

—Uno menos para lavar y empacar —murmuro antes de volver a correr a mi habitación, donde me pongo ropa interior al darme cuenta de que dormí completamente desnudo y además, sucio —. Mierda... ¿ahora qué hago?

—¡Al menos dime que estás bien! —vuelve a gritar mi amigo.

—¡Lo estoy! —respondo mientras doy brinquitos hasta la ventana para poder ventilar el lugar.

Resignado, camino hasta la puerta y abro con cuidado. Mi cuerpo semi desnudo está cubierto por la bata polar que sigue sobre mis hombros, así que no siento tanto la ráfaga de viento que entra detrás de Javier.

—Por la madre luna Pancho, huele como si tuvieras dieciocho de nuevo.

—Me acabo de despertar, no tuve tiempo de ventilar —respondo en tono bajo, intentando no avergonzarme, después de todo, es como mi hermano, aunque no sé si eso lo hace mejor o peor.

—Puedo verlo, menos mal que aún quedan un par de horas hasta que venga la mudanza.

Me quedo parado en medio de la sala, tapándole el paso a la habitación que, sin duda, está mucho peor que aquí.

—¿Te parece si me ayudas a empacar lo del mueble de la televisión? Quisiera ir a darme un baño y arreglar la habitación... solo. —Bien dicen que al buen entendedor pocas palabras, porque Javier asiente una sola vez, haciendo una mueca extraña.

—Ni siquiera tienes que pedirlo, si así apesta aquí, no imagino cómo estará ahí dentro —se burla mientras camina hacia donde le dije.

—No seas así —le pido mientras siento mi cara ponerse caliente.

—No te preocupes, en tu boda le daré una caja de barritas energéticas a Lionel y un par de botes de bebidas rehidratantes en polvo —responde entre risas —, o vas a terminar desmayándolo. Y a ti te daré un paquete completo de ambientadores con aroma extra concentrado.

Sus carcajadas resuenan por todo el lugar y yo me pierdo dentro de mi habitación, completamente rojo y acalorado. Cierro la puerta en cuanto entro y comienzo a recoger todo, sacando las prendas sucias del armario y hacerlas un solo montón sobre el suelo, también quito las de mi cama y salgo para ponerlas todas a lavar, evitando la mirada de Javier, pero aún así puedo escuchar una risita suave y sentir su vista fija en mí hasta que me pierdo detrás de la puerta del cuarto de lavado.

Javier había traído cajas de cartón, de plástico y maletas para empacar todo, por lo que acomodar mi ropa y pocas cosas que tengo fue más fácil de lo que creí, en menos de dos horas hemos terminado de empacar, dejando todo amontonado en una esquina del apartamento.

—¿Falta algo? —pregunta mientras acomoda la caja con cosas de cristal hasta atrás del resto.

—Solo lo que puse a lavar hace rato, pero le puse el ciclo de secado completo, así que saldrán listas para guardarlas.

—Bien, haré algo de comer, muero de hambre. —Iba a responder, pero mi estómago lo hace primero, gruñendo sonoramente.

Para cuando Raúl llega con los que harán la mudanza, Javier y yo ya estamos terminando de comer lo que, al final, fuimos a comprar a una tienda de autoservicio, pues incluso si teníamos intenciones de comer bien, nos dimos cuenta que los utensilios ya estaban empacados y hasta el fondo de alguna de las muchas cajas, junto a los platos y cubiertos.

Raúl nos encuentra sentados en el sofá en L que no me tomé la molestia de emplayar, ya que luego de hablarlo con Javier, decidimos ponerlo en la sala de sus padres y sacar el viejo y gastado sofá que se niegan a desechar hace años.

—¿Aceptaron las entradas al cine y la reservación del restaurante? —pregunto mientras veo a los alfas salir con mis cosas en las manos, siendo menos cuidadosos de lo que me gustaría.

—Sí, creo que no sospechan nada.

—No puedo creer que tu padre insiste en seguir trabajando, lo mismo con tu madre.

—Ya los conoces, no quieren que les dé demasiado dinero y prefieren ocuparse de sus gastos ellos solos, pero ese sofá en serio tiene que irse, la mancha del vino que tiraste sobre él sigue ahí y ni hablar del agujero que quedó luego de que lo quemamos en aquella fiesta.

—No, tú lo quemaste, yo te pasé bien la pipa y a ti se te cayó el carboncillo entero. —Javier rueda los ojos y hace un gesto vago con la mano para restarle importancia.

Sonrío al recordar que, efectivamente, ese agujero jamás se reparó y que incluso con veinte años, su madre nos regañó y castigó durante un mes completo, aunque al menos no se enteró de cómo pasó eso, porque si hubiese sabido que fumamos marihuana en una Hookah, seguro seguiríamos castigados.

—Como sea, ¿a quién crees que golpeen primero cuando vean que tiramos ese viejo sofá? —pregunta y yo me encojo de hombros sin saber qué responder realmente.

—Yo apuesto a que a Javier lo van a golpear, pero a ti te van a gritar más —interrumpe Raúl, sentándose también. —Ya está todo allá abajo, solo falta esto —dice palmeando el sofá.

—Bien, dejemos que hagan su trabajo —digo poniéndome en pie —, ¿en serio crees que me griten mucho?

—Sí, pero van a estar felices —dice el alfa mientras acaricia la pierna de su novio de forma distraída.

Eso me hace desviar la vista rápidamente por la punzada dolorosa que provoca.

—Ya lo veremos —digo sin mirarlos, sacando mi celular para revisarlo por primera vez desde que colgué la llamada con Lionel.

Pero no hay nada qué revisar, nada que me interese al menos, Lionel parece no haber mandado un solo mensaje en todo el día y eso que pasan de la una.

Hola guapo, cómo estás?

Lograste dormir bien?
Yo estoy a punto de subirme
a la mudanza.

Le tenemos una sorpresa a los
padres de Javier, vamos a
cambiarles el sofá viejo por el que
yo tengo.

Espero que sea una buena sorpresa.

Los mensajes le llegan sin problema, pero no responde ni los lee, ni siquiera dos horas después, cuando llegamos a casa de los señores luego de dejar mis cajas en el apartamento de Javier.

—Hola mamá... no, no pasa nada, ¿ya están en el centro comercial? Me alegro, solo quería preguntarte cuándo pasa la basura aquí. —Javier mira hacia todos lados de la calle, como si el camión fuese a aparecer por arte de magia —. No, Moon no destruyó nada, es solo que tienes mucha basura y quise tirarla antes de irme. Ah ya veo... bien, gracias, disfruten su película.

Javier cuelga y la mueca de preocupación que tiene hace que se me revuelvan las tripas.

—¿Y? —pregunto, sentándome en el sofá sin importarme que esté en medio de la calle.

—Dice que solo pasa los domingos.

—¡Genial! Hoy es domingo.

—A las siete de la mañana.

—Mierda...

Javier se sienta a mi lado y ambos suspiramos al mismo tiempo. Raúl regresa luego de ir a por unas cervezas, pero se detiene en seco al vernos desanimados.

—No me digan, el camión no pasa hasta dentro de un mes.

—Casi, pero incluso si pasara mañana... Si mi madre encuentra su sofá aquí, creo que sería capaz de meterlo a rastras.

—¿Y si nos lo llevamos a algún tiradero? —propongo.

—¡Claro! Porque mi espalda es como la de un burro de carga que aguanta cien kilos —responde Javier con ironía.

—Lo siento, pero aún no entiendo los rebuznos que pegas —le respondo igual de agresivo que él, ganándome una mirada asesina de su parte.

—Ya niños, no peleen —nos regaña Raúl mientras nos entrega una cerveza a cada uno.

Sacar el sofá fue todo una odisea por lo estrecho de la puerta, pero nadie se había puesto a pensar en que lo más difícil, sería deshacerse de él.

Cómo te deshaces de un sofá
si no puedes cargarlo y
el camión de la basura no pasa
sino hasta la otra semana?

Ni siquiera sé por qué mando más
mensajes si es evidente que
no contestas ninguno...

—¿Y si lo llevamos en auto? —dice Raúl luego de terminarse la cerveza y eructar sonoramente.

—¡Gran idea! Porque un sofá de tres plazas y otro de dos cabe perfectamente bien en el maletero de un audi —contraataca de nuevo Javier.

—¡No veo que estés sugiriendo nada! Solo sabes quejarte como un un puto crío —mascullo, molesto por su actitud.

—¡Hey! ¿Cuál es su problema? Llevan un buen rato bastante raros y ahora se pelean como adolescentes —nos regaña Raúl, levantándose del sofá y cruzando los brazos sobre su pecho mientras nos mira.

Javier y yo lo vemos por el borde de los ojos, nos miramos entre nosotros y desviamos la mirada hacia puntos opuestos, ignorando por completo a mi amigo y la pregunta que solo nos ha hecho enojar más.

—Son imposibles —murmura antes de entrar a la casa de nuevo.

El silencio nos envuelve a Javier y a mí, los autos pasando sobre una avenida lejana es lo único que se escucha.

Es en serio? No piensas
responder?

Javier está insoportable.

Tú no respondes.

Raúl me acaba de decir que
parezco cría berrinchuda.

De acuerdo, no respondas,
parece que has desaparecido
luego de una gran noche.

Típico de alfas.

Vuelvo a guardar mi celular con fuerza para luego quedarme de brazos cruzados viendo a la nada. Tenemos menos de dos horas para sacar este sofá de la calle o los padres de Javier llegarán de su día libre, cortesía de Javier y mía, en el que planeamos mandarlos a la otra punta de la ciudad para pasar un día entre comida rica, películas y compras, con la perfecta excusa de no haberles regalado nada en su aniversario número cuarenta.

—¿Aquí vive el señor Raúl? —pregunta un joven omega en motocicleta cuando pasa frente a nosotros.

—¿Qué? ¿Qué quieres niño? —ataca Javier sin siquiera mirar en su dirección —. Más te vale no estarlo acosando...

—Sí, soy yo, muchas gracias por llegar tan rápido, aquí tienes, ahora huye —dice Raúl saliendo a paso rápido de la casa y con esa sonrisa de hoyuelos que hace a cualquiera mojar los pantalones.

El chico lo mira boquiabierto, luego a mí y por último a Javier pero asiente y vuelve a subir a su motocicleta luego de que Raúl le diera dinero a cambio de una bolsa con algo enorme dentro.

—Vengan a comer, par de berrinchudos —ordena sin siquiera mirarnos, entrando de nuevo a la casa.

Me levanto del sofá dispuesto a ir allá y gritarle que deje de llamarme así, pero me recibe la vista de tres enormes pizzas tamaño familiar sobre la barra de la cocina y más cerveza de la que recordaba tener en aquella casa.

Javier entra detrás de mí, igual de enfadado o quizá más, pero él no se contiene.

—Deja de llamarme berrinchudo maldita sea, no es un estúpido berrinche y no quiero comer.

—No digas tonterías Javier, por supuesto que quieres comer y es más que obvio que ese berrinchito de crío caprichoso no es por otra cosa más que tu hambre, así que siéntate a comer por favor.

Me acerco a la mesa en silencio, destapando otra cerveza para darle un sorbo, observando la pelea atentamente. Solo Raúl podría hablarle así a Javier sin temer salir con la cabeza sobre sus manos. Y es que sin pensarlo demasiado, sé que el alfa tiene razón, Javier y yo no hemos comido nada en todo el día más que las patéticas galletas y el yogurt de la mañana.

Javier parece que podría ponerse a echar humo por las orejas, pero Raúl solo se cruza de brazos frente a él, inamovible y completamente sereno.

Nadie me presta atención y el aroma a pizza comienza a llamarme, por lo que tras un encogimiento de hombros, tomo el primer trozo, observando la silenciosa pelea como si de mi película favorita se tratase.

Nuestros gustos en las pizzas son muy específicos, a Raúl le gusta la de carnes frías, a Javier parece encantarle lo raro porque él pide Hawaiana, o quizá sea porque así nadie más se la come y así hay más para él, pues ni sacándole la piña esa cosa llega a saber bien; y yo pido de tres quesos con extra de salsa de tomate. Siempre ha sido así, claro que con la edad hemos ido variando el tamaño, siendo la pizza familiar lo máximo que podemos llegar a comer.

Mastico lentamente intentando no ahogarme con el queso que no puedo cortar por más que lo mastique, pero está tan caliente que debo respirar por la boca para no quemarme la garganta.

—Por la madre luna Guillermo, tantos años y sigues sin soplarle a la maldita comida —me regaña Javier, dando por concluida la pelea de miradas que mantenía con su alfa.

Raúl suspira discretamente, descruza los brazos y niega con la cabeza sin que Javier lo vea. Lo entiendo, ganarle o al menos no ceder ante ese testarudo y amante de las peleas es tarea difícil.

—Cierra la boca y siéntate a comer —le digo sin importarme pasar el bocado antes.

—¿Y cómo se supone que coma con la boca cerrada? Idiota —responde, tomando su pedazo de pizza para darle una enorme mordida.

También él se quema, puedo verlo en sus ojos, pero también sé que jamás lo admitiría mientras peleamos, porque él debe tener la última palabra. Ruedo los ojos y lo dejo pasar, quedándome en silencio para no empeorar las cosas.

Nadie emite una sola palabra hasta pasadas las cuatro rebanadas de pizza y al menos una lata de cerveza, para ese momento ya comemos más lento y nos vamos a sentar al sofá nuevo. La tensión en el ambiente se ha disipado y ahora nuestras miradas se encuentran sin sacar chispas.

—Ahora que las fieras se han calmado, ¿qué les parece si hablamos del sofá? —dice Raúl con una sonrisa en los labios, aprovechando que Javier y yo nos hemos llevado un enorme bocado a la boca, así que no podemos responder hasta que nos hemos pasado al menos la mitad.

—¿Qué se supone que hagamos? —digo a media voz, masticando lentamente.

—¿No pasaba por aquí un viejo alfa que recogía basura en su carreta?

—¿Y esperas que se lo lleve solo? —responde Javier, su tono ya no es tan cortante, pero aún así hace a Raúl elevar una ceja.

—No, pero de eso a dejarlo en la calle...

Raúl no puede continuar la frase, pues alguien llama a la puerta y la antes silenciosa cachorra que nos observa desde el patio, comienza a ladrar.

Eso me alerta un poco, por lo que voy a la puerta con cautela, seguido muy de cerca por mis amigos.

—¿Sí diga? —frunzo el ceño al observar al alfa que me mira al otro lado de la puerta.

Es joven, quizá de unos veinte años, me mira de arriba abajo y no sé si es por tratarse de mí o porque aún con los suspensores encima y los restos del inhibidor de aroma, mis feromonas se perciben algo fuertes.

—Ah sí... yo, buenas tardes, me preguntaba si el sofá que está afuera es de ustedes.

Raúl se pega mucho a mi espalda y Javier se cruza de brazos a mi lado, también muy pegado a su alfa y a mí.

—Así es —respondo —, ¿te interesa?

El chico asiente, pasando la mirada por nosotros tres, algo nervioso.

—Mis amigos y yo acabamos de rentar una casa en esta calle, pero no tenemos muebles, así que queríamos saber si lo están vendiendo y también nos gustaría saber si podemos pagarlo de a poco.

Javier, Raúl y yo nos relajamos notablemente y suspiramos.

—Sí, pueden llevárselo y después regresar a pagarlo —responde Javier. El chico sonríe en grande, perdiendo todo rastro de timidez y nerviosismo.

—¡Eso es genial! Muchas gracias. Entonces, me lo llevo.

—¿Necesitan ayuda? —pregunta Raúl, saliendo al fin a la calle, dándose cuenta de que son al menos cinco chicos los que esperan alrededor del sofá, viéndolo como si fuera el mayor tesoro del mundo.

Todos nos observan y me doy cuenta de que nos reconocen cuando sus ojos se abren al doble de su tamaño, pero nadie dice nada fuera de lugar, solo sonríen en grande y saludan con la mano, notablemente nerviosos.

—No, estamos bien así, pero muchas gracias, volveré en un rato —dice el alfa que tocó la puerta antes.

Entre dos de los más musculosos se llevan el sofá de dos plazas, mientras que los otros cuatro cargan el de tres sin mayor dificultad.

—¿Les vas a cobrar? Le pregunto a Javier mientras los observamos caminar con los muebles.

—No quisiera, pero quizá si le doy dinero a mi madre, no enfurezca tanto por haberle tirado sus sofás.

—Eso es fácil de resolver, igual íbamos a tirarlo, ¿qué más da si se los regalamos? —opina Raúl.

—Son jóvenes, creo que debemos cobrarles algo no por el dinero, sino porque así aprenden a valorar sus cosas —digo con los pensamientos lejos de aquí, recordando mis inicios y lo bien que se siente comprar algo.

—Wow Pancho, serás un gran padre, ya hablas como todo un anciano —dice Javier, pero agrega algo antes de que pueda enojarme—, pero tienes toda la razón. ¿Cuántos eran?

—Seis —dice Raúl, observando a Javier muy atentamente.

—Si les cobramos cincuenta pesos por cabeza, creo que sería un buen precio.

—¡¿Quieres seiscientos pesos por un par de sofás usados?! —dice Raúl.

—¿Qué? No, suma bien, yo... ay por la luna —Javier se palmea la cara mientras cierra los ojos y niega.

Solo Raúl se ríe de su pésimo chiste, aunque yo me permito sonreír con incredulidad.

—Es un trato entonces —sentencio al ver cómo los seis chicos se acercan a paso rápido y una enorme sonrisa en los labios.

Ninguno se opone, luciendo igual de alegres y nerviosos que en un inicio, ninguno se atreve a decirlo, pero es más que obvio por sus caras lo que desean, así que conmovido por su educación, soy yo quien lo ofrece.

—¿Quieren una foto con los tres? —pregunto al verlos dudar en marcharse así sin más luego de pagar.

—¿Se puede? —pregunta uno de ellos, un chico bajo y de rasgos asiáticos. Su voz tiembla, pero estoy casi seguro de que es por la emoción.

—Claro, mientras no tenga después a gente tocando a mi puerta para pedir fotos, porque entonces llamaré a la policía —digo y por mi tono, saben que no bromeo.

Los seis asienten y uno de los más altos se acomoda hasta el frente, listo para tomar una selfie junto a sus amigos y nosotros entre ellos.

Luego de eso casi salen corriendo por la emoción, lo que me recuerda a mí de joven, pisando una cancha profesional por primera vez, conociendo a mucha gente que solo en mis sueños más locos había podido imaginar ver de cerca.

—¿Andas de buen humor ahora? Ese celo tuyo te pone muy raro —se burla Javier, haciéndome rodar los ojos.

—Al menos no hago berrinches por no haber comido, como un puto bebé.

Raúl bufa y se mete primero a la casa, dispuesto a terminar su pizza. Javier y yo lo seguimos con la misma intención.

Lo siento, ese no era yo,
creo que puedo culpar al
celo y a que tenía hambre...
no había comido nada en
todo el día.

Espero que estés comiendo
bien y que tengas cuidado
en el trabajo.

Para cuando los padres de Javier llegan, Raúl pretende correr a ocultarse junto a Moon, pero su novio, ahora mucho más tranquilo y bromista gracias a su estómago lleno, lo detiene en seco, aprisionando su cuerpo en un fuerte abrazo.

—Si vamos a caer, vamos a caer juntos mi amor —susurra mi mejor amigo en un fingido y espeluznante tono cantarín mientras la puerta se abre.

Yo estoy sentado sobre el sofá nuevo, como si con eso pudiera ocultarlo de la vista hasta que la señora Balcazar se vaya.

—Esto está muy silencioso —dice la mujer mientras acomoda sus llaves en su lugar, al igual que su bolso —, ¿se puede saber ahora qué hicieron niños?

Eso me hace gracia, igual que a mis amigos, quienes emiten una risa baja a mis espaldas. No tenemos argumento, ella nos conoce muy bien.

—¡Mamá, Raúl y Guillermo rompieron tu vajilla navideña y los refractarios para el horno! —grita Javier en un claro momento de pánico, provocando que Raúl abra mucho los ojos y le tape la boca tan rápido como puede, pero está dicho y ella lo ha escuchado.

Yo me levanto de un brinco, caminando hasta el recibidor a paso rápido para hacer algo, aunque no hay nada que pueda hacer en realidad.

—¡¿Que hicieron qué?! —grita ella de vuelta mientras sale corriendo directo a la cocina, abriendo el horno de la estufa para comprobar que no es cierto o en todo caso, acumular el enojo —. ¡JAVIER HERNANDEZ BALCAZAR! ¿Cuántas veces debo decirte que mentir e inculpar a los demás es malo?

Está enojada, de eso no hay duda, pero Raúl y yo estamos a salvo por ahora, por lo que dejamos a mi amigo enfrentarse solo ante ese torbellino de furia y nos acercamos al señor Hernandez, que observa el sofá nuevo en silencio y con un rostro que podría describir como melancólico, pero con una sonrisa extraña en los delgados labios.

No dice una palabra mientras camina hasta él, acariciando los cojines recubiertos de gamuza color índigo, suave y fría al tacto, para luego tomar asiento en donde me encontraba hace unos minutos.

—¿Por eso nos pidieron salir? —murmura, observándonos a Raúl y a mí.

Ambos asentimos en completo silencio, sin saber qué decir ante las lágrimas que asoman en sus ojos.

—¿Lo compraron? —pregunta aún en el mismo tono.

Esta vez negamos lentamente, a sabiendas de que de haberlo hecho, jamás lo habrían aceptado.

—Es el que yo tenía en el apartamento, todo esto fue mi idea y los convencí de hacerlo —aclaro, observando a Raúl por el rabillo del ojo.

En ese momento la alfa sale de la cocina con una de las orejas de Javier entre sus dedos y una mueca de fingido dolor en el rostro de mi amigo, pero el regaño y los gritos paran en cuanto nos ve a los tres reunidos y un objeto desconocido en el medio de su casa.

—Les voy a dar tres minutos para que me expliquen lo que está pasando o les juro por la madre luna que voy a enojarme —dice en tono firme, soltando a Javier, quien se endereza y camina hasta nosotros, refugiándose contra el pecho de Raúl.

Los tres nos miramos durante una fracción de segundo, no hay vuelta atrás. Procedemos a explicar todo lo más sincera y detalladamente posible, dándole el dinero que nos han pagado los chicos por el sofá y pidiendo disculpas por no haberles avisado.

Al final se derraman algunas lágrimas porque siempre es difícil dejar ir cosas con tanto valor sentimental, pero lo aceptan sin más, agradecidos y conmovidos.

Deben ser al menos las
once de la noche allá, así
que espero que ya estés por
dormir o ya estés descansando.

No sé qué fue lo que pasó,
pero por tu bien espero que
no sea nada grave o me veré
en la obligación de volar hasta allá
a primera hora mañana.

Por favor Lionel... empiezo
a preocuparme, nada bueno ha
pasado cuando dejas de responder.

Vuelvo a bloquear el celular para continuar con la labor de lavar los trastes que hemos usado en la cena. Me siento como un paranoico ahora que veo cuántos mensajes he dejado para Lionel, pero la última vez que no hablamos en mucho tiempo, él terminó en el hospital y no me enteré hasta un día después.

Agito la cabeza para alejar cualquier pensamiento negativo y la sensación incómoda que me provoca pensar en que me estoy comportando como un adolescente teniendo su primera relación.

Lo siento, no pretendía molestarte
con tantos mensajes.

Es solo que... me gusta la idea
de contarte lo que pasa en mi día.

Y que me cuentes lo que pasa en
el tuyo.

De verdad espero que nada grave
haya pasado.

Te quiero, Lio.

Hasta mañana.

Esta vez bloqueo el teléfono en serio, dispuesto a dejar esto por la paz e irme a dormir, pero una notificación ilumina la pantalla de nuevo.

Es el calendario, recordándome que en unas horas Moon deberá ir camino al quirófano del hospital canino para su cirugía programada. Giro la cabeza rápidamente al recordar que debe haber un ayuno de doce horas y agradecido con mi distracción, ya que no le he dado de cenar aún, por lo que con una rápida charla que a ojos de alguien más podría hacerme ver como un loco, le pido disculpas por tener que quitarle el agua también.

Subo a la que ahora podría llamarse "mi habitación" dentro de esa casa y tiro mi celular contra el colchón, dispuesto a dejar de revisarlo cada hora con la esperanza de ver algún mensaje; los nervios por lo que debo hacer el día de mañana comienzan a volverme loco.

—Al menos espero que mañana sí me respondas los mensajes... —murmuro, genuinamente preocupado por tener que estar completamente solo en un momento en el que podría arrancarme los cabellos de los nervios.

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